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En Lucas 4:43 Jesús revela a sus seguidores la razón por la cual él fue enviado por
Su Padre al mundo. Millones de cristianos han pasado por alto o ignorado este pasaje
lucano. Son las mismísimas palabras de Jesucristo, quien dice: “...es necesario que
también a otras ciudades anuncie el evangelio del reino de Dios; porque
para esto he sido enviado”. ¿Notó lo que dijo Jesús? Él dijo que fue enviado para
anunciar el reino de Dios. Él vino a proclamar un mensaje glorioso para todos los
pueblos y naciones de la tierra, nunca antes predicado por hombre alguno. (Ver Hechos
10:36). A este reino de Dios Jesús lo llamó: “El evangelio”. Jesús luego dirá que el
mensaje que predicarán sus verdaderos seguidores será: El Evangelio del Reino de
Dios. Veamos lo que Jesús dice en Mateo 24:14: “Y será predicado este evangelio
del reino en todo el mundo, para testimonio a todas las naciones; y
entonces vendrá el fin”.
Ahora bien, la pregunta más común que cualquier estudioso de la Biblia se hace es
ésta: ¿Qué quiere decir la Biblia con la palabra “evangelio”? Y es que esta palabra es
muy común en todo el Nuevo Testamento, pues ella aparece más de cien veces. En
Marcos 1:1 el evangelista Marcos comienza diciendo: “Principio del evangelio de
Jesucristo, Hijo de Dios”. En el versículo 15 Marcos informa que Cristo exigía a sus
oyentes a que se arrepintieran y creyeran en el evangelio. Pero antes de
responder qué es el evangelio, examinemos primero la importancia que tiene dicho
evangelio para el hombre.
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Entendiendo el Evangelio de Jesucristo:
Es claro que el evangelio que debe ser predicado a todas las naciones es “el Reino
de Dios”. Jesús vino a proclamar un mensaje glorioso para todos los pueblos y naciones
de la tierra, nunca antes predicado por hombre alguno. Jesús fue un mensajero de
buenas noticias de esperanza y salvación (Ver Hechos 10:36). En Lucas 8:1 se lee lo
siguiente: “Aconteció después, que Jesús iba por todas las ciudades y aldeas,
predicando y anunciando el evangelio del reino de Dios, y los doce con él.”
Es evidente que Cristo y sus apóstoles estaban de acuerdo predicando el evangelio del
reino de Dios. Pues bien, ¿están las iglesias de hoy predicando este mismo
evangelio?¿Su iglesia lo predica?¿Lo ha oído usted antes? Probablemente nunca. Esta es
la tragedia de las iglesias---¡Han perdido el singular evangelio llamado el reino de Dios!
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Y para terminar este acápite, leeremos una última referencia del reino en el libro de
los Hechos 28:23,30, y 31. En estos versículos veremos que Pablo (en Roma), predicaba
lo mismo que Felipe: el Reino de Dios y el nombre de Jesucristo. Por cierto que
Pablo esperó que los creyentes le imitaran en este mismo quehacer evangélico,
predicando igualmente el reino de Dios y el nombre de Jesucristo (1 Corintios 11:1).
La palabra reino es muy conocida por todos nosotros. Hemos oído del reino de
Inglaterra, de España, de Italia, de Jordania, etc. Un reino es una forma de gobierno.
Es una monarquía real con un rey, territorio, súbditos, y leyes. Ahora bien, la Biblia
habla de reinos. Tenemos un ejemplo en Daniel 2:37-39, donde el profeta Daniel registra
que Nabuconodosor era rey de reyes, el monarca del reino babilónico. Aquí tenemos la
evidencia de que un reino es una monarquía real, con un soberano autoritario y
poderoso. También Daniel revela que los reyes de Medo-Persia, Grecia, y Roma
gobernarían sus respectivos reinos en el futuro. Daniel profetizó que en los días de diez
reyes o líderes mundiales venideros (representados por los diez dedos de una
colosal imagen), el Dios del cielo levantaría un reino (Gobierno) mundial que
desplazaría y destruiría precisamente a estos diez países confederados (¿El Mercado
Común Europeo?). Luego el profeta ve que dicho reino divino (representado por una
roca---la cual simboliza al Mesías y su reino) cubre todo el planeta tierra. Aquí el
profeta está viendo el reinado milenario y mundial del Mesías, con todo su poder y
gloria, inmediatamente después de su Parusía o Segunda Venida personal a la tierra.
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Hoy hay prácticamente paz en nuestro continente americano, pero en otros lugares, y en
otros continentes, existen guerras étnicas, y conflictos entre naciones. La Biblia nos dice
que un rey gobernará con VARA DE HIERRO. En Apocalipsis 12:5 leemos: “Y ella
dio a luz un hijo varón, que regirá con vara de hierro a todas las
naciones...” También el profeta Isaías predice: “He aquí que para justicia
reinará un rey, y príncipes presidirán en juicio”(32:1).
Hemos visto que Cristo será Rey pero, ¿desde dónde gobernará?¿Quiénes serán sus
súbditos? ¿Y con quién gobernará? Pues bien, estudiemos lo que el ángel Gabriel le dijo a
María, cuando iba a concebir a su hijo Jesucristo: “Y ahora concebirás en tu
vientre, y darás a luz un hijo, y llamarás su nombre Jesús. Este será
grande, y será llamado Hijo del Altísimo; y el Señor Dios le dará el trono
de David su padre; y reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su
reino no tendrá fin.” (Lucas 1:31-33). Esta promesa angelical ha sido pasada por alto
por millones de llamados “cristianos”. Pero es importante que entendamos que aquí hay
una promesa concreta aún no cumplida. Aquí se habla del ‘trono de David’ y de ‘la
casa de Jacob’: ¡Sobre éstos reinará Jesús! Cuando Pilato interroga a Jesús :
“¿Luego, eres tu Rey? Jesús le responde: Tu dices que yo soy Rey. Yo para
esto he nacido, y para esto he venido al mundo, para dar testimonio de la
verdad...” (Juan 18:37). Aquí vemos que Jesús admite abiertamente que el nació para
ser Rey, y para eso vino al mundo, para dar a conocer esta verdad. Sí, Jesús tendrá un
trono---el de David su padre--- y tendrá un territorio, la casa o el país de Jacob
(=Israel). Esto quiere decir que Jesús es de “sangre azul o real”, pues desciende de
un rey y de un reino israelita (Mateo 1:1). Efectivamente, Israel fue gobernado por reyes
judíos, comenzando con Saúl, luego David, después su hijo Salomón, etc., hasta que en el
año 586 A.C, el último rey judío Sedequías fue destronado por Nabuconodosor, rey de
Babilonia. Es decir, hace más de 2,500 años que Israel dejó de tener una monarquía para
convertirse en un país democrático a partir de 1948. No obstante, Dios le prometió a
David que no le faltaría un descendiente en su trono (2 Samuel 7:12-17; 1 Crónicas 17:11-
14; 2 Crónicas 7:18). En buena cuenta, Israel volverá a ser una monarquía como lo es su
actual vecino, el reino de Jordania.
En Apocalipsis 12:5 hemos visto que un varón regirá el mundo con mano firme y
sólida como el hierro. Pero: ¿Quién es ese misterioso varón? La respuesta la da el apóstol
Pedro cuando dice: “Varones israelitas, oíd estas palabras: Jesucristo, varón
aprobado por Dios...” (Hechos 2:22). Aquí se le llama a Jesucristo: varón de Dios. Y
en Hechos 17:31 Pablo dice: “Por cuanto ha establecido un día en el cual
juzgará al mundo con justicia, por aquel varón quien designó, dando fe a
todos con haberle levantado de los muertos”. Notemos que aquel varón
designado por Dios para ser juez y rey, fue resucitado de entre los muertos. ¡Esta es una
clarísima alusión a Jesucristo! (Leer también 2 Samuel 23:3).
Sabiendo que Jesucristo es el Rey del reino o gobierno venidero de Dios, ¿qué más
detalles tenemos de su gobierno? En el Salmo 72:7,8 encontramos más detalles del
mismo con estas palabras proféticas: “Florecerá en sus días justicia, y
muchedumbre de paz, hasta que no haya luna. Dominará de mar a mar y
desde el río hasta los confines de la tierra”. Aquí vemos que Dios promete un
gobierno mundial de paz y justicia duraderas, y las naciones del mundo estarán bajo su
control y dominio. En un mundo donde no hay justicia, no puede haber paz. Las
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injusticias sociales y económicas necesariamente se traducen en descontento y violencia.
Los hogares están destruidos y violentados por las injusticias. Toda injusticia es pecado
(1 Juan 5:17). Hay injusticia en los robos, adulterios, mentiras, en la explotación del
hombre por el hombre, en las desigualdades educativas, en la discriminación racial, etc.
Se necesita urgentemente un nuevo orden social, político y económico ideal y perfecto.
Pero lo ideal y perfecto no puede venir de hombres imperfectos. Mientras existan el
egoísmo y el afán de lucro desmedidos, no se podrá alcanzar la justicia y la paz
verdaderas. El pecado acarrea la injusticia necesariamente. Y pecado es trasgresión o
violación de las leyes de Dios que se resumen en el amor (1 Juan 3:4; Romanos 13:10).
La iglesia de Jesús, compuesta por todos sus santos seguidores, tendrá la herencia
del reino de Cristo. El apóstol Pablo escribió esto a los cristianos de Roma: “Porque a
los que antes predestinó para que fuesen hechos conformes a la imagen de
su Hijo, para que él sea el primogénito entre muchos hermanos. Y a los que
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predestinó, a éstos llamó; y a los que llamó, a éstos también glorificó.”
(8:29,30). Notemos que Dios predestinó a hombres y a mujeres para glorificarlos,
pero: ¿Qué significa eso? Pablo vuelve decir: “Pero nosotros debemos siempre dar
gracias a Dios respecto a vosotros, hermanos amados por el Señor, de que
Dios os haya escogido desde el principio para salvación, mediante la
santificación por el Espíritu y la fe en la verdad, a lo cual os llamó
mediante nuestro evangelio, para alcanzar la gloria de nuestro Señor
Jesucristo”(2 Tesalonicenses 2:13,14). Nótese que los creyentes van a recibir la
misma gloria de Jesucristo. ¡Esto es muy claro! Ahora bien, Pablo dice: “Y si hijos
también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, si es que
padecemos juntamente con él, para que juntamente con él seamos
glorificados.” (Romanos 8:17). Observe ahora que nuestra glorificación tiene que ver
con heredar de Dios y coheredar con Cristo, si es que padecemos juntamente con él.
Ahora viene otra pregunta: ¿Qué heredaremos de Dios y qué coheredaremos con Cristo?
La respuesta la da Jesús en Mateo 25:31,34, cuando dice: “Cuando el Hijo del
hombre venga en su gloria...entonces el Rey dirá a los de su derecha:
Venid, benditos de mi Padre, heredad el reino preparado para vosotros
desde la fundación del mundo”. Cuando Cristo vuelva nuevamente, su iglesia
heredará el reino de Dios con Cristo. Sí, la iglesia está llamada a reinar con Cristo en el
reino de Dios, pues Pablo también dice: “Si sufrimos, también reinaremos con
él...” (2 Timoteo 2:12). Y en Apocalipsis 5:10 Juan escribe: “Y nos has hecho para
nuestro Dios reyes y sacerdotes y reinaremos sobre la tierra” (Apocalipsis
5:10). La glorificación implica entonces nuestra coronación para ser reyes en el reino de
Cristo que se establecerá en esta tierra.
Como el reino de Dios le será restaurado a Israel (Hechos 1:6), debemos averiguar
dónde se asentó el trono del reino israelita hasta los tiempos de Sedequías, su último rey,
destituido en 586 A.C. En primer lugar, la Biblia nos dice que desde Saúl hasta
Sedequías, el trono se estableció en Jerusalén. Por ejemplo, David reinó 33 años en
Jerusalén (1 Reyes 2:11). Luego Salomón, su hijo, se sentó en su trono (el de David) en
Jerusalén por 40 años, y luego murió ( 1 Reyes 11:42). Y así se sucedieron los reyes
judíos hasta Sedequías. De modo que Jerusalén fue la sede del trono del reino de Dios.
Recordemos que el reino israelita era el reino de Dios (1 Crónicas 28:5), y este reino de
Dios “finalizó” con Sedequías en 586 A.C. Pero Jesús habló de la restauración del
reino de Dios en su persona (Hechos 1:3,6,7). Entonces, si el reino de Dios va a ser
restaurado, tiene que ser en el mismo lugar donde estuvo antes, es decir, en Jerusalén.
Efectivamente, Jesús afirma que Jerusalén en la ciudad del gran rey (Ver
Mateo 5:33-35). Pero para que Dios le restaure al pueblo hebreo el reino de Dios,
Jerusalén tiene que estar bajo el control judío. Pero por espacio de dos milenios
Jerusalén estuvo en manos de los no judíos, en tanto que el pueblo hebreo estaba en la
diáspora o dispersión mundial. La profecía parecía imposible de cumplirse hasta la
formación del estado judío el 12 de Mayo de l948. Desde esa fecha los judíos regresaron
a su tierra, y 19 años después recuperan la capital Jerusalén.
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que ha visto una revolución en la política, en la economía, y en las ciencias. Esta
generación ha tenido el privilegio de ver renacer el moderno estado judío tal como lo
predijo Dios en Deuteronomio 30:3-5. Este pasaje debe ser leído con atención, pues
habla del retorno final de los judíos de la diáspora mundial a su tierra, Israel. En
Ezequiel 11:17 leemos además: “Di, por tanto: Así ha dicho Jehová el Señor: Yo
os recogeré de los pueblos, y os congregaré de las tierras en las cuales
estáis esparcidos, y os daré la tierra de Israel”. En Lucas 21:24 Jesús predijo la
dispersión mundial de los judíos (la cual ocurrió en el año 70 d.C), y la consecuente
dominación de Jerusalén por las naciones gentiles hasta los tiempos postreros.
Finalmente el pueblo judío recuperaría su capital, y recibiría a su Mesías esperado. Esta
restauración del pueblo judío en su tierra ocurriría en la última generación de este
mundo caótico (Mateo 24:34).
Para tener parte en el glorioso reino de Cristo como “reyes y sacerdotes”, hay que
seguir algunos pasos de iniciación. Recordemos por un instante la entrevista privada que
tuvieron Jesús y el fariseo Nicodemo, registrada en el evangelio de Juan: “Respondió
Jesús (a Nicodemo) y le dijo: De cierto, de cierto te digo, que el que no
naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios. Nicodemo le dijo: ¿Cómo
puede un hombre nacer siendo viejo?¿Puede acaso entrar por segunda vez
en el vientre de su madre, y nacer? Respondió Jesús: De cierto, de cierto te
digo, que el que no naciere de AGUA y del ESPÍRITU, no puede entrar en el
reino de Dios. Lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del
Espíritu, espíritu es. No te maravilles de que te dije: Os es necesario nacer
de nuevo. El viento sopla de donde quiere, y oyes su sonido; mas ni sabes
de dónde viene, ni a dónde va; así es todo aquel que es nacido del Espíritu”.
(3:3-8).
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Dice Jesús: “¡He aquí, vengo pronto! Bienaventurado el que guarda las
palabras de la profecía de este libro.” “Bienaventurados los que lavan sus
ropas, para tener derecho al árbol de la vida, y para entrar por las puertas
de la ciudad.” “He aquí que yo vengo pronto, y mi galardón conmigo, para
recompensar a cada uno según sea su obra.” “Y el Espíritu y la esposa
dicen: Ven. Y el que oye, diga: Ven. Y el que tiene sed, venga; y el que
quiera, tome del agua de la vida gratuitamente” (Apocalipsis 22:7,12, 14,17).