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Mondrian
Pero el arte casi nunca ha podido desarrollar sus potencialidades al cien por
cien. Nacido del ritualismo mágico-religioso, su autonomía plena ha estado confiscada por
la teología, salvo en contadísimas excepciones, hasta nuestros propios días. La anestesia
funcionó tan bien que acabó convirtiéndose en la médula espinal donde habita la
estabilidad emocional de la especie, desarrolló vida propia y casi acaba devorando a las
demás funciones vitales. Jacques Monod considera que “...el valor de “performance” de
una idea depende de la modificación del comportamiento que aporta al individuo o al
grupo que la adopta. Aquélla que confiera al grupo humano que la hace suya más
cohesión, ambición, confianza en sí, de dará de hecho un aumento de poder de expansión
que asegurará la promoción de la misma idea. Este valor de promoción no tiene
necesariamente relación con la parte de verdad objetiva que la idea pueda comportar.”. Y
estas ideas llegan a hacerse necesarias para mantener el equilibrio psíquico de los grupos
humanos y esta necesidad llega con el tiempo a hacerse innata y a inscribirse de algún
modo en el código genético. R. Dawkins ha acuñado el nombre de “meme” para designar
a un replicador genético que podría definirse como “unidad de transmisión cultural” y que
tiene la capacidad de perpetuar y perfeccionar automáticamente ideas o grupos de ideas
que demuestran a lo largo de los siglos su efectividad adaptativa. Su favorito es, por
supuesto, la idea de Dios. ¿Podría el arte haber suplantado el papel de la religión en la
tarea de remendar los desgarros gnoseológicos del hombre? Probablemente no. Simple
cuestión de fortaleza en el circo darvinista de la lucha por la vida. Así pues, la religión ha
controlado durante toda la historia los arreos de la expresión artística para su propio
beneficio. Las excepciones son pocas aunque, como en el caso del arte grecorromano,
maravillosas. Precisamente porque la expresión artística ha logrado zafarse del bocado de
la fe. La autonomía y la libertad creativas en una sociedad relajada de verdades reveladas
llevan inevitablemente al equilibrio entre la forma y el fondo de las obras.
Tal como afirma Monod, “si es cierto que la necesidad de una explicación
entera es innata, que su ausencia es la causa de una profunda angustia (...) se comprende
entonces porqué han sido precisos tantos milenios para que aparezcan en el reino de las
ideas las del conocimiento objetivo como única fuente de verdad auténtica”. Una idea fría
y austera que deja al hombre solo consigo mismo y solo frente al cosmos, que ha instalado
a la ciencia desde hace tres siglos en la base material d toda la evolución social y
económica de las sociedades, que tiene las claves para explicar de una manera racional,
clara y amable la mayoría de los insondables misterios que han poblado la imaginación de
la humanidad desde su nacimiento. Y que plantea un sistema de valores nuevo, una ética
de la razón que el hombre se impone a sí mismo en lugar de venir impuesta desde fuera,
desde supuestas instancias superiores, que hay que empezar a formular en sustitución de
la de la “antigua alianza”. Pero el triunfo de la anacronía parece por ahora asegurado.
“Armadas de todos los poderes, disfrutando de todas las riquezas que deben a la ciencia,
nuestras sociedades intentan aún vivir y enseñar sistemas de valores ya arruinados, en su
raíz, por esta misma ciencia. Ninguna sociedad antes que la nuestra ha conocido tal
desgarramiento. En las culturas primitivas, como en las clásicas, las fuentes del
conocimiento y las de los valores eran confundidas por la tradición animista. Por primera
vez en la historia, una civilización intenta edificarse permaneciendo desesperadamente
ligada, para justificar sus valores, a la tradición animista, totalmente abandonada como
fuente de conocimiento, de verdad”. Y es, desde, luego, este desacople vital y funcional el
culpable del negro abismo de tinieblas que tenemos delante de nosotros, de la ruina del
proyecto racionalista que tantas esperanzas levantó en su origen y no la propia dinámica
interna del progreso cientifista como pretenden hacernos creer los apocalípticos de la
“antigua alianza”.
M.Harazem, sept.99
Publicado en ARTyCO, nº 6
Otoño, 1999