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ESPIRITUALIDAD MARISTA
Que brota de la tradición de Marcelino Champagnat
AÑO DE ESPIRITUALIDAD
Agua de la roca, manantial de vida
Provincia Marista de América Central
o Una reflexión sistemática que nos permite asimilar los contenidos de este
segundo capítulo, presentado para ser realizarlo en varias sesiones de
reflexión, y con el espacio para el compartir conjunto.
o Unas preguntas para profundizar los temas y para compartir la vida y la fe.
Comisión de Espiritualidad
ESPIRITUALIDAD MARISTA
Que brota de la tradición de Marcelino Champagnat
AÑO DE ESPIRITUALIDAD
Agua de la roca, manantial de vida
Provincia Marista de América Central
La experiencia nos dice que hay un misterio en nuestra existencia que nunca acabaremos de
entender, pero que hay claves de interpretación y de acercamiento al misterio.
En el camino de la vida vamos en pos de una idea, una persona, una actividad que integre
las distintas dimensiones de la vida: sentimientos y deseos, relaciones y acciones,
sexualidad y amor, derechos y responsabilidades, esperanzas y sueños. En esas situaciones
humanas es donde descubrimos a Dios como el único por quien verdaderamente suspiran
nuestros corazones. Nos damos cuenta de que este anhelo no es obra nuestra sino ante
todo trabajo del Espíritu de Dios que actúa en las profundidades de nuestro ser. Con
confianza, abrimos nuestro interior y hacemos experiencia de Dios.
Nuestra ESPIRITUALIDAD
precisamente se define como Espiritualidad
apostólica y mariana. Cuando decimos apostólica
está expresando, entre otras cosas, que la
experiencia de Dios, que el encuentro con Dios, se
tiene que dar en toda situación humana. Por lo tanto
debemos vivir atentos a todo lo que acontece en la
vida. Pero esto no es resultado de un querer
simplemente vivir atentos, sino que pide mucho
ejercicio, mucha profundidad de vida.
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Agua de la roca, manantial de vida
Provincia Marista de América Central
En definitiva, nuestra Espiritualidad Marista, por ser apostólica nos está insistiendo en que
todas las personas y acontecimientos de la vida nos brindan la oportunidad de encontrar a
Dios misericordioso. Tal vez hallamos a Dios más cerca cuando nos sentimos vulnerables y
lastimados o cuando mantenemos nuestra palabra a pesar de lo que nos pueda costar.
Cuando damos gracias por el don de la vida, cuando sanamos nuestras relaciones, cuando
ofrecemos y recibimos perdón, cuando celebramos la Eucaristía y compartimos la Palabra,
todos esos momentos pueden ser un tiempo de gracia para encontrar y conocer a Dios. (Cf.
AR 57) Pero como acabamos de decir, todos esos momentos “pueden ser un tiempo de
gracias…” y como nosotros queremos que sean, es que debemos poner atención a la
pedagogía de ese “buscar y hallas a Dios en todas las cosas”. Veamos.
No se trata de una búsqueda que se apoye solamente en nuestras fuerzas... se trata de dar
con la voluntad de Dios, guiados y animados por el amor. Se trata de una marcha que ya San
Ignacio expuso en su “contemplación para alcanzar amor”. El “hallazgo”, por tanto, es un
don gratuito de Dios y no el resultado del esfuerzo del hombre, aunque éste ha de cooperar
en la obra de Dios. Este “hallar a Dios en todas las cosas”, en todo tiempo y en todo lugar,
va más allá que la oración formal, aunque sea contemplativa: no se circunscribe al tiempo de
recogimiento dedicado a la contemplación silenciosa. Rebasa ampliamente esta
circunstancia para extenderse a todas las que se puedan presentar.
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“Hallar a Dios en todas las cosas”, resume la mística de Ignacio o la contemplación “activa”,
que propondrá a sus hijos como experiencia de Dios en la vida ordinaria y en medio de los
trabajos más absorbentes. Ignacio, yendo más allá de Santo Tomás (para el que la acción es
un “desbordamiento de la contemplación”) concibió una vida mística (contemplativa) que no
sólo tenía que compartir con otros los frutos de la contemplación, sino que DEBÍA
EXPERIMENTAR A DIOS EN EL BARULLO DE LA ACCIÓN. Esto fue un desafío a la
noción de que la experiencia mística (contemplativa) profunda sólo se podía encontrar en el
silencio de una celda monástica o en una chabola del desierto. No. Se podía experimentar a
Dios profunda y gozosamente en las contradicciones, persecuciones y humillaciones
angustiantes que necesariamente acompañan una vida activa consagrada al
apostolado.
“Hallar a Dios en todas las cosas”, presupone el puro mantenerse en la voluntad de Dios por
encima de todas las cosas particulares incluso de las formas religiosas concretas.
4. Hallar a Dios en todas las cosas, ser contemplativos en la acción significa vivir
la voluntad de Dios en el momento presente en FE.
De esta manera la vida del cristiano se desarrolla armoniosamente hallando y
realizando la voluntad de Dios a través de su jornada y en la cotidianidad de las obras
más insignificantes a los ojos de los hombres que miden más por las apariencias que
por la actitud y el amor interior.
Esta mística es profundamente ENCARNADA, desde que el ojo del amor percibe a
Jesús en los cuerpos rotos de los pobres y marginados.
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El mundo de hoy tiene una honda necesidad de hombres y mujeres místicos, personas que sean capaces
de tocar el misterio que hay en toda vida, con una actitud de apertura y abandono confiados. Marcados
por el amor de Dios, son testigos de la luz entre sus compañeros peregrinos e inspiran en ellos el deseo
de buscar a Dios.
El místico cree que el Espíritu Santo está siempre presente y activo en el mundo. El Espíritu da significado
a la vida y a nuestra participación en la misión de Jesús.
Como místicos, vemos “las huellas de Dios” en todos los acontecimientos de la vida. A través de una
lectura de nuestra realidad desde la fe, podemos trascender las apariencias y los significados superficiales,
y entrar en las entrañas de cada situación. Nuestra alabanza brota: “Señor, qué grande es tu amor”. Y con
la confianza de sabernos profundamente amados, abrimos nuestro corazón a la voluntad de Dios.
Para acoger a Dios tenemos que cultivar una actitud de apertura: escuchar la vida con atención, ser
reflexivos y perceptivos en la revisión de los acontecimientos de nuestra existencia y generosos en la
respuesta a las invitaciones cotidianas del Espíritu. (AR71-74)
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Marcelino Champagnat también tuvo que debatirse con la inesperada intervención de Dios
tempranamente en su vida. La llamada que le hizo el sacerdote reclutador -Dios lo quiere- lo
movió a replantearse su proyecto de vida.
Marcelino ve a Dios en todas las cosas y cree que todas las cosas vienen de Dios.
Experimenta la presencia de Dios tanto en la tranquilidad del Hermitage como en las calles
ruidosas de París. Para él, cada lugar y cada circunstancia constituyen una oportunidad de
encontrarse con Dios.
Con su modo de vida, Marcelino ayudaba a los primeros hermanos a descubrir la presencia
amorosa de Dios. Hoy en día nos sentimos igualmente inspirados por el testimonio de
muchos hermanos y laicos maristas que encuentran a Dios en las experiencias cotidianas,
disfrutan de su presencia, escuchan la invitación a ‘ser amor de Dios’ para el mundo y, como
María, dan un ‘sí’ con generosidad. (AR52, 63, 64 y 68)
Para que esto suceda y seamos conscientes de ello y, por lo tanto, lo vivamos desde la fe,
con miradas que taladran la realidad, debemos hacer nuestro camino y servirnos de los
medios que el documento Agua de la Roca nos propone:
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La oración personal
En la oración personal, hecha con apertura y gozo,
ponemos nuestro corazón en sintonía con el corazón de
Dios. Ponemos nuestro ser (mente, cuerpo, anhelos) ante
el Señor y dejamos que Él transforme e integre todas las
facetas de nuestra vida. (AR81)
Revisión de la jornada*
Repasando los acontecimientos de nuestra jornada, como
los discípulos de Emaús61, podemos ver cómo Dios está
presente en nuestro caminar. Nos abrimos a las
invitaciones y llamadas que Dios nos hace mediante las
mociones de nuestra vida. (AR82)
Oración comunitaria
Nuestra oración comunitaria nos ofrece la oportunidad de compartir en la fe lo que vivimos en
nuestra misión. La presencia de cada uno ayuda a crear un sentido de comunión que nos
permite traer a la oración nuestros sueños, logros, luchas, experiencias personales y proyectos
comunitarios o familiares. Las jornadas de recolección en común restituyen a nuestra vida activa
su unidad interior2 La oración comunitaria es un lugar especial para discernir y determinar juntos
nuestras opciones para la misión. Creamos espacios comunes que nos permitan experimentar y
celebrar la orientación que María da a nuestras vidas. (AR83)
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La fe compartida
Compartimos la fe de muchas formas distintas: con el testimonio de nuestras vidas, nuestras
oraciones, nuestras opciones y las posturas proféticas que tomamos en nombre de los que no
tienen voz. Nos apoyamos y enriquecemos mutuamente cuando compartimos la fe y dialogamos
sobre los temas esenciales para nuestra vida en común. (AR84)
El acompañamiento
Muchos de nosotros elegimos compartir nuestro caminar con un compañero espiritual. Esta
práctica nos puede ayudar a discernir mejor la presencia de Dios en nuestra vida cotidiana.
También satisface la necesidad humana de abrir el corazón, da realismo a la percepción
personal de nuestra situación y nos permite buscar las soluciones adecuadas a los problemas
que se nos plantean. Por esto se considera, cada vez más, que el acompañamiento es un medio
provechoso para el desarrollo humano y espiritual. Si queremos que sea efectivo, hemos de
practicarlo con regularidad. (AR85)
La celebración de la Eucaristía
La Eucaristía está en el centro de nuestras vidas. Es
mucho más que el rito o el sacramento. Vivir
eucarísticamente describe el proceso que culmina la
vida espiritual y nuestro compromiso con la misión:
reunidos, bendecidos, partidos y compartidos. Cuando
nos congregamos para celebrar este regalo de Jesús,
estamos en comunión con todas las personas,
especialmente los pobres, y con toda la creación.
Alimentados así, nos sentimos enviados a la vida
como “cuerpo de Cristo” para celebrar y seguir
construyendo el Reino de Dios. (AR86)
La reconciliación
A lo largo del camino que recorremos juntos habrá ocasiones en que nuestras relaciones se
verán probadas hasta el límite. En otros momentos nos daremos cuenta de que nuestro
corazón y nuestra mente no están en sintonía con la acción del Espíritu. Necesitamos
reconciliarnos no sólo como individuos sino también como comunidades. Hemos de
reconciliarnos entre nosotros y con Dios, para responder a nuestra vocación personal y a la
misión compartida. (AR87)
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3. De las condiciones para “hallar a Dios en todas las cosas” ¿en cuáles
tendré que poner mayor atención para vivir mejor en la presencia continua
de Dios?
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