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Otra ironía es que, a pesar de que Jonás no quiere ir a predicar a los ninivitas, se ve
obligado a hacerlo en esta situación tan seria.
Pero Jonás no
se percata de lo que está aconteciendo, y que el juicio del Señor no reposa sobre Nínive, sino
sobre su cabeza. La escena no puede ser más paradójica: Los habitantes de Nínive se gozan por
el
arrepentimiento y el perdón que Dios les ha concedido, y el profeta del Altísimo se debate entre
odios
y resentimientos, fobias e incomprensión,
Pero, ¿acaso no somos nosotros igualmente interpelados por la Palabra de Dios? Estaríamos tan
ciegos y sordos como Jonás si no nos percatáramos del paralelismo existente entre esta
maravillosa
pieza del Antiguo Testamento y el desafío que el Señor pone delante de todos los redimidos por la
preciosa sangre de Jesús de Nazaret. ¿Cuál va a ser nuestra respuesta?