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8.htm

11 - EXPOSICION VERBAL DE 20 MINUTOS DEL SEÑOR EDIL GABRIEL


WEISS, PARA REFERIRSE AL TEMA "PADRE ISMAEL RIVAS: OBRERO-
CONSTRUCTOR DE UNA SOCIEDAD JUSTA Y SOLIDARIA". (EXP. 2001-
1925).

(Ocupa la presidencia el señor edil Uberfil Hernández)

SEÑOR PRESIDENTE (Uberfil Hernández).- Tiene la palabra el señor edil


Gabriel Weiss.

SEÑOR WEISS.- Señor presidente: "Mientras repican las campanas, suenan


los clarines, ondean las banderas en las calles, mientras se pronuncian
discursos donde sobreabundan las palabras orden, democracia, libertad,
bien común, orientalidad, en muchos hogares se lloran dolorosas ausencias,
en otros se cierne la miseria por despidos y el desempleo, y un real
sentimiento de temor e incertidumbre embarga los corazones de todos." Era
el 25 de agosto de 1978. Y este mensaje del presbítero Rivas, expresado en
la Catedral de Montevideo, fue objeto de un detenido examen por los
servicios de inteligencia de la dictadura; transmitido a escondidas en todo el
país, sobre todo con gestos y sobreentendidos en Libertad y Punta de Rieles,
y transcripto en decenas de boletines en el exilio.

Señor presidente: así encabezaba el periodista Guillermo Waksman, del


semanario "Brecha", una entrevista que le realizó al sacerdote Ismael Rivas
el 7 de junio de 1986. Y hoy, a un mes de su fallecimiento, hemos decidido
recordarlo en esta Junta Departamental de Montevideo.

Entre los años 1973 y 1985 tuvimos, por nuestra activa militancia en la
Iglesia, la oportunidad de convivir con él estrechamente, de conocerlo, de
admirar la coherencia entre sus pensamientos y su vida cotidiana.

A nadie puede pasar desapercibido que este período que acabamos de


mencionar coincide con el de la dictadura militar, el de los atropellos a los
derechos humanos. La época del oscurantismo, de la vigencia de la
"Doctrina de la Seguridad Nacional", que no era otra cosa que la doctrina
del terror. No el abominable terror que viene por el aire y desaparece,
dejando miles de víctimas, sino el no menos abominable terror que se
adueña de los espíritus y que se instala durante una década, trayendo
consigo la muerte y la desesperanza.

En medio de ese escenario de sonido y furia, se levanta la figura de


Ismael Rivas, haciéndoles frente a los soldados de la oscuridad con las
armas de su convicción y de su profunda fe. Una fe con los pies en la tierra,
atada al diario acontecer del mundo y de sus prójimos. Una fe atada al
destino de su pueblo, coherente con su íntima convicción de que el "Reino
de los Cielos" es una construcción histórica que tiene como escenario donde
desarrollarse el mundo, la vida de los hombres, la historia de la humanidad.
Por tanto, la construcción de ese Reino aquí y ahora, es el desafío al que se
enfrentan todos los hombres que se dicen seguidores de Jesús. Una fe,
entonces, que para ser plena debe desarrollarse en una dimensión
colectiva.

Porque si algo detestaba Ismael Rivas era el individualismo grosero; si


algo no logró rozarlo jamás fueron las pompas del poder, ni los cantos de
sirena de la fama y el prestigio. Su vocación fue silenciosa, fue humilde, fue
coherente con la figura de un hombre hijo de Dios -para aquellos que tienen
fe- que vino al mundo en un humilde pesebre.

La Iglesia de Ismael Rivas es la Iglesia de los pobres, la Iglesia de los


humildes, la Iglesia de los mártires que sacrifican su vida porque creen que
es posible un mundo de iguales, un mundo de inclusión, un mundo de
justicia. Es por tanto, señor presidente, una Iglesia de obreros constructores
de una sociedad justa y solidaria.

Mientras el mensaje oficial de la dictadura pretendía apresarnos en un


mundo individual, Ismael apostaba a la construcción de una comunidad
abierta al mundo. Mientras el mensaje oficial pretendía llevarnos a la
delación, a la desconfianza y a la indiferencia, Ismael apostaba a los valores
de la integración, de la solidaridad y del encuentro. Mientras la dictadura
pretendía convertirnos en ovejas sumisas y temerosas, Ismael propiciaba la
resistencia al autoritarismo, generando con su impronta un clima de
libertad, de respeto, de democracia. Por ello fue su Parroquia un ámbito de
trabajo permanente para derrotar la propuesta de reforma constitucional de
1980.

Sí, señor presidente, ese año en la Parroquia San Juan Bautista, donde
Ismael oficiaba como párroco, su comunidad trabajó activamente para lo
que finalmente se concretó en un sonoro y entusiasta NO al autoritarismo.
Todo lo anterior, señor presidente, acompañado de una calidez en el trato
humano, de una disposición permanente a recibir a quien lo necesitara; con
la disposición, tal vez la más importante de todas, de escuchar con espíritu
abierto, de acercar un consejo, nunca una imposición, nunca una directiva,
ya que él era de los que realmente estaban convencidos de que la ley se
hace para servir al hombre y no el hombre para servir a la ley.

Ismael denunció con valentía y con tenacidad a la dictadura y se opuso


a las mordazas y nunca dejó de decir lo que pensaba sin caer, por ello, en
los extremos de la irresponsabilidad o de la liviandad.

Señor presidente: quiero a partir de este momento leer fragmentos de


la entrevista que citamos cuando comenzamos esta intervención: "El padre
Rivas considera que más que a través de episodios salientes, el
enfrentamiento de la Iglesia a la dictadura se dio de manera anónima y
cotidiana. 'Para ser justos'..." -dice Ismael-, "...'lo más trascendente fue la
actitud desarrollada por las comunidades de cristianos: los ayunos, las
ocupaciones de iglesias, la colaboración con la gente que estaba en las
situaciones más difíciles. No debemos incurrir en lo mismo que la prensa
grande, cuando informa a toda página de una fiesta en Punta del Este y
nada dice de los diez niños que esa misma noche ingresaron al Pereira
Rossell en estado de desnutrición. No podemos olvidarnos de la resistencia
de los uruguayos anónimos y, específicamente dentro de la Iglesia, de los
cristianos anónimos, de los que no querían que se supiera lo que estaban
haciendo, sea por prudencia o porque preferían, como decía Cristo, que su
mano izquierda no supiera lo que hacían con la derecha'".

Pregunta el periodista: "¿No hubo, precisamente, un cierto divorcio


entre la actitud de la base y la de la jerarquía de la Iglesia?" Contesta
Ismael: "Me parece que ese divorcio fue más aparente que real. Existe, sí, la
imagen de que hubo un silencio poco menos que absoluto de parte de la
jerarquía. Creo que no es justo plantear las cosas en estos términos, porque
se trata de una simplificación. La jerarquía nos recomendaba que
defendiéramos los derechos del hombre y había una anuencia implícita a lo
que se hacía en las comunidades cristianas. No podía haber un apoyo
público porque eso hubiera sido riesgoso, en primer lugar, para las
comunidades. De todos modos, considero que -para lo que nos debemos
exigir los cristianos- estuvimos demasiado remisos: debimos
comprometernos más. Tenemos que reconocer, con humildad, que no
siempre estamos a la altura de lo que nos tenemos que exigir de acuerdo
con nuestro compromiso cristiano."

Pregunta el periodista: "¿Cuáles fueron, a su juicio, las consideraciones


que llevaron a las autoridades de la Iglesia a no plantear un enfrentamiento
más directo con la dictadura?" Contesta Ismael: "Una parte del Episcopado
sostenía que no había que ir a un enfrentamiento directo para lograr una
mayor eficacia en la ayuda a la gente que estaba más desamparada. Se
decía, por otra parte, que por distintas circunstancias históricas, la Iglesia
uruguaya no tiene tanta fuerza social como la de Argentina, Chile o
Paraguay y que por eso no estaba en condiciones de enfrentar directamente
a la dictadura. En cambio, otros obispos consideraron siempre que la Iglesia
se mantenía demasiado silenciosa, que debió hablarse más claramente
sobre derechos humanos y sobre torturas, a través de cartas pastorales.
Personalmente creo que, si bien es injusto afirmar que no se hizo nada,
hubo carencias. Faltó contundencia para hablar de valores fundamentales,
como el de la dignidad de la persona, el de la educación o la libertad de
expresión."

Continúa preguntando el periodista: "¿Fueron consideraciones de ese


mismo tipo las que llevaron a la Iglesia a aceptar la censura de la pastoral
de 1975?". "Una vez dije en un sermón que los primeros apóstoles de las
comunidades cristianas -Pablo, Pedro, Santiago- nunca hubieran tolerado
que una carta de ellos fuera censurada por un emperador romano, que no
llegara al pueblo su pensamiento íntegro. Yo era partidario, en 1975, de que
no saliera nada si es que no podía salir lo que habíamos escrito..."

Hablando de la coyuntura de la salida de la dictadura y del año 1985,


dice Ismael Rivas: "...Creo que, desde marzo del año pasado, a los cristianos
nos pasó un poco lo mismo que a todos los uruguayos: nos hemos dejado
estar. En nuestro país ya no se persigue, no se tortura y podemos
expresarnos libremente. Todo es muy positivo, fundamental. Pero no
podemos contentarnos con eso. Sigue habiendo pobreza, desempleo,
hambre, un presupuesto insuficiente, dependencia. Tenemos que buscar las
causas de los problemas y contribuir a su solución". (...) "¿Cuál podría ser, a
su juicio, el aporte de la Iglesia en torno al debate sobre derechos
humanos?" "Antes que nada, sería necesario despejar una gran confusión.
Se está hablando de 'no tener los ojos en la nuca', de perdón, de
reconciliación, y se está sosteniendo que esas actitudes se fundan en la
caridad cristiana. Hace falta aclarar que ésta se basa precisamente en la
justicia. De ninguna manera se puede tolerar que queden impunes las
injusticias que se hayan cometido. Se dice, también, que el reclamo de
justicia afecta a personas e instituciones. No comprendo cómo una persona
o una institución podría verse afectada por el hecho de que alguien que
haya cometido un delito lo pague. Solo se vería afectada una institución si
optase por encubrir a los miembros que hubiesen delinquido. Incluso,
después de que haya un juicio, podrá discutirse una amnistía. Habrá que
ver, entonces, cuál es el consenso de la sociedad. Pero primero, tiene que
saberse la verdad. Por algo Cristo siempre dice: 'No tengan miedo: yo soy la
verdad y la verdad los va a hacer libres'". ")Qué sería para usted..."
-pregunta el periodista- "...'tener los ojos en la nuca'?" Y contesta Ismael
Rivas: "No llamar a las cosas por su nombre. Negarse a ver la realidad tal
cual es. Sostener que se puede construir un nuevo Uruguay solo con la
gente que está de acuerdo en que los problemas no existen. O reconocer
esos problemas, cuando son demasiado evidentes, pero decir que los hay en
todo el mundo y que por eso no debemos preocuparnos. Esta es una forma
tremenda de falsear la verdad. O decir 'somos un país pequeño y por lo
tanto somos dependientes; no solo nosotros dependemos del imperio y si no
dependiéramos de este imperio, dependeríamos de otro'. O afirmar que 'el
Uruguay resentido o amargado' es el que ve los problemas y les busca una
solución, el que no se contenta fácilmente ni se queda con los brazos
cruzados, el que lucha por una mayor justicia y por la verdad". (Qué
vigencia tienen estas palabras, señor presidente! Parece que estuviera
hablando hoy y no en el año 1986.

"Tener los ojos en su debido lugar..." -dice Ismael- "...es lo que nos
permite comprender que no podemos escudarnos en que en todo el mundo
existe el hambre para no solucionar el problema del hambre en nuestro
país. O entender que se le hace un gran daño al país cuando se sostiene
que 'son buenos aquellos que dicen que todo está bien y malos -o
'comunistas' o 'revoltosos' o 'anárquicos' o 'resentidos'- los que no se
quieren contentar con la situación que tenemos'".

Parece, señor presidente, que Ismael Rivas se levantara de la muerte


para contestar algunos discursos políticos que están en boga en estos
tiempos. Lo que sucede es que los hombres comprometidos, los hombres
que son esencialmente fieles a sus valores, dicen verdades que trascienden
indiscutiblemente el paso de la historia.

Voy a solicitar que mis palabras pasen a la familia de Ismael Rivas, al


Hogar Sacerdotal, a la Parroquia San Juan Bautista, a la cooperativa de
viviendas "Rayuela", al Arzobispado de Montevideo, a la Parroquia del Paso
de la Arena, al Colegio y Liceo San Juan Bautista, al Obispo de Maldonado,
San Carlos y Rocha, presbítero Rodolfo Wirz.

Muchas gracias, señor presidente.

SEÑOR PRESIDENTE.- Así se hará, señor edil.

Tiene la palabra la señora edila María Sara Ribero.

SEÑORA RIBERO.- Gracias, señor presidente.

Como decía el edil Weiss, Ismael Rivas fue párroco en la Iglesia San
Juan Bautista, en Pocitos, desde el 11 de abril de 1973 hasta el 11 de mayo
de 1988; atravesamos toda la dictadura con él.

Ismael Rivas no dudó nunca -como decía el edil Weiss- en denunciar


toda violación a los derechos humanos y tuvo enfrentamientos con la
dictadura que lo llevaron a situaciones difíciles intra y extra eclesiásticas.
También, como miles de uruguayos, incursionó en las cárceles del régimen.

Me costó mucho pensar cómo recordar a una persona que significó


tanto para muchos, pero que fue muy desconocida para el resto. Se me
ocurrió que la mejor manera de hacerlo -releyendo unos libros que recogen
varias de sus prédicas- era tomar algunos elementos importantes, y dejar
que él hable a través de nosotros. En alguno de sus escritos decía: "No
intentamos idealizar a nadie por el hecho de no estar más entre nosotros
pero creo que, si lamentamos en algún momento su partida, es porque algo
de esa persona era valorado por nosotros y porque nos alegramos de
haberlo conocido. El mejor homenaje que podemos ofrecerles a nuestros
seres queridos es rescatar lo positivo que en ellos descubrimos, integrarlo a
nuestras vivencias y seguir transmitiéndolo a otros que no tuvieron la
oportunidad de conocerlos; una nueva oportunidad de dar gracias por tanta
gente buena que pasó parte de su vida cerca nuestro, y en un compromiso
de mantener vivos en nosotros los valores que hicieron que los amáramos".
Eso es lo que voy a intentar hacer ahora, por eso retomo pensamientos
suyos.
En alguna de sus reflexiones, nos invitaba a descubrir el sentido pleno
de nuestra vida en sociedad, y el valor profundo de lo que significa la patria.
Y decía: "Es evidente que la sociedad es una exigencia de la naturaleza.
Nadie puede vivir solo, aisladamente; nos necesitamos los unos a los otros y
en la convivencia nos complementamos mutuamente. Sólo viviendo en
sociedad podemos desplegar todas nuestras potencialidades y realizar
nuestra vocación humana. Pero hay muchas manera de convivir, y no todas
son igualmente adecuadas para la realización humana y cristiana de los
hombres. La historia nos habla de imperios brillantes, metrópolis fastuosas e
incluso culturas refinadas, logradas al precio tremendo del dolor y la sangre
de otros pueblos vencidos y despojados o de otros grupos humanos
esclavizados u oprimidos. Es conveniente en este momento de reflexión no
hacernos los distraídos y querer aplicar esta realidad solo a miles de
decenios anteriores a nosotros y cerrar nuestro corazón y nuestra mente a
la realidad actual de nuestro planeta, la Tierra. El 15 de setiembre de 1969
decían los Obispos del Uruguay: 'La creciente necesidad económica que
alcanza un número cada vez mayor de personas y de familias, agravada por
una desocupación en aumento...la intolerancia, la agresividad, la coacción y
la violencia...la falta de diálogo constructivo en orden al bien común de la
sociedad...la codicia insaciable de algunos y la usura, en sus múltiples
formas, que se aprovecha de la angustia de muchos... el egoísmo creciente
de personas y grupos poderosos que buscan solamente su interés particular
con desprecio del bien del país...', todo eso constituye un grave pecado
contra la patria, el pecado supremo: la falta de amor. Estamos viviendo en el
Uruguay y en América Latina un capítulo muy duro y difícil, pero
extraordinariamente fecundo". Y decía. "Es posible la paz porque es posible
la justicia y el amor".

Nos invitaba a reflexionar, también, sobre el sentido de nuestra fe.


Señalaba: "El evangelio no es una utopía, sino una vida. El amor que se nos
ha dado en Cristo y que nosotros tenemos que trasmitir a los demás, no es
cosa de palabras. El amor no se dice, se construye día a día, se fabrica, se
crea en una lucha cotidiana por la justicia y la paz. Si hiciéramos una
especie de encuesta sobre quién es Cristo, ciertamente nos encontraríamos
con múltiples contestaciones. Unos dirían que fue el fundador de una
religión, al igual que Buda o Mahoma; otros, que era un revolucionario de
primer orden, un hombre que se opuso al poder establecido, que fue contra
la ley para superarla, que defendió a los pobres y a los oprimidos, que lanzó
al mundo un mensaje extraordinario de solidaridad, que atacó a los
poderosos, que no se doblegó ante las exigencias de los fuertes del mundo.
Habría también quienes responderían diciendo que fue un líder de esos que
caen de tanto en tanto por el mundo, que tienen carismas especiales, de
quienes la gente es incapaz de prescindir porque, si les faltan, parecen
huérfanos, pierden su personalidad y son incapaces de pensar por sí
mismos. Para otros fue uno de esos grandes mesías que se equivocó al
plantear al mundo una utopía imposible de alcanzar, porque la realidad es
que si no hay competición no se gana nada en la vida y que la solidaridad y
la entrega a los demás nadie las valora. No faltaría también quien negara la
existencia de Cristo como persona real y concreta y lo considerara un simple
mito. Es importante también que nosotros contestemos a la pregunta: )
quién es Cristo? Hay muchas cosas ciertas en las anteriores respuestas,
pero quizás ninguna sea completamente la que tenemos integrada.
Sabemos que no fue el fundador de una religión; que su actitud no se limitó
a promover un nuevo orden social; que no fue sacerdote, sino laico; que su
objetivo principal fue la creación de un pueblo nuevo capaz de hacer posible
en la tierra el Reino de Dios, donde se vivan la paz, la justicia y el amor; que
propuso la hermandad entre todos los seres humanos, evitar la explotación
de unos por otros, proteger a los débiles, compartir todo cuanto poseemos:
bienes, tiempo, cultura, etcétera, de tal modo que se erradique
definitivamente la pobreza. Por último, podemos agregar que creemos en su
presencia entre nosotros, ayudándonos a vivenciar nuestra fue en Él, de tal
modo que poco a poco lo demos a conocer al mundo a través de nuestro
testimonio".

Por último, quiero hacer conocer su enfoque sobre tres valores


fundamentales: la justicia, la fraternidad y la libertad. Decía: "Cuando
hablamos de justicia generalmente se entiende: dar a cada uno lo suyo y a
todos lo que les corresponde sin discriminaciones, pero en la práctica, esto
se relativiza y condiciona. Nos hemos acostumbrado a que hay clases
privilegiadas y marginadas, barrios residenciales y cantegriles. La cultura y
el sistema capitalista en que estamos inmersos nos han vuelto fatalistas y
pensamos que eso no puede cambiar, que siempre va a ser así y que lo más
que se puede hacer es mejorar un poco las condiciones de vida de los más
desposeídos, ayudarlos un poco.

Si a alguien se le ocurre decir que hay que cambiar las estructuras


injustas que provocan diferencias, inmediatamente se lo tilda de marxista o
de idealista; sin embargo esta idea no proviene de Marx, sino de Cristo, que
decía: 'Todos vosotros sois hijos de un padre común'. Y no dudamos en
admitirlo intelectualmente, pero no lo integramos a nuestra vida de todos
los días ni nos alteramos ante una realidad opuesta.

La conversión cristiana debe llevarnos a una actitud de fraternidad para


con el prójimo, cualquiera sea su raza, color, clase social, nacionalidad,
cultura e ideología; todos estamos de acuerdo en esto, pero en la praxis
hacemos todo tipo de distinciones.

Si hablamos de libertad también coincidiremos en decir que es un


derecho inalienable de la persona humana; sin embargo, con mucha
facilidad, creamos excepciones predicando la necesidad del orden, la
tranquilidad, la democracia y la paz común, y conculcamos ese valor tanto a
nivel familiar como religioso o político.

El rol del cristiano no es apartarse de esa realidad, sino tratar de ser


fermento que transforma desde dentro a la masa y la lleva a darle, a esos
valores tan menoscabados, su verdadero contenido, no solo a nivel
intelectual como hasta ahora, sino para que sean vividos auténticamente
sin engaños ni excepciones de ningún tipo."

Estas son apenas algunas de las ideas que quería resaltar de esta
persona excepcional con quien tuvimos el privilegio de compartir quince
años -duros años-; esta persona excepcional que era, además, un ser
pacífico, acogedor, simpático, que dio a todos un lugar -en la diversidad de
lo que Pocitos puede significar-, señalando siempre hacia dónde debían
apuntar nuestras prioridades.

En honor a él, entonces, decimos -hablo en nombre de la comunidad de


Pocitos y en el mío propio- que uno no puede pasar quince años de su vida
recibiendo tanta riqueza para un buen día abandonarlo todo. El compromiso
de esa comunidad -aun con sus dificultades- continúa existiendo, a fin de ir
transformando en reales estos valores por los cuales Ismael Rivas peleó
toda su vida.

Aun durante la larga enfermedad que lo deterioró de manera


lamentable, Ismael Rivas pudo mantener ese espíritu y esa claridad en sus
consejos -nunca fueron imposiciones-. Con él siempre había un diálogo para
analizar los problemas de la realidad e ir encontrando soluciones a cada una
de las distintas problemáticas y situaciones que compartimos a lo largo de
los quince años en que fue párroco y durante los muchos que lo vimos
después, hasta su fallecimiento, ocurrido hace un mes. Durante ese tiempo
fue mucho lo que nos dio, y por eso sentíamos que algo teníamos que
compartir con ustedes.

Gracias, señor presidente.

SEÑOR PRESIDENTE.- Gracias a usted, señora edila.

Tiene la palabra el señor edil Mario Cayota.

SEÑOR CAYOTA.- Voy a ser muy breve, señor presidente.

Conocimos a Ismael Rivas hace más de cincuenta años. Entonces,


¿cuánto podríamos decir en torno a lo que él fue y a lo que, incluso, significó
para nosotros? Lo han hecho ya -y, por supuesto, muy bien- nuestro
compañero el señor edil Gabriel Weiss y la señora edila María Sara Ribero.

Nosotros simplemente queremos resaltar una faceta de su personalidad


que siempre nos impresionó y que hoy, en forma indeleble, nos sigue
acompañando cuando lo recordamos. Me refiero a su coherencia.

Quizás porque cronológicamente nos estamos acercando a la muerte,


nos importan cada vez más los hechos y no tanto las palabras. Y nosotros
podemos asegurar, por los tantos años que conocimos a Ismael, que este
hombre vivió siempre lo que dijo, y lo vivió hasta el final.
Nos dio ejemplo en situaciones límite que tienen que ver con la realidad
política y social del país. Nos dio ejemplo durante la dictadura, pero también
nos lo dio durante su enfermedad.

Vivíamos cerca, en la misma manzana. El sufría ese Parkison terrible


que lo fue aniquilando físicamente. Realmente, creemos que ese testimonio
de serenidad, paz y valentía que nos dio fue su último legado, riquísimo
para todos nosotros.

Por eso, en este momento, desde aquí quiero simplemente agradecerle


a este amigo, Ismael, el testimonio de coherencia que nos dio.

Gracias.

SEÑOR PRESIDENTE.- Gracias a usted, señor edil.

SEÑOR MORODO.- Pido la palabra.

SEÑOR PRESIDENTE.- Tiene la palabra el señor edil Morodo.

SEÑOR MORODO.- Gracias, señor presidente.

No tuvimos la fortuna de conocer personalmente al Padre Rivas, sino a


través de personas que estuvieron muy cerca de él, en momentos muy
difíciles que hemos vivido. Es así que sabemos de su arrojo -y no dudo en
utilizar este término-, de sus actitudes de valentía y dignidad cuando el
fascismo que tuvimos que soportar intentó, de alguna manera, que dejara
de hacer algunas cosas que hacía nada más que en beneficio de los otros y
jamás empuñando otra arma que no fuera la palabra. Porque de eso se
trataba: los compañeros que él amparaba empuñaban la palabra en nombre
de una libertad conculcada, de una represión, una tortura, una muerte, un
robo, un exilio, basándose en el denominador lógico e indiscutible del
cristianismo, que es la solidaridad, y no solo la solidaridad personal, sino
también como justicia social.

Aquí se han leído cosas que él escribió y pensó. En su momento, Ismael


Rivas fue perseguido y encarcelado; se lo trató de silenciar de todas las
formas posibles, pero no se logró. Fue tildado, entre otras cosas, de
marxista.

Todos podemos considerar hoy que eso es historia pasada. Pero no es


así, señor presidente. Desgraciadamente, a la luz de acontecimientos muy
recientes -que poco tienen que ver con los acontecimientos a los que me
refería y que nos tocó sufrir a miles de uruguayos-, podría decirse que nada
de eso está tan lejano para algunos; para algunos con sus mentes enfermas,
tan enfermas como las de los otros, porque las enfermedades no las tiene
uno solo, sino que las tienen unos y otros, los que tratan de plantear algo
como el bien y el mal o el blanco y el negro.
No dudo, presidente, de que en estos momentos haya quienes aquí, en
Uruguay, estén tratando de hacer rezumar lo que dijo el Padre Ismael Rivas
y de que se hable nuevamente del contubernio cristiano o católico, marxista
y comunista. Digo esto con dolor, señor presidente, porque quieren
retrotraernos a una época signada por el "estás conmigo o estás contra mí".

No tengo dudas, señor presidente -digo esto con dolor, y espero estar
equivocado-, de que de aquí en más, en muy poco tiempo, muchos
-algunos de los cuales encabezan colectividades importantes de Uruguay;
no mencionaré sus nombres- harán verdaderas campañas electorales
tratando de hacer rezumar los fantasmas de la dictadura, y tildarán a Ismael
Rivas, que luchó por la libertad, la dignidad y la justicia social, de marxista,
católico y leninista. Por eso, quiero que el legado de Rivas sirva como
reflexión, porque en él jamás hubo -en muchos otros tampoco- un mensaje
de confrontación, sino todo lo contrario; su mensaje, verdaderamente
cristiano, fue de paz.

Muchas gracias.

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