Sei sulla pagina 1di 11

Pasajes de la Historia

Hernán Cortés.

Es tiempo para nuestros pasajes de la historia. Es tiempo de conquista, tiempo de


héroes, tiempo de mitos, tiempo de dioses, que llegaron a las nuevas tierras. Es el tiempo
de un grupo al que llamamos todos los conquistadores. Y entre ellos el más descollante,
el que más fulgor obtuvo, el más curtido, el más laureado por la leyenda. La historia, en
nuestros pasajes de la historia, de Hernán Cortés.

Porque hablar de la conquista de América es hablar de Hernán Cortés, y otros que


como él, buscaron la aventura, buscaron el sueño, buscaron la riqueza y la fama, en los
nuevos territorios a punto de ser conquistados. Y en esa cuna de conquistadores,
Extremadura, nacía Hernán Cortés en 1485, en la ciudad de Medellín. Dicen los cronistas
que nació en familia de buena cuna y de
asidua fortuna. Pero la buena cuna
propició que desde jovenzuelo Hernán
Cortés viajara a la edad de catorce años
a Salamanca, a buscar la virtud, a
buscar la enseñanza, a buscar la
sabiduría. Era el año 1499 cuando
Hernán Cortés llega a Salamanca, y en
ese tiempo se publicaba un libro magno
“La Celestina”, y en ese contexto llega
el joven Hernán a la ciudad de
Salamanca, en tendido afán de
ilustrarse, privilegio para muy pocos en
la época, y él, la verdad es que no supo
aprovechar ese don que le dieron sus
padres, esa facultad que le entregaron
sus padres, y en tan sólo dos años, poco pudo hacer, pero sí que supo aprender, por que
despabilado era. Despabilado, impetuoso, entusiasta. Dicen que consiguió dominar la
disciplina del latín, que conseguía hablar con fluidez el latín, pero no consiguió terminar
sus estudios. Así, en 1501 los abandona, cuando tenía tan sólo dieciséis años, y aquí
empieza ya a fraguarse la leyenda de Hernán Cortés, por que dicen que el tramo de 1501
a 1504 buscó fortuna en las lejanas tierras de Italia, bajo las órdenes del gran capitán,
aunque después hemos podido ver, comprobar, contrastar en las crónicas, que ese
repetido viaje a Valencia primero, y a Italia después, no existió en realidad, así que
debemos decir que en esos tres años Hernán Cortés llegó a Valladolid y bajo la tutela de
un lejano tío suyo, fue escribano. Los pocos conocimientos que obtuvo en Salamanca los
supo aplicar muy bien a lo largo de toda su vida como ya veremos. Tres años dedicados
más que a trabajar, a la holganza, por que el chico era dicharachero, seductor, y como
hemos dicho antes, muy entusiasta, y entusiasmado por las aventuras, y las aventuras no
estaban en ese momento en España ni en Italia, las aventuras llamaban desde la lejana
América, desde la recién inaugurada América, el nuevo continente.

Así, en 1504, con diecinueve años, se embarca en su aventura definitiva: rumbo


hacia las Américas, rumbo hacia una isla, La Española. Y ahí se encuentra como en su
propia casa. Se desenvuelve como jamás él había pensado que se iba a desenvolver en
cualquier ambiente. Entraba amistad con muchos de la época, con muchos de la zona,
con muchos del lugar. Se hace amigo de Diego Velázquez. En principio amigos, luego
tremendos enemigos. Pero Diego Velázquez confía en ese joven, y le sugiere la
posibilidad de embarcarse en una nueva aventura. En este momento, rumbo hacia Cuba.
1511. Diego Velázquez, buscando más riquezas que gloria, llega a la isla de Cuba, y con
él, un joven y aplomado Hernán Cortés. Diego Velázquez le nombra alcalde de Santiago
de Cuba. Y ahí empieza unos años de cierta paz, de cierta dignidad, y ya empiezan los
recelos con Diego Velázquez. Recelos que llegarían a consumarse años más tarde. Aquí
incluso, Hernán Cortés llega a tener ciertos amoríos y llega a casarse con Catalina
Juárez. Además, la hermana de Catalina Juárez también andaba enamorada de Diego
Velázquez. Es decir, que la historia estuvo a punto de hacerles cuñados. Y sí, se casó con
Catalina. Desgraciadamente la abandonaría al muy poco y se olvidaría de ella. Las
promesas que hizo a Catalina quedarían atrás, por que se acercaba el glorioso año de
1519.

Unos meses antes, Diego Velázquez empieza a recibir informaciones del nuevo
continente. Hablan de oro, hablan de riquezas inmensas, y hablan de pueblos salvajes
que deben ser prestamente evangelizados. Diego Velázquez, por supuesto no piensa en
la evangelización, piensa en el inmenso caudal de oro que va a llegar a sus arcas, y
empieza a preparar la estrategia para acercarse a los territorios de la Nueva España, de
lo que sería la Nueva España, los territorios de México. Esas informaciones llegaron a
cargo de los adelantados. Adelantados que por ahí estuvieron. Uno de ellos, Jerónimo de
Aguilar, que conocía perfectamente la lengua maya. Sería un buen traductor para entrar
en contacto con las tribus aborígenes y llegar a ese intercambio - ya sabéis que los
españoles siempre hacemos los negocios – cuentas de colores a cambio de oro. Por tanto
los barcos iban cargados de armas, sí, pero la mitad del barco, la otra mitad de cuentas
de colores. Diego Velázquez se entera que Hernán Cortés está preparando su plan
aparte, y entonces esto no hace confiar mucho a Diego Velázquez, y decide quitarle el
mando de la expedición, pero ya es demasiado tarde, Hernán Cortés ha metido en la
expedición a muchísimos marineros, a muchísimos españoles, dispuestos a su aventura.
Más que soldados, eran aventureros. Estaban dispuestos a ofrecer su vida, su sacrificio, a
cambio de riquezas inmensas que en España no podían obtener. Ya con unos cuantos
reclutados, y antes de que Diego Velázquez, el gobernador, decida actuar, Hernán Cortés
consigue flotar una flotilla de once barcos, con quinientos cincuenta hombres y dieciséis
caballos, diez piezas de cobre y cuatro ligeras. Y en ella embarca al traductor Jerónimo de
Aguilar, y se embarca con sus hombres, con sus curas, y con algunos científicos. Eran
once barcos, la cifra de hombres en torno a los quinientos cincuenta, rumbo hacia México.

Era el 10 de Febrero de 1519. Días más tarde, llegan a las costas de México,
cerca de Tabasco, ahí desembarca la tropa española, ahí toman posesión de los nuevos
territorios, y ahí se enfrentan a su primer gran problema: los mayas. En principio, no eran
muy combativos, pero luego, es como si intuyeran el peligro que se cernía sobre ellos, y
rápidamente forman un ejército de doce mil hombres. Doce mil guerreros, cuyos rostros
iban pintados de blanco y negro, los cuerpos acorazados, las hachas de guerra, las
lanzas preparadas, y forman frente a los españoles. Los españoles no se amedran.
Habían llegado demasiado lejos como para retirarse. Hernán Cortés forma a sus
hombres. Los caballos quedan enjaretados y adornados con mil y un cascabeles. Aquello
deja estupefactos a los indios. Los mayas contemplan extasiados el espectáculo que ante
ellos se ofrece. Dieciséis caballos tan sólo pudo reunir Hernán Cortés, pero la impresión
era que aquellos no eran sino centauros, hombre hibridados con caballos, formaban una
sola pieza, y comienzan los ataques mayas, y comienzan a caer víctimas de los
arcabuces y de las piezas de cobre. La caballería de Hernán Cortés embiste a los mayas,
y causa estragos entre ellos, que más que morir a manos de los españoles, mueren
aplastados entre ellos por el estrépito ocasionado por los caballos. En esa primera batalla
cercana a Tabasco, mueren más de ochocientos mayas. Los españoles después del
combate se pertrechan, se fortifican, y esperan noticias de los mayas. Los mayas envían
una delegación, en principio esclavos, por que desconfían de los españoles. Esos
esclavos reciben un mensaje de agrado y de ánimo por parte de Hernán Cortés – sabía
perfectamente acerca de su inferioridad numérica, y que tarde ó temprano esas batallas
serían insostenibles – y los mayas empiezan a acercarse, cada vez con menos miedo.
Después de los esclavos, envían embajadores, envían caciques. Y al final empiezan a
establecerse pactos, acuerdos, llegan las cuentas de colores, y los mayas, claro, traen el
oro. Y además del oro, traen veinte esclavas, por que los mayas sabían… se habían fijado
en un pequeño detalle, y es
que los españoles no traían
mujeres, y eso no lo podían
entender, no tenían mujeres
que les cuidaran y que
molieran el maíz. En ese
grupo de esclavas, hay una
que destaca por su belleza,
de cuerpo pequeño, pero de
belleza resultona, ojos muy
vivaces. El nombre es
Malinche. Tenía dieciséis
años. Acerca del origen de
Malinche, se cuenta que era
hija de un cacique local, por tanto, una princesa local, podemos decirlo así, y que
después, al morir su padre, la madre decide venderla como esclava, y en esas, se
aparece en el mundo de Hernán Cortés. Hernán Cortés se fija en ella, y se la entrega a
uno de sus más valerosos capitanes. Claro, ellos no podían crear habituamiento carnal
con esclavas mayas al no estar evangelizadas, así que deciden bautizarlas a todas, para
poder hacer el ayuntamiento carnal. Un pequeño trámite. Y en el caso de Malinche, el
nombre que le toca en suerte, es el nombre de aquella santa que murió martirizada junto
a sus siete hermanos en Orense: Marina. Ahí nació la historia, ahí nació la leyenda de
Doña Marina, de esclava maya a compañera fiel e inseparable de los españoles. Un
pequeño detalle también a tener en cuenta, Marina no sólo hablaba la lengua maya, sino
por su instrucción, también hablaba el náhuatl, la lengua de los aztecas, detalle muy
importante para los acontecimientos posteriores.

Los españoles estaban asentados en el territorio, y en eso que Moctezuma, era el


líder carismático del imperio azteca, decide enviar embajadores y espías para comprobar
lo que está ocurriendo. La vieja leyenda de los
aztecas hablaba de Quetzalcóatl. Quetzalcóatl
era el dios azteca. Aquel que vivió con los
aztecas durante un tiempo, y que después éstos
le dieron la espalda, y se fue del mundo azteca,
con la promesa de volver algún día. Cuando
aparecen los españoles, los aztecas creen
interpretar que Quetzalcóatl ha regresado, ha
vuelto, que las leyendas de sus ancestros tienen
sentido, que cobran sentido. Y envían espías y
embajadores para averiguar qué narices está
pasando. Cuando llegan los aztecas a los
territorios de los españoles, claro, había una
confusión por que Jerónimo de Aguilar sólo
conocía el maya, y nadie se podía entender bien con aquellos aztecas que habían
llegado. Pero de repente, la joven Doña Marina, la joven Malinche, se acerca a los
aztecas y les habla en su lengua. De forma muy vivaz, muy lenguaraz, ella se los
transmite a Jerónimo de Aguilar y Jerónimo de Aguilar a Hernán Cortés – imaginad la
situación – ahí para decir cualquier cosa deben querer reunirse cuatro ó cinco.

Pero la situación empieza a ponerse propicia para Hernán Cortés. Empieza a


frotarse las manos, y con sus hombres empieza a adentrarse en el territorio azteca. A
principio todo iba bien, pero se empezaron a topar con una suerte de tribus muy
guerreras, muy belicosas, y así, llegaron al territorio de los tlaxcaltecas, más belicosos
jamás hayan visto. Los tlaxcaltecas atacaban de forma incesante, hostigaban de forma
incesante a los españoles, pero no podían con ellos. Los españoles estaban muy
determinados a vencer, eran conscientes de su superioridad, sus armaduras, sus piezas
de cobre, sus cañones, sus arcabuces, sus ballestas, les hacían casi invencibles. Los
tlaxcaltecas reúnen a sus brujos, reúnen a sus chamanes, y éstos determinan que al ser
hijos de los dioses, al ser hijos del sol, durante el día no podían ser vencidos, pero sí en la
noche, y los tlaxcaltecas deciden atacar por la noche. Pero Doña Marina comprende el
peligro, ve llegar a los primeros camuflados, avisa a Hernán Cortés, y éste pone fin a la
internada. Al fin, después de ser sometidos los tlaxcaltecas, consigue una alianza que
sería duradera a lo largo de toda la conquista de México. Hernán Cortés, ya que, tal vez
mermado por algunas bajas, funda la ciudad de Veracruz. Ahí deja una pequeña
guarnición, y sigue avanzando, por que el gran objetivo de Hernán Cortés era
Tenochtitlán, la gran capital del imperio azteca. Avanza con menos de cuatrocientos
hombres y unos cuatro mil guerreros tlaxcaltecas, y todos hacia Tenochtitlán. Sigue
teniendo cierta oposición local, aunque los aztecas están más curiosos que belicosos,
quieren saber a qué demonios se están enfrentando. ¿Quiénes son esos que vienen
montados en esas bestias? ¿Quiénes son esos que arrastran piezas que sacuden fuego
desde sus bocas? ¿Quiénes son esos que logran disparar y matar a distancia? Intentan
averiguar qué está ocurriendo. Los españoles y sus aliados llegan a la ciudad imperial de
Tenochtitlán. Un joven y valeroso capitán español sube al volcán Popocatépetl y desde
ahí con un grupo de españoles contempla extasiado lo que ante él se ve: una ciudad casi
flotante, muy parecida – por que aquellos soldados españoles habían sido curtidos en las
guerras de Italia – muy parecida a Venecia, sobre lagunas, una ciudad inmensa, se puede
decir que cubierta por centenares de miles de aztecas – se cuenta que la población de
Tenochtitlán llegó a tener un millón de habitantes. Ante ese millón de habitantes, ante el
máximo esplendor del imperio azteca, se encontraban poco menos de cuatrocientos
españoles y unos tres mil, cuatro mil tlaxcaltecas. ¿Qué harían? ¿Qué pasaría?
Moctezuma quiso conocer a su enemigo, y provocaron, provocaron un encuentro. El
encuentro entre Moctezuma y Hernán Cortés pasará a la historia. Hernán Cortés incluso
intentó abrazarle, cosa que impidieron los allegados de Moctezuma, al tener a Moctezuma
como un ser divino. En definitiva, se resuelve la entrada de los españoles de forma
pacífica en Tenochtitlán, y la entrada de los españoles también quedó impresionada en
las retinas de los aztecas – imaginad la situación – cinco líneas crearon los españoles
para entrar, en una primera línea, Hernán Cortés y tres de sus capitanes, subidos a lomos
de sus caballos, llenos de cascabeles, los caballos enjaretados, la impresión debió ser
tremenda para los aztecas. Detrás de esa línea, un grupo de ballesteros, con las ballestas
cargadas, por supuesto. Detrás, el grueso de la caballería, que en este caso eran doce, y
detrás de esos doce, los arcabuceros. La infantería, y detrás de toda la infantería, el grupo
de aliados tlaxcaltecas. Y así, de forma parsimoniosa, entraron en Tenochtitlán. Aquellos
cuatro, siendo vanguardia de un grupo de un poco más de cuatrocientos, entraron en la
ciudad más importante de América. Fueron respetados. Se asentaron en el centro de la
ciudad. Tomaron un palacio, y ahí se establecieron. Pero rápidamente los capitanes
comprendían que su situación era muy forzada. Los capitanes allegados a Hernán Cortés
no confiaban en aquella situación. Pensaban que era una tremenda encerrona, que
Moctezuma tarde ó temprano pondría fin a sus vidas. A todo esto, llegan noticias de la
recién fundada ciudad de Veracruz: los españoles allá asentados han sido masacrados
por los indios, y cuentan que esos indios eran aztecas, que eran enviados de Moctezuma.
Los capitanes desconfían. Le sugieren a Hernán Cortés la posibilidad de apresar a
Moctezuma, de tenerle como rehén para salvaguardar sus vidas. Hernán Cortés, llevaría
seis días establecido en Tenochtitlán, accede, y con cinco capitanes, y su traductora, la
eterna Doña Marina, se acercan al palacio real, al palacio de Moctezuma, y le cuentan la
situación, y le dicen lo que ha ocurrido en Veracruz, y exigen justicia. La situación se pone
muy tensa. Hernán Cortés opta por el diálogo. Moctezuma también, diciendo que él es
inocente, que no tiene nada que ver con la muerte de los españoles. Los capitanes, más
bravos que diplomáticos, empiezan a ponerse muy nerviosos. La situación la resuelve
Doña Marina, hablando a Moctezuma diciendo que es mejor que se entregue por que ahí
puede correr la sangre. Moctezuma se entrega, y es llevado cautivo a la zona de los
españoles. Todo empieza a ponerse muy raro. A todo esto, no nos olvidamos de nuestro
querido compañero Diego Velázquez, que decide organizar una nueva flota para ir a por
Hernán Cortés. ????... hay que darle un castigo, y prepara una flota de dieciocho naves, y
en esas dieciocho naves, casi mil soldados, ochenta jinetes, buena… buen número de
piezas de cobre, de artillería, una flota que sin duda alguna, no va a ser oposición para
Hernán Cortés, por que van a pasar por encima y simplemente eso. Y la envían. Y al
frente de esa flota - ¡Oh, qué nombre tan carismático, oh, qué nombre tan significativo! –
un tal Pánfilo de Narváez. Pues el bueno de Pánfilo iba muy confiado al frente de sus mil
hombres. Arriba en las costas de México, y ahí empiezan a propagar el mensaje: vienen a
por Hernán Cortés, lo que no sabía el bueno de Pánfilo es que entre los mil hombres casi
todos estaban a favor de Hernán Cortés, por que habían oído hablar de las hazañas, de
las proezas, del oro que había conseguido, sobre todo esto último, y no estaban muy con
la labor de apresar a su héroe, pero bueno, hasta entonces no habían dicho nada. Hernán
Cortés conoce la noticia, toma una parte de su asidua tropa, y se dirige hacia el
encuentro, con los españoles que venían a apresarle, que venían a presentar batalla.
Mayo de 1520. Veintisiete de mayo de 1520. Hernán Cortés con doscientos cincuenta
hombres frente a su ejército opositor de más de mil, con Pánfilo de Narváez al frente.
Pánfilo se había pertrechado en una pirámide. Una pirámide de diez metros de altura, y
Hernán Cortés enseguida comprende su delicada situación: jamás podría vencer a ese
ejército. Y decide iniciar una acción que podemos considerar casi, casi de comando:
escoge a un par ó tres de capitanes valientes, y con ellos, se interna en la pirámide.
Pánfilo estaba tan confiado de su superioridad que no había puesto mucha guardia, y los
capitanes llegan a la estancia donde está Pánfilo de Narváez. Se levanta sobresaltado,
decide oponer alguna resistencia, le asestan un mandoble, le saltan un ojo, y aturdido
pensando que su fin ha llegado, se entrega. Los soldados que iban bajo las órdenes de
Pánfilo de Narváez, pues deciden pasarse a Hernán Cortés, porque ya lo tenían más ó
menos pensado. Así que, lo que podía ser la gran derrota de Hernán Cortés se convierte
en la gran victoria, la que le da la fama, y ya no con doscientos cincuenta, sino con mil
doscientos cincuenta hombres, vuelve hasta Tenochtitlán, pero ahí están ocurriendo
cosas terribles. Pedro de Alvarado, uno de los lugartenientes de Hernán Cortés, se había
quedado al mando de la guarnición de Tenochtitlán. Contaba con unos ochenta hombres,
y en esos momentos, llegaban las grandes fiestas para los aztecas. Los aztecas tenían la
curiosa costumbre de sacrificar vidas humanas a sus dioses, y a tal fin, preparaban a
unos jovenzuelos, unos jovenzuelos, decían, de cuerpo perfecto, que durante un año les
daban toda clase de privilegios, privilegios en todos los sentidos: sexuales, litúrgicos. Dos
jovenzuelos eran preparados para un sacrificio ritual. Y ese sacrificio se estaba
preparando en esos días, curiosamente en esos días. Y claro, Pedro de Alvarado, no
estaba dispuesto a consentir que se produjeran sacrificios humanos en presencia de
españoles cristianos, y decide prohibir por su cuenta esos sacrificios. Moctezuma entra en
cólera, y aún así, decide llevar a cabo el ritual. Una jornada sangrienta, por que cuando
están a punto de sacrificar a los jóvenes, aparece la tropa española y realizan una
masacre entre la nobleza azteca que se encontraba en esa montaña dispuestos a
sacrificar a los jóvenes. Cuentan las crónicas que entre seiscientos y mil nobles aztecas
murieron víctimas de las espadas españolas. Dicen que Pedro de Alvarado no le movió el
afán de hacer justicia ó de evitar sacrificios humanos, sino que ya habían llegado rumores
al cuartel español sobre la inquietud de los aztecas y que todo se estaba preparando para
que fueran pasados por las armas los españoles, así que decide adelantarse a los
acontecimientos. Cuando llega Hernán Cortés, ve lo que ha ocurrido: los españoles
rodeados, los aztecas, muy violentos y dispuestos a guerrear, y estamos hablando de
miles de guerreros aztecas, miles de fieros guerreros aztecas, y muy fieros, por que
habían tocado lo más hondo, habían tocado su religión, sus creencias, habían tocado su
idiosincrasia, estaban dispuestos a morir, no querían más a esos españoles. No eran
dioses, eran hombres, barbudos, eso sí, pero hombres. Había que acabar con el peligro
que había llegado del mar. Hernán Cortés entra a la ciudad. Entra con sus nuevos
hombres, con sus mil doscientos hombres, y con una estupenda tropa auxiliar de
tlaxcaltecas, siempre fieles a Hernán Cortés. La tragedia está a punto de consumarse. Es
el treinta de junio de 1520. Ha llegado el momento de huir. Hernán Cortés sabe que se
juega demasiado. Sabe que no puede perder ni un solo hombre, por que el objetivo final
es demasiado importante como para desvirtuarlo en pequeños enfrentamientos. Y
deciden elegir la noche para escapar. Más ó menos eran unos siete mil, entre españoles y
aliados, y aquí cometen un gran error: deciden elegir una vía de escape y Hernán Cortés
da la orden de que cada hombre se aprovisione con todo el oro que pueda, dicen que
algunos incluso dejaron las armas para llevarse el oro, todo el oro que pudieran traer sus
mochilas. Con esos mil doscientos, mil trescientos españoles, una parte de la tropa que
ya había recién llegado a cargo de Pánfilo de Narváez, y sus aliados tlaxcaltecas se van.
Pero una joven azteca les ve, y profiriendo gritos de alarma, hace que los miles de
guerreros aztecas caigan sobre ellos. A partir de entonces será recordada como la noche
triste. Las bajas se cuentan por cientos. En las crónicas que Hernán Cortés envió al
emperador, decía que habían caído ciento cincuenta españoles y tres mil indios. Sabemos
por crónicas más fehacientes, más fiables – por que tampoco Hernán Cortés estaba como
para decir a su emperador que le estaban matando a todos los soldados – sabemos que
las cifras más certeras, hablan en torno a unos ochocientos cincuenta muertos españoles,
y unos cuatro mil aliados tlaxcaltecas. La noche triste. Aún así, Hernán Cortés, muy mal
herido, en las manos y en la cabeza, consigue escapar. Con lo que le queda, sigue
presentando batalla, los aztecas le siguen hostigando. Una batalla tras otra, centenares,
miles de batallas, cada día una. Pero al fin, consigue llegar al territorio de los tlaxcaltecas,
sus grandes aliados. Ahí, incluso llega a perder dos dedos en una batalla, pero consigue
encontrar un territorio de paz, los aztecas no llegan hasta ahí. Se recupera y ve que a su
alrededor vuelven a quedar poco menos de cuatrocientos hombres. Y con éstos, y con
una buena tropa auxiliar, vuelve otra vez al ataque. Moctezuma ha caído en desgracia:
sus hombres no le siguen, sus hombres no lo creen. Nuevos líderes, jóvenes líderes
hacen con el poder del imperio azteca. Un gran aliado también surge para los españoles,
y son las enfermedades. Con los españoles, llegó la gripe, llegó el tifus, y sobre todo,
llegó la viruela, que dicen que fue transmitida por un esclavo negro. La viruela hace
estragos, causa muchas más bajas que las propias espadas españolas. La gripe también,
pero sobre todo la viruela. Mueren a centenares. Mueren a miles. Moctezuma también es
víctima, no de la gripe ni la viruela, sino de una pedrada que le da el joven líder azteca,
queda con sus huesos en el suelo, y después entre delirios moriría agonizando.

Y el último líder azteca, Cuauhtémoc, es apresado y colgado también por Hernán


Cortés, y Tenochtitlán cae. Y ahí se sienta Hernán Cortés. La historia curiosa de la
conquista, y Doña Marina siempre a su lado. Se puede decir que, técnicamente, la
conquista de México termina en Septiembre de 1521, o sea que duró poco más de dos
años y medio, aproximadamente dos años y medio, aunque, bueno, hubo reviertas, hubo
combates, incluso rebeliones en la propia tropa española que duró hasta 1523. El tiempo
que estuvo Hernán Cortés en América va desde 1519 a 1540, y desde ahí, pues comenzó
una serie de exploraciones, por ejemplo descubrió la Baja California, que se pensaba que
era una isla, hasta que se constató que no, que era simplemente una península. Llegó al
Pacífico. Y sobre todo sus narraciones, las obras de su autoría, que eran tremendamente
descriptivas, también fue una gran aportación a la nueva geografía que se estaba
empezando a conocer en los territorios de la Nueva España. Y tuvo un hijo, tuvo un hijo
con Doña Marina. Dicen que la amaba profundamente. Que estaba enamorado de
aquellos ojos vivaces. Con Doña Marina tuvo un hijo, Martín, que claro, no fue reconocido.
No fue reconocido por que llegó Catalina Juárez – ¿Os acordáis de Catalina Juárez? Os
hablamos de ella al principio, se había casado con ella – y claro, reivindicó su derecho de
esposa, y más con el nuevo y enriquecido Hernán Cortés. Aquí hay un dato terrible en la
historia de Hernán Cortés. Llegó más ó menos en Octubre de 1522 cuando Doña Marina
ya estaba a punto de dar a luz, y claro, Catalina estaba negra, estaba enrabietada; y
después de una cena muy suculenta, muy apetitosa, y con mucha bronca, Catalina se va
a dormir a sus aposentos, y detrás de va Hernán Cortés. Todos miran complacidos,
diciendo: “bueno, han reñido pero ahora harán las paces”. Al poco, Hernán Cortés sale
profiriendo gritos, muy alarmado, diciendo que su mujer había muerto. Todos acuden, y
encuentran a Catalina postrada en el lecho, con unos moratones tremendos en el cuello, y
con su collar de oro roto. Era el uno de Noviembre de 1522. ¿Qué había pasado con
Catalina? No pudieron echarle la culpa a Hernán Cortés, no se atrevieron, pero siempre
esa leyenda pesó sobre la historia de Hernán Cortés. Era la historia negra de Hernán
Cortés. Posiblemente asesinó a su primera mujer. La historia de Hernán Cortés, que en
1540 regresaba a España, para ponerse al servicio del emperador, el emperador Carlos I
de España y V de Alemania. Hernán Cortés siempre había cumplido con su emperador.
Cada botín, de cada botín, un quinto era extraído para el emperador, para cubrir las
guerras en otros sitios, en otros lugares. En 1540 regresa a España ya muy cansado, con
cincuenta y cinco años de edad. Y aún así, decide emprender una nueva campaña militar
al lado de su emperador, la campaña de Argel, a tierras africanas se va. Pero luego, ya
muy mermado, se casó de nuevo, fue nombrado marqués, y con su segunda esposa – la
oficial – tuvo cuatro hijos, aunque luego ya por fin, se consiguió reconocer a Martín, al
primogénito de Doña Marina. Qué tiempos para Hernán Cortés, que luego entró en el
olvido. Fue abandonado por su emperador, eso es al menos lo que él pensaba. Y con
sesenta y un años moría recordando sus aventuras, sus viejas aventuras en México,
conquistando Tenochtitlán, sometiendo a Moctezuma, ahorcando a Cuauhtémoc. Cerca
de Sevilla moría en 1547, no llegó a cumplir los sesenta y dos años. Aquel que salió lleno
de esperanzas y sueños de su Medellín natal, y que regresó a España casi cargado de
cadenas por asuntos legales. Héroe, conquistador, asesino, la historia no puede juzgar
ahora las cosas que ocurrieron en el siglo XVI. Eran otros tiempos, eran otras épocas,
otra concepción de la vida, otra concepción del mundo. Nosotros hicimos esto, igual que
hicieron los ingleses lo suyo, los franceses aquello. Eran los tiempos de la conquista, los
tiempos de averiguar, los tiempos de evangelizar, los tiempos en que mataba, bajo el
amparo de la cruz. La historia de la conquista de México, la historia de la Nueva España,
la historia de Hernán Cortés, el más descollante de los conquistadores.

Potrebbero piacerti anche