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INTRODUCCIÓN
Con el fin de continuar la reflexión sobre la Misión Compartida como nuestro
modo normal de misión y así dar respuesta a lo que el XXIII Capítulo General (PQTV 66.2)
propuso a la Congregación en esta línea, ofrecemos el resultado del Taller que, para
reflexionar sobre este tema, fue convocado por la Prefectura General de Apostolado en
Guatemala en octubre de 2005. Consideramos este documento como un paso más en el
camino que, desde la fundación, nuestra Congregación ha seguido en fidelidad a la
herencia de nuestro Padre Fundador, que nos estimuló desde su convicción de hacer con
otros a ser activos colaboradores en la vida y misión de la Iglesia.
Para llevar a cabo esta tarea, hemos contado con los trabajos previos de cada
uno de los participantes en el Taller y con las aportaciones y reflexiones de otras
personas acerca de lo que implica la misión compartida.
Hemos analizado la realidad que más nos interpela en este mundo globalizado-
amenazado y la situación de la Iglesia y la Congregación, especialmente en lo que se
refiere a la misión compartida, procurando escuchar los signos de los tiempos y lugares.
Hemos constatado que la misión compartida tiene aspectos de alcance antropológico y
que debe estar fundada en un modelo teológico de comunión que encuentra en la
Trinidad su fuente primigenia. Han sido inspiradores también la memoria de Claret y su
proyecto evangelizador en misión compartida para el servicio misionero de la Palabra.
Sin negar las dificultades concretas que la misión compartida acarrea, estamos
convencidos de que esta forma de ser y de hacer está en la base del seguimiento de
Cristo y es parte esencial de nuestro carisma para la construcción del Reino.
En orden a que este gran proyecto evangelizador sea posible en cada Organismo
de la Congregación, se proponen algunos dinamismos que faciliten la misión compartida:
formación, gobierno y economía, capaces de llevar adelante este modo de vivir y de
actuar.
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El presente documento cuenta, además, con una guía de trabajo (que se incluye
al final del mismo) para facilitar la comprensión y la puesta en práctica de la misión
compartida en toda la Congregación.
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I. ASPECTOS RELEVANTES PARA LA MISIÓN COMPARTIDA
Un conjunto de hechos culturales, eclesiales y congregacionales nos interpelan y
nos llevan a repensar nuestra vida misionera y nuestro servicio de la Palabra en clave de
misión compartida. En la descripción que sigue no se pretende formular un análisis de la
realidad en todas sus dimensiones, sino simplemente resaltar aquellos fenómenos que
inciden de una manera u otra en el tema que nos ocupa.
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ello se manifiesta un empeño por consolidar lo peculiar, lo específico, ante el
riesgo de que sea diluido en la generalidad.
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Ha ayudado, sin duda, la celebración de los Sínodos sobre las distintas formas de
vida cristiana. Los documentos emanados de ellos (Familiaris Consortio, Christifideles
Laici, Pastores Dabo Vobis, Vita Consecrata y Pastores Regis) son una buena referencia
para describir las peculiaridades de las distintas formas de vida en la Iglesia, situarlas en
el lugar que ocupan en el Pueblo de Dios, y subrayar el intercambio y la
complementariedad entre ellas.
Por otro lado, hay religiosos con una conciencia y una vivencia insuficientes de la
eclesiología de comunión y de su participación en la Iglesia local.
Pero también nos planteamos cada vez con mayor fuerza el papel que
desempeñan las otras formas de vida, carismas o ministerios, en el desarrollo de la
misión de la Iglesia y cuál debe ser nuestra relación con ellos. Los últimos Capítulos
Generales y documentos congregacionales recogen esta inquietud, la cual queda
especialmente patente en el Capítulo de 2003:
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Además, en otros párrafos en los que se refiere a este tema, habla de “todas las
formas de vida y ministerios” (PQTV 35) y “todos los carismas” (PQTV 36); menciona las
consecuencias e implicaciones que supone para los misioneros claretianos esta forma de
entender la misión (cf. PQTV 36); y propone que “las comunidades con obras apostólicas
promuevan y abran decididamente nuevos caminos de misión compartida y regulen su
funcionamiento” (PQTV 66.1).
Son bastantes los misioneros claretianos que afirman que entre las experiencias
que más les han enriquecido en su vida misionera están las que han llevado a cabo en
misión compartida, especialmente con seglares. Han vivido la misión estrechamente
unidos a otros, en equipo, para orar y reflexionar, para programar, llevar adelante y
evaluar... Y, ciertamente, cuando a pesar de las limitaciones se anuncia el Evangelio
desde la unidad, la Palabra no deja de dar su fruto.
Sabiendo que tienen una incidencia desigual según los contextos, señalaremos
algunas dificultades generales y otras que están más relacionadas con los misioneros
claretianos, los seglares y la Familia Claretiana.
En general
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Hay actitudes y situaciones que cercenan la posibilidad de trabajo en misión
compartida porque lesionan la comunión, la confianza mutua, la posibilidad de
colaboración, el ejercicio de la responsabilidad... Las más frecuentes son:
- El individualismo.
- Las falsas motivaciones: inválidas, inmaduras, insuficientes, inadecuadas o
fantasiosas.
- El escepticismo y la falta de ilusión para embarcarse en proyectos de misión
compartida a causa de experiencias anteriores dolorosas o fallidas.
- La falta de dedicación al trabajo o de disponibilidad para asumir nuevas
tareas.
- La insuficiente comunicación y diálogo entre los agentes evangelizadores.
- El deterioro de la confianza entre las personas que comparten la misión.
- La dificultad en ciertos casos para vivir unas relaciones recíprocas sanas con
personas del sexo opuesto.
- Las luchas de poder en el seno de los equipos o comunidades.
- La falta de un proyecto de misión claro y compartido.
- Las deficiencias en la coordinación y el liderazgo de los proyectos.
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- La falta de conciencia por parte de muchos seglares acerca de la importancia
de una preparación específica para compartir la misión.
- El deterioro de su legítima dedicación a la propia familia, o al necesario
tiempo de descanso como consecuencia del “abuso”, en algunos casos, de su
disponibilidad para asumir responsabilidades en misión compartida.
- La incertidumbre vital que produce la situación en que queda un seglar, tanto
en el aspecto económico (en su caso) como en el de relación con sus
compañeros, una vez que acaba su período de permanencia en órganos de
responsabilidad y vuelve a ser “uno más”.
- El agravio comparativo que algunos pueden percibir cuando se contrata a
alguien para desempeñar una tarea parecida a la de otros voluntarios pero
con remuneración.
- La diversidad tan grande que hay entre las distintas instituciones que
formamos la Familia Claretiana. Cada uno enfatizamos distintos elementos
de nuestro carisma, tenemos nuestras posiciones apostólicas, estamos
insertos en realidades muy diversas, y contamos con diferentes posibilidades
de presencia y de servicios.
- El insuficiente conocimiento y valoración de la especificidad de las otras
ramas de la Familia Claretiana.
- El escaso aprovechamiento que se hace en algunos lugares de la riqueza que
supone este carisma común para el trabajo en misión compartida.
- El miedo a “perder” algo de nosotros mismos para “ganar” como familia.
- La excesiva dependencia que tiene el desarrollo de las experiencias de
misión compartida de las personas encargadas de dirigirlas o coordinarlas.
- La falta de un itinerario formativo consolidado para los seglares que se
sienten identificados con nuestro carisma, pero no llamados a pertenecer al
Movimiento de Seglares Claretianos.
Para comprender y vivir la misión compartida, nos acercamos a ella desde cuatro
perspectivas o dimensiones: antropológica, teológica, eclesial y carismática. Así será
posible un acceso más completo a su comprensión y vivencia, y descubriremos que nos
es ofrecida como auténtico “signo del Espíritu” en nuestro tiempo.
1. Dimensión antropológica
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Muchos se han preguntado si el ser humano tiene una misión que cumplir. A esta
cuestión se le pueden dar diversas respuestas. Nosotros creemos en el Dios creador que
confió una misión importantísima al ser humano: “creced y multiplicaos… dominad…
cultivad… sed fecundos” (Gn 1,28). La humanidad ha recibido una “misión” en el mismo
acto creador, que ella intenta -consciente o inconscientemente- llevar a cabo. El
crecimiento demográfico, el cultivo de la tierra, la configuración político-económica del
mundo, las creaciones artísticas y culturales, las expresiones y cultos religiosos,
expresan la respuesta del ser humano a la misión que Dios le ha otorgado.
La humanidad lleva a cabo su misión constitutiva cuando cuenta con las personas,
grupos y comunidades. Nadie por sí solo es capaz de realizarla; pero sí cuando se cuenta
con la interrelación, la interconexión, la solidaridad de los más posibles. Lo que un
individuo solo nunca podría conseguir, lo puede conseguir una comunidad; lo que una
comunidad no puede conseguir en el tiempo de una generación, lo puede conseguir con
el paso de varias generaciones. La historia se teje a base de misiones compartidas. Al
final, se cumplen los sueños y los proyectos sin que podamos identificar su resultado con
la acción meramente aislada e individual de una sola persona, sino como fruto de un
admirable esfuerzo -no pocas veces en medio de enormes dificultades- de un grupo que
ha compartido el proyecto. Crece la acción, el pensamiento, la sensibilidad, en la
interconexión de las personas más variadas.
1
Ser persona es construirse en relación, o mejor, la condición de posibilidad de la persona es la
“hospitalidad de la alteridad”. No existe persona constituida que no mantenga una relación con lo diferente de
sí.
La persona se engendra desde las posibilidades que brinda la alteridad. En sus orígenes es acogida
pasiva: son los otros los que mantienen nuestra vida, los que nos enseñan a hablar, los que modelan nuestra
estructura individual para descubrir las inmensas posibilidades de la realidad. Posteriormente, acogida activa:
decisión personal para establecer relaciones de reciprocidad solidaria.
La persona no crea sin más su realidad, pero tampoco es plasmada desde la exterioridad; se engendra
allí donde se establece una “virtuosa circularidad” a través del pensamiento, que abre posibilidades a la
alteridad y a la voluntad, y que elige entre ellas para alcanzar su plenitud.
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El funcionamiento de una ciudad, de los medios de comunicación, de la economía
mundial, de la alimentación y bienestar, ¿qué es sino el resultado de una impresionante
“misión compartida”?
La misión compartida no amenaza en manera alguna los dones que cada persona
ha recibido ni la originalidad que la habita. En cambio, el colectivismo hace inviable la
riqueza que cada individualidad lleva consigo. Por eso, hoy nos oponemos a procesos
globalizadores que se entienden como universalización, como imposición al todo de algo
particular, como ideología neo-liberal; tales procesos crean un imperio a base de
destrucción de las particularidades.
Nos damos cuenta, cada vez más, de la necesidad de una nueva apertura a la
complejidad de la humanidad, de un nuevo talante de diálogo mental y vital, de un
nuevo estilo inclusivo y no excluyente. La misión de la humanidad ha sido realizada en el
pasado a base del dominio de unos sobre otros, de imposiciones, de discriminaciones
injustificables. Hoy reconocemos que ha habido una misión en la que más que el
“compartir” ha funcionado el “imponer”, el “someter” y “subyugar”.
2. Dimensión teológica
En efecto, la misión nace de las entrañas mismas de Dios Abba. El Abba engendra
al Hijo en la eternidad y nos lo envía para que se encarne en la historia. El Hijo es el
Enviado, y lleva a cabo la misión que el Padre le ha confiado.
Por eso esta misión “filial” no es la única que nace de las entrañas de Dios; hay
otra que brota del Hijo, como agua viva (cf. Jn 7, 37-39) y que procede del Padre (Jn
15,26): es la misión del Espíritu. Esta sigue actuándose en la historia del mundo hasta el
final; por eso se dice que estamos en la “era del Espíritu”.
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Confesamos que nuestro Dios-Trinidad es “misión compartida” y en su designio de
amor ha querido asociarnos a ella, como también nos ha asociado a la filiación única del
Hijo y a la misión carismática del Espíritu.
Así pues, la misión compartida tiene su origen y razón de ser, ante todo, en Dios,
fuente de toda misión. Se entiende entonces muy bien por qué Jesús nos decía: “No
seréis vosotros los que habléis” (Mt 10,20)… “Haréis obras mayores…” (Jn 14,12) “No
temáis…” (Mt 14,27). La misión de la Iglesia queda descargada del excesivo peso de la
responsabilidad para convertirse en prolongación visible de la misión de Dios; en “misión
compartida”, en primer lugar, con Él.
3. Dimensión eclesial
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Iglesia. Si tenemos presente que la categoría de comunión (y participación) es clave para
la comprensión de la Lumen Gentium y que la categoría de servicio (y misión) es clave
para la comprensión de la Gaudium et Spes, hoy podemos afirmar que la mayor novedad
del Concilio es presentar una Iglesia comunión misionera. La comunión eclesial es
comunión misionera, o sea, característica de una Iglesia que a la hora de configurar su
identidad y su misión, su ser y quehacer, continuamente debe mirar al mundo y a la
historia (GS 1). A partir de la Christifideles Laici, Juan Pablo II utilizará, por ello, la
expresión “comunión misionera” para referirse a la identidad y misión de la Iglesia-
comunión.
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La misión compartida está condicionada por la capacidad que tengamos de
correlacionarnos entre las diversas formas de vida cristiana, ministerios y carismas.
3
“En la Eucaristía la Palabra adquiere plenitud de fuerza sacramental en relación con el Cuerpo de Cristo, a la
vez que explicita el sentido mayor de la comunión eclesial e interioriza, en quien participa en la fracción del
pan, la actitud oblativa y de solidaridad con que partirá luego como servidor de la Palabra al encuentro de sus
hermanos” (Nuestra Espiritualidad Misionera, pág. 48).
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Diálogo en todas las direcciones y con todos los interlocutores. La
misión compartida hace posible un diálogo multilateral que no conoce
fronteras de raza, cultura, religión, género, edad o condición social4.
Acción solidaria. Toda vocación en la Iglesia es vocación de
referencia a los otros. Ser con los demás comporta ser para los demás y
vivir en reciprocidad. El paradigma para todas las vocaciones, sea cual
fuere su estado de vida, es Jesucristo, el Señor. El “cómo” en su relación
con el Padre y con los hombres es nuestro modo de vivir y de servir. La
voluntad del Padre era que nadie quedase perdido. Por eso, sus
predilectos, los pobres, marginados y excluidos, han de ser los predilectos
de todos los fieles cristianos. La Iglesia, seguidora de Jesús, ejerce la
solidaridad como expresión de “la determinación firme y perseverante de
empeñarse por el bien común; es decir, por el bien de todos y cada uno,
para que todos seamos verdaderamente responsables de todos” (SRS 38).
La Iglesia, con su pretensión de llegar a ser “comunidad total”, ofrece a
los hombres y mujeres de nuestro tiempo una alternativa a todo tipo de
organización egoísta, excluyente y opresora.
Apertura a la catolicidad e intercontinentalidad. La celebración de
los Sínodos continentales nos ha hecho comprender la misión compartida
desde la globalización y la especificidad de cada continente. Los Sínodos
han impregnado la misión compartida de catolicidad, que implica poner
el acento en la inculturación (iglesias de África), en la justicia social o
liberación (iglesias de América), en el diálogo con las grandes religiones
(iglesias de Asia), en la secularización e increencia (iglesias de Europa):
tareas que sólo sería posible llevar a cabo en diálogo de civilizaciones.
4. Dimensión carismática
4
Si la misión está al servicio de la humanidad y de Dios, como nos lo ha recordado Vita Consecrata 74, “se ha
de hacer todo en comunión y diálogo” con los otros actores eclesiales y sociales. Los retos de la misión son
de tal envergadura que no pueden ser asumidos de manera “urgente, oportuna y eficaz” sin la colaboración,
tanto en el discernimiento como en la acción, de todos los miembros de la Iglesia.
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Congregación de Misioneros y tantas y tantas instituciones, como vamos a ver. La
Congregación, en concreto, es concebida por él como comunidad al estilo de los
apóstoles que escucha y es servidora de la Palabra y que colabora con los Obispos, en
tanto que Pastores de las Iglesias particulares.
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- Promueve y apoya otras fundaciones: Carmelitas de la Caridad, Adoratrices
del Santísimo Sacramento, Misioneras Esclavas del Inmaculado Corazón de
María, Hijas de Cristo Rey, Siervas de Jesús, Filipenses, Misioneras del
Corazón de María, Franciscanas del Divino Pastor, Dominicas de la
Anunciata, Oblatas del Santísimo Redentor, Escolapias, Hijos e Hijas de la
Sagrada Familia, Escuela de Cristo.
- Entra en contacto y se relaciona personalmente de un modo o de otro con
aquellos que están impulsando la renovación de la Iglesia en el siglo XIX:
santa Joaquina Vedruna, santa Micaela del Santísimo Sacramento, Esperanza
González y Puig, José Gras y Granollers, santa Josefa del Sdo. Corazón de
Jesús, Marcos y Gertrudis Castañar, Joaquín Masmitjá, José Tous y la beata
María Ana Mogas, el beato Francisco Coll, José Mª Benito Sierra y Antonia Mª
de Oviedo, santa Paula Montal, san José Manyanet, etc.
- Busca colaboradores y trae Congregaciones a colaborar con él, masculinas y
femeninas, como en Cuba: Jesuitas, Franciscanos, Ursulinas, Hijas de la
Caridad, Escolapios, Paúles, Carmelitas de la Caridad.
- Crea y organiza instituciones para el apostolado: como la “Pía y Apostólica
Unión de Oraciones y Obras Buenas… bajo la protección del Corazón de
María” en 1845; la “Sociedad Espiritual de María Santísima contra la
Blasfemia” en Mataró en 1846; la “Hermandad de los Libros Buenos” con D.
José Caixal en 1846; la “Librería Religiosa” con D. José Caixal y D. Antonio
Palau en 1847; la “Archicofradía del Corazón de María” y los “Estatutos de la
Hermandad del Santísimo e Inmaculado Corazón de María y Amantes de la
Humanidad” en 18475; la “Hermandad de la Doctrina Cristiana” en 1849,
compuesta por sacerdotes, seminaristas y seglares de ambos sexos para
enseñar el catecismo en fábricas, talleres y al aire libre por los barrios de la
ciudad, que luego instituiría en Cuba en 1851 como la “Hermandad de la
Instrucción de la Doctrina Cristiana”; la “Academia de San Miguel” en 1858
ya en Madrid, con sus literatos, artistas, gente piadosa y celosa; la
“Comunidad de Capellanes” siendo Presidente de El Escorial en 1859; la
“Congregación de Madres Católicas” en 1863; las “Reglas del Instituto de los
Clérigos que viven en comunidad” (los Clérigos seglares), al que él llamaba
“el Gran Ejército del Corazón de María”, en 1864; las “Bibliotecas Populares
y Parroquiales” en el mismo año; las “Conferencias de la Sagrada Familia”
en 1869, estando ya en París, para atender a los emigrantes; etc.6
- Crea instituciones de beneficencia, como la Casa de Caridad o Granja
Agrícola de Puerto Príncipe, las Cajas de Ahorros y de Crédito dirigidas por
un equipo formado por el párroco, un miembro del gobierno local y un
miembro de la comunidad parroquial. O apoya las de otros, como los talleres
en las cárceles en la Provincia de Cuba, o la “Cartilla Rústica para las
Escuelas del Campo”, o la “Real Asociación Económica de Amigos del País”.
Para llevarlos a cabo funda y organiza proyectos como la “Asociación de
Hijas de María” para la educación de niñas pobres, la “Asociación de
Beneficencia Domiciliaria” y la “Junta de Caridad” para los indigentes7.
- Se apunta él mismo a cofradías y congregaciones: Academia del Cíngulo de
Santo Tomás, Congregación de la Inmaculada Concepción y de San Luis
5
El Sr. Arzobispo de Tarragona fue contrario a su publicación, seguramente por utilizar el término “diaconisas”
(Carta a D. José Caixal: Epistolario Claretiano, I, pág. 260).
6
Ver Escritos Autobiográficos, pág. 408-409.
7
Aut. 563-571.
16
Gonzaga, Congregación del Laus Perennis del Sagrado Corazón de Jesús,
Cédula del Rosario Perpetuo, Cofradía del Rosario (mixta) y Cofradía del
Carmen, Congregación de Dolores, Cofradía del Corazón de Jesús y del
Corazón de María, Cofradía de Ntra. Sra. de los Desamparados, Congregación
de Ntra. Sra. de la Providencia en Roma, Hermanos de la Santa Escuela de
Cristo, Siervos de María (Servitas), etc.
“Hacer con otros” es, por lo mismo, mucho más que poner un correctivo al
individualismo en la pastoral, promover el trabajo en equipo o estar bien coordinados.
Es un estilo de vida: ser con otros para los demás. Y, en consecuencia, implica un modo
de pensar, de sentir y de actuar cuyo centro articulador es la pasión por el Reino, es la
caridad de Cristo que nos apremia (cf. 2 Cor 5,14). Así, la fundación de la Congregación
se halla cimentada en la coincidencia del espíritu que animaba a los primeros miembros
de la misma (cf. Aut. 489) y “la más perfecta unión y conformidad de pareceres y
voluntades” que reinaba entre ellos “para emplearse con fruto en la salvación de las
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almas” (CC 1857 n.81). El P. Claret compartió con la M. Antonia París el empeño por
“hermosear la figura de la Iglesia”. De ahí que el “hacer con otros” viene a traducirse
por “hacer Iglesia al servicio del Reino”. Lo cual exige reconocer los dones diversos,
fomentar la dinámica del intercambio y la complementariedad, y hacerlos fructificar en
gozosa comunión misionera.
La asimilación de las raíces carismáticas del “hacer con otros” nos ha ayudado a
purificar la mente y el corazón respecto a la relación, vinculación y colaboración con los
otros miembros de la comunidad cristiana. Hoy no se piensa en la “utilización” de los
laicos para suplir la ausencia de vocaciones. Aunque tuviéramos miembros suficientes en
nuestro Instituto, por exigencias carismáticas y eclesiales no podríamos prescindir de
otros dones y ministerios que enriquecen la vida eclesial de cualquiera de nuestras
actividades. Igualmente se ha superado todo paralelismo y contraposición con los
ministros ordenados (obispos, presbíteros, diáconos). Nos hallamos en las Iglesias locales
contribuyendo a que sean verdaderas comunidades en las que se armonizan y
complementan los carismas y ministerios de todos sus miembros (obispos, sacerdotes,
consagrados y laicos) haciendo fecunda la comunión para la misión.
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consideraciones que añadimos, sino exigencias que brotan de nuestro ser misionero en la
Iglesia. De ahí que la colaboración configura nuestro servicio de la Palabra. Quien
colabora no es un mero ejecutor mecánico, sino alguien que busca, discierne, piensa,
siente y trabaja con otros. La colaboración supone aquella comunión que crea la Palabra
escuchada, meditada y anunciada.
La Congregación primitiva, continuadora del espíritu del Padre Claret, tenía una
red de relaciones por las cuales hacía operativa su colaboración en el ministerio de la
Palabra. Desde el principio, pues, está marcada esta orientación de colaborar con otros,
que se ha ido incrementando y ampliando sucesivamente.
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ministerios para el bien de su Pueblo. La experiencia de la vida según el Espíritu precede
a cualquier articulación y variedad de vocaciones. “Hay en la Iglesia diversidad de
ministerios pero unidad de misión” (AA 2).
El Capítulo de 1985 reafirma las opciones y prioridades marcadas por la MCH. Así
aparece en su documento final (CPR 73-75). Y da un impulso fuerte a favor de la
colaboración con los seglares y el Movimiento de los Seglares Claretianos (cf. n.86).
En el documento En Misión Profética (EMP) del Capítulo de 1997, que tiene como
tema la dimensión profética de nuestro servicio misionero de la Palabra, subyace la
preocupación por la comunión como signo para que el mundo crea y para abordar el
ingente número de desafíos que tiene la evangelización (cf. n.27). Reafirma, desde la
vida en comunión, la colaboración con todos los agentes en la evangelización:
abriéndonos a los otros carismas y ministerios y aportando el nuestro (cf. n.33,1),
buscando formas nuevas de compartir la vida y el compromiso misionero con laicos (cf.
n.33,2), especialmente con los Seglares Claretianos (cf. n.33,3), y esforzándonos en
trabajar conjuntamente con aquellos hombres y mujeres, instituciones y grupos, que
asumen el testimonio profético del Reino de Dios (cf. n.33,4). Subraya la colaboración
en perspectiva de misión compartida en el n.50,1-3 y en el n.62,2.
20
El Capítulo del año 1991 equiparó la colaboración en el ministerio de la Palabra
con la expresión carismática claretiana “hacer con otros” (cf. SP 9). En los documentos
capitulares de 1991 (SP) y de 1997 (EMP) se ha usado unas cuantas veces indistintamente
“compartir” y “colaborar”. Pero ha sido el Capítulo del año 2003 el que ha tratado
directamente el tema de la misión compartida y así lo ha reflejado en el documento
Para Que Tengan Vida (PQTV).
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Subraya en nuestra espiritualidad la sencillez, la disponibilidad, la condición de
discípulos y condiscípulos. Nos invita a que seamos “humildes siervos de la viña del
Señor”. Nos obliga a revisar los proyectos a la luz de lo que más conviene a la
construcción del Reino. Nuestro porte o estilo de vida es la transparencia, la oblatividad,
la cordialidad. Y nuestro actuar el ministerio de la Palabra será propositivo y no
impositivo. Buscará la concordia, el ecumenismo, la paz, y alumbrará la esperanza
escatológica desde el caminar en comunión con todos. Nuestro lenguaje habrá de ser
inclusivo (hombres y mujeres) e integrador, buscando la forma de romper toda
discriminación y exclusión.
Jesús se presenta como el Profeta por excelencia, el llamado-enviado por Dios para
anunciar su Palabra. El título de profeta es el único que agradaba a Jesús mientras estuvo en nuestra
tierra.
Como profeta ha sido enviado por Dios. Enviado y apóstol son términos sinónimos. El
Padre es el “mitente”, aquel que envía; Jesús es el enviado (cf. Lc 9,35), el apóstol, el encargado de
anunciar y realizar el plan de Dios sobre el ser humano. Un plan que es buena noticia liberadora de
las limitaciones humanas, y que no es indiferente en cuanto a sus destinatarios: se dirige
especialmente a los pobres, a los cautivos, a los ciegos, a los oprimidos.
Dios, pues, anuncia la paz y la liberación por medio de Cristo (cf. Hch 10,36). La palabra
del anuncio de Jesús es la historia de su vida, de su muerte y su resurrección. Y esta historia es el
mensaje de vida para todos; mensaje que empieza a ser proclamado en la sinagoga de Nazaret y que
encuentra en los apóstoles sus primeros continuadores. Estos son también mensajeros de paz (cf.
Rom 10,15) y liberación. El mismo Jesús los llama y envía (cf. Lc 9,1-6). Y su mensaje sigue
estando presente en aquellos que, como el Profeta, hemos sido ungidos para anunciar la Buena
Nueva.
22
El mensaje de liberación y de vida que empieza a ser proclamado en la sinagoga
de Nazaret encuentra en los apóstoles y los primeros discípulos sus primeros
destinatarios y continuadores. Y es que Jesús desde el inicio de su ministerio quiso
contar con otros para llevar adelante su misión. La suya era una misión compartida. Por
eso:
“Convocó a los que él quiso y se fueron con él... para convivir con él y para
enviarlos a predicar” (Mc 3,13-14).
“A continuación fue también Él caminando de pueblo en pueblo y de aldea en
aldea, proclamando la Buena Noticia del Reino de Dios, acompañado por los Doce
y algunas mujeres,… y otras muchas que les ayudaban con lo que tenían” (Lc 8,1-
3).
Después amplió el grupo de los enviados a setenta y dos (cf. Lc 10,1ss).
Formó con quienes compartía la misión una comunidad de vida, que era enclave
del Reino y que se caracterizaba por:
- Ser una comunidad de hermanos: no hay líderes, ni padres, ni maestros (cf.
Mt 23,8-10).
- Compartir la experiencia de Dios (cf. Jn 15,15).
- Hacer del poder un servicio, porque quien quiere ser el primero se hace
esclavo de todos (cf. Mc 10,44).
- Compartir la vida y los bienes: nadie tiene nada como propio (cf. Mc 10,28) y
poseen una caja común de la que participan los pobres (cf. Jn 13,29).
- Fomentar la capacidad de perdón y reconciliación, y no la condena (cf. Mt
18,18).
- Ser una comunidad de amigos, no de siervos (cf. Jn 15,15).
- Vivir la alegría en medio del dolor y la persecución (cf. Mt 5,12).
Antes de ascender al cielo dijo a sus discípulos: “id por todo el mundo y predicad
el Evangelio a toda criatura” (Mc 16,15). Igual que Jesús, sus enviados son también
mensajeros de paz (cf. Rom 10,15) y liberación, y su mensaje sigue estando presente en
aquellos que, como Él, han sido ungidos por el Espíritu para anunciar la Buena Nueva del
Reino.
Cristo Resucitado nos llama a seguirle, nos reúne en comunidad y quiere que
compartamos con Él su misión. Esto significa compartir la utopía, la esperanza y el
entusiasmo por su causa, el Reino, del cual somos herederos. Somos una comunidad de
seguidores de Jesús que, guiados y conducidos por su Espíritu, comparte la misión y
existe para el Reino. Seguir a Jesucristo, camino, verdad y vida, implica hacer nuestra su
dedicación total al servicio del Reino, su fidelidad a la misión, su entrega generosa para
la salvación integral del ser humano, su amor preferencial por los pobres y excluidos, su
oración confiada al Padre y su experiencia de la bondad, fidelidad y misericordia divinas.
23
Junto a Jesús nunca puede faltar en nuestra espiritualidad, como Hijos del
Corazón de María, la mediación de la Madre. Como Claret, nos sentimos vinculados a Ella
en el ejercicio de nuestra misión. Ella es la fragua ardiente donde nos forjamos para ser
lanzados como flechas al corazón del hombre de hoy. “La comunidad descubre y
aprende en el Corazón de María el camino de la escucha. Habitada por la Palabra, no
vivirá dividida, ni será insensible a los clamores de Dios en los hombres”8.
2. Espiritualidad de la comunión
“Que todos sean uno como Tú, Padre, en mí y yo también en ti, a fin de que
también ellos estén en nosotros, y así el mundo crea que Tú me has enviado. Yo
les he dado la gloria que tú me diste, para que sean uno como nosotros somos
uno: yo en ellos y tú en mí, para que sean perfectamente uno y el mundo crea que
tú me has enviado y que yo les he amado a ellos como Tú me has amado a mí”.
(Jn 17,21-23)
Formamos parte del Cuerpo de Cristo como miembros activos (cf. 1 Cor 12,12-30),
nadie debe estar ocioso.
Somos piedras vivas en el templo del Espíritu (cf. 1 Pe 2,5), nadie es
imprescindible y todos somos necesarios.
Somos hermanos iguales en dignidad (cf. Mt 23,8), nadie es ciudadano de segunda
categoría.
8
“Nuestra Espiritualidad Misionera”, pág. 31.
24
programar iniciativas operativas concretas, hace falta promover una espiritualidad de
la comunión, proponiéndola como principio educativo en todos los lugares donde se
forma el hombre y el cristiano, donde se educan los ministros del altar, las personas
consagradas y los agentes pastorales, donde se construyen las familias y las
comunidades. Espiritualidad de la comunión significa ante todo una mirada del corazón
sobre todo hacia el misterio de la Trinidad que habita en nosotros, y cuya luz ha de ser
reconocida también en el rostro de los hermanos que están a nuestro lado.
Espiritualidad de la comunión significa, además, capacidad de sentir al hermano de fe
en la unidad profunda del Cuerpo místico y, por tanto, como ‘uno que me pertenece’,
para saber compartir sus alegrías y sus sufrimientos, para intuir sus deseos y atender a
sus necesidades, para ofrecerle una verdadera y profunda amistad. Espiritualidad de la
comunión es también capacidad de ver ante todo lo que hay de positivo en el otro, para
acogerlo y valorarlo como regalo de Dios: un ‘don para mí’, además de ser un don para
el hermano que lo ha recibido directamente. En fin, espiritualidad de la comunión es
saber ‘dar espacio’ al hermano, llevando mutuamente la carga de los otros (cf. Gal 6,2)
y rechazando las tentaciones egoístas que continuamente nos asechan y engendran
competitividad, ganas de hacer carrera, desconfianza y envidias” (NMI 43).
La verdadera comunión es un don del cielo que sólo alcanzan aquellos que
honestamente comparten la riqueza de la diversidad, teniendo un solo corazón y una
sola voluntad. Es, por tanto, compatible con las diferencias y se realiza siempre en la
variedad. De lo contrario, lo que se lograría sería pura unicidad o dominio de unos sobre
otros.
25
muchos que sean, no forman más que un cuerpo, así también Cristo. Porque todos
nosotros, judíos o no judíos, esclavos o libres, hemos recibido un mismo Espíritu
en el bautismo, a fin de formar un solo cuerpo; y todos hemos bebido también del
mismo Espíritu. (…) Y el ojo no puede decir a la mano: no te necesito; ni la cabeza
puede decir a los pies: no os necesito (…) ¿Que un miembro sufre? Todos los
miembros sufren con él. ¿Que un miembro es agasajado? Todos los miembros
comparten su alegría. Ahora bien, vosotros formáis el Cuerpo de Cristo y cada uno
por su parte es un miembro. Y Dios ha asignado a cada uno un puesto en la
Iglesia”.
(1 Cor 12,4-28)
Pablo nos enseña a ver la Iglesia como obra maravillosa del poder de Dios y como el
ámbito en que las tres divinas personas se hacen activamente presentes. Todo comienza por el
bautismo en un mismo cuerpo mediante la acción de un mismo Espíritu (v.13). Tal vez la expresión
“haber sido abrevados en un mismo Espíritu” haga referencia también a la Cena del Señor,
celebrada todavía bajo las dos especies; el verbo “beber” puesto en voz pasiva indica que es Dios
mismo quien nos da a beber su Espíritu, el Espíritu de Cristo Resucitado.
Las consecuencias son de envergadura. Por haber bebido de un mismo Espíritu y haber sido
sumergidos (bautizados) en un mismo cuerpo por obra de ese mismo Espíritu, los muchos
resultamos uno, lo diferencial retrocede y lo común prevalece. El Espíritu es un incansable operador
de unidad, es él quien edifica la Iglesia como un solo cuerpo (v.12). Ya no se puede seguir hablando
de esclavos y libres, de antiguos judíos y antiguos paganos, todos son “uno en Cristo” -en Gal 3,28,
en contexto semejante al nuestro, “se suprime” también la diferencia entre varones y mujeres-.
Somos un cuerpo, el de Cristo Resucitado; de algún modo nos ha absorbido en sí comunicándonos
su mismo ser, su misma gloria. Vivimos una misma vida. Lo evidente en esta teología paulina es la
unidad. La antigua fábula de la sociedad civil comparable a un cuerpo humano ayuda a Pablo a
explicar la diversidad de miembros y funciones; diversidad menos evidente que la unidad, y que
necesita ser justificada teológicamente.
Donde está Cristo están también el Padre y el Espíritu, y cada una de las personas divinas
despliega su fuerza en los bautizados: el Espíritu distribuye carismas (12,4), el Señor Jesús
encomienda servicios (12,5), Dios Padre concede poderes extraordinarios (12,6), dones orientados a
la edificación del Cuerpo de Cristo, que es la comunidad cristiana. Por estar formada por personas
en camino, esta necesita diversas energías y servicios que la ayuden a crecer y perfeccionarse, a
tender permanentemente “a la estatura de Cristo en su plenitud” (Ef 4,13).
Ese poder de Dios no se da para lucimiento de las personas individuales, o para que puedan
presumir con autosuficiencia. Es importante la cabeza, pero también lo son los pies (1 Cor 12,21); y
ninguno vive para sí, sino todos para el conjunto. Se trata de una realidad teológica, de algún modo
mistérica, pero no sustraída a nuestro campo de experiencia; la teología se verifica en la vida. Por
eso Pablo, antes de pasar a una enumeración escalonada de los posibles dones, advierte -en parte
como indicativo, en parte como imperativo- que si un miembro sufre todos sufren con él, y si un
miembro recibe honores todos se alegran con él (12,26).
Cada uno de los colectivos o personas que comparten la misión tienen su propia
identidad personal, vocacional y carismática. Todos, teniendo clara su propia identidad,
la hacen patente en el encuentro y la complementariedad con los otros. Es más, la
26
identidad carismática de la Iglesia y la naturaleza de su misión requieren reciprocidad y
complementariedad, de forma que la riqueza y la variedad de dones es una oportunidad
para el intercambio y el enriquecimiento mutuo: “la comunión está estrechamente
unida a la capacidad de la comunidad cristiana para acoger todos los dones del Espíritu.
La unión de la Iglesia no es uniformidad, sino integración dinámica de las legítimas
diversidades. Es la realidad de muchos miembros unidos en un solo cuerpo, el único
Cuerpo de Cristo” (NMI 46).
4. Espiritualidad de la corresponsabilidad
Cuando comienza su Pascua, motivada por el amor hasta el extremo, Jesús realiza uno de
los gestos simbólicos más desafiantes para la comunidad cristiana. Él, que ha venido a servir y dar
la vida, lava los pies a sus discípulos, tarea considerada por los hebreos propia sólo de los siervos,
no de los señores.
Pedro intuyó que este no era un gesto inocente: si el Maestro y el Señor hacía esto, ¿qué les
tocaría hacer a ellos? En Pedro tienen todavía mucha fuerza los esquemas de poder y dominio de los
que gobiernan este mundo. Las resistencias del Apóstol muestran los miedos lógicos de aquel a
quien le cuesta ser el último y el servidor de todos, y, al mismo tiempo, manifiestan las resistencias
a asumir el nuevo modelo de relaciones inauguradas por Jesús, basadas en el amor recíproco. En
27
efecto, los seguidores de Jesús están llamados a entablar entre sí unas relaciones en las que el
importante es el que sirve y el primero es el que se hace servidor de todos.
Con el mandato “vosotros debéis lavaros los pies unos a otros” (v. 14), Jesús señala con
claridad el camino a seguir en las relaciones de la comunidad cristiana, que han de estar
caracterizadas por:
La generosidad de lavar y dejarse lavar, de dar y recibir, propia de quienes quieren ser los
últimos y los servidores de todos.
La capacidad de abajarnos para hacernos cargo de las miserias y de la intimidad del
hermano (el pie, signo de intimidad en oriente).
La humildad de quien se siente pobre y necesitado del servicio y de la mano del hermano,
que limpia y sana las suciedades y heridas que nos deja el camino.
Dado que es una comunidad en la que todos somos iguales y todos somos
igualmente responsables, en ella la participación y la corresponsabilidad de todos tiene
que ser mucho mayor y más real que en cualquier sociedad democrática. Si a esto,
aunque la expresión sea inadecuada, lo queremos llamar democracia, la Iglesia tiene
que ser “superdemocrática”. La Iglesia está llamada a vivir y exagerar los valores de la
democracia, pero desde principios ajenos al "poder del pueblo"; desde la igualdad y la
fraternidad, constitutivas del pueblo de Dios. La Iglesia es una democracia por exceso,
ya que va mucho más allá que cualquier otra democracia nacida de la libre voluntad de
los pueblos.
Dice nuestro XXIII Capítulo General que entender la misión como compartida
supone favorecer, entre otras cosas, la corresponsabilidad y el servicio humilde (cf.
PQTV 36). Corresponsabilidad significa responsabilidad compartida. Y responsabilidad
quiere decir dar respuesta. Es responsable quien, con gozo y espíritu de sacrificio,
ofrece un servicio sincero y humilde. Somos hijos de la sociedad postmoderna que nos ha
contagiado con su individualismo exacerbado. Aunque lo denunciemos, somos hijos
también de la sociedad neoliberal que nos ha infiltrado su afán de competencia y de
protagonismo. La misión compartida nos exige renunciar a todo eso, volver al Evangelio
y cambiar el afán de ser primeros por el de ser últimos y servidores de los demás.
Enviados y agraciados con unos dones para ser puestos al servicio de la misión,
asumimos el deber y el derecho de compartir con otros responsabilidades, decisiones y
acciones. La corresponsabilidad implica aceptar y coordinar armónica y eficazmente la
propia responsabilidad con la de los demás, de manera que la distribución y
diferenciación de tareas favorezca la consecución del objetivo o la finalidad del
proyecto que se lleva entre manos. La lealtad, la autodisciplina, la integridad, la
autenticidad y la coherencia la propician y la fomentan.
28
Dios corresponsable, toda ella servidora del Reino en medio del mundo. “Es necesario,
pues, que la Iglesia del tercer milenio impulse a todos los bautizados y confirmados a
tomar conciencia de la propia responsabilidad activa en la vida eclesial...” (NMI 46).
Todo aquello que haga posible y patente la corresponsabilidad y el servicio humilde
entre nosotros conducirá a la construcción de comunidades eclesiales más fraternas,
misioneras y solidarias, que es como las quería Jesús.
“Aparecieron lenguas como de fuego, que descendieron por separado sobre cada
uno de ellos. Se llenaron del Espíritu Santo y empezaron a hablar en lenguas
extrañas, según el Espíritu les permitía expresarse…
Se reunió una gran multitud, y estaban asombrados porque cada uno oía a los
apóstoles hablando en su propio idioma.
Fuera de sí por el asombro, comentaban: ¿Acaso los que hablan no son galileos?
¿Cómo es que cada uno los oímos en nuestra propia lengua nativa?…
Todos los oímos contar en nuestras lenguas las maravillas de Dios”.
(Hch 2,3-11)
El día de Pentecostés, el día de las inundaciones del Espíritu, es el día del comienzo
universal. El acontecimiento se produce en un lugar delimitado (v.1) e implica a un número
restringido de personas, pero a partir de ese momento y de esas personas comienza una dinámica
evangelizadora de ilimitadas dimensiones.
El hecho de que en la escena aparezcan “lenguas” guarda íntima relación con el modo
prodigioso como hablan los discípulos, obra del Espíritu. Su hablar “en lenguas extrañas” era,
como se resalta expresamente, un hablar especial por obra del Espíritu, no un hablar corriente. La
fuerza del Espíritu de Dios, que acaba de descender sobre ellos, empuja a los discípulos a hablar, y
da forma y contenido a sus palabras.
El mensaje de que Jesucristo ha resucitado llega a todos, desde Asia hasta África, “y también
los forasteros, romanos -tanto judíos como prosélitos-, cretenses y árabes” (Hch 2,11). Es el
Espíritu quien capacita a los testigos de Jesucristo resucitado para hablar en “nuestras lenguas”
(factor de unidad contrapuesto a la dispersión de la humanidad en Génesis 11,1-9, el episodio de la
torre de Babel). Además, en este día (y a partir de entonces) todos hablan de “las maravillas de
Dios”, participando de esta forma en la misión apostólica. La invitación a participar de la salvación
es para todos los hombres y mujeres sin distinción de razas, porque no hay más “ni judío, ni griego,
ni esclavo, ni libre, ni hombre, ni mujer” (Gal. 4,27). Todos están llamados a hablar de las
maravillas de Dios.
29
La dinámica de misión compartida exige un gran nivel de comunicación. La
comunicación es algo irrenunciable en los procesos de misión compartida.
Para que la comunicación sea fluida no se puede perder de vista que la expresión
“misión compartida” implica un significado analógico. Compartimos el espíritu misionero
en la Iglesia desde distintas funciones y responsabilidades, a distintos niveles y en
distintos ámbitos. Dentro de esta dinámica es preciso evitar todo atisbo de
igualitarismo, tanto antropológico y cultural como vocacional y pastoral. Es necesario
precisar lo que cada uno puede aportar como propio y cuáles son los roles y
competencias para compartir la misión en el área de la pastoral.
30
Saludos a Prisca y Aquila, mis colaboradores en Cristo Jesús, quienes, por salvar
mi vida, se jugaron la suya. Saludad a Epéneto,… Saludad a María,…; a Andrónico
y a Junias,… Saludad también a Ampliato,…; a Urbano,… y a mi querido Estaquis.
Saludad a Apeles,… y a los de la casa de Aristóbulo.
Saludos para mi paisano Herodión y para los cristianos de la casa de Narciso; para
Trifena y Trifosa,… y para la querida hermana Pérside.
Saludad a Rufo,…, y a su madre que es como si fuera mía. Saludad a Asíncrito, a
Flegón, a Hermes, a Patrobas, a Hermas y a los hermanos que viven con ellos.
Saludad también a Filólogo y a Julia; a Nereo y a su hermana; a Olimpo y a todos
los creyentes que están con ellos. Saludaos, en fin, unos a otros con el beso santo.
Os saludan, a su vez, todas las iglesias de Cristo”.
(Rom 16,1-15)
El apóstol tiene un gran círculo de relaciones. A algunos los llama parientes, quizá unas
veces en sentido propio (16,7.11a) y otras en sentido figurado: reconoce a la madre de Rufo como
madre propia (16,13). No tiene complejo en que se sepa que algunos “fueron en Cristo antes que
yo” (16,7). No se puede ser apóstol sin actitudes de cercanía, de amistad, y sin libertad de celos.
Justamente Pablo se presenta como un hombre de gran corazón: ama, tiene amigos y
amigas. Encontramos el adjetivo-participio agapetós/agapeté aplicado a Epéneto (v.5), a Ampliato
(v.8), a Estaquis (v.9), a Pérside (v.12). Sin duda fue esa estrecha relación humano-cristiana la que
llevó a Prisca y Aquila a ofrecer el cuello por él (v.4). Y Pablo quiere que se sepa.
Para otros tiene adjetivos de distinción: Apeles es un “cristiano a toda prueba” (gr.
dókimos, v.10), y Rufo es un “selecto en el Señor” (gr. eklektós, v.13). El apóstol reconoce la valía
de sus hermanos y colaboradores.
Bastantes de las personas aquí recordadas y saludadas por Pablo se caracterizan por su
trabajo apostólico al lado del apóstol: “mis colaboradores en Cristo Jesús” (16,3; cf. 16,9), “ha
trabajado mucho por vosotros” (v.6); algunos reciben incluso el título de “apóstoles” (v.7), que
Pablo comparte fácilmente (cf. 1 Cor 1,1); de varias mujeres afirma que “se han afanado en el
Señor” (v.12). Esos afanes han llevado a algunos a correr la misma suerte del evangelizador: fueron
a la cárcel con él (v.7).
Al inicio del capítulo destaca la personalidad de Febe, que tiene un ministerio en la iglesia
de Cencreas, es de gran utilidad por sus servicios a los creyentes, y Pablo no se recata en reconocer
que “ha favorecido a muchos, entre ellos a mí mismo”.
Pablo ha depositado mucha confianza en estos colaboradores; hay entre ellos bastantes
“dirigentes de comunidad”, de una “iglesia que se reúne en su casa” (cf. 1 Cor 16,19). Es el caso de
Prisca y Aquila (v.5); probablemente el de “los cristianos de la casa de Narciso” (v.11); Flegón,
Hermes, Patrobas, Hermas, y “los hermanos que viven con ellos” (v.14); y Nereo, su hermana,
Olimpo y “todos los creyentes que están con ellos” (v.15).
Y no parece que estos servicios se limiten a dar sedimento a lo ya hecho. Prisca y Aquila
deben de haber trabajado como misioneros itinerantes, por aldeas donde no había judíos, de modo
que “todas las iglesias de los gentiles les están agradecidas” (v.4).
En resumen podríamos decir que, junto al apóstol y participando de su vocación y entrega,
va surgiendo toda una constelación de colaboradores que dan continuidad a su labor misionera, le
protegen a él mismo y sostienen su obra. Constituyen su nueva familia en el Señor, por eso les
llama hermanos, queridos, parientes, “madre”.
31
tener una sensibilidad especial para percibirlos, antes de nada, como hermanos, y tener
una disposición abierta a colaborar con ellos.
7. Espiritualidad de la confianza
“Desde allí se fue a la región de Tiro y Sidón. Una mujer de la zona salió gritando:
¡Señor, Hijo de David, ten compasión de mí! Mi hija es atormentada por un
demonio.
Él no respondió ni una palabra. Se acercaron los discípulos y le suplicaron:
Señor, atiéndela, para que no siga gritando detrás de nosotros.
Él contestó: ¡he sido enviado solamente a las ovejas perdidas de la Casa de Israel!
Pero ella se acercó y se postró ante él diciendo: ¡Señor, ayúdame!
Él respondió: no está bien quitar el pan a los hijos para echárselo a los perros.
Ella replicó: es verdad, Señor, pero también los perros se comen las migajas que
caen de la mesa de sus dueños.
Entonces Jesús contestó: mujer, ¡qué fe tan grande tienes! Que se cumplan tus
deseos.
Y en aquel momento, su hija quedó sana”.
(Mt 15,21-28)
32
que no fuera de la propia familia. Sus gritos desesperados: “¡Señor,… ten compasión de mí!” (v. 22)
y “¡Señor, ayúdame!” (v.25), están cargados de fe. La cananea mantiene la confianza a pesar de las
objeciones verbales y los gestos que percibe a su alrededor. No le invitaban a la confianza el
silencio de Jesús ante su súplica; el deseo de los discípulos de quitársela de en medio por lo
escandaloso que esta representaba (“atiéndela, para que no siga gritando detrás de nosotros”,
v.23); las objeciones del Maestro expresadas con cierta dureza (“quitar el pan a los hijos para
echárselo a los perros”, v. 27)… A pesar de todo, ella, que ha hecho suya la debilidad de su hija,
permanece firme en la seguridad de que la salvación de Jesús es para todos. Su insistencia, fundada
en la confianza en la persona de Jesús y en la clara conciencia de sus derechos, junto a su magnífica
capacidad de diálogo, son las mejores armas para que caigan los prejuicios y el rechazo que suscita
su condición de mujer y además pagana.
Jesús termina haciendo un elogio (“mujer, ¡qué fe tan grande tienes!”, v. 28) de lo que supone
la superación de situaciones cargadas de miedos, prejuicios, prevenciones… que, en buena lógica,
tendrían que conducir a la desconfianza. Al mismo tiempo, es una invitación a creer en los milagros
que puede hacer surgir la confianza (“y en aquel momento, su hija quedó sana”, v.28).
La confianza es una de las condiciones que hacen que la vida en grupo sea
armoniosa, ya que facilita la vinculación, la convivencia, la comunión y el compartir con
el otro. Si no hay confianza, nos enfrentaremos a lo imposible, porque lo imposible, en
todos los ámbitos -y por supuesto cuando compartimos la misión-, se nutre, en gran
parte, de la falta de confianza. Mientras la desconfianza prevalezca, la convivencia y el
compartir entre las personas no podrán alcanzar su pleno desarrollo.
La esperanza que nos proyecta hacia la comunión y fraternidad propias del Reino
de Dios que, ciertamente, triunfarán sobre todas las mezquindades e
individualismos. La esperanza alienta nuestra paciencia, a pesar de la prueba que
supone a veces la vida real, y nos saca de esa finitud irreversible que nos hace
creer que todo se ha jugado definitivamente.
33
La fe que nos abre a la verdad, a lo que tiene sentido y a lo que, juntos y sin
tregua, debemos buscar a pesar de todo: el Reino de Dios y su justicia. Lo que
llevamos entre manos es demasiado valioso como para que nuestra falta de fe
oscurezca el horizonte de la misión que compartimos.
El amor que nos lleva a aceptar a los otros en su totalidad y tal como son. Nos
ayuda además a relativizar las dificultades que obstaculizan la superación del yo.
No termina nunca el compromiso por mantener viva la llama del amor que anima
nuestra participación en la misión y que sustenta la confianza, comunión,
comunicación, corresponsabilidad y complementariedad de quienes la comparten.
Vamos a desarrollar cada uno de ellos. Pero antes no está mal señalar que, si no
queremos caer en una visión paternalista de la misión, el auténtico compartir ha de ser
en plano de igualdad y respetando la diversidad. En la mesa común de la misión cada
uno pone lo suyo específico, y todos compartimos lo de todos. De lo contrario el que
cree tener más reparte, y los demás reciben.
34
vida, que se está viendo especialmente amenazada en este mundo globalizado,
despersonalizado y violento.
2. Ámbito eclesial
El Resucitado confió a la Iglesia una sola misión, una gran misión, en la que
hemos de participar todos los que creemos en Él a través de los siglos. Por lo tanto, que
nadie hable de “su” misión. Lo único de lo que está autorizado a hablar con verdad es de
su forma peculiar de colaborar y servir a la única misión de la Iglesia.
La misma y única misión la tiene en plenitud también cada Iglesia particular por
el hecho de no ser una sucursal, una delegación o una parte incompleta de la Iglesia
universal, sino la Iglesia entera de Jesús en un determinado lugar. También ahí, a ese
nivel, compartimos todos la misión eclesial: obispos, presbíteros, religiosos y seglares.
La compartimos bajo la autoridad del obispo, pero por derecho propio. Cada uno
coopera a la construcción de la Iglesia local desde el lugar eclesial y desde el servicio en
que el Espíritu con sus dones lo ha colocado. La comunión con el pueblo de Dios que
conforma la Iglesia de Jesús en un determinado lugar y el compartir con los obispos,
presbíteros, diáconos, religiosos y seglares, son exigencias de la misión compartida.
35
Nuestra aportación a la misión común dentro de la Iglesia particular se realiza
siempre desde nuestra peculiaridad carismática. Precisamente esa es la riqueza de la
misión compartida, el poner en común los distintos carismas sin perder la propia
identidad. Y precisamente eso es lo que muchos obispos esperan de nosotros cuando nos
piden algún servicio pastoral, temporal o permanente: que aportemos a la misión
diocesana nuestro carisma claretiano.
La colaboración más frecuente con los ministros ordenados se lleva a cabo desde
las parroquias cuya administración los obispos nos encomiendan. En este sentido, existe
en nuestra Congregación una larga tradición de presencia en la vida diocesana, y, por
tanto, de trabajo en común con los sacerdotes. Trabajo en común que en muchos casos
es una auténtica misión compartida, pues se trata de llevar a cabo entre todos la misión
evangelizadora de la Iglesia particularizada en esa Iglesia local.
De todos modos, no hay por qué reducir las posibilidades de trabajo en común
con el clero diocesano al ámbito parroquial. Existen ejemplos de experiencias de
equipos misioneros u otro tipo de plataformas evangelizadoras en las que diocesanos y
claretianos trabajan compartiendo la misión.
36
evangelización y en la promoción humana sin reducir su acción a lo intraeclesial” (EMP
50).
37
una exigencia del sentido y del objetivo que el Espíritu Santo nos propone al distribuir
los carismas.
Este ámbito hace referencia a lo que supone compartir la misión con otras
personas e instituciones con las que formamos una familia carismática. Ya desde el
principio, muchos fundadores de institutos religiosos, en virtud del carisma que tenían,
fundaron otras instituciones de religiosos, de seglares o de presbíteros, formando así una
familia eclesial que tiene como punto de referencia al mismo fundador y algunos rasgos
carismáticos comunes.
4. Ámbito congregacional
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Cuando los religiosos hablamos de misión compartida pensamos casi
exclusivamente en compartir la misión con los de fuera de la comunidad religiosa. Pero
hay que comenzar por casa y compartir la misión dentro de la propia Congregación,
Provincia y, sobre todo, comunidad local. Aunque cada comunidad y cada obra tengan su
proyecto pastoral, no siempre todos lo hacen suyo, y con frecuencia se dan actitudes de
individualismo que llevan a constituir cotos cerrados en la actividad apostólica. Es claro
que no comparten la misión las personas centradas en proyectos meramente
individualistas que no se sienten enviadas por la comunidad.
Ayudantes: normalmente hacen aquello que se les pide, sin más, para lo que se
les dan ciertas normas; y no necesitan una formación especial acerca del talante
evangelizador, las prioridades de misión,… si bien en algunos casos sí reciben
dicha formación.
Colaboradores: normalmente son voluntarios. Deben tener una cierta formación
acerca de la misión y el estilo de la Congregación y gozan de una cierta
autonomía de acción, si bien están en todos los casos bajo la jurisdicción de
otros. Su capacidad de intervención en las grandes decisiones o en las líneas de
acción es escasa o indirecta.
Trabajadores: algunos de estos ya desempeñan tareas significativas, y pueden
tener una responsabilidad más clara en la toma de decisiones, si bien siguen
estando bajo la jurisdicción de un párroco, director, coordinador, etc. Son
personas escogidas, además de por su cualificación profesional, en virtud de su
preparación o vinculación con la Congregación, su conocimiento de la misma,...
que gozan de la confianza de la institución para el desempeño autónomo de su
trabajo.
Co-partícipes: en muchos casos forman parte del máximo órgano de gobierno de
la institución de que se trate, y participan como uno más en la toma de
39
decisiones. También gozan de capacidad de actuación y organización, y tienen
bajo su responsabilidad grupos de personas o áreas de trabajo. Según de qué caso
o institución se trate, pueden ser asalariados o voluntarios. Estos son auténticos
protagonistas de la misión compartida, con posibilidad de aportar su opinión, su
decisión o su iniciativa a la misión común, en igualdad de condiciones con
religiosos que desempeñan cargos similares o teniendo responsabilidad sobre
aquellos miembros de la Congregación a los que corresponde estar bajo su
jurisdicción. Evidentemente, para acceder a un puesto de este tipo se requiere
una sólida formación profesional y acerca del carisma congregacional, y una
cierta trayectoria de cercanía y comunión con las personas y los planteamientos
de la Congregación.
40
misión compartida, por su misma naturaleza, se desarrolla entre personas y grupos
diferentes. Esto implica respeto a la diversidad y valoración del otro como otro. Cada
estilo de vida debe respetar los espacios propios de las otras identidades o vocaciones
para que haya una verdadera comunión y no una destrucción de carismas.
2. Un proyecto de misión
41
2.3. Coordinación del proyecto
Los miembros del Pueblo de Dios comparten la única misión de Jesús; tal
compromiso dura toda la vida y afecta a la persona en su integridad: mente, corazón y
fuerzas (cf. Mt 22, 37). Concebida así la vida del cristiano, la formación no es sólo un
tiempo pedagógico de cualificación para la misión sino que representa un modo
teológico de pensar, sentir, hacer y manifestar la misma vida cristiana en cualquiera de
sus formas. De este modo, así como la misión compartida se inspira en la Trinidad, la
formación compartida, nunca terminada, es participación en la acción del Padre
Educador, que mediante el Espíritu Animador nos configura con los sentimientos del Hijo
Formador para continuar su misión evangelizadora al estilo de Claret.
42
reciprocidad en la evangelización. Todo esto supone un camino o, mejor, un itinerario a
recorrer de manera sistemática.
Ayudar a que el evangelizador sea una persona disponible para formarse durante
toda la vida, en toda circunstancia, a cualquier edad, en cualquier ambiente y
contexto humano (comunidad religiosa, familiar, parroquial, educativa…),
dejándose afectar por cualquier parte de verdad, de bondad y belleza que
encuentre junto a sí. Se trata de aprender a dejarse formar por la vida cotidiana:
por la comunidad, el servicio evangelizador, la oración, la fraternidad, las cosas
de siempre, ordinarias y extraordinarias, el cansancio, la alegría y el sufrimiento
de cada día. La vida misionera, llevada con hondura y densidad, día a día, es un
itinerario de formación continua.
43
Motivar al evangelizador para que ponga sus dones y carisma al servicio de la
misión compartida, teniendo en cuenta los desafíos de cada época y de cada
ambiente. Para ello, los itinerarios formativos deberán abordar la formación del
ser (madurez humana, cristiana, carismática y apostólica), la formación del saber
(formación bíblica, teológica y en las ciencias humanas y sociales), la formación
del hacer (formación pedagógica, metodológica y pastoral), la formación en la
relación para el compartir.
El gobierno es una acción global que intenta llevar a cabo la misión confiada, el
ejercicio de la autoridad, sea en el interior de la comunidad religiosa o en cualquier
ámbito pastoral. El gobierno desde y para la misión compartida se inspira y tiene como
centro la misión, que es única pero ejercida de diversas maneras (Ef 4,4-7.11-16), a la
cual cada uno aporta su peculiaridad según el don recibido del Espíritu.
44
más abiertas y acogedoras, dialogantes y tolerantes; ser signos e instrumentos de
comunión. Hemos de prepararnos para entrar, vivir y actuar en red; para acoger a
gentes de otras culturas y confesiones; para superar diferencias en la forma de pensar
política y teológicamente; para planificar y trabajar en equipo, comenzando con los que
convivimos.
Para llegar a una verdadera misión compartida es necesario gobernar desde los
clásicos principios que han sido propuestos en la Iglesia postconciliar: información,
comunión, participación, subsidiariedad y corresponsabilidad. Esto significa que:
45
de unión, memoria del proyecto a realizar y de lo que cada uno es y debe hacer.
La sana corresponsabilidad no da cabida ni a la abdicación ni a la intromisión.
46
No todo tenemos que inventarlo e iniciarlo nosotros, los claretianos, pues hay
muchos proyectos de evangelización en los que, sin ser protagonistas, podemos
prestar nuestros servicios.
47
Optar por realizar nuestra vida misionera en clave de misión compartida tiene
también sus implicaciones en la economía. Afecta a nuestro modo de ver la lacerante
realidad, a ajustar el estilo de vida, a compartir los bienes y a luchar contra la pobreza.
Frecuentemente la economía ha sido tratada como una tarea aparte, de la que se
encargaban algunos: ecónomos, tesoreros, administradores... Poco a poco se ha visto
que la economía se entrelaza con la espiritualidad, el gobierno, la formación y el
apostolado. Es un elemento integrante de la vida misionera. No sólo porque sin dinero no
se puede hacer nada, sino porque en el uso del mismo demostramos una forma de
pensar, de vivir, de relacionarnos, de apreciar el sentido de la historia y, en particular,
de valorar a las personas. La comunicación de bienes, que se halla tan en el centro de la
vida de las primitivas comunidades cristianas, ha tomado el nombre de solidaridad y nos
ha ensanchado el horizonte de relaciones.
Los principios que rigen el gobierno desde y para la misión compartida son los
mismos que guían la gestión de los bienes. También la economía pide información
(transparencia), comunión (intercambio), participación (cooperación), subsidiariedad
(asumir las pertinentes responsabilidades) y corresponsabilidad (todos responsables
según competencias).
48
transformadora. Que quienes trabajamos juntos por el Reino (misioneros claretianos,
sacerdotes, religiosos y laicos) aspiremos a ejercer, a través del testimonio, la profecía
de la solidaridad, es tanto como pretender hacer presente o explícita la razón última de
nuestra vocación apostólica y la esperanza de poder llegar a formar entre todos la
familia de los hijos de Dios.
49
Los dos grandes capítulos que debe atender la economía son: los gastos de
sostenimiento de la misión y los gastos de preparación, formación y cuidado de los
agentes de evangelización.
50
CONCLUSIÓN
Hemos querido con este texto dar respuesta a los deseos y expectativas que los
Misioneros Claretianos expresaron en su XXIII Capítulo General. Su intención es clarificar
el significado de la misión compartida y promover su puesta en práctica, respetando las
distintas situaciones congregacionales.
A lo largo de nuestra reflexión, hemos constatado que contamos con una rica
experiencia en este campo y que, por tanto, son más los logros del camino que las
sombras o dificultades.
Ojalá que María, Corazón que supo reunir a los discípulos en torno a ella en el
Cenáculo y les animó a continuar la misión de su Hijo, nos acompañe en el proyecto que
queremos llevar a cabo con todos los seres humanos que promueven la Vida en el mundo
entero.
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ÍNDICE
INTRODUCCIÓN
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IV. ÁMBITOS DE LA MISIÓN COMPARTIDA
1. Ámbito global, ecuménico e interreligioso
2. Ámbito eclesial
2.1. Compartimos la misión en la Iglesia local
2.2. Misión compartida con otras formas de vida, carismas y ministerios
2.2.1. Compartimos la misión con los ministros ordenados
2.2.2. Compartimos la misión con los seglares
2.2.3. Compartimos la misión con otros consagrados
3. Ámbito de familia carismática
4. Ámbito congregacional
5. Ámbito local: proyectos evangelizadores
CONCLUSIÓN
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SIGLAS DE DOCUMENTOS UTILIZADAS
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GUÍA DE TRABAJO
SOBRE LA MISIÓN COMPARTIDA
1ª SESIÓN
1. En particular:
2. Reunión de grupo:
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2.1. Invocamos al Espíritu y nos dejamos interpelar por la Palabra de Dios al
comenzar la reunión. Sugerimos la lectura de Lc 12,54-57 (ó Mt 16,2-3) o
bien Lc 10,21.23-24.
2ª SESIÓN
Como la misma palabra indica, los fundamentos son los que sostienen todo
el edificio. Es importante colocarlos o revisarlos antes de comenzar a levantar un
nuevo modelo de misión compartida si queremos que sea un proyecto con futuro.
1. En particular:
Lectura personal del Apartado II. Terminada la lectura cada uno prepara,
con vistas al diálogo comunitario, una pregunta sobre cada uno de los cuatro
grandes bloques del Apartado: la dimensión antropológica, la dimensión
teológica, la dimensión eclesial y la dimensión carismática de la misión
compartida.
2. Reunión de grupo:
2.2. Diálogo sobre las preguntas que cada uno ha preparado. No hay que olvidarse
de tomar nota de las sugerencias concretas que se vayan aportando.
3ª SESIÓN
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APARTADO III: Elementos para la espiritualidad de la misión compartida
4ª SESIÓN
A lo largo del proceso hemos podido constatar que los ámbitos en los que
compartir la misión son variados y diversos. Es el momento de afrontar este tema
tan importante.
1. En particular:
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2. Reunión de grupo:
5ª SESIÓN
1. En particular:
2. Reunión de grupo:
2.1. Invocamos al Espíritu y nos dejamos interpelar por la palabra. En este caso,
del Documento del Capítulo General Para Que Tengan Vida, n.66.
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- ¿Cómo lograr una formación adecuada y conjunta?
- ¿Qué ámbitos de nuestro gobierno se podrían compartir con otros?
- ¿Qué habría que tener en cuenta desde el punto de vista
económico?
2.4. Una vez concluido todo el proceso, se dejarán por escrito las conclusiones a
las que se haya llegado para contribuir a poner en práctica la misión
compartida.
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