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Entrevista a Hans Georg Gadamer

por Antonio Gnoli y Franco Volpi

La Republica y Clarín.
Traducción de Cecilia Beltramo.
Domingo 27 de mayo de 2001.
El discípulo Hans Georg Gadamer , quizá el más grande filósofo vivo,
recuerda las clases de su maestro, Martin Heidegger, y examina su
decisión de apoyar al nazismo. Gadamer evoca las influencias que
marcaron a Heidegger y su novelesca pasión con la joven filósofa
judía Hannah Arendt.
El 26 de mayo se cumplen veinticinco años de la muerte de Martin
Heidegger, el controvertido filósofo del siglo XX. Nadie mejor para
evocarlo que Hans Georg Gadamer, uno de los más grandes filósofos
vivos. En una nota del 22 de enero del 39, recogida en sus obras
completas, Heidegger escribe que Gadamer es, junto con Walter
Bröcker, "el único que domina en verdad la filosofía antigua, que
constituye el alfa y el omega de la educación filosófica".

—¿Cómo conoció a Heidegger?

—En la universidad de Friburgo. Algunos de mis amigos iban a


escucharlo y volvían fascinados por la magia de sus claves. Contaban
que era una manera completamente nueva de hacer hablar a los textos
tradicionales. Así, en el verano de 1923 también yo fui a Friburgo y
quedé muy impresionado. Oírlo interpretar a los griegos, a Platón, a
Aristóteles, y luego a Pablo, a Agustín, al joven Lutero; verlo
trabajar en sus primeras tentativas de hallar un vocabulario
filosófico nuevo para expresar el sentido de la existencia humana,
fue una experiencia indescriptible. Reinaba la sensación de que
estaba naciendo un nuevo astro en la filosofía alemana.

—¿Tuvo algún contacto con él?

—Al principio, cuando asistí por primera vez a sus seminarios,


mantuve con él una relación académica, de alumno y maestro. Cuando
vino a Marburgo, en cambio, mantuvimos una relación mucho más
intensa, confidencial, casi familiar. Entre otras cosas, fue el
padrino de bautismo de mi hija.

—Si examinamos la lista de participantes de los seminarios de


Friburgo, se ven nombres que dejaron una fuerte impronta en la
filosofía contemporánea alemana.

—Es verdad. En Friburgo estuvieron Marcuse, Horkheimer, Joachim


Ritter, Hans Jonas. En una ocasión también estuvo Leo Strauss, pero
sólo de paso, cuando Heidegger comentó el primer libro de la
Metafísica de Aristóteles. También para él, que estudiaba en la
mítica Heidelberg de Max Weber, fue una experiencia inolvidable. Tan
es así, que me lo recordó cuando volvimos a vernos en París en el
año 1933. En comparación con Heidegger, Weber le parecía un "pobre
huerfanito". Heidegger, en resumen, era sencillamente formidable.
Nunca vi un talento filosófico igual.

—Sin embargo, Weber tuvo gran influencia en Heidegger.

—Heidegger había seguído su pensamiento con atención y lo respetaba


mucho, aunque veía en él al hombre público. En ese sentido, desde su
punto de visto filosófico, lo criticaba. Sin embargo, lo consideraba
más interesante que Heinrich Rickert, del cual, por otra parte,
Weber tomaba buena parte de sus categorías filosóficas.
—En aquellos años el verdadero descubrimiento de Heidegger fue
Nietzsche.

—Nietzsche estaba presente en la cultura alemana desde principios de


siglo, a través de las vanguardias artísticas y literarias. También
el joven Heidegger respiró esa atmósfera pero más tarde, hacia la
mitad de los años treinta, empezó a enfrentarse seriamente con los
textos nietzscheanos. Ya existía el libro sobre Nietzsche de
Jaspers, de quien Heidegger era amigo, y también el Alfred Baeumler,
otro amigo de Heidegger. A todos les resultaba evidente la
importancia que tenía Nietzsche en el pensamiento alemán, y también
Heidegger quiso dominarlo. La verdad es que no sé si lo logró. Su
hijo Hermann me contó que Nietzsche lo hacía entrar en crisis y que
en su casa siempre decía: "¡Nietzsche me destruyó!"

—No sabía que Heidegger fuera amigo de Baeumler.

—Hasta cierto punto. Baeumler, por otra parte, no era ningún tonto.
Escribió un libro nada malo sobre la Crítica de la razón pura , de
Kant. Después, sin embargo, Heidegger criticó su interpretación de
Nietzsche. Baeumler, que junto con Ernst Krieck y Alfred Rosenberg,
se había convertido en uno de los inspiradores de la política
cultural del partido nacional socialista, reaccionó con hostilidad.
También se convirtió en acérrimo enemigo mío y trató por todos los
medios de obstaculizar mi carrera.

—Háblamos de Nietzsche...

—En aquellos años, en el mundo alemán era prácticamente obligatorio


abordarlo. No había filósofo, literato o artista que no hubiera
pasado en algún momento de su vida por una etapa nietzscheana. Yo
soy uno de los pocos que escaparon a esa fascinación por Nietzsche.

—Ernst Jünger era uno de los grandes intérpretes de Nietzsche. ¿Lo


conoció?

—Conocí tanto a Ernst como a Friedrich Georg, su hermano. Eran


personas completamente distintas. Ernst era más genial, pero tenía
un carácter más difícil. Friedrich Georg, el poeta, en cambio, era
un romántico. Nos frecuentamos durante un tiempo. Aprecio sobre todo
lo que escribió en el libro La perfección de la técnica . También
conocí personalmente a Ernst. Me daba la impresión de un típico
hombre de formación militar. Tenía una postura rígida y una voz casi
metálica, átona.

—¿Cuáles fueron, en su opinión, los motivos por los que Heidegger


ingresó al partido nacional socialista en 1933 y se hizo designar
rector de Friburgo?

—Cuando llegó a Marburgo la noticia de que Heidegger había tomado


partido en favor del nazismo, no podíamos creerlo. ¿Heidegger, nazi?
"¡Imposible!", fue nuestra primera reacción. Era absurdo, un
sinsentido. Su esperanza de impulsar una renovación de la
universidad por medio del movimiento nacional socialista fue de una
ingenuidad increíble, sobre todo en el caso de alguien como él, que
no tenía idea sobre el funcionamiento de un aparato burocrático.
Recuerdo que, tras asumir el cargo, en pocas semanas toda la
administración universitaria quedó paralizada. Escrupuloso como era,
pretendía ver y controlar personalmente todo aquello que firmaba. Y
nunca firmaba algo sin leerlo antes.

—Karl Löwith, que fue discípulo de Heidegger, escribe cosas


terribles sobre su conducta después de 1933.

—En realidad, Heidegger hizo todo lo que pudo por ayudar a Löwith,
pero no era un valiente y, de todos modos, no habría obtenido nada
de los nazis. El destino de Löwith estaba sellado desde el
principio. Lo que terminó con la amistad fue que, en esas
circunstancias, cuando Heidegger viaja a Roma en 1936 y, al día
siguiente de su conferencia, va a buscar a Löwith, no tuvo la
delicadeza de quitarse el distintivo del partido. Para Löwith fue
una provocación, y eso precipitó la ruptura.

—Se dijo que Heidegger fue antisemita.

—No cabe duda de que Heidegger era temeroso, pero decir que fue
antisemita es una necedad. Cuando se hablaba del tema, Paul
Friedländer, un colaborador de origen judío que había trabajado con
él en Marburgo, decía que para Heidegger el único criterio de
selección era la inteligencia, no los orígenes judíos o arios. Por
lo demás, sus numerosos discípulos judíos —Löwith, Jonas, Hannah
Arendt, Günther Anders, Marcuse—, así como el hecho de que a
principios de la década del 30 incluso su asistente, Werner Brock,
era judío, constituyen la mejor refutación.

—Sin embargo, la poesía que escribió Celan tras su visita a la


cabaña de Todtnauberg, donde vivía el filósofo, alude a que su
posición a ese respecto era elusiva.

—No, no creo que la poesía de Celan quiera decir eso. Me parece que
interpretar su relación en esos términos es reduccionista, como si
no hubieran tenido otro tema de discusión que el nacional socialismo
y el holocausto. Seguramente hablaron de otras cosas. Heidegger
admiraba mucho la poesía de Celan. La consideraba arte con
mayúsculas, la forma del pensamiento poético que él impulsaba. A
Celan, por su parte, le interesaban los temas filosóficos que
abordaba Heidegger. Ambos compartían un mismo sentimiento respecto
de la importancia de la poesía en una época de crisis.

—¿También rechaza las acusaciones de antisemitismo?

—Sí, y la prueba más convincente es su extraordinaria historia de


amor con Hannah Arendt.

—¿La relación entre ambos había trascendido?

—No, en absoluto. Para nosotros fue una sorpresa, pero eso arroja
una luz más humana sobre su personalidad. También la figura de la
mujer de Heidegger se revalorizó. Se la suele considerar una nazi
fanática pero las cosas no son así. El hecho de que Heidegger
decidiera quedarse a su lado significa que, a pesar de todo, Elfride
era la mujer indicada para él, y que su organización doméstica le
permitía a él ser lo que era. Heidegger tenía una gran fantasía pero
al mismo tiempo poseía una disciplina de hierro en lo que respecta
al trabajo. Si bien estuvo expuesto a muchas tentaciones, sobre todo
en lo que hace al sexo opuesto, consiguió elaborar una obra
filosófica de extraordinaria envergadura.

—¿A qué se refiere cuando alude a las relaciones de Heidegger con el


sexo opuesto?

—A que Hannah Arendt fue sólo el comienzo. Es evidente que ella lo


hizo feliz, y esa historia es única e irrepetible para Heidegger.
Sin embargo, su personalidad carismática tenía para las mujeres una
fascinación especial. Después de la historia con Arendt, es probable
que haya dejado de reprimirse. Circulan muchas historias al
respecto, algunas fundadas.

—¿Cómo vivió Heidegger la posguerra?

—Había perdido todo. En todo sentido, tanto en lo material como en


lo espiritual. Se hundía en una profunda crisis. El drama fue que,
en realidad, hacía tiempo que se había distanciado de su entusiasmo
inicial por el nazismo que, por otra parte, criticaba en sus clases.
Sin embargo, como era una persona muy temerosa, no tuvo la valentía
de manifestar abiertamente sus disensos. Una vez terminada la
guerra, se lo quería hacer pasar por nazi a pesar de que no lo era.

—¿Su mujer influyó o no tuvo influencia en su adhesión inicial al


nazismo?

—No, es un mito muy extendido pero sin fundamento. Su mujer no era


nazi sino simpatizante del partido güelfo, que tenía representación
en el parlamento prusiano y cuyo programa político se caracterizaba
por su oposición al cesarismo.

—Pero se dice que era una mujer muy rígida, que fue ella quien evitó
que su marido asistiera al entierro de Husserl.

—Ese es otro episodio que revela la debilidad de Heidegger. Fue una


falta de valentía imperdonable. Estábamos en 1938 y probablemente
Heidegger temió que su asistencia pudiera comprometer su posición
ante el nazismo. Es verdad que él ya no tenía chance de participar
activamente en las decisiones sobre la política cultural del
nacional socialismo, como tal vez esperaba cuando aceptó el cargo de
rector.

—Usted muestra el costado humano de Heidegger pero, ¿hubo una toma


de distancia en el terreno filosófico?

—Percibí con claridad lo peligrosa que era su elección. Mi reacción


fue evitar todo contacto con él. No lo vi durante cinco años, pero
no por razones morales o porque quisiera manifestarle así mi
desacuerdo, sino porque no quería quedar involucrado. Tal vez su
único verdadero acto de valentía fue renunciar al rectorado. Fue una
verdadera provocación a la jerarquía nacional socialista. La opinión
pública no comprendió el significado de ese gesto. Para él fue el
principio de las dificultades. En sus clases, quienes lo escuchaban
advertían que había una clara toma de distancia respecto del
nacional socialismo.

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