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Pragmatismo resignado y mesianismo escatológico

Onofre Guevara López


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Agosto 29 2006

O sea, el complejo del dominado y el complejo del


dominante. El primero condiciona la conducta y el
pensamiento de los políticos tradicionales nicaragüenses;
el segundo se los condiciona a los políticos
estadounidenses. Nunca ha sido distinta la relación entre
Nicaragua y los Estados Unidos, durante ciento cincuenta y
siete años.

Andrés Pérez Baltodano, autor del libro “Entre el Estado


Conquistador al Estado Nación: Providencialismo,
pensamiento político y estructuras de poder en el
desarrollo histórico de Nicaragua” (2003), ofrece una cabal
visión de nuestro pasado, del papel desempeñado por los
políticos libero-conservadores y la función de la Iglesia
Católica ante la injerencia de los Estados Unidos. En este
libro se encuentra ese concepto clave para, en dos
palabras, definir ese tradicional entreguismo ante los
gringos: el “pragmatismo resignado”. No es, como alguien
supuso, aplicable al pueblo nicaragüense, sino a los
políticos profesionales, aunque, por su influencia
enajenante, lo comparta algún sector popular.

Jorge Eduardo Arellano, en su libro “La pax americana en


Nicaragua (1910-1932)” –2004—, utiliza un concepto
complementario al de Pérez Baltodano, porque define la
actitud de los gobernantes de Estados Unidos hacia países
pequeños como el nuestro: “El mesianismo escatológico o la
escatología mesiánica”. Los dos conceptos ayudan a tener
una mejor comprensión del mismo fenómeno.

El “pragmatismo resignado” es la conducta condicionada del


político libero-conservador ante la injerencia gringa, y
con su sentido práctico se adapta a esta situación, la
justifica, la propicia y actúa en consecuencia. Esta
práctica le consolida mentalmente su complejo de dominado
que espera de la injerencia extranjera “ese futuro de
engrandecimiento y de riquezas” para Nicaragua, según lo
expresó el “presidente” Adolfo Díaz ante Philander C
Knox (enero 14, 1912), citado por Arellano.
El concepto de Arellano define la mentalidad imperial de
los políticos gringos de principios religiosos y racistas,
que se sienten superiores y predestinados por Dios para la
dominación mundial. Tras esta “misión” robaron primero más
de la mitad de México, después neocolonizaron países
pequeños (Puerto Rico, Filipinas, Guam), y en seguida
impusieron su injerencia en otros (Cuba, Nicaragua,
República Dominicana, Panamá, etcétera). Su política de
conquista es inspirada en un providencialismo practicado
desde la cúpula del poder imperial.

Pérez Baltodano describe la actitud de los gobernantes


gringos según la naturaleza imperialista del sistema
económico-social de su país, que les impulsa su acción
conquistadora con el uso del capital financiero como
instrumento de dominación y la agresión militar como
recurso extremo tras el mismo fin. Arellano enfatiza en
este fenómeno una desviación moral y religiosa con que se
justifican los actores de la voracidad imperial de los
Estados Unidos; es decir, enfatiza en la consecuencia
ideológica: el “mesianismo escatológico o escatología
mesiánica”, y no tanto en las causas económicas y sociales
del sistema.

Pérez Baltodano ve la voracidad del imperialismo y la


actitud servil de los conductores de la política criolla
como dos aspectos de un mismo fenómeno histórico, mientras
Arellano muestra tendencia a exculpar a los responsables de
la política interna, y a verlos como víctimas del racismo
gringo, para lo cual se apoya en historiadores como Pedro
Joaquín Chamorro Zelaya –conservador— y de Sofonías
Salvatierra –liberal.

Arellano señala la discriminación de que eran objeto los


electores en la Constitución de 1858 –la de los treinta
años conservadores-, según la cual el derecho a votar y a
ser elegido dependía de poseer determinada cantidad de
dinero; a la “matrícula” en las haciendas para garantizar
la mano de obra, no le ve su matiz semifeudal. Más bien,
Arellano sorprende al calificar al conjunto de gobernantes
de esta época (herederos de sangre e ideología de los
colonialistas españoles) como un “patriciado progresista”.

Una de las razones de Arellano para hacer tal calificación


es que los gobernantes respetaron la alternabilidad en la
presidencia y la libertad de prensa. Obvia el hecho de que
la alternabilidad no era democrática, sino el reparto del
poder entre una misma clase, por medio del mecanismo
constitucional de excluir a quienes no tenían dinero; y que
una “libertad de prensa” en un país con una población casi
analfabeta y discriminada políticamente es una libertad
mítica.

Pérez Baltodano hace ver cómo entre los gobiernos


imperiales gringos y los políticos resignados nicaragüenses
obstaculizaron la construcción de un verdadero Estado
nacional, y dieron continuidad al Estado conquistador, de
herencia colonial. Arellano centra su estudio en los
tratados que durante veintidós años Estados Unidos firmó
con los gobernantes nicaragüenses, a través de los cuales
determinó los planes económicos, los asuntos políticos y
electorales, y orientó su ejecución a los políticos, según
le convenía al invasor.

El papel de la Iglesia Católica nicaragüense en el estudio


de Pérez Baltodano resalta en su justa magnitud como
cómplice y justificadora del “pragmatismo resignado” y del
providencialismo de los políticos libero-conservadores,
porque “Dios es la fuerza y la inteligencia suprema que
gobierna el destino de los individuos, de las naciones y
del mundo”. Por lo tanto, la presencia permanente de los
Estados Unidos en los asuntos internos de Nicaragua es un
destino trazado por Dios, ante cuya voluntad nadie puede
hacer nada, sino resignarse y colaborar.

Arellano le dedica poca atención a la Iglesia Católica como


aliada de las oligarquías criollas, pero hace referencia al
concordato como uno de los elementos del carácter
confesional del Estado conservador de los “treinta años”,
pues la Constitución de 1858 “mandaba al gobierno proteger
el culto de la Religión Católica, Apostólica y Romana,
declarándola oficial de la República.” El caso del obispo
Simeón Pereira y Castellón, quien protestó contra la
intervención gringa, es un caso excepcional y una de sus
pocas referencias al papel de los jerarcas católicos.

Arellano casi omite a Sandino, quien, precisamente, levanta


la bandera de la dignidad nacional frente a los
practicantes del “pragmatismo resignado”, y los portadores
del “mesianismo escatológico”. De Sandino, sólo reproduce
las dos menos trascendentes frases dirigidas a Moncada
respecto al pacto del Espino Negro: “Que la resolución que
usted tome sea la más acertada; y “…en el caso de que no se
tratara de un arreglo (…) yo opinaría que la base
fundamental, indispensable, debe ser la presidencia del
doctor Sacasa.”
A Moncada y su justificación por los del Espino Negro le
dedica dos capítulos: “La misión pacificadora de Stimson” y
“La perspectiva constitucionalista de los hechos” (páginas
187-194). Algo curioso: la razón patriótica de Sandino para
enfrentar la intervención de los Estados Unidos (no
mencionada en el libro) es la misma razón de Moncada para
rendirse: Sandino dijo a pesar de que, y Moncada dijo
porque “su Ejército, (es) uno de los más poderosos de la
tierra…” Un simple adverbio de modo y cuatro simples
conjunciones determinaron las dos posiciones ante el
imperialismo que aún persisten en nuestro país: “el
pragmatismo resignado” y su contrario, el patriotismo.
Igual: derecha e izquierda.

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