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El amor de Dios

Nosotros le amamos a él, porque él nos amó


primero. (1 Juan 4:19)

Introducción

En los 105 versículos de 1 de Juan, el amor se menciona


más de 40 veces. No cabe duda que es un tema muy importante
en esa corta epístola. Pero el apóstol Juan condensa su
enseñanza en 10 palabras: nosotros le amamos a Él, porque Él
nos amó primero. Y nosotros también amamos a los demás
porque Él nos amó primero.

El amor comienza y termina con Dios. Él es su Autor; lo


creó como expresión de su misma naturaleza y desea que
compartamos y experimentemos ese don maravilloso con toda la
humanidad. Al pensar en esto descubrimos que como humanos
tenemos poco en común con Dios. No somos omniscientes ni
omnipotentes ni omnipresentes; pero Dios es amor y Él desea
que participemos de ese atributo con Él y con los demás. ¡Qué
privilegio tan hermoso! Cuando amamos a otros es cuando
más nos parecemos a Dios.

¿Cómo expresa Dios su amor? De muchas maneras, pero


veamos sólo unas cuantas.

I. La expresión del amor de Dios

En primer lugar Dios expresa su amor por medio de la


creación. Los árboles, las flores hermosas y fragantes, las
montañas majestuosas, las estrellas fulgurantes, la luna en todas
sus fases, todo eso es expresión de su amor. Yo disfruto mucho
de la naturaleza; tengo mi propia colección de fotografías de
flores.

Es imposible viajar y ver la belleza que existe en la


naturaleza y no sentir el amor que tiene el Creador por nosotros.
Al contemplar el océano no puedo menos que reflexionar que el
que hace que las mareas suban y bajen también se preocupa por
mí. Escalo las montañas en toda su majestad y observo que
Aquél que las creó también es omnipotente en mi vida. Dios
expresa su amor por medio de su creación.

En segundo lugar, Dios expresa su amor dotándonos de


libre albedrío, dándonos libertad de escoger. Eso nos parece algo
raro, ¿no es así? Acaso sería mejor pensar que su amor es mayor
si hubiera establecido límites más estrechos. No obstante, su
amor es tan grande que nos ha dado libertad para decir que no.

A nadie le gustaría estar casado con un robot. La maravilla


del amor es cuando una persona decide amarnos. Dios se deleita
cuando nosotros decidimos amarlo gracias al libre albedrío con
el cual Él mismo nos dotó por su amor. Al dotar a Adán y Eva de
libre albedrío para rechazar o elegir el pecado, Él demostró una
nueva dimensión de su amor: Él ama a los pecadores testarudos.

En tercer lugar, Dios expresa su amor al permitirnos


formar parte de una familia. Pensar que tengo un Padre
sobrenatural que se preocupa por mí es algo que no puedo
comprender en su totalidad. Somos parte de una gran familia:
Dios es nuestro Padre, Jesucristo es nuestro Hermano mayor y el
Espíritu Santo es el Consolador que mora en nosotros. Pensemos
en la sensación de seguridad, de protección, de comunión y
compañerismo que se obtiene al formar parte de la familia de
Dios.

Si ponemos poca atención a la iglesia y asistimos a sus


actividades sólo esporádicamente demostramos ingratitud hacia
el que nos hizo parte de esa familia espiritual. Es semejante a
negarnos a participar en reuniones de familia debido a nuestras
ocupaciones o a que debemos atender asuntos aparentemente
más importantes.

En cuarto lugar, Dios expresó su amor al enviar al Espíritu


Santo a morar en nosotros. Cristo dijo que enviaría a una
persona que fuera como Él para tomar su lugar y habitar dentro
de nosotros. ¡Él no sólo nos amó sino que nos invistió de poder
para amarlo y amar a los demás!

Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las


cosas les ayudan a bien… (Ro. 8:28)

En quinto lugar, Dios expresa su amor controlando las


circunstancias para nuestro bien y para su gloria. Casi todos
podemos repetir de memoria Romanos 8:28, pero pocos
captamos en realidad el significado de que Él nos ama tanto
como para hacer que todas las cosas obren para nuestro bien. Él
está vivamente interesado e involucrado en todo lo que nos
interesa y se relaciona con nosotros. Dios expresa su amor hacia
nosotros al estar involucrado a profundidad en todos los detalles
de nuestra vida. Por eso, al ver la situación en la que estábamos,
se humanó

En sexto lugar, Dios expresa su amor hacia nosotros


abriéndonos la puerta del cielo. Nosotros nada tuvimos que ver
en el asunto, pero su Hijo continúa ocupado preparándonos un
lugar en la casa de su Padre y nosotros podemos obtenerlo por la
gracia de Dios.

En séptimo lugar, Dios expresa su amor hacia nosotros por


su presencia ininterrumpida en nuestra vida. Uno de los
escritores sagrados lo expresa de esta manera: …porque Él dijo:
No te desampararé ni te dejaré (Hebreos 13:5). Esa Presencia
nos acompaña durante la muerte de nuestros seres queridos,
durante las noches de insomnio por un hijo descarriado, durante
los momentos después de recibir malas noticias de parte del
médico, durante las épocas de necesidad económica. Con mucha
frecuencia el dolor tan intenso nos impide estar conscientes de la
realidad, pero eso no impide que Él esté presente.

Habiendo observado algunas de las maneras en las que Él


expresa su amor, necesitamos ver cómo es ese amor ya que Él
anhela que nosotros expresemos esa misma calidad de amor
hacia Él y hacia los demás. ¿Cómo es el amor de Dios?

II. Cómo es su amor

Su amor es perfecto. Su amor perfecto es un regalo, un


obsequio. Nosotros no podemos ganárnoslo por nuestros
méritos. Si alguien obsequia un regalo y el que lo recibe trata de
pagarlo al que se lo obsequió, deja de ser un regalo. Pero Dios
nos obsequia su amor y lo hace conforme a su naturaleza. Él no
puede hacer menos que amarnos.

El amor perfecto que Él nos obsequia es eterno.


Necesitamos memorizar este versículo:

Con amor eterno te he amado; por tanto, te


prolongué mi misericordia (Jeremías 31:3)
Nosotros no podemos hacer nada para impedir que Dios
siga amándonos. ¡Magnífico! El amor de Dios jamás se
extingue. Más aún, su amor perfecto y eterno que Él obsequia a
todo creyente es incondicional. Algunas personas crecieron
oyendo que les decían: “Yo te amo con una condición…”; o “te
volveré a recibir cuando…” El amor de Dios no tiene un si
condicional, ni un quizá, ni estipulaciones ocultas, ni notas
explicativas; es totalmente incondicional. Él jamás nos dice:
“Volveré a recibirte cuando…”

Pero va más allá. El amor perfecto y eterno que Dios nos


obsequia incondicionalmente es sacrificado. Allí es donde
interviene la cruz: De tal manera amó Dios al mundo que dio…
Él desea que nosotros tengamos ese mismo amor sacrificado
hacia los demás. No importa si nos desprecian o no, debemos
expresarles nuestro amor. Por supuesto que el origen
sobrenatural de ese tipo de amor es el Espíritu Santo.

Si eso no fuera suficiente, el amor perfecto, eterno,


sacrificado e incondicional que Dios nos obsequia es
inconmensurable. El apóstol Pablo nos asegura que estamos
arraigados y cimentados en amor, y que necesitamos ser
plenamente capaces de comprender con todos los santos cuál sea
la anchura, la longitud, la profundidad y la altura de ese amor
(Efesios 3:17-18). Más adelante añade que ese amor excede a
todo conocimiento (v. 19). Estoy convencido de que Pablo
indica que aunque sea necesario captar todas las ramificaciones
de ese amor perfecto en todos los órdenes, es inconmensurable;
jamás podremos asimilar todas sus implicaciones. Hace tiempo
escuché a un orador que dijo: “Si nuestros hijos supieran cuánto
los amamos, no sabrían cómo manejar la situación”. Y es
verdad. Sin embargo, seguimos amándoles y demostrándoselo
con hechos, día tras día. Pensemos en los adjetivos que
describen su amor: perfecto, gratuito, eterno, incondicional,
sacrificado, inconmensurable. No es de extrañarse que su
corazón se duela cuando yo no ando a la luz de su amor.

III. Llamados a amar

Hemos sido llamados a amar a Dios. Los varones judíos


recitaban todas las mañanas y todas las noches el siguiente
versículo: Amarás a Jehová tu Dios de todo tu corazón, y de
toda tu alma, y con todas tus fuerzas (Deuteronomio 6:5).
Hemos de amarlo de todo corazón, la sede de nuestras
emociones; con toda nuestra alma, el centro de nuestra
personalidad; con todas nuestras fuerzas, con lo que bulle dentro
de nosotros, consumiéndonos en amor por Él. Y, ¿cómo
logramos esas metas en la vida cotidiana?

Por la obediencia. En Juan 14 el Señor nos recuerda en tres


ocasiones que el amor significa obediencia. En esencia dice:
“No me digan que me aman si deciden tolerar el pecado”.
Nuestro amor debe ser evidente por medio de una confesión
instantánea cuando alguien nos señale nuestro pecado o nosotros
lo descubramos. Es entonces cuando Él se convierte en el centro
de mi atención y cuando toda mi energía emocional se dirige
hacia Él.

Pero hay más. No sólo debo amar a Dios, sino que debo
amarme a mí mismo: Amarás a tu prójimo como a ti mismo
(Marcos 12:31). Algunos dicen: “Eso refleja un espíritu altivo y
egoísta”, pero el mundo ha corrompido el concepto del amor
propio y lo ha convertido en un lema: “Si yo no me preocupo
por mí mismo, ¿quién lo hará?” La Biblia no enseña eso, sino un
amor sano y limpio debido a que somos la obra maestra del
Creador y Él nos ama con todas sus fuerzas.
Necesitamos vernos tal y como Dios nos ve. Nuestro
concepto de cuánto valemos no debe proceder de lo que otros
piensen de nosotros sino de lo que Dios dice. Y según Él somos
la niña de sus ojos. ¿Por qué si no se iba a entregar a sí mismo
por nosotros?

No sólo hemos sido llamados a amar a Dios y amarnos a


nosotros mismos, sino también a amar nuestro prójimo. Quizá
este sea el más difícil de los tres mandatos. En Juan 14-17 el
Señor Jesús enfatizó que debemos amar a los demás pues así el
mundo se convencerá de que somos cristianos. Cierto que
algunos parecen ser más dignos de ser amados que otros, pero el
amor no es una emoción, es una decisión.

Gracias a un acto de nuestra voluntad y con la ayuda del


Espíritu Santo que mora en nosotros y nos capacita para
decidirlo, podemos amar. Debemos preguntar a aquellos que no
parecen muy dignos de nuestro amor: “¿Cómo puedo ayudarte
para que logres ser todo lo que Dios quiere que seas?”

Algunos no pueden aceptar ser amados; se sienten


incómodos con todo tipo de afecto. A veces están tan heridos
emocionalmente que tienen temor de ser amados; temen que
demandemos amor de parte de ellos y están imposibilitados para
amar debido a los daños emocionales que han sufrido. Pero el
amor genuino no espera ser amado como respuesta, así que de
todas maneras debemos amarlos.

El Señor no se limita a demandar que amemos a nuestros


prójimos, sino también a nuestros enemigos. Este es un llamado
sobrenatural y debemos depender de que el Espíritu Santo nos
dé la capacidad para amarlos. Si creemos que el amor es un
sentimiento, tenemos problemas ya que nuestros sentimientos
son volubles y fluctúan. Pero la decisión de hacer algo por los
demás puede ser firme, a pesar de nuestros sentimientos.
Cuando suena el despertador en una mañana fría y lluviosa, nos
preparamos para ir a trabajar, nos guste o no nos guste. Por
medio de un acto de nuestra voluntad hacemos a un lado las
mantas y ponemos los pies en el suelo. Con frecuencia amar a
otros demanda el mismo tipo de disciplina y determinación.

Conclusión

Hoy hemos encendido la segunda vela de la corona de


adviento, la vela del amor. Y por eso estamos recordando de una
forma especial cómo es el amor de Dios hacia nosotros. Y si de
verdad sentimos su amor en nosotros, no podemos de amar a
nuestro prójimo, incluso a nuestros enemigos, de la forma que
Él nos ha amado. Por eso hermanos, el tiempo de adviento es un
tiempo especial de reflexión y acción para que consideremos
cómo nos ha amado el Señor y cómo amamos nosotros.

¿No has experimentado el amor de Dios? Ahora es el


momento de que le pidas al Señor que te muestre su amor en tu
vida. ¿No eres capaz de amar como el Señor te ha amado?
Pídele al Señor que te dé fuerzas por su Santo Espíritu para amar
a los demás por difícil que te parezca. Sólo así estamos
preparando el tiempo de la Navidad.

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