Sei sulla pagina 1di 16

Guía de estudio de los Sacramentos de la Fe Católica

A. Definición nominal de los sacramentos.

1. ¿Cuál es el significado de la palabra sacramento? (v. 5)

2. ¿Cuál es el equivalente griego de la palabra sacramento? (v. 6)

3. ¿Qué significa la palabra griega musthrion? (v. 6)

4. ¿Cuál es la concepción más amplia de la palabra sacramento? (v. 10 – 13)

5. ¿Cuál es la diferencia principal de los hechos del Antiguo Testamento que


llamaríamos sacramento en ese sentido amplio y los sacramentos del Nuevo
Testamento? (v. 13 – 15)

6. ¿Por qué puede aplicarse a la Iglesia el término de sacramento? (v. 16 a 19)


B. Definición real de los sacramentos

Escribe la definición de sacramento que ofrece el Catecismo de la Iglesia


Católica. (v. 25 – 26)

Escribe la definición de sacramento que ofrece el Catecismo Romano. (29 – 31)

Explica qué significa que el sacramento debe ser “una cosa sensible” y menciona
algunos ejemplos de esta característica sacramental. (v. 33 a 34).

Explica qué significa que la llamada cosa sensible sea signo de otra realidad (v.
35 36)

Para considerar a un sacramento dentro de los sacramentos de la Iglesia debe


haber sido instituido por…(37)

¿Qué es la eficacia sobrenatural de los sacramentos? (v. 38 y 39)

¿Por qué se dice que los sacramentos son de la Iglesia? (v. 40 y 41)

Escribe tres ejemplos de cómo Dios ha querido ajustarse a la naturaleza al


concedernos su Gracia. (Anota las citas bíblicas) (v. 54-58).

¿Por qué los sacramentos son acompañados de signos materiales? (v. 60 – 63 )

¿Qué semejanza existe entre los signos materiales de los sacramentos y su


función natural? (v. 65 – 66)

¿Cuál es el elemento adicional que completa el signo material de los


sacramentos? (v. 67)

¿Qué nombre recibe el elemento material del sacramento? (v. 70)


¿Qué nombre reciben las palabras que acompañan al elemento material del
sacramento? (v. 71)

¿Cuándo se obtiene la Gracia de Dios a través de la materia y la forma de un


sacramento? (v. 71-74).

De acuerdo con lo anterior ¿Cuáles son los elementos que componen al


sacramento? (v. 77 – 78)

¿Por qué no pueden variarse la materia o la forma de los sacramentos? (v. 79-
80).

¿Cuál es la característica principal de la realidad sensible de los sacramentos?


(v. 92-93)

¿Cuál es la fuerza principal que reside en los sacramentos? (v. 103-104)

¿Por qué los signos de los sacramentos no son convencionales? (v. 109-111)

¿Qué significa que los sacramentos funcionen ex opere operato? (v. 112-113

¿Por qué son necesarios los sacramentos para las personas? (v. 122 )

¿Son necesarios todos los sacramentos para todas las personas? (v. 124-126 )

¿Por qué decimos que los sacramentos son necesarios para vivir la plenitud de la
Gracia Divina? (v. 125-126 )

¿Cuáles son los sacramentos que deben recibir todos los cristianos? (v.128-131 )

Explica qué es el votum sacramenti. (v. 134 )

Explica qué es la Gracia Divina. (v. 141-143)

¿Por qué se considera a la Gracia Divina como un don de Dios? (v. 146)

¿Por qué se dice que la Gracia Divina es sobrenatural? (v. 147-148)

¿Cuál es el propósito del carácter sobrenatural de la Gracia Divina? (V. 153-154).

¿Por qué se afirma que la característica de la Gracia es su gratuidad? (v. 157


-158).

¿Qué es la Gracia Santificante? (v. 167-170)

¿Por qué se dice que la Gracia Santificante nos hace participar en la Vida
Divina? (v. 174-175).

¿En dónde reside la Gracia Santificante? (v. 179-180).


¿Por qué se dice que la Gracia Santificante está en el alma a modo de cualidad?
(v. 182).

¿Por qué se dice que la Gracia Santificante es permanente? (v. 184).

¿Cómo se recibe inicialmente la Gracia Santificante? (v. 189)

¿Cómo puede aumentarse la Gracia Santificante? (v. 191)

¿Cómo puede perderse la Gracia Santificante? (v. 202).

¿Cómo puede recuperarse la Gracia Santificante? (v. 204-205)

¿Cuál es la dignidad más alta a la que el hombre puede aspirar y cómo puede
obtenerse? (v. 213-214).

¿Cuál es el efecto de la Gracia Santificante en la persona que la recibe? (v,. 220-


222).

Enumera los tres efectos principales de la Gracia Santificante. (v. 228-230).

¿Qué es la justificación? (v. 234).

¿Cómo explica San Pedro la acción de la Gracia en nuestra alma? (v. 254-255).

¿Por qué decimos que la Gracia produce una vida nueva? (v. 259).

¿Cuál es la diferencia entre Dios y la Gracia Santificante? (v. 263-264).

Explica la comparación del fuego y el hierro para describir los efectos de la


Gracia en la persona. (v. 267-270).

¿Cómo es la relación de Dios y la persona que vive en estado de Gracia? (v. 272-
277).

¿Qué es el mérito derivado de la Gracia Salvificante? (v. 283-284).

¿Qué términos bíblicos se usan en lugar de mérito? (v. 293-294).

Las condiciones por parte del hombre para merecer bienes sobrenaturales son…
(v. 297-300).

Explica qué es el mérito de condigno. (v. 302-304).

Explica qué es el mérito de congruo. (v. 305-307).

¿De dónde se desprende la eficacia de los sacramentos? (v. 339-341).

Explica la fórmula sacramenta operantum ex opere operato. (v. 352-354).


Explica qué sucede siempre que un sacramento es celebrado conforme a la
intención de la Iglesia.. (v. 367-368).

¿De qué depende que la gracia de un sacramento sea mayor o menor en quien lo
recibe? (v. 373).

Explica el significado de la fórmula ex opere operantis. (v. 374-375).

Explica en dónde radica la comprensión de la eficacia sacramental. (377-379).

¿En qué se distingue la teología sacramental protestante de la católica en


relación con la eficacia de los sacramentos? (v. 381-382).

¿Cuál es la virtud que tienen los sacramentos de acuerdo con lo que señala el
Concilio Vaticano II? (v. 386-389).

¿Cuáles son los tres efectos que producen los sacramentos en quienes los
reciben? (v. 393-396).

Escribe la afirmación del Concilio de Trento en relación con todos los


sacramentos del Nuevo Testamento (v. 400-401).

Explica con tus palabras la expresión “sin poner óbice”. (Consultar diccionario).

¿Qué términos bíblicos son equivalentes al de Gracia Santificante? (v. 407-408).

¿De qué manera actúa la gracia santificante en una persona que vive ya en
estado de gracia y en una persona que está en pecado mortal? (v. 410-412).

¿Por qué se le llama al bautismo y a la penitencia sacramentos de muertos? (v.


415-416).

¿Por qué se llama a los otros cinco sacramentos como sacramentos de vivos? (v.
419-420).

¿Qué es la Gracia Sacramental? (v. 424-428).

Escribe tres ejemplos de cómo actúa la Gracia Sacramental en quienes los


recibe. (v. 430-434).

Además de la Gracia Sacramental qué efectos producen el Bautismo, la


Confirmación y el Orden Sacerdotal en quienes los reciben. (v. 438-440).

¿Cómo define la Sagrada Escritura al carácter que acompañan los sacramentos


mencionados en el número anterior? (v. 441-442).

¿Cuál es la importancia del carácter que imprimen los sacramentos en el


creyente? (v. 449-453).

¿Qué relación tienen los sacramentos con Cristo? (459-460).


¿Por qué afirmamos que la Iglesia no inventó ninguno de los sacramentos?
(v.482-486).

¿Cuántos y cuáles son los sacramentos instituidos por Jesucristo? (v. 490-492).
Copia un texto bíblico que muestre la institución del sacramento del Bautismo
(v. 497).

Copia un texto bíblico que muestre la institución del sacramento de la


Confirmación. (v. 498).

Copia un texto bíblico que muestre la institución del sacramento de la Eucaristía


(v. 499).

Copia un texto bíblico que muestre la institución del sacramento de la


penitencia. (v. 500).

Copia un texto bíblico que muestre la institución del sacramento de la Unción


de los Enfermos (v. 501).

Copia un texto bíblico que muestre la institución del sacramento del Orden
Sacerdotal (v. 502).

Copia un texto bíblico que muestre la institución del sacramento del


Matrimonio. (v. 503).

Explica la conveniencia de que los sacramentos sean siete y cumplan cada uno
con una función diferente de acuerdo con lo mencionada por San Agustín. (v.
505-511).
¿Qué razones amparan a los sacramentos de acuerdo con la esencia misma de la
Iglesia? (v. 513-521).

¿Cómo podemos comprobar la veracidad de la promesa de Jesús de que estaría


siempre con nosotros hasta el final de los tiempos? (v. 529-533).

¿Qué es un sacramento válido? (v. 537-538).

¿Qué es un sacramento lícito? (v. 540-541).

Explica dos ejemplos de cuándo no sería válido un sacramento. (v. 546-551).

Explica dos ejemplos de cuándo no sería lícito un sacramento. (v. 555-561).


¿A quién se le llama ministro del sacramento? (v. 568).

En sentido estricto quién es el ministro primario de todos los sacramentos. (v.


569-571).

¿Cuál es la enseñanza del papa Pío XII en relación con el ministro de los
sacramentos en su encíclica Mystici Corporis? (v. 573).
En nombre de Cristo y haciendo sus veces, quién es el ministro de los
sacramentos. (v. 578-579).

Explica con tus palabras la locución in persona Christi. (v. 581-583).

¿Cuáles son los sacramentos que requieren poder sacerdotal o episcopal para
que se administren válidamente? (v. 583-585)

Por lo anterior, los únicos sacramentos que no requieren poder sacerdotal o


episcopal para administrarse válidamente son (v. 583-585).

¿Qué condiciones se requieren para que el ministro administre válidamente


cada sacramento? (v. 590; 597-598).

¿A quién se denomina sujeto en la administración del sacramento? (v. 620).

¿Por qué los muertos no pueden recibir válidamente un sacramento? (v. 621-
624).

Explica las condiciones para recibir válidamente un sacramento (v. 631-632;


637-639).

¿Por qué es válido el bautismo de niños recién nacidos? (v. 645-647).

¿Por qué puede administrarse un sacramento en caso de urgente necesidad? (v.


649-652).

Menciona dos ejemplos de la administración de un sacramento en caso de


urgente necesidad. (v. 654-656).

¿Cuándo se considera ilícita o sacrílega la recepción de un sacramento? (v. 662).

¿Cuál es la condición para recibir lícitamente los sacramentos? (v. 665-666).

¿Cuál es la condición para que un adulto reciba un sacramento de muertos? (v.


666-668).

LOS SACRAMENTOS
Noción de los sacramentos
A. Definición nominal
La palabra latina "sacramentum" significa etimológicamente algo que santifica
(res sacrans), y equivale en griego a la voz "misterio" (musthrion: cosa sacra,
oculta o secreta).
Del significado nominal se ve claro que el sentido de la palabra es muy amplio:
significa cualquier cosa sagrada o religiosa. En esta concepción amplia reciben
el nombre de sacramento también las realidades sagradas del Antiguo
Testamento, es decir, anteriores a la venida de Cristo (p. ej., el Cordero Pascual,
los sacrificios, la circuncisión, etc.). Sin embargo, es importante tener claro que
estas realidades difieren esencialmente de los sacramentos de la Nueva Ley,
porque no producían la gracia, sino sólo figuraban la que había de venir por la
Pasión de Cristo. En este sentido amplio, la palabra sacramento se puede aplicar
también a la misma Iglesia, como lo enseña el Concilio Vaticano II: La Iglesia es
un Cristo como un sacramento; o sea, signo e instrumento de la unión con Dios,
y de la unidad de todo el género humano (Const. Lumen gentium, n. 1).
B. Definición real
Como ya dijimos, el misterio de Cristo se continúa en la Iglesia, que goza
siempre de su presencia y lo sirve, especialmente a través de aquellos signos
instituidos por El mismo, que significan y producen el don de la gracia, y son
designados con el nombre de sacramentos. El Catecismo de la Iglesia Católica
ofrece la siguiente definición: Los sacramentos son signos eficaces de la gracia,
instituidos por Cristo y confiados a la Iglesia por los cuales nos es dispensada la
vida divina (n. 1131). O, en definición equivalente del Catecismo Romano (parte
II, cap. I, n. 11), una cosa sensible que por institución divina tiene la virtud tanto
de significar como de conferir la gracia santificante.
La noción de sacramento incluye los siguientes elementos:
1) que es una "cosa sensible", es decir, algo que el hombre es capaz de percibir
por los sentidos corporales (el agua en el bautismo, el pan y el vino en la
Eucaristía, etc.); 2) esa cosa sensible es, además, "signo" de otra realidad (la
"gracia" o "vida divina"); 3) que haya sido instituido por Jesucristo durante su
vida terrena; 4) que tenga eficacia sobrenatural para producir la gracia en el
alma del que lo recibe. No sólo significa la gracia sino sobre todo la produce de
hecho; 5) como los sacramentos han sido confiados a la Iglesia, se dice que "los
sacramentos son de la Iglesia" (Catecismo, n. 1118). Esto tiene un doble sentido:
existen "por ella" y "para ella". Existen "por la Iglesia" porque ella es el
sacramento de la acción de Cristo que actúa en ella gracias a la misión del
Espíritu Santo. Y existen "para la Iglesia" porque ellos son "sacramentos que
constituyen la Iglesia" (Catecismo, n. 1118).
Los elementos del signo sacramental
Ciertamente, el Señor podía habernos comunicado la gracia directamente, sin
necesidad de recurrir a ningún elemento sensible. A veces lo hace así, y envía su
gracia invisible como una ayuda real, sin mediar elemento externo alguno. Sin
embargo Dios, creador de la naturaleza humana, ha querido acomodarse a ella
al darnos su gracia. Jesús, p. ej., realizaba de ordinario los milagros sirviéndose
de algunos elementos materiales, o de algunos gestos y palabras:tocó con su
mano al leproso y le dijo: quiero, queda limpio... (Mt. 8, 3); untó con barro los
ojos del ciego de nacimiento; éste se lavó después y recuperó la vista (Jn. 9, 6-7);
diciendo esto, sopló y les dijo: recibid el Espíritu Santo... (Jn. 20, 22).
Del mismo modo, quiso Jesús en los sacramentos unir su gracia a signos
externos en los que se encarna, se materializa, la acción invisible del Espíritu
Santo. La pedagogía divina ha querido comunicar al hombre la gracia
sobrenatural a través de las mismas realidades materiales que usamos en
nuestra vida ordinaria, dándoles una significación más alta y una eficacia que de
suyo no tiene ni pueden tener. No eligió, sin embargo, una realidad material
cualquiera, sino aquella que ya en el plano natural sirve para un fin similar al
que Dios quiere producir sobrenaturalmente: el agua, para lavar; el aceite, para
fortificar el cuerpo; el pan, para alimentar, etc. Luego determinó que, mediante
unas palabras pronunciadas con su autoridad, estas realidades materiales
significaran y causaran un efecto santificador: el agua lava la mancha del pecado
en el alma.
El elemento material se llama materia del sacramento, y las palabras que lo
completan y dan su eficacia a la materia se denomina forma. Cuando la forma es
pronunciada por el ministro con la intención de hacer lo que hace la Iglesia,
Dios confiere su gracia a través del sacramento, que es el instrumento del que se
sirve para santificarnos. Tenemos ahí el signo externo de la gracia (materia y
forma) y la gracia conferida. El signo sensible lo componen conjuntamente la
materia y la forma, y es a lo que la Iglesia da el nombre de sacramento.
La materia y la forma constituyen la esencia del sacramento y no pueden
variarse o modificarse, pues fueron determinadas por institución divina. La
Iglesia, al establecer modificaciones en los ritos, jamás varía esta parte esencial,
sino que sólo regula las ceremonias litúrgicas alrededor de los dos elementos
constitutivos de cada sacramento. La Sagrada Escritura hace resaltar esos dos
elementos esenciales (cfr. Efe. 5, 26; Mt. 26, 26 ss.; 28, 19; He 6, 6; 8, 15; St. 5,
14, etc.). Del mismo modo, la Tradición da testimonio de que los sacramentos se
administraron siempre por medio de una acción sensible y de unas palabras que
acompañan a la ceremonia. Por ejemplo, dice San Agustín refiriéndose al
bautismo: Si quitas las palabras, ¿qué es entonces el agua, sin agua? Si al
elemento se añaden las palabras, entonces se origina el sacramento (In Io. tr.
80, 3; cfr. S. Th. III, q. 60, a. 6).
Hemos dicho que esa realidad sensible tiene una característica: es un signo de
otra realidad, significa algo ulterior, en este caso, algo sagrado.
Pero, ¿qué clase de signos son los sacramentos? Un ejemplo puede servirnos: el
abanderado avanza, con la bandera en alto, y los demás la saludan con gesto
enérgico, porque en el lábaro está significada la patria; pero la bandera, es obvio
para todos, no es la patria. De igual modo, cuando el artista dibuja un anagrama
de Cristo, comprendemos muy bien que ahí no está Dios.
El sacramento es también un símbolo, un signo, puesto que representa
sensiblemente una realidad misteriosa; pero es un símbolo de otro orden.
Instituido por Cristo, tiene la tremenda fuerza de contener realmente lo que
significa: así, siguiendo con el mismo ejemplo, el bautismo no sólo simboliza la
purificación y la limpieza interiores, sino que efectivamente la produce. Por eso
Santo Tomás dice que el sacramento es un signo que produce lo que significa.
Como si la bandera contuviera a la patria, o en el anagrama de Cristo estuviera
el mismo Señor presente.
Los sacramentos de la Nueva Ley, pues, no sólo significan la gracia, sino sobre
todo la producen de hecho en las almas. No son signos convencionales o
ineficaces, sino que verdaderamente obran siempre aquello que significan de un
modo infalible, en aquel que los recibe con las debidas disposiciones. Esta idea
se expresa diciendo que obran ex opere operato (por la obra realizada), con
independencia de las personas y en dependencia absoluta de la voluntad divina
que los ha instituido. Este es el cuarto aspecto de la noción del sacramento
mencionado arriba, esencial para la comprensión del mismo, y sobre el que
volveremos en el inciso 1.2.3.
Necesidad de los sacramentos
Hay que decir que es posible que la gracia llegue al hombre de otros modos:
Dios puede comunicarla sin los sacramentos, de manera puramente espiritual.
Por eso, no existía en El la ineludible necesidad de instituirlos. Sin embargo,
considerando la naturaleza a la vez material y espiritual del hombre, tal
institución era muy conveniente: así se nos hace participar de lo invisible a
través de lo visible. No todos los sacramentos son necesarios para cada persona,
pero como Cristo vinculó a ellos la comunicación de la gracia, y por tanto la
consecución de la vida eterna, todos los hombres tienen necesidad de algunos de
ellos para salvarse. Para todos es absolutamente necesario recibir el bautismo y,
para quienes han pecado mortalmente después de bautizarse, es imprescindible
también recibir el sacramento de la penitencia o reconciliación (cfr. Dz. 388,
413, 847, 996, 1071). La recepción de la Eucaristía se precisa además para
aquellos bautizados que han llegado al uso de razón (cfr. Jn. 6, 53. Para este
tema, ver inciso 4.1.5). La recepción efectiva o real de estos sacramentos puede
sustituirse, en algunos casos, por el deseo de recibir el sacramento (votum
sacramenti).
Los demás sacramentos son necesarios en cuanto que con ellos es más fácil
conseguir la salvación.
La Gracia
La Gracia es: - todo don sobrenatural que Dios da al hombre - por gratuita
benevolencia - para que pueda alcanzar su fin sobrenatural.Se dice: 1o. don:
pues es un beneficio que Dios otorga; 2o. sobrenatural: pues lo que comunica es
la misma vida de Dios, la cual es sobrenatural; es decir, sobre toda naturaleza
creada. En sentido estricto, lo sobrenatural no es sólo la elevación de una
naturaleza sobre las posibilidades que Dios le infundió y que son inherentes a
ella; es un don que trasciende todas las fuerzas, posibilidades y valores de la
naturaleza, un don que Dios concede para que logremos la íntima comunidad
con El mismo: su fin es la participación en la íntima vida trinitaria de Dios. Así,
no son sobrenaturales aquellas realidades que, aunque suceden de modo
extraordinario (p. ej., una curación milagrosa), no rebasan el orden de lo
creado;
3o. gratuito: siendo superior a la naturaleza, no hay fundamento para exigirlo
como debido, sino que procede de la bondad de Dios;
4o. para alcanzar el fin sobrenatural: habiendo sido el hombre destinado a este
fin, es provisto por Dios de un medio proporcionado la gracia para alcanzarlo.
La Gracia Santificante NociónPor gracia santificante se entiende: - aquel don
sobrenatural, - que nos hace participar de la Vida Divina, - y que inhiere en el
alma, - a modo de cualidad permanente. Se dice: a) que nos hace participar de la
Vida Divina, porque la esencia misma de la Gracia consiste en participarnos algo
de la vida de Dios; b) que inhiere en el alma, y no en sus potencias (inteligencia
y voluntad). Es el principio de vida sobrenatural y, por tanto, ha de inherir en el
principio vital, que es el alma. Así como la salud se dice que se posee en el
cuerpo, así la Gracia se posee en el alma; c) a modo de cualidad, esto es, algo
que modifica el alma, perfeccionándola; d) permanente, porque perdura
mientras el pecado mortal no la haga perder. Esa Gracia Santificante: a) se
recibe inicialmente en el bautismo (cfr. Dz. 130, 186, 424, 742, 796, 847, 849;
Catecismo, n. 1263). b) aumenta principalmente por la recepción de los
sacramentos, y también por la oración y por las buenas obras (cfr. Dz. 695, 698,
803, 834, 842, 849, 1004; Catecismo, nn. 1127-1129). c) determina la salvación,
pues si se posee al momento de la muerte, asegura la bienaventuranza eterna, y
si no se tiene al morir, es inevitable la eterna condenación. Los protestantes
afirman que el único verdadero pecado es la falta de fe, la infidelidad, y sólo él
hace perder el agrado de Dios. Citando el texto de I Cor. 6, 9ss. (los fornicarios,
los adúlteros, los sodomitas, los ladrones, los avaros, los borrachos, los
maldicientes, los rapaces. . . no poseerán el reino de Dios), el Concilio de Trento
condenó esta herejía; cfr. Dz. 808, 833, 837, 862;d) se pierde por cualquier
pecado mortal (estudiaremos este aspecto con detalle, al tratar del sacramento
de la penitencia); e) puede ser recuperada mediante el sacramento de la
penitencia, o bien por la perfecta contrición con el deseo de recibir el
sacramento (cfr. Dz. 40, 321, 410, 429, 457, 464, 493, 531, 574, 693, 714, 800,
809, 836, 842; Catecismo, nn. 1446, 1452, 1453, 1458-70). Excelencia La Gracia
Santificante confiere la dignidad más alta a la que el hombre puede aspirar: con
ella se posee una vida superior, que no se compara con ninguna de las más altas
aspiraciones naturales de la criatura racional. Por la gracia el hombre recibe el
más dilatado de los reinos: Dios lo hace partícipe de todos sus bienes. Una
imagen de lo que es la Gracia Santificante nos es ofrecida en el bautismo de
Jesús. Cuando hubo salido del río Jordán, después de haber sido bautizado por
Juan el Bautista, se abrieron los cielos: el Espíritu Santo descendió sobre El en
forma de paloma, y se oyó de lo alto la voz del Padre que decía: Este es mi Hijo,
en quien tengo puestas todas mis complacencias (Mt. 3, 17). Esto mismo es
exactamente lo que sucede en la justificación de un alma mediante la gracia: se
abren los cielos sobre nosotros, el Espíritu Santo viene a morar en nuestra alma,
y el Padre nos recibe por hijos. Efectos Tres son sus principales efectos: 1. Borra
el pecado, lo que se llama justificación. 2. Produce en el alma la vida
sobrenatural. 3. Comunica a nuestros actos mérito sobrenatural. 1. La
justificación Justificación es el paso del estado de pecado al estado de gracia. Es
una verdadera remisión de los pecados, ya que el pecado y la gracia no pueden
darse simultáneamente en el alma: el primero produce en ella el estado de
rechazo de Dios (véase el inciso 5.1.1 del "Curso de Teología Moral"), y la gracia
es cierta participación y semejanza con Dios. El Magisterio de la Iglesia definió
lo anterior como verdad de fe, frente a la herejía protestante que lo negaba.
Según esta herejía, no hay verdadera remisión de los pecados, sino que en el
hombre justificado los pecados quedan sólo encubiertos por los méritos de la
Pasión de Cristo, pero permanecen en el alma. De lo anterior, concluyen, sólo es
posible salvarse si Dios no imputa esos pecados, dejándolos de tomar en cuenta
en virtud de la fe del mismo pecador. El Concilio de Trento los condena con las
siguientes palabras: Si alguno dijere que por la gracia de Nuestro Señor
Jesucristo no se remite el pecado original, o también si afirma que no se
destruye todo aquello que tiene verdadera y propia razón de pecado, sino que
sólo se rae o no se imputa, sea anatema (Dz. 792; ver también Dz. 799, 821 y
895). 2. La vida sobrenatural Simultáneamente a la remisión del pecado, la vida
de Dios es comunicada al alma. San Pedro lo expresa diciendo que por la Gracia
somos hechos partícipes de la naturaleza divina (I Pe. 1, 4). Habiendo Dios
destinado al hombre a gozar de la posesión de El mismo, permite que ya desde
su vida mortal pueda gozar de alguna manera de ese Bien, por medio de la
gracia. La gracia es, pues, una vida nueva, la vida de Dios en nosotros. San
Agustín lo explica asegurando que es el mismo Dios presente en nosotros, a fin
de ser para nuestra alma lo que ésta es para nuestro cuerpo: un principio de
vida y de acción. Ha de notarse, sin embargo, que la gracia no es Dios, sino el
efecto creado que produce en el alma. La naturaleza divina no se nos participa
esencialmente, porque la esencia de Dios es incomunicable, sino
accidentalmente, en el sentido de que Dios imprime en nuestra alma una
cualidad con la que llega a ser no Dios, pero sí deiforme, esto es, muy parecida a
Dios. Los teólogos lo comparan a la unión entre el hierro y el fuego: el hierro
candente no se convierte en fuego, pero se hace ígneo y enteramente semejante
a él. De modo parecido, no es que por la gracia el hombre se haga Dios, pero
resulta divinizado, deiforme y semejante a El. Por haber sido elevado a la
participación de la naturaleza divina, el hombre, cuando se encuentra en estado
de gracia, es hecho hijo de Dios y heredero del reino celestial. No tiene sólo
relación de criatura a Creador, sino que Dios lo introduce en su familia
(domestici Dei), como hijo suyo. Y, de forma idéntica a lo que sucede en la vida
humana, el hijo es también heredero de las posesiones de su padre: . . . y, si
hijos, también herederos del reino celestial, coherederos con Cristo (Rom. 8, 16-
17). 3. Las acciones se hacen meritorias Por estar informadas de un principio
sobrenatural de vida y acción, todo acto bueno realizado por el hombre en
estado de gracia supone un derecho que Dios le otorga a recibir una recompensa
sobrenatural (mérito en la definición clásica, es ius ad praemium, derecho al
premio). En virtud de la distancia infinita que hay entre Dios y el hombre, no
habría posibilidad de mérito por parte de la criatura ante el Creador, si antes no
se presupone un plan divino que lo fundamente; es decir, que la condición para
poder merecer tener derecho a un premio es que Dios así lo haya dispuesto. El
fundamento en la Sagrada Escritura de donde proviene la realidad del mérito es
muy abundante: cfr. I Tim. 4, 7; Sant. 1, 12; Mt. 5, 1-12; Lc. 6, 38; 17, 10; 11, 28-
30; I Cor. 3, 8; Rom. 2, 6-8; II Tim. 4, 8; etc. La Sagrada Escritura usa
preferentemente los términos recompensa, premio, corona u otros análogos.Las
condiciones por parte del hombre para merecer bienes sobrenaturales son: a)
que esté en estado de gracia, b) que el acto sea libre, c) que la obra sea
moralmente buena, en su objeto, fin y circunstancias.
Es verdad de fe (cfr. Dz. 834) que con las buenas obras hechas en gracia
podemos merecer: el cielo, el aumento de gracia y el aumento de gloria, en
conformidad con las promesas hechas por Jesús. Al lado de este mérito
propiamente dicho llamado también mérito de condigno, existe otro mérito
impropiamente dicho, llamado mérito de congruo, que no es el derecho a
obtener una gracia fundada en las promesas de Dios, sino la confianza de
obtenerlo por la divina misericordia. En este sentido, el que no está en gracia
puede merecer, de congruo, la gracia de su conversión, en virtud de sus buenas
obras. De condigno, el hombre en pecado no tiene derecho a ninguna
recompensa. Cooperación o resistencia a la Gracia Si la gracia eficaz que Dios da
al hombre siempre consigue su efecto, ¿queda por ello el hombre privado de su
voluntad? En otras palabras: si hay una infalibilidad en la moción divina
permaneciendo la libre actuación humana, ¿cómo compaginar esa aparente
contradicción? Hay que decir que el entendimiento de las relaciones entre la
acción de Dios y la libertad del hombre es un misterio de difícil penetración por
parte de la inteligencia: se trata de averiguar, ni más ni menos, la forma como
Dios actúa. Santo Tomás clarifica el misterio cuando explica que, si bien es
cierto que Dios causa infaliblemente el efecto, lo hace sin embargo moviendo a
las cosas según su naturaleza propia. El hombre posee por naturaleza el libre
albedrío y, por tanto, la moción divina no se realiza sin el movimiento de la
libertad. Al tiempo que infunde la gracia, mueve a la libertad a aceptarla. No
anula el acto libre, sino que es su causa. Dios, cuando quiere que algo se realice
de modo necesario, necesariamente se realiza; y cuando quiere que algo se
realice de modo libre, se realiza libremente. La eficacia sacramental Ya
mencionamos que los sacramentos son por voluntad de Cristo la continuación,
hasta el fin de los tiempos, de las mismas acciones salvíficas realizadas por el
Señor durante su vida terrena. De ahí que sean medios de santificación con la
misma eficacia infalible que poseía la Santísima Humanidad de Cristo: actúan
comunicando siempre la gracia, cuando el rito se realiza correctamente y el
sujeto no pone un obstáculo. Los sacramentos son eficaces porque en ellos actúa
Cristo mismo; El es quien bautiza, El quien actúa en sus sacramentos con el fin
de comunicar la gracia que el sacramento significa (n. 1127). Filosóficamente se
explica diciendo que los sacramentos son causas instrumentales. Así, se dice que
una es la acción del que obra (causa principal, p.ej., el artista que pinta un
cuadro), y otra la del instrumento con que obra (causa instrumental, p.ej., el
pincel del pintor). En los sacramentos, la causa principal es Dios, a través de la
Humanidad Santísima de Jesucristo; el sacramento es sólo instrumento a través
del cual Dios produce la gracia. Por lo anterior, los sacramentos se llaman
signos eficaces de la gracia, pues de un modo infalible la producen en el alma.
La teología, para designar esa eficacia objetiva, creó la fórmula "sacramenta
operantur ex opere operato"; es decir, los sacramentos actúan por el mismo
hecho de realizarse, dan la gracia en virtud del rito sacramental que se lleva a
cabo. "Ex opere operato" quiere decir, textualmente, por la obra realizada. El
Concilio de Trento sancionó esta fórmula, definiéndola como dogma de fe: Si
alguno dijere que los sacramentos de la Nueva Ley no confieren la gracia en
virtud del rito sacramental que se realiza (ex opere operato) (. . .) sea anatema
(Dz. 851). El Concilio hubo de definir esta doctrina para contrarrestar la
afirmación de los protestantes en el sentido de que los sacramentos son eficaces
por la fe que el sujeto o el ministro ponen en su confección o recepción. Esta
terminología de algún modo expresa la grandeza de los sacramentos: son, en
efecto, una presencia misteriosa de Cristo invisible, que actúa de modo visible a
través de esos signos eficaces. En consecuencia, siempre que un sacramento es
celebrado conforme a la intención de la Iglesia, el poder de Cristo y de su
Espíritu actúa en él y por él, independientemente de la santidad personal del
ministro (Catecismo, n. 1128). El efecto del sacramento tampoco se produce por
la actitud del que lo recibe: la gracia se confiere a quien no pone óbice por el
mismo hecho de realizarse el rito sacramental. Ahora bien, es importante
también recalcar que la mayor o menor cantidad de gracia sí depende de las
disposiciones del sujeto que lo recibe. Esta disposición subjetiva se designa con
la fórmula ex opere operantis, que textualmente significa "por la acción del que
actúa". Sin embargo, y en esto radica la comprensión de la eficacia sacramental,
no son las disposiciones del sujeto la causa de que el sacramento produzca la
gracia, sino que sólo la medida del grado de gracia que recibe. Los protestantes
dicen que son las disposiciones del sujeto lo que da eficacia a los sacramentos.
EFECTOS DE LOS SACRAMENTOS Señala el Concilio Vaticano II que los
sacramentos tienen la virtud de identificarnos con Jesucristo por medio de la
gracia que confieren: por ellos "somos incorporados a los misterios de su vida,
configurados con El, muertos y resucitados, hasta que con El reinemos" (Const.
Lumen gentium, n. 7). Sistematizando las consecuencias de esa identificación
con Cristo, podemos afirmar que tres son los efectos que producen los
sacramentos: - la gracia santificante, que se infunde o se aumenta; - la gracia
sacramental, específica de cada sacramento; - el carácter, que es producido por
tres sacramentos (bautismo, confirmación y orden sacerdotal). La gracia
santificante El Concilio de Trento definió como verdad de fe que todos los
sacramentos del Nuevo Testamento confieren la gracia santificante a quienes los
reciben sin poner óbice (cfr. Dz. 843 a 849, 850 y 851). En la Sagrada Escritura,
los textos en los que aparece directa o indirectamente este efecto, son muy
abundantes (cfr. Jn. 3, 5; Hechos, 8, 17; Ef. 5, 26; II Tim. 1, 6; Tit. 3, 5; Sant. 5,
15; etc.). Algunos pasajes designan este efecto con palabras equivalentes (v. gr.,
purificación, regeneración, remisión de los pecados, comunicación del Espíritu
Santo, etc.). La gracia santificante puede venir a un alma que ya la poseía,
produciéndose un aumento de esa gracia. Puede también ser comunicada a un
alma en pecado mortal u original, infundiéndola donde no existía. Esta
diferencia se pone de manifiesto en la terminología teológica que califica al
bautismo y a la penitencia como sacramentos de muertos, o destinados a
perdonar el pecado mortal u original, que priva (mata) la vida sobrenatural en el
alma; y a los otros cinco como sacramentos de vivos, porque han de recibirse en
estado de gracia y suponen un enriquecimiento y desarrollo de la vida
sobrenatural que ya se posee. Por excepción, el sacramento de la confesión es
también sacramento de vivos, cuando quien lo recibe no tiene pecado mortal. La
gracia sacramental Además de esta gracia común a todos los sacramentos, hay
una gracia llamada sacramental, propia de cada uno de ellos. Cada sacramento,
en efecto, confiere una gracia sacramental específica, distinta en cada uno de
ellos, que añade a la gracia santificante un cierto auxilio divino cuyo fin es
ayudar a conseguir el fin particular del sacramento (cfr. S. Th. III, q. 62, a. 2). La
gracia sacramental proporciona al cristiano, en las diversas situaciones de su
vida espiritual y en el tiempo oportuno, las gracias actuales necesarias para
cumplir sus deberes. Los padres, p. ej., en virtud del sacramento del matrimonio
tendrán gracia para recibir y educar cristianamente a los hijos; los sacerdotes
contarán con los auxilios necesarios para el desempeño de su ministerio; etc. El
carácter Es verdad de fe (cfr. Dz. 852; 411 y 695 vid. Catecismo, n. 1121) que el
bautismo, la confirmación y el orden sacerdotal imprimen en el alma el carácter,
es decir, una marca espiritual indeleble que hace que esos tres sacramentos no
se puedan volver a recibir. En la Sagrada Escritura se designa el carácter como
"sello divino" o "sello del Espíritu Santo" (cfr. II Cor. 1, 21 ss.; Ef. 1, 13; 1, 30).
Quien recibe uno de estos tres sacramentos, está para siempre sellado por
Cristo: llevar consigo sus rasgos, como el hijo lleva los rasgos de su padre, de
modo indestructible. Los pecados pueden desfigurar esos rasgos, pero no
aniquilarlos; incluso el bautizado que se condena permanece con ellos. Según la
teología de los Padres de la Iglesia, el carácter permite a los bautizados ser
reconocidos en el cielo: Dios y los ángeles distinguen con el carácter
sacramental la pertenencia a Cristo de los bautizados, de los confirmados y de
los ordenados, de igual modo que la circuncisión permitía reconocer a los
descendientes de Abraham. Por eso, el recibir el sello es garantía y prenda de
vida eterna. INSTITUCION Y NUMERO DE LOS SACRAMENTOS La
institución de los sacramentos por Cristo Cristo instituyó directa y
personalmente todos los sacramentos: El determinó tanto el signo externo
correspondiente como la gracia que de él se derivaría. La Iglesia definió como
verdad de fe que todos los sacramentos del Nuevo Testamento fueron
instituidos por Jesucristo (cfr. Dz. 844). Se pronunciaba de esta manera contra
la herejía protestante, que consideraba la mayor parte de los sacramentos como
una invención de los hombres. La Sagrada Escritura muestra con toda claridad
la institución del bautismo (cfr. Mt. 28, 19; Mc. 16; 16: Jn. 3, 5), la Eucaristía y el
orden sacerdotal (cfr. Mt. 26, 26-29; Mc. 14, 22-25; Lc. 22, 19-20; I Cor. 11, 23-
25), y la penitencia (cfr. Jn. 20, 23). Aunque la institución de los demás no
aparece destacada, fue Cristo quien lo hizo con su potestad. Así lo atestigua la
Tradición. Desde los primeros momentos, los Apóstoles bautizan a los que
aceptan el Evangelio (cfr. Hechos 2, 41), siguiendo el mandato del Señor, y
confirman después a los bautizados (cfr. Hechos 8, 17). El Apóstol Santiago
habla de la unción de los enfermos como de algo perfectamente sabido por
todos (cfr. Sant. 5, 14-15), recomendando y promulgando lo establecido por
Jesucristo. Queda clara la institución del sacerdocio en la Última Cena, al decir
Jesús: Haced esto en memoria mía (Lc. 22, 19), y el matrimonio queda
santificado por la presencia del Señor en las bodas de Caná (cfr. Jn. 2, 1-11),
reafirmando Cristo mismo la unidad e indisolubilidad de la primera institución
(cfr. Mt. 19, 1-9). Ningún sacramento, pues, ha sido instituido por la Iglesia, ya
que la autoridad eclesiástica no tiene poder sobre la esencia de los sacramentos;
sólo puede cambiar aquello que según la variedad de las circunstancias, tiempos
y lugares, juzgara que conviene m s a la utilidad de los que lo reciben o a la
veneración de los mismos sacramentos (Conc. de Trento, ses. XXI, cap. 2: Dz.
931). El número de los sacramentos Los sacramentos instituidos por Nuestro
Señor Jesucristo son siete: ni más ni menos; a saber: bautismo, confirmación,
Eucaristía, penitencia (o reconciliación), unción de los enfermos, orden
sacerdotal y matrimonio. Aunque el Nuevo Testamento en ningún lugar los
enumera juntos, sí habla de modo claro y explícito de cada uno de ellos.
Señalamos los principales textos: 1. Bautismo: Mt. 28, 19; Mc. 16, 16; Jn. 3, 5. 2.
Confirmación: Hechos 8, 17; 19, 6. 3. Eucaristía: Mt. 26, 26; Mc. 14, 22; Lc. 22,
19; I Cor. 11, 24. 4. Penitencia: Mt. 18, 18; Jn. 20, 23. 5. Unción de los enfermos:
Mc. 6, 13; Sant. 5, 14. 6. Orden sacerdotal: I Tim. 4, 14; 5, 22; II Tim. 1, 6. 7.
Matrimonio: Mt. 19, 6; Ef. 5, 31-32. La conveniencia de que los sacramentos
sean siete, explica Santo Tomás, se infiere por analogía de la vida sobrenatural
del alma con la vida natural del cuerpo: por el bautismo se nace a la vida
espiritual, por la confirmación crece y se fortifica esa vida, por la Eucaristía se
alimenta, por la penitencia se curan sus enfermedades, la unción de los
enfermos prepara a la muerte, y por medio de los dos sacramentos sociales
orden y matrimonio es regida la sociedad eclesiástica y se conserva y acrecienta
tanto en su cuerpo como en su espíritu (cfr. S. Th. III, q. 61, a. 1). Pero las
razones más profundas del número septenario están en la esencia misma de la
Iglesia. La misión de la Iglesia, en efecto, es comunicar la salvación alcanzada
por Cristo en la Cruz. Para ello, primeramente debe comunicar la vida
(bautismo), y más tarde desarrollarla y fortalecerla (confirmación); debe
también perdonar y devolver la gracia, cuando se ha perdido (penitencia),
proclamar ante los hombres su condición de Esposa de Cristo (matrimonio), y
hacer partícipes de la vida eterna a sus hijos (unción de enfermos). Finalmente,
ha de comunicar a los hombres la misma Humanidad de Jesús que, mediante la
acción del sacerdote (orden), se hace presente en la renovación del Sacrificio del
Calvario (Eucaristía). Es admirable esta sintonía de la naturaleza y misión de la
Iglesia con las necesidades y esperanzas del hombre. Y más admirable todavía,
la bondad de Dios que nos entrega de nuevo al Verbo por medio de los
sacramentos, y que llevaba a San Ambrosio a afirmar: Yo te encuentro, Señor,
en tus sacramentos (Apología del Profeta David 12, 58). En definitiva, los
sacramentos son el cumplimiento de la promesa de Jesús a sus Apóstoles: Yo
estar‚ con vosotros siempre hasta la consumación del mundo (Mt. 28, 20). La
presencia visible de Cristo durante su vida en la tierra, se ha vuelto presencia
invisible en los sacramentos: Lo que era visible en el Señor, se ha vuelto
invisible en los sacramentos (San León Magno, Sermón 74, 2). LA VALIDEZ Y
LA LICITUD SACRAMENTAL Sacramento válido es aquel que, en su confección
y (o) en su recepción, verdaderamente se ha producido, es decir, ha habido
sacramento. Sacramento lícito es aquel sacramento válido que, además, se ha
confeccionado o recibido con todas sus condiciones y, por tanto, produce todos
sus efectos. Algunos ejemplos de invalidez e ilicitud aclararán lo anterior: Sobre
invalidez: - confeccionaría inválidamente (no habría sacramento) el sacerdote
que no tuviera pan de harina de trigo en la consagración (sino de otra harina), o
que bautizara con un líquido distinto del agua. O quien, sin ser sacerdote,
pretendiera consagrar; - recibiría inválidamente un sacramento (en sentido
propio, no lo recibiría) el sujeto que simulara confesar sus pecados, sin
intención de recibir el perdón; o quien, por provechos materiales, fingiera
recibir el bautismo. Sobre la ilicitud, - la ilicitud en la recepción del sacramento
se daría, por ejemplo, en aquel que recibiera la confirmación (o cualquier otro
sacramento de vivos) con conciencia de pecado mortal: recibe la confirmación,
el matrimonio, etc., pero ilícitamente, faltando el requisito de poseer el estado
de gracia; - un ejemplo de ilicitud en la administración la causaría el médico que
bautizara recién nacidos que no se hallan en peligro de muerte: aquellos niños
reciben válidamente el bautismo, pero de modo ilícito. El ministro y el sujeto de
los sacramentos El ministro Por ministro del sacramento se entiende la persona
que lo confiere. En sentido estricto, el ministro primario de todos los
sacramentos es el Dios-Hombre, Jesucristo: como ya vimos, los sacramentos
son la prolongación en el tiempo y en el espacio de las acciones que El realizó en
la tierra. Pío XII enseña en la Encíclica Mystici Corporis (1943) que cuando los
sacramentos de la Iglesia se administran con rito externo, El es quien produce el
efecto interior en las almas (. . . ) por la misión jurídica con la que el divino
Redentor envió a los Apóstoles al mundo, como El mismo había sido enviado
por el Padre, El es quien por la Iglesia bautiza, enseña, gobierna, desata, liga,
ofrece y sacrifica. En nombre de Cristo y haciendo sus veces, se llama ministro
del sacramento a la persona que ha recibido de Dios el poder de conferirlo.
Como el ministro humano actúa en nombre de Cristo y haciendo sus veces (in
persona Christi, II Cor. 2, 10), necesita de un poder especial conferido por el
mismo Cristo. Por ello, prescindiendo de los sacramentos del bautismo y del
matrimonio, para la administración válida de los demás es necesario poseer
poder sacerdotal o episcopal, recibido en la ordenación. Además de la debida
potestad, para que un sacramento se administre válidamente, se requiere: a)
que el ministro realice como conviene los signos sacramentales; es decir, que
debe emplear la materia y la forma prescritas, uniéndolas en un único signo
sacramental. Por ejemplo, no bautizaría el que pronunciara palabras distintas a
Yo te bautizo en el nombre del Padre, y del hijo, y del Espíritu Santo, o bien, el
que no derramara agua sobre la cabeza del bautizado, etc. (cfr. Dz. 695). b) El
ministro ha de tener, además, la intención de hacer, al menos, lo que hace la
Iglesia. La razón es que el rito sacramental sólo tiene valor de verdadero
sacramento cuando se le da el sentido que quiso darle el mismo Cristo al
instituirlo, o sea, haciendo tal y como lo hace la Iglesia. Al decir los protestantes
que el significado de cada sacramento dependía del que quisiera darle el sujeto,
el Concilio de Trento declaró como verdad de fe que es necesario al ministro
tener intención de conferirlo en el sentido único y verdadero que les dio
Jesucristo: "Si alguno dijere que al realizar y conferir los sacramentos no se
requiere en los ministros intención por lo menos de hacer lo que hace la Iglesia,
sea anatema" (Dz. 854. Ver también Dz. 424, 672, 695 y 752). Por ser acciones
de Cristo, los sacramentos tienen eficacia propia y no dependen de la santidad
ni de la gracia del ministro: el instrumento obra en virtud de la causa principal,
no de la situación subjetiva del que lo administra. Si de ella dependiera,
supondría una fuente de incertidumbre y de intranquilidad (cfr. S. Th. III, q. 64,
a. 5). Lo anterior no quiere decir que el ministro no esté obligado a administrar
dignamente los sacramentos, esto es, en estado de gracia. En pecado mortal o
con falta de fe salvada la intención de hacer lo que hace la Iglesia los
administraría válida pero ilícitamente. El sujeto El sujeto es la persona que
recibe el sacramento, y en todos los casos sólo puede ser recibido de manera
válida por una persona viva (estado de viador). Los muertos no pueden recibir
sacramentos, pues éstos comunican o aumentan la gracia en el alma, y ésta no
permanece en un cadáver: la muerte es precisamente la separación del alma y el
cuerpo. Así, pues, sólo los seres vivos son sujetos capaces de la recepción
sacramental.
a) Condiciones para la recepción válida de los sacramentos Se requieren dos
condiciones en el sujeto para que sacramento no sea nulo: la capacidad y la
intención de recibirlo. 1o. La capacidad es cierta aptitud del sujeto, de acuerdo a
la naturaleza de cada sacramento, y el fin de Cristo al instituirlo. No todos los
hombres son aptos para cualquier sacramento: así, son incapaces, por ejemplo,
los no bautizados, de recibir los otros sacramentos; las mujeres, de recibir el
orden sagrado; los sanos, de recibir la unción de enfermos, etc. 2o. Se requiere
también para los adultos con uso de razón la intención de recibirlo. El motivo es
claro: Dios tiene en cuenta la libertad del hombre, y hace depender la salvación
(en quien tiene uso de razón) de su propio querer. El sacramento que se recibe
sin intención o contra la propia voluntad es, por tanto, inválido. Por ejemplo, el
Papa Inocencio III declaró que si algún infiel era obligado a bautizarse, el
bautismo era inválido (cfr. Dz. 411). En el caso del niño que se bautiza, el
sacramento recibido es válido (verdad de fe, cfr. Dz. 410), porque la falta de
intención queda suplida por la intención de la Iglesia, representada en el
ministro, los padres y los padrinos, que actúan en su nombre. En caso de
urgente necesidad (por ejemplo, pérdida del conocimiento, perturbación
mental, etc.) el sacramento puede ser administrado sin la intención actual del
sujeto, si existen razones fundadas para admitir que éste (el sujeto), antes de
sobrevenir el caso de necesidad, tenía el deseo implícito de recibir el
sacramento. Por ejemplo, se puede con esas condiciones conferir la unción de
enfermos al que se encuentra en estado de coma; se puede absolver de sus
pecados al demente que en sus momentos lúcidos se confesaba, etc. Condiciones
para la recepción lícita de los sacramentos: Hemos dicho que la recepción de un
sacramento es lícita o fructuosa cuando el que lo recibe lo hace con todas las
disposiciones debidas y por ello se producen todos sus efectos. Es ilícita o
sacrílega cuando voluntariamente se recibe sin las debidas disposiciones. La
condición para recibir los sacramentos de vivos es el estado de gracia: la
recepción en pecado mortal constituye grave sacrilegio. El adulto que recibe los
sacramentos de muertos (el bautismo y la penitencia) ha de tener al menos fe y
arrepentimiento de sus pecados (ver Dz. 798; Catecismo, nn. 1247-49). (Tomado
de la Legión de María, Hermosillo).

Potrebbero piacerti anche