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Susan Strange

Capítulos II-III- IV
Dinero Loco: Capitulo 2: Innovaciones (Susana Strange)
La naturaleza de la innovación
La gente innova par obtener beneficios, estos últimos no son solo una cuestión de economía. La
oportunidad de extraer un beneficio de la innovación viene dada por la autoridad política (de un
gobierno).
En una “economía planificada” cuando el innovador obtenía algún beneficio, estos procedían de
algún organismo estatal. En una “economía mixta o de mercado” la oportunidad viene dada por el
Estado de forma mas indirecta, al garantizar las derechos de propiedad intelectual y la inviolabilidad
de los contratos.
La oportunidad también puede venir dada por organizaciones no estatales. Grandes empresas y
asociaciones gremiales se han opuesto o han impedido innovaciones que amenazaban a sus
beneficios, aún cuando estas podían haber beneficiado a los consumidores. Las asociaciones
profesionales y los sindicatos son dos fuentes de regulación no estatal que pueden adoptar normas
sobre las prácticas innovadoras. Al igual que los gobiernos, ambas fuentes se sitúan entre el
innovador y el mercado.
Joseph Schumpeter creía que podía existir una correlación entre, por un lado, las subidas y bajadas,
los booms y rescisiones de las economías de mercado desde principios de siglo XIX y, por otro, las
variaciones en la cantidad de innovación tecnológica.
Las tecnologías utilizadas por los operadores financieros podemos agruparlas en:
1- ordenadores: han convertido el dinero en electrónico (dinero = datos alfanuméricos
garantizados). No solo han transformado la forma física en que el dinero funciona como medio de
pago, sino que están transformando también los sistemas de intercambio y registro de los pagos.
2- chips: sistema electrónico aplicados a los pagos bancarios por cámara de compensación
(clearing bancario). Otras aplicaciones de los chips han permitido, por ejemplo, a los consumidores
pagar con tarjeta de crédito o inteligente (débito). Ambas tarjetas han ampliado considerablemente
los ámbitos que escapan al conocimiento de las autoridades monetarias. No solo la oferta monetaria
nacional se convertirá en un concepto aún más impreciso, sino que las transacciones de divisas no
dejarán rastros. La innovación en el mercado abrirá una gran brecha en la autoridad de los
gobiernos.
3- satélites: en los años 70 y 80 se utilizaba por las empresas privadas, sobre todo por bancos,
para poner a las oficinas centrales en contacto con las filiales y con las oficinas asociadas en todo el
mundo.
En los años 90 la comunicación por FAX y por teléfono también se esta quedando obsoleta a medida
que el correo electrónico e internet se convertían en los sistemas preferidos y habituales mediante
los cuales los mercados se integraban en un único sistema.
Algunos historiadores distinguieron dos tipos de innovación: mientras que algunos innovadores
crearon nuevos productos, otros hicieron dinero creando nuevos procesos de producción, o nuevas
formas de gestión o comercialización. En las finanzas se diferenció entre: cambio tecnológico (como
el uso de ordenadores para mantener registros o realizar operaciones) y cambio financiero (como la
creación de nuevos instrumentos crediticios o nuevas estructuras de mercado). Además otra
distinción posible es entre productos y servicios innovadores y procesos innovadores.

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Habitualmente el permiso para la innovación financiera debía proceder del gobierno o de un órgano
gubernamental. Esta es una gran diferencia entre la innovación industrial y la innovación financiera.
En la mayoría de los casos, el gobierno no se ha preocupado demasiado por lo que pasaba en la
fábrica. Siempre se ha preocupado mucho más por quien proveía el crédito porque esto afectaba no
sólo un sector de la economía sino a todos.
Es bastante evidente que en la industria tanto los productos como los procesos de su producción se
vuelven mas intensivos en capital y menos intensivos en trabajo, en comparación con los productos
a los que reemplazan.
La globalización y la deslocalización en países en desarrollo se hacen imperativas no solo por la
disponibilidad de trabajo barato en esos lugares, sino por las perspectivas de conseguir nuevos
clientes y, con ello, beneficios adicionales, que ayudarán a la empresa a mantener el ritmo acelerado
de cambio tecnológico.
Todo esto tiene una relevancia directa para el tema de la innovación financiera, se puede afirmar que
las fuerzas motrices de la innovación financiera no son tan diferentes de las de la innovación
industrial. El cambio tecnológico acelerado también ha obligado a los bancos a invertir mas capital
en sus negocios y a buscar nuevos mercados.
Del mismo modo que lo nuevo no es la producción industrial sino la escala a la que ahora se realiza,
lo nuevo tampoco son las transacciones financieras internacionales y los servicios financieros
internacionales sino la escala que se da y el rápido ritmo con que proliferan.
Derivados
El FMI no esta en absoluto solo cuando considera que el crecimiento del negocio de derivados es la
innovación mas importante en el sistema financiero internacional desde mediados de los 80.
Los derivados son una forma sofisticada de gestionar el riesgo.
El crecimiento llegó en los años 70 cuando la volatilidad y la incertidumbre de los precios y los tipos
de cambio aumentaron rápidamente con la inflación asociada a la guerra de Vietnam, a la
devaluación del dólar decidida por Nixon y a la consiguiente reforma del acuerdo de Bretón Woods.
El negocio de derivados ofreció a los bancos y a las empresas transnacionales una oportunidad, a un
costo relativamente bajo, para cubrirse contra las pérdidas provocadas por oscilaciones en los tipos
de cambio, en los precios del petróleo y de otros productos, y contra cambios improvistos en los
tipos de interés.
Derivados: contratos que especifican derechos y obligaciones que están basados en el resultado de
algún tipo de instrumento subyacente, inversión, divisas, índice de productos o servicio, derecho o
tasa.
En 1995 el valor de contrato de los derivados pendientes en 26 países se estimaba en el doble del
valor de la producción económica mundial. Los contratos en moneda extranjera o los tipos de interés
representaban casi todo el mercado.3
¿A que se debió esta explosión en la contratación de derivados?
1) Parte de la explicación reside en la regulación y en el deseo de los operadores privados de
soslayar las regulaciones. En los años 60 y 70 los gobiernos adoptaron la libre convertibilidad entre
sus monedas para transacciones corrientes, pero al mismo tiempo intentaron limitar los riegos de
sus balanzas de pagos imponiendo restricciones a las operaciones que afectaban a la cuenta de
capital.

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2) La otra explicación reside en la coincidencia entre la intensificación de la necesidad y la
intensificación del riesgo. Se incrementaba el riesgo de que los beneficios pudiesen desaparecer por
oscilaciones imprevisibles en los tipos de cambio, en los tipos de interés o en los precios de
producto. Los derivados ofrecían la oportunidad de cubrir el riesgo de esa operación desatinada con
una apuesta contraria a favor de la caída y no de las subida de los precios.
3) La tercera explica la oportunidad de beneficios que ofrece la innovación. Que en términos
comparativos esta no estuviese sujeta a regulaciones y a impuestos significaba que había mucha
competencia, de modo que el costo de la cobertura de riesgos y de operar con derivados seguía
siendo relativamente bajo. El operador de derivados se exponía solo a la diferencia entre los precios
actuales y los precios negociados.
Otra característica del negocio de derivados es su dinamismo. Los contratos de derivados de créditos
eran uno de los nuevos productos mas comentados en los mercados financieros, permitía a los
bancos vender el riesgo de impago de uno de sus prestatarios.
Cabe señalar que un rasgo importante del negocio de derivados reside en la distinción entre
operaciones negociadas en bolsa y operaciones OTC. La diferencia esencial es que las operaciones
de derivados negociados en bolsas son contratos tipo, sujetos a las normas impuestas por la bolsa.
En cada operación la propia bolsa es una parte. No ocurre así en el mercado OTC donde no hay una
cámara de compensación y cada operación se realiza desconociendo las otras operaciones OTC.
Ninguna de las partes conoce el grado de exposición de las otras.
Compras apalancadas y bonos basura
Los bonos basura ( bonos de alto rendimiento) fueron el medio escogido para financiar las compras
apalancadas en EEUU durante los 80. En lo que se diferenciaban los bonos basura era en el
rendimiento: en lugar de entre un 8 y 10% habitual por aquel entonces los bonos basura rendían
entre un 11 y un 15%.
El otro efecto de la inflación de los años 70, fue convertir en obsoleta la valoración histórica de los
activos societarios, haciendo así a las empresas vulnerables a las fusiones y absorciones.
Comentarios finales
Las historias de la innovación financiera no pueden ser contadas sólo de las perspectiva de los
operadores; su inventiva y sus capacidades les habrían generado pocos beneficios o pocos cambios
para el sistema de no ser por la ayuda de la connivencia política.

CAPITULO 3: APUNTALAMIENTOS POLÍTICOS, EL EJE EEUU-JAPÓN


Las bases para la cooperación financiera internacional son más débiles que en los años setenta y
ochenta.
Los puntos débiles de los fundamentos del sistema financiero internacional: el ritmo de las
innovaciones tecnológicas en el mundo de las finanzas ha sido muy acelerado y la magnitud y la
relevancia ha crecido ostensiblemente en el ámbito económico, la capacidad política para ajustarse
a estos cambios ha ido decreciendo.
A la hora de dirigir las finanzas internacionales: no hay un solo par de manos que se ocupe de
hacerlo.
Los apuntalamientos políticos y la cooperación son de vital importancia a la hora de solucionar
futuros problemas. La inactividad no es debida a razones técnicas o económicas sino,

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fundamentalmente, a razones políticas. Lo mismo sucede con la actuación internacional a la hora de
tomar medidas parra evitar el calentamiento del planeta, proteger el medio ambiente etc.. En todos
estos temas el sistema político internacional, basado en el principio de la soberanía de los Estados
territoriales, se encuentra en un retraso con respecto a una economía de mercado mundial, de gran
poder, pero con poco sentido de la responsabilidad social o moral.
Otro tema es como y por qué el equilibrio de poder entre la economía de mercado y la autoridad
política conferida a estos estados ha cambiado tanto durante la segunda mitad del siglo XX
(globalización).
Dos de estas relaciones clave destacan sobre el resto. Una es la relación entre EEUU y Japón y la otra
la relación entre Francia y Alemania. Ambas afectan a los procesos de decisión de organizaciones
internacionales como son el FMI y la Unión Europea.
UNA HISTORIA DE DOS DÉFICIT
La posguerra japonesa debe la mayor parte de su prosperidad a los EEUU. Estos últimos, como
fuerza ocupante después de la guerra, fueron más autoritarios pero también más indulgentes con los
japoneses que con los europeos. Se llevó a cabo una reforma agrícola y se rompió con el Zaibatsu.
No sólo se permitía a los japoneses exportar libremente a EEUU mientras se mantenían las barreras
japonesas a las importaciones EEUU, sino que se permitía, que los japoneses no dieran entrada a las
empresas extranjeras (incluidas la yanquis).
Todas las administraciones estadounidenses, desde 1949 en adelante, eran totalmente concientes
de que Japón era una posición avanzada y la línea de frente de EEUU contra China y Rusia. Japón
sabía que contaba con la protección de EEUU y que no tenía necesidad de invertir dinero en defensa
y protección armamentística.
A medidos de los años 60, EEUU adquirió conciencia del creciente déficit en balance de pagos. Al
mismo tiempo, el comercio japonés experimentaba un gran crecimiento y Japón había entrado a
formar parte del GATT, del FMI, y de la OCDE.
Los estadounidenses no encontraron ningún motivo para que los japoneses no siguieran las misma
normas que los demás: la liberalización de los controles de capital y el acceso de empresas y
productos de EEUU al mercado japonés. Los japoneses se mostraron reacios a aceptarlas, y
continuaron conservando intacto su mercado interno, al mismo tiempo que sacaban el máximo
provecho de la apertura de las economías estadounidense y europea. EEUU se resarció en parte
tramando la devaluación del dólar en 1971. Sin embargo, las importaciones aumentaron y las
empresas japonesas siguieron compitiendo con las empresas estadounidenses. El superávit japonés
y el déficit EEUU seguían aumentando. Crecieron las reservas monetarias de Japón, gran parte de las
cuales se invirtió en bonos del Estado de EEUU. En los 80 EEUU invirtió cada vez más en defensa
(con préstamos de Japón).
Se había establecido una conexión entre los déficit fiscal y comercial de EEUU. Éste último reaccionó
presionando a Japón con el fin de reducir el déficit comercial. En 1988 EEUU llegó a una serie de
acuerdos bilaterales de restricción voluntaria de exportación que culminaron con la ley Super 301,
mediante la cual aquellos países cuya política comercial era calificada de desleal pasaban a formar
parte de una lista negra.
Un año después se produjo el final de la Guerra Fría, EEUU proporcionaba seguridad y Japón pagaba
por ella (En la guerra del Golfo Japón contribuyó con 13.000 millones de dólares a los costos de la

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operación), Japón pagaba casi tres cuartas partes de los costos no salariales de las bases de EEUU
en Japón.
Había otros signos de que el acuerdo implícito se estaba deshaciendo y ello podría tener
consecuencias negativas para el sistema financiero global. En 1989 una bajada en la bolsa de Tokio
inició una serie de caídas que habían reducido un 50% el valor de las acciones. De esta manera la
“economía de burbuja” estalló y el largo boom japonés de la posguerra dio lugar a una recesión que
perduraría a lo largo de los 90.
Tenemos que remontarnos a 1987 y al colapso de las bolsas de Londres y NY del 19/10 colapso que
más tarde se extendería a la bolsa de Tokio. El superávit por Cta. Cte. De Japón ascendió a 96.000
millones de dólares, tres veces más que en el 83. Los bancos japoneses invirtieron la mayor parte de
ese superávit en activos en dólares. Dejar que estos activos perdieran valor no favorecía a sus
intereses ni al interés nacional.
El Acuerdo del Plaza que tuvo lugar en 1986 entre los ministros de Finanzas del G-5 fue
aparentemente efectivo para controlar la revalorización del dólar. Sin embargo el acuerdo del Louvre
en febrero de 1987, fracasó a la hora de estabilizar los tipos de cambio.
Después de la crisis del “Lunes Negro” el MOF japonés seguía preocupado por si los inversores
privados japoneses dejaban de invertir en activos en dólares, pues eso haría que el dólar se
devaluase todavía más y que el yen se reforzase, lo cual perjudicaría a las industrias exportadoras.
En 1988 el MOF decidió bajar deliberadamente los tipos de interés en Japón. Esto hizo que no fuera
rentable mantener los beneficios en el país e incitaba a invertirlos en el exterior. De ahí derivaron
dos consecuencias importantes: el abaratamiento del dinero disparó la inflación, aceleró el
incremento de los precios de los activos y contribuyó a hacer estallar la “burbuja económica”. En
segundo lugar, las empresas y los inversores japoneses se embarcaron en una compra desenfrenada
de activos en EEUU
En julio de 1988, Estados Unidos convenció al Banco de Japón para que respaldase el Acuerdo de
Basilea, que suponía adoptar unas reglas más estrictas sobre la adecuación de capital de los bancos
en relación a sus activos (préstamos). Por el bien del sistema financiero global, había llegado el
momento de aumentar los estándares de adecuación de capital en las economías más importantes.
El acuerdo era impreciso. En Japón, la ratio capital-activos situada en 1/8 significaba que, los bancos
tenían que vender parte de los activos ocultos y, al mismo tiempo, debían emitir más acciones para
aumentar el capital a fin de avalar los préstamos en cartera. Este “doble infortunio” desencadenó la
caída de las cotizaciones en Tokio, que comenzó a finales de 1989, y también contribuyó a la
explosión de la “economía de burbuja”
El dinero fácil dio lugar a un boom de la propiedad inmobiliaria y también del mercado bursátil.
El desmoronamiento del mercado bursátil a principios de la década de los 90, hizo que los dólares
regresasen rápidamente a Japón con el fin de conservar la solvencia de los bancos y el buen
funcionamiento de las empresas.
Esta parte de la historia está directamente relacionada con los dos déficit de EEUU: el comercial y el
fiscal. En los años 80 El déficit fiscal estuvo financiado por los inversores privados japoneses. De
manera similar, el déficit comercial fue equilibrado con la inversión de capital japonés
(principalmente procedente del sector privado) en Estados Unidos.

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En 1992 la respuesta parecía encontrarse en atacar el déficit comercial mediante el encarecimiento
del yen respecto al dólar.
Las empresas japonesas solicitaban préstamos en dólares para expandir la producción dentro de las
barreras comerciales de Estados Unidos. La mitad del déficit en la balanza de pagos estadounidense
era atribuible a Japón.
A finales de 1995, la economía de Estados Unidos habia conseguido salir de la recesión mientras que
la economía japonesa seguía en ella. El cambio político significativo fue que la financiación del déficit
fiscal de Estados Unidos ya no dependía de la entrada de capital privado procedente de Japón, sino
de la entrada de capital público japonés.
Se convirtió así en el mayor prestamista del gobierno estadounidense.
En 1996 el cambio en la naturaleza de las preferencias de las instituciones japonesas, en favor de las
Letras del Tesoro Estadounidense a corto plazo, en lugar de los títulos a largo plazo, hizo que la
balanza de pagos por cuenta de capital de Estados Unidos se volviese muy vulnerable al cambio de
las condiciones de mercado, a las tasas de interés relativo y a las expectativas sobre los tipos de
cambio.
Mientras el cambio político se produce con una lentitud exasperante (como en Italia), los cambios
económicos debilitan la influencia de las burocracias japonesas sobre la industria y las finanzas. El
aumento del valor del yen en 1995/96 aceleró el traslado de la capacidad industrial de muchas
empresas japonesas hacia China, Malasia, Tailandia y Corea del Sur.
La escuela revisionista desafiaba que Japón era otro tipo de economía política capitalista, con
pequeñas diferencias respecto al modelo estadounidense.
En 1997 debido al crecimiento económico estadounidense aumentaron los ingresos fiscales y se
disipó la sombra del déficit fiscal.
Las relaciones Estados Unidos-Japón han sido, especialmente desde 1990, una historia de
desconfianza mutua creciente y de percepciones erróneas.
TAMBIÉN EN LOS AÑOS TREINTA IMPORTABA LA POLÍTICA
Actualmente, ningún líder hegemónico es lo suficientemente fuerte o rico para desempeñar el papel
sin ayuda. En cambio, podemos depositar nuestras esperanzas en las posibilidades de un liderazgo
colectivo que sustituya a una hegemonía estatal. El problema de la estabilidad hegemónica tiene dos
partes: la primera consiste en cómo prevenir una crisis económica global. La otra consiste en salir de
ella una vez que se ha iniciado.
Para resumir las lecciones de la historia, muchas de las cuales tienen un aire contemporáneo:
• Los problemas pueden empezar fácilmente en un país pequeño.
• En la mayoría de las ocasiones se sabe cuándo los fondos extranjeros pasan de ser activos a largo
plazo a ser activos más líquidos y más a corto plazo.
• El apoyo internacional en forma de nuevos préstamos debe hacerse de forma rápida, amplia y de
manera que se puedan utilizar inmediatamente. No deben ser ayudas otorgadas sólo de cara a la
galería.
• Dicho apoyo debe proceder, en primer lugar, de los gobiernos; los bancos comerciales también
pueden ser vulnerables y, por consiguiente, constituir un riesgo a la hora de respaldar a otros países
o a otros bancos.

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• Los gobiernos deben dar una apariencia de total unidad y determinación. Un banco central
independiente no constituye el mejor instrumento para una política a la hora de actuar de forma
rápida y decisiva contra los mercados.
• Los bancos centrales tienen también una tendencia inherente a preferir la deflación en lugar de la
inflación, y a considerar que es más importante la estabilidad monetaria que el mantenimiento de
los puestos de trabajo y la continuidad de los negocios que atraviesan dificultades.
APUNTALAMIENTOS POLÍTICOS: EUROPA DESUNIDA
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Los dos apuntalamientos políticos importantes para la estabilidad del sistema financiero, son: las
relaciones Estados Unidos-Japón y las relaciones franco-alemanas.
Los orígenes de la historia residen en esa disputada esquina de Europa occidental conocida como el
Sarre. Desde los inicios de la Alemania unificada en la década de 1870, había sido una pelota que se
disputaban alemanes y franceses. Esta peligrosa disputa puso en serio riesgo todos los sinceros
esfuerzos hechos por ambas partes para asegurar que Francia y Alemania no volvieran a estar cerca
de la guerra nunca más. Tanto federalistas como funcionalistas vieron que el Sarre era un campo
minado en el camino de la paz y la integración europea.
Este era, de manera resumida, el contexto histórico del Plan Schuman de 1951 para una Comunidad
Europea del Carbón y el Acero (CECA), un organismo con poderes supranacionales sobre ambas
industrias, que ocuparía el lugar de las administraciones francesa y alemana en materia de carbón y
acero.
El plan contaba con la aprobación de ambos gobiernos, era un compromiso francoaleman que había
sentado las primeras bases de lo que acabaría siendo la Unión Europea.
Mas conocida y documentada es la negociación franco-alemana que llevo al Tratado de Roma de
1957, por el que se creo la Comunidad Económica Europea (CEE) y se adelanto la creación de un
mercado común que trascendiera las fronteras políticas entre los seis fundadores: Francia, Alemania,
Italia, Bélgica, Países Bajos y Luxemburgo. Detrás de toda la retórica europea había un intercambio
de concesiones: de los franceses a los alemanes, y de los alemanes a los franceses, a la vez que
ambos acordaban desarrollar una Política Agrícola Común (PAC) para proteger a la CEE de las
importaciones estadounidenses, especialmente las de cereales a bajo precio.
El siguiente conflicto político entre franceses y alemanes se produjo a mediados de los años sesenta,
en relación a la evolución futura de la CEE. Los primeros años tras el Tratado de Roma habían visto
como se avanzaba hacia una reducción de las barreras arancelarias intracomunitarias y hacia la
construcción de instituciones comunes: el Consejo de Ministros, el Parlamento Europeo y el Tribunal
de Justicia, y la Comisión Europea.
A mediados de los años sesenta la vuelta al poder de De Gaulle en Francia proponía al federalismo
europeo como un sueño ridículo. Desconfiaba de la Comisión Europea, a la que se refería como esa
tecnocracia embriónica, extranjera en su mayor parte. Los federalistas europeos, en cambio, creían
que había llegado el momento de pasar de una integración negativa hacia una integración positiva.
En julio de 1965, Francia se retiro prácticamente de todas las discusiones de la CEE. Durante seis
difíciles meses se mantuvo alejada de Bruselas y de todas las reuniones oficiales que allí se
celebraron. Finalmente, en enero de 1966, se cerró un pacto que acabaría siendo conocido como el
Compromiso de Luxemburgo.

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Los puntos de fricción sobre los que Francia y los cinco estaban en desacuerdo, se referían a la fecha
en la que los seis avanzarían hacia una unión aduanera para productos industriales y hacia una
política común en agricultura. El tema mas importante surgió a raíz de algunas ambigüedades en las
disposiciones del Tratado de Roma referidas al voto por mayoría.
A mediados de los años sesenta, hubo también cuestiones importantes en las que se vieron
enfrentados las preferencias e intereses de franceses y alemanes. Una se refería a la OTAN y a los
acuerdos sobre la defensa europea. La ruptura en materia de defensa tuvo un reflejo en una materia
monetaria. En febrero de 1965, De Gaulle atacó los “privilegios extraordinarios” de los que
disfrutaba el dólar en el estándar internacional del patrón oro. Pero su ferviente sueño de una Europa
unida que hiciera frente a Estados Unidos y al todopoderoso dólar pronto se desvaneció cuando los
alemanes dejaron de apoyar a Francia en los debates sobre la reforma monetaria internacional.
Mas tarde Alemania fue el primer aliado occidental después de Canadá, que acordó no poner en
aprietos a Washington pidiendo oro a cambio de los dólares que poseía en sus crecientes reservas
monetarias.
La ruptura estaba sin duda profundamente arraigada en la geografía y en la historia. Las relaciones
de Francia con Estados Unidos, siempre habían sido antagónicas. Esto se manifestó, una y otra vez,
en los dos ámbitos temáticos de la seguridad y de las finanzas.
Por otro lado, los alemanes occidentales, no podían dejar de reconocer que, después de librarse de
un régimen totalitario, fueron los estadounidenses quienes impidieron que cayesen en otras manos.
Y la protección y la ayuda económica de Estados Unidos fueron la condición necesaria para el
“milagro económico” de la recuperación alemana en los años cincuenta y sesenta.
Una lección importante del compromiso de Luxemburgo fue que, aunque existían diferencias de
percepciones, opiniones e intereses, franceses y alemanes por igual eran perfectamente conscientes
de que también compartían percepciones, opiniones e intereses comunes. Siempre estaban
presentes tanto el conflicto como la cooperación. Y de la misma manera, la necesidad de
cooperación era sin duda mayor cuando un peligro común les amenazaba y cuando ambas partes se
veían afectadas por molestas turbulencias procedentes del exterior.
Precisamente fue esto lo que genero los primeros movimientos por parte de los gobiernos hacia una
integración monetaria europea.
Hacia 1969 el sistema de Bretón Woods hacia aguas, pero nadie sabía cuanto duraría o cuando se
derrumbaría. Esta incertidumbre en el contexto más amplio del sistema monetario internacional fue
lo que condujo a los gobiernos de la Comunidad Europea (CE) al plan Werner de 1970. EL plan
proponía, en un plazo de diez años, una evolución en tres fases hacia tipos de cambio fijos en una
unión monetaria, acompañada de la libre circulación de bienes, personas y capitales en el interior de
la CE. El comité Werner podía estar de acuerdo con el objetivo final, pero no en como llegar hasta él.
Los monetaristas, con Francia a la cabeza, insistían en que el primer paso era que los países
miembros se declarasen a favor de los tipos de cambio fijos. Lo demás vendría solo. Los
economistas, encabezados por Alemania, insistían en que esto no era realista. Primero debería
existir una convergencia económica basada en políticas monetarias antiinflacionistas. Una vez más,
se evadió el problema. Cuando en diciembre de 1971 Nixon y Pompidou acordaron firmar el acuerdo
smithsoniano, que establecía nuevas paridades basadas en las valoraciones del mercado,
especialmente entre el yen y el dólar, y entre el marco y el dólar, las paridades propuestas por

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Werner ya se habían hecho añicos. También fue en vano un proyecto europeo de 1972 llamado
serpiente en el túnel, para establecer nuevamente las paridades.
Gran Bretaña e Irlanda tuvieron que abandonar pronto, en 1972, y Dinamarca lo siguió poco
después. En 1974, el franco francés ya no podía mantenerse dentro de la serpiente y durante los
siguientes cuatro años, la CE se vio dividida en el ámbito monetario.
Los franceses y los alemanes acordaron, en 1978, en Copenhague, intentarlo otra vez. Parte de la
explicación se encuentra en la política nacional. La volatilidad de los tipos de cambio había hecho
estragos en los precios de intervención de la PAC. Gestionar la PAC llevó mucho tiempo y la mayoría
del presupuesto de la CE, pero contaba con un electorado importante en ambos países. Por ello, la
estabilidad de los tipos de cambio era indirectamente necesaria para mantener el apoyo político a la
PAC, así como a la CE. Más importante que esta razón interna era la vulnerabilidad de los tipos de
cambio europeos a la política estadounidense.
En resumen, el ERM tuvo suerte de durar todo lo que duro. También tuvo suerte de poder añadir a
España, Gran Bretaña y Portugal a sus ocho integrantes originarios, y a mediados de los ochenta
extenderse hacia Austria y Suiza.
En este contexto, un primer factor era el ambiente de optimismo, incluso de euforia, que siguió en
1986 al lanzamiento de la iniciativa de un mercado europeo único. La sensación de tristeza
desapareció cuando un comisario británico, propuso, con el respaldo de la Mesa Redonda Europea de
Industriales, un nuevo impulso para barrer los centenares de impedimentos al comercio que seguían
aumentado los costes de todo tipo de industrias y negocios europeos, y que obstaculizaban su
actividad con formularios obsoletos y con todo tipo de trabas administrativas. Saber que las grandes
empresas estaban detrás de la iniciativa de un mercado europeo único renovó la confianza tanto de
delegados gubernamentales como de burócratas para seguir adelante.
El segundo factor fue institucional. A mediados de los ochenta las relaciones entre Paris y Bruselas
eran todo lo contrario de lo que habían sido en la época de De Gaulle. Por lo tanto una estrategia
que guiaría a la CE de tal forma que los intereses nacionales franceses estuvieran protegidos tenía el
éxito asegurado.
Un tercer factor fue geopolítico. A finales de 1989, el bloque soviético en Europa oriental se estaba
desmoronando. Con la caída del Muro de Berlín se acababa la guerra fría. El ejército Rojo se
preparaba para volver a casa y Alemania Oriental podía volver unirse con Alemania occidental.
Una última fuente de optimismo para el proyecto de la UEM fue el paradójico argumento según el
cual el ERM había tenido la mala suerte de tener que cargar con varios “pasajeros”. La debilidad de
estos había alertado a los operadores del mercado ante la posibilidad de obtener suculentos
beneficios mediante apuestas decididas en el sentido de que no podrían mantener sus tipos de
cambio. Entre estos pasajeros sospechosos del ERM, Gran Bretaña e Italia eran los principales.

El programa de la UEM

Las posibilidades de éxito de la moneda común europea son objeto de fuerte discrepancias, y no solo
en Gran Bretaña. Al respecto, resultan determinantes los detalles previstos para llevar a cabo la
transición, en primer lugar, de las monedas nacionales vinculadas por tipos de cambio fijos, pero
flexibles, a monedas nacionales indisociables unas de otras y libremente convertibles en una

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moneda única, y, a continuación, el resto de la transición, según lo acordado en Maastricht, hacia
una moneda común única que remplazará las nacionales.
Con el hundimiento del euro en 2003 surgieron algunos informes que marcaban nueve puntos que
sintetizaban la idea de que la UEM era una estrategia bien intencionada pero prematura. Ellos son:
1_Los participantes en la UEM carecían de la unidad política suficiente para la tarea que se habían
impuesto, 2_Pasaron por alto muchas dificultades prácticas, 3_Los mercados financieros se
mostraron desconcertados, 4_Los gobiernos no cumplían los criterios d convergencia acordados,
5_La UEM produjo mas desempleo, 6_Los costes soportados por los bancos y por los contribuyentes
eran, muy superiores a los beneficios prometidos, 7_Al principio el euro se mostró fuerte en los
mercados financieros(mas de lo esperado y deseado), 8_El “pacto de estabilidad” redujo el
crecimiento en vez de aumentarlo, 9_A medida que aumentaban las presiones políticas, los Estados
de la UEM empezaron a poner las prioridades nacionales por encima de las de la unión monetaria.

Capitulo 5: Wall Street y otros casinos


¿Por qué la caída del mercado bursátil en 1987 no comportó una pérdida general de confianza en la
economía, como aparentemente ocurrió en 1929? Los optimistas de hoy encuentran una serie de
razones. Las autoridades de EEUU actuaron con diligencia y eficacia para poner freno al pánico en
los mercados. Su intervención para proveer de liquidez a los bancos y a los operadores del mercado
estaba basada en la creencia en el llamado “efecto riqueza” de una caída en el valor de las acciones.
Se instalaría así un círculo vicioso de reducción de pedidos de los distribuidores a los fabricantes, y
de los fabricantes a sus proveedores, lo cual traería consigo desempleo, salarios menores y un
estrangulamiento del crédito.
Las inyecciones de liquidez después de la crisis rebajaron el tipo de interés. Los ahorros privados sí
aumentaron a medida que los consumidores saldaban parte de sus deudas contraídas con la tarjeta
de crédito. Pero para compensar la depresión de la demanda en el mercado interior, las
exportaciones estadounidenses se comportaron bien y su tasa de crecimiento dobló la de años
anteriores.
En una crisis financiera en las bolsas, el miedo al “sobrecalentamiento” y a un hundimiento total de
la confianza en el sistema crediticio supera con mucho al miedo a la inflación. Lo cual lleva a los
bancos centrales a utilizar sus competencias en materia de creación de crédito para proteger a las
instituciones privadas puestas en peligro por la volatilidad de los mercados. El miedo parece afectar
más poderosamente al gobierno que a los negocios, y parece que sólo los gobiernos (o instituciones
intergubernamentales como el FMI) pueden crear liquidez necesaria para evitar el pánico financiero.
Los operadores y las empresas presentes en el mercado no pueden actuar colectivamente, y por ello
siguen buscando un prestamista de última instancia que los rescate. El resultado es que, al final, es
la sociedad la que paga el precio del rescate.
El otro argumento a favor del optimismo ha sido el de la geografía. Lo que ocurrió en Asia en 1997:
una moneda sobrevalorada, una reciente y precipitada liberalización de los controles de capital e
inversión, el consiguiente flujo de entrada de “dinero caliente” de inversores extranjeros en
búsqueda de beneficios rápidos y fáciles, y un sistema bancario supervisado y controlado de forma
inadecuada. Las monedas asiáticas estaban sobrevaloradas, sobre todo en relación a los socios
comerciales de Europa y Japón. Esta sobrevaloración tendía a atraer fondos extranjeros hacia los

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bancos o la bolsa tailandeses, así como hacia el sector inmobiliario y de la construcción, en lugar de
hacia la industria o la agricultura, de las que dependen las exportaciones. El resultado fue un boom
de la bolsa y de la propiedad inmobiliaria. Cómo en México, buena parte de la especulación fue
financiada mediante préstamos baratos en dólares, los cuales demostraron no tener nada de baratos
cuando la moneda del país se desplomó a finales del verano de 1997. Retrospectivamente, la
liberalización precipitada de flujos financieros permitió que entrasen demasiados fondos extranjeros
más rápidamente de lo que podían soportar el gobierno o el sistema bancario.
Los mercados de derivados ofrecían la oportunidad de hacer apuestas al margen, a un coste
inmediato mínimo.
Los optimistas sostenían que las economías asiáticas eran fuertes en sus cimientos y tenían
capacidad (si se realizaban las reformas adecuadas) para reanudar con rapidez su crecimiento
económico y restablecer la confianza de los inversores extranjeros.
Por lo tanto, la crisis de la bolsa y de la moneda se debía ante todo a la débil regulación de los
bancos y de los mercados financieros. La inesperada entrada de fondos extranjeros a corto plazo
había permitido a los bancos otorgar demasiados créditos arriesgados, y cuando éstos estaban
denominados en dólares y los tipos de cambio respecto al dólar no podían sostenerse, esos bancos
pasaban a encontrarse en dificultades. Una supervisión y una regulación más estrechas era todo lo
que se necesitaba para que el milagro asiático reanudase su camino ascendente.
En segundo lugar, estos problemas asiáticos carecían de relevancia (o casi) con respecto a lo que
ocurriese en los países industrializados ricos, sobre todo en EEUU. Wall Street es un mercado tan
grande y está asentado en una economía nacional tan fuerte que la bajada de los precios de las
acciones en Bangkok o en Manila tiene poco impacto en los grandes mercados bursátiles globales.
Las turbulencias en los mercados se extendieron a Londres y a Wall Street afectando no sólo a las
acciones de empresas muy implicadas en Asia, sino a todo el mercado de aciones.
Todo esto provocó la vuelta de grandes empresas como IBM, que empezaron a recomprar sus propias
aciones. Los optimistas reafirmaban su fe en la fortaleza de los cimientos de la economía
estadounidense, en la baja inflación, en la relativamente bajo desempleo (comparado con Europa),
en el liderazgo tecnológico en muchos sectores claves, y en un estado de euforia general entre los
consumidores.
Entre las opiniones pesimistas radicales, el dogma marxista insistía en la tendencia, inherente a la
economía política capitalista, hacia la baja de la tasa de beneficio, y por tanto hacia el declive y el
hundimiento definitivos e inevitables del sistema en su conjunto.
La investigación histórica de Kondratiev sobre los salarios y precios llevó a descubrir que el
capitalismo tenía sus altos y sus bajos. El ciclo largo no era el único factor que incidía en el
rendimiento económico de un sistema capitalista, también importaban las guerras, o los cambios
demográficos, el estado de los mercados financieros.
Los pesimistas de ahora creen que las crisis de la bolsa pueden ser los desencadenantes de una
recesión económica prolongada. Esta creencia está basada en buena parte en la experiencia de
entreguerras.
La decisión de la Fed en 1928 de subir los tipos de interés estadounidenses había contribuido a la
avalancha de dinero extranjero en Wall Street durante los meses previos a la crisis. Luego, después

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Capítulos II-III- IV
de la crisis (193-1931) debería haber llevado a cabo operaciones de mercado abierto para ampliar la
oferta monetaria de EEUU, pero no lo hizo.
La sabiduría convencional liberal echaba toda la culpa de la lentitud y profundidad de la recesión al
proteccionismo, adoptado por EEUU en 1930 y también por Gran Bretaña. El proteccionismo fue una
respuesta política al descontento electoral, un síntoma del malestar económico, y no una causa.
Cuando Friedman y Schwartz culpaban a la inadecuada política monetaria de la Fed, Galbraith
apuntaba a otras deficiencias del sistema: la falta de honradez en las finanzas, la distribución de la
renta en el conjunto de la economía. Otro factor era el de las estrategias empresariales
predominantes, consistentes en llevar a cabo recortes en las inversiones par mantener los
dividendos y de este modo la valoración de las acciones de la bolsa. Otro, era la estructura de la
banca estadounidense.
Las interpretaciones de Galbraith y Friedman tienden a concentrarse exclusivamente en las
debilidades del sistema y de las políticas estadounidenses como las causantes de la prolongada
duración de las crisis.
Kindleberger ofrecía una explicación que fue conocida como la teoría de la estabilidad hegemónica:
ésta planteaba que una economía mundial caracterizada por flujos considerables de bienes y capital
intercambiados entre economías nacionales necesitaba que un país actuase como hegemón. El
hegemón debía tener la capacidad y la voluntad para abrir mercados a bienes sin salida para
mantener el flujo de salida constante capitales que generasen crecimiento en los países más pobres
y para actuar como prestamista de última instancia en un sistema bancario frágil y temeroso.
¿Qué ha cambiado?
La diferencia más significativa es que en los años 30 no se sabía muy bien cómo se debía actuar,
mientras que en los años 90 se sabe mejor.
Keynes en 1936 había explicado cómo y por qué una economía de mercado podía caer en una
depresión económica profunda. Ya en los años 20 había analizado las deficiencias del capitalismo
desde un punto de vista social y político; llegando a la conclusión de que la culpa era de los
mercados financieros.
Las siguientes manifestaciones de lógica Keynesiano, adoptada nuevamente más por razones de
seguridad estatal que por la preocupación respecto al empleo y a los ingresos equitativos, se dio en
la Europa de posguerra, con el Programa de Recuperación Europea. La inyección de dinero
restableció la confianza de los gobiernos, la gente y de los negocios, no solo en Europa, sino también
en EEUU.
En los años 30 eran pocos los bonos y las acciones emitidas en Londres o Nueva York. En muchos
países los controles de capital aislaban a la economía nacional del resto del mundo. El propio Keynes
reconocía la importancia de este aislamiento financiero relativo en tanto que factor necesario para el
éxito de la política económica nacional, pues permitía a un gobierno fijar los tipos de interés,
expandir o contraer la oferta monetaria como considerarte oportuno, y utilizar medidas fiscales para
redistribuir el poder adquisitivo y estimular así la demanda.
Hacia mediados de los 80, las barreras que aislaban a la mayoría de economías nacionales habían
desaparecido. En el nuevo sistema financiero abierto los estado podían controlar al mismo tiempo la
tasa de inflación y el tipo de cambio y la tasa de crecimiento económico nacional.

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El resultado de esta oportunidad Keynesiana ha sido que Europa central y la ex Unión Soviética han
tardado en llevar a cabo la transición hacia un sistema de mercado efectivo. Su demanda de
importaciones ha sido constreñida por el acceso limitado que tenían a las divisas y porque los
beneficios eran sacados al extranjero o ocultados en billetes de dólares. No resultaron ser los
motores de crecimiento para la economía mundial que se esperaba que fuesen.

Capítulo 7: Finanzas y Crimen.


El negocio del blanqueo de dinero no podría haber prosperado y crecido tanto de no ser por los
instrumentos que permiten los rápidos y relativamente invisibles movimientos de dinero a nivel
transnacional. Este capítulo propone explicar 1ro cómo y por qué se ha producido este boom del
blanqueo de dinero sucio a gran escala han sido eficaces.
A los narcotraficantes se les atribuye la responsabilidad de bastante menos de la mitad del blanqueo
de dinero que se realiza a través de los bancos internacionales.
Hay tecnologías que permiten el seguimiento del rastro de las transacciones financieras a través de
tres sistemas principales de transferencia utilizados por los bancos para desplazan el dinero de una
jurisdicción a otra. Éstas son CHIPS, el sistema Fedwire en USA, y el SWIFT, un sistema de liquidación
interbancaria. Efectivamente, en 1992 el GAFI pidió al SWIFT que difundiese una demanda a todos
los usuarios para que proporcionasen nombres y direcciones de gente que, aparte de los bancos,
realizase transferencias sospechosas a través del sistema. Pero en el mundo real del dinero sucio, la
gente utiliza habitualmente nombres falsos y las empresas se inventan laberintos de compañías
ficticias para borrar las huellas. Aunque todos los usuarios del SWIFT o del sistema Fedwire
cumpliesen con la demanda del GAFI, existirían muchas posibilidades de que la información se
quedase anticuada para cuando los organismos encargados de la aplicación legal lo atrapasen. Si el
crimen no es perseguido inmediatamente por parte de los organismos encargados de la aplicación
de la ley, la ley podrá ser, y será, burlada con impunidad.
Estados y mercados en el negocio del blanqueado de dinero
La razón por la que los gobiernos han sido tan ineficientes para detener el blanqueo de dinero se
explica mejor si consideramos la resistencia de las fuerzas de mercado. En el negocio del blanqueo
de dinero están implicados tres mercados: el mercado de los servicios bancarios, el de drogas
alucinógenas o estimulantes y el mercado de los cultivos tropicales.
La lógica de producción internacional desplazó procesamiento de la droga a los centros de la oferta
de la materia prima, donde el trabajo era más barato y la aplicación de la ley menos rigurosa.
Una condición esencial para esta riqueza era que el negocio fuese ilegal y que los precios pudiesen
mantenerse elevados para compensar el riesgo de ser capturado. El tamaño del mercado y la
rapidez con que creció explican en buena medida el crecimiento correspondiente de una actividad
como el blanqueo de dinero, desarrollada en el sistema financiero internacional. El riesgo aumenta el
precio; de ahí la propuesta de que sería mejor legalizar el negocio de la droga.
El otro mercado implicado es el de los servicios bancarios. Sin él sería mucho más difícil esconder el
origen de los beneficios procedentes del tráfico ilegal. Se mantiene el presupuesto de que el Estado
trata con profesionales cuya integridad está tan garantizada que sus relaciones con los clientes no
amenazan en modo alguno la estabilidad de la sociedad o del sistema financiero. ¿Qué se supone
que gana un banco informando al gobierno de las sospechas que pueda albergar sobre la cuenta de

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un determinado cliente?. Nada. En cambio, otros clientes potenciales seguramente evitarán a este
banco a favor de competidores más discretos. El otro presupuesto que justifica el secreto bancario
para todos los otros clientes es que los intereses, en sentido amplio, de una economía de mercado
exigen que los ejecutivos de las empresas puedan confiar en que sus banqueros no revelen el estado
de sus finanzas empresariales o personales, ni a sus competidores ni al propio gobierno.
El secreto bancario es particularmente necesario en los paraísos fiscales que han proliferado por
todo el mundo. Si la mayoría de gobiernos pierden tantos ingresos debido a los paraísos fiscales ¿por
qué no intentan cerrarlos?. No es que no puedan hacerlo. Si el grupo de lo Siete anunciase la
publicación de una lista negra de paraísos fiscales conocidos y otra lista negra de las empresas e
individuos que hacen una utilización activa de los paraísos fiscales, y si se les impusiesen multas u
otras sanciones a menos que las cuentas fuesen canceladas en un plazo especificado, no hay
ninguna duda de que la mayoría no podrían sobrevivir por mucho tiempo. Las razones por lo que
esto no ocurre son políticas y no técnicas.
La dependencia de los cultivos para la exportación no permitía salir de la pobreza. La salida más fácil
era que las autoridades cerrasen los ojos ante las consecuencias a largo plazo de la creación de
paraísos fiscales. Era una forma de que los estados insulares de nueva independencia consiguiesen
algunos ingresos y de que la economía recibiese divisas. Las Bermudas fueron el primero de una
serie de paraísos fiscales que ofrecían a las grandes multinacionales normas muy ventajosas para
sus filiales aseguradoras cautivas. Dichas filiales ahorraban a las empresas madres el gasto de los
seguros del barco, coches, fábricas, etc., contratados con compañías aseguradoras independientes.
De este modo, se benefician de las ventajas resultantes de internalizar la liquidez de todo tipo de
seguros de empresa mediante la desviación de las primas hacia las compañías de seguros cautivas
domiciliadas en un paraíso fiscal de confianza.
Conclusiones
Las funciones del blanqueo de dinero son: primero, encubrir los ingresos procedentes del fraude
privado y del crimen financiero; segundo, ayudar a los negocios legítimos a evitar normas fiscales
nacionales; y tercero, facilitar en exceso la malversación pública por parte de políticos y funcionarios
corruptos. Estas tres funciones suponen una amenaza más grave que el blanqueo del dinero de la
droga.

Capítulo 8: El control del dinero loco: Los sistemas nacionales.


Existen dos escuelas de pensamiento opuestas sobre lo que se debe hacer para asegurar mayor
estabilidad y seguridad en el sistema financiero internacional. Se supone que los banqueros y otros
financieros de los mercados son suficientemente racionales para moderar su propia codicia y
dominar sus miedos, de tal manera que sea posible confiar en que utilicen la información técnica y
los métodos de evaluación de riesgo de que disponen para autocontrolarse. Esta es la conclusión
predominante en el BPI. La otra escuela, vinculada más estrechamente al FMI, confía en la
cooperación intergubernamental para reproducir a nivel internacional el tipo de mecanismos
reguladores desarrollados en los Estados y hasta hace poco utilizados por ellos para introducir
disciplina en el sistema bancario y financiero.
La regulación financiera en EE UU

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Hacia 1913, Estados Unidos había pasado de ser país deudor a ser país acreedor en la economía
mundial y se había unido al círculo selecto de las grandes potencias.
El pánico financiero de 1907 se apoderó de la economía. La burbuja especulativa acabó estallando y
provocando muchas quiebras bancarias y el hundimiento de la confianza. En la agenda política se
introdujo el papel del Estado para asegurar la estabilidad financiera. Para ponderar las diversas
propuestas de reformas presentadas por el Congreso, el gobierno reaccionó estableciendo una
Comisión Monetaria Nacional.
Durante todo el período de entreguerras se mantuvo con vigor la controversia política sobre los
procesos de toma de decisión del Sistema de la Reserva Federal y sobre sus políticas. Después del
desplome de Wall Street, su reputación e influencia decayeron. Las culpas del boom y el fracaso
fueron atribuidas a sus políticas sobre los tipos de interés. Era un momento de cambio y éste llegó
con la Ley de la Banca de 1935, cuyo objetivo declarado era hacer del Sistema de la Reserva Federal
un instrumento de dirección económica nacional y garantizar que sirviese a los intereses generales y
no a los particulares.
Además de determinar las reservas que los bancos privados debían depositar en el banco central, y
además del poder para determinar los tipos de descuento, una tercera arma del poder regulador de
los bancos centrales fueron las operaciones de mercado abierto. Estas pueden ser eficaces, en
primer lugar, cuando la deuda pública tiene un peso importante en los mercados financieros y, en
segundo lugar, cuando existe un mercado operativo para instrumentos de crédito.
La ley de 1935 no llegó a proporcionar las líneas directrices de una estrategia operativa ni los
mecanismos de compensación entre el pleno empleo, los precios estables y la balanza exterior de
pagos.
La FDIC era una creación del New Deal, establecida en 1933 en contra de una fuerte oposición de los
grandes bancos. Su objetivo era administrar un fondo de seguros que compensaría a los pequeños
clientes de los bancos si éstos quebrasen. Su funcionamiento consiste en comprar activos de un
banco en quiebra y encontrar otro banco que los adquiera.
La SEC controla los procedimientos contables que deben seguir los bancos cuando compran y
venden acciones o bonos para sus clientes. Se trata de un participante clave en la Organización
Internacional de Comisiones de Valores.
En todos los ámbitos, y no sólo en el financiero, las políticas estadounidenses son fundamentalmente
políticas internas; las decisiones responden al estado de opinión nacional, a los problemas
nacionales y a los intereses nacionales.
Desde finales de los años setenta, el gobierno estadounidense también ha pasado a depender de los
ahorros e inversiones extranjeros, especialmente japoneses, para financia sus déficit comercial y
fiscal.
El dirigismo Japonés
Esta estrecha simbiosis entre Estados Unidos y Japón hace que sus respectivos sistemas de
regulación financiera sean una cuestión de preocupación mutua. Hasta hace muy poco, en
contraposición con el sistema estadounidense, en el que el crédito era creado y negociado por la
empresa privada sujeta a la intervención parcial, discontinua e indirecta del gobierno, el japonés era
un sistema dirigista en el que el Estado controlaba la creación y el precio del crédito, al tiempo que
ofrecía gradualmente a los intereses privados una oportunidad de extraer beneficios de los mercados

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tutelados. Los intentos angloestadounidenses del pasado para aplicar normas reguladoras comunes
a Japón no funcionaron o tuvieron resultados negativos.
Como potencia ocupante a finales de los años cuarenta, las autoridades de Estados Unidos
comprendieron que abrir Japón al comercio exterior o al capital extranjero comportaba riesgos
demasiados grandes para la estabilidad social y política, cuyo resultado podría ser el caos
económico. Cuando los gobiernos japoneses tomaron el relevo en los años cincuenta, no se produjo
ninguna objeción estadounidense a los controles de cambio estrictos, a la prohibición de la inversión
extranjera, a los controles sobre las importaciones ni a las finanzas tuteladas que, según las elites
japonesas, situarían los intereses privados, tanto políticos como económicos, en consonancia con su
concepción del interés nacional.
El cambio llegó en los años setenta, tanto desde dentro como desde fuera de Japón. En el interior, la
deuda pública, que se había mantenido inusualmente baja, especialmente en comparación con
Estados Unidos. El alto nivel de ahorros y los bajos tipos de interés en Japón, combinados con el bajo
nivel de ahorros y los tipos de interés relativamente altos en USA, tentaron cada vez más a los
bancos japoneses a irse a Londres y a Nueva York en busca de un arbitraje rentable, en especial en
los mercados de valores de renta fija. En 1986, los bancos japoneses eran los mayores prestamistas
en los mercados financieros internacionales.
El sistema francés
La experiencia francesa ha estado más cerca de la japonesa, hasta el punto que la estrategia de
posguerra de Francia generó un crecimiento económico rápido, que entre 1960 y 1973 solo fue
superado por el de Japón, y que provocó un éxodo acelerado de población activa de agricultura hacia
la industria, lo cual a su vez comportó un aumento de los salarios reales y el ascenso de una clase
media próspera. De manera más sutil que en Japón, el Gobierno utilizó poderosos mecanismos para
influir en el comercio, la inversión y las finanzas. Los planificadores económicos franceses tenían un
control férreo sobre el crédito otorgado a los sectores públicos y privados. Existía una cierta
continuidad en la política francesa con respecto a las finanzas. Su rasgo característico era una
especie de nacionalismo desesperado, que se reflejaba en la terminación de mantenerse junto a
Londres como mercado financiero, de controlar a la expansiva burocracia comunitaria, y de resistirse
a la hegemonía económica alemana. Para desafiar el dominio financiero de Londres, Francia
estableció en 1986 un mercado de futuros, el MATIF. Éste abrió las puertas a las operaciones
especulativas por parte de bancos y empresas francesas. Las empresas francesas comenzaron a
invertir a fondo fuera del país especialmente en USA.
La regulación en Alemania.
Alemania era un poco como USA: un estado federal en el que la autoridad era compartida entre el
Gobierno central y los Lander provinciales; un sistema bancario con muchos pequeños bancos
locales y solo tres de tamaño gigantesco; un sistema mixto de regulación pública y regulación a nivel
subestatal por parte de asociaciones gremiales que gobernaban sobre los bancos privados, las cajas
de ahorros y los negocios de seguros.
La competencia global por las cuotas de mercado forzó a los bancos alemanes a buscar negocios
más rentables en el extranjero. Hacia los años ’80 el negocio interno se había reducido y los grande
bancos iniciaron actividades de inversión, compraron sucursales extranjeras e incrementaron sus
operaciones en Nueva York, Londres y el lejano Oriente. El cambio social y económico comportó un

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cambio considerable de las tasas de ahorro alemanas, a medida que la próspera clase media
envejecía y se preocupaba por el rendimiento del capital.
Como en Japón, la cultura política alemana valoraba el consenso y la valoración.
La excentricidad británica
La regulación de la City ha sido objeto de grandes cambios. Poco queda hoy del antiguo sistema de
autorregulación informal y flexible sometido a la vigilancia de la Old Lady, un sistema menos
dependiente de la ley que el sistema estadounidense o el alemán, y más dependiente de pactos
entre el gobierno y una serie de clubes selectos de “caballeros capitalistas”. Había media docena o
más de esos clubes: bancos de compensación, bancos de descuento, bancos de ultramar, bancos
mercantiles, cajas de ahorros, sociedades de crédito hipotecario, operadores e intermediarios
bursátiles, aseguradores, agentes de seguros y “nombres” de Lloyd’s.
Los bancos de compensación eran los bancos comerciales. El Tesoro aplicaba sus controles
monetarios sobre todo a través de ellos.
Los bancos de descuento se especializaban en letras y créditos a corto plazo, y eran los
intermediarios a través de los cuales el Banco de Inglaterra canalizaba sus operaciones de mercado
abierto para aportar o retirar reservas de los bancos de compensación.
Los bancos de ultramar en los años sesenta se pasaron a las operaciones en eurodólares.
A todos los clubes profesionales de la City, incluidos Lloyd’s y la bolsa de valores, se les permitía
utilizar sus propios métodos para castigar a los miembros que violaban normas escritas o no
escritas.
A finales de los años 90 ya no quedaba casi nada de este informal sistema de control en el que un
círculo flexible de clubes financieros era presidido por un banco central sigiloso y vigilante que sólo
intervenía en contadas ocasiones. En su lugar, la City había pasado aparentemente a ser gobernada
por un verdadero laberinto de leyes y organismos gubernamentales.
De cara al exterior, el Banco de Inglaterra parecía más independiente que nunca. Pero la realidad
ponía muy en duda su poder regulador sobre un centro financiero más abierto que nunca a un
mundo más amplio e ingobernable.
¿Cómo y por qué ocurrió esto? Fundamentalmente, a causa de dos tipos de competencia: la
competencia transnacional entre la City y Wall Street, y la competencia entre aquellos socios
privilegiados que pertenecían a los clubes informales y aquellos intrusos recién llegados que no
pertenecían a ellos, pero que ansiaban tener su parte de beneficios.
En los servicios bancarios y financieros, la experiencia muestra sobradamente que, aunque
aumenten las presiones derivadas de la competencia, los directivos raramente rebajan sus precios,
sino que más bien se ven tentados a adoptar mayores riesgos para seguir en el negocio.
Parte de la metamorfosis del excéntrico sistema británico tiene una explicación internacional. La
competencia llegó primero de USA y luego de Japón y otros lugares. Los bancos estadounidenses
siguieron a sus empresas clientes hacia Londres cuando éstas realizaron fuertes inversiones en la
Europa de posguerra. Este negocio en el extranjero era mucho más rentable que el negocio grabado
y regulado en USA. El resultado fue un cambio legislativo en 1981 que hacía posible realizar en
Nueva York el mismo tipo de negocios rentables que se hacían en el extranjero.
La otra parte de l a competencia era interna. A principios de los años setenta, en Gran Bretaña los
bancos de compensación se vieron bajo la presión competitiva de los llamados bancos

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“secundarios”, que al estar mucho menos regulados y supervisados que los bancos de
compensación, tomaron riesgos en el mercado inmobiliario. En 1973 se metieron en tales problemas
que el Banco de Inglaterra se sintió obligado a lanzar lo que llamó un “salvavidas” para rescatarlos
El SIB no tenía ni los recursos necesarios ni el poder sancionador para prevenir y castigar las
infracciones financieras. En 197 se decidió remplazarlo con un super-Sib que reuniría bajo el mismo
techo a todas las oficinas reguladores que proliferaron durante los años noventa.
En comparación con otros centros financieros, al ser mayor y más abierta, y al estar implicada en
mas tipos de operaciones financieras complejas, la City de Londres se está encontrando antes que el
resto con los problemas de regulación implícitos a un sistema político de gobiernos nacionales que
se enfrentan en un sistema financiero transnacional integrado.

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