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El Imperio Romano poco o nada pudo hacer

frente al incontenible avance de los bárbaros;


finalmente, uno de ellos, Odoacro, despojará
en el año 476 a Rómulo Augústulo de sus
insignias imperiales enviándoselas a Zenón
(474-491), emperador de Oriente. En
Occidente, el Imperio Romano ha dejado de
existir.
Las obras de Paulo Orosio, Salviano de Marsella, Hidacio o San Agustín, entre otros,
nos hablan del pesimismo, el dolor y la angustia que se apoderó de la sociedad
romana, al mismo tiempo que son capaces de vislumbrar una luz, una esperanza,
que sólo se puede explicar providencialmente: estos bárbaros no carecen de valores
ni cultura, y son además cristianos -arrianos herejes, pero cristianos al fin-; es,
pues, posible construir con ellos un nuevo mundo. Si los romanos veían en los
bárbaros la ruina del Imperio dentro de una concepción cíclica del tiempo, los
cristianos incorporan una dimensión histórica, lineal, donde existe un futuro por
edificar. San Agustín (354-430), la mente más preclara de la época, advierte que la
caída de Roma no es más que el fin de una forma histórica, no necesariamente el
fin del mundo, y que, en definitiva, el desenlace de los acontecimientos que se
viven sólo Dios lo conoce. Frente al misterio y a la incertidumbre está la esperanza
y la posibilidad de proyectarse al futuro sin el pesimismo fatalista de los paganos.
Es éste uno de los grandes aportes del cristianismo: la visión optimista y positiva
del decurso histórico en el marco de un Plan Providencial. La Iglesia Católica será,
consecuentemente, la única institución universal que se proyectará históricamente
tras el colapso de Roma, y sus hombres más connotados, los obispos
-especialmente el de Roma-, los únicos garantes de un orden futuro.
José Marín

Italia Bizantina - La amenaza árabe

Historia de la segunda dominación bizantina


en Italia Meridional y Sicilia (867-1071)
por Roberto Zapata Rodríguez

NOTA PRELIMINAR:
El origen de este trabajo está en las páginas que tuve que dedicar a la situación de
Italia en la biografía de Jorge Maniaces para explicar su aventura occidental en el
contexto apropiado. Después de haber reflejado los acontecimientos de un
momento tan destacado como fue el de la segunda invasión normanda de 1041 me
pareció que sería una continuación lógica explorar el antes y el después de aquellos
sucesos para obtener así una síntesis de la segunda dominación bizantina en el sur
de Italia. Como el periodo ya tratado abarcaba los hechos del periodo 1030-1043,
el objetivo inicial fue realizar dos trabajos por separado, uno que comenzase con el
reinado de Basilio I y cubriese hasta el final de la gobernación de Basilio Boioannes
y un segundo a modo de epílogo que resumiese los acontecimientos y la rápida
decadencia de la dominación bizantina desde la rebelión de Maniaces en 1043 hasta
la toma de Bari en 1071. Finalmente he optado por presentar el conjunto como un
todo y para evitar el salto en la narración he reutilizado (ligeramente modificados)
algunos pasajes y mapas que en el trabajo de Maniaces cubrían la historia general,
lo que me ha permitido además incluir algunas hermosas ilustraciones del Skylitzés
Matritensis a las que no tuve acceso en diciembre de 2003 cuando esa biografía
estaba siendo redactada. El atento lector de aquel trabajo queda advertido pues del
previsible déjà vu.
En segundo lugar un apunte referido a la transcripción de los nombres propios. He
experimentado dudas con los correspondientes a los personajes lombardos, habida
cuenta de la escasa presencia de éstos en textos en castellano que pudiesen servir
de referencia. ¿Es preferible Landulfo o Landolfo? ¿Pandolfo o Pandulfo? ¿Ariquis,
Arichis, Aricis, Arequis? Sinceramente en muchos casos es difícil optar por una de
las opciones ya que todas ellas parecen aceptables, así que he intentado ser
consistente en el uso confiando en la bondad de mi elección. Asimismo respecto a
los nombres griegos también he intentado, en la medida de mis escasos
conocimientos, realizar una transcripción siguiendo las sabias recomendaciones de
Eva Latorre Broto, mi guía para estas ocasiones. Mi más sincero agradecimiento
para Eva y desde este momento reclamo, estoica y enteramente para mi persona,
la autoría y responsabilidad de cualquier despropósito en el trabajo que a
continuación se desarrolla.

Índice
· Introducción
· Italia bizantina: 867-983
· La reconquista de la Italia Meridional (880-886)
· El asentamiento de la dominación bizantina
· La amenaza árabe
· La organización administrativa
· Años de inestabilidad
· La lucha por Sicilia
· Siracusa capta
· La expedición a Sicilia de 964
· El regreso del Imperio Germánico
· La campaña de Otón II
· Reformas administrativas: la instauración del catepanato
· Italia bizantina: 983-1030
· El hostigamiento de los piratas musulmanes
· Años turbulentos
· La aparición de los normandos
· La primera invasión normanda
· La época del catepán Basilio Boioannes
· Italia bizantina: 1030-1043
· La expedición a Sicilia
· La segunda invasión normanda
· Maniaces en Italia
· El fin de la Italia bizantina: 1043-1071
· Las actividades del príncipe de Salerno
· El gobierno de Argyros y la batalla de Civitate
· La última resistencia
· Bari 1071
· Apéndice: Economía y Sociedad en la Italia bizantina
· La estructura poblacional
· La configuración de la ciudad
· La estructura social
· Bibliografía

Introducción

Cuando en 867 la flota del drongario del plöimon imperial Nicetas Ooryfas echaba el
ancla ante las costas de Ragusa, hoy en día Dubrovnik, Bizancio estaba preparado
de nuevo para reclamar su derecho a decidir en los asuntos de Italia tras la
desaparición del exarcado un siglo atrás. En estos momentos los territorios
controlados por el Imperio se reducían a algunos reductos en la región de Otranto y
muy lejos quedaban ya los días en que en las tierras italianas se escuchaba con
acatamiento la voluntad de Constantinopla. De entre los antiguos territorios
dependientes el ducado de Nápoles había derivado insensiblemente hacia un estado
de autonomía tácita que le llevó a seguir una línea política independiente alejada ya
de la colaboración con Bizancio, como se puso de manifiesto en 812 cuando el
duque Antemio contestó negativamente a la petición del patricio de Sicilia para que
hostigase a los piratas que acababan de saquear Ischia ese mismo año. La ruptura
de lazos de los napolitanos con su antigua metrópoli se reflejaba también en planos
más simbólicos con la ausencia de consultas con el Imperio a la hora de decidir el
relevo de sus líderes o la omisión del nombre del emperador en las monedas
acuñadas por el ducado. Más al norte, Venecia seguía respondiendo
afirmativamente a las solicitudes de Constantinopla pero ya como una entidad
política que seguía su propio camino e intereses.
A mediados del siglo IX el principal actor de la política peninsular era Luis II, rey de
Italia desde 844 y emperador de los francos en 850. Luis asumió como una de las
principales tareas de su reinado, obligación heredada de su cargo como rey de los
lombardos, el liderar la lucha contra los piratas árabes que asolaban
sistemáticamente el litoral italiano. Ya en 812 tenemos noticias de incursiones
piráticas en la región pero su presencia se hace mucho más sentida desde 836
cuando acuden al reclamo del duque Andrés de Nápoles para protegerse de las
agresiones lombardas. Empleados como mercenarios a sueldo de todos los estados
italianos en el sur pero también sirviendo a sus propios intereses y los de los
Aglábidas de Sicilia y norte de África su presencia pasó a ser una amenaza
demasiado clara, especialmente a partir de 839 cuando estalló la guerra civil en el
principado de Benevento entre Radelquis y Sikenulfo que provocó diez años
después la segregación de Salerno sancionada por la famosa Divisio de 849. Los
árabes se mostraron infatigables en sus correrías: en 838 Brindisi fue saqueada y
en 840 y 841 Tarento y Bari sufrieron la misma suerte. En 846 tuvo lugar la famosa
incursión aguas arriba del Tíber y el saqueo de los suburbios de Roma, incluida la
basílica de San Pedro que tanta conmoción provocó en la Cristiandad. Ese mismo
año otra fuerza árabe volvió a ocupar Tarento y la convirtió en un emirato
autónomo dedicado al comercio, fundamentalmente de esclavos, y al pirateo. Al
año siguiente Bari sufrió la misma suerte. La propia Roma fue salvada de nuevo en
849 cuando una flota de napolitanos unida a barcos de Amalfi y Gaeta derrotó ante
Ostia a una armada árabe. El victorioso Cesario, hijo del duque Sergio de Nápoles,
fue honrado como salvador de Roma por el jubiloso pontífice.
En la década de 850 los recién llegados aprovecharon esas bases y el desorden
político en las tierras italianas para recorrer el país en profundidad saqueando y
sometiendo las poblaciones locales a su voluntad. Los señores lombardos
habitualmente no corrían peligro resguardados en sus ciudades, pero carecían de
los medios para defender su territorio adecuadamente, sin olvidar el hecho de que
casi todos utilizaban los servicios de los mercenarios árabes para saquear las tierras
de sus vecinos. Expulsar a los musulmanes de Italia requería de una fuerza mayor
que sólo podía estar en manos del emperador carolingio. Desgraciadamente incluso
para Luis II la tarea resultó ser mucho más dura de lo esperada, comenzando por la
ciudad de Bari contra la que realizó sucesivas campañas en 847, 852, 866-67, 869
hasta tomarla finalmente dos años después.
En esos años la mirada de Bizancio volvió a posarse sobre Italia. La pugna
sostenida con el Papado sobre el control religioso de la recién convertida Bulgaria
había demostrado a Constantinopla que valía la pena presionar en Italia para
persuadir al pontífice a inclinarse ante los intereses de Constantinopla. Por ello
cuando a finales de la década la flota griega comenzó a mostrar su pabellón en
aguas del Adriático, posiblemente poco después del establecimiento del thema
naval de Dalmacia, muchas novedades se estaban gestando en el panorama político
de la región.
Las depredaciones de los piratas sarracenos en las costas dálmatas hicieron por fin
inevitable la llamada de socorro a Constantinopla en 867. Una escuadra de casi 400
chelandia, al decir de los fantasiosos historiadores francos y 140 según otras
fuentes, se apostó frente a la ciudad de Ragusa y forzó la apresurada huida de los
sitiadores que optaron por atravesar el Adriático y dedicarse a saquear las costas
de Apulia en lugar de enfrentarse a los poderosos navíos imperiales. Pronto los
jefes serbios de la región se apresuraron a acogerse a la protección de la remozada
autoridad bizantina, lo cual fue aprovechado por parte del jefe de la expedición para
reafirmar la influencia imperial sobre la zona. Al año siguiente, mientras Luis II se
preparaba para una nueva tentativa contra Bari, se acordó el envío de apoyo naval
bizantino para la empresa, aunque no está claro si la iniciativa partió del monarca
franco o fue una sugerencia del emperador Basilio. En marcha estaba por aquel
entonces el proyecto de alianza entre los dos Imperios mediante el compromiso
entre el primogénito de Basilio, Constantino, y Ermengarda, la hija de Luis.
Lamentablemente la empresa conjunta y la nonata alianza acabaron
desastrosamente cuando la flota que había arribado ante las costas de Bari con la
misión de ayudar en la campaña y recoger a la joven princesa se encontró con que
Luis había hecho regresar a buena parte de sus tropas y sólo mantenía el sitio con
algunos centenares de hombres. El propio Luis no estaba ya presente, pues se
había retirado a Venosa a conferenciar con su hermano Lotario y no parecía muy
dispuesto ahora a concluir el tratado. Furioso, el drongario Nicetas se alejó de la
ciudad y llevó a la flota al golfo de Corinto no sin haber mostrado antes su cólera
por la conducta de Luis, lo que estuvo a punto de provocar un enfrentamiento
armado con los francos. Posteriormente el monarca intentó excusar su conducta y
arreglar la situación aunque el proyectado matrimonio finalmente nunca tuvo lugar.
La colaboración volvió a establecerse a partir del año siguiente en un período en el
que la flota bizantina se mostró muy activa, realizando también incursiones contra
los piratas eslavos apostados en la desembocadura del Narenta y contra sus bases
en territorio dálmata.
Por fin, tras varias campañas infructuosas, las tropas de Luis II hicieron su entrada
en Bari el 2 de febrero de 871. De inmediato el monarca se propuso extender su
ofensiva a la ciudad de Tarento considerando que Apulia no se podría asegurar en
tanto esta plaza continuase en manos musulmanas. Las dificultades para la
empresa eran muchas debido a la fácil comunicación de los tarentinos con Sicilia.
En esos momentos una pequeña escuadra bizantina al mando del patricio Jorge
prestó su colaboración en las tareas del bloqueo, pero a sus escasos chelandia les
resultó imposible establecer un cierre total del puerto. La desesperada necesidad de
una fuerza naval de la que carecía el Imperio franco, unido a la nueva amenaza que
suponía la alianza del Duque Sergio de Nápoles con los musulmanes, animó a Luis
II a proponer a Basilio una alianza en firme en la que la tierra quedaría para los
francos y el mar para los griegos. Como premio último Sicilia regresaría a las
manos de sus antiguos dueños y Luis ofreció su ayuda para hacer avanzar la
empresa bizantina en la isla.
+
Tan buenos propósitos se vieron frustrados por un nuevo fracaso diplomático. Peor
todavía, la embajada franca que se encontraba en Constantinopla a principios de
870 se enredó en disputas sobre la cuestión de Focio y la jurisdicción sobre la
iglesia búlgara, dejando a un lado su misión original. El emperador acusó a los
enviados de su mala disposición al tiempo que rehusó ratificar el título imperial al
monarca franco que Focio había prometido hacer reconocer. La cuestión de fondo
que yacía tras este enfrentamiento era la pretensión de Luis II de considerarse
Emperador de los Romanos y no de los Francos, entrando así en conflicto directo
con la posición del soberano de Constantinopla. Alejados, pues, por sus intereses
divergentes ambos se decidieron a continuar la guerra en Italia contra los
musulmanes por separado. La flota imperial abandonó en esos momentos las costas
italianas para actuar sobre las bases piratas de Creta, persiguiendo a sus enemigos
a lo largo de las costas del Peloponeso hasta dispersarlos. Por su parte Luis
tampoco pudo continuar su campaña sobre el siguiente objetivo, Tarento. Una
conspiración urdida por el duque Adelquis de Benevento en agosto de 871 le
convirtió en prisionero de éste durante unos meses. Sólo la promesa de no buscar
venganza sobre los conjurados y no amenazar el territorio de Benevento le permitió
volver a recuperar la libertad. Muy afectado por este suceso no emprendería ya
grandes acciones en Italia y su muerte en 875 marcó el fin de la intervención de la
monarquía carolingia en el sur. Sólo entonces tras la desaparición del animoso y
desafortunado Luis volvieron los barcos de Bizancio a luchar de nuevo contra los
sarracenos en Italia.
El fracaso de los francos fue la señal para la reanudación de una vigorosa
contraofensiva musulmana especialmente desde la colonia radicada en Tarento.
Pronto sus algaradas recorrieron toda la Italia del sur llegando en sus incursiones a
las cercanías de Benevento, mientras que por mar los corsarios árabes
aprovecharon la falta de vigilancia en el Adriático para llegar hasta el fondo del
golfo de Venecia y saquear Comacchio. Para entonces el gobierno bizantino estaba
convencido de que el Adriático y las posesiones imperiales en Iliria estarían siempre
a merced de los piratas en tanto que éstos encontrasen refugio y apoyo en el litoral
italiano, Se hizo pues necesaria la intervención en tierra firme y la ocasión vino
dada muy pronto por la petición de socorro que los lombardos de Apulia dirigieron
al gobernador bizantino de Otranto, que acababa de recibir las promesas y
juramento del príncipe Adelquis II de Benevento en 873. En obediencia a esos
acuerdos se abrieron las puertas de Bari a las tropas encabezadas por el baiulos
Gregorio, primicerio y protospatharios imperial, que se hizo dueño de la ciudad en
nombre de Basilio el 25 de diciembre de 876 enviando luego a Constantinopla como
rehenes a algunos de los principales ciudadanos junto con el gastaldo encargado de
su gobierno hasta la llegada de las tropas bizantinas.
El rápido asentamiento de las fuerzas imperiales en Bari no fue muy del agrado de
Adelquis, que no esperaba una presencia demasiado visible de los recién llegados,
lo que le llevó a intentar tratar directamente con los musulmanes pero para
entonces ya se había establecido en Bari una fuerte guarnición que aseguraba el
dominio de la ciudad para los bizantinos. Constantinopla ganó así una posición
privilegiada para controlar ambas costas del Adriático y afirmó su intención de
reclamar protagonismo transformando la nueva posesión en la sede del strategos
como una base firme desde la que empezar a desempeñar de nuevo un papel
relevante en la política italiana. Basilio concedió plenos poderes a su representante
para llevar adelante el juego diplomático con los estados lombardos y las dotes de
gobierno y habilidades de Gregorio le permitieron desempeñar con eficacia las
funciones de su cargo hasta 885.
Como representante del emperador Gregorio no tardó en establecer contacto con
los actores relevantes en la escena italiana, particularmente con el papa Juan VIII,
que en estos años buscaba ayuda desesperadamente para hacer frente a la
amenaza de las flotas piratas sarracenas que a finales de 876 volvían a asomarse a
la desembocadura del Tíber. El basileo respondió afirmativamente a la petición del
pontífice y ordenó a Gregorio que enviase algunos barcos hacia el litoral de
Campania. Sabemos que a finales de 879 un pequeño destacamento naval, al
mando del espatario Gregorio, el turmarca Teofilacto y el conde Diógenes se apostó
ante Nápoles y derrotó a los musulmanes. Aliviado, el papa felicitó calurosamente a
sus salvadores pero insistió en que debían llegar hasta Roma y defenderla por tierra
y mar de nuevas amenazas. Al año siguiente los barcos regresaron y colaboraron
en la protección de las tierras de la Santa Sede. Durante ese periodo las relaciones
entre Roma y Constantinopla alcanzaron una armonía que rara vez se volvió a
disfrutar posteriormente.
El éxito de Bari, aunque valioso, no pudo compensar la calamitosa fortuna de las
armas imperiales en otros frentes, particularmente en Sicilia. Mientras la flota de
Nicetas Ooryfas se ocupaba de recorrer las costas griegas en busca de piratas el
litoral siciliano quedaba a merced de los ataques de los musulmanes de Palermo.
Siracusa estaba siendo sometida a un duro asedio en esos momentos y durante
semanas esperó en vano el socorro de una flota que al mando del navarca Adriano
debía llegar en su auxilio. Demorado en las costas del Peloponeso Adriano conoció
la noticia de la toma de la ciudad en mayo de 878 sin tiempo ya para poder
prestarle el socorro tan desesperadamente implorado. La conquista de Siracusa
ofreció a los musulmanes una base ideal para emprender la conquista definitiva de
Calabria por lo que, animado con el reciente triunfo, el emir de África envió de
inmediato una flota de 60 galeras de buen porte hacia el Jónico para saquear las
costas griegas.
Escarmentado Basilio por el fracaso en la empresa de Siracusa quiso atajar de raíz
las nuevas incursiones y dirigió contra la flota sarracena al plöimon imperial al
mando del sirio Nasar, que había sustituido entretanto en el cargo a Nicetas
Ooryfas. La flota imperial, compuesta por 45 navíos, consiguió expulsar de las
aguas del Jónico a los incursores, tras sorprender y aniquilar una escuadra árabe de
16 galeras en el puerto de Metona, y se dirigió después a toda vela hacia las costas
de Sicilia. Las primeras velas de la armada se dejaron ver ante Nápoles en octubre
de 879 y probablemente fue entonces cuando de la flota se separó el contingente
destinado a proteger las costas de Campania a petición del papa. Tras reagrupar la
escuadra Nasar inició su ataque en la costa septentrional de la isla, al este de
Palermo. En Milazzo, en las cercanías de las islas Lípari, se libró un gran combate
que resultó victorioso para los bizantinos, y tras el encuentro Nasar pudo dedicarse
a perseguir el rico tráfico mercantil organizado entre Sicilia y el continente. De la
riqueza del botín obtenido dieron cuenta los cronistas afirmando que el precio del
aceite en Constantinopla cayó en aquellos días hasta alcanzar valores irrisorios.
Animado por el éxito de la empresa la flota se aprestó a llevar adelante la segunda
y más importante fase de la operación que tenía como objetivo desembarcar en
tierra italiana los primeros ejércitos imperiales que esas costas veían en más de un
siglo. Bizancio regresaba con fuerza a sus antiguos dominios y lo hacía reclamando
su derecho de propiedad.

Italia bizantina: 867-983

La reconquista de la Italia Meridional (880-886)


Tras dejar algunos navíos en los puertos sicilianos de Términi y Cefalú, Nasar dirigió
la flota hacia Calabria y allí en 880, se produjo el desembarco del ejército bizantino.
A partir de entonces no se trataría sólo de operaciones navales sino de la
combinación de fuerzas por mar y tierra para reestablecer el dominio de Bizancio en
la Italia del Sur. Los objetivos para la campaña estaban centrados en conseguir el
dominio de Calabria para luego forzar la expulsión de los musulmanes de Tarento y
unir esos territorios con la región de Bari ya controlada previamente. Los medios a
disposición eran particularmente poderosos: los contingentes de los themata de
Occidente (Sicilia, Cefalonia, Dirraquio y Peloponeso) apoyados por destacamentos
de serbios y croatas todos ellos al mando del protovestiarios Procopio. Además
formaban parte también de la expedición las tropas de Tracia y Macedonia al mando
de su estratego León Apostypos. Aunque no conocemos las cifras exactas sin duda
se trataba de un ejército imponente, particularmente en un escenario en el que
Bizancio se había movido siempre con gran parquedad de medios.
El ejército imperial empezó a remontar la costa oriental de Calabria flanqueado en
su marcha por la flota. Ésta mantuvo un combate victorioso con barcos sarracenos,
posiblemente en las cercanías de Punta Stilo y les obligó a refugiarse en Palermo.
Sin más contratiempos y recibiendo la sumisión de todas las plazas que
encontraban en su marcha el ejército llegó a la llanura del Crati y se apostó ante
Tarento donde les esperaban sus enemigos. Según parece Procopio detentaba el
mando supremo durante la campaña, pero Apostypos era casi su igual en rango y
de ahí se derivaron disputas entre ambos oficiales que tuvieron funestas
consecuencias. Cuando las tropas formaron para el combate cada general estaba
situado en una de las alas del despliegue. León Apostypos, que combatía en el ala
derecha, se impuso fácilmente a las escasas tropas que se le oponían mientras que
Procopio debió hacer frente al grueso del ejército enemigo que concentró el ataque
por su lado. Incapaz de resistir fue derrotado por completo ante la pasividad de su
colega que rehusó acudir en su ayuda. El resultado fue una completa derrota y la
muerte del comandante en jefe. Asustado por las posibles consecuencias y deseoso
de reparar el desastre Apostypos se apresuró a reunir las tropas restantes y con
ellas emprender de inmediato el asalto a Tarento que consiguió forzar tras un
violento combate. Tras la caída de la ciudad se envió a la esclavitud a los
prisioneros y se estableció una guarnición bizantina. Nasar, una vez consolidada la
posición tomó rumbo a Constantinopla con la flota imperial mientras que el general
superviviente fue llamado a juicio por su comportamiento durante el combate.
Hallado culpable de traición, Apostypos fue condenado al exilio en Kotiea.
+
A finales de 880 la dominación bizantina estaba firmemente establecida en la región
del golfo de Tarento aunque quedaban todavía muchas plazas en Calabria en poder
de los sarracenos, que desde villas como Santa Severina o Amantea podían todavía
amenazar los territorios recién conquistados o presionar a los aliados de Bizancio,
sobre todo Salerno y Nápoles. Contra ellas se dirigieron los siguientes
movimientos.
La muerte de Juan VIII en diciembre de 882 coincidió con una reactivación de la
lucha en Calabria contra los musulmanes. En 882 o 883, tras el regreso de León
Apostypos, el emperador envió a Italia un nuevo ejército, esta vez al mando del
estratego capadocio Esteban Majencio, en el que los contingentes asiáticos,
anatólicos y de Carsiano, hacen por primera vez su aparición en las fuentes.
Majencio comenzó su actividad en tierras italianas poniendo sitio a Amantea sin
lograr ningún resultado y luego fue derrotado lamentablemente ante Santa
Severina. Ante su manifiesta incapacidad Majencio fue prontamente reclamado de
vuelta y en su lugar llegó, hacia 885, Nicéforo Focas el Mayor, el primer miembro
destacado de esta familia que a partir del reinado de Basilio pasó a ocupar un
puesto de primer rango entre la aristocracia bizantina.
El talento y las dotes de Nicéforo tuvieron gran parte en la consolidación de las
posiciones bizantinas en Italia al conseguir en un año la expulsión de los sarracenos
de Calabria y Apulia. El nuevo estratego traía consigo refuerzos de los themata
asiáticos, armenios especialmente, y contaba además con la ayuda de auxiliares
entre los que descollaban los antiguos paulicianos cuyo jefe, Diaconitzes, había sido
en tiempos lugarteniente del famoso Crisoquiro.
Nicéforo dividió a sus tropas en varios cuerpos asignándoles distintos objetivos.
Mientras que él establecía el asedio de Santa Severina un destacamento atravesó
Calabria para poner sitio a Amantea. Esta plaza no tardó en sucumbir, al igual que
la villa de Tropea, y con ellas los dos bastiones principales en poder de los árabes
en el occidente calabrés. Pronto fue el turno también para la propia Santa Severina
y con su conquista a mediados de 886 toda Calabria quedó en manos de los
bizantinos. Los vencedores se apresuraron a establecer guarniciones en las villas
conquistadas tras deportar a Sicilia a la población musulmana, de acuerdo con los
tratados de rendición.
El siguiente objetivo del general bizantino fue asegurar la comunicación del
territorio recién conquistado con Tarento y Bari, por lo que se hizo necesario
avanzar a lo largo del valle del Crati y obtener la sumisión de los señores lombardos
en la franja comprendida entre Cosenza y Brindisi para incorporarlos a la órbita del
Imperio. En estas regiones alejadas de Salerno y Benevento la autoridad señorial
era muy débil y la ausencia de socorro ante las incursiones musulmanas facilitó sin
duda la decisión de aceptar la protección de las tropas del basileo. Quedó entonces
a la habilidad del estratego el convertir esa dominación en un establecimiento firme
de la autoridad bizantina, un proceso que no era posible conseguir solamente por la
fuerza sino que debía contar con la aquiescencia de las poblaciones locales y sus
señores. Aunque faltan los detalles parece ser que precisamente en esa tarea
sobresalió Nicéforo Focas, que fue considerado por León VI en su obra Taktika como
un ejemplo de cómo un general debe organizar un país conquistado. Entre sus
méritos expresos destacó el haber impedido a sus soldados en el reembarque en
Brindisi llevar cautivos a un gran número de naturales del país. Recomienda el
monarca en su obra que al tomar una ciudad se debe actuar con benevolencia y no
asfixiar a sus habitantes con onerosas contribuciones ni aterrorizarlos con castigos
y sigue...
“Es así como nuestro strategos Nicéforo trató a la nación de los lombardos. No
solamente supo someterlos mediante campañas hábilmente dirigidas sino que fue
moderado y clemente. Se mostró justo, benevolente y les concedió la libertad y la
exención de impuestos.”
Tras las campañas de Nicéforo Focas el territorio controlado por Bizancio se
extendía hasta Oria y Matera, donde en estos momentos residía ya una guarnición
y están atestiguados diversos funcionarios bizantinos. Como señal inequívoca de la
extensión de la influencia imperial se crearon entonces obispados griegos en
Cosenza, Bisignano y poco después en Cassano, lo que da a entender que en estos
años toda la región desde el valle del Crati hasta Tarento obedecía ya a
Constantinopla, así como el tramo inferior del valle del Bradano y del Sinni, aunque
no se sabe nada con certeza para los territorios al norte y oeste de Bari.

El asentamiento de la dominación bizantina


Más allá del territorio controlado directamente por la administración imperial se
extendían los principados sobre los que Bizancio deseaba ejercer su influencia y
protección aprovechando el estado de perpetua discordia que reinaba entre ellos. A
la muerte de Basilio I en 886 el más importante era el de Salerno cuyo príncipe
Guaimar solicitó la ayuda bizantina frente a las agresiones de la colonia musulmana
de Agropoli. La respuesta del nuevo monarca León VI fue el envío de oro y trigo y el
asentamiento en Salerno de una pequeña guarnición imperial que se mantuvo allí
durante unos años. A cambio Guaimar debió reconocer la soberanía bizantina y
para ello él mismo se trasladó a Constantinopla a finales de 886 donde recibió una
calurosa acogida por parte de los emperadores León y Alejandro y fue por ellos
honrado con el título de patricio.
El ejemplo de Salerno decidió al duque-obispo Atanasio II de Nápoles a imitar su
ejemplo pidiendo el envío también de auxiliares para luchar contra los sarracenos.
Se le enviaron trescientos soldados al mando de un oficial llamado Casano pero
Atanasio se desdijo de sus aparentes propósitos y mostró sus verdaderas
intenciones: los soldados imperiales constituían un precioso refuerzo y serían de
gran utilidad en su guerra contra los señores de Capua. Pronto Casano fue
reclamado y en su lugar llegó a Nápoles otro oficial, el kandidatos Juan, con más
refuerzos. Atanasio continuó su guerra particular contra Capua, en el transcurso de
la cual Juan consiguió liberar al antiguo conde Pandenulfo. A lo largo del año 887
continuaron las hostilidades entre los napolitanos y sus rivales con el paradójico
espectáculo para los soldados bizantinos de ver combatir auxiliares sarracenos en
ambos bandos.
Pronto Bizancio intentó extender su protectorado también sobre Benevento. Su
antiguo príncipe Gaideris, depuesto en 881, consiguió escapar y buscar refugio en
Bari. Se le envió a Constantinopla desde donde regresó revestido con la dignidad de
protoespatario para gobernar en nombre del emperador la villa de Oria, al sur de
Apulia, donde ejercía ya en 885 cuando se le encuentra junto al estratego Gregorio
firmando como testigo un privilegio en favor de la abadía de Montecassino. Su
sucesor en Benevento, Agión, se enfrentó en esos años a revueltas internas lo que
fue aprovechado por el gobernador bizantino para apoderarse de algunas villas que
hasta entonces reconocían la soberanía de Benevento. Ese oficial era Teofilacto,
posiblemente el sucesor inmediato de Gregorio, que al comienzo del año 887
penetró en Campania con un pequeño ejército para combatir contra los sarracenos
acantonados en el río Garellano. Tras ser obligado a retirarse por éstos regresó
tomando la ruta de Nápoles aprovechando el camino de vuelta para entrar por la
fuerza en algunas villas lombardas. Esta tentativa dio lugar a un levantamiento
general en Apulia impulsado por Benevento, apercibida de la muerte reciente del
emperador Basilio y considerando que éste era el momento más adecuado para
intentar recuperar el territorio perdido. Agión avanzó con sus hombres hasta Bari y
consiguió expulsar de la ciudad a la guarnición imperial, que sin duda debía ser
muy débil en esos momentos. Mientras el estratego maniobraba para intentar
recuperar Bari su aliado napolitano Atanasio, siempre con sus auxiliares bizantinos
al lado, atacó Benevento por el oeste, lo que obligó a Agión a regresar a su
principado dejando que los lombardos de Apulia se defendiesen por si mismos de
sus señores bizantinos.
En 888 León VI reconoció que las fuerzas bizantinas en Italia eran demasiado
débiles para poder inclinar decisivamente la situación en su favor, y que el análisis
de la situación demostraba que era necesario el envío de nuevas tropas. El
encargado de conducirlas fue un alto cargo, el patricio y epi tes trapezés
Constantino que según las crónicas tenía a su mando “todas las tropas de
Occidente”. Por su parte Agión había tomado a su servicio un cuerpo de auxiliares
sarracenos y con su ayuda ofreció batalla a los recién llegados bajo los muros de
Bari. El resultado fue una derrota total para los imperiales, cuyo jefe a duras penas
consiguió salvar la vida. Tal derrota causó honda impresión en Constantinopla y los
esfuerzos prosiguieron aunque esta vez intentando evitar una batalla campal. En
lugar del combate abierto los bizantinos optaron por obligar a Agión a encerrarse en
Bari donde fue bloqueado. Abandonado por sus sarracenos, el príncipe de
Benevento intentó en vano pedir auxilio al duque de Espoleto y al conde de Capua
Atenolfo. Éste último, que debía a Agión su dominio en Capua, cambió de alianzas y
en lugar de ayudar a su benefactor se ofreció a Constantino para establecer un
acuerdo con la esperanza de obtener un título imperial que le igualase a su rival de
Salerno. Abandonado por todos, Agión optó por negociar con Constantino y en 888
Bari volvió a poder de Bizancio mientras el príncipe de Salerno regresaba sano y
salvo a su tierra.
+
En esos momentos Bizancio era ya el principal poder en Italia meridional ante el
que los principados lombardos se inclinaban, aunque debe recordarse en todo
momento la fragilidad de las alianzas en la inestable política italiana. Los señores
lombardos apoyaban en cada momento a aquel que pudiera beneficiarles más y no
vacilaron nunca en cambiar de bando sin el menor escrúpulo cuando la ocasión lo
aconsejaba. Esa había sido siempre la situación y los hechos demostrarían que tales
prácticas seguirían siendo aplicadas en las décadas venideras.
La posición de Bizancio en la península había vuelto a ser tan fuerte como a
principios del VIII y en consecuencia se beneficiaba de una actitud más
complaciente por parte del papado, que en estos años intentaba afirmar su
independencia respecto a los designios de los sucesores de Luis II y por ello estaba
más que dispuesto a probar la vía bizantina. Los gobernantes del sur de Italia
aceptaban presurosos los títulos otorgados por la corte imperial, imitaban sus usos
y modas y reconocían, aunque con intermitencia, su autoridad como lo prueba que
en estos años en Nápoles las monedas volviesen a a incluir el nombre del
emperador después de más de un siglo, y más llamativo todavía que también en
estos años se introdujesen iguales usos en las monedas acuñadas en Salerno y
Benevento. Estos hechos sin embargo no pueden ocultar la realidad de la posición
bizantina en Italia, que era muy diferente de la existente, por ejemplo, en Asia
Menor. Buena parte del territorio oficialmente administrado por el Imperio en Italia
estaba en realidad fuera del control directo del estratego. La autoridad bizantina,
siguiendo una práctica sancionada por la experiencia de siglos, dependía de las
habilidades diplomáticas de sus oficiales, del trato con las élites locales, del control
de los rivales y también del pago de generosos tributos a los piratas de Sicilia y
Norte de África, y sólo cuando era imprescindible se recurría al uso de la fuerza.
Cuando el emperador León VI elogiaba a Nicéforo Focas por su trato cuidadoso a los
lombardos evitando el pillaje y la toma de esclavos o renunciando a imponer
pesadas contribuciones se reconocía implícitamente que la autoridad imperial sólo
podía ser mantenida en Italia a través de su aceptación por parte de las
poblaciones locales.
Mientras se desarrollaban así los asuntos italianos la protección de la recién
conquistada Calabria exigía continua vigilancia. Hacia 888-889 los árabes sicilianos
intentaron un nuevo ataque, esta vez en la región de Reggio. Una flota bizantina
atravesó el estrecho de Messina pero fue derrotada por completo cerca de Milazzo.
La noticia del desastre provocó el pánico en la región impulsando a los habitantes
de las villas a abandonar sus hogares y buscar refugio en el interior. La situación
mejoró poco después cuando el drongario Miguel hizo prisionero al jefe de la flota
árabe y volvió a controlar el paso del estrecho. En los años siguientes las discordias
internas en Sicilia permitieron que Calabria experimentara un breve respiro.
Tras recuperar Bari Constantino y buena parte de sus tropas se embarcaron de
vuelta a Constantinopla. El nuevo gobernante Simbaticio era probablemente de
origen armenio y en su titulatura se proclamaba “protoespatario imperial, estratego
de Macedonia, Tracia, Cefalonia y de Longobardia”, lo que constituye en el caso de
ésta última la primera mención documentada de un thema con esa denominación.
Simbaticio disponía al comienzo de su mandato de más tropas que sus antecesores
por lo que se dispuso, para evitar el riesgo de una nueva revuelta, a someter
directamente a la autoridad imperial a los lombardos de Benevento en donde
entretanto Urso, todavía un niño, había sucedido a su padre Agión tras la muerte
prematura de éste. El 18 de agosto de 891 Simbaticio llegó con su ejército ante los
muros de Benevento y encontró una decidida resistencia por parte de la población
local. Un asedio de tres meses obligó finalmente a los beneventanos a capitular el
18 de octubre. El estratego Simbaticio de inmediato transfirió la gobernación de la
provincia desde su sede en Bari hasta la nueva posesión y fijó allí su residencia
convirtiéndola en la nueva capital de los territorios imperiales en Italia. Debido al
hecho de que la denominación bizantina para el principado de Benevento era
Longobardia, término opuesto a Gran Longobardia que designaba al desaparecido
reino lombardo, muy posiblemente cabe deducir que el thema de Longobardia fue
constituido en ese preciso momento tras la conquista de Benevento en octubre de
891 y mantenido su denominación mucho después de que el principado abandonase
la órbita de influencia del gobierno bizantino en Italia. Desde la nueva capital
Simbaticio empezó a despachar la administración ordinaria, como lo muestran unos
privilegios de confirmación de bienes en favor de Montecassino fechados en junio
de 892. En ese mismo mes las tropas bizantinas ocuparon Siponto, al pie del
Gargano.
En agosto de 892 Simbaticio fue relevado en el mando y sustituido por el patricio
Jorge, protoespatario imperial, estratego de Cefalonia y de Longobardia al que ya
en estas fechas vemos confirmando privilegios a los monjes de San Vicente de
Volturno.
El nuevo estratego deseaba hacer con Capua y Salerno lo mismo que su predecesor
había realizado con Benevento. Bajo el pretexto de combatir a los musulmanes del
Garellano comenzó el asedio de Capua que se demostró infructuoso. Al no
conseguir ningún resultado realizó una intentona por sorpresa sobre Salerno que
consiguió cerrar sus puertas a las tropas bizantinas obligándolas a batirse en
retirada sin obtener ningún resultado.
Tras la muerte de Jorge en julio de 894 llegó a Italia como sucesor el patricio
Barsacio, que volvió a establecer su residencia en Bari dejando en Benevento como
delegado al turmarca Teodoro. Fue éste el momento elegido por los beneventanos
para intentar la expulsión de la guarnición bizantina y deshacerse así de un
detestado ocupante. En su ayuda acudió Guido, margrave de Espoleto, que en
agosto de 895 llevó sus tropas ante las murallas de la ciudad. Los intentos de
Teodoro por recibir refuerzos desde Bari fueron inútiles ante la colaboración de la
población local con los atacantes a los que hizo entrar en la ciudad en secreto y
colaboró con entusiasmo en la expulsión de la pequeña guarnición bizantina que
sólo pudo salir sin daño tras el pago de un fuerte rescate. Tras la victoria Guido
retuvo durante dos años el control de Benevento en lugar de devolver al poder a la
antigua dinastía. En los años siguientes la ciudad cambió de dueño en varias
ocasiones hasta que en 899 Atenulfo de Capua, asociado con su hijo Landulfo,
fundó una nueva dinastía que habría de prolongarse hasta finales del siglo XI.

La amenaza árabe
Con el comienzo del siglo X la amenaza árabe volvió a hacerse omnipresente en
Calabria y Campania. El foco principal del peligro estaba en la colonia musulmana
en el Garellano, establecida alrededor de 880 en un enclave permanente
solidamente protegido en las alturas de la orilla derecha del río y desde el que
salían con regularidad bandas para saquear y pillar las ciudades lombardas. A la
amenaza permanente de los piratas del Garellano se unió desde 900 la amenaza
sobre Calabria de los árabes africanos liderados por el emir de Cairuán Ibrahim Ibn
Ahmed. Tras haber consolidado su posición en África envió a su hijo Abdallah para
someter a sus súbditos sicilianos en rebeldía. El desembarco del ejército africano en
Mazara el 1 de agosto de 900 provocó un aluvión de refugiados que buscaron
socorro entre los griegos de Taormina, todavía en posesión del Imperio, mientras
otros optaron por la mayor seguridad del continente.
Dueño ya de Palermo Abdallah se dirigió contra los cristianos de Taormina y Catania
mientras un ejército se concentraba en Reggio para apoyar a los cristianos de la isla
y entrar en negociaciones con los musulmanes rebeldes. En 901 Abdallah pasó al
continente, dispersó las tropas bizantinas que allí estaban apostadas y sometió
Reggio a pillaje. El botín obtenido fue inmenso, acrecentado por las contribuciones
que las ciudades de la región se apresuraron a ofrecer para ahorrarse la suerte de
sus vecinos. Durante este tiempo hizo su aparición una escuadra bizantina a la
altura de Messina pero fue derrotada por Abdallah que, tras una nueva incursión en
Calabria, regresó a Palermo para poner en orden su administración. Al año
siguiente su padre renunció al poder y reclamó a su hijo a África para que ocupase
su puesto. Él antiguo emir proclamó entonces su voluntad de llevar la guerra santa
a sangre y fuego a Sicilia y ese mismo año puso sitio a Taormina que sucumbió tras
una heroica resistencia. El terror entre la población cristiana ante la crueldad
demostrada por el antiguo emir provocó una oleada de refugiados que afluyó a
Calabria, pero tras ellos llegaba el propio Ibrahim. El 3 de septiembre de 902 el
sanguinario caudillo musulmán atravesó el estrecho con todo su ejército y avanzó
arrasando todo ante si hasta el valle del Crati. Su avance fue tan rápido que
imposibilitó la llegada a tiempo de los refuerzos bizantinos desde Constantinopla.
Despreciando a los emisarios de las ciudades que corrían a someterse ante él
Ibrahim llegó ante Cosenza a finales de septiembre. La noticia de esta repentina
invasión provocó el terror en toda Italia meridional acrecentada por las amenazas
del caudillo africano de llegar hasta Roma para destruir “la ciudad de ese ridículo
viejo Pedro”. Las ciudades no se hacían ilusiones sobre la amenaza que se cernía
sobre ellas. En Nápoles, por ejemplo, el cónsul Gregorio, tras consultar con el
obispo Esteban y otros principales decidió destruir el Castellum Luculli, la fortaleza
que se erigía en el cabo Miseno por temor a que los árabes lo utilizaran como base
permanente. Toda la población tomó parte en el proceso de derribo del bastión y de
él luego se trasladaron los restos de San Severino, que allí se custodiaban, para ser
solemnemente transferidos a Nápoles en octubre.
Entretanto los habitantes de Cosenza, tras intentar en vano parlamentar con sus
atacantes se prepararon para un asedio largo que comenzó con el asalto del 1 de
octubre que consiguieron rechazar. Pero la muerte repentina de Ibrahim el 23 de
ese mismo mes a causa de la disentería puso fin al bloqueo. El desmoralizado
ejército árabe renunció al asedio y el sucesor de Ibrahim, su nieto, se contentó con
cobrar un rescate de guerra y ordenó la retirada, lo que supuso un respiro para las
atormentadas poblaciones de la región.
Tras este episodio no se registraron nuevos ataques en Calabria hasta 914. La
atención musulmana estaba en esos momentos centrada en otras prioridades, en
Sicilia donde la guerra civil había estallado y en África donde los Aglabíes fueron
desplazados en 909 por los Fatimíes, lo que fue aprovechado por los sicilianos para
romper sus lazos con África y pasar a depender directamente de Bagdad. El ataque
de 914 tuvo escasas consecuencias por la disposición del gobierno bizantino a tratar
con los sicilianos que se comprometieron a cesar en sus agresiones a cambio del
pago de una contribución regular.
Pero si la situación en Calabria era más pacífica no ocurría lo mismo en Campania,
donde continuaban los combates contra los árabes del Garellano. Entre 880 y 915
las bandas de saqueadores recorrieron libremente los valles del Volturno, el Liri y
los afluentes del Tíber partiendo no sólo desde su base principal sino también desde
otros enclaves en Sepino y Boiano. En 903 derrotaron a los cristianos en las orillas
del río y dos años más tarde, en 905, se unieron a sus tradicionales aliados
napolitanos para derrotar a las tropas de la ciudad de Capua. Poco después sin
embargo Atenulfo, el señor de Capua, consiguió atraer a los napolitanos a una liga
de la que también formó parte la ciudad de Amalfi. Los aliados pretendieron
construir un puente sobre pontones para atravesar el río pero los sarracenos,
ayudados por la gente de Gaeta, se arrojaron sobre los aliados y acabaron con
buena parte de ellos.
Por esa misma época las bandas musulmanas hicieron de nuevo su aparición en las
cercanías de Roma y ocuparon la región de la Sabina y las villas de Narni y Nepi. En
su avance llegaron a controlar el valle del Tíber al norte de Roma y tras atravesar el
río se adentraron en Tuscia y convirtieron en su base el monasterio abandonado de
Farfa. Los efectos en la región se hicieron notar. Las crónicas de esos años nos
hablan de un panorama desolador. En 905 las villas aparecían desiertas, las iglesias
abandonadas se desmoronaban y en palabras del monje del Monte Soracto “desde
hace treinta años los sarracenos reinan en el estado romano”. Los peregrinos que
se dirigían a Roma experimentaban grandes dificultades para alcanzar la ciudad y
con frecuencia se veían detenidos por bandas árabes que les obligaban a pagar
fuertes cantidades para permitirles continuar su camino. Tal y como narra
Gregorovius:
“Tan pronto como los peregrinos del Norte en ruta hacia Roma atravesaban los
Alpes se encontraban con su camino cerrado por los moros de España que estaban
fortificados desde 891 en Fraxinetum en el sur de Galia. Tras haberse rescatado a
sí mismos allá los peregrinos caían luego en manos de los sarracenos en tierras de
Narni, Rieti y Nepi. Ningún peregrino llegaba a Roma con ofrendas, y esta situación
se prolongó durante treinta años. Cualquier traza de gobierno central en la región
había desaparecido y cada villa, cada fortaleza y abadía estaban reducidas a sus
propios recursos.”
Impotentes en su debilidad los señores lombardos sólo pudieron mirar hacia Oriente
en busca de su salvación. Llegaba la hora de acudir de nuevo al basileo de
Constantinopla.
En estos primeros años del siglo el gobierno bizantino, ocupado en otros frentes, no
había prestado mucha atención a los asuntos de Campania, más allá de la
concesión de algunos subsidios a los príncipes de la región. Por ello el señor de
Capua y Benevento, Atenulfo, se decidió por la apelación directa al basileo enviando
en 909 a su hijo Landulfo para solicitar el envío de un ejército imperial. León acogió
favorablemente la embajada y prometió su apoyo a condición que el príncipe
reconociese expresamente su condición de vasallo del Imperio. Durante estas
negociaciones murió Atenulfo y su hijo regresó a Capua con el permiso del
emperador e investido con el título de patricio imperial. Con él gobernaba su
hermano Atenulfo II pero era Landulfo con su nueva dignidad quien se podía codear
en la jerarquía oficial con su par el príncipe de Salerno o el gobernador del thema.
Para resolver el problema que planteaba la colonia árabe del Garellano era
indispensable separar a Nápoles de la alianza con los sarracenos, lo que se
consiguió en 911 tras la firma de un tratado con el duque Gregorio que tuvo como
punto principal la constitución de una alianza ofensiva entre Nápoles y Capua-
Benevento contra los árabes, aunque este acuerdo demostró tener tan poca vida
como el que se firmó en tiempos de Atanasio pues cuando lleguen las tropas
bizantinas poco tiempo después Nápoles y Gaeta seguirán estando de nuevo en paz
con los musulmanes.
La muerte de León VI en 912 y los tiempos de inestabilidad que se sucedieron
retrasaron el envío de las tropas prometidas. Mientras tanto el papa Juan X, en la
sede pontificia desde marzo de 914, buscó el concurso del margrave Alberico de
Espoleto para expulsar a las bandas sarracenas del valle del Tíber. Tras contactar
también con Landulfo y aconsejado por éste envió una embajada a Constantinopla
para pedir como sus antecesores Juan VIII y Esteban V la ayuda de la corte
imperial. En tanto se intensificaban las acciones diplomáticas la defensa se fue
organizando alrededor de Espoleto y Salerno. Un notable de Rieti encabezó un
pequeño ejército que consiguió expulsar a los musulmanes del valle alto del Anio.
Poco después los habitantes de Nepi y Sutri consiguieron otra victoria cerca del
Tíber lo que obligó a las bandas árabes a un repliegue táctico a través de la llanura
del Lacio para fortificarse en el campamento del Garellano, mientras tras ellas
llegaban las tropas de Roma y Espoleto acaudilladas por el Papa y el margrave
Alberico.
Pronto llegaron refuerzos de importancia al campamento cristiano: el nuevo
estratego de Longobardia, Nicolás Picingli, acudió a Campania con las tropas a su
mando reforzadas por destacamentos enviados directamente desde Constantinopla.
En su marcha hizo un alto ante Nápoles para obligar al duque Gregorio a abandonar
la alianza con los árabes. La demostración de fuerza unida a la seducción del oro y
la promesa de un título oficial convencieron al duque y a su socio el hypatos de
Gaeta para reconocer la autoridad bizantina y romper su alianza con los
musulmanes. Por su parte el señor de Gaeta obtuvo la confirmación de la donación
papal de la villa de Fondi que ya le había sido concedida por Juan VIII en 882.
Tras solucionar esta cuestión en 915 la liga cristiana se reunió por fin a orillas del
Garellano. La flota bizantina comenzó a entrar en la desembocadura del río en el
mes de junio mientras las tropas terrestres maniobraron para formar un cerco
sobre el campamento fortificado. En la acción estaban presentes todos los señores
principales de la Italia Meridional: el duque Gregorio, Atenulfo de Capua y Guaimar
de Salerno acompañados del conde Berenguer de Friuli y del margrave de Espoleto
que combatían al frente de sus tropas al igual que el Papa. Al mando de la coalición
se situó el estratego Picingli que comenzó a dirigir las operaciones al pie de la colina
principal donde se concentraba la defensa sarracena. Durante tres meses se
bloqueó concienzudamente el recinto hasta que, acuciados por la necesidad, los
asediados se decidieron a intentar la salida en agosto siguiendo el consejo en
secreto de los señores de Nápoles y Gaeta. Tras incendiar el campamento los
árabes intentaron la huida en grupos reducidos a través de los montes vecinos por
donde fueron perseguidos por los cristianos de modo que pocos pudieron escapar
con vida.
La victoria del Garellano hizo desaparecer de la península la última colonia
musulmana y liberó la Campania y la Italia central de sus incursiones. El beneficio
para Bizancio fue ver su autoridad reconocida en toda la Italia meridional desde
Gaeta hasta el monte Gargano, con los señores de Nápoles y Gaeta portando
orgullosamente las dignidades conferidas por el emperador. En recuerdo de la gran
victoria el hypatos Juan I hizo construir en la orilla del río una torre fortificada sobre
la tierra en la que ahora Gaeta volvía a señorear.

La organización administrativa
Tras la caída de Taormina en 902 nada quedaba ya del antiguo thema de Sicilia del
que Calabria había sido en tiempos un ducado. Desde el siglo VIII su estratego
tenía a su cargo, además de la propia isla, los ducados de Calabria y Otranto junto
con Nápoles, que desde 755 empezó a desarrollar una política independiente del
Imperio liderada por el duque Esteban, miembro de la aristocracia militar local y
elegido por vez primera por sus conciudadanos en lugar de serlo por su superior en
Sicilia. Estos ducados sufrieron desde mediados del IX la transformación
administrativa que los convirtió en turmas igualándolos así con la tipología
organizativa vigente en el resto del estado bizantino.
Ahora un estratego pasó a residir en Reggio, prueba quizás de la relación estrecha
que todavía debía existir con las comunidades cristianas que mantenían un cierto
grado de independencia en algunas comarcas al oeste y al sur de Messina. En la
propia Calabria el territorio comprendido por la demarcación administrativa era
mayor que el existente a principios del VIII al extenderse también al valle del Crati
con las villas de Cosenza y Bisignano. Por contra la tierra de Otranto que antes
había formado parte de la región calabresa pasó a depender del nuevo thema de
Longobardia. En esta época se produjeron algunas actuaciones de repoblación.
Basilio I reconstruyó Galipoli y la repobló con griegos de Heraclea del Ponto. En
Calabria se asentaron parte de las tropas auxiliares armenias que llegaron a Italia
con Nicéforo Focas, así como 1.000 esclavos liberados de la viuda Danielis, la
famosa terrateniente del Peloponeso. Otros 3.000 libertos de la misma procedencia
fueron enviados a Apulia más tarde, ya durante el reinado de León VI. En el terreno
eclesiástico sin embargo las circunscripciones fijadas en la época de León VI
reprodujeron la antigua distribución, y así por ejemplo el obispado de Galipoli en la
tierra de Otranto siguió dependiendo de la sede calabresa de Santa Severina. Desde
el reinado de Basilio I la villa de Otranto fue residencia de altos funcionarios
bizantinos, pero fue la ciudad de Bari, tras la ocupación por el baiulos Gregorio la
que desde el principio se constituyó en capital del nuevo thema de Longobardia y
residencia por tanto del gobernador bizantino en la península.
El estratego radicado en Bari estaba encargado de una doble misión militar y
diplomática: como político debía entrar en contacto con los príncipes lombardos y
coordinar su participación en las luchas contra los sarracenos. Y debido a que
Bizancio consideraba que todos los estados de Italia meridional seguían estando
bajo su soberanía el gobernador era el encargado de hacer llegar a los señores de
Benevento, Capua, Salerno, Nápoles, Amalfi y Gaeta los despachos que la
cancillería imperial enviaba significativamente en forma de órdenes (keleusis),
procedimiento administrativo utilizado con los súbditos del Imperio en
contraposición a grammata, las cartas imperiales dirigidas a aliados independientes.
Durante todo el período las relaciones con los pequeños estados pasaron por fases
alternantes de paz y tensión que pueden ser seguidas e interpretadas fácilmente
por el estudio de la datación de la documentación de la época que utilizaba los años
de gobierno del Imperio cuando estaba en buenas relaciones con Constantinopla o
los de la autoridad local en momentos de desencuentro. De la misma forma en el
primer caso eran citados los títulos otorgados por Bizancio o bien silenciados si las
relaciones no eran buenas en el momento de la redacción del documento.
El estratego debía también intervenir en Campania para influir sobre la política local
en defensa de los intereses del Imperio. Pero también tenía que guerrear en
colaboración con los estrategos de otros themata que acudieron a Italia
sucesivamente enviados por el emperador para afirmar el dominio de Bizancio en la
península. Probablemente el primer gobernador de Longobardia fue Gregorio,
sucedido por Teofilacto en 886 y en el desempeño de su cargo no deben ser
confundidos con hombres como Esteban Majencio o Nicéforo Focas, militares
investidos con poderes extraordinarios para una campaña específica a cuyo término
debían regresar a Constantinopla. Sabemos también del patricio Jorge, que residía
en Tarento hacia 887-888, donde quiso obligar a sus habitantes a escoger un
obispo griego que reconociese la jurisdicción de Constantinopla, pero no podemos
conocer con absoluta certeza si este oficial era o no gobernador de Longobardia.
El primer oficial que se declara expresamente estratego de Longobardia es
Simbaticio, el conquistador de Siponto y Benevento en 891. Resulta significativo en
estos años que los oficiales al mando lo son también de Cefalonia en las islas del
Jónico, que parecen haber compartido durante unos años al mismo gobernador
posiblemente hasta que las necesidades organizativas en Italia exigieron de nuevo
la división en dos circunscripciones. Por estos mismos años, perdida prácticamente
Sicilia salvo las plazas de Taormina, Aci y Rametta que cayeron en 902, se fue
afirmando en las fuentes la denominación de Calabria como thema aunque en la
nomenclatura oficial el cargo de estratego de Sicilia siguió apareciendo
regularmente. Sólo entre 938 y 956, según Falkenhausen, puede datarse la
creación oficial del thema de Calabria, pues ya en esa última fecha Mariano Argiro
utilizó esa titulación aunque probablemente la reorganización administrativa llevaba
ya algunos años en funcionamiento. En ocasiones puntuales los themata de
Calabria y Longobardia fueron reunidos temporalmente en un único mando, como
fue el caso durante los gobiernos de Basilio Cladon en 938, de Mariano Argiro en
956 o de Nicéforo Hexacionites en 965, debido posiblemente a la necesidad de
reemplazar a un general caído en combate o reclamado a Constantinopla. En otros
casos el motivo fue agrupar más eficazmente las fuerzas de ambas
circunscripciones, pero en cualquier caso la administración de ambos themata
volvió luego a recibir sus gobernadores independientes.
Aunque en estos años no se advierte una delimitación clara de los límites de la
provincia se pueden distinguir tres zonas reconocibles en la Italia meridional. En
primer lugar la región del litoral del Adriático alrededor de Bari y Siponto, Tarento y
el valle del Crati en donde la autoridad bizantina estaba solidamente establecida. En
segundo lugar las tierras del antiguo condado de Capua, alrededores de Benevento
y Salerno donde los príncipes lombardos seguían ejerciendo el control. Y en tercer
lugar una zona intermedia en la que la autoridad no estaba claramente definida y
se inclinaba sucesivamente a favor de unos u otros en medio de una lucha sorda de
influencias en la que se pueden apreciar los intentos por parte de la administración
bizantina de ir sustituyendo pacientemente el protectorado vago por un control más
directo. Los medios empleados para atraer a los indecisos incluían el soborno, el
otorgamiento de títulos y dignidades y la promesa de ingresos regulares en
metálico por parte de la administración imperial. La generalización de tales
prácticas derivó en excesos que fueron ya denunciados por León VI en sus obras,
en las que se queja de las malas costumbres adoptadas por los oficiales que
permanecían durante un tiempo prolongado en Italia contagiados, según sus
palabras, “por la avidez de los lombardos y su deseo de lucro”. Una práctica política
de estas características costaba cara y debía ser financiada mediante contribuciones
siempre en alza, pero los gobernadores italianos no recibían ingresos de Bizancio
con regularidad, tal y como nos informa Constantino VII en el Libro de las
Ceremonias, por lo que en muchas ocasiones debía ser el propio thema el que
subviniese a sus necesidades. El peligro de sublevaciones y descontento ante las
cargas económicas impuestas por ello a las poblaciones locales era pues un peligro
real del que se dieron alguna muestra las rebeliones de 887 en Bari y 894 en
Benevento. Sin embargo durante los primeros años del siglo X la situación se
mantuvo tranquila y sólo sería a partir de la década de 920 cuando comience a
reproducirse un ciclo constante de revueltas e inestabilidad política en la región.

Años de inestabilidad
La paz de que gozaba Calabria se interrumpió bruscamente en 917 con la
reanudación de los ataques piráticos, esta vez encabezados por los gobernantes
fatimíes que en ese año habían derribado el emirato independiente de Palermo.
Desde Mahdia se enviaron nuevas expediciones que asolaron las costas calabresas
sin otro objetivo que saquear y tomar prisioneros y descartando objetivos más
ambiciosos a excepción del incidente aislado que fue la toma temporal de Reggio en
918. La respuesta de las autoridades bizantinas ante la reanudación de los ataques
fue tratar de llegar a un acuerdo económico. El estratego de Calabria Eustacio, uno
de los chambelanes del emperador, ofreció a los musulmanes el pago de un tributo
de veintidós mil piezas de oro, posiblemente a finales de ese mismo año, lo que
puede explicar el cese de las incursiones en el período siguiente.
Poco tiempo después Eustacio fue sustituido en el cargo por Juan Muzalon (también
llamado en las fuentes Bizalon). El nuevo estratego tomó una decisión impopular al
elevar los impuestos para poder hacer frente al tributo y su actuación dió lugar a
una revuelta en la que pereció asesinado, poco tiempo después de la llegada al
poder de Romano I Lecapeno, posiblemente entre 921 y 922. En su ayuda los
sublevados pidieron auxilio a Landulfo de Capua. En abril de 921 se produjo
también la muerte en Ascoli Satriano del estratego de Longobardia Ursileon durante
un enfrentamiento contra los príncipes lombardos venidos en ayuda de los
habitantes de Apulia en rebeldía. Tras hacerse dueños de Ascoli, Landulfo de Capua
y su hermano Atenulfo extendieron su dominio a toda la región en un acto de
declarada rebeldía a la autoridad imperial. Una fuente alternativa para estos hechos
está disponible en las cartas del patriarca Nicolás Mstikos que en esos años
mantuvo una activa correspondencia con diversos personajes de relevancia en
Italia, entre ellos el propio Landulfo. Por ellas se conoce que los sublevados se
apresuraron a enviar cartas a Constantinopla responsabilizando de los hechos al
fallecido estratego y reafirmaban su voluntad de mantenerse leales a Bizancio a
condición de que no se castigase a los culpables y se nombrase como nuevo
gobernante de Longobardia al propio Landulfo. La corte bizantina respondió con
cautela ante esas propuestas sabedora del peligro que encerraban. Aunque no se
conocen los detalles exactos de las negociaciones se documenta a partir de 925 en
los documentos oficiales de Capua la desaparición de los títulos de patricio y
anthypatos que antes portaba el príncipe, signo inequívoco de la ruptura de
relaciones. Sabemos también que Landulfo se retiró finalmente de Apulia porque
volvió a invadirla pocos años después.
+
En el año 922 se registró en tierras de Campania la aparición de las temidas bandas
húngaras que por esos años saqueaban toda la Europa Central. Simultáneamente a
esta amenaza los piratas árabes volvieron a la actividad en el mismo año en las
costas de Calabria donde ocuparon la villa de Santa Agata. A partir de 924 le tocó
el turno a Apulia donde los piratas eslavos hicieron su aparición actuando desde sus
bases en las islas del Adriático o al servicio de los jefes árabes. En 925 un ejército
árabe llegado de África desembarcó cerca de Tarento al mando de Abu Ahmed
Jaffar Ibn Obeid y avanzó en dirección a Oria. En esta ciudad rica y populosa, que
contaba con una abundante colonia judía, se había refugiado el estratego de
Calabria. Su resistencia duró poco y tras una breve lucha la ciudad cayó en manos
de los atacantes el 1 de julio librando un enorme botín. El oficial bizantino debió
pagar por su libertad un fuerte rescate y la entrega de un tributo aseguró a la
región la paz durante algunos meses. De estos hechos tenemos cumplidas noticias
por las crónicas de un miembro de la numerosa comunidad judía de Oria, el juez
Sabbatai Donnolo, entonces un niño de 12, hecho prisionero en la villa. Donnolo fue
liberado en breve y en su carrera posterior, famosa por sus conocimientos de
medicina y astrología fue médico personal del gobernador de Calabria Eupraxio,
emprendió viajes en busca de conocimiento que le llevaron hasta Bagdad y
mantuvo correspondencia con importantes personajes de la época como Nilo el
Menor, abad de Grotta-Ferrata.
Parece ser que en este año 925 tuvo lugar el curioso episodio de la detención de
unos embajadores búlgaros y árabes de regreso de África a la altura de las costas
calabresas. El rey Siméon, que en estos momentos se encontraba en guerra con
Bizancio, había iniciado contactos con los fatimíes para establecer una alianza
contra su enemigo común. Los barcos bizantinos que apresaron a los diplomáticos
regresaron con sus valiosos prisioneros a Constantinopla donde haciendo gala de
prudencia Romano Lecapeno ordenó la retención de los búlgaros y la devolución de
los árabes a su hogar con la promesa de la renovación del tributo regular acordado
en 918/19 que volvería a ser pagado por el estratego de Calabria aunque esta vez
reducido a la mitad del montante original, unos 11.000 nomismata en total.
+
El Mahdi aceptó la ratificación de la tregua que se había firmado en Oria poco antes
aunque la paz demostró ser poco duradera ya que al año siguiente se produjo un
nuevo ataque, esta vez a cargo del emir de Sicilia acompañado por el jefe eslavo
Sabir al mando de una armada de más de cincuenta galeras que llegaron para
asediar Tarento. El 15 de agosto de 928 la ciudad cayó por asalto y según las
fuentes árabes más de 6.000 cristianos perecieron y los supervivientes fueron
deportados como esclavos a África. Ese mismo año otro jefe eslavo, Miguel Vysevic
de Zaclumia, atacó y saqueó Siponto. Por su parte Sabir, tras la toma de Tarento
remontó las costas del Tirreno e impuso cuantiosos rescates a las ciudades de
Salerno y Nápoles. Tras volver sobre sus pasos Sabir entró en el Adriático y
superando el promontorio del Gargano entró en Térmoli tras haber dispersado a
unos cuantos navíos bizantinos que intentaron ofrecerle resistencia.
Tras la muerte del Mahdi en 934 las ciudades y villas de Calabria dejaron de pagar
el tributo anual y la revuelta en Sicilia de los habitantes de Agrigento de 937 a 941
que arrastró a buena parte de la isla distrajo la atención de los musulmanes que
dejaron tranquilas las costas italianas por algunos años. Los bizantinos, muy
interesados en la prolongación de ese conflicto, sostuvieron la causa de los
rebeldes enviándoles entre 937 y 939 barcos cargados de trigo para asegurar su
sustento.
La delicada situación ante los repetidos ataques musulmanes fue aprovechado a su
vez por los príncipes lombardos para liberarse de un protectorado no deseado ya.
En 926 Landulfo de Capua, esta vez aliado con Guaimar de Salerno, invadió
nuevamente Apulia. La ruptura simbólica con Bizancio había tenido lugar ese año ya
con el cese de las menciones a títulos bizantinos en las cartas y privilegios
otorgados por esos príncipes pero ahora la rebeldía abierta se tradujo en el recurso
a las armas. Las tropas aliadas de ambos principados atacaron a los bizantinos pero
fueron vencidas en un primer encuentro. En socorro de los coaligados acudió
Teobaldo, margrave de Espoleto, y con su ayuda los aliados consiguieron derrotar a
su vez a los imperiales. La rebelión afirmada con estos apoyos externos se prolongó
hasta 934.
Mientras estos acontecimientos tenían lugar el príncipe de Salerno por su parte
había invadido Lucania y el norte de Calabria. Sólo se tienen noticias confusas de
los combates en la región aunque hay registros de un enfrentamiento en
Basentello, entre Acerenza y Venosa, contra las tropas del estratego Anastasio.
Según un testimonio posterior de Liutprando de Cremona Landulfo permaneció en
Apulia durante cinco años antes de ser desalojado por un contraataque bizantino.
La respuesta de la corte imperial llegó en 934 cuando el patricio Cosmas fue
despachado rumbo a Italia con una pequeña escuadra compuesta por once
chelandia a la que acompañaba un contingente de 415 rusos en siete barcos largos.
Excepcionalmente para esta expedición contamos con cifras precisas que se nos
han conservado en el Libro de las Ceremonias. Los soldados escogidos que la
componían eran sobre todo de caballería: 200 hombres de los themata de los
Tracesios y de Macedonia, y una representación de la guardia imperial compuesta
por 98 scholarioi, 608 neoi scholarioi, 31 soldados de la gran Heteria y 46 de la
Heteria media, 71 basilikoi, 35 hombres del Arithmos y un grupo de federados
entre los que aparecían turcos, armenios y jázaros hasta un total de 1.453
soldados. Una fuerza tan pequeña no desembarcaba para combatir sino para
ofrecer una escolta rutilante a su jefe, llegado como embajador en nombre del
emperador para negociar con los príncipes lombardos.
Pronto tuvo lugar una entrevista entre Cosmas y Landulfo en la que el primero, que
había conocido tiempo atrás a su interlocutor, razón por la cual había sido elegido
por el emperador para esta misión, invitó al lombardo a abandonar las tierras
ocupadas y a volver a la gracia de su favor exponiéndole los peligros a los que se
enfrentaba por su rebeldía ante su señor. A pesar de sus esfuerzos la cuestión
quedó indecisa, aunque Landulfo posteriormente accedió a retirarse de Apulia.
Para convencer con argumentos persuasivos al renuente Landulfo en 935 una
nueva misión llegó de Constantinopla, también formada por once barcos de la flota
imperial, que trasladaba a Italia al protoespatario Epifanio encargado de transportar
los presentes que sellaban la alianza del Imperio con Hugo de Provenza, rey de
Italia desde su coronación en Pavía en 926, contra los señores lombardos. Epifanio
traía un rico cargamento de telas de seda, mantos finamente bordados, perfumes,
incienso y joyas destinados a sus nuevos aliados entre los que descollaba el
margrave de Espoleto, vecino de sus rivales lombardos y que ahora cambiaba de
bando. Una alianza de estas características era demasiado para Salerno y Capua.
Atenulfo en nombre de Capua y Benevento, y Guaimar y Guaifer, como señores de
Salerno aceptaron a regañadientes firmar la paz y acabar con la revuelta aunque su
mala disposición al entendimiento se puso de manifiesto al año siguiente cuando
Atenulfo volvió a atacar territorio bizantino, esta vez en Siponto pese a la oposición
del estratego Basilio Cladon. Los enfrentamientos se reproducirían años después,
pues hay noticia de un combate en Matera alrededor del año 940 contra el nuevo
estratego de Longobardia, probablemente Teognosto Limnogalacto.
Es en estos años de frecuentes contactos con el rey Hugo cuando la flota bizantina,
aprovechando la paz momentánea con los árabes sicilianos, hizo aparición con
frecuencia en el Mediterráneo occidental dejándose ver por las costas de Córcega y
Cerdeña y persiguiendo a los piratas árabes hasta las costas francesas. La
operación más significativa tuvo lugar en Fraxinetum (actual La Garde-Freinet, al
norte de Saint-Tropez) en la costa provenzal en 941 y a petición del monarca
franco que deseaba la colaboración de los barcos imperiales provistos de fuego
griego para desalojar a los piratas árabes allí establecidos. Romano Lecapeno
contestó afirmativamente a la petición de ayuda al tiempo que solicitó el envío de
una hija del rey para su nieto Romano, el hijo de Constantino VII y futuro
emperador. Hugo se apresuró a contestar atemorizado que sólo tenía una hija,
ilegítima pero muy hermosa. Tras considerar la cuestión Romano consideró
finalmente aceptable a la joven Berta y aprobó el ofrecimiento. En 944 el estratego
de Longobardia Pascual acudió a la corte para recoger a la muchacha que marchó
hacia el este acompañada por el antiguo obispo de Parma y un suntuoso cortejo. A
su llegada a Constantinopla Berta fue rebautizada como Eudocia y en septiembre de
ese año contrajo matrimonio con el joven Romano, aunque la joven princesa no
llegó a ver consumado su matrimonio al morir prematuramente en 949. Si la
alianza matrimonial fracasó en último término tampoco fueron satisfactorias las
operaciones militares pues, si bien la flota bizantina consiguió dispersar a los barcos
árabes establecidos en la costa provenzal, la colonia musulmana resistió todavía
medio siglo más antes de ser eliminada.
En estos últimos años del reinado de Romano I Bizancio también reestableció
relaciones con Cerdeña, que desde la caída del exarcado de África había quedado
abandonada a sus propios medios al igual que Córcega que probablemente carecía
entonces de cualquier estructura política estable. Por la sigilografía se conocen los
nombres de algunos hypatoi y duques sardos durante los siglos VII y VIII lo que
permite suponer que la estructura administrativa imperial se mantuvo en cierta
medida. Sabemos también que en 935 la isla fue saqueada por los piratas árabes lo
cual nos informa indirectamente de la ausencia de una administración musulmana
en Cerdeña. Precisamente de mediados del X se conservan referencias en el Libro
de las Ceremonias a los arcontes sardos que, según se explica, recibían órdenes
directas (keleusis) del gobierno de Constantinopla. Han sobrevivido de esta época
algunas inscripciones en varias iglesias en las villas de Villasor y Sulcis datadas
entre 930 y 1000, en las que se hace referencia al arconte denominándolo
Torquitorio como portador en un caso del título de protoespatario imperial y en otro
de espatario lo cual ha llevado a Runciman a sugerir que se tratase de un cargo
local más que de un nombre propio.
En enero de 945 comenzó la etapa de gobierno personal de Constantino VII tras la
exitosa conspiración contra su suegro en diciembre anterior. Constantino quiso
mantener el papel de Bizancio como actor principal en los asuntos italianos e
intercambió embajadas con Berenguer, el sucesor de Hugo. Precisamente en una de
ellas en 949 figuró ya Liutprando, el obispo de Cremona que nos ha dejado un
testimonio de su primer viaje a Constantinopla en su Antapodosis.
Italia meridional gozó de un tiempo de paz en sus relaciones con los sarracenos de
Sicilia y África, todavía ocupados en sus contiendas civiles. A pesar de todo, las
autoridades bizantinas mantuvieron una prudente vigilancia en prevención de
posibles sorpresas especialmente en momentos delicados como la preparación de la
expedición a Creta de 949. En los meses previos la flota imperial se mostró muy
activa en los apostaderos occidentales para supervisar los movimientos de los
árabes de Sicilia y África. En Dirraquio se estacionaron siete navíos ousiai y en
Calabria otros tres para prevenir posibles incursiones en Grecia y Dalmacia. Tres de
estos barcos al mando del ostiario y nipsistiario Esteban llegaron incluso hasta las
costas españolas en sus misiones de vigilancia mientras que ante África se apostó
el protoespatario y asekretis Juan con tres chelandia y cuatro dromones. Similares
precauciones se tomaron en el resto de las costas del Imperio.
La agitación política en Sicilia redundó en beneficio de Bizancio y no sólo por la
tregua en las incursiones sino también por las oportunidades comerciales que
surgieron entonces al tratar con los sublevados sicilianos que necesitaban
urgentemente grano del continente. El tráfico de trigo en dirección a los mercados
árabes proporcionó enormes ganancias al entonces estratego de Calabria Crinités
Caldos al obtener el grano de los calabreses a muy bajo precio y revenderlo luego a
sus clientes más allá del mar. El escándalo provocado por estos manejos provocó
una investigación imperial que supuso el cese de Crinités y la pérdida de todos sus
bienes.
En 947 la guerra civil concluyó por fin en Sicilia y el nuevo emir Al Hassan se
apresuró a reclamar al estratego de Calabria el pago del tributo que desde hacía
años había sido descuidado. Ante la amenaza de nuevas incursiones los calabreses
pidieron auxilio a Constantinopla que contestó preparando una nueva expedición a
occidente. La flota al mando de Macroioannes transportaba un ejército a las
órdenes del patricio Malaceno y desembarcó en Otranto en 951 para unir sus
fuerzas a las tropas del estratego Pascual. Por su parte Al Hassan, después de
recibir un refuerzo de 7.000 jinetes y 3.500 infantes desde África, comenzó en julio
el asedio de Reggio que al poco se rindió tras la huida de sus habitantes a las
montañas. Remontando hacia el norte atacó la plaza fuerte de Gerace pero la
noticia de la llegada inminente del ejército bizantino obligó al emir a pactar una
tregua con los lugareños a cambio del cobro de un tributo. Tras arreglar este asunto
Al Hassan condujo a su ejército en busca del enemigo. En su avance barrió la débil
resistencia de las avanzadas imperiales y sin oposición atravesó el Crati y puso sitio
a Cassano donde también recibió tributo. Tras comprobar que el ejército rival no
aparecía por ningún lado Al Hassan dio media vuelta y regresó a Messina.
En la primavera de 952 el ejército árabe volvió a atravesar el estrecho y chocó con
el ejército imperial cerca de Gerace el 7 de mayo. En el combate encontró la muerte
Malaceno y Pascual logró escapar a duras penas. Tras la victoria se reinició el asedio
a Gerace interrumpido el año anterior pero de nuevo no llegó a su término por la
llegada en verano del asekretis Juan Pilato venido de Constantinopla para tratar de
la paz. En el acuerdo posterior los bizantinos debieron aceptar la construcción de
una mezquita en Reggio obligándose a respetar sus actividades y reconociendo el
derecho de asilo en ella para los refugiados musulmanes que pudiera haber en la
región. De cualquier modo esta tregua no detuvo los ataques de los piratas que
siguieron azotando la región y en algunos casos obligando a las poblaciones de
algunas villas a huir hacia el norte en busca de condiciones de subsistencia más
seguras.
En estos años el thema de Longobardia había sido atacado repetidas veces por los
húngaros. Hacia 938 habían sometido a tributo al monasterio de Montecassino y
sembrado el terror en la región de Salerno. En 947 volvieron a hacer su aparición
en Apulia llegando en sus incursiones hasta Otranto. Posiblemente la acción
combinada de sus ataques y la miseria provocada en las poblaciones locales supuso
un acicate para la renovación de las contiendas civiles en la región con el estallido
de nuevos conflictos entre las autoridades bizantinas y la población lombarda.
Tenemos noticias de una sangrienta revuelta en Bari en 946 y entre ese año y 950
Ascoli y Conversano se declararon en rebeldía y cerraron sus puertas a los
funcionarios imperiales. La respuesta fue la organización de una nueva expedición.
En 955 llegó a la península el anthypatos y patricio Mariano Argiro con tropas
tracias y macedónicas. Su misión, además de vengar la derrota ante los árabes en
Calabria, era la de someter de nuevo a la autoridad imperial a Nápoles, cuyo duque
Juan había establecido una alianza con Capua y Benevento. El patricio, investido de
la autoridad absoluta en Italia como lo atestigua su título de estratego de Calabria y
Longobardia, se dirigió desde Otranto al encuentro de los napolitanos mientras una
flota al mando de Crambeas y Moroleon avanzaba a lo largo del Tirreno sirviéndole
de apoyo. A su paso por Campania Mariano Argiro entabló contacto con Gisulfo,
príncipe de Salerno, que en 956 retomó nuevamente el título de patricio y una vez
ante Nápoles la sometió por la fuerza imponiendo la renovación de los antiguos
juramentos de fidelidad al Imperio. Tras restablecer la situación en el norte Argiro
regresó para enfrentarse a los árabes. Un nuevo ejército sarraceno al mando de
Ammar, un hermano de Al Hassan, acantonado en Palermo desde el invierno de
956, se preparó para pasar en la primavera del año siguiente a Calabria pero su
acción fue retrasada por las operaciones del protokarabos Basilio que al mando de
una pequeña fuerza naval destruyó la mezquita de Reggio y hostigó las costas
sicilianas llegando a tomar Termini. En 958 por fin los dos hermanos reunieron sus
tropas y se dispusieron a pasar al continente. Sin embargo no se conoce bien cómo
terminó la campaña pues las fuentes griegas hablan del retorno apresurado de los
árabes a Sicilia y las crónicas musulmanas celebran una victoria sobre Mariano
Argyro y el envío de numerosos prisioneros a Sicilia. Durante su regreso la flota
árabe se vio sorprendida por un temporal en el que perdió la vida Ammar. Pronto se
acordó una nueva tregua que duraría hasta la época de la desastrosa expedición a
Sicilia ya durante el reinado de Nicéforo Focas pero la paz llegaba tarde para
Calabria. Los testimonios de los contemporáneos hablan de un país despoblado por
las invasiones y arrasado por la depredación que obligó incluso a la marcha de
muchos de los ascetas y monjes moradores de las cavernas que allí estaban
asentados.
Tras la llegada de la paz a Italia meridional llegó la hora de que Bizancio volviese su
mirada sobre Sicilia. La isla había sido teatro de continuos combates desde
principios del siglo IX y su control por parte de los árabes condicionó siempre la
vida de las provincias italianas del continente. Con la llegada de un gobierno
decidido a pasar a la ofensiva quizá el Imperio podría recobrar las posesiones tanto
tiempo perdidas y afirmar así su dominio en el Mediterráneo occidental.

La lucha por Sicilia

Aunque los árabes comenzaron la conquista de Sicilia durante el reinado de Miguel


II su presencia se había hecho notar desde mucho antes y ya a mediados del siglo
VII las costas sicilianas vieron aparecer los primeros barcos musulmanes. En 652
una flotilla proveniente de Siria al mando de Moawya Ibn Hodaig fue la primera en
explorar las posibilidades que la gran isla ofrecía. La expedición fue un simple
tanteo y tras enfrentarse a las tropas del exarca Olimpio se retiraron sin ser
molestadas. Una nueva expedición llegó esta vez desde Alejandría en 669 con casi
200 barcos, aprovechando la confusión tras el asesinato de Constante II en
Siracusa el año anterior. Tras saquear el país y obtener un rico botín regresó a su
base nuevamente sin tropiezos. La buena fortuna de las empresas realizadas movió
a los gobernantes en Egipto a preparar una base adecuada para sostener nuevas
campañas y en 700 la isla de Cossyra (Pantelaria) a 60 millas de Sicilia se convirtió
en la cabeza de puente de la ofensiva sobre la isla. Durante la primera mitad del
siglo VIII los ataques fueron constantes, aunque hacia mediados de siglo se alcanzó
una situación de tregua. En 805 el gobernador de África Ibrahim Ibn al Aglab
acordó con el patricio de Sicilia Constantino una tregua de diez años, aunque la
inestabilidad política en África del Norte, con los Idrisíes tomando el poder en Túnez
y Tripolitania y los Omeyas españoles saqueando las islas de Córcega y Cerdeña
convirtieron la tregua en ineficaz. Afortunadamente para los intereses bizantinos
omeyas, idrisíes y aglabíes estaban demasiado ocupados luchando entre sí para
formar un frente común.
En 813 Abu’l Abbas, hijo de Ibrahim, acordó una nueva tregua de diez años y un
intercambio de prisioneros con el patricio Gregorio. En el tratado también se
examinó la cuestión de la seguridad de los mercaderes griegos y árabes que en
flujo continuo circulaban entre Sicilia y África, pero a pesar de estos acuerdos las
incursiones árabes se reanudaron en la década de 820 con el resultado de logros
territoriales permanentes. En opinión de Treadgold la defensa de Sicilia en estos
años estaba a cargo de un destacamento no superior a 1000 soldados apoyados por
una fuerza de similar porte en Calabria. Las fuerzas navales del thema debían ser
también de tamaño modesto, posiblemente una decena de barcos.
El desencadenante último de la invasión de la isla en 827 fue la disputa entre el
estratego de Sicilia Constantino Sudes y el turmarca Eufemio. Éste último, al
mando de los destacamentos de la flota apostados en la isla, se había rebelado en
826 contra el gobierno imperial. Eufemio se había destacado poco antes al realizar
exitosas incursiones en la costa africana en el transcurso de las cuales había
logrado apresar varios mercantes y apoderarse de un cuantioso botín y numerosos
prisioneros. En esos momentos Constantino Sudes recibió órdenes de
Constantinopla para detener a Eufemio y someterlo a juicio (las fuentes griegas
explican esa orden repentina aludiendo a una trama novelesca según la cual
Eufemio había raptado dos o tres años antes a una monja y la había forzado a
casarse con él. Las quejas de sus familiares ante el emperador llevaron a una
investigación a cargo del patricio de Sicilia que supondría para Eufemio, en caso de
confirmarse su culpabilidad, la pérdida de su nariz. Conocedor del peligro, Eufemio
expuso la causa ante sus hombres y la flota, que le apoyaba, se declaró por su
causa. En opinión de Vasiliev las causas deben verse más bien en el
aprovechamiento por parte de Eufemio de la revuelta de Tomás el Eslavo y el
ataque musulmán a Creta que favorecieron sus propios proyectos, sin duda
meditados desde tiempo atrás).
Cuando el turmarca tuvo noticias de lo que se preparaba contra él se decidió a
tomar la iniciativa atacando Siracusa. Tras conocer la toma de la ciudad Constantino
Sudes se dirigió a su encuentro pero fue vencido y tuvo que refugiarse en Catania.
Acosado por su rival intentó huir pero pronto fue hecho prisionero y muerto. Tras su
victoria Eufemio se proclamó emperador a finales de 826 y empezó a organizar el
gobierno de la isla apoyándose en sus partidarios. Confió el control de la región
occidental a uno de sus oficiales llamado Platón, el Palata de las fuentes árabes,
seguramente con la esperanza de que pudiese atraer a la causa a su primo
hermano Miguel, que era gobernador de Palermo en esos momentos. Pero los
cálculos de Eufemio se demostraron erróneos cuando Platón se mostró más que
dispuesto a cambiar de bando y formar de nuevo bajo la insignia imperial y no dudó
en reunir un ejército para enfrentarse a su antiguo comandante. En el combate que
siguió Eufemio fue derrotado y fue expulsado de Siracusa desde la que tuvo que
reembarcarse con lo que le quedaba de sus tropas y zarpó hacia África. En su
desesperación pidió auxilio al emir de Kairuán Zidayat Ala prometiendo reconocer
su soberanía y compartir con él las rentas de la isla. Tras consultar con su corte el
emir se decidió por enviar una expedición al mando del qadi Abu Abdala Asad Ibn al
Furat Ibn Sinan. La flota comprendía entre 70 y 100 barcos y transportaba a 1000
infantes y 700 caballos sin contar con las fuerzas de Eufemio. Ambas armadas se
reunieron en la bahía de Susa el 14 de junio de 827 y al cabo de tres días
alcanzaron el punto más cercano de Sicilia, la villa de Mazara, donde Eufemio tenía
partidarios, evitando pasar junto a Lilibeo que se encontraba bien fortificada. Los
destacamentos de vigilancia en la zona opusieron una débil resistencia y las tropas
de Asad pudieron capturar a los soldados con facilidad aunque éstos fueron
liberados en breve cuando prudentemente se declararon partidarios de Eufemio. En
cualquier caso Asad desconfiaba de sus aliados y le pidió a Eufemio que él y sus
hombres se mantuvieran al margen de los combates que iban a tener lugar, no sin
antes haber recomendado a su aliado que utilizase algún distintivo en su
vestimenta para evitar ser confundido otra vez con las tropas imperiales.
Entretanto Platón seguía ejerciendo el mando en la isla y a la espera de refuerzos
que no acababan de llegar se decidió por reunir todas las tropas posibles y marchar
al encuentro de los invasores. Llegado a mediados de julio a la llanura de Balata
(en opinión de Amari a la salida de Mazara en dirección a Marsala) allí se trabó de
inmediato una reñida batalla de la que salieron vencedores finalmente las tropas de
Asad. Según los árabes los bizantinos huyeron en dirección a la plaza de Enna y
dejaron el camino libre a la penetración de los invasores en el interior de la isla. Por
su parte Platón pasó a Calabria con el propósito de reunir más tropas pero fue
asesinado antes de poder regresar a la isla.
Asad no perdió tiempo en reemprender la marcha. Tras dejar custodiada Mazara
partió en dirección a Siracusa siguiendo la costa sur de la isla. En su camino pasó
por Licata y poco después salieron a su encuentro embajadores griegos con la
promesa de un tributo y la petición de que detuviese su avance. Asad consintió en
detenerse durante unos días por su necesidad de reagrupar sus tropas aún a
sabiendas de que la tregua era aprovechada por sus enemigos para fortificar
Siracusa, reunir víveres y poner a salvo bienes y tesoros. En breve los siracusanos
se negaron a pagar el resto del tributo acordado alentados en secreto por Eufemio
que les animaba a ofrecer resistencia a unos árabes más poderosos de lo
conveniente para sus propósitos. Ante estas circunstancias Asad optó por
reemprender la marcha y tras saquear el país llegó ante los muros de Siracusa y la
bloqueó por mar y tierra a la espera de refuerzos de África. La falta de víveres en el
campamento árabe provocó un amago de motín que fue sofocado autoritariamente
por Asad. Entretanto ambos bandos estaban recibiendo refuerzos. De África
llegaron contingentes nuevos que se vieron aumentados con la aparición de los
futuros conquistadores españoles de Creta. Por su parte el emperador consiguió
convencer al Dogo veneciano Justiniano Partecipazio para que acudiera en auxilio
de la ciudad con sus barcos de guerra. Pronto tuvo lugar un nuevo enfrentamiento
ante los muros de Siracusa en el que el uso de un foso por parte de los árabes
provocó un gran revés para las tropas bizantinas conducidas por el comandante de
la guarnición de Palermo. Tras esa victoria el cerco a Siracusa se hizo más estrecho
a finales de 827 y las condiciones de los asediados más penosas hasta el punto de
iniciar conversaciones con los árabes que fueron rechazadas por éstos ante la
esperanza de un rico botín no limitado por ninguna capitulación pactada.
Finalmente los siracusanos se vieron favorecidos por un golpe de fortuna en el
momento de mayor peligro. La falta de alimentos entre los árabes apostados ante
los muros de Siracusa afectó gravemente la moral musulmana y facilitó un brote
epidémico en el campamento que terminó por cobrarse la vida de Asad a comienzos
del verano de 828. Sin tiempo de consultar a Cairuán el ejército escogió como jefe
a Mohamed Ibn Abi’l Gawari. En ese momento, cuando Siracusa parecía al alcance
de la mano, aparecieron ante la costa los barcos de la flota enviada por el
emperador en auxilio de la ciudad. Esta vez el gobierno imperial era consciente del
peligro de la situación y de lo difícil que sería recuperar Siracusa si los árabes
llegaban a apoderarse de ella por lo que se habían reunido todos los medios navales
posibles incluyendo la flota de los Cibyrreotas con su estratego Cratero al frente.
Con ellos llegaban otra vez los venecianos a los que se había recurrido nuevamente
tras el fracaso anterior.
Habiéndose convertido de asediantes en asediados, debilitados por el hambre y la
enfermedad y a la vista de una flota mucho mayor que la suya el ejército árabe sólo
pensó en regresar a África por lo que procedieron de inmediato a embarcarse e
intentaron salir por la estrecha bocana de la bahía. La flota imperial maniobró para
cerrar el paso y atrapó a sus adversarios dentro. Ante la imposibilidad de poder
forzar el paso a mar abierto los árabes optaron por quemar sus embarcaciones e
internarse en la isla.
El ejército musulmán se dirigió hacia el noroeste guiado por Eufemio y en su
camino tomó la localidad de Mineo, a un día de marcha de Siracusa. Otro
destacamento se apoderó de Agrigento, en la costa meridional. Mientras tanto la
gran flota imperial había tenido que zarpar de nuevo ante la acuciante necesidad de
hacer frente al ataque de Abu Hafs en Creta con lo que Sicilia volvió a quedar
abandonada a sus propios medios. Mientras tanto los árabes seguían progresando.
Tras dejar guarnición en Mineo siguieron ruta hasta llegar a la gran fortaleza natural
de Enna (la futura Castrogiovanni). Las negociaciones fueron confiadas a Eufemio al
que los lugareños prometieron someterse si alejaba a los árabes de su tierra.
Cuando el antiguo turmarca acudió con algunos de sus hombres al lugar convenido
para la entrevista la delegación de la ciudad repentinamente se arrojó sobre él y lo
acuchilló hasta la muerte. Seguramente los árabes no lamentaron mucho la muerte
de su aliado pero este acto presagiaba un restablecimiento de la confianza de la
población en la pronta llegada de refuerzos.
A comienzos de la primavera de 829 el emperador envió al patricio Teodoto, que
posiblemente había sido anteriormente estratego de Sicilia y conocía por tanto la
región, con parte de la flota imperial ya que los Cibyrreotas estaban fuera de
combate por un tiempo tras su derrota en Creta en el otoño anterior. Tras
desembarcar, Teodoto condujo a sus tropas directamente contra los árabes, que
todavía estaban en los alrededores de Enna. Los bizantinos atacaron pero fueron
derrotados por sus rivales y padecieron muchas bajas además de la captura de 90
oficiales de alto rango. Tras su derrota Teodoto tuvo que refugiarse en la fortaleza
pero su habilidad le permitió a partir de entonces conducir una inteligente táctica de
acoso a los asediantes que le reportó buenos resultados. Tras emboscar a una
partida y derrotarla los hombres de Teodoto fueron capaces al día siguiente de
vencer al ejército árabe que se había apostado ante la ciudad para vengar las
pérdidas de la jornada anterior. Tras causar muchas bajas a sus enemigos los
bizantinos pudieron rechazarlos hasta su campamento y asediarlo. Desprovistos de
víveres para resistir por mucho tiempo los africanos intentaron un ataque nocturno
pero sólo consiguieron ser destrozados por los imperiales que aguardaban el asalto.
Los árabes, que ya habían perdido a su jefe Abi’l Gawari durante el sitio, se
decidieron finalmente por abandonar el campamento y refugiarse en Mineo
mientras la guarnición de Agrigento, incapaz de sostenerse, desmanteló la posición
y se retiró a Mazara. Así en el otoño de 829 los árabes sólo retenían en su poder
dos localidades en Sicilia y su amenaza parecía estar conjurada. Sin embargo ese
mismo año falleció el emperador Miguel II y con el reinado de su hijo Teófilo volvió
a empeorar la situación para Bizancio en la isla.
En el verano de 830 Sicilia fue atacada por una poderosa flota española que se unió
a los refuerzos de África del norte. Se trataba de entre 20.000 y 30.000 hombres
transportados por 300 barcos. Los españoles llegaban con la intención de saquear,
sin intención de coordinarse con sus hermanos de fe africanos. Al mando de Asbag
Ibn Wakil entraron en contacto con los árabes de Sicilia que les propusieron una
acción común contra los griegos, lo que fue aceptado por los españoles a condición
de que Asbag fuese nombrado comandante en jefe y que los sicilianos les
proporcionasen caballos todo lo cual fue aceptado.
El primer movimiento de los recién llegados fue acudir en socorro de Mineo, que
seguía siendo asediada por Teodoto. Enfrentados a una fuerza muy superior los
bizantinos tuvieron que retirarse a Enna en agosto de 830 mientras Asbag y sus
hombres entraban en Mineo en medio del regocijo de los asediados. Tras destruir la
plaza el jefe árabe llevó todas sus tropas al asedio de otra ciudad en el este,
probablemente Caloniana (actual Caltanisetta). Pero al igual que sucediera en Enna
y en Siracusa otra epidemia en el campamento volvió a causar la muerte del
comandante en jefe, y aunque los hombres de Asbag fueron capaces de tomar la
ciudad en el otoño de ese año decidieron finalmente la retirada. Era la ocasión que
estaba esperando Teodoto. En una serie de combates de retaguardia provocó tan
gran número de bajas entre los árabes en retirada que forzó a los hispanos
supervivientes a reembarcar en sus navíos en Mazara y desde allí tomar rumbo en
dirección a la península. Desgraciadamente en estos combates también Teodoto
cayó muerto con lo que en enero de 831 ambos bandos se encontraron sin jefes y
Sicilia libre de árabes con la excepción del norte, donde seguían los combates.
Porque entre tanto los árabes africanos durante el mes de agosto de 830 habían
puesto sitio a Palermo. La ciudad luchaba sola porque el emperador Teófilo no
había sido capaz de enviar barcos en socorro de la plaza a causa de las pérdidas
sufridas en los dos últimos años y las luchas que los Cibyrreotas estaban librando
contra los árabes cretenses en el Mediterráneo oriental. Tras un penoso sitio que se
había prolongado durante más de un año Palermo capituló a principios de
septiembre de 831 cuando los víveres se agotaron al igual que la esperanza de
ayuda desde el exterior. Su gobernador, posiblemente el espatario Simeón, y el
obispo Lucas con otros personajes distinguidos y posiblemente los restos de la
guarnición pudieron abandonar la ciudad con sus bienes y regresar a
Constantinopla mientras que el resto de la población, que había quedado reducida a
menos de 3.000 almas, fue considerada como botín de guerra y enviada a la
esclavitud.
Palermo fue la primera ciudad importante en Sicilia conquistada por los árabes y
proporcionó una base sólida para la expansión por el interior. El emir africano envió
en marzo de 832 un nuevo gobernador a la isla aunque las discordias políticas entre
árabes africanos y españoles que siguieron en los dos años siguientes permitieron
un cierto respiro para Bizancio mientras unos reafirmaban sus conquistas y otros se
preparaban para dar una respuesta, pues en este espacio de tiempo los combates
se redujeron al área de Enna donde estaba agrupada la mayor parte de las fuerzas
griegas en la isla.
Al comienzo de 834 Abu Fihr, el nuevo gobernador de la parte musulmana de la
isla, salió en expedición hacia Enna y tras derrotar a los bizantinos les obligó a
refugiarse en la fortaleza. En el curso de un año volvió a vencer en otros dos
encuentros campales. Tras regresar a Palermo el gobernador envió destacamentos
en todas direcciones para saquear y hostigar al enemigo. La buena fortuna de Abu
Fihr se detuvo aquí pues en ese mismo año 835 fue asesinado durante una revuelta
por algunos de sus propios hombres que buscaron refugio entre los bizantinos. Su
sucesor inmediato, Ibn Ya’qub, volvió a derrotar ante Siracusa y Enna a los
imperiales y dejó su cargo en septiembre ante la llegada de Abu’l Aglab, primo del
propio Ziyadat Ala. La llegada del nuevo gobernador coincidió con la aparición en
aguas sicilianas de una nueva flota arribada desde Constantinopla. Los navíos
griegos se enfrentaron a los barcos del recién llegado hundiendo o capturando
muchos antes de que los restantes se pudieran poner a salvo en Palermo el 12 de
septiembre. Abu’l Aglab sin embargo contaba con medios para contestar este
ataque e hizo zarpar a todos los navíos de puerto para enfrentarse a la flota
imperial. En el combate naval que siguió los árabes lograron derrotar decisivamente
a los griegos y tomaron varias presas. Para vengar la derrota anterior el gobernador
ordenó que se decapitara de inmediato a todos los prisioneros. Tras restablecer la
fortuna de sus armas Abu’l Aglab ordenó un ataque por mar a la isla de Pantelaria y
otro terrestre sobre Taormina, donde sus hombres tomaron prisioneros, quemaron
cosechas y se apropiaron de un cuantioso botín. En adelante el gobernador se
mostró muy activo especialmente contra la fortaleza de Enna que se había
convertido en un objetivo primordial para los árabes y hacia la cual dirigieron
repetidos ataques en estos años. En 837 se le puso de nuevo sitio y durante el
invierno un ataque por sorpresa a través de un pasaje mal guardado permitió a los
musulmanes hacerse dueños de la ciudad y asediar a los defensores en la
ciudadela. Los griegos iniciaron negociaciones y aceptaron el pago de un enorme
tributo a condición de que los árabes abandonaran la ciudad, cosa que hicieron
regresando a Palermo cargados con un gran botín.
En la primavera del año 838, tras un largo período sin respuesta ante las
acometidas musulmanas en Sicilia, el gobierno de Constantinopla envió su
respuesta a Sicilia con la expedición conducida por el futuro yerno del emperador, el
césar Alejo Mosele. Era éste un armenio que había hecho una rápida y brillante
carrera recibiendo sucesivamente los títulos de patricio, anthypatos y magistros.
Tras ser prometido con María, hija de Teófilo, fue proclamado césar y como tal
considerado como posible sucesor aunque las sospechas que recaían sobre él y que
lo señalaban como alguien que ambicionaba el trono hacen pensar que Teófilo
deseaba probar a Alejo o en cualquier caso alejarlo de Constantinopla. Tras haber
combatido contra los eslavos en Tracia durante 836 fue encargado al año siguiente
de preparar una expedición a occidente con la misión de restablecer la situación en
Sicilia. Tras desembarcar obligó a los árabes a abandonar el sitio de Cefaledio, una
plaza al este de Palermo. En los siguientes meses Mosele consiguió nuevas victorias
aunque no demasiado significativas pero pronto el ímpetu de la ofensiva se estancó
y la llegada de refuerzos árabes dio la vuelta a la situación. Además Alejo pronto se
encontró con dificultades por las intrigas locales. Fue acusado por algunos sicilianos
ante el emperador de parlamentar con los árabes y de conspirar contra el
emperador y la muerte de su prometida debilitó todavía más su posición. Pronto
Teófilo ordenó a Mosele que regresase a Constantinopla y para ello en 839 se envió
con esta misión al arzobispo Teodoro Critinos como portador de un salvoconducto
para Alejo. Mosele aceptó la garantía y emprendió el regreso a la capital. Cuando el
general hizo su entrada en la capital fue azotado, arrestado y sufrió la confiscación
de sus bienes. Teodoro, que acusó al emperador de haber jurado en falso fue
desterrado aunque en breve ambos fueron rehabilitados en su posición gracias a la
mediación del patriarca Juan el Gramático. El césar empleó su recién recuperada
fortuna en construir un monasterio donde se retiró a vivir el resto de su vida.
Simultaneamente a sus operaciones contra Enna los árabes habían puesto sitio a la
fortaleza de Cefalú en la costa norte a 48 millas al este de Palermo. En la primavera
de 838 mientras se alargaba el asedio llegaron refuerzos navales desde
Constantinopla que obligaron a los árabes a abandonar el sitio. La muerte en esas
mismas fechas de Ziyadat Ala tuvo como resultado una pausa en la ofensiva árabe
en la isla pero en los últimos años del reinado de Teófilo la situación empeoró
rápidamente para Bizancio. En 840 cayeron sucesivamente Platani, Caltabellotta,
Corleone y Gerace entre otras. A la muerte de Teófilo a principios de 842 la parte
occidental de la isla estaba ya en poder de los árabes. A finales de ese mismo año o
comienzo de 843 se inició el ataque al extremo este con el asedio de Messina. En
estas operaciones los árabes se vieron auxiliados por sus aliados napolitanos.
Atacada por mar y tierra la ciudad tuvo que capitular y pasó a poder de los
musulmanes. El avance continuó por la costa en dirección sudeste y en el año 845
le tocó el turno a la fortaleza de Modica. En ese año, tras la paz en Asia con los
árabes orientales, la emperatriz Teodora pudo enviar algunos refuerzos a Sicilia.
Estas tropas, provenientes del thema de Carsiano trabaron combate en las
cercanías de la villa sureña de Butera pero fueron batidas por Abu’l Aglab y
sufrieron la pérdida, al decir de las crónicas árabes, de más de 10.000 hombres.
Animados por este éxito los árabes sicilianos continuaron su avance y en 846/847
le llegó el turno a la fortaleza de Leontinos, entre Catania y Siracusa. Los reveses
para las armas imperiales se sucedieron en los años siguientes. En 849 los
bizantinos intentaron una operación por sorpresa en la bahía de Mondello, a 8
millas de Palermo. Con la ayuda de10 chelandia se inició un desembarco pero las
tropas se desorientaron y debieron regresar a los barcos. En el camino de regreso
una tormenta sorprendió a la escuadrilla y hundió siete barcos. En 850 un nuevo
ataque sobre Enna llevó a su saqueo y quema. Y en 852 y 853 le tocó el turno al
sudeste con la devastación de los alrededores de Catania, Siracusa, Noto y Ragusa.
Ante la fortaleza de Butera los árabes consiguieron la devolución de 6.000
prisioneros de guerra que fueron conducidos a Palermo.
En los años siguientes se repitieron metódicamente los ataques y devastaciones
anuales sobre el territorio controlado por los griegos. Tras un par de encuentros
navales con victorias alternas en el invierno de 859 cayó por fin la fortaleza de
Enna, donde hasta entonces se encontraba la residencia del gobernador imperial en
la isla. Ayudados por un prisionero 2.000 jinetes conducidos por el gobernador Al
Aglab, sucesor de Abu’l Aglab en 851, penetraron en la fortaleza por sorpresa y
tomaron la ciudad el 23 de enero.
La caída de Enna obligó al emperador Miguel III a enviar de inmediato refuerzos a
la isla. Una gran flota de 300 chelandia al mando del patricio Constantino
Contomités llegó a Sicilia en otoño de ese año. En la gran batalla naval que se trabó
ante Siracusa los bizantinos fueron derrotados con la pérdida de más de cien naves,
pero a pesar de la derrota la noticia de la llegada de refuerzos animó a muchas
poblaciones de la isla que habían capitulado ante los musulmanes a tomar las
armas de nuevo. Tal fue el caso de Sutera, Avola, Platani, Caltabellotta y
Calttavuturo en el sudoeste de la isla. Pero la reacción de Al Aglab fue rápida y tras
batir a una parte del ejército expedicionario en Cefalú obligó a éstos a
reembarcarse en Siracusa, lo que permitió tiempo para la fortificación de la
preciada posición de Enna.
En la década de 860 la ofensiva árabe se centró en la región de Siracusa, la plaza
más importante todavía en poder de los bizantinos. En febrero o marzo de 864 cayó
Noto, que fue perdida y recuperada otra vez dos años más tarde. En 867 el
gobernador Jafaga Ibn Sufyan se puso en marcha otra vez contra Siracusa y
Catania en unos momentos en los que las bandas árabes recorrían sin oposición
toda Sicilia.
La llegada al trono de Basilio I intensificó la intervención bizantina en Italia y tras
las actividades de la flota en el Adriático un destacamento apareció en aguas
sicilianas en 868. Tras desembarcar se enfrentó a las tropas de Jafaga y fue
derrotado por completo dejando en manos del enemigo bagajes, armas y caballos
en abundancia. Animado por esta victoria Jafaga envió a su hijo Mohamed a la
península y donde saqueó los territorios de Gaeta antes de regresar a Palermo.
A comienzos de 869 Jafaga realizó la primera tentativa seria para apoderarse de
Taormina que terminó en fracaso ante la descoordinación de los atacantes que ya
habían logrado apoderarse a traición de una de las puertas. Pocos meses después
sus tropas fueron derrotadas por los bizantinos cerca de Siracusa. Deseoso de
vengar el revés el propio Jafaga condujo a sus tropas para asediar la ciudad pero en
junio inició su regreso a Palermo. Fue su última empresa pues en el camino de
vuelta fue asesinado por un bereber de su ejército, posiblemente sobornado por los
bizantinos que deseaban a toda costa eliminar a un enemigo temible por su
actividad.
Durante el breve gobierno de su hijo Mohamed (muerto el 27 de mayo de 871 por
sus eunucos) Malta fue conquistada con lo que todas las islas cercanas a Sicilia
pasaron a control musulmán. Pantelaria había sido tomada ya alrededor de 700.
Las Égadas pasaron a sus manos en los primeros años de la conquista y en 836
una flota había saqueado ya las Lipari, donde se guardaban los venerados restos de
San Bartolomé, lo que llevó al gobernador de Benevento a ordenar a los
amalfitanos que enviasen navíos a las islas para recoger las reliquias y
transportarlas a Benevento. Malta, una posición estratégica de primer orden, fue
tomada en 869 por un destacamento naval a las órdenes de Ahmed ben Omar. Los
bizantinos corrieron al rescate y pusieron sitio a la guarnición musulmana pero un
ejército enviado desde Sicilia sorprendió a los imperiales el 29 de agosto de 870 y
aseguró el dominio de la isla.

Siracusa capta
Durante los primeros años de la década de 870 la inestabilidad política en la Sicilia
musulmana había impedido la realización de acciones de relieve. Sin embargo las
continuas campañas durante decenios habían reducido las posesiones bizantinas en
Sicilia a Siracusa y Taormina, siendo especialmente importante la primera por su
tamaño, la calidad de sus fortificaciones y su excelente puerto. Los árabes sicilianos
eran conocedores de ello y desde los primeros años del reinado de Basilio centraron
sus ataques en la gran ciudad portuaria. Las intentonas de 868, 869 y 873
acabaron en fracaso debido a la carencia de los medios adecuados para tan gran
empresa, a la discordia política interna que trababa cualquier acción de relieve y al
escaso apoyo prestado por los gobernadores aglabíes de África del Norte.
Esta situación cambió con el nombramiento de Ibrahim b. Ahmed como nuevo
soberano africano. Decidido a solucionar definitivamente el problema que Siracusa
planteaba ordenó el envío de la flota africana a la isla para actuar de común
acuerdo con las tropas sicilianas. Las operaciones militares fueron dirigidas por el
nuevo gobernador Ga’far b. Mohamed, que comenzó su mandato en 877 con una
expedición para saquear las cosechas en los alrededores de Siracusa, Catania,
Taormina y Rametta. Tras estos movimientos preliminares sus tropas avanzaron
hasta ocupar los suburbios exteriores de Siracusa y desde agosto de ese año se
estableció el asedio de la ciudad por mar y tierra. Los defensores estaban bien
pertrechados para resistir, pero esta vez sus atacantes llegaban decididos y
preparados para vencer. Entre sus armamentos destacaban gran número de
máquinas de asedio, alguna de las cuales por su tamaño y terribles efectos
destructores causó gran pavor entre los defensores. Una vez completado el cerco
los atacantes comenzaron a bombardear la ciudad día y noche sin dejar respiro a
los siracusanos.
Frente a esta amenaza manifiesta sorprende comprobar que el gobierno imperial
reaccionó de un modo muy ineficaz. Sólo unos cuantos barcos de guerra se
acercaron hasta el puerto pero la flota árabe apostada allí los pudo rechazar sin
esfuerzo. En aquellos momentos las galeras que hubieran debido acudir a toda vela
al socorro de la ciudad estaban siendo empleadas en la capital en el transporte de
materiales para la construcción de la Nea, la nueva iglesia dedicada al Salvador, a
los Archiestrategas y a San Elías. El retraso en disponer de estos barcos para su
envío a occidente fue fundamental para provocar la pérdida de Siracusa, aunque
algunos autores como Vogt achacan el retraso de la flota a la desidia de su
comandante. Otros autores aducen también que la necesidad de vigilar Chipre,
recuperada recientemente, distrajo medios navales que hubieran podido ser
empleados en Sicilia.
Por fin parte de la flota imperial al mando de Adriano fue enviada en auxilio de
Siracusa pero aquel, una vez llegado a Monemvasia se detuvo durante largo tiempo
en su puerto de Hierax a la espera de vientos favorables para cruzar a Sicilia. La
noticia de la caída de la ciudad sorprendió a la flota todavía en aguas de Grecia.
Mientras tanto en el interior de la ciudad sitiada los efectos del sitio se estaban
haciendo notar en la disminución paulatina de las reservas de víveres. Como relata
Vasiliev siguiendo las noticias transmitidas por el monje Teodosio, presente en la
ciudad en la época del sitio:
“Los precios de los alimentos subieron: el celemín de trigo cuando se podía
encontrar, costaba 150 sous de oro, el celemín de harina más de 200; había que
pagar un nomisma por dos onzas de pan; un buey destinado a la carnicería costaba
300 sous de oro y se pagaba de 15 a 20 nomismas por una cabeza de caballo o de
asno. No quedaban aves de corral ni aceite ni frutos secos, tampoco había queso,
legumbres o pescado. La gente comenzó a comer hierba, pellejos de animales,
huesos pelados que encontraban en la fuente de Aretusa e incluso, de creer a
Teodosio, se comían los cadáveres de los muertos y de los niños. El hambre, a
causa del recurso a tales extremos para calmarla, provocó una epidemia que hizo
morir a los siracusanos a millares.”
Ante tal situación la defensa comenzó a debilitarse. Los árabes, dueños de los
accesos por mar, destruyeron las fortificaciones que defendían la entrada a los dos
puertos de Siracusa, las llamadas braquiolia. En medio de continuos bombardeos
una de las grandes torres en el puerto grande se derrumbó y al cabo de cinco días
buena parte del lienzo de muralla que la rodeaba se vino abajo provocando una
gran brecha en el sistema defensivo. A partir de entonces los ataques se
concentraron en ese punto frente a unos defensores que combatieron con heroísmo
durante veinte días y sus noches en medio de un campo de batallas sembrado de
muertos.
En la mañana del 21 de mayo de 878, en un momento de tranquilidad durante el
cual el patricio y buena parte de la guarnición se había retirado de las murallas para
un breve reposo, los árabes comenzaron un violento bombardeo con sus máquinas
de asedio. En ese instante sólo estaba en la brecha un pequeño destacamento al
mando de un oficial llamado Juan Patriano. Un impacto afortunado tronzó la escala
de madera que comunicaba la zona de la brecha con la torre derruida y dejó
aislados a los defensores. Ante el tumulto el patricio, que en esos momentos estaba
tomando un bocado se levantó apresuradamente y corrió a toda prisa hacia las
murallas pero llegó tarde para evitar el daño. Los asaltantes habían llegado ya a la
brecha y aniquilaron a los hombres de Patriano, que murió combatiendo allí mismo.
Tras eliminar esa resistencia inicial los árabes se desplegaron en el interior de la
ciudad. Un pequeño grupo de defensores intentó organizar la resistencia creando
una barrera cerca de la iglesia de San Salvador pero pronto fueron aniquilados. Tras
derribar las puertas del edificio los atacantes se precipitaron sobre una multitud de
refugiados que en su interior había y los mataron a todos. El patricio, que se había
encerrado en una torre con 70 soldados, intentó resistir durante algún tiempo más
pero al día siguiente tuvo que rendirse y al cabo de una semana fue ejecutado. La
dignidad con la que se comportó en sus últimos momentos impresionó incluso al
comandante árabe Abu Ishaq, chambelán del emir aglabí. Los soldados que habían
sido hechos capturados con el patricio junto con otros prisioneros fueron llevados a
las afueras para ser muertos a pedradas y a lanzazos. Uno de los defensores
llamado Nicetas de Tarso, que había llegado a ser muy conocido de los musulmanes
durante el sitio por sus insultos al Profeta fue torturado hasta la muerte con gran
crueldad por sus captores.
El propio Teodosio, autor de una carta sobre la toma de Siracusa, sufrió la suerte
del cautiverio. Él mismo nos hace saber en su obra que se encontraba con el obispo
Sofronio en la iglesia en el momento en que se produjo el ataque. Cuando llegó la
noticia de la caída de la ciudad el pánico se apoderó de los presentes. Mientras los
asaltantes saqueaban los barrios cercanos el obispo, Teodosio y otros dos
eclesiásticos se deshicieron de sus ropajes y se refugiaron en el altar donde se
pidieron perdón de sus pecados temiendo llegada su última hora. Por fin los
soldados árabes hicieron su entrada en la iglesia con las espadas desenvainadas.
Uno de ellos se acercó al altar y vio a los religiosos orando. Reconociendo entre
ellos al obispo se abstuvo de atacarles y preguntó dónde se encontraba la sacristía
en la que sabía se guardarían los ornamentos sagrados de mayor valor. Sin sufrir
otro mal que el pillaje de los vasos sagrados y demás objetos preciosos los cautivos
fueron conducidos a través de la ciudad hasta ser conducidos ante el emir que se
había establecido en una iglesia y fueron luego encerrados en una cámara pequeña
y sucia.
La ciudad padeció terriblemente el saqueo tras los nueve meses de sitio. Se calcula
un total de 4.000 muertos en las ejecuciones inmediatamente posteriores a la
conquista además de un enorme botín que pasó a manos de los vencedores. Sin
embargo no todos los defensores sufrieron la triste suerte de su comandante en
jefe. Algunos mardaítas del Peloponeso y otros soldados que estaban en la ciudad
en esos momentos consiguieron escapar y alcanzar las costas griegas hasta llegar a
Monemvasia, donde encontraron a Adriano y le informaron de las tristes noticias de
las que eran portadores. Adriano decidió regresar a Constantinopla y temeroso de
la ira del emperador se refugió en el altar de Hagia Sofía. Basilio se conformó con
enviarlo al exilio.
Los árabes permanecieron en Siracusa durante dos meses tras la victoria. A finales
de julio regresaron con el botín y los prisioneros a Palermo, donde fueron
triunfalmente recibidos por el pueblo.
El monje Teodosio, todavía prisionero, fue llevado ante el gobernador de Sicilia ante
el cual tomó la palabra para defender la religión ortodoxa. Fue conducido a una
lóbrega prisión en la que se hacinaban africanos, tarsiotas, judíos, lombardos y
griegos entre los que se encontraba el obispo de Malta, capturado unos años antes
durante la conquista de la isla.
La flota de socorro tan desesperadamente necesitada hizo su aparición ante el
puerto de Siracusa cuando ya todo había concluido. Los barcos musulmanes se
enfrentaron en combate con ella y les tomaron cuatro galeras cuyas tripulaciones
fueron ejecutadas.
Los desgraciados cautivos tuvieron que esperar siete años a su rescate, que tuvo
lugar durante un intercambio realizado en 885, posiblemente el momento en el que
Teodosio recobró la libertad. Para Bizancio la caída de Siracusa fue un duro golpe.
Incluso el propio León VI escribió dos poemas sobre el tema y el Patriarca Nicolas el
Místico en sus cartas echó toda la culpa a la negligencia de Adriano. En el plano
político este fracaso obligó a Basilio a renunciar a sus planes para la isla, falto de
medios para intervenir decisivamente en Sicilia, y a prestar su atención preferente
a la entrada de sus ejércitos de regreso a la península italiana en los últimos años
de su reinado.
En el mismo año de la caída de Siracusa el gobernador de Sicilia fue asesinado en
Palermo por sus propios servidores. En el verano de 879 su sucesor, Husayn b.
Rabah realizó una expedición contra Taormina, ahora la fortaleza más importante
en poder de los bizantinos en la isla. En los combates que tuvieron lugar los griegos
perdieron a su jefe, un patricio llamado Crisafios.
Tras tomar Siracusa los musulmanes sicilianos comenzaron a realizar expediciones
con Italia meridional y las islas del Jónico como objetivo. En algunos casos el éxito
no acompañó la empresa, como en 880 cuando una flota de 16 naves que
saqueaba el Peloponeso fue sorprendida en Metona por los barcos de Nasar que,
operando en conjunción con el estratego del Peloponeso Juan de Creta,
sorprendieron en un ataque nocturno a sus enemigos y aniquilaron la flotilla
hundiendo algunos barcos y capturando otros, que fueron entregados como ofrenda
a la iglesia del lugar. De allí Nasar zarpó en dirección a Sicilia y saqueó las costas de
Palermo capturando gran número de barcos mercantes y haciéndose con una gran
provisión de aceite. Luego la flota tomó rumbo a Reggio, donde se preparaba la
expedición de Procopio y León Apostypos. Posiblemente entonces, tras un
encuentro afortunado con la flota árabe en Punta Stilo, se separó de la armada un
destacamento con destino a la desembocadura del Tíber donde se apostó para
impedir las acciones de las bandas piráticas que hostigaban en esos años los
territorios de la Santa Sede.
Un nuevo gobernador, al Hasan b. al Abbas, deseoso de borrar el recuerdo de la
derrota del año anterior emprendió en 881 una nueva campaña contra Taormina y
Catania en el transcurso de la cual derrotó al estratego Barsacio. La situación
mejoró ligeramente para Bizancio a finales de ese año y en 882 cuando
consiguieron vencer en dos encuentros, siendo especialmente notable la segunda
victoria en Caltavuturo conducidos por el estratopedarca Musilices. Este fracaso
determinó la caída del gobernador al Abbas y su sustitución por Mohamed b. al Fadl
que reemprendió las incursiones por todo el territorio griego y fue capaz de
rechazar los chelandia que en esos momentos se dedicaban a saquear la costa
norte de la isla. En una nueva batalla los imperiales perdieron 3.000 hombres y
vieron reducidas sus posesiones a los territorios en la costa oriental de la isla, en la
llanura comprendida entre los montes Peloritanos y el Etna. No obstante, la división
entre los musulmanes sicilianos, la inestabilidad y poca duración de sus
gobernadores y el frágil equilibrio de las relaciones con África impidieron en esos
años la unificación de todas las fuerzas para aplicar el golpe definitivo a la
debilitada posición de Bizancio en la isla.
Con el comienzo del reinado de León VI la situación en Sicilia fue empeorando. El
nuevo soberano no albergaba esperanzas de una reconquista e intentó desde el
principio conservar lo que quedaba ofreciendo treguas a sus adversarios a la vista
del infortunio de sus armas. En 888 la flota imperial se enfrentó a los barcos árabes
en aguas de Milazzo. La batalla terminó en un auténtico desastre para los griegos
que perdieron más de 10.000 hombres. La mala suerte de las armas bizantinas
provocaba el pánico también en Italia meridional, donde las tradiciones nos
muestran a los ascetas Elías el Joven, Elías el Espeleota y Arsenio recibiendo
premoniciones del desastre y abandonando Italia para establecerse temporalmente
en Patrás por sus problemas con el estratego de Calabria Nicetas Boterites.
Durante la década de 890 las relaciones entre árabes y bizantinos en Sicilia fueron
pacíficas debido a los enfrentamientos continuos entre sicilianos y aglabíes de
África. La situación cambió cuando el despótico emir Abu Ishaq Ibrahim (875-902),
tras aplastar una rebelión en tierras africanas y deseoso de acabar con la
resistencia a su autoridad en la isla, hizo zarpar en 900 a su hijo Abu’l Abbas
Abdala hacia Sicilia con una gran flota. Abu’l Abbas aplastó con enorme crueldad la
revuelta y tras la caída de Palermo en septiembre de ese año provocó la huida de
millares de ciudadanos con sus familias que buscaron refugio entre los cristianos de
Taormina. Queriendo aprovechar la circunstancia un patricio fue enviado a la ciudad
con un ejército y más tropas se concentraron en Reggio al tiempo que llegaba a
Messina una flota desde Constantinopla. Por su parte Abu’l Abbas no había
permanecido inactivo y tras sojuzgar Palermo, estando ya avanzado el otoño
marchó contra Taormina y Catania que hostigó sin mayores resultados. Tras
preparar una nueva expedición durante el invierno, el 25 de marzo de 901 envió
una flota al mar mientras él mismo conducía a sus hombres al asedio de la villa de
Demona que bombardeó durante unos días con sus balistas. En esos momentos
Abu’l Abbas recibió la noticia de los grandes preparativos que los bizantinos estaban
realizando en Reggio, por lo que decidió levantar el asedio y dirigirse a Messina
desde donde se embarcó con dirección al punto de concentración del enemigo. Tras
una breve resistencia Reggio cayó el 10 de julio y en la ciudad los vencedores se
entregaron a una auténtica masacre. Tras reunir 15.000 cautivos y un enorme botín
Abu’l Abbas recibió la sumisión de las poblaciones vecinas que pagaron tributo para
no sufrir la misma suerte que Reggio. De regreso a Messina los árabes tuvieron
tiempo de enfrentarse a la flota bizantina y hundirle 30 embarcaciones.
Tras esta expedición triunfal Abu’l Abbas pudo regresar a Palermo de donde partió
en 902 rumbo a África, en la que se necesitaba su presencia. Hartos del gobierno
cruel de Ibrahim los musulmanes de Túnez pidieron a su señor supremo en Bagdad
Mutadid que pusiera fin a su gobierno. El jalifa ordenó a Ibrahim que abandonara el
mando en favor de su hijo y el destronado emir, tras obedecer a su señor, anunció
su deseo de llevar la yihad a tierras cristianas. En el verano de 902 Ibrahim
desembarcó con un ejército en Trapani e hizo su entrada en Palermo el 8 de julio.
De inmediato envió una expedición en dirección a Taormina, la última plaza fuerte
importante en poder de los bizantinos y en la que éstos tenían en estos momentos
concentradas todas sus tropas. Conocemos el nombre de los jefes militares al
mando en Taormina durante el verano de 902, el drongarios ton plöimon Eustacio,
el patricio y estratego de Sicilia Constantino Caramalo y un comandante de la flota
llamado Miguel Caracto.
Los bizantinos no se encerraron tras los muros de Taormina esperando el ataque del
enemigo, sino que salieron a su encuentro con decisión. Tuvo lugar una batalla
encarnizada en la que la suerte del encuentro estuvo durante mucho tiempo en
duda. Finalmente los árabes de Ibrahim fueron capaces de sobreponerse de su
derrota inicial y consiguieron arrollar a sus enemigos parte de los cuales
consiguieron reembarcarse mientras el resto se acogía al refugio de la fortaleza a la
que pronto se le puso sitio. Las noticias del peligro que acechaba a Taormina
llegaron pronto al emperador pero por fatalidad, al igual que sucediera durante el
reinado de Basilio, la flota que hubiera podido acudir de inmediato en socorro de la
ciudad estaba nuevamente ocupada en la construcción de dos iglesias en la capital,
una en recuerdo de Teófano, la primera mujer del emperador, y la segunda la de
San Lázaro.
Privada de auxilio Taormina cayó el 1 de agosto de 902. Los defensores fueron
ejecutados y las mujeres y niños llevados como esclavos. Fiel a su carácter Ibrahim
se comportó con crueldad con los enemigos de la fe y no dudó en matar al obispo
de la ciudad Procopio cuando se negó a abjurar de sus creencias.
+
Al igual que sucediera en 878 la caída de Taormina fue muy sentida en Bizancio,
donde no faltaron los reproches hacia la negligencia del gobierno tal y como se
refleja en las cartas del Patriarca Nicolás. Los éxitos de Ibrahim provocaron el
pánico en la misma capital, pues se creía que pretendía avanzar contra la propia
Constantinopla. Asustado el emperador reforzó la guarnición y envió a Sicilia
refuerzos insuficientes que fueron de nula utilidad para mejorar la situación. Los
jefes al mando en Taormina consiguieron escapar al cautiverio y regresar a
Constantinopla. A su llegada Miguel Caracto acusó a su colega Caramalo de traición
y éste fue condenado a muerte en un primer momento, aunque la mediación del
Patriarca transformó luego la pena capital en el castigo de la tonsura. Caracto fue
nombrado a continuación estratego de Sicilia.
El infatigable Ibrahim no se contentó con este éxito y de inmediato envió
destacamentos en diversas direcciones para atacar los territorios todavía en poder
de los griegos. Así cayó Demona mientras que Rametta ofrecía pagar tributo. Los
vencedores exigían a las poblaciones locales la rendición sin condiciones y la
conversión al Islam; tras hacer abandonar las plazas a sus ocupantes se dedicaron
a destruir las fortificaciones convirtiéndolas en inservibles para futuras rebeliones.
+
La expedición a Sicilia de 964
Tras la muerte de Constantino VII la atención del Imperio se centró en los asuntos
asiáticos y sólo en 964, durante el reinado de Nicéforo Focas, Constantinopla volvió
a intentar desequilibrar la balanza en Occidente con una campaña dirigida
directamente contra Sicilia, la base principal del enemigo musulmán. En el año
anterior el emir de Sicilia había emprendido la batalla final para someter a las
comunidades cristianas semi independientes de la región montañosa al sur de
Messina. El objetivo era someter definitivamente la región e islamizar a todos sus
habitantes. Taormina, que tras ser arrebatada a Bizancio en 902 había conseguido
recuperar su independencia en 912/13, volvió ahora a ser asediada de nuevo y sólo
capituló el 21 de diciembre de 962 tras un sitio que se prolongó durante siete
meses. Para castigar a los vencidos por su obstinada resistencia se les arrebataron
todos sus bienes y el nombre mismo de la villa fue suprimido para ser denominada
a partir de entonces Muizzia honrando así el nombre del jalifa fatimí. En esos
momentos el último bastión cristiano en la isla era la plaza fuerte de Rametta
adonde muchos habitantes de Messina acudieron para buscar refugio. Esta plaza
fuerte había sido desde la toma de Messina en 843 el refugio habitual de sus
ciudadanos por lo agreste de su emplazamiento y su cercanía a la ciudad. El 23 de
agosto de 963 el general Hassan Ibn Ammar puso sitio a la fortaleza con la
intención de acabar cuanto antes con ese núcleo de pertinaz resistencia. Los
asediados se apresuraron a enviar al basileo una petición desesperada de auxilio y
esta vez Nicéforo estuvo dispuesto a actuar. Tras ordenar el cese del pago del
tributo acordado con los sicilianos ordenó aprestar un poderoso ejército de más de
40.000 hombres entre contingentes armenios, rusos, paulicianos y tracios. Al
mando de la expedición figuraba el drongario del plöimon Nicetas, eunuco y
hermano del patricio, prepósito y vestes Miguel que había servido de intermediario
entre Nicéforo y Teófano a la muerte de Romano II. A su lado, con el rango de
comandante de la caballería, aparecía Manuel Focas, hijo ilegítimo de León, el rival
de Romano Lecapeno en 919, y primo hermano del emperador. Sobre los méritos
de Manuel el parecer de los cronistas bizantinos es dispar pero parece predominar
en sus escritos la idea de que era demasiado joven para la tarea encomendada y su
fogosidad e imprudencia rayana en la temeridad le hacían “más apto para obedecer
que para mandar”. Acompañaba también a la expedición como consejero religioso
otro personaje de alto rango, Nicéforo, que luego habría de ser obispo de Mileto. En
conjunto la impresión que queda es que la elección de los altos mandos fue muy
deficiente aunque se desconocen las razones que impulsaron al emperador para
decidir estos nombramientos. En cualquier caso poner al mando de una campaña
tan importante a hombres inadecuados era dar el primer paso hacia el desastre tal
y como se corroboró después.
+
Los preparativos para una expedición de esta magnitud duraron meses y sólo al año
siguiente estuvo el ejército dispuesto para levar anclas rumbo a occidente. Las
tropas griegas partieron de sus bases a finales del verano de 964 y desembarcaron
en Messina. El espectáculo del ejército en campaña debió ser abrumador para los
contemporáneos: según confesión de testigos contemporáneos los barcos de
transporte eran los mayores que habían salido de los astilleros del Imperio y
estaban acompañados de numerosos navíos dotados con fuego griego. Los soldados
se contaban entre los mejores y más escogidos y ofrecían una elocuente estampa
de los nuevos ejércitos bizantinos preparados para grandes campañas ofensivas.
Acompañaba al ejército un numeroso tren de máquinas de asedio transportadas en
navíos especiales.
+
Las cosas parecieron ir bien al principio de la expedición. En el otoño de 964
Rametta llevaba resistiendo desde hacía más de un año el sitio de las tropas de
Hassan Ibn Ammar. Éste, tras los repetidos fracasos en sus asaltos a la plaza optó
por rendirla por hambre y procedió a rodearla con una poderosa muralla para
impedir cualquier intento de la guarnición de buscar auxilio o intentar una salida. La
noticia de la llegada del ejército bizantino provocó una gran agitación entre los
árabes, que se apresuraron a poner en estado de defensa las costas y reunieron
refuerzos llegados desde todos los rincones de la isla a los que se unieron
contingentes bereberes enviados a toda prisa desde el norte de África. Las tropas
musulmanas desembarcaron en la isla en los primeros días de octubre y Hassan
envió rápidamente algunos destacamentos a reforzar la posición de Rametta y se
mantuvo con el resto en observación en las cercanías de Palermo. Entre tanto la
flota bizantina se había reagrupado en la punta de Calabria y el 13 de octubre puso
rumbo a Messina con el propósito de acudir rápidamente al auxilio de Rametta que
estaba situada a sólo algunos kilómetros de la ciudad. El ejército empleó nueve días
en atravesar el estrecho y desembarcar el cuerpo expedicionario tras lo cual se
procedió a ocupar la propia Messina, posiblemente sin mucha resistencia, y a
ponerla otra vez en buen estado de defensa. Mientras tanto diversos
destacamentos navales empezaron a explorar la costa para preparar nuevos
asaltos. Al norte Termini fue tomada ante los propios ojos de Hassan que no pudo
hacer nada por evitarlo y en el sur Taormina y Leontinos se rindieron también sin
ofrecer combate. La siguiente plaza en caer fue Siracusa aunque esta vez tuvo que
ser tomada al asalto.
Mientras la flota se desperdigaba atacando simultáneamente diferentes objetivos
Manuel Focas se dirigió de inmediato con el grueso de sus tropas al socorro de
Rametta en lo que parece haber sido una marcha apresurada en la que no se
guardaron las debidas normas de precaución cuando se avanza por territorio
enemigo. Los escuadrones de caballería pesada se abrieron paso entre los
serpenteantes senderos que conducían a Rametta y se vieron obligados a un largo
desvío para contornear el monte Dinamare que se interponía en su ruta. El camino
que se vieron obligados a seguir desembocaba en una llanura rodeada de montañas
en medio de la cual se levantaba un farallón donde estaba enclavado el reducto de
Rametta. Al pie de ésta les esperaba todo el ejército enemigo. El emplazamiento del
lugar semejaba un circo rodeado de elevados muros que sólo se interrumpían en
tres pasajes: al norte el camino de Spadafora, al sur la ruta que llevaba al kastron
de Mikos y a occidente un sendero hacia la fortaleza de Demona. Al este una
garganta muy profunda que se extendía durante varios kilómetros ofrecía el
aspecto de un foso natural de bordes muy arriscados. Tal era el lugar en el que se
produjo el enfrentamiento decisivo entre ambos ejércitos.
Hassan había tenido tiempo para avisar a su hijo Ahmed del desembarco de las
tropas bizantinas aunque éste no pudo llegar a tiempo para impedir a los imperiales
la llegada hasta la llanura de Rametta. En la noche del 24 al 25 de octubre Manuel
atacó. Varios destacamentos de caballería intentaron forzar el paso
simultáneamente por los desfiladeros de Mikos y Demona mientras un tercero fue
enviado hacia el camino que llevaba a Palermo para impedir el paso a las tropas de
Ahmed que desde allí se esperaban inminentemente. El propio Manuel Focas
condujo el grueso de sus tropas divididas en seis banda a toda marcha por el
camino de Spadafora con la intención de llegar cuanto antes a Rametta.
Sus enemigos estaban advertidos de lo que estaba pasando. Dos cuerpos de
ejército estaban apostados en los desfiladeros del sur y occidente esperando la
llegada de los bizantinos mientras un tercero se mantenía en guardia en el
campamento preparado para mantener en jaque a la guarnición e impedir cualquier
tentativa de salida por su parte. Hassan mismo, con las tropas que le quedaban,
marchó directamente al encuentro del enemigo y el combate comenzó así al alba
del 25 de octubre.
Seguramente advertidos por los preparativos de los árabes de la llegada del socorro
los asediados intentaron una salida pero débiles por sus padecimientos no fueron
rival para las tropas que se les enfrentaban y debieron ampararse otra vez detrás
de sus murallas. Por su parte los defensores de los desfiladeros de Mikos y Demona
consiguieron rechazar a sus asaltantes que posiblemente llegaron en pequeño
número. Pero donde verdaderamente se ponía en juego el éxito de la jornada era
en Spadafora donde en esos momentos se produjo con gran violencia el choque del
grueso de los ejércitos en un sangriento cuerpo a cuerpo que provocó enorme
número de bajas en ambos bandos. Las tropas africanas, compuestas casi en su
totalidad por infantería sufrió terriblemente el impacto de las cargas de la caballería
bizantina auxiliada en su ataque por las máquinas de guerra que lanzaban
continuamente dardos y piedras desde las laderas cercanas. Incapaces de resistir
comenzaron a ceder terreno y a desmoronarse en algunos puntos. Ibn Ammar,
sabedor de que el combate estaba llegando a un punto de ruptura y que sería
imposible reagrupar a sus tropas en la llanura donde serían masacradas a placer
por la caballería, prefirió morir combatiendo en su puesto y reuniendo algunos miles
de soldados se lanzó a un ataque desesperado. Para entonces buena parte del
ejército musulmán se batía desordenadamente en retirada en dirección a su
campamento fortificado y muchos soldados bizantinos desembocaban ya en la
llanura preparándose para rodear a los vencidos. Tanta prisa llevó a la
desorganización de las filas griegas y con ello a la perdición del ejército. Ibn Ammar
cargó sobre el centro del ejército imperial y consiguió provocar el pánico entre los
soldados que ya se creían victoriosos. Manuel, seguido de sus más selectos
hombres, acudió a la zona de mayor peligro para intentar reagrupar a sus soldados
mientras les exhortaba a grandes voces para que se mantuviesen firmes, tal y
como lo ha relatado León Diácono:
“Vosotros que a las órdenes de Nicéforo habéis vencido tantas veces, gritaba a sus
soldados, ¡huís hoy ante un puñado de bárbaros africanos! ¿Dónde están los
resonantes juramentos que tan pronto prestasteis a vuestro emperador? ¿Dónde
están las proezas que le prometisteis cuando pasaba revista ante vosotros?”
Sus frenéticas palabras no sirvieron de nada en ese momento de pánico irracional.
Desesperado, optó por cargar sobre los atacantes. Consiguió derribar al primero
que se le echó encima pero pronto fue rodeado por una gran multitud de africanos.
Decenas de lanzas se abatieron sobre Manuel pero ninguna consiguió horadar su
espesa armadura escamada así que sus enemigos se arrojaron sobre él y e
intentaron derribarlo de su montura haciendo inútiles los esfuerzos de su séquito
por protegerle. Un soldado se deslizó bajo su caballo y lo desjarretó provocando la
caída de Manuel al suelo. Alrededor del desgraciado comandante se produjo
entonces un combate salvaje en el que todos los defensores de Manuel lucharon
hasta ser abatidos. Finalmente el propio general murió acribillado por múltiples
heridas. A su lado cayó también degollado su escudero. En el frenesí del combate
los vencedores se apresuraron a despojar el cadáver y llevar su cabeza como
presente a Ibn Ammar.
Al conocerse la noticia de la muerte de su jefe el ejército bizantino emprendió la
huida. Era media tarde y la persecución de los vencidos no acabó hasta la noche.
Para agravar sus males en esa noche terrible una tormenta se abatió sobre la
región dificultando todavía más la marcha en la oscuridad a través de esos
senderos escabrosos y desconocidos lo que dio lugar a más y más pérdidas. Un
escuadrón entero de jinetes acorazados se precipitó a todo galope por el barranco
que se extendía en la zona este de la planicie de Rametta. El amontonamiento de
cuerpos de hombres y animales en la hondonada fue tal que los últimos fugitivos y
sus perseguidores pudieron franquear el paso al galope sobre los muertos. Los
combates desesperados en retaguardia continuaron durante horas hasta que la
fatiga puso fin a la lucha. El balance para el ejército bizantino fue desolador: más
de diez mil muertos, muchos prisioneros de rango en poder de los vencedores y un
enorme botín compuesto por caballos, bagajes, armas y corazas enriquecieron a los
hombres de Ibn Ammar. Entre los prisioneros estaban doscientos bárbaros, rusos o
armenios, escogidos entre los de mejor presencia. Este botín, de inusitada novedad
para los árabes sicilianos fue destinado a la guardia personal del jalifa de Mahdia en
África.
+
El emir Hassan tuvo poco tiempo para disfrutar de su victoria. El espectáculo del
botín de Rametta llegando a Palermo en ruta hacia África fue demasiado para su
corazón. Cayó enfermo y a comienzos de noviembre fallecía llorado por todos sus
súbditos.
Quedaba por consumar el último acto en Rametta con los desesperados defensores
de la ciudad. Agotadas sus esperanzas resistieron todavía algún tiempo más,
desesperados por el hambre hicieron salir primero a un millar de ancianos, mujeres,
enfermos y niños que, en contra de lo que se esperaban, encontraron una piadosa
recepción a manos de Ibn Ammar que los envió a Palermo sin causarles daño
aunque estrechó el cerco sobre los restantes defensores. En los primeros días de
enero de 965 se lanzó el ataque final. Los famélicos cristianos se defendieron
heroicamente hasta la noche pero al final terminaron todos por sucumbir. Por orden
de Ibn Ammar todos los hombres fueron muertos y las mujeres reducidas a
esclavitud. En el lugar se estableció una fuerte guarnición y con ello finalizó un
asedio que había durado año y medio.
En el momento en que los ejércitos combatían en Rametta el wali Ahmed se estaba
dirigiendo hacia el lugar a marchas forzadas. En el camino se le comunicó el
desenlace del combate por lo que tuvo lugar un cambio de planes. Cambiando
bruscamente de dirección Ahmed se apresuró a retomar Messina que ya en esos
momentos había sido evacuada por los imperiales, retirados a Reggio. Desde la
ciudad el wali se dedicó a vigilar los movimientos de los bizantinos para impedir
nuevas intentonas sobre la isla.
De este modo terminó la desventurada expedición a Sicilia aunque todavía se
sucedieron algunos combates en los meses siguientes. Los musulmanes tomaron
posesión rapidamente de las plazas que habían perdido, como Siracusa, Termini y
Taormina. Durante bastante tiempo la flota imperial comandada por Nicetas no se
atrevió a salir de Reggio y dio tiempo con ello a reunir refuerzos navales a Ahmed.
Cuando la escuadra largó velas para regresar a Constantinopla se encontró con
toda la flota africana que estaba al acecho. Tuvo lugar un combate de gran violencia
en el que se vió a los marinos bereberes arrojarse al agua con vasijas de fuego
griego para dirigirse a nado hacia los dromones y chelandia e incendiarlos. En las
cubiertas de los barcos enlazados por grandes garfios se sucedían batallas
encarnizadas por el control de los navíos. Al final la victoria fue para los árabes y
resultó un triunfo completo. Casi todos los navíos bizantinos fueron capturados o
incendiados y se hicieron miles de prisioneros, entre ellos el incapaz Nicetas que fue
enviado cargado de cadenas al Jalifa en Mahdia. Allí permaneció cautivo durante
dos años, tiempo que empleó en copiar las homilías de San Basilio y textos
piadosos de San Gregorio Nacianzeno y San Juan Crisóstomo en un manuscrito que
se ha conservado hasta nuestros días y en el que dejó escrito el testimonio de su
infortunado cautiverio.
Animadas por esta victoria las partidas piratas comenzaron de nuevo a atacar las
costas de Calabria forzando a las poblaciones locales a pagar de nuevo rescates por
sus vidas y propiedades. Sin duda el eco de esta derrota fue muy grande en toda
Italia meridional como lo muestran algunos testimonios contemporáneos. Cuando el
magistros Nicéforo Hexacionites quiso en 965 obligar a los habitantes de Rossano a
proveer los medios para equipar nuevos barcos que reemplazasen a los perdidos el
año anterior se encontró ante una revuelta declarada de la población local que no
dudó en quemar los barcos en puerto y matar a sus capitanes. Sólo la mediación de
San Nilo, tal y como se nos cuenta en su Vida, evitó un sangriento castigo para los
amotinados. De la lectura de su vivaz relato de los hechos se puede deducir, tal y
como hizo Amari, que en realidad Nicéforo no disponía de los medios suficientes
para castigar a los rebeldes tan severamente como hubiese deseado y por ello
estuvo más dispuesto a mostrar benevolencia. En el vivo diálogo mantenido con el
venerado monje el magistros accedió primero a perdonar la vida a los rosanitas y
luego a permitir que el propio Nilo fijase la multa por el asesinato de los
protokaraboi. Su cólera recayó entonces en el recaudador de impuestos de la zona,
Gregorio Maleinos, seguramente responsable en buena parte de la revuelta por sus
exacciones. El aterrorizado recaudador se había escondido para evitar la ira de su
superior y sólo la persuasión de Nilo consiguió llevarlo ante Nicéforo:
Éste, sin atreverse a ajusticiarlo allí mismo por respeto al monje, lo colmó de
injurias “maldiciéndole a él y a todas sus pertenencias, comenzando por sus
caballos y sus bueyes y acabando por sus gallinas y su perro.” Maleinos,
aterrorizado, no se atrevió a decir nada y se mantenía sentado ante su señor en
razón de su rango de protoespatario. “Miserable, le gritó Nicéforo, ve a reunirte con
tus iguales. Te perdono.” Y luego añadió dirigiéndose a la multitud “Deberíais hacer
pintar el retrato de San Nilo y no dejar jamás de adorarlo y de darle gracias. En
verdad, por la cabeza de nuestro santo soberano Basilio, deberíais esforzaros en
rendirle el mayor honor”.
Debilitado por la derrota y absorto en otros frentes en los próximos años el Imperio
debió limitarse a mantener la situación a un coste económico muy alto, sancionada
la paz con el acuerdo firmado en 967 mientras continuaba la guerra en Asia contra
los Hamdánidas de Alepo. Entretanto en occidente acababa de hacer su aparición
un rival que regresaba para disputarle a Bizancio el derecho a decidir sobre los
asuntos de Italia.

El regreso del Imperio germánico

El 2 de febrero de 962 el rey de Germania Otón I recibió en Roma la corona


imperial de manos del papa Juan XII. El nuevo emperador confirmó las donaciones
y promesas que ya en 817 había realizado Luis el Piadoso, en particular el señorío
sobre las tierras de Fondi y Gaeta. A cambio el pontífice se comprometió a no
oponerse a los derechos imperiales sobre Roma. Sin embargo la conciencia de
haberse encontrado con un amo en lugar de un protector hizo que el papa,
representante de la indómita aristocracia romana, rompiese el acuerdo con Otón
nada más abandonar éste la capital, llamando en su lugar a su teórico vasallo
Adalberto, el hijo de Berenguer de Ivrea. Pronto el emperador volvió sobre sus
pasos, puso en fuga a Adalberto y Juan XII haciendo elegir en su lugar a León VIII
y forzando a los romanos a jurar que no procederían a ninguna elección pontificia
sin la aprobación del emperador. El depuesto pontífice volvió sobre sus pasos para
expulsar a su rival y consiguió mantenerse en el poder hasta su muerte en mayo de
964. Otón debió recurrir nuevamente a la fuerza para volver a imponer en Roma a
su criatura León y tras la muerte de éste en marzo de 965 a su sucesor Juan XIII.
Una nueva revuelta de la población romana provocó finalmente una violenta
represión por parte de las tropas germanas a finales de 966 y facilitó el gobierno
pacífico de Juan XIII hasta su muerte en septiembre de 972. Tras asegurar su
dominio de Roma Otón I se consideró preparado para retomar los viejos proyectos
de conquista de Luis II un siglo atrás y hacer realidad el regnum italicum, lo que
suponía el dominio de toda la península y en consecuencia el enfrentamiento con
Bizancio.
En abril de 967 los embajadores de Nicéforo Focas se encontraron en Rávena por
primera vez con el emperador Otón. De aquella reunión no se conocen con certeza
los contenidos pero probablemente tuvo como objeto conocer las intenciones y los
objetivos del emperador germánico especialmente con respecto a las posesiones
bizantinas en Italia. Ese mismo año Otón envió una embajada en respuesta a
Constantinopla con la proposición de un enlace matrimonial entre su hijo Otón y
Ana, la hija de Romano II. Una nueva embajada bizantina se encontró con el
emperador en Capua en enero de 968 pero llegaba sin instrucciones precisas para
concluir los acuerdos del compromiso nupcial. Irritado por la lentitud de las
negociaciones Otón se decidió a utilizar la fuerza para obligar a Nicéforo a aceptar
sus condiciones y, tras dirigirse a Benevento, invadió Apulia en marzo de 968. Un
breve alto ante las murallas de Bari le convenció de la imposibilidad de tomarla con
su pequeño ejército y tras esta demostración se decidió a enviar a Constantinopla
una nueva embajada a cargo, otra vez, de Liutprando con el objetivo de reiniciar las
conversaciones interrumpidas. De los resultados y experiencias vividas el obispo de
Cremona nos ha dejado un vivaz testimonio en su famosa Legatio.
En las conversaciones mantenidas con el embajador, Nicéforo puso en claro las
quejas ante el proceder de Otón: Roma debía ser abandonada y su autonomía
reconocida. Apulia había sido invadida y los príncipes de Capua y Benevento habían
cometido traición alentados por el monarca germánico por lo que Bizancio estaba
dispuesto a recurrir a las armas para defender sus derechos tradicionales.
Mientras las negociaciones se sucedían en Constantinopla Otón I, desconocedor de
lo que allí estaba sucediendo, decidió recurrir a la fuerza de nuevo y en octubre de
ese año 968 tomó de nuevo el camino del sur. Aunque no se nos han conservado
los detalles se sabe que en noviembre Otón estaba ya en Apulia, donde dedicó los
meses siguientes a pillar y saquear la región mientras las guarniciones bizantinas,
inferiores en número, se refugiaban tras las murallas de las ciudades costeras. En la
primavera de 969 el ejército germano llegó hasta Calabria deteniéndose ante
Cassano, que le opuso resistencia en el mes de abril. Abandonando el sitio Otón
regresó a Apulia para establecer un nuevo asedio, esta vez a Bovino, y el 1 de
mayo a Ascoli, pero sus asuntos en el norte le hicieron regresar a Rávena tras dejar
al mando a su fiel aliado de Capua el príncipe Pandolfo I Cabeza de Hierro que
mantuvo el asedio al frente de parte de sus tropas. Éste, que poco antes había sido
premiado por su fidelidad a la causa imperial con los títulos de margrave de
Camerino y duque de Espoleto, continuó el sitio de la villa de Bovino y aunque
afortunado al derrotar a la guarnición bizantina en una primera salida de ésta tuvo
menos suerte en un segundo enfrentamiento al ser derribado de su caballo y caer
prisionero. Sus tropas, derrotadas por completo, escaparon en dirección a
Benevento haciendo volver sobre sus pasos al gastaldo Lando que con un pequeño
ejército de apoyo enviado por Gisulfo de Salerno acudía en auxilio de Cabeza de
Hierro. El estratego Eugenio envió a su prisionero a Constantinopla, donde por
orden del emperador fue cargado de cadenas y encarcelado, y procedió luego a
invadir el principado lombardo. Las tropas imperiales llegaron hasta las
inmediaciones de Avellino, donde la asustada población entregó a su gastaldo
Sikenulfo como rehén. De allí los bizantinos tomaron el camino a Capua y asediaron
la plaza durante cuarenta días mientras saqueaban concienzudamente los
alrededores. En la empresa tuvieron el apoyo del oportunista duque Marino de
Nápoles, que quiso con este gesto testimoniar la fidelidad de su ciudad a la causa
del basileo. Tras recoger un enorme botín y hacer multitud de prisioneros los
sitiadores levantaron el asedio de Capua ante la noticia de la llegada de un ejército
de socorro. En el camino de vuelta Eugenio se detuvo en Salerno donde, típica
muestra de la flexibilidad de las relaciones políticas de la época, fue
principescamente recibido por parte de Gisulfo. Eugenio concluyó su expedición por
tierras lombardas atravesando tranquilamente el territorio de Benevento sin
oposición ante los atemorizados ciudadanos encerrados tras sus murallas.
El ejército germano llegado para vengar la afrenta de Bovino llegó por fin a Capua.
En sus filas marchaban contingentes sajones y suabos al mando de los condes
Gunther y Sigfrido con el auxilio de tropas de Espoleto y su conde Sicon. Al
encontrar la plaza libre de enemigos se dirigieron en primer lugar a saquear las
tierras de Nápoles para castigar su colaboración con el enemigo y tras entrar en
Benevento retomaron Avellino. Una vez reagrupadas emprendieron de nuevo la
marcha, esta vez en dirección al sur.
Entretanto el patricio Eugenio, que parece haber sido muy impopular por sus
exacciones tributarias y su dureza, había sido enviado encadenado a Constantinopla
y su lugar ocupado por el patricio Miguel Abidelas, a cuyo lado aparecía Romualdo,
hermano de Pandolfo, exiliado largo tiempo ha en Constantinopla y que ahora
llegaba dispuesto a buscar su oportunidad.
El choque entre ambos ejércitos no se hizo esperar y pronto tuvo lugar un
encarnizado combate bajo los muros de Ascoli. Los bizantinos fueron derrotados por
completo y perdieron la ciudad, que fue ocupada por el conde Conon. Por su parte
Sicon atacó a las tropas auxiliares que estaban comandadas por Romualdo e hizo
prisionero a éste. Abidelas consiguió huir con los restos de su ejército,
abandonando Apulia a los saqueos de los vencedores que se dedicaron en los
siguientes meses a cobrar cuantiosos tributos de las ciudades de la región.
En la primavera de 970 Otón I llegó a Campania para proseguir con las operaciones
militares. Tras un nuevo ataque a las tierras de Nápoles se reunió con sus hombres
que en esos momentos estaban ocupados con el sitio de Bovino que seguía
ofreciendo una resistencia tenaz. Posiblemente en estos momentos se conoció en
el campamento germano la noticia del asesinato del emperador Nicéforo y la
llegada al poder de Juan I Tzimisces. El cambio de gobierno en Constantinopla tuvo
efectos significativos en Italia donde se hubiera podido esperar razonablemente una
continuación de los combates de haber vivido Nicéforo, pero su sucesor tenía otras
preocupaciones distintas, entre ellas la de reafirmar su todavía insegura posición en
la capital, para seguir a la ofensiva en las tierras de occidente. Deseoso de llegar a
un acuerdo con Otón, Tzimisces le envió una embajada que llevaba de vuelta a su
hogar al irreductible Pandolfo, que se había ofrecido a sí mismo como intermediario
para llegar a un acuerdo entre las dos cortes. Posiblemente el astuto lombardo fue
capaz de aprovechar en su favor la deficiente información sobre los asuntos
italianos de Tzimisces representándole un peligro en la actuación de Otón mayor del
que correspondía a la realidad y convenciéndole de que sólo él, que tan buenas
relaciones mantenía con el soberano germánico, estaba capacitado para mediar de
la forma más conveniente para los intereses de Bizancio.
Una vez convencido el basileo Pandolfo fue conducido, todavía como prisionero,
hasta Bari donde fue puesto al cuidado del estratego Abidelas con el que convivió
durante un tiempo como rehén. Cuando Otón tuvo noticia de la llegada de su fiel
aliado se apresuró a escribir a Miguel Abidelas para mostrar su buena disposición a
negociar a condición de que su antiguo vasallo fuese puesto en libertad. Abidelas
aceptó y Pandolfo fue conducido hasta el campamento de Otón bajo los muros de
Bovino que todavía en esas fechas (verano de 970) no había sido reducida. Otón
decidió entonces levantar sus reales y abandonar Apulia en dirección al norte, en
una decisión en la que seguramente contaban a partes iguales su compromiso con
las autoridades bizantinas y la posibilidad de retirarse decorosamente de una
guerra infructuosa que se alargaba sin resultados. En cualquier caso ambos bandos
deseaban ahora retomar las negociaciones en el punto en el que estaban en Capua
en 967 cuando se habían visto interrumpidas. Otón era sabedor gracias a Pandolfo
de la buena disposición del nuevo emperador a la conclusión del acuerdo
matrimonial del que se había hablado años atrás, una buena disposición en la que
no pequeña parte debía tener la amenaza de Sviatoslav de Kiev en los Balcanes y
los intentos de los fatimíes en la frontera oriental. Pronto una nueva embajada puso
rumbo a la capital del Bósforo para tratar el tema. Encabezada por el arzobisbo
Gero de Colonia y compuesta por otros altos dignatarios eclesiásticos y seculares
tenía como objetivo cerrar el trato con Tzimisces. Esta vez los legados no se
encontraron con la fría recepción que sufriera Liutprando tres años atrás y recibidos
en medio de grandes honores pudieron sellar en noviembre de 971 el acuerdo que
envió a Teófano Esclerina, la sobrina por matrimonio del nuevo emperador, como
prometida del joven heredero Otón II de vuelta con la embajada. No se trataba de
la porfirogénita que la corte germánica deseaba pero en cualquier caso no se vió
decepcionada. La princesa imperial desembarcó con una brillante escolta en Italia y
fue recibida en Benevento por el obispo Thierry de Metz en nombre del emperador
en un acto que dejó gran impresión entre los contemporáneos por el lujo y la
pompa desplegada por la delegación bizantina. El matrimonio entre los dos jóvenes
se celebró finalmente en Roma el 14 de abril de 972 y la princesa recibió como dote
extensos dominios en Alemania y Flandes además de Istria y el condado de Pescara
en Italia.
El enlace selló la paz entre ambos Imperios, aunque desconocemos si hubo
realmente un tratado formal que lo ratificara. Otón volvió a pasar los Alpes en
agosto tras una estancia en Italia de más de cinco años y recibió en Quedlimburgo
en marzo de 973 durante las festividades pascuales una nueva embajada bizantina
como muestra de las buenas relaciones de ambos estados. Pocos días después, en
la noche del 6 al 7 de mayo, el emperador falleció dejando a su hijo un Imperio
próspero y en paz que gozaba de su momento de mayor prestigio.
Por su parte Tzimisces, una vez concluida la paz con Otón, no volvió a prestar
atención a los asuntos italianos absorbido por las grandes guerras contra los rusos
y las campañas en Asia. A su muerte en enero de 976 los estados lombardos se
veían sometidos a la presión creciente del fortalecido Pandolfo de Capua que
entretanto había conseguido asegurar para su hijo la sucesión en Salerno mientras
que en las costas de Calabria volvían a presentarse la amenaza de los árabes de
Sicilia.
Tras el desastre de la expedición de 964 la paz había reinado entre fatimíes y
bizantinos pero las victorias de Juan Tzimisces en Siria y la toma de Egipto por
parte de aquellos en 971 llevó a un enfrentamiento directo en tierras del Líbano
cuando los fatimíes expulsaron las guarniciones imperiales de Beirut y Trípoli en
974/75. Los árabes sicilianos no se habían mostrado conformes con la política de
paz con Bizancio y desde el momento en que el estado de opinión de El Cairo se
decidió por la guerra el emir Abul Kassim se apresuró a reanudar los ataques contra
sus vecinos al otro lado del estrecho. Tomando como pretexto una incursión
bizantina contra Messina a principios de 976, en la que posiblemente tomaron parte
también algunas naves pisanas, el emir reunió a sus tropas y recuperó la ciudad en
el mes de mayo. Luego pasó al continente y avanzó hacia el norte por el valle del
Crati hasta Cosenza de dónde sólo se retiró tras haber cobrado un tributo de sus
habitantes.
También en Apulia se hizo visible la amenaza sarracena, en una región que no había
visto piratas en sus costas desde los ataques de 929. Ahora varias partidas
comenzaron de nuevo a realizar incursiones adentrándose profundamente en el
territorio. El jefe de una de ellas, un tal Ismael, fue muerto poco después cerca de
Bitonto por las tropas conducidas por el protoespatario Zacarías pero otras
siguieron adelante a través del valle del Bradano hasta atacar Gravina al mismo
tiempo en que una nueva flota árabe aparecía en las costas conducida por el
hermano del emir de Sicilia. Pronto Tarento, Bovino y Oria sufrieron ataques con los
habitantes de ésta última abandonando la ciudad en llamas presas del pánico. El
propio Abul Kassim condujo las operaciones que le llevaron a Otranto en 977 tras
haber conquistado poco antes la villa fortificada de Santa Ágata, cerca de Reggio.
En los años siguientes todo el litoral sur experimentó el azote de las continuas
incursiones de los piratas que se enfrentaban a una resistencia débil y
desorganizada.
El gobierno bizantino pasaba en esos años por una situación muy difícil haciendo
frente a la rebelión de Bardas Esclero. El estado de turbulencia de una auténtica
guerra civil hace suponer que no había medios para enviar a Italia y que las
provincias occidentales habrían de contar con sus propios recursos para hacer
frente a las amenazas que sobre ellas se cernían. Por otra parte los testimonios
contemporáneos dejan entrever que las poblaciones locales preferían defenderse
por su propia cuenta tratando de llegar a acuerdos singulares con sus agresores
mediante el pago de un tributo antes que verse arrastradas a una guerra general.
En cualquier caso la amenaza de la guerra no se limitaba a las tierras de Apulia y
Calabria y el acercamiento de los incursores a los señoríos lombardos provocó la
intervención del propio emperador germánico en defensa de sus vasallos.
+
La campaña de Otón II
En enero de 981 Otón II hizo su entrada en Roma. Había franqueado los Alpes en
diciembre anterior para acudir a la ciudad santa con el objetivo de reafirmar la
autoridad imperial siempre expuesta a los cambios de humor de la levantisca
aristocracia romana y apoyar a su devoto pontífice Benito VII reafirmándolo en la
sede papal. A su llegada Otón recibió los preocupantes informes de la situación en
el sur. El emperador, que tenía entonces sólo veintiséis años de edad pero una
amplia experiencia de muchas campañas en las fronteras del norte, se decidió por
actuar de inmediato con el doble objetivo de expulsar a los árabes y aprovechar la
debilidad de los bizantinos, que en estos momentos además se tenían que enfrentar
a nuevas insurrecciones locales, para apoderarse de las tierras que ya había
reivindicado su padre años atrás. La paz existente entre ambos Imperios en esos
momentos obligaba a utilizar como excusa la amenaza árabe para justificar la
intrusión germana en las posesiones bizantinas. Las autoridades en Bari no fueron
engañadas con estas pretensiones y desde el primer momento advirtieron el grave
peligro que se estaba gestando por lo que de inmediato enviaron embajadores para
solicitar de Otón la renuncia a su empresa. Sabemos que el patricio Romano delegó
en el monje Sabas la misión de influir en el emperador y arreglar un acuerdo con él.
La expedición de Otón II coincidió en el tiempo con la insurrección de algunas villas
en Apulia, pues sabemos que en 981 Trani, Ascoli y Bari se habían declarado en
rebelión. Tras abandonar el territorio controlado por sus vasallos lombardos el
emperador llegó a Lucera en septiembre de 981 pero la noticia de graves disturbios
en Salerno le obligó a dar la vuelta. En marzo de ese año había muerto su gran
aliado Pandolfo I y los salernitanos habían aprovechado el alejamiento de los
soldados germánicos para expulsar a su segundo hijo Pandolfo llamando en su lugar
al duque de Amalfi Manson III. El 4 de noviembre Otón llegó a Nápoles, donde fue
bien recibido por el patricio Sergio III, celoso sin duda de las ventajas que el golpe
había proporcionado a su rival amalfitano. A principios de diciembre el emperador
llegó ante los muros de Salerno decidido a tomarla por la fuerza pero la resistencia
de la ciudad le obligó a llegar a un acuerdo con Manson, que retuvo el control de la
villa para sí y para su hijo Juan I a cambio de que ambos reconociesen su
soberanía. El ejemplo de Salerno fue pronto imitado por los ciudadanos de
Benevento que expulsaron al hijo mayor de Pandolfo I, Landulfo IV, y proclamaron
a su primo Pandolfo II. En esos momentos sólo Capua mostraba su adhesión a la
causa imperial pero Otón renunció a perder más tiempo en la resolución de las
interminables querellas de los estados lombardos y se decidió a reemprender la
invasión de Apulia con un brillante ejército en el que figuraban los arzobispos de
Colonia y Mayence y los obispos de Cambrai y Verdún. Además estaban presentes
contingentes suabos y bávaros encabezados por Otón, el sobrino del emperador, el
obispo de Augsburgo, el abad de Fulda y una multitud de señores llegados de toda
Alemania en un significativo precedente de lo que serían las cruzadas un siglo
después. La emperatriz Teófano acompañaba a su marido en la expedición.
El ejército germano inició su marcha desde Salerno el 6 de enero de 982 y penetró
en territorio bizantino haciendo alto ante Matera el 25 del mismo mes. Desde allí se
trasladó en marzo a las cercanías de Tarento. No se conocen con seguridad los
detalles de esta fase de la campaña pero parece bastante probable que el
emperador no haya sido capaz de penetrar en las ciudades asediadas y aunque
sabemos que prestó ayuda a las poblaciones en rebelión conocemos también que
ésta logró sostenerse por poco tiempo tras la derrota de Otón en Colonna pues
sabemos que el nuevo catepán Caloquiro Delfinas volvió a recuperarlas durante ese
mismo año 982.
Tras haber pasado casi cinco meses en Apulia Otón II condujo su ejército en
dirección a Calabria y tras atravesar el Crati fue en busca del ejército árabe. Las
noticias de la aparición del ejército germano llegaron en mayo a Abul Kassim que
procedió de inmediato a proclamar la yihad y se apresuró a remontar la costa de
Calabria con todas sus tropas para hacer frente al enemigo. Otón mientras tanto,
tras haber dejado en Rossano a Teófano con el obispo Dietrich de Metz y el tesoro
imperial, avanzó hacia el sur y derrotó a la vanguardia árabe en las cercanías de
Crotona obligándoles a replegarse. Pocos días antes, posiblemente en el puerto de
Tarento, había entrado en conversaciones con los protokaraboi de dos grandes
chelandia armados con fuego griego que allí habían recalado. Otón carecía de
medios navales de reconocimiento y convenció a aquellos para que zarpasen en
busca de noticias del enemigo. Pronto los marinos le informaron de que el ejército
musulmán se retiraba a toda prisa, lo que produjo en el joven monarca el deseo de
partir de inmediato con sus tropas más escogidas en persecución de los fugitivos.
Dejando atrás toda la impedimenta las tropas avanzaron a marchas forzadas hasta
alcanzar en la mañana del 13 de julio a las avanzadillas del ejército de Abul Kassim.
Viéndolos de lejos y desconocedor de las tácticas de su rival Otón creyó enfrentarse
a tropas muy escasas y dio de inmediato la orden de ataque. Lo que parecía una
escaramuza en la playa cercana al Cabo Colonna se convirtió pronto en una batalla
generalizada debido a un conocimiento muy deficiente de las posiciones que
ocupaba su enemigo. Creyendo tener enfrente sólo a una pequeña parte del
ejército árabe Otón se lanzó al ataque al frente de sus tropas. Abul Kassim detuvo
la marcha para revolverse y hacer frente a la masa de atacantes y dispuso a sus
hombres para formar una barrera al borde del mar. En un clima de febril exaltación
religiosa muchos guerreros germánicos hicieron sus testamentos en frente de sus
camaradas antes de lanzarse a la carga. Tras ello partieron al encuentro del
enemigo. En un terrible choque cuerpo a cuerpo ambos bandos se batieron con
igual fiereza hasta que una carga por el centro logró romper la línea árabe y llegar
hasta los estandartes del emir. Una cruenta pugna tuvo lugar alrededor de las
insignias que finalizó con la muerte de todos los árabes que allí combatían, entre
los que se encontraba el propio Abul Kassim, derribado por un golpe mortal en la
cabeza.
El sacrificio de este valeroso grupo permitió que el resto del ejército árabe pudiera
reagruparse y volver a la lucha aunque la noticia de la muerte de su jefe hizo cundir
el desaliento entre las filas y provocó su retirada desordenada bajo los golpes de los
caballeros alemanes. Otón se creyó vencedor de la jornada y queriendo aprovechar
el impulso ordenó a sus agotados hombres que emprendieran de inmediato la
persecución de los fugitivos. El combate había tenido lugar en medio del calor
sofocante de mediados de julio, en condiciones muy duras para hombres
pesadamente acorazados y poco acostumbrados a soportar ese clima ardiente. A
pesar de ello el ejército cristiano se lanzó a la persecución a través de caminos
difíciles bordeados por el mar a su izquierda y escarpadas montañas a su derecha
en un terreno salpicado de torrentes y muy propicio para las emboscadas. Era la
ocasión que esperaban sus enemigos, muy acostumbrados a ese tipo de guerra y
ardiendo en deseos de venganza. Agrupados en las alturas observaron como los
cristianos se desorganizaban en su apresurada persecución y se prepararon para
dar el contragolpe decisivo esperando el momento propicio.
Este llegó cuando divisaron al propio Otón que se había adelantado
imprudentemente con algunos caballeros en persecución de un grupo de jinetes que
huían por la orilla. De repente surgieron árabes por todas partes que se
abalanzaron desde las alturas con fieros rugidos y el ejército germano se vió
asaltado súbitamente por tres lados y obligado a combatir de espaldas a la costa. El
combate se convirtió muy pronto en una carnicería en la que los cristianos debieron
elegir morir por la espada o arrojarse al mar. Esta lucha sin piedad duró hasta la
noche, momento en el que muchos murieron sin saberlo a manos de sus camaradas
en medio de la terrible confusión. La lista de los magnates y señores principales
caídos era escalofriante. En la batalla perecieron Ricardo, el portador de la lanza del
emperador, el conde Otón, jefe de los guerreros francos, los margraves Bertoldo y
Gunther de Misnia, los condes Tietmar, Bezelin, Gebard, Ezelin, Burcardo, Dedi,
Conrado, Irmfrido, Arnoldo e innumerables guerreros y caballeros menores. Por su
parte la iglesia perdió al obispo Enrique de Augsburgo y al abad Werner de Fulda
entre otros muchos de los que, como dijo el cronista Tietmar de Merseburgo “sólo
Dios sabe el nombre”. Otro contemporáneo se lamentaba amargamente:
“Allí pereció bajo la espada de los infieles la flor de la patria, el ornamento de la
rubia Germania, la juventud tan querida para el emperador, que debió asistir a la
masacre del pueblo de Dios bajo la espada de los sarracenos, la gloria de la
cristiandad hollada bajo los pies de los paganos.”
También los señores lombardos tuvieron que lamentar sensibles pérdidas por su
alianza con el emperador pues en la batalla cayeron Landulfo, príncipe de Capua,
hijo mayor de Pandolfo I y otro hijo de éste, Atenulfo además de sus sobrinos
Ingulfo, Vadiperto, Guido de Sessa y el marqués Trasamundo de Tuscia.
Los supervivientes no encontraron alivio a sus sufrimientos tras la batalla. El tórrido
calor y la sed hicieron perecer a muchos de los agotados fugitivos y muchos más
fueron hechos prisioneros para ser llevados atados y desnudos a la venta como
esclavos en los mercados de Palermo, Mahdia y Cairo.
Entre los supervivientes se encontraba el propio emperador que pudo escapar
milagrosamente con vida. Rodeado de enemigos consiguió romper el cerco y huir
seguido por su sobrino Otón, el duque de Baviera. Mientras cabalgaba a rienda
suelta por la costa divisó a poca distancia dos embarcaciones. Se trataba de los dos
chelandia con cuyos capitanes había estado en contacto pocos días antes. En ese
momento su agotado caballo se detuvo negándose a seguir adelante. Un judío de
nombre Calónimo que le seguía desmontó y le ofreció su montura a la que Otón
subió de un salto para seguir cabalgando hacia el mar. Lanzándo su caballo en
medio de las olas pidió a gritos a la tripulación del navío más cercano que le
salvasen de los perseguidores que ya se acercaban pero el navío se alejó sin
detenerse. Desesperado, Otón regresó a la costa y descubrió que sus
perseguidores, ignorantes de su identidad, se habían alejado en busca de otras
víctimas. A su regreso a la orilla sólo encontró a Calónimo, que no le había querido
abandonar mientras que el duque de Baviera había continuado la huida. A lo lejos
los dos hombres divisaron otro grupo de jinetes árabes que se dirigía hacia ellos.
Desesperado Otón se lanzó de nuevo al mar intentando alcanzar otro barco que se
veía a lo lejos. Entretanto sus perseguidores habían llegado hasta la orilla y
mataron de inmediato al fiel judío pero no se atrevieron a seguir al caballo de Otón,
que nadaba con fuerza en dirección a la embarcación haciéndole signos para que se
detuviesen. El capitán, al ver al jinete que intentaba escapar de una muerte segura,
se compadeció y dió órdenes de recoger al agotado caballero. Una vez a salvo la
mayor preocupación de Otón fue la de ser descubierto y llevado a Constantinopla
de modo que intentó ocultar su identidad pero fue reconocido por un oficial de
origen eslavo llamado Xolunta que en otro tiempo había servido a sus órdenes.
Compadecido el hombre le hizo en secreto señales para que no revelase su nombre
y convenció al capitán de que el jinete era un noble germano por el que podría
obtener un gran rescate, pero que sería necesario dirigirse a Rossano para cobrarlo,
pues allí estaba depositado el tesoro imperial. El capitán consintió en ello y al día
siguiente la embarcación fondeó en el puerto para entrar en tratos sobre la
liberación del cautivo. Xolunta pudo descender a tierra con el pretexto de negociar
el rescate y así enviar un aviso a Teófano y al obispo de Metz. Muy pronto ambos
acudieron angustiados al muelle para negociar acompañados de una larga hilera de
bestias de carga que transportaban el tesoro imperial. Al ver esto el protocarabos
ordenó echar el ancla para iniciar las negociaciones mientras el obispo salía en una
lancha con algunos oficiales en dirección al chelandion. Los bizantinos, confiados,
dejaron subir a bordo al obispo Dietrich que, bajo algún pretexto, consiguió que
Otón cambiase su cota de mallas por una vestimenta más ligera. En un momento
de descuido el emperador se arrojó por la borda y empezó a nadar en dirección a la
costa. Un marinero intentó detenerlo pero fue muerto por Liuppo, uno de los
hombres del séquito del obispo. Los griegos, repuestos de la sorpresa, intentaron
iniciar la persecución pero los caballeros germanos empuñaron sus espadas y les
hicieron retroceder. Simultáneamente numerosas embarcaciones salieron de la
orilla cargadas de guerreros en defensa de su príncipe. Por fin Otón pudo alcanzar
la orilla y fue puesto a salvo por sus hombres en medio de la desbordada alegría de
todos. Fiel a su compromiso comunicó al barco bizantino que estaba dispuesto a
recompensar magnificamente sus servicios, pero el capitán no se fió de la palabra
de su antiguo prisionero e hizo vela de inmediato para alejarse de Rossano.
Tras alcanzar la playa Otón se dirigió de inmediato a reencontrarse con Teófano.
Aquí los cronistas sitúan un episodio singular: en medio de la alegría del encuentro
y alterada por las angustias padecidas la emperatriz hizo comentarios desdeñosos
sobre la valía de los ejércitos germanos, lo que provocó el furor de Otón y una
disputa entre ambos esposos, la única seria durante su matrimonio, que provocó un
distanciamiento durante meses de lo que puede dar muestra indirecta la evidencia
de que hasta el mes de julio del año siguiente el nombre de la emperatriz no
apareció al lado del de su esposo en los diplomas imperiales.
De inmediato Otón abandonó Rossano y se dirigió a Cassano adonde llegó antes de
acabar el mes de julio. Desde allí atravesando las montañas del Mercurion pasó a
tierras de Salerno el 2 de agosto y el 18 de ese mes hacía su entrada en la propia
capital. Desde allí Otón marchó a Capua, la única capital lombarda en la que tenía
partidarios fieles, donde invistió como nuevo príncipe a Landenulfo, cuarto hijo de
Pandolfo I, y se preparó para regresar a Roma y rehacer su ejército.
La batalla de Colonna fue un desastre para ambos bandos. Los árabes tras la
pérdida de su jefe tuvieron que regresar a Sicilia pero en Italia y el Imperio lo único
en lo que se reparó fue en la tremenda derrota de Otón y la pérdida de su ejército.
En medio de la enorme conmoción que sacudió toda Alemania estallaron revueltas
en las fronteras del Elba y los propios servidores del emperador criticaron la
ligereza e imprudencia de su aventura italiana mientras que en el norte de Italia las
poblaciones se sublevaron contra los obispos como partidarios demasiado fieles de
la voluntad de su señor y se negaron a obedecer los decretos imperiales. Para
animar a sus partidarios en el mes de junio de 983 Otón convocó en Verona una
gran asamblea en la que los señores de Alemania e Italia volvieron a proclamarlo
rey de Germania e Italia al igual que a su hijo Otón entonces con tres años de
edad. Queriendo borrar el recuerdo de su fracaso Otón se propuso organizar una
nueva expedición en la que sólo pudo reclutar tropas italianas debido a las muchas
pérdidas que sus súbditos alemanes habían sufrido y a la necesidad de proteger las
fronteras en el noreste.
En septiembre Otón II llegó a la región de Larino en Benevento preparado para
iniciar la nueva campaña pero la noticia de la muerte del Papa Benito VII y el temor
a una revuelta en Roma hicieron dar marcha atrás al emperador. En la ciudad santa
Otón se aseguró de que su canciller, el obispo Pedro de Pavía, fuese proclamado
como Juan XV. Poco después el emperador cayó enfermo de disentería y falleció el
7 de diciembre de 983 a los veintiocho años de edad. Su cuerpo fue enterrado en
San Pedro cerca del sepulcro de los Apóstoles. Con la muerte de Otón se puso fin a
una época de intervenciones germánicas en Italia. Harán falta más de cuarenta
años para volver a ver a un emperador alemán interviniendo con su ejército en
tierras de Apulia.
Mientras tanto en Sicilia los árabes, debilitados por la pérdida de su carismático
jefe, no reemprendieron sus incursiones hasta 986 por lo que las autoridades
bizantinas, espectadores pasivos de los últimos acontecimientos, terminaron
obteniendo un provecho por el debilitamiento de todos sus rivales, también incluso
en el caso de los lombardos, que habían perdido a los príncipes de Capua y
Benevento en la jornada de Colonna y que en estos momentos no estaban en
disposición de ofrecer una oposición decidida a los avances bizantinos. Los últimos
rebeldes en Apulia se sometieron a Caloquiro Delfinas y los obispos latinos, que
habían defendido la causa del Imperio, fueron recompensados por el catepán con
importantes privilegios.
+
Reformas administrativas: La instauración del catepanato
El primer texto que hace mención de un katepâno de Italia es un diploma fechado
en la primavera de 970 a favor de la iglesia y monasterio de San Pedro de Tarento
por el anthypatos y patricio Miguel en el que se hace mención a su antecesor en el
cargo el catepán Miguel Abidelas. Por esta misma época fue redactado el Taktikon
llamado del Escorial en el que se cita al catepán de Italia (término intercambiable
con Longobardia en la nomenclatura oficial) en el puesto número 20, tras el
catepán de Mesopotamia y el duque de Tesalónica, mientras que los strategoi de
Sicilia, Longobardia y Calabria ocupan en la citada lista de dignidades los puestos
del 60 al 62. La última referencia oficial conocida anterior a esa fecha es la de
Mariano Argiro en 956, momento en el que se sigue utilizando todavía la
denominación de “estratego de Calabria y Longobardia” por lo que es en este
período cuando cabe situar la reforma, muy posiblemente durante el reinado de
Nicéforo Focas.
A partir de este momento y hasta el final de la dominación bizantina en Italia el
catepán sustituye al antiguo estratego de Longobardia en su gobierno de Bari.
Posiblemente es razonable conectar este cambio administrativo a una reforma que
se proponía mejorar la defensa de las posesiones bizantinas en Italia.
Hasta entonces los territorios administrados por Bizancio se dividían en dos
provincias: Longobardia y Calabria, gobernadas cada una por un estratego
independiente. Aunque ambos tenían a su cargo funciones diplomáticas y militares
el ámbito de acción era distinto. Para el primero correspondía la relación con los
príncipes lombardos, regular sus intercambios diplomáticos con Constantinopla y
hacer valer la autoridad imperial en la medida de sus posibilidades. Para el segundo
quedaba el trato con el emirato de Sicilia regulando sus incursiones en tierra firme
mediante el pago de una contribución regular.
También en la población de ambos themata había profundas diferencias,
especialmente el predominio cultural y religioso de lo griego en Calabria frente a la
mayoría latina y lombarda en Apulia, cuyos obispos eran ordenados desde Roma.
Diferentes medios y diferentes políticas provocaron durante toda la primera mitad
del siglo X que la mala coordinación y dispersión de fuerzas hicieran fracasar todos
los intentos para establecer una paz duradera en Italia meridional. La primera
reacción ante estas deficiencias organizativas se atestiguan desde 950 cuando el
patricio Malaceno, al mando del ejército de socorro, llega investido con la autoridad
suprema y los strategoi locales deben unir como subordinados sus fuerzas a las
suyas pero sólo se trata de una medida excepcional y provisional. Pocos años más
tarde Mariano Argiro es nombrado también estratego de Longobardia y Calabria
pero posiblemente tras la paz los dos themata volvieron a ser gobernados por sus
respectivos oficiales.
Hacia 965 Nicéforo Focas envió a Bari para gobernar simultáneamente Longobardia
y Calabria al magistros Nicéforo Hexacionites en una decisión recibida con
expectación en Italia pues, como nos cuenta el biógrafo de la Vida de San Nilo,
nunca se había visto en esas tierras un funcionario de tan alta dignidad. Es en estos
momentos cuando se sitúa el episodio de la quema de barcos en Rossano
provocada por el deseo del nuevo gobernador de mejorar el estado de la defensa
marítima de Calabria. En esos días apenas algunos pocos barcos patrullaban a lo
largo de las costas de modo que en caso de necesidad se hacía necesario recurrir a
la flota imperial o a la de los themata marítimos. Parece claro que en esta época en
Constantinopla se veía claramente la necesidad de reformar la administración
italiana estableciendo una unión más estrecha entre ambos territorios. Por aquellos
años aparece en Rossano un alto funcionario civil, Eupraxio, que es llamado “juez
imperial de Italia y de Calabria” al tiempo que en el terreno religioso se busca la
unificación del clero intentando asegurar también en Apulia la supremacía del rito
griego. Fue éste un período de recuperación que asistió a la reconstrucción de
Tarento, posiblemente en 967/968, hasta entonces abandonada tras su destrucción
en 928 a manos de los árabes. La ciudad fue por completo reconstruida a partir de
los restos de la antigua villa y emplazada ahora en la cima de la acrópolis. La nueva
población, reclutada entre las poblaciones vecinas pero contando también con
colonos griegos, fue servida por un acueducto de cerca de 40 Km. que abastecía a
la ciudad con las aguas de Vallenza. Pronto Tarento recuperó su posición de antaño
hasta consolidarse como la segunda ciudad de Calabria y se convirtió en sede de un
obispado dependiente del metropolitano de Reggio. Parece datable también de este
período o en todo caso de principios del XI la fundación de Catanzaro y de la
cercana fortaleza de Rocca Niceforo (actualmente Rocca-Falluca). Paralelamente a
estos esfuerzos reconstructores el emperador, de acuerdo con el patriarca Polieucto,
dictó órdenes para acelerar la helenización de las provincias italianas en el plano
religioso impidiendo la práctica de las ceremonias de rito latino en las tierras
sometidas a la autoridad de Bizancio. Tal y como Liutprando hace notar en su
Legatio:
“Nicéforo, lleno de odio contra vos (Otón I) y contra la Iglesia, acaba de ordenar al
patriarca de Constantinopla que transforme el obispado de Otranto en
metropolitano y que no se tolere que los divinos misterios se celebren en lengua
latina en ninguna localidad de Apulia o Calabria. A partir de ahora sólo se podrá
usar la lengua griega. El patriarca Polieucto, en consecuencia, ha dado la orden al
jefe de esta iglesia de Otranto concediéndole pleno poder para consagrar obispos
en las iglesias de Acerenza, Tursi, Gravina, Matera, Tricarico, todas ellas
dependientes sin duda alguna del papa de Roma.”
Seguramente la creación del título de catepán de Italia debe remontarse también al
reinado de Nicéforo Focas, pues en el diploma de 970 se hace alusión a una
donación anterior de otro catepán. No obstante el título no supone que la autoridad
del nuevo oficial se extendiera por igual en ambas regiones ya que en la titulatura
el término “Italia” no se aplica nunca a Calabria y este thema mantuvo siempre su
individualidad aunque parece que progresivamente se fue convirtiendo en
subordinado del de Italia. Finalmente el uso del término katepâno para el oficial al
mando en Italia se explica por la constatacion de que en el siglo X el gobierno
imperial tendía a llamar así a los oficiales al mando en regiones fronterizas (de Baja
Media, de Iberia, de Dirraquio, etc.) o a cargo de tropas auxiliares (como los
Mardaítas o los eslavos de Opsikion). La propia Italia era una región fronteriza en la
que el oficial al mando debía tener unas atribuciones y una autonomía superiores a
la de un estratego normal. El oficial al mando ejercía una autoridad incontestada
sólo sujeta por el poder central mediante la breve duración de los cargos y la
posibilidad siempre presente de una investigación al término de los mismos para
decidir sobre las posibles faltas y abusos de poder cometidos durante el mandato.
Las especiales circunstancias que caracterizaban las provincias italianas exigieron
siempre de la praxis administrativa bizantina una particular flexibilidad. El gobierno
de un territorio con una población mayoritariamente de lengua latina, que dependía
en lo eclesiástico de Roma y no del Patriarca y que en el plano jurídico seguía
utilizando el derecho lombardo implicaba la concesión de una amplia autonomía y el
reconocimiento de las limitaciones del gobierno imperial para imponer su voluntad.
Una voluntad que conoció altibajos muy señalados a la hora de ser aplicada a unos
súbditos en ocasiones muy reacios a aceptar las imposiciones que llegaban del otro
lado del Adriático.
A la cabeza de la estructura administrativa de los themata de Sicilia-Calabria y
Longobardia, al menos hasta el final del reinado de Nicéforo Focas, se situaba un
estratego con atribuciones civiles y militares. Cuando se instituyó el catepanato,
alrededor de 969, el thema de Calabria mantuvo su independencia bajo su propio
gobernador. La norma administrativa bizantina impedía habitualmente los mandatos
de larga duración y durante este período un oficial no permanecía en su puesto
habitualmente más de cuatro años. El rango de los gobernadores en la primera
época era normalmente de protoespatario o patricio. Con la llegada de los
catepanes el rango de los oficiales seleccionados fue habitualmente el de patricio y
sólo en épocas críticas como en la década de 1040 fueron nombrados para el cargo
magistros o duques. La nueva organización no trajo sin embargo novedades en
cuanto a las competencias del gobernador de Italia pues en todos los casos se ve a
los catepanes atender, además de sus tareas militares, asuntos judiciales,
confirmando privilegios a instituciones religiosas y a particulares, decidiendo en
cuestiones administrativas, etc.
Cuando las circunstancias lo requerían el estratego o catepán delegaba en un
representante denominado ek prosopou, aunque el oficial subordinado que más
frecuentemente aparece en las fuentes es el turmarca. Habitualmente un thema
estaba dividido en varias turmas, cada una con un turmarca a su frente. En Italia
este sistema fue aplicándose a medida que se comenzaron a reconquistar tierras a
finales del IX. Cuando el estratego Barsacio regresó en 895 a Bari tras su estancia
en Benevento dejó en la ciudad al turmarca Teodoro al mando. Los turmarcas eran
nombrados directamente por el emperador y tenían mando directo sobre un
contingente de tropas aunque su importancia se devaluó ya en la primera mitad del
siglo X, cuando Constantino Porfirogénito, hablando de los preparativos para la
expedición a Creta de 949, distingue dos tipos de turmarcas con diferente nivel de
retribución y ya en los años 70 el cargo había descendido tanto en la jerarquía que
no es citado en el Taktikon de El Escorial.
En el caso italiano abundan las referencias a los turmarcas asociadas a actividades
de tipo judicial y realizadas por indígenas, aunque no es descartable que éstos
siguiesen desempeñando funciones de tipo militar. Las turmas estaban a su vez
divididas en druggoi y éstos a su vez en banda o topoteresiai aunque hasta el
momento no han podido ser identificadas y delimitadas con seguridad en Italia.
Subordinado al turmarca aparecían los oficiales de gradio medio: el merarca, y tras
él el komes tes kortes, componente del estado mayor (proeleusis) del gobernador
de la provincia, detentando habitualmente el rango de espatario o
espatarocandidato. El kartoularios tou thematos era el responsable del catastro
provincial, dependiente por un lado del estratego pero también relacionado con la
oficina del Logoteta del Stratiotikon. Otro miembro del séquito del gobernador era
el domestikos tou thematos que junto a kometes de los banda, centarcas,
protocentarcas, un proximos y protocancelarios son mencionados en las fuente
asumiendo diversas funciones administrativas y judiciales.
Más definidos en sus competencias eran otros dos funcionarios que trabajaban a las
órdenes del estratego: el protonotarios tou thematos, a cargo de la administración
financiera y el krités, dikastés o praitor tou thematos, que ejercía la función de juez
supremo de la provincia. Ambos, al igual que el cartulario, respondían ante el
gobernador y la administración central, en este caso del Sakellion. Los jueces solían
ser profesionales de la carrera notarial, frecuentemente con el rango de asekretis, y
dependían del protoasekretis de Constantinopla hasta la creación durante el reinado
de Constantino IX Monómaco de la oficina epi ton criseon.
Se reconocen también en las fuentes los cargos de taxiarca, oficial al mando de una
fuerza de 1.000 soldados y que desde fines del X aparecen en Italia ocupados en
cuestiones de ámbito civil y topotereta, éste último muy posiblemente vinculado al
mando de pequeñas guarniciones y no exento de funciones extramilitares. En todos
los casos, a la vista de la documentación conservada, las funciones y competencias
de los distintos oficiales de la administración bizantina parecen menos rígidas de lo
que se pudiera pensar y más adaptada por ello a las necesidades del momento.
El sistema defensivo de los themata italianos se basaba en la autonomía militar de
cada circunscripción y sólo en momentos de crisis o en caso de expediciones se
emplearon tropas llegadas de otras regiones. La base económica del ejército era la
strateia, carga no necesariamente militar que desde finales del X fue
progresivamente convertida en dinero. En pocas ocasiones el poseedor de un
stratiotikon ktema coincidía con un soldado en ejercicio, aunque era responsable de
los gastos derivados de la adquisición y mantenimiento del armamento ante el
fisco, lo que explica la circunstancia de que frecuentemente encontremos a clérigos
en posesión de stratiotika ktemata y por tanto sujetos al pago de la strateia. Las
necesidades acuciantes de defensa de las provincias italianas sobrepasaron en
mucho la capacidad de las milicias locales y exigieron la presencia casi constante de
tropas llegadas desde otras partes del Imperio. La progresiva profesionalización del
ejército bizantino desde mediados del siglo X disminuyó todavía más la importancia
de los reclutas italianos a los que encontramos a lo largo del siglo XI enrolados
como milicia de infantería ligera (contaratoi o conterati como son llamados en las
fuentes) de escaso valor militar. En su lugar las batallas fueron libradas
principalmente con soldados de exóticos orígenes: rusos, armenios, válacos además
de una amplia representación de los themata orientales.
Entre los oficiales documentados en las fuentes encontramos abundantes
referencias a miembros de las scholae, excubitores y manglabitas y también, a
partir de 1040 hay alusiones a los pantheotai, miembros de un cuerpo de la guardia
palatina constantinopolitana, desempeñando funciones de carácter judicial.
En el ámbito judicial el derecho lombardo siguió siendo utilizado entre la población
latina de Apulia. Los iudices de cada población se hacían cargo de los procesos
jurídicos en su área de actuación y en muchos casos se alternaban en las funciones
los krités y los gastaldi. Éstos últimos, originariamente los funcionarios provinciales
lombardos de rango más elevado, habían sufrido una pérdida de importancia a lo
largo del siglo IX incluso en los principados de Benevento y Salerno y aparecieron
desde entonces aplicados a funciones administrativas de rango subalterno como la
realización de contratos de donación, adquisición y permuta de tierras o divisiones
de herencia. En cualquier caso no parece que haya habido especiales problemas en
su integración en el sistema administrativo bizantino, bajo el cual siguieron activos
sin mayores problemas. Esa flexibilidad de la administración imperial se trasladó
también a la práctica utilizada en algunas comunidades cercanas al santuario del
Monte Gargano con población de mayoría eslava y en la que la administración de
los asuntos judiciales quedó también a cargo de los zupan locales.
La autoridad superior a los jueces y gastaldos era el turmarca de la ciudad, muy
frecuentemente de origen lombardo. En caso de no disponer de uno los asuntos
eran dirigidos a la instancia superior, bien fuese el krités tou thematos, el ek
prosopou o el estratego o catepán mismos si era necesario o si ocurría que llegasen
a la población durante un viaje de inspección.
En los asuntos portuarios el parathalassites tenía la jurisdicción suprema,
decidiendo sobre todas las cuestiones que afectaban a la marina mercante desde su
sede en el puerto de Bari. Este cargo siguió en vigencia durante la época
normanda.
La administración financiera en la Italia bizantina en principio no difería de los
procedimientos observados en otras partes del Imperio. Los estrategos y catepanes
podían otorgar exenciones a iglesias y monasterios imitando el ejemplo de la corte
imperial. Los funcionarios fiscales eran también los mismos: el protonotario,
encargado provincial del Sakellion, el cartulario, que formaba parte del Logothesion
tou stratiotikou, y los kommerkiarioi, funcionarios de la aduana que dependían del
Logothesion tou genikou. También aparecen en las fuentes los administradores de
los bienes imperiales, curatores y episkeptitai, que en ocasiones parecen haber
dependido de la autoridad del catepán y no del gobierno central. En un primer
momento, cuando el control sobre las tierras reconquistadas no era firme todavía el
gobierno bizantino optó por mantener el sistema tributario tradicional en el país, tal
y como se ve en los privilegios del año 892 en los que los monasterios de
Montecassino y San Vicente de Volturno son exentos de todos los impuestos
(datio), tributos, derechos de puente y puerta (portaticum) y de amarre
(ripaticum). En fechas posteriores el único impuesto documentado es el
kommerkion recaudado por los funcionarios correspondientes asentados en Bari.
Curiosamente los ciudadanos de Bari estaban obligados a pagar el kommerkion de
nuevo en Abidos en caso de dirigirse a Constantinopla y en el tratado firmado con
Venecia en 992 se prohibía a sus marinos transportar en sus naves mercancías o
comerciantes amalfitanos, judíos y barenses so pena de perder todo el cargamento.
A pesar de ello el tráfico con la capital parece haber sido floreciente a lo largo del
siglo XI a juzgar por las numerosas referencias a naufragios de naves mercantes en
esa ruta.
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Italia bizantina 983-1030

El hostigamiento de los piratas musulmanes


Tras la fallida empresa de Otón II y la derrota de Colonna las tropas bizantinas
pudieron ir recuperando paulatinamente las villas de Apulia que habían sido
ocupadas por los alemanes durante su campaña. Así sabemos que ya en diciembre
de 982 el patricio Delfinas había recuperado Ascoli Satriano tras haber entrado en
Bari en junio anterior y que en el año 983 los documentos jurídicos de Lucera
volvieron a ser datados con los años del reinado de los emperadores Basilio y
Constantino. El 11 de junio de 984 los hermanos Teofilacto y Sergio, sin duda
ciudadanos prominentes y cabeza del partido probizantino, hicieron entrega de Bari
tras haber expulsado a la guarnición alemana, siendo ambos recompensados con el
título de protoespatario. Posiblemente en estos momentos la administración
bizantina de los dos themata se organizó más sólidamente bajo la autoridad de un
único jefe militar, el catepán, con residencia en Bari. Si bien el primero atestiguado
en las fuentes es Miguel Abidelas, citado ya en un acta de 970 es a partir de estos
momentos cuando se regulariza su situación.
La atención de los bizantinos en Italia se volvió sobre la amenaza musulmana cada
vez más presionante frente a unas defensas reducidas a la condición de milicias
locales, e imposibilitadas de recibir refuerzos desde Constantinopla en una época de
revueltas, guerras civiles y enfrentamientos con los búlgaros. Los gobernantes de
los años finales del X y comienzos del XI, de los que conocemos a Caloquiro
Delfinas (¿980?-984), Romano (984-988), Juan Amirópulo (989-?), Gregorio
Tarcaniotes (998-1006) y Alejo Jifias (1006-1008) seguramente tuvieron muy pocos
medios con los que enfrentarse a la amenaza que llegaba desde las costas. Por ello
los piratas y corsarios sarracenos multiplicaron sus algaradas en esos años finales
del siglo X, saqueando, obteniendo rescates de las poblaciones y atreviéndose
incluso a ocupar en firme diversas localidades. En 986 cayó la ciudad de Gerace y al
año siguiente fueron destruidas las murallas de Cosenza.
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sulmanes parecen haber aprovechado unos años de revueltas y agitaciones
especialmente acentuadas pues se nos da cuenta en 986 de la muerte en Bari del
protoespatario Sergio a manos de sus conciudadanos. Este Sergio había sido uno de
los protagonistas de la recuperación de Bari dos años atrás. Al año siguiente fue el
turno de un tal Andraliscos o Adralestos, muerto por el krités Nicolás, jefe de otra
revuelta. Esta asonada en Bari debió tener bastante importancia pues no se
documenta el final de la misma hasta 989, ya con Juan Amirópulo al mando, que
hizo ejecutar a los cabecillas entre los que se encontraban Porfirio, el krités Nicolás
y el hikanates León. Y a pesar de todo la paz no llegó a la capital pues al año
siguiente se registraron nuevas muertes de funcionarios imperiales, esta vez los
excubitores Pedro y Bubalés. Posiblemente tengamos que ver detrás de toda esta
inestabilidad cuestiones de tipo fiscal y exacciones monetarias muy mal recibidas
por parte de la comunidad ciudadana de la capital.
La presencia de los piratas siguió siendo constante en estos años y pronto la misma
Bari fue amenazada directamente en el año 988, cuando los corsarios llegaron a
saquear los suburbios y llevan prisioneros a Sicilia a gran cantidad de campesinos.
Aunque no asediaron todavía Bari sí se atrevieron a atacar Tarento en 991,
batiendo el 28 de agosto a un ejército de auxilio que había llegado desde Espoleto
al mando del conde Atón para unirse a las milicias locales de Apulia. Es posible que
las bandas árabes mantuviesen algunas bases en las zonas montañosas de
Basilicata, particularmente en la región de Pietrapertosa.
En 994 los corsarios se apoderaron de Matera tras un largo asedio de cuatro meses.
En ocasiones los invasores contaban con la colaboración local. Sabemos que en 997
un tal Esmaragdo, un lombardo que había sido exiliado de su ciudad natal de Bari,
asesinó en compañía de su hermano Pedro a un alto funcionario bizantino de Oria,
el excubitor Teodoro, posiblemente al mando de la guarnición local. La sublevación
se mantuvo durante todo un año y en octubre de 998 Esmaragdo entró en contacto
con un jefe musulmán, el caid Abu Said y le prometió facilitarle la entrada en Bari
valiéndose de sus contactos en la ciudad. En el último momento, ya ante los muros
de la ciudad, Abu Said sospechó una celada y se retiró apresuradamente.
Seguramente otros casos similares tuvieron lugar pues conocemos que en 999 el
protoespatario y catepán de Italia Gregorio Tarcaniotes recompensó a un oficial en
Tarento por los servicios prestados en la lucha contra los piratas, alabando su
fidelidad hacia el basileo “cuando tantos otros hacían causa común con el enemigo”.
Las fuentes de la época son unánimes al testimoniar los grandes padecimientos de
la población ante los ataques repetidos y la miseria que asoló por estos años toda la
Italia meridional.
Tarcaniotes, miembro de una familia que habría de destacarse a lo largo del siglo
siguiente, parece haber sido un soldado enérgico que se aplicó pronto a dominar las
distintas revueltas. En 999 recuperó Gravina de manos de unos rebeldes lombardos
guiados por un tal Teofilacto. Al año siguiente le tocó el turno finalmente a
Esmaragdo. De Tarcaniotes se conservan varios sigillia en el monasterio de
Montecassino en los que se hace donación de propiedades a diversas instituciones
religiosas y también a particulares que, como el otorgado al espatarocandidato
Cristóforo Bocomaqués en noviembre de 999, se habían distinguido “en
recompensa por su valerosa y patriótica actitud al servicio de los santos
emperadores en la lucha contra los miserables agarenos”.
Venecia y Bizancio compartían el objetivo común de proteger las costas del
Adriático y el tráfico marítimo contra los eslavos, croatas y árabes. Para la primera
ésto significaba un acceso libre al Mediterráneo y para Bizancio la garantía de
comunicaciones despejadas entre la capital y las provincias italianas. En marzo de
992 los emperadores Basilio II y Constantino VIII llegaron a un acuerdo con
Venecia que nos ha sido transmitido por la traducción latina del crisóbulo original.
De acuerdo con este tratado el emperador garantizaba privilegios aduaneros a los
barcos venecianos en los puestos de Constantinopla y Ábydos mientras que el dogo
Pedro II Orseolo prometía asistencia naval siempre que el emperador necesitase
enviar tropas al sur de Italia. En los siguientes años el acuerdo funcionó a
satisfacción de ambas partes: Venecia sin duda contó con la colaboración bizantina
durante su exitosa expedición a Dalmacia en 1000/1001 que le reportó la toma de
Zara, Curzola y Lagosta. Y la ayuda veneciana fue fundamental para Bizancio tras
la captura de Dirraquio por los búlgaros en la década de los noventa, pues la toma
de ese importante enclave supuso la interrupción de las comunicaciones directas
entre Bizancio y las provincias italianas. Esas cláusulas del tratado tuvieron que
hacerse efectivas muy pronto a raíz de un recrudecimiento de los ataques piratas a
partir de 1002 cuando la propia Bari fue tomada como objetivo y presa. Un
numeroso ejército al mando del caid Safi asedió la ciudad por tierra y mar desde
finales de mayo hasta el 20 de septiembre. Sólo la llegada de la flota veneciana el 6
de septiembre, al mando del propio Dogo Pedro II Orseolo pudo avituallar a la
población presa ya de la hambruna. Tras aportar el auxilio los navíos venecianos se
hicieron a la mar para enfrentarse a la flota sitiadora, mientras las tropas de
Tarcaniotes realizaban una salida por sorpresa. Los combates en tierra y mar
duraron tres días y tuvieron gran intensidad, e incluso el propio catepán estuvo a
punto de caer prisionero en manos de los lombardos rebeldes que combatían junto
a los sarracenos. Por fin los sitiadores se dieron por vencidos en la noche del tercer
día y aprovecharon la oscuridad para retirarse. Bari se vió libre entonces de la
amenaza y Basilio II recompensó al Dogo con el matrimonio de María Argyrina con
su hijo Juan en el año 1004.
En estos años también se hablaba de renovar alianzas matrimoniales con la corte
germánica mediante el proyecto de enlace entre una princesa porfirogénita y el
joven Otón III. Cuando el embajador de éste último, el arzobispo de Piacenza Juan
Filagatos, griego de Rossano, antiguo tutor y canciller de Otón y fiel colaborador de
Teófano, regresó a Roma de su misión en 997 se vió envuelto en medio de
circunstancias poco claras en una conspiración contra el papa Gregorio V, primo del
emperador. Apoyado por los romanos, especialmente por la poderosa familia de los
Crescencios, asumió la tiara pontificia con el nombre de Juan XVI, posiblemente
incitado por las maquinaciones del embajador bizantino León, metropolitano de
Synada. Como dice Falkenhausen, es significativo de la influencia bizantina en Italia
en estos años que la elección de un papa griego fuese preferible a la de un sajón
para los romanos. En cualquier caso a finales del siglo X vivían en Roma y su
entorno un buen número de clérigos y monjes griegos, algunos de ellos de gran
predicamento y autoridad espiritual entre los romanos y la corte imperial como el
obispo de Damasco Sergio, Sabas el joven, Nilo de Rossano y Gregorio de Cassano.
Cuando en 998 el emperador cruzó los Alpes para reestablecer su autoridad en
Roma los rebeldes, incluido Juan, fueron cruelmente castigados pero las relaciones
entre ambos Imperios no se vieron dañadas por este episodio y las negociaciones
siguieron adelante. Sólo la muerte repentina de Otón el 23 o 24 de enero de 1002
puso fin al proyecto cuando ya el embajador imperial el obispo Arnulfo de Milán
acompañado por la novia bizantina había desembarcado en Bari. La desdichada
princesa tuvo que regresar a su patria con todos sus acompañantes.

Años turbulentos
Aunque Bari había sorteado el peligro todavía siguieron menudeando los ataques
árabes en otras zonas, principalmente en Calabria: en julio de 1006 llegó a Italia un
nuevo catepán llamado Alejo Jifias, muy posiblemente el Alejo Caronte padre de
Ana Dalasena citado por Ana Comneno en su Alexíada, y el 6 de agosto tuvo lugar
cerca de Reggio otra gran batalla naval, aunque esta vez fue la marina de Pisa la
que sirvió bien a los intereses de Bizancio. A pesar de todo el peligro y las
incursiones no cesaron inmediatamente pues en 1009 las bandas musulmanas
volvieron a invadir el valle del Crati y ocuparon de nuevo Cosenza.
A partir de estos momentos la amenaza en las costas se alejó gracias a la
colaboración de las flotas de las ciudades estado del norte. A ello contribuyó
también la recuperación de Dirraquio desde 1005, evento reconocido por la
aristocracia de Apulia como un hecho remarcable al permitir la reapertura del
tráfico y el comercio con Bizancio. Sin embargo las dificultades para las autoridades
bizantinas no se acabaron porque en los primeros años del siglo XI se asistió a un
recrudecimiento de la agitación en las comunidades locales, presas de continuas
luchas intestinas. Fue durante el mandato del nuevo catepán y anterior estratego
de Samos, Juan Curcuas, llegado en mayo de 1008 para reemplazar a Alejo Jifias,
fallecido en algún momento entre marzo y agosto de 1007, cuando estalló una
grave revuelta merecedora de ser recogida en la crónica de Skylitzés, más seria
que todas las producidas a lo largo del medio siglo anterior y que habría de tener
repercursiones de gran trascendencia en las décadas posteriores.
El 9 de mayo de 1009, poco después de la llegada a Bari de Curcuas, se inició en la
ciudad una revuelta encabezada por el adinerado ciudadano Meles o Melo. Éste,
quizá de origen armenio, fue lo suficientemente hábil para arrastrar a los habitantes
a un desafío abierto a la autoridad griega, lo que no era un hecho nuevo pues con
relativa regularidad se habían sucedido en los dominios bizantinos motines y
asonadas en los cuales no es necesario vislumbrar un deseo de desligarse del
destino de Bizancio. Tales revueltas frecuentemente estallaban por causas e
individuos concretos: no contra el Imperio sino contra un determinado funcionario,
por el odio hacia algún magnate (que portaba títulos y dignidades bizantinos) en
una secuencia que se repitió una y otra vez en las principales villas de Apulia.
Posiblemente también el factor económico debe ser tenido muy en cuenta, al no
estar limitados los catepanes por un monto fijo en la fijación de los impuestos
imperiales, lo que podía llevar a situaciones de abuso y sobrecarga fiscal que eran
muy mal recibidos por las poblaciónes locales, especialmente en momentos como el
invierno de 1009 que fue recordado en las crónicas por su excepcional crudeza. Tras
la eliminación de la amenaza musulmana seguramente las actividades comerciales
en la ciudad de Bari recibieron un nuevo impulso y es posible que los comerciantes
y gentes adineradas de la villa recibieran de muy mal grado las cargas financieras
que el nuevo catepán fijase a su llegada. Precisamente se nos dice que Meles era el
ciudadano más rico de Bari, aquel que tenía más que perder con el aumento de la
carga fiscal y el más interesado en que la situación no progresase en esa dirección.
No es descartable que el objetivo político de Meles fuese el de crear una estructura
política similar a los ducados de Amalfi o Venecia, ciudades con intereses marítimos
como los de Bari, y quizá lo confirma el hecho de que posteriormente fuese
premiado con el título de Dux Apuliae por el emperador germánico.
La insurrección en Bari se extendió con rapidez a Trani, y pronto se llegó al combate
entre ambos bandos, con una sangrienta lucha en las cercanías de Bitonto. La
milicia barense fue derrotada en el encuentro con las tropas del catepán, pero pudo
conservar el control de la ciudad para los sublevados. Es posible que por aquella
época hubiese otro choque, esta vez en Montepeloso y que los rebeldes contasen
con la ayuda de bandas de sarracenos que permanecían en la región.
En enero o febrero de 1010 murió también Juan Curcuas y en su sustitución llegó
en marzo el protoespatario Basilio Argiro, llamado Mesardonites, estratego de
Samos acompañado en calidad de lugarteniente por el estratego de Cefalonia León
Tornicio, apodado por su baja estatura Contoleón. Los dos oficiales pusieron sitio a
Bari desde el 11 de abril. Tras un asedio de dos meses los barenses capitularon
permitiendo al catepán la ocupación de la ciudadela en junio. Mesardonites exigió a
los vencidos la entrega de su cabecilla Meles pero éste huyó en el último momento
acompañado por su cuñado Datón. No tuvieron la misma suerte su mujer Maralda y
su hijo Argyros, que fueron enviados a Constantinopla como rehenes. Décadas
después su hijo volvería a Italia para tener un destacado papel en la escena
política, aunque en un contexto totalmente diferente. Para prevenir la amenaza de
futuras revueltas Mesardonites ordenó la construcción en la cercanía del puerto del
Praitorion, de la residencia fortificada del gobernador en el lugar donde luego a
finales del siglo se erigiría la iglesia de San Nicolás.
Mientras tanto el huido Meles llegó en su escapada hasta Ascoli, que también se
había manifestado a favor de la revuelta, pero los éxitos de Basilio Mesardonites
habían entibiado los entusiasmos revolucionarios de los amotinados y Meles no se
consideró todavía a salvo, por lo que optó por buscar asilo entre los principados
lombardos, primero en Benevento, luego en Salerno que le denegaron su apoyo y
finalmente en Capua, donde estableció su residencia.
Tras someter Bari y convertirla de nuevo en sede del gobierno del thema Basilio
Mesardonites emprendió un viaje a Campania para afirmar la soberanía del basileo
en la zona, forzando a los príncipes lombardos a mantener al menos una apariencia
de sumisión a Constantinopla, devolviendo así el prestigio a la causa imperial y
desanimando con ello a los rebeldes de Apulia. En octubre de 1011 se encontró en
Salerno con monjes de Montecassino a los que extendió un diploma confirmando la
protección de sus dominios en Apulia. Es posible que el catepán hubiese
emprendido también este viaje para intentar prender al fugitivo Meles, pero éste
consiguió finalmente sustraerse a su vigilancia en la corte de Pandolfo II de Capua,
con lo que el príncipe lombardo afirmó frente a Bizancio su deseo de mantener una
total independencia del Imperio.

La aparición de los normandos


Según la tradición conservada en Montecassino durante su estancia en Capua Meles
trabó conocimiento con un cierto número de normandos que allí prestaban sus
servicios como mercenarios. Conocedor de sus virtudes militares y sabedor de sus
ansias de aventura y riquezas les propuso llevar contra los bizantinos una nueva
tentativa. Por el contrario, de acuerdo con la tradición transmitida por la obra de
Guillermo de Apulia, se fija el primer contacto entre Meles y los normandos hacia el
final de 1011, en un encuentro con peregrinos que, de vuelta de Jerusalén, se
detuvieron en el santuario de San Miguel de Monte Gargano. Ante ellos se presentó
un lombardo exiliado, vestido a la moda bizantina, que dijo llamarse Meles. El
hombre les narró su historia y sus desventuras y, viendo en ellos a hombres
belicosos dispuestos a arriesgar todo en busca de fortuna, les expuso el atractivo
de la empresa por la facilidad con que los griegos podrían ser derrotados y el
inmenso botín del que se podrían adueñar en un país dispuesto a ser dominado por
aquel que tuviese la audacia de reclamar su señorío.
Ante este prometedor panorama los normandos prometieron a Meles regresar con
muchos más compatriotas para intentar la conquista de Apulia. De vuelta en su
Normandía natal esparcieron la noticia y pronto encontraron multitud de
compatriotas dispuestos a escuchar con agrado. La Normandía de principios del XI
estaba sobrepoblada de hombres sin posibilidades de labrarse un futuro en los
estrechos límites del ducado y, separados de su pasado vikingo sólo por dos
generaciones, conservaban el arrojo y la energía para lanzarse a cualquier empresa
que les pudiera proporcionar tierras, honores y riquezas.
Según la tradición los primeros normandos que acudieron a Capua a ponerse al
servicio de Meles habían tenido que huir de Normandía para escapar al castigo del
duque Ricardo II. Uno de ellos, Gisleberto Buatère, había sido acusado del
asesinato de un vasallo del duque, Guillermo Repostel, y llegó pronto a un acuerdo
con otros caballeros en malas relaciones también con el duque: Rainulfo, Aseligrín,
Osmudo, Lofuldo, todos ellos hermanos de Gisleberto, así como Gosman, Rufino,
Stigand y Raúl de Toeni junto con sus respectivos hombres de armas y servidores.
Raúl de Toeni parece haber sido el lider de los exiliados. El porqué de la elección de
Italia como destino está en otra tradición que nos cuenta que, alrededor del año
1000, cuarenta peregrinos normandos se detuvieron en Salerno de vuelta de un
viaje a Jerusalén. La ciudad estaba entonces asediada por los musulmanes y el
príncipe Guaimar, muy apurado, solicitó la ayuda de los recién llegados. Las
habilidades militares de los peregrinos contribuyeron decisivamente a la liberación
de la ciudad y el agradecido príncipe, tras recompensarles espléndidamente, les
rogó que difundieran al regreso a su hogar su petición para que otros compatriotas
acudiesen a alistarse como auxiliares a su servicio. No contento con esto Guaimar
envió directamente una embajada a Normandía y sus mensajes y las impresiones
de los peregrinos tuvieron gran acogida entre unos caballeros ávidos de riqueza y
asfixiados por la escasez de oportunidades que les esperaba en su tierra natal. El
tentador panorama de un país rico y la perspectiva de la guerra contra los infieles
sedujo facilmente a sus destinatarios y fueron los asesinos de Guillermo Repostel
los primeros que acudieron a la llamada desde Italia.
En 1015 o 1016 Gisleberto y sus compañeros llegaron a Capua tras haberse
detenido en Roma. Durante su estancia en la ciudad el Papa Benito VIII les había
animado a entrar al servicio de los príncipes lombardos, seguramente deseoso de
librarse de unos huéspedes potencialmente incómodos y considerándolos un arma
para contrarrestar la influencia bizantina en la zona. Es posible que sea entonces
cuando haya que situar históricamente la amenaza sarracena sobre Salerno, que la
tradición sitúa quizá erróneamente unos años antes. Tras desaparecer el peligro los
mercenarios se encontraron ociosos y sin empleo, por lo que éste pudo ser el
momento en que de acuerdo con Meles se dirigieron hacia Apulia. A la pequeña
banda de normandos se unieron contingentes lombardos reclutados aquí y allá por
Meles, haciendo llamamientos a todos los descontentos y capitanes de fortuna
hasta formar un ejército bastante numeroso con el que poder enfrentarse a las
tropas del emperador.

La primera invasión normanda


La irrupción de Meles y sus normandos en Apulia tuvo lugar en mayo de 1017 y de
inmediato los saqueos a los que se entregaron los recién llegados llenaron de terror
a los habitantes de las comarcas septentrionales de Apulia. La actitud desdeñosa de
los normandos por una población a la que consideraban reblandecida y acomodada
les sustrajo desde el primer momento el apoyo popular. Aunque la rebelión volvió a
surgir en alguna ciudad, como Trani, la mayor parte de las villas fueron tomadas a
la fuerza y no se produjo ningún tipo de movimiento en contra de la dominación
bizantina. La población asistió espantada, pero inactiva, a las evoluciones de esta
guerra.

En estos momentos al frente del catepanato ya no se encontraba Basilio


Mesardonites, trasladado a finales del año anterior al Epiro y posteriormente al
Vaspurakán. Su lugar había sido ocupado en mayo de 1017 por su antiguo segundo
de vuelta de nuevo en Italia, el estratego de Cefalonia y protoespatario Contoleón
Tornicio que, ante la noticia de la invasión, envió por delante a uno de sus
lugartenientes, el excubitor León Paciano. Ese mes de mayo tuvo lugar un primer
encuentro indeciso en Arenula, a orillas del Fortore. Pocas semanas después el
catepán se reunió con su subordinado y juntos se enfrentaron el 22 de junio en una
nueva batalla a los invasores cerca de Civitate. El combate terminó con una derrota
bizantina y la muerte de Paciano, tras lo que los vencedores pudieron proseguir su
marcha hacia el sur. Un tercer enfrentamiento tuvo lugar a mediados de julio en
Vacarizza, cerca de lo que luego sería Troia, con una nueva victoria de los hombres
de Meles. Las sucesivas derrotas del catepán provocaron su inmediata sustitución
ese mismo verano y su regreso a Constantinopla.
En su sustitución llegó un personaje que ocuparía un lugar central en la escena
política de la Italia Meridional durante el próximo decenio y que llevaría a la Italia
Bizantina a su período de mayor esplendor. Se trataba del nuevo catepán, el
protoespatario Basilio Boioannes, quizá de origen búlgaro, llegado en diciembre de
1017 en compañía del patricio Balantés y de un ejército considerable en el que
destacaban los auxiliares rusos.
Durante este tiempo los normandos y Meles habían avanzado hasta Trani, ocupando
en su camino diversos pueblos y villas. Para entonces ambos bandos habían
reforzado considerablemente sus números, porque si Boioannes contaba con
soldados profesionales a su mando por su parte los normandos de Raúl de Toeni se
habían beneficiado de la llegada incesante de pequeños grupos de compatriotas
atraídos por los sucesos acaecidos durante ese año y medio de combates.
Boioannes contaba por su parte con el poderoso estímulo del oro, del que había
sido bien provisto. Con su ayuda pudo ganar el concurso de las milicias locales y es
posible que probase a corromper a aquellas que militaban bajo el mando de Meles.
En cualquier caso los imperiales se tomaron su tiempo para realizar sus
preparativos. El gran retraso pudo haber sido debido a la necesidad de hacer frente
a las diversas sublevaciones que se produjeron a raíz de las derrotas del año 1017.
Intensos combates se produjeron en la región de Trani donde el protoespatario
Juanicio y el lombardo Romualdo se mantuvieron en rebeldía contra la autoridad
imperial. Finalmente las tropas del topoteretes Ligorio derrotaron a los rebeldes en
un enfrentamiento que le costó la vida a Juanicio. Su colega Romualdo fue hecho
prisionero y deportado a Constantinopla. Sabemos también que en junio de 1021
Falcón, turmarca y episkeptites de Trani, ejecutó en nombre del catepán las
sanciones aplicadas a la población por su rebeldía, que afectaron especialmente al
ciudadano Maraldo, cuyos bienes fueron adjudicados al abad Atenulfo de
Montecassino.
Otra de las preocupaciones para Boioannes fue tratar de recuperar el apoyo de los
principados lombardos que se habían mantenido neutrales ante la revuelta de
Meles. Desde febrero de 1018 confirmó los bienes pertenecientes al monasterio de
Montecassino y por estas fechas también logró un acuerdo con Pandolfo IV de
Capua, el primero de los señores lombardos que se reconcilió con el gobierno
bizantino.
Tras estos movimientos diplomáticos llegó el momento de las armas. En el mes de
octubre de ese año tuvo lugar la última y decisiva batalla. Tras unos días en los que
los ejércitos enfrentados maniobraron para situarse en la situación más ventajosa
finalmente el catepán atrajo a los normandos a campo abierto a orillas del Ofanto,
cerca de la villa de Cannas. En octubre de 1018 tuvo lugar un choque sangriento en
el que finalmente los bizantinos llevaron la mejor parte. El ejército de Meles fue
completamente derrotado y los normandos que combatían en primera linea
sufrieron particularmente con sólo diez supervivientes entre los doscientos
cincuenta que iniciaron el combate. Todas las ganancias de la campaña se perdieron
en un día. Los fugitivos emprendieron la huida a toda velocidad en dirección a
Benevento. Los normandos que sobrevivieron a la batalla se dispersaron: unos
entraron al servicio de los príncipes lombardos Pandolfo de Capua y Guaimar de
Salerno, otros huyeron a Montecassino, otros finalmente se unieron al cuñado de
Meles, Datón, al que el Papa Benedicto había puesto al mando de una fortaleza en
la desembocadura del Garellano.
Meles, acompañado por Raúl de Toeni, se decidió pronto a abandonar Italia y acudió
a la corte del emperador Enrique II donde intentó con todas sus fuerzas
convencerlo para que emprendiese una expedición contra los bizantinos. Llegó a
Bamberg a comienzos de 1020, y allí Enrique le concedió el título de duque de
Apulia afirmando con ello las pretensiones del Imperio Germánico sobre la región.
Pero Meles pudo gozar poco tiempo de su recompensa pues falleció poco después
de su llegada, el 23 de abril de 1020 y fue enterrado en la catedral de la ciudad. El
emperador y sus sucesores se preocuparon siempre de que su tumba, la de un fiel
vasallo del Imperio, fuese debidamente honrada.
Así fracasó la primera intentona normanda sobre los territorios bizantinos en una
empresa en la que demostraron su crueldad y rapacidad sobre unas poblaciones
que no demostraron tanto odio hacia sus señores bizantinos como para querer
sustituirlos por unos amos todavía más implacables. El triunfo de Cannas permitiría
un respiro de veinte años hasta que una nueva oleada normanda se extendiese
sobre la Italia del Sur. Mientras tanto tuvo lugar el florecimiento de la dominación
bizantina bajo el gobierno de Basilio Boioannes.

La época del catepán Basilio Boioannes


La victoria de Cannas y la huida de Meles renovaron el prestigio y la influencia de
Bizancio en las tierras de la Italia meridional. En pocos meses la autoridad del
basileo se vio restablecida y la paz llegó a las comunidades de Apulia. Los bienes de
los rebeldes fueron distribuidos entre los grandes propietarios o las abadías latinas,
a las que se quería ganar para la causa bizantina, entre las que fue especialmente
beneficiada la de Montecassino, que recibió numerosas propiedades producto de las
confiscaciones realizadas en la región de Trani.
La preocupación principal del nuevo gobernador imperial fue asegurar por todos los
medios la protección de la frontera en el norte de Apulia, de forma que de
inmediato se procedió a la construcción de numerosas fortalezas en la llanura que
se extiende entre el río Fortore y el Ofanto con el objetivo de presentar una barrera
a las incursiones lombardas y germánicas que tenían esta región como vía habitual
de penetración en las posesiones bizantinas. Esta nueva Marca aislaba la región del
principado de Benevento, protegía Siponto y separaba la zona de peregrinación del
Gargano del contacto de extranjeros. De hecho, en los primeros años tras la
victoria sobre Meles las guarniciones bizantinas de la zona impidieron la entrada en
la región a todos los foráneos, incluidos los peregrinos, de modo que todos aquellos
que buscaban embarcarse rumbo a Jerusalén tomando la ruta habitual desde el
puerto de Bari tuvieron que cambiar su itinerario.
Entre las villas y localidades reconstruidas o edificadas de nuevo en esta época la
más famosa fue la de Troia, erigida sobre las ruinas de la antigua Ecana, que se
convirtió en el puesto bizantino de mayor importancia en la ruta de Benevento a
Siponto. La posición estratégica de la fortaleza, que dominaba desde una colina la
llanura circundante y controlaba la antigua Via Trajana en la ruta hacia Siponto, era
tan clara que contra ella se dirigieron en 1022 todos los esfuerzos del emperador
Enrique II, llegado a Italia para continuar la empresa de Meles.
Conocemos algunos detalles del proceso de población de Troia, que empezó en los
primeros meses de 1019, por diplomas que se han conservado, entre ellos la carta
fundacional datada en junio de ese año. Se sabe que su población, ruda y belicosa,
fue reclutada primordialmente entre lombardos y normandos del vecino condado de
Ariano que, tras la victoria de Cannas, ofrecieron al catepán sus servicios y
prefirieron la protección del basileo al dominio del señor de Benevento.
Además de Troia otras villas fueron reconstruidas con el mismo objetivo en la
región, entre las que destacaron Dragonara, Montecorvino, Fiorentino y Civitate.
Todas las obras fueron rematadas a lo largo del año 1019. En estas tierras famosas
por su abundante producción de cereales está atestiguado en esta época el
aumento de las actividades agrícolas tras un largo período de abandono. La
preocupación de los gobernantes imperiales por la revitalización de la frontera
quedó documentada en las abundantes donaciones y privilegios otorgados a las
villas, obispados y monasterios del norte del catepanato tanto por Boioannes como
por sus inmediatos sucesores Burgaris, Pothos Argyros o Constantino Opos. La
reorganización de la región se completó con la creación de un arzobispado en
Siponto independiente de Benevento y nuevos obispados en las fundaciones de
Troya y Dragonara. De esta forma el norte de Apulia fue adquiriendo una identidad
propia a lo largo del siglo XI hasta el punto de empezar a ser denominada en
adelante como Capitanata, una deformación de la expresión “el país del catepán”.

Mientras tanto en la zona sur la amenaza sarracena seguía existiendo, aunque ya


no con la gravedad del decenio anterior. Entre 1010 y 1015 se registra la actividad
de algunas bandas en los alrededores de Bari y la persistencia del peligro se ve
confirmada por documentos que nos hablan del abandono por parte de un alto
funcionario bizantino de su residencia en Polignano para instalarse en la plaza más
segura de Conversano. A partir de 1015 los graves disturbios en Sicilia redujeron
todavía más las actividades corsarias y sólo en 1020 en Bisignano y en junio de
1023 se conocen las actividades de un jefe musulmán que en esta última fecha
avanza sobre Bari, pero que pronto dirige sus actividades hacia Palagiano, al
noroeste de Tarento. Como respuesta a estas incursiones Boioannes construyó en
esta época las fortalezas de Móttola y Melfi, pero aunque se mantuvo la presencia
árabe en la zona de Otranto en estos años con los jefes Rayca y Ja’far la amenaza
no parece haber sido especialmente preocupante, aunque se sabe de combates con
éstos últimos cerca de Bari en 1029, tras la marcha de Boioannes, cuando se
produjo un recrudecimiento de la actividad corsaria en las costas italianas.
Las actividades de Basilio Boioannes también se extendieron al campo diplomático,
en el que se esforzó por reactivar la defensa de los intereses bizantinos más allá de
las fronteras del thema de Italia. Pronto entabló conversaciones con Pandolfo de
Capua y su hermano Atenolfo, abad de Montecassino. Ambos, interesados en
hacerse perdonar sus anteriores desvíos, se esforzaron en mostrar su solicitud ante
el emperador, llegando el primero a enviar las llaves de oro de la ciudad en
reconocimiento de la soberanía del emperador sobre su principado. El catepán puso
a prueba la nueva fidelidad de Pandolfo y le exigió paso libre por su territorio para
conducir sus tropas en busca de Datón, el cuñado de Meles. Pandolfo cedió a la
solicitud y Boioannes condujo a sus tropas hasta las orillas del Garellano, donde se
erigía la torre que gobernaba aquél. Tras un asedio de dos días el rebelde se rindió
y fue conducido a Bari. La guarnición normanda se libró de represalias pasando al
servicio del abad de Montecassino pero el desgraciado Datón fue condenado como
rebelde a sufrir el castigo de los parricidas por la traición a su soberano y se le
lanzó al mar metido en un saco de cuero el 15 de junio de 1021.
La actividad de Boioannes en la zona permitió restablecer la autoridad de Basilio II
desde Troia hasta los límites con los Estados Pontificios, lo cual fue visto de
inmediato como una amenaza para los intereses del Imperio Germánico en la zona
por el temor a que Roma y el Papado volviese a caer bajo la influencia del poder de
Constantinopla.
Tanto Enrique II como Benedicto VIII consideraron que no podían permanecer
impasibles ante esa nueva amenaza. El emperador, que se encontraba en tierras
renanas, ordenó de inmediato la organización de una expedición al sur tan pronto
como le llegaron noticias de los acontecimientos en Campania. A mediados de
noviembre de 1021 el emperador estaba ya en Augsburgo, punto de reunión de los
contigentes suabios, bávaros y loreneses. Puesto en marcha con rapidez, atravesó
el paso del Brennero y llegó a Rávena a finales de diciembre. El emperador llevaba
consigo un poderoso ejército de 60.000 hombres dividido en tres cuerpos. El más
fuerte, que conducía personalmente Enrique, asistido por Raúl de Toeni como
consejero, se dirigió hacia el sur bordeando el litoral adriático hasta llegar a la
región de las Marcas, donde recibió los testimonios de fidelidad de los señores de la
región de los Abruzzos. Por su parte Poppo, el patriarca de Aquilea, a la cabeza de
11.000 soldados se dirigió a la región del lago Fucino, en el país de los Marsos,
punto de reunión con el cuerpo principal del ejército imperial. Finalmente el
arzobispo de Colonia, Peregrino, con 20.000 hombres tomó rumbo directo hacia
Roma y Campania, donde debía detener al abad de Montecassino y al príncipe de
Capua y hacerlos juzgar por traición y rebeldía.
En su marcha hacia el sur Enrique II se dirigió hacia Benevento, esperando con ello
obtener la sumisión de los lombardos y atemorizar a los habitantes de Troia. Tras
tomar contacto con las tropas del arzobispo de Aquilea y recibir la sumisión de
numerosos condes lombardos atravesó el Volturno y remontó el Calore hasta
Benevento donde fue recibido y asistió a diversos procesos judiciales en los que
favoreció a abadías rivales de la de Montecassino.
Por su parte el arzobispo de Colonia llegó a su destino demasiado tarde como para
sorprender al abad Atenolfo, que abandonó la abadía el 15 de marzo y buscó
refugio en Otranto. Pertrechado con parte del tesoro de la abadía y mucha
documentación intentó pasar a Constantinopla, pero pereció pocos días después en
un naufragio, el 30 de marzo de 1022. Su perseguidor, tras tener noticia de la fuga
se encaminó al siguiente objetivo y procedió en breve a poner sitio a la ciudad de
Capua.
Tras poner en regla los asuntos en Benevento el emperador entró en territorio
bizantino hacia el 15 de marzo y de inmediato se dirigió hacia Troia con la intención
de asediarla y asestar un duro golpe al prestigio de las autoridades bizantinas con
la toma del símbolo de su poder renovado. Durante el asedio el arzobispo de
Colonia se le unió trayendo como prisionero al intrigante Pandolfo IV de Capua.
Enrique se contentó esta vez con enviarlo a Alemania cargado de cadenas y
nombrando a otro Pandolfo, primo del primero, para ocupar su puesto en la ciudad.
Los soldados alemanes saquearon los alrededores de Troia durante tres meses a lo
largo de 1022 intentando rendir por hambre a la guarnición, pero ésta con gran
heroismo resistió todos los ataques y se mantuvo firme, protegidos por la altura de
sus muros y lo escarpado de su posición. Les animaba además la esperanza de la
pronta llegada del ejército del catepán, que en esos momentos estaba apostado
tras la línea del Ofanto. Los atacantes intentaron forzar la fortaleza mediante el uso
de máquinas de asedio, pero sus intentos se vieron frustrados al ser éstas
incendiadas por los defensores. El abrasador calor del verano y la disentería
hicieron presa entre las filas germánicas y Enrique II se vió obligado a ordenar la
retirada del ejército hacia Campania sin haber podido lograr su objetivo. Es posible
que antes de su marcha llegase a algún tipo de armisticio o sumisión simbólica de
los habitantes para evitar el desprestigio de las armas imperiales, pero no se llegó a
producir una ocupación o toma real de la fortaleza. Conocemos la existencia dos
años después de un diploma de Basilio Boioannes fechado en enero de 1024 en el
que se elogia la gran resistencia de los troianos y se les conceden privilegios y
recompensas “para recompensarles por la bravura de la que han dado muestra
durante el asedio de su ciudad y su inviolable fidelidad a nuestros soberanos de
Constantinopla”, por lo que podemos deducir que la empresa fracasó finalmente.
Tras la marcha de los imperiales el 6 de junio de 1022 la ciudad abrió de inmediato
sus puertas al catepán y reclamó su recompensa. Como premio Boioannes les
otorgó la exención de impuestos y les autorizó a comerciar en todo el thema sin ser
gravados con las tasas habituales. A partir de entonces toda su contribución a las
arcas públicas debería ser un tributo anual de 100 sous skyphati (una variante del
sous tradicional que se caracterizaba por su forma cóncava).
A pesar de la intervención germánica Bizancio siguió inmiscuyéndose durante los
años siguientes en la política de Campania. Tras la muerte de Enrique II en 1024
Pandolfo IV se las arregló para obtener de su sucesor Conrado el permiso para
volver a Italia. Una vez llegado intentó de inmediato reunir un ejército para
arrebatarle Capua a su sucesor Pandolfo de Teano y a las bandas lombardas y
algunos normandos que acudieron a la llamada se unió pronto el socorro del
catepán que se aprestó a participar en la empresa con tropas reclutadas en Apulia.
En esa época ya se encontraba entre los normandos al servicio de Guaimar de
Salerno Rainulfo Dregnot, el normando que lograría en 1030 obtener el primer
feudo en Italia con el señorío de Aversa.
El asedio demostró ser duro y fatigoso, extendiéndose durante más de un año y
medio. Por fin en mayo de 1026 Pandolfo IV logró entrar en Capua e hizo prisionero
a su rival que entregó a Boioannes que a su vez se lo remitió al duque Sergio de
Nápoles. Con estas actuaciones Bizancio volvía a ser la potencia dominante el sur
de Italia reduciendo a la nada los efectos de la pasada expedición imperial.
La muerte en julio de 1024 del emperador Enrique II se vió seguida de cerca por la
del Papa Benedicto VIII por lo que el juego de intrigas para ganar la sucesión
comenzó nuevamente. Esta vez Bizancio pudo intervenir en una favorable posición
aprovechándose de su renovada influencia en la política regional. El hermano del
difunto pontífice se hizo elegir con el nombre de Juan XIX y poco tiempo después
de su elección recibió a los embajadores del basileo y del patriarca que le
entregaron magníficos presentes. La noticia de estos encuentros provocó una viva
alarma en Occidente y aunque el Papa intentó tranquilizar a los obispos de Francia
y Alemania afirmando que nada se había tratado es bastante probable que
Boioannes obtuviese en esa ocasión el reconocimiento como metropolitano del
nuevo arzobispo de Bari Bizantios. En la bula que sancionaba la concesion figuraban
las doce sedes sufragáneas de Bari y el resultado era la creación de una provincia
eclesiástica autónoma que se extendía hasta Siponto y Lucera por el norte, hasta
Monopoli al sur y por el este alcanzaba hasta las regiones de Benevento y Salerno.
Con ello Boioannes completó su labor de restauración dando a la iglesia de Apulia
una organización más regular y sin duda más dócil para reforzar la influencia del
clero griego en la región.
La actividad del enérgico catepán no se limitó a la península italiana, sino que
también tuvo su extensión al otro lado del Adriático, donde participó en diversas
campañas para restablecer la autoridad imperial en la zona, todavía no asegurada
por completo. Hacia 1024 desembarcó con una milicia reclutada en Bari al norte de
Dirraquio y tras las operaciones allí realizadas envió como rehenes a Constantinopla
a la mujer y a un hijo del príncipe croata Kresimir III. Se sabe también que por
estas fechas diversos zupanes eslavos procedentes de Iliria atravesaron el mar para
establecerse con sus hombres en la región al pie del Gargano.
La última empresa importante del gobierno de Basilio Boioannes fue la invasión
frustrada en Sicilia, planteada como preámbulo a la operación en gran escala que
habría de encabezar el propio Basilio II. Para ello comenzó primero por reconstruir
las fortificaciones de Reggio tras lo cual zarpó a mediados de 1025 en dirección a
Messina con una flota que transportaba poderosos contingentes del ejército
imperial. Tras tomar al asalto la ciudad, y cuando ya se preparaban los alojamientos
para los varegos de cara a las inminentes operaciones llegó la noticia a finales de
diciembre de la muerte del emperador. Boioannes fue reclamado de nuevo al
continente y las operaciones quedaron a cargo del chambelán Orestes cuya
incompetencia hizo pronto fracasar el proyecto. La muerte repentina del emperador
condenó a un olvido momentáneo una empresa que sin embargo sería pronto sería
retomada unos años más tarde.
El gobierno de Boioannes en Italia estaba siendo anormalmente largo para la
costumbre bizantina y el relevo llegó finalmente en septiembre de 1028, poco antes
de la muerte de Constantino VIII, siendo sustituido por su lugarteniente Cristóforo
Burgaris. Habían sido diez años llenos de éxitos y de acertada administración que
llevaron a la Italia bizantina a conocer su época más próspera que no habría de ser
vivida de nuevo durante el resto de la permanencia de la administración bizantina
en las tierras de Italia del sur.

Italia bizantina 1030-1043

La expedición a Sicilia
Las consecuencias de la marcha de Boioannes se pusieron de manifiesto muy
pronto en el reinado de Romano III con la vuelta de las incursiones árabes en las
costas italianas, principalmente en Apulia y el norte de Calabria. Los breves
mandatos de los sucesores de Boioannes, Cristóforo Burgaris y Pothos Argiro se
vieron envueltos en continuas luchas contra los piratas a partir de 1029. El
emperador, deseoso de reemprender las grandes empresas de Basilio II, fijó sus
ojos también en la desvalida Italia y envió refuerzos con el protoespatario Miguel y
posteriormente con el nuevo catepán Constantino Opos, llegado en mayo de 1033.
Fueron éstos años de guerra naval en los que las naves del estratego de Nauplia
Nicéforo Caranteno y la flota del chambelán Juan barrieron los mares y eliminaron
la amenaza pirata. Una vez dominado el mar el emperador pudo negociar en
mejores condiciones con los árabes de Sicilia y su emir Akhal. En agosto de 1035 el
diplomático Jorge Probatas firmó la paz en nombre del basileo, que concedió al emir
el título y los honores de magistros. Un comportamiento tan amistoso por parte del
emir sólo pudo estar justificado por la guerra civil que estalló por aquel entonces en
Sicilia y la necesidad que aquél tenía del apoyo de Bizancio.
Pero esta situación favorable duró poco. El emir de África envió a su hijo Abdallah
en apoyo de los rebeldes sicilianos. Vencido Akhal tuvo que buscar el refugio del
catepán. Éste, decidido a actuar, reunió sus tropas poco numerosas y pasó el
estrecho para combatir contra el ejército africano en 1037.
Por aquel entonces en Constantinopla se había decidido dar un empuje decisivo a la
cuestión siciliana. Consciente el emperador de la debilidad de las fuerzas locales
preparó una flota para asestar un golpe decisivo. Esta armada transportaba a las
mejores tropas del Imperio entre las que destacaban las fuerzas armenias al mando
de Catacalon Cecaumeno, contingentes rusos y los varegos del luego célebre Harald
Hardrada. Y al frente se colocó al hombre del momento, célebre por sus éxitos en
Asia frente a los árabes, Jorge Maniaces. Su misión como “estratego autokrator de
las fuerzas del thema de Longobardia”, como lo llama Skylitzés, consistía en apoyar
al bando opuesto al emir africano. Rápidamente los árabes entendieron que era
mejor llegar a un acuerdo entre ellos que permitir la entrada de las tropas
imperiales en la isla y se prepararon en secreto para expulsar de la isla a los
cristianos. Ante la falta de medios Constantino Opos tuvo que retirarse al
continente, llevándose con él a 15.000 cristianos sicilianos rescatados del
cautiverio. El emir Akhal murió asesinado en la ciudadela de Palermo y Abdallah
estableció su autoridad sobre toda la isla.
Acompañado por el almirante Esteban, cuñado del emperador, cuya flota debía
navegar a lo largo de la costa oriental de la isla y estar dispuesta a colaborar con
las necesidades del ejército. Maniaces desembarcó en Italia con sus combatientes y
se apresuró a unir sus tropas con los contingentes que debían ser proporcionados
por los themata italianos. El plan estratégico de la campaña permitía a Maniaces
plena independencia de movimiento sin depender en modo alguno del catepán de
Longobardia. Entretanto acababa de llegar a Bari el patricio y duque Miguel
Spondyles, antiguo gobernador de Antioquía, para unirse a la expedición. Quizá
también entre sus obligaciones estuviese la de reemplazar a Opos, que desaparece
de la narración histórica en estos momentos, aunque al año siguiente ya
encontramos a Nicéforo Dociano como catepán en activo. En cualquier caso
Spondyles fue el encargado de realizar las levas de las milicias de Apulia y Calabria,
una acción que provocó un vivo resentimiento en las poblaciones italianas. A estas
fuerzas se unió un cuerpo de entre 300 y 500 caballeros normandos de élite
proporcionados por Guaimar de Salerno, al que el emperador Miguel había
solicitado ayuda para combatir al enemigo común. Al frente de estos brillantes
guerreros estaban Guillermo Brazo de Hierro y Drogón, hijos de Tancredo de
Hauteville, que acababan de llegar de Normandía. Guaimar estuvo más que gustoso
de poder desembarazarse de sus turbulentos huéspedes los cuales, ansiosos de
botín y tierras, acudieron prestamente a unirse a Maniaces a Reggio en una
aventura que prometía grandes beneficios.
Junto a ellos se alistó también el lombardo Arduino, un antiguo hombre de armas
de la iglesia de San Ambrosio en Milán, que había acudido con un grupo de sus
compatriotas a sumarse a la aventura italiana sirviendo además de intérprete
gracias a su conocimiento del griego. La falta de oportunidades en su patria le
habían llevado a probar fortuna en otras empresas y su astucia pronto le permitió
convertirse en tácito portavoz de todos los auxiliares latinos y francos en el ejército.
Esa preeminencia le animaría a jugar bazas más ambiciosas en un momento
posterior de la historia.
Por fin, a mediados de 1038 y tras dos largos años de preparativos el ejército de
Jorge Maniaces abandonó Reggio y atravesando el estrecho de Faro desembarcó en
Sicilia y avanzó sobre Messina. Ante los muros de la ciudad tuvo lugar un combate
en el que los normandos se cubrieron de gloria y rechazaron una tumultuosa salida
de los defensores. Luego atravesaron las puertas pisándoles los talones y ganaron
la ciudad al primer combate. Este primer éxito, aunque importante, carecía de gran
valor estratégico. En cambio la plaza de Rametta, escenario de tantos combates en
el pasado y que estaba situada al sudeste de Messina, dominaba la ruta que
conducía por el litoral norte a Palermo, y hacia allí se dirigió de inmediato el
ejército.
La llegada del cuerpo expedicionario bizantino puso fin a las discordias internas de
los musulmanes sicilianos que acordaron unir esfuerzos para hacer frente a la
invasión. Cerca de Rametta salieron al paso de las tropas imperiales con una fuerza
estimada en 50.000 hombres. La batalla que tuvo lugar de inmediato fue
encarnizada y tras una dura pugna finalmente los bizantinos lograron imponerse.
Este éxito abrió las puertas de Sicilia al ejército de Maniaces que pudo así proseguir
su marcha bordeando la costa oeste. A finales de 1038 habían sido conquistadas ya
trece poblaciones pero estos éxitos no lograban ocultar la dificultad de la campaña
por la naturaleza agreste de las tierras sicilianas. Sólo tras muchos padecimientos
pudo llegar el ejército ante los muros de Siracusa en el comienzo de 1040. De
inmediato se puso sitio a la ciudad y los imperiales se vieron envueltos en continuas
escaramuzas y choques en las frecuentes salidas que intentaban los defensores. En
estos enfrentamientos destacó especialmente Guillermo Brazo de Hierro, que
alcanzó fama por matar en combate singular a un caid que había sembrado el
terror entre los sitiadores por sus proezas en la lucha. Las poderosas defensas de
Siracusa provocaron que el sitio se prolongase dando tiempo al emir Abdallah para
reunir fuerzas llegadas de toda Sicilia y de África y agruparlas en la región
montañosa de la isla. A la cabeza de más de 60.000 soldados intentó un
movimiento audaz atacando por retaguardia al ejército acampado ante Siracusa.
Ante esta maniobra Maniaces se vió obligado a levantar el sitio y retroceder con su
ejército para hacer frente a la nueva amenaza. Avanzando por las laderas
occidentales del Etna el ejército imperial hizo alto en la llanura de Troina, al
noroeste del volcán, en una localidad donde tiempo después se construiría un
castillo que llevó el nombre del general bizantino.
En Troina le estaba esperando Abdallah con todo su ejército atrincherado en un
campamento fortificado. Los árabes habían tenido tiempo para preparar
cuidadosamente su posición y sembraron la llanura circundante con abrojos
metálicos para estorbar el ataque de la caballería imperial. Lamentablemente para
sus intereses no tuvieron en cuenta la costumbre bizantina de herrar sus
cabalgaduras, lo que convirtió en inútil esta estrategia.
Con el enemigo a la vista Maniaces dispuso sus tropas según la acostumbrada
formación en tres cuerpos que deberían entrar sucesivamente en combate. Cuando
se entabló el combate cuerpo a cuerpo la fortuna acompañó a los bizantinos al
descargar una fuerte tormenta que levantó grandes nubes de polvo que cegaron a
los árabes. Desorganizadas las filas el ejército de Abdallah fue incapaz de resistir el
ímpetu incontenible de la primera carga de caballería pesada. Pronto la batalla se
convirtió en una masacre en la que perecieron a millares los soldados musulmanes
y en la que nuevamente los normandos encontraron ocasión para sobresalir por la
fuerza de su brazo.

El derrotado emir huyó con muchas dificultades y sólo a duras penas consiguió
llegar hasta la costa desde donde se dirigió a Palermo. Mal recibido por la población
local, se vió obligado a abandonar la isla y refugiarse en África. Su lugar fue
ocupado por Hassan Ad Daula, hermano del fallecido Akhal. Fue una gran victoria
que tuvo un gran éxito en toda la isla y que ha dejado para el recuerdo en Troina el
nombre de “Fondaco dei Maniaci” dado a la llanura en la que tuvo lugar.
La batalla, que tuvo lugar en la primavera o el verano de 1040, proporcionó a
Maniaces el control de la zona oriental de la isla y abrió las puertas de Siracusa al
ejército imperial que hizo en ella una entrada triunfal en medio del entusiasmo de la
población cristiana local. El descubrimiento por esas fechas de los restos de la
vírgen y mártir Santa Lucía en la ciudad contribuyó a un clima de exaltación general
que ponía en boca de todos el nombre del artífice de tantos éxitos. En la memoria
local ha sobrevidido este recuerdo con la denominación de “castillo de Maniaces”
que se le dió a la fortaleza bizantina que se erige en la ciudad.
Fiel a su temperamento el general no se relajó en el momento de la victoria. Antes
de Troina había encargado al almirante Esteban la tarea de vigilar cuidadosamente
las costas de la isla para impedir la huida del emir en caso de derrota. Pero la
ineptitud de Esteban le hizo incapaz de cumplir con su misión. Abdallah escapó y
sobre el almirante cayó de inmediato la ira implacable de Maniaces. Haciendo acudir
a su presencia al inepto oficial lo cubrió de injurias y le acusó ante el emperador de
traición y cobardía. Tan grande fue su cólera que llegó a maltratarlo físicamente
acusándole de cobarde, afeminado y “proveedor de los placeres del emperador”.
Este acceso de cólera provocaría muy pronto funestas consecuencias para la carrera
del general.

Tras la toma de Siracusa Maniaces comenzó de inmediato los trabajos de reparación


y consolidación de las murallas de la ciudad para ponerla en el mejor estado posible
de defensa. El siguiente paso, tras la victoria de Troina, era la ocupación del
interior de la isla, pero todos los planes tuvieron que suspenderse cuando
mensajeros llegados de Constantinopla ordenaron Imperiosamente al general que
abandonara el mando y regresara a la capital.
El ofendido Esteban, enfurecido por el humillante tratamiento a que había sido
sometido por el general en jefe, había aprovechado su influyente posición en la
corte para denunciar a Maniaces ante el todopoderoso Juan el Orfanotrofo, hermano
del emperador, acusándole de traición y de aspirar a la púrpura. Juan no dudó en
reclamar la vuelta de Maniaces ordenando que se le trajera encadenado junto con
su camarada de armas Basilio Teodorocano.

Con Maniaces languideciendo en prisión el mando en Sicilia recayó en el incapaz


Esteban ayudado por el praipositos Basilio Pediadites y Miguel Dociano.

La segunda invasión normanda


Por desgracia los sucesores de Maniaces eran muy inferiores en talento y su
desgraciada dirección provocó un rápido empeoramiento de la suerte de las armas
bizantinas. Maniaces había desarrollado una meticulosa actividad de construcción
de kastra en cada una de las plazas conquistadas con vistas a preparar puntos de
apoyo sólido para futuras operaciones en la isla e impedir simultáneamente
sublevaciones de las poblaciones musulmanas locales. Tras la marcha del general
esas fortificaciones fueron abandonadas por negligencia e imprevisión y en pocos
meses las plazas en las que habían sido edificadas fueron recuperadas una tras otra
por sus antiguos dueños. En mayo de 1041 sólo quedaba Messina en manos del
ejército imperial, y ésta gracias a la enérgica actuación del protoespatario Catacalon
Cecaumeno, estratego del thema de los Armeníacos, que hace aquí su primera
aparición en las crónicas. El 10 de mayo Cecaumeno obtuvo una brillante victoria
sobre las fuerzas que asediaban la ciudad. Después de mantenerse oculto tras los
muros por un espacio de tres días realizó una salida repentina con todas sus tropas,
300 jinetes y 500 infantes. El éxito fue total y los árabes, tomados por sorpresa,
fueron aplastados. Su jefe encontró la muerte a manos de Cecaumeno y sus bienes
pillados. Los supervivientes huyeron a toda prisa hacia Palermo, permitiendo un
respiro momentáneo para Messina.
Desgraciadamente hacía meses ya que el resto de la isla había caído de nuevo en
manos de los musulmanes. Muy pronto los generales al mando fueron reclamados a
la península ante el estallido de la revuelta de los contaratoi y la declaración de
guerra de los normandos. Ambos sucesos exigieron de las autoridades bizantinas en
Italia toda su atención dejando los asuntos sicilianos abandonados a la espera de
tiempos mejores.
De acuerdo con las órdenes recibidas el resto del ejército repasó el estrecho y fue
conducido de nuevo a Calabria y Apulia donde tuvo que enfrentarse a una nueva
amenaza que ponía en grave peligro la seguridad de los themata italianos, la
invasión de los normandos de Campania. Una gran masa de refugiados cristianos
acompañó a las tropas en su regreso a Calabria, temerosos de la venganza árabe.
Los orígenes del enfrentamiento, aunque obedecen a causas más profundas que
tienen que ver con la complicada estructura política de la región, se
desencadenaron a raíz de la campaña siciliana. Durante las operaciones militares se
puso de manifiesto la falta de entendimiento entre los auxiliares normandos y los
generales imperiales. Los normandos, representados por sus jefes Guillermo Brazo
de Hierro y Drogon, se quejaron airadamente ante Maniaces al considerar que la
parte del botín que se les había concedido no premiaba suficientemente sus méritos
en los ataques a Messina y Siracusa. Junto a ellos se alineó Arduino, que esperaba
guardar para sí un hermoso caballo que había ganado en Troina después de haber
matado a su jinete. Pero Maniaces, sin que conozcamos el motivo, le ordenó que
devolviese el animal. Arduino se negó por tres veces a cumplir la orden y desoyó
todos los avisos que se le transmitieron hasta que, agotada la paciencia, Maniaces
decidió aplicar un castigo ejemplar por desobediencia que sirviese de lección al
resto de sus subordinados y ordenó que se le despojara de sus vestimentas y lo
azotaran con varas desnudo en medio del campamento.
Arduino, después del humillante castigo, disimuló su resentimiento y a partir de
entonces sólo tuvo en su pensamiento el proyecto de regresar al continente. Por su
parte los normandos, indignados por el maltrato de que se había hecho objeto a su
camarada y por la mezquindad del botín que les había tocado en suerte, tachaban
de avariciosos a los bizantinos y atribuían a mala fe su comportamiento, con lo que
también desearon regresar al otro lado del estrecho. Arduino logro sobornar al
secretario de Maniaces para que expidiese un permiso de retorno para sí mismo y
para los normandos, con lo que pudieron llegar a la costa italiana sin
contratiempos. Los normandos, a partir de entonces enemigos irreconciliables de
Bizancio, regresaron a Aversa y Salerno.
Parece ser que por la misma época Harald Hardrada también se enemistó con
Maniaces y como consecuencia los escandinavos abandonaron la campaña italiana.
No conocemos las fechas concretas, aunque es bastante probable que la partida de
unos y otros fuese cercana en el tiempo. En cualquier caso en octubre de 1041
Hardrada y su gente se encontraban ya en Tesalónica luchando contra el insurgente
búlgaro Pedro Delian y el emperador le había recompensado con el título de
manglabites. Seguramente el perdón imperial por el abandono del puesto de
combate fue facilitado por la caída en desgracia de Maniaces que había sucedido
entre tanto.
También había mucha agitación entre las poblaciones italianas. El descontento
contra las autoridades bizantinas, la ausencia de las tropas empeñadas en la
campaña siciliana y las levas forzosas produjeron sublevaciones ya desde mediados
de 1038, poco después de la entrada del ejército en Sicilia. Toda Apulia estaba muy
agitada y en Bari se produjeron revueltas en ese año con el resultado de la muerte
de varios oficiales y ciudadanos griegos. Estas movilizaciones ciudadanas tuvieron
su origen en las levas de milicias locales (contaratoi o conterati) con destino a la
campaña siciliana y posiblemente a un alza de los impuestos para costear las
operaciones. Con la misión de arreglar los asuntos italianos llegó a Bari el catepán
Nicéforo Dociano en febrero de 1039. El nuevo gobernador traía órdenes expresas
de acabar con los tumultos y lo consiguió por algún tiempo, aunque a los pocos
meses la reanudación de las levas forzosas produjo nuevas revueltas populares y
con ellas el derramamiento de sangre de varios funcionarios imperiales. La ocasión
llegó durante la gira de Dociano por la zona norte del thema con la misión de
reclutar más tropas auxiliares para la guerra. Los contaratoi se negaron a ser
alistados y se sublevaron contra los oficiales bizantinos llegando a matar a algunos.
El primero de ellos el propio catepán Nicéforo, muerto en Ascoli en enero de 1040.
El 5 de mayo le llegó el turno al krités Miguel Coirosfactes, asesinado por contaratoi
amotinados en el kastron de Móttola y en el mismo día otro oficial, Romano, fue
muerto en Matera.
Los rebeldes intentaron aprovechar la debilidad de las guarniciones bizantinas para
ocupar las grandes ciudades del litoral y señalaron Bari como su objetivo principal.
En el camino se les unió Argyros, hijo de aquel Meles que se había rebelado contra
el Imperio en 1009/1010 y nuevamente en 1017. Había regresado en 1029
procedente de Constantinopla donde se había educado y ocupaba ahora un lugar
entre los prohombres de Bari, y guiados por él se dispusieron a entrar por la fuerza
en la capital del thema. Sin embargo pronto surgieron disputas entre los
sublevados, las milicias se dispersaron y el 7 de mayo Argyros se reconcilió de
nuevo con las autoridades bizantinas tras derrotar a los contaratoi y apresar a sus
jefes. Era un éxito importante, pero en el resto de los territorios la situación
empeoraba.
Para sustituir al fallecido catepán llegó en el otoño de 1040 su pariente el
protoespatario Miguel Dociano. Éste intentó en Bari restablecer la situación
mediante detenciones y ajusticiamientos, pero la situación general se había
deteriorado a causa de las sublevaciones populares en Apulia por los abusos de su
antecesor en el cargo y los problemas con los mercenarios normandos. El lombardo
Arduino, que hasta entonces se había mantenido en un discreto segundo plano, se
decidió a un audaz movimiento para perjudicar los intereses de Bizancio. Su motivo
principal era la venganza, por la humillación sufrida tiempo atrás a manos de
Maniaces. Ganándose el favor del nuevo catepán con atenciones y demostraciones
de celo, consiguió que éste lo nombrara candidatos y lo enviara a Apulia para
asumir el mando de algunas plazas entre las que destacaba la ciudad fronteriza de
Melfi, llave de la entrada a Apulia. Desde allí Arduino empezó a desarrollar sus
planes de venganza incitando a la población a sublevarse contra la tiranía de los
griegos. La ocasión era favorable, pues buena parte de las tropas bizantinas se
encontraban todavía en Sicilia y muchas ciudades en Apulia se habían alzado en
armas.
Esta situación en el continente fue la que provocó el regreso desde Sicilia de buena
parte de las tropas allí destinadas, y para finales de 1040 Miguel Dociano hizo de
nuevo su entrada en Bari. Decidido a castigar el comportamiento de la población
local comenzó a actuar en Ascoli, lugar donde había perecido su predecesor en el
cargo. Poco después le tocó el turno a la cercana población de Bitonto, donde se
ensañó con los representantes de la nobleza del lugar. Desde allí se dirigió de nuevo
a Bari para aguardar la llegada de los refuerzos de Constantinopla antes de
emprender nuevas acciones.
Tras el paréntesis invernal Dociano salió en campaña a comienzos de la primavera
de 1041 para enfrentarse a los invasores normandos que por entonces, con la
ayuda de Arduino, acababan de ocupar Melfi, en el valle del Ofanto. Esta población
fronteriza, en la que Arduino residía con el cargo de topoteretes, se hizo eco de la
llamada a la insurrección que había partido de Ascoli y que se expandió por el
descontento de las poblaciones locales. Arduino se esforzó en animar a ricos y
humildes a tomar las armas para luchar contra la opresión militar y fiscal de los
funcionarios bizantinos. En marzo de 1041, pretextando dirigirse a Roma en
peregrinaje, estableció contacto con los Hauteville en Aversa y les animó a
emprender una nueva campaña en Apulia contra sus antiguos aliados tentándoles
con la visión de un fabuloso botín y la esperanza de una resistencia escasa al estar
el ejército imperial ocupado en Sicilia.
Los normandos, todavía pocos en número pero creciendo día a día, estuvieron más
que dispuestos a intentar la empresa. Buscaron la alianza de algunos señores
locales, tomaron el título de condes y procedieron a repartirse de antemano las
tierras que pensaban conquistar, con la promesa de ceder a Arduino la mitad de
todo lo que consiguiesen. De las tierras de Benevento partieron 300 caballeros de
fortuna que fueron introducidos de noche en la ciudad de Melfi. Los recién llegados
se encontraron con una gélida bienvenida por parte de la población local, que
percibía el peligro de su presencia y a duras penas consiguió Arduino apaciguar los
ánimos y evitar que intentasen expulsarlos de la ciudad. Al calmarse los ánimos los
normandos fueron aceptados a regañadientes y éstos contaron al fin con una sólida
base de operaciones desde la que intentar nuevas conquistas. Por el contrario, en
las vecinas Venosa, Lavello y en la propia Ascoli los alarmados ciudadanos se
apresuraron a pedir ayuda al catepán para expulsar a esos bárbaros invasores. Sin
duda el recuerdo de la primera invasión normanda de Apulia en 1017 y de sus
desmanes estaba muy vivo en la memoria colectiva.
Miguel Dociano salió de Bari con las tropas que tenía a su disposición, auxiliares
rusos, contingentes del Opsikion y los Tracesios además de las milicias locales, sin
esperar a que se le unieran el resto de sus fuerzas, todavía en camino desde la isla.
Sicilia quedó desguarnecida con la excepción de Messina, que también sería
abandonada poco después a pesar de los éxitos de Catacalon Cecaumeno. El
ejército imperial era superior al de los normandos, que contaban con poco más de
2000 o 3000 guerreros tras la llegada de lombardos de Benevento y de otros
capitanes del norte. El choque tuvo lugar cerca de Venosa, el 17 de marzo de 1041
y los griegos llevaron la peor parte, teniendo que retirarse a la zona montuosa
cercana para proteger su posición.
Los normandos aprovecharon la ocasión para saquear la comarca de Venosa, Ascoli
y Lavello convirtiendo Melfi en su base de operaciones y centro de recogida del
botín. Ante una situación que empeoraba más la población local volvió a pedir
socorro a Dociano. Éste se preparó para un nuevo encuentro tras recibir refuerzos y
avanzó con un ejército que incluía soldados de los themata asiáticos, auxiliares de
Pisidia y Licaonia, rusos y milicias locales de Calabria y Capitanata. El 4 de mayo,
en Montemaggiore (Cannas) se produjo el segundo enfrentamiento. Fue una lucha
confusa y cruenta en la que de nuevo los imperiales llevaron la peor parte. Dociano
fue derribado de su caballo pero consiguió huir, no así muchos de sus soldados que
murieron ahogados en las aguas del río Ofanto, víctimas de una súbita crecida.
Entre los muertos se contaban además los obispos de Troia y de Acerenza.
Este desastre debilitó gravemente al ejército imperial y obligó al catepán a volver a
Bari y solicitar nuevos refuerzos, lo que supuso la retirada de Messina de los
últimos contingentes allí emplazados y con ello la pérdida de todas las conquistas
de los años anteriores. Cuando la noticia de estas derrotas llegó a Constantinopla el
emperador ordenó la destitución del valeroso pero infortunado Dociano y su
sustitución por el hijo de Boioannes, el antiguo catepán que venciera a Meles. El
nuevo gobernador, llamado Exaugustos por los cronistas locales, llegó con tropas
rusas de refuerzo que se vinieron a sumar a las tropas sicilianas de Maniaces,
soldados del thema de Macedonia, paulicianos y reclutas locales.
Por su parte los victoriosos normandos veían como sus fuerzas aumentaban día a
día por el prestigio ganado tras las dos victorias del año y nuevos contingentes de
los principados lombardos del norte de Italia venían a sumarse a sus filas. Con ellos
estaba también Atenulfo, hijo del príncipe de Benevento Pandolfo II, al que
reconocieron como su jefe en Melfi.
El nuevo catepán no esperó mucho a probar fortuna con las armas. El 3 de
septiembre tuvo lugar la tercera batalla, esta vez en Montepeloso, después de un
frustrado intento de los imperiales por sorprender a Melfi. Tras un enconado
combate en el que los bizantinos estuvieron a punto de imponerse la batalla se
decidió por la intervención en el último momento del conde normando Gautier.
Boioannes fue hecho prisionero y conducido a Benevento desde donde fue liberado
poco después tras el pago de un fuerte rescate.

Animados por estas victorias la voluntad de los normandos de consolidar sus


conquistas fue imparable. Aunque en un primer momento, antes de la batalla de
Venosa habían prometido fidelidad al emperador con la condición de retener las
tierras que poseían entonces, ahora fue imposible contener su ambición. En el
otoño de 1041 los normandos dominaban ya la zona de Melfi y la región oeste de
Apulia hasta las cercanías de Matera. Bizancio no controlaba ya más que el litoral,
salvo en Capitanata y la tierra de Otranto. Incluso las grandes ciudades costeras
comenzaron entonces a tratar individualmente con los invasores arreglando
acuerdos concretos con la esperanza de preservar sus territorios. Bari, Giovinazzo y
Monopoli aceptaron pagar tributo, como en su momento habían hecho con los
árabes. Por esa época llegó a la zona un funcionario bizantino, Sinodiano, para
tratar con las ciudades que habían parlamentado con los normandos pero falto de
recursos renunció a la acción y se encerró en Tarento. Como él otros oficiales se
vieron obligados a guarecerse tras los muros de las ciudades que todavía
mantenían fidelidad al Imperio, dejando el territorio libre para las correrías de los
invasores. En breve sólo quedaron en manos de Bizancio cuatro plazas en Italia:
Brindisi, Otranto, Tarento y Bari. Ante esta situación de deterioro Constantinopla se
vió obligada a llamar de nuevo al único hombre capaz de hacer frente a la
situación. Llegaba de nuevo la hora de Jorge Maniaces.

Maniaces en Italia
Miguel IV, el emperador que había enviado a prisión a Maniaces, falleció en
diciembre de 1041. Su sucesor Miguel V y su esposa Zoé, deseosos de enderezar la
suerte de los asuntos occidentales, liberaron al general y lo reenviaron a Italia con
el título de magistros, catepán de Italia y strategos autokrator de los tagmata de
Italia tras hacer llamar de vuelta a Sinodiano. Maniaces desembarcó en Tarento a
finales de abril de 1042 con un nuevo ejército reforzado con contingentes
albaneses, los arvanitai que pasaron luego a constituir uno de los cuerpos
extranjeros permanentes en el ejército imperial. En el momento de su llegada sólo
seguían en poder de Bizancio las plazas de Brindisi, Otranto, Tarento, Trani y Oria.
Entre tanto sus adversarios no habían permanecido ociosos, habían tenido cinco
meses de desgobierno bizantino para maniobrar y establecer alianzas con las
ciudades de Apulia. Tras haberse malquistado con el principado de Benevento
negociaron con los principales de Bari y propusieron a Argyros reconocerlo como su
señor. Éste, seducido por la propuesta, repitió el comportamiento de Arduino e hizo
entrar de noche a los normandos en la ciudad y allí concluyó un acuerdo definitivo
con ellos recibiendo en febrero de 1042 el título de duque y príncipe de Italia con
los guerreros normandos como vasallos. Éstos seguían el mismo procedimiento
utilizado con éxito en otras ocasiones: imponer su participación, hacerse temer,
reconocer en teoría la soberanía de los antiguos amos del país para luego
desequilibrar la situación en su propio provecho. Es posible que en lo tocante a
Argyros su proyecto fuese llegar a una futura reconciliación con Bizancio previa
aceptación de los hechos consumados y con la secreta esperanza del catepanato
por entonces vacante.
La llegada de Maniaces trastornó todos esos cálculos y dejó a Argyros como un
simple rebelde, tal y como su padre lo había sido en tiempos, por lo que se vio
obligado a vincular su destino más estrechamente a los recién llegados del norte.
Avanzando en su propósito reclamó la ayuda de los normandos de Aversa y reunió
varios miles de soldados que se aprestaron a combatir al ejército imperial
acampado bajos los muros de Tarento. Pero Maniaces rehuyó el combate y optó por
refugiarse tras los muros de la ciudad a la espera de una oportunidad favorable. Los
normandos intentaron en vano provocar a los bizantinos a un encuentro en campo
abierto y se contentaron con saquear la región de Oria. Tras reconocer la
imposibilidad de asediar una plaza poderosa como Tarento se replegaron pronto
hacia el norte en mayo de ese año.
En el litoral adriático Trani, la plaza más importante después de Bari, mantuvo la
fidelidad al emperador y rehusó negociar con Argyros. Su ejemplo fue imitado por
Giovinazzo con peor suerte pues Argyros apostó su ejército ante la plaza y la tomó
el 3 de julio de 1042 después de tres días de sitio sometiéndola a pillaje y
asesinando a los funcionarios bizantinos en ella refugiados. De allí pasó a Trani, a la
que sometió a asedio durante más de un mes hasta que los acontecimientos de
Constantinopla provocaron un vuelco en la situación.
Entretanto Maniaces había salido en junio de Tarento con su ejército barriendo
delante de sí las bandas de normandos que encontraba a su paso. Castigó
cruelmente a los habitantes de Matera acusándoles de trato con el enemigo y
demostró ser tan despiadado como sus enemigos normandos, arrasando los
campos, quemando las cosechas y asesinando a centenares de campesinos. Desde
Matera Maniaces se dirigió hacia el este y sometió a Monopoli al mismo castigo y a
la misma demostración de crueldad y ensañamiento: muchos ciudadanos fueron
ahorcados y otros enterrados vivos, pero las ciudades no le abrieron sus puertas
por ello. Con todos estos hechos Maniaces se ganó una reputación de tirano
abominable en la región y perjudicó muy gravemente la suerte de la causa
bizantina en Italia. Mientras tanto en Constantinopla se sentaba en el trono un
nuevo emperador y la llegada al poder de Constantino Monómaco en julio supuso
malas noticias para la fortuna de Maniaces.
Durante la época de sus mandatos en Asia Menor el general había adquirido
grandes propiedades en el thema de los Anatólicos. Algunas de esas tierras eran
vecinas de las de un poderoso señor, Romano Esclero, nieto del famoso Bardas.
Pronto las relaciones entre ambos se deterioraron y Maniaces, que debió ser un
hombre de genio pronto, amenazó de muerte a Esclero. Éste, amedrentado,
abandonó sus tierras y desde entonces experimentó un odio feroz por su antiguo
vecino. La situación era delicada para Maniaces por cuanto Romano tenía muy
buenas conexiones en la corte, al ser su hermana la amante del emperador. El
momento para la venganza llegó cuando su rival tuvo que ausentarse para guerrear
en Italia. Romano, seguro del apoyo de Monómaco, saqueó las propiedades de
Maniaces y yendo más allá en la ofensa, ultrajó a su mujer. Cuando el general fue
informado de estos penosos acontecimientos experimentó una cólera indecible,
cólera que se convirtió en exasperación al saber que el emperador, a instancias de
su rival, había decidido finalmente destituirlo de su puesto. En ese momento
Maniaces, considerando muy peligroso regresar a Constantinopla como un simple
particular, optó por la única solución que veía a su alcance, la revuelta.
En esos momentos las noticias llegadas de Constantinopla le decidieron a rebelarse,
sabedor de que la pérdida de favor de la corte y la llamada a la capital suponían de
nuevo la prisión. La llegada al poder de Constantino Monómaco y el favor que éste
propiciaba a su mortal enemigo Romano Esclero no auguraban más que desgracias
para su carrera. Puesto al corriente de todos los detalles comenzó a incitar en
secreto a sus soldados contra Monómaco.
En septiembre de 1042 desembarcó en Otranto una representación del basileo. El
patricio Pardos, el protoespatario Tubaces y el arzobispo Nicolás llegaron portadores
de un crisóbulo dirigido a Maniaces con el que el emperador pretendía reconciliarse
con su exasperado general. Pardos además debía sucederle en el cargo de catepán.
Maniaces, conocedor en secreto del contenido del documento, al principio les
dispensó una favorable acogida pero la torpeza del enviado muy pronto empeoró
las cosas. El comportamiento arrogante de Pardos fue demasiado para el genio del
general que dió órdenes de inmediato a sus hombres para detener al patricio al que
al cabo de pocos días hizo asesinar en unas caballerizas tras someterlo a muchas
vejaciones. El protoespatario Tubaces sufrió la misma suerte pocos días después. El
secreto se había desvelado y tras la favorable reacción de sus hombres Maniaces se
decidió por fin en octubre de 1042 a asumir las insignias imperiales del poder
supremo y se hizo proclamar emperador por sus tropas, decidido a emprender la
lucha a vida o muerte por el poder. Su empresa requería oro y Maniaces lo encontró
apropiándose de los fondos de la embajada, unas fuertes sumas destinadas a
comprar la retirada de los normandos.
Anteriormente, en julio, otra delegación imperial se había encontrado con Argyros,
que estaba asediando Trani en esas fechas, y le presentaron un crisóbulo en el que
se le comunicaba el perdón del emperador y se le conferían los títulos de patricio y
vestes si demostraba su fidelidad al Imperio y atraía a los normandos al servicio de
Bizancio. Ello suponía aceptar definitivamente la presencia de éstos en los
territorios bizantinos intentando obtener a cambio un provecho para los intereses
del Imperio. Argyros aceptó el trato y obligó a los normandos a levantar el sitio de
Trani, quemó las máquinas de asedio y se dirigió de nuevo a Bari hacia donde
también se encaminaba su rival.

Maniaces después del asunto de la embajada partió a marchas forzadas desde


Otranto con parte de su ejército. Pretendía presentarse en Bari y utilizar el oro
recién ganado para comprar el favor de los magnates de la capital y atraerlos a su
causa. Pero la brutalidad que había demostrado en el trato con la población local lo
había vuelto odioso e impopular, y los magnates decidieron mantenerse fieles a
Argyros y a Bizancio. Tras ser incapaz de llegar a un acuerdo con su rival Maniaces
se volvió hacia los normandos, pero éstos, con el recuerdo fresco de sus difíciles
relaciones en Sicilia rehusaron también y sólo un pequeño número se unió a su
ejército. Ante este fracaso Maniaces decidió no perder más tiempo en Italia y llevar
su ejército al otro lado del Adriático para intentar su suerte hacia el corazón del
Imperio, allí donde se jugarían todas las bazas. Por ello tras ser rechazado de Bari
se replegó sobre Tarento que se había convertido en la base de operaciones de su
ejército y preparó el embarque de sus tropas hacia Grecia. Los normandos
saqueaban la región y la población local mostraba una disposición muy poco
amistosa hacia el rebelde por el duro trato que había recibido de su parte, por lo
que Maniaces decidió abandonar la ciudad y marchar sobre Otranto para desde allí
dejar Italia.

En estos momentos, en febrero de 1043 había llegado a Bari Basilio Teodorocano el


antiguo compañero de armas de Maniaces y nuevo catepán de Italia. Argyros con
las milicias locales de Bari y contingentes normandos rodeó Otranto mientras que
una flota bizantina mandada por Teodorocano bloqueó el puerto. Pero siendo un
hombre de recursos Maniaces encontró la forma de apoderarse de unos barcos,
forzó su salida de puerto en ese mismo mes y puso proa rumbo a Dirraquio.

El fin de la Italia bizantina: 1043-1071


Tras la marcha de Maniaces los oficiales bizantinos recibieron una mejor acogida en
tierras italianas, pero la situación no mejoró por la falta de medios para oponerse a
los normandos y recobrar los territorios perdidos desde 1041. Bizancio controlaba
todavía en 1043 Calabria, Tarento y la tierra de Otranto, pero en Apulia sólo las
ciudades costeras reconocían fidelidad al basileo. En el interior sólo algunas villas
aisladas como Troia (hasta 1048) o Lucera (hasta 1060) se sustrajeron al dominio
normando. En estos años aparece documentado el problemático thema de Lucania,
conocido sólo por un documento datado en noviembre de 1042 por el que su
estratego Eustacio Skepides dicta una sentencia en favor del abad del monasterio
de San Nicolás en el valle del Lao. Constituido alrededor de Cassano en opinión de
Falkenhausen o de Tursi para Guillou y agrupando en opinión de este último autor
los territorios de Latinianon, Merkurion y Lagonegro, este thema debió ser
organizado posiblemente a partir de 1035 tras la alianza con el emirato siciliano y
tuvo corta vida pues no aparece registrado en la titulación del duque Argyros a su
llegada a Italia en 1051.
En enero de 1043 los barones normandos mantuvieron una reunión en Melfi para
decidir el reparto de sus futuras conquistas, aunque por el momento se centraron
en tomar posesión de las primeras plazas conquistadas en los valles del Ofanto y el
Bradano que abrían paso desde Melfi hacia el resto de la provincia bizantina. Tras
conceder a Rainulfo de Aversa la villa de Siponto con el simbólico santuario de San
Miguel de Gargano, los barones procedieron al reparto: los barones procedieron al
reparto: Guillermo Brazo de Hierro reclamó para sí la villa de Ascoli Satriano;
Drogón, Venosa; Arnolín, Lavello; Hugo Touboeuf, Monópoli; Rodolfo, Cannas;
Gautier, Civitate; Pedro, la ciudad de Trani; Rodolfo, el hijo de Bebena, se quedó
con Sant´Arcangelo; Tristán, Montepeloso; Hervé, Frigento; Asclitin, Acerenza y
Rainfredo, Minervino. Melfi, el origen de la fortuna normanda, fue considerada como
capital del condado de Apulia y se convirtió en una posesión común para los doce
jefes. Los historiadores afirman que Arduino se quedó con la mitad del territorio
aunque lo cierto es que poco tiempo después su nombre desaparece de los
registros históricos.
Tras el reparto el príncipe Guaimar de Salerno, en su calidad de señor de los
barones normandos, condujo a estos contra Argyros, que había regresado a Bari
tras su cambio de bando. El sitio de la ciudad se prolongó durante cinco días pero
Bari era demasiado poderosa como para rendirse ante un enemigo poco preparado,
de modo que tras saquear los alrededores los normandos regresaron a Melfi. Es
posible que por entonces supiesen ya de la inminente llegada de la flota de refuerzo
al mando de Basilio Teodorocano que llegó en febrero para combatir al rebelde
Maniaces.
Pronto hubo relevos también entre los normandos. En junio de 1044 fallecía
Rainulfo de Aversa y Gaeta, el primer normando que había fundado en Italia un
señorío independiente, sustituido pronto por su sobrino Rainulfo y a fines de 1045 o
a principios de 1046 moría prematuramente, para gran consternación de sus
compatriotas, Guillermo Brazo de Hierro, primer conde de Apulia, sucedido no sin
oposición por su hermano Drogón.
El patricio y vestes Argyros, cuya posición e influencia podían colisionar con el
nuevo catepán Basilio Teodorocano, fue rápidamente llamado a Constantinopla por
el emperador y el propio Teodorocano no permaneció tampoco mucho tiempo en su
puesto, ya que pronto fue nombrado a finales de 1045 en su lugar un nuevo oficial
llamado Eustacio Palatino que, en un esfuerzo por recabar apoyos, reclamó la
vuelta a Bari de todos aquellos que se habían exilado. Mientras todos estos cambios
tenían lugar la lucha continuaba en las tierras de Apulia y Calabria. El flamante
catepán intentó mostrar energía en su desempeño pero fue prontamente derrotado
a las afueras de Tarento, el 8 de mayo de 1046, circunstancia que fue aprovechada
por los normandos para tomar poco después la villa de Lecce. Parece ser que en
estos momentos los notables de la ciudad de Bari, sin conocimiento de los oficiales
bizantinos, entraron en tratos con el conde Umfredo, hermano de Guillermo Brazo
de Hierro y de Drogón y llegado recientemente a Italia e hicieron prisionero al
derrotado catepán, que había buscado refugio en Bari tras su derrota en el sur. Por
aquel entonces los inestables normandos se habían dividido en dos partidos: uno
reconocía el señorío de Umfredo y Drogón y el otro a Pedro, el hijo de Amigo, que
por aquel entonces estaba ocupado en el sitio de Trani.
El derrotado y prisionero Eustacio fue relevado de su cargo a finales de 1046 y en
su lugar llegó a la península el patricio y vestes Juan Rafael, comandante de la
guardia varega que desembarcó en Bari a la cabeza de un destacamento escogido.
La llegada de estos contingentes fue muy mal recibida por los lugareños y Rafael
tuvo que abrirse paso a la fuerza hasta el Pretorio, la residencia del gobernador en
la ciudad. Lo inestable de la situación le decidió a ordenar la retirada al día
siguiente y entablar negociaciones con las autoridades locales para conseguir la
liberación de su antecesor en el cargo. El acuerdo al que llegó con los bariotas
implicó el reconocimiento del estado de cosas en la ciudad, lo que venía a significar
su independencia de facto y su desligamiento de la autoridad bizantina. Además la
tensa relación con la población obligó al catepán a trasladar sus mercenarios a la
base más segura de Otranto.
A mediados de 1046 hizo su aparición en la escena italiana otro hijo de Tancredo de
Altavilla, el mayor de los habidos en su segundo matrimonio, Roberto el que luego
sería llamado Guiscardo, y que habría de seguir una carrera que eclipsaría los
logros de sus hermanos mayores. Intentando emular la gloria y la fortuna de sus
predecesores abandonó Normandía en compañía de cinco caballeros y treinta
infantes. Una vez en Italia, tras ser muy mal recibido por sus hermanastros, sirvió
durante un tiempo bajo las órdenes de Pandolfo de Capua en su enfrentamiento con
Guaimar de Salerno. Tras enfrentarse a su señor por no atenerse a las promesas
realizadas se dirigió hacia Calabria a instancias de Drogón al que solicitó tierras y
dinero. Éste le ofreció el puesto de Scribla primeramente antes de ocupar en 1050
una primera posición fortificada en la zona norte del valle del Crati, posiblemente
San Marcos, desde la que se dedicó a saquear y pillar la región llevando la
existencia de un bandido en una frontera que por aquella época trazaba una línea
desde Amantea en un arco hasta el sur de Cosenza y Rossano.
Los normandos siguieron adelante con la ofensiva en todos los frentes, avanzando
sobre Lucania y Capitanata mientras quedaba a cargo de Roberto de Altavilla
comenzar los combates en Calabria. Troia cayó en 1048. En el mismo año Umfredo
pudo derrotar a los bizantinos en Tricarico, cerca de Potenza, en unos momentos en
los que Constantinopla tenía su atención puesta en los asuntos internos enfrentada
a graves rebeliones e imposibilitada para enviar refuerzos en cantidad suficiente
para producir un cambio decisivo en la situación.
La estancia de Argyros en Constantinopla duró varios años, durante los cuales gozó
del favor imperial y tuvo ocasión de distinguirse en la defensa de los intereses del
basileo, tal y como ocurrió durante la sublevación de León Tornicio en 1047.
Finalmente fue devuelto a Italia en marzo de 1051 con el título de magistros vestes
y duque de Italia, Calabria, Sicilia y Paflagonia con el encargo de gobernar los
territorios imperiales en la península, hecho inusitado el de confiar tan alto cargo a
un griego italiano, en realidad al hijo de un lombardo, un latino que ni siquiera
profesaba la ortodoxia (se sabe de hecho que mantuvo diferencias con el patriarca
Miguel Cerulario que lo consideraba extranjero y herético). Sin duda la pésima
situación de los asuntos italianos convenció al gobierno imperial de que Argyros
era por su pasado la persona adecuada para intentar enderezar la fortuna de
Bizancio en la península apoyándose más en la diplomacia y la habilidad que por la
fuerza de las armas. Un factor añadido que impedía el recurso a la fuerza era la
constatación de la mala situación en la costa oriental del Adriático, pues las
revueltas búlgaras habían reducido a la nada las ganancias territoriales de los
tiempos de Basilio II. El thema de Nicópolis se había perdido y las comunicaciones
terrestres entre Macedonia y Tesalia con las ciudades costeras se habían
interrumpido, lo que dificultaba el envío de nuevas tropas con destino a Italia.

Las actividades del príncipe de Salerno


Guaimar, el príncipe de Salerno, soberano de los normandos de Apulia tras recibir el
título de duque de Apulia y Calabria espoleó a sus súbditos para que se adentrasen
profundamente en los territorios del basileo. Muy lejos quedaban ya los lazos que
habían unido Salerno al Imperio. Una intentona directa sobre Bari fracasó, por lo
que Guaimar, acompañado por Guillermo Brazo de Hierro, se decidió por explorar la
senda de Calabria, aunque parece ser que por entonces no avanzó mucho más allá
del valle del Crati. Pronto otros problemas distrajeron al príncipe y le obligaron a
fijar su atención en Aversa y a los normandos allí establecidos. Éstos, encabezados
por su jefe Rainulfo, demostraron ser unos vasallos incómodos y turbulentos y
pronto desafiaron la autoridad de su señor natural. Cuando a la muerte del señor
de Aversa Guaimar intentó imponer un noble de otra familia de inmediato estalló
una guerra que terminó con la derrota del protegido del príncipe de Salerno. Éste,
con muchos esfuerzos, intentó en estos años mantener bajo control las actividades
en la región comprendida entre los Estados Pontificios y los territorios bizantinos de
Calabria y Apulia. Para ello mantuvo embajadas regulares con el emperador
germánico Enrique III asegurándole su fidelidad y postulándose como su principal
vasallo en la región. El emperador, que acababa de ser coronado en 1046,
aprovechó su viaje a Roma para retomar el papel de Otón I y dictar sus
condiciones en la organización de la Iglesia con la deposición de tres papas y la
elevación al solio pontificio del obispo de Bamberg con el nombre de Clemente II. A
continuación, como mandaba la tradición, descendió en enero de 1047 a Campania
con su ejército para imponer su arbitrio como señor de la Cristiandad. En febrero
recibió en Capua la sumisión de los condes de Apulia y Aversa, Drogón y Rainulfo
II, a los que nombró vasallos directos del Imperio al tiempo que les concedía la
investidura imperial para todas las tierras que conquistasen, de modo que ambos
ascendieron al mismo rango que el disfrutado hasta entonces por los antiguos
príncipes lombardos. Sólo Benevento, dominada por Pandolfo IV, se resistió a la
voluntad del emperador, por lo que éste, obligado a abandonar Italia en abril
reclamado por otros asuntos, dejó a cargo de sus nuevos vasallos normandos el
castigo del rebelde. La ratificación imperial a su posición convirtió a los normandos
en más inexorables en su explotación del país, sometiendo a sus exacciones a
lombardos e italo-bizantinos por igual.
Por esa época un nuevo personaje entra con fuerza en la política de la Italia
Meridional, el nuevo papa León IX, nombrado por el emperador el 12 de febrero de
1049 tras la muerte de Dámaso II. Peregrino e infatigable reformador mantuvo una
constante lucha por erradicar los abusos que habían llevado a un grado extremo de
corrupción a la Iglesia Latina, entre los que se encontraban las cuestiones de la
simonía y los matrimonios de los sacerdotes y fue el primero de la serie de papas
reformadores que llevarían a la querella de las investiduras. Cuestión fundamental
era para el nuevo pontífice el recuperar el control de los bienes y los
nombramientos eclesiásticos, que desde largo tiempo antes residían en manos de
los señores locales y en general reestablecer la situación, muy perturbada por las
rivalidades entre lombardos y normandos, las guerras continuas, los saqueos y
confiscaciones de iglesias y monasterios.
Una de las cuestiones pendientes a la que León IX tuvo que hacer frente fue la
ocupación por los normandos de territorios incluidos en el patrimonio de San Pedro.
El Papa intentó negociar en diversas ocasiones un arreglo para conseguir la
restitución de las tierras robadas, actuando no sólo como jefe de la Iglesia sino
también como representante del emperador y por ello empeñado en el
restablecimiento del orden y la paz. Ante esos avances los lombardos de Benevento
se afirmaron en su rebeldía ante el poder imperial y rechazaron la intervención
papal, mientras que los normandos acogieron con mansedumbre las reconvenciones
del pontífice sin variar ni un ápice su actitud de fondo. A la vuelta a Roma del Papa
tras su embajada llegaron en oleadas las denuncias de todas partes acusando las
depredaciones de los normandos. Se puede detectar en las crónicas de la época el
odio creciente que el pillaje sistemático estaba produciendo en todo el sur italiano.
León IX recibió en Roma delegaciones que denunciaban a voz en grito los abusos y
saqueos que debían soportar las poblaciones a manos de sus nuevos amos.
Elocuente testimonio fueron las palabras del abad normando Jean de Fécamp que al
dirigirse al Papa para narrarle el ataque de que había sido objeto en Toscana le
explicó:
“El odio de los italianos contra los normandos ha llegado a tal exasperación que no
hay, por así decirlo, una aldea en Italia que un normando pueda atravesar con
seguridad. Incluso aunque vaya como peregrino se arriesga a ser atacado,
despojado y arrojado a prisión.”
Esta situación produjo finalmente un cambio en la actitud del Papa que, tras
comprobar el fracaso de su intervención personal e indignado por la mala fe
normanda, empezó a considerar a éstos como el peor enemigo de la Iglesia. A
comienzos de 1051 los beneventanos comenzaron una aproximación a la Santa
Sede lo que permitió a León IX, tras una serie de negociaciones, asumir la
soberanía en el principado de Benevento y detraerlo de la esfera imperial a cambio
de concesiones en Alemania. En julio, tras una entrevista con el príncipe de Salerno
y Drogón para encomendarles la protección del nuevo territorio pontificio de las
depredaciones de los pequeños señores normandos, el conde de Apulia fue
asesinado en Montoglio por uno de sus hombres de armas. La muerte de Drogón
dio la señal a una insurrección general en Apulia contra los normandos y la
situación de gran inestabilidad convenció definitivamente al Papa para formar una
alianza ofensiva contra los normandos y expulsarlos definitivamente de los
territorios del principado de Benevento. Desde finales de 1051 o principios de 1052
León inició contactos secretos con las autoridades bizantinas con vistas a establecer
una alianza contra el enemigo común.

El gobierno de Argyros y la batalla de Civitate


Argyros desembarcó por fin en Otranto en marzo de 1051 con el título de
magistros, vestes y duque de Italia y de Calabria con plenos poderes. Sus
instrucciones eran claras: con los medios económicos de los que había sido provisto
debería corromper a los normandos e invitarlos a atravesar el mar para combatir en
Asia como mercenarios. No parece que su llegada fuese acompañada del refuerzo
de tropas para asegurar su posición. En caso de no obtener éxito en sus gestiones
debería intentar al menos sembrar la división entre los jefes normandos azuzando
unos contra otros.
Desde Otranto Argyros se dirigió a Bari donde en un primer momento se le negó la
entrada a la ciudad por parte de los señores locales Adralestos, Romualdo y Pedro,
partidarios de los normandos. Pocas semanas después el oro empezó a mover
voluntades y una asonada en abril consiguió derribar al gobierno y abrir las puertas
al duque de Italia. Sólo Adralestos logró huir y refugiarse junto a Umfredo, el
sucesor de Drogón, mientras que su mujer e hijos junto con sus hermanos fueron
enviados cargados de cadenas a Constantinopla. Por la misma época las luchas por
el poder arreciaron también en Tarento donde tenemos noticias de la lucha entre los
partidarios de Bizancio liderados por un tal Genesio, administrador de las
propiedades de la catedral, frente a los rebeldes dirigidos por Basilio Crisoqueinos,
los hermanos Eustacio y León Catananges y varios clérigos de iglesias latinas y
ortodoxas.
Argyros, una vez asegurada su posición en Bari, emprendió de inmediato
conversaciones con los normandos. Éstos demostraron pronto su poca voluntad de
acuerdo al preferir las ganancias en las tierras italianas a la aventura en la lejana
Asia. Una dificultad añadida en las conversaciones fue la anarquía que la muerte de
Drogón había traído a las filas normandas. En su intento por aprovechar la ocasión
Argyros sacó su ejército al campo de batalla en 1052, pero fue derrotado primero
cerca de Tarento y luego ante Siponto a manos de Umfredo y Pedro, el hijo de
Amigo. Las cosas no fueron mejor en Calabria, donde Roberto Guiscardo batió en
Crotona a las tropas del protoespatario Sicón. Ante el fracaso de su iniciativa
Argyros cambió de estrategia y envió una embajada a León IX para proponerle una
acción conjunta contra los normandos.
El Papa estaba por entonces más que dispuesto a adoptar esa vía de acción, harto
de las tropelías e insubordinaciones de sus peligrosos vecinos. El propósito de una
acción conjunta desde el norte y el sur se vió frustrada por la negativa de Guaimar
V de Salerno a unirse a la alianza. Éste temía un triunfo que resultaría muy
favorable para Bizancio y amenazaría la independencia de su territorio. León tuvo
que esperar a condiciones más favorables.
En agosto de 1052 una revolución, en la que posiblemente estuviese implicada la
mano de Bizancio, estalló en Salerno provocando la muerte de Guaimar V. Su
sobrino Gisulfo consiguió recuperar el poder con ayuda de los normandos de
Aversa, pero la situación del principado quedó muy debilitada por la pérdida del
control de las villas marítimas de Amalfi y Sorrento que recuperaron su autonomía.
Los cambios en Salerno reforzaron la influencia normanda sobre el principado, por
lo que el Papa tuvo que recurrir a aliados todavía más poderosos, y esos se podían
encontrar en el Imperio. Se imponía el concurso de tropas numerosas y bien
disciplinadas y se estimó como indispensable la colaboración de Enrique III, por la
poca confianza de León IX en las tropas locales. A finales de 1052 el Papa pasó a
Baviera donde se encontró con el emperador y le hizo efectiva su petición de ayuda.
En la corte imperial estaba vivo el recuerdo de anteriores e infructuosas
expediciones italianas, de forma que a duras penas León consiguió el concurso de
contigentes de loreneses, suabos y franconios. La airada intervención ante el
emperador del obispo Gebhardt protestando por la indefensión de Baviera al ser
despojada de esas tropas tuvo como resultado que finalmente el Papa sólo pudo
regresar con un pequeño grupo de setecientos suabos mandados por Trasemundo,
Atón, Garnier y Alberto y reclutados a cuenta del pontífice.
En febrero de 1053 el ejército pontificio llegó a la llanura lombarda y el día 21 el
Papa estaba ya en Mantua. Tras pasar por Roma y Montecassino llegó finalmente a
Benevento. Su objetivo no era enfrentarse con los normandos de inmediato, sino
reunirse con Argyros, que se encontraba en las cercanías de Siponto. Para evitar un
encuentro precoz con el enemigo Léon efectuó un rodeo hacia el norte hasta
atravesar la llanura que se extiende al norte del Gargano. Durante el camino se le
unieron numerosos contigentes italianos entre los que destacaban las tropas del
duque de Gaeta Atenulfo, Lando conde de Aquino, y soldados del país de los
Marsos, Ancona, Espoleto, Sabina y Fermo. Tras atravesar el río Fortore en junio el
ejército pontificio acampó en la orilla derecha, cerca de Civitate. El 17 de junio de
1053, inopinadamente, se toparon allí con el ejército normando que les esperaba,
recién llegado tras batir a las tropas de Argyros.
Frente a una clara amenaza para su supervivencia los normandos, olvidadas por un
momento sus diferencias, habían acudido masivamente de todas partes a
reagruparse bajo el mando de Umfredo, y de Ricardo de Aversa. Junto a ellos
formaban los normandos de Calabria al mando de Roberto Guiscardo además de
muchos otros pequeños señores. La decisión inmediata en el campo normando fue
impedir la unión de los ejércitos de sus rivales por lo que se apresuraron a dirigirse
al norte de Apulia pretendiendo impedir el paso del ejército papal y evitar que
alcanzase Siponto, donde se habían situado los hombres de Argyros. Éste tras un
breve combate huyó por mar desde el puerto de Viesti. Ahora sólo quedaban en pie
dos contendientes.
Enfrentados los dos ejércitos en la llanura, León IX envió parlamentarios para
conocer las intenciones de los normandos y pedirles que se sometieran. Éstos le
contestaron que estaban dispuestos a hacerlo y devolver todas las tierras que
ocupaban, pero que no podían consentir que se hubiese aliado con su enemigo
Argyros. Tras los parlamentos ambos ejércitos se tantearon durante unos días, pero
la falta de víveres en el campamento normando decidió a éstos a pasar a la acción
sin más retrasos. El combate se inició el viernes 18 de junio. En un primer
momento la lucha fue desfavorable para los normandos, pero la situación cambió al
recibir refuerzos. En medio del furioso ataque normando las tropas italianas del
Papa fueron presas del pánico y emprendieron la huida. Los condes lombardos
reunieron a sus tropas y las llevaron al norte de modo que sólo quedaron para
hacer frente a los normandos las tropas alemanas. Éstas ofrecieron una
encarnizada resistencia durante horas hasta sucumbir y ser masacrados hasta el
último hombre. La defensa se derrumbó finalmente y el Papa, refugiado en Civitate,
asistió como espectador al fin de su proyecto. Los victoriosos normandos se
dispusieron al asedio de la ciudad quemando los arrabales y ya se preparaban para
asaltar los muros cuando León IX, presionado por los aterrorizados ciudadanos, se
vio obligado a parlamentar. El pontífice aceptó entregarse y concluir un acuerdo a
condición de que cesase el combate. Además les otorgó el perdón de la iglesia y la
anulación de la excomunión que pesaba sobre ellos de forma que poco después los
ciudadanos de Civitate pudieron ser testigos de una curiosa escena: el Papa
saliendo de la ciudad ornado con sus vestimentas pontificias y rodeado de clérigos
abriéndose paso ante una masa de guerreros que se postran a sus pies jurando
obediencia y fidelidad mientras el pontífice pronuncia las solemnes fórmulas de la
reconciliación.
El 23 de junio de 1053 el Papa regresó a Benevento escoltado por Umfredo. Allí
permaneció durante seis meses vigilado por los normandos que lo mantuvieron
incomunicado, aunque oficialmente guardando todas las consideraciones hacia su
persona. Esa condición de rehén era evidentemente la más favorable para sus
intereses.
Durante la larga estancia del Papa en su forzada residencia de Benevento (junio de
1053-marzo de 1054) León entabló contacto con Constantino Monómaco y Miguel
Cerulario mediante una legación encabezada por el cardenal Humberto, el canciller
Federico de Lorena y el arzobisbo de Amalfi Laurencio. Motivos políticos y religiosos
animaron la embajada pues a la cuestión de la alianza contra los normandos se
sumaba la delicada cuestión de las diferencias religiosas entre las iglesias latina y
oriental tan alteradas ya desde la época de Focio. La pretensión del Papa era
conseguir la retractación del patriarca y el reconocimiento de la supremacía
romana, aunque es bien conocido como el resultado fue muy otro: las diferencias y
desconfianzas entre ambos bandos provocaron una ruptura oficial que separó
todavía más a ambas partes y dejó huellas permanentes para el futuro.
Los primeros sorprendidos por el desenlace de la jornada de Civitate fueron los
propios normandos, que no esperaban alcanzar un éxito tan rotundo. Rodeados por
un entorno muy hostil y en perpetua división interna por su escasa disposición a
reconocer un señor común se contentaron en los tiempos posteriores con consolidar
sus ganancias y no aprovecharon la inacción de sus adversarios para emprender
grandes aventuras sino que optaron por una lenta progresión en su avance. Los
pequeños barones se instalaron en la zona del litoral al noroeste del Gargano en la
región de Lesina, Ripalta y Vieti, mientras Umfredo regresó a Melfi y se ocupó de
castigar a los asesinos de su hermano reafirmando su autoridad en la región de
Melfi y Venosa. Troia, que tras una primera sumisión en 1048 había recobrado su
independencia, volvió otra vez a pagar tributo y las grandes ciudades litorales de
Apulia como Bari, Trani y quizá Otranto reconocieron la autoridad del conde
normando so pena de verse hostigadas por continuas algaradas. Probablemente
esta dominación permitía, como de costumbre en la tradición italiana medieval, una
amplia autonomía en las ciudades que mantuvieron sus magistrados locales,
frecuentemente titulados con dignidades bizantinas.
Si en la Apulia bizantina los normandos no encontraban una resistencia organizada
no fue así el caso en la región de Benevento que, a la muerte de León IX (19 de
abril de 1054) volvió a manos de la antigua dinastía lombarda, por lo que la
atención normanda volvió de nuevo hacia el sur, que prometía presas más
apetitosas. Las operaciones se reanudaron en 1054, cuando se documenta la
conquista de Conversano, cerca de Bari, aunque a medida que los invasores se
aproximaban al golfo de Tarento la resistencia fue volviéndose más encarnizada. Se
sabe que el protoespatario Sicón fue muerto en combate ante los muros de Matera
y que en Oria tuvo lugar un enfrentamiento con los bizantinos en 1055. Tras
superar esa oposición los normandos pudieron adentrarse en la tierra otrantina y
conseguir triunfos significativos. Lecce y Nardo fueron tomadas por el conde
Gaufredo. Pronto fue el turno de Otranto mientras Galípoli era asediada. Las
siguientes plazas en caer Castro, Minervino y Catanzaro. Una nueva derrota
bizantina en 1056 cerca de Tarento dejó el campo libre para el saqueo por parte de
los vencedores. Fueron años duros para la región acosada también por una feroz
hambruna que llevó la desolación a esas tierras.
Durante estos años la figura de Roberto Guiscardo, que habría de ser más adelante
el enemigo mortal de Bizancio comenzó a destacarse claramente entre sus
compatriotas. Un golpe de fortuna le había permitido en 1050 acrecentar sus
recursos al contraer matrimonio con la tía de Gerardo de Buonalbergo, un noble
propietario de las cercanías de Benevento. Éste, reconociendo los signos de un
futuro brillante en el hasta entonces jefe de bandoleros, le ofreció en lugar de dote
el concurso de doscientos caballeros para participar en la empresa de Calabria.
Guiscardo, así llamado desde entonces por su nuevo socio, se vió convertido
repentinamente en un caudillo con los recursos suficientes para llevar adelante la
conquista de Calabria. Desde 1048 al menos se habían sucedido las incursiones
normandas en tierras calabresas y consta un enfrentamiento con los bizantinos en
1052 cerca de Crotona y saqueos en la zona de Gerace. Tras la victoria de Civitate
Roberto se dedicó metódicamente desde su refugio de San Marcos a hostigar la
región de Cosenza, Martorano y Bisignano cobrando tributos, saqueando e
imponiendo su ley en la zona. En 1056 se unió a las tropas de su hermano para
asediar Galípoli y cuando Umfredo agoniza al año siguiente lo reclama en Melfi para
ser tutor de su heredero. A la muerte de su hermano Roberto asumió el mando
supremo como conde de Apulia.
Frente a estos avances la resistencia en la región bizantina había quedado a cargo
sólo de las milicias locales. Argyros solicitó en vano ayuda de Constantinopla para
hacer frente a la amenaza normanda, pero el Imperio tenía que hacer frente en
esos años a amenazas internas y externas que le impidieron considerar el desvío de
fuerzas a las lejanas posesiones italianas. Los únicos medios disponibles eran el oro
y la diplomacia para intentar detener a los normandos. Argyros probó también la
opción imperial y en mayo de 1054 sus enviados llegaron a la corte de Enrique III
donde fue bien acogido, sin duda por el recuerdo de su padre Meles que tan
estrechos vínculos había mantenido con la corte germánica. En los dos años
siguientes se sucedieron una serie de movimientos diplomáticos con vistas a
emprender una acción contra los señores normandos, pero la muerte del
emperador germánico en agosto de 1056 dio al traste con todos los proyectos. El
Papa Víctor II, que había pretendido el apoyo imperial para recuperar Benevento y
dominar a los normandos, se dio entonces por vencido y buscó el acuerdo con
éstos. Su repentina muerte en 1057 y su sustitución por Esteban IX, el antiguo
canciller Federico de Lorena, permitió durante unos meses mantener el proyecto de
una nueva embajada a Constantinopla pero la pronta muerte del nuevo Papa en
febrero del siguiente año supuso la cancelación definitiva de la alianza con Bizancio
y un giro en la estrategia de la Santa Sede, que abandonó entonces la alianza con
ambos Imperios y se aprestó a entenderse con los ocupantes normandos. Éstos
ofrecieron rapidamente su ayuda al nuevo pontífice Nicolás II para imponerse a sus
adversarios en Roma. La reconciliación final tuvo lugar en agosto de 1059, en el
concilio de Melfi. Allí Ricardo de Aversa y Roberto Guiscardo juraron fidelidad a la
Iglesia Romana. Además éste último concluyó una alianza con el papado que le
dejó las manos libres en toda la Italia Meridional, olvidados ya los derechos de la
corona germánica y de Bizancio. Roberto fue entonces reconocido por primera vez
como duque de Apulia y Calabria y abiertamente manifestó su derecho a las
posesiones bizantinas.
Mientras tanto Argyros abandonó Italia a finales de 1058 sin haber podido cumplir
su misión. La corte bizantina, ocupada en otras prioridades, se mantuvo indiferente
a la cada vez peor situación en la península y sin embargo en estas tierras todavía
asistieron al último esfuerzo por mantenerlas en la órbita de Bizancio.

La última resistencia
Tras sellar su alianza con el Papado Roberto Guiscardo emprendió de nuevo las
operaciones en los territorios para él destinados. En 1060 sometió Troia y en la
primavera de ese mismo año recibió el homenaje de las poblaciones de Brindisi y
Tarento al tiempo que sus hombres expulsaban a la guarnición bizantina de Oria.
Pero en estos momentos el principal asunto era el control de Calabria. Desde 1056
había comenzado a realizar incursiones partiendo de sus posiciones en el valle del
Crati acompañado por su hermano menor Roger. Sus tropas llegaron hasta la
inmediación de Reggio saqueando y obteniendo rehenes, aunque las principales
poblaciones como Crotona, Gerace, Santa Severina, Rossano o la propia Reggio
mantuvieron su independencia.
De vuelta en Apulia Guiscardo encomendó a su hermano Roger la prosecución de la
conquista. Éste se asentó en las cercanías de Vibona, donde luego se construiría la
gran fortaleza de Mileto, y desde allí comenzó sus algaradas. Por medio de
depredaciones y ataques constantes sembró el terror en toda la región del
Aspromonte. Frente a él las autoridades bizantinas estaban divididas. Por razones
desconocidas el estratego de Calabria León Trymbos hizo ejecutar en 1058 a
algunos magistrados civiles (scribones) de Crotona y la población enardecida se
rebeló y le obligó a huir. A los males de la guerra se unieron también los estragos
causados por la terrible sequía de la primavera de 1058 y sus secuelas en forma de
hambre y disentería que diezmaron a la población.
Entretanto en el bando normando se produjo un enfriamiento en las relaciones
entre Roberto y Roger. Siendo ambos hombres ambiciosos colisionaron entre sí a
causa del reparto del botín, lo que fue aprovechado por los calabreses para retomar
Nicastro y aniquilar su guarnición normanda. Por fin Roberto y Roger arreglaron sus
diferencias y reemprendieron las operaciones sobre la región. Reggio, donde habían
hallado refugio los altos funcionarios bizantinos que todavía se mantenían en la
zona, era la única ciudad que no se avino a parlamentar.
En el otoño de 1060, tras someter a Brindisi y Tarento, los normandos pusieron sitio
por fin a Reggio. Tras una encarnizada resistencia la ciudad capituló y los dos
funcionarios bizantinos (probablemente el estratego de Calabria y el krités) se
encerraron en la vecina Scilla con parte de la guarnición bizantina, aunque al poco
tiempo fueron obligados a embarcarse para Constantinopla mientras la población
concluía un tratado con los normandos. Roberto Guiscardo en esa época residía ya
en Reggio, donde se hizo reconocer como duque de Calabria. En estos momentos
los funcionarios bizantinos de alto rango habían sido ya obligados a abandonar la
región, y sólo quedaban los jefes de la aristocracia local, ellos mismos funcionarios
de bajo nivel. Abandonados a su suerte entraron en tratos con los normandos.
Éstos, una vez asegurada su posición, ofrecieron condiciones aceptables a las
poblaciones locales imponiendo un tributo no más oneroso que el cobrado por las
autoridades bizantinas y permitiendo que se mantuviese la autonomía local, con lo
que pudieron establecer su dominio, al menos de forma aparente. A pesar de todo
seguía viva la llama de la resistencia que aprovechaba cualquier coyuntura
favorable para manifestarse. En el valle del Crati los indígenas se beneficiaron del
alejamiento de los jefes normandos para alzarse en armas, como en Agello, cerca
de Cosenza. Por la misma época diputados de varias ciudades calabresas llegaron a
Amalfi y Roma buscando una alianza contra los nuevos ocupantes.
La reacción normanda ante la resistencia local fue la creación de colonias militares
usando los mismos procedimientos que los bizantinos en Asia. Trasladaron a
poblaciones enteras reduciendo a cenizas sus enclaves, como en el caso de
Policastro que fue destruida y su población transportada a Nicotera. Con prisioneros
sicilianos se pobló Scribla, tras el comienzo de las operaciones en Sicilia en 1061
luego de la toma de Messina.
El gobierno bizantino no volvió a enviar tropas a Calabria tras los sucesos de 1060,
pero ello no supuso el fin de sus esfuerzos por recuperar sus posesiones en las
tierras italianas porque a finales de ese año desembarcaron nuevas tropas
comandadas por un miriarca, como es llamado en las fuentes y que quizá deba ser
interpretado como un merarca, obedeciendo las órdenes del nuevo emperador
Constantino Ducas. En rápida sucesión los bizantinos reconquistaron Tarento,
Brindisi, Oria y Otranto, a la vez que se internaban en Apulia hasta llegar ante los
muros de Melfi. Ante las desconcertantes noticias Roberto Guiscardo regresó a toda
prisa de Sicilia y acometio a los bizantinos. Tras someter Acerenza obligó a los
imperiales a abandonar el sitio de Melfi. En 1062 volvió a tomar Brindisi y Oria
haciendo prisionero al miriarca bizantino. Ante estos fracasos los bizantinos se
desmoralizaron y adoptaron en adelante una actitud mucho más pasiva, debido
posiblemente también a la falta de medios. Por ello los dos catepanos que se
sucedieron en Bari, Marulés en 1061 y Siriano en 1062 se vieron obligados a
mantenerse a la defensiva.
Ante el fracaso en las operaciones militares se recurrió la vía diplomática. El
emperador participó muy activamente entre 1061 y 1064 en la lucha por la
sucesión del Papa Nicolás II. La derrota final de su candidato puso bien en claro la
imposibilidad de formar una coalición antinormanda y que la única posibilidad para
detener el avance de Guiscardo era apoyar a las poblaciones que todavía resistían y
sembrar la división entre los caudillos normandos, celosos del poder de Roberto y
descontentos con su primacía.

Bari 1071
Mientras Roberto Guiscardo preparaba en colaboración con Roger un ataque sobre
los musulmanes de Palermo, los barones normandos en Apulia se dedicaron
metódicamente a reconquistar las poblaciones tomadas por los bizantinos durante
su intervención. Un tal Godofredo tomó en 1063 Tarento y Móttola, y pronto
cayeron también Matera y Otranto. En 1064 desembarcó en Bari el catepán
Abulcaré y pudo enviar algunos refuerzos a las ciudades que aún resistían. En esos
momentos Bizancio controlaba todavía parte del litoral, desde la península de
Gargano hasta las cercanías de Brindisi, aunque el catepán no pudo impedir que las
gentes de Bari llegaran a una tregua con Guiscardo debido a la escasez de sus
reservas. A la resistencia se unió el duque de Dirraquio Pereno, también encargado
de la defensa de las costas italianas, que se puso en contacto con normandos
descontentos como Jocelin de Molfetta, Roberto de Montescaglioso, Roger Touboeuf,
Abelardo (hijo de Umfredo de Hauteville y por tanto sobrino de Guiscardo), y Amigo
el hijo de Gautier. Estos nobles se dirigieron a Dirraquio para parlamentar con el
representante del emperador y allí fueron espléndidamente recibidos. Tras
asegurarse sus servicios se les envió de nuevo a Italia donde entre 1063 y 1064 es
probable que ocuparan las ciudades antes mencionadas en nombre del basileo.
Guiscardo reaccionó con rapidez y volvió para castigar a los rebeldes. Algunos,
como Jocelin, huyeron a Constantinopla y entraron al servicio del Imperio, otros
obtuvieron el perdón y recuperaron el favor del duque de Apulia. Había sido la de
los bizantinos una iniciativa condenada a fracasar ante la falta de tropas para
sostener una acción más decidida que no podía ser ganada sólo a base de
sobornos.
En 1066 el arzobispo de Bari pidió otra vez ayuda a Constantinopla. La respuesta
fue el envío de una flota al mando del duque de Dirraquio Miguel Mauricas que
transportaba contigentes varegos. En 1067 las tropas de Mauricas consiguieron
ocupar Brindisi y Tarento. En la primera se instaló una fuerte guarnición al mando
del experimentado oficial Nicéforo Caranteno que se mostró muy activo
organizando salidas contra las bandas de saqueadores normandos que se movían
libremente por las cercanías.
Así pues a la muerte de Constantino Ducas en mayo de 1067 la situación en Italia
no era peor que en 1060 y los normandos no habían logrado avances permanentes
de importancia desde entonces. La ocupación de Calabria era inestable y en Apulia,
en la zona de Bari, Otranto y Tarento, se concentraba la resistencia más tenaz,
sostenida en todos los casos principalmente por la población local pues no se
detectan en esta época guarniciones bizantinas de gran importancia numérica.
Consciente de ello Roberto Guiscardo renunció a la conquista de Sicilia y concentró
sus energías en la toma de Brindisi y Bari no dudando en reunir a todos sus
vasallos para intentar un esfuerzo supremo. Fruto de ello fue la caída de Otranto,
en la que de creer lo narrado en el Strategikon de Cecaumenos estaba acantonada
una guarnición de rusos y varegos al mando de uno de los Malapetzes o Malapezzi,
y por fin entabló el asedio de Bari en agosto de 1068.
La noticia llegó a Constantinopla en circunstancias muy delicadas para el Imperio
ante el continuo hostigamiento de los turcos en las fronteras orientales. En el
momento en que Romano II Diógenes comenzaba sus campañas en Asia el
llamamiento desesperado de la población de Bari en demanda de ayuda no pudo
ser atendido inicialmente y la ciudad tuvo que hacer frente en solitario a los
normandos.
Como maniobra previa Guiscardo declaró ante las autoridades locales su deseo de
reclamar el poder que hasta su muerte había detentado Argyros, fallecido ese
mismo año. Al ser rehusado su derecho se convirtió en su pretexto para iniciar el
ataque. Cuando una pequeña fuerza de reconocimiento se adelantó hasta los muros
de la ciudad el intento fue visto con burla por los bariotas, acostumbrados a
incursiones similares durante muchos años. Pero pronto la llegada del ejército
principal mostró a las claras que esta vez el intento iba en serio y estaba
acompañado por el contundente argumento de poderosas máquinas de asedio y
una flota desplegada ante el puerto en una línea contínua unida por gruesas
cadenas de hierro.
Conscientes los asediados de la gravedad de la situación pidieron socorro de nuevo
a Constantinopla. El emperador estaba ocupado en esos momentos en los
preparativos de una nueva campaña contra los turcos, pero el gobierno no podía
ignorar la petición de auxilio de su mayor bastión en Italia. Por ello se aprestó
apresuradamente una flota con armas y provisiones al mando de Esteban Paterano.
La flota llegó a Bari en enero de 1069 y fue interceptada a la entrada del puerto por
los normandos. En el combate que siguió doce barcos griegos fueron apresados
pero el resto consiguió abrirse paso y reforzar con su cargamento las defensas de la
ciudad. Estos refuerzos fueron acogidos con entusiasmo por la población y les dió
ánimos para prolongar una resistencia que se fue extendiendo durante ese año y el
siguiente de 1070 con pocos avances por una y otra parte. Los combates se
sucedieron ante los muros de la ciudad. Los normandos, en su deseo de asegurar
más el cerco, obstruyeron el puerto con grandes bloques de piedra, un puente y
una torre fortificada, aunque estas obras fueron pronto destruidas por los
asediados. El grave deterioro de la moral que la duración del sitio estaba causando
entre los sitiadores quiso ser superado con una intentona sobre Brindisi, la única
otra plaza restante en poder todavía de Bizancio, pero la expedición fue sorprendida
en una emboscada por los griegos y permitió un breve alivio a los asediados,
aunque finalmente Brindisi acabó cayendo en manos de los normandos.
La perspectiva de otro invierno de asedió decidió a Guiscardo a solicitar la ayuda de
su hermano Roger, que llegó desde Sicilia con una flota. Eso hizo mejorar la
situación, combinado con sus esfuerzos para minar la resistencia interior mediante
el apoyo a la facción local pronormanda.
En Bari la situación había mejorado tras la arribada de una flota mercante con
víveres, pero la discordia estalló finalmente en el interior ante la pugna entre dos
bandos. Uno de ellos, liderado por Argyrizo, uno de los ciudadanos más ricos de la
población y apoyado por el dinero normando, era partidario de negociar con
Guiscardo, mientras que el otro, comandado por Bizantios Guirdelicos, defendía la
resistencia a ultranza. Un intento de asesinato de Guiscardo fracasó y finalmente
Bizantios cayó asesinado por los hombres de Argyrizo. La crítica situación en la
ciudad había provocado una nueva llamada de auxilio a Constantinopla. Ante el
éxito de misiones de aprovisionamiento anteriores el gobierno bizantino aprestó en
Dirraquio una flota de veinte barcos cargados con alimentos, armas y refuerzos al
mando de Jocelin, uno de los normandos que se había pasado al servicio del
emperador tras rebelarse contra Guiscardo. Su flota atravesó el Adriático sin
incidentes y llegó a la vista de Bari donde le esperaban los ansiosos ciudadanos.
Desgraciadamente para su causa la inusual actividad en el puerto esa noche alertó
a los normandos que tuvieron tiempo de aprestar sus barcos y dirigirlos contra el
convoy entrante. En un confuso combate nocturno los normandos de Roger fueron
capaces de concentrar su ataque en la nave capitana y hacer prisionero al jefe de la
expedición. Los bizantinos perdieron además nueve barcos aunque los normandos
no escaparon sin pérdidas incluido uno de sus navíos que se fue al fondo con ciento
cincuenta caballeros acorazados al volcar por un desplazamiento brusco de estos a
una de las bordas.
Este combate fue un durísimo golpe para las esperanzas de los asediados.
Fracasaba así el último intento de ayuda desde el exterior y sin abastecimientos no
podían sostenerse por más tiempo, ya que durante el invierno habían agotado las
provisiones en los almacenes y la moral era ahora muy baja. Las voces que
clamaban por un acuerdo con los sitiadores fueron cada vez más fuertes y dieron
poder al bando de Argyrizo. Cuando en definitiva sus partidarios se hicieron con el
control de una de las torres de la muralla Paterano se decidió por fin a parlamentar
ante el temor de ser traicionado desde dentro y mientras aún estaba en condiciones
de obtener un buen trato. La buena disposición de Guiscardo facilitó un acuerdo
rápido. El 15 de abril de 1071 Roberto y Roger hicieron su entrada en Bari poniendo
fin a treinta años de lucha por el dominio de la Italia del Sur. Basándose en los
acuerdos que se habían establecido a lo largo de los años con las autoridades de la
ciudad se mantuvo en gran medida la administración local, aunque el beneficiario
de la recaudación de sus impuestos pasó a ser su nuevo señor normando y no
Constantinopla. De acuerdo con la costumbre normanda la comunidad juró
obediencia a su nuevo duque y se vió cargada con nuevas obligaciones militares,
incluidas la de aportar fuerzas navales cuando se requiriese. Los bariotas
mantuvieron la posesión de sus propiedades incluidas aquellas que habían sido
saqueadas por los normandos durante el asedio. En muchos aspectos el acuerdo se
trataba más de un tratado que una pura rendición, pero la causa de ello no radicaba
en la bondad de Guiscardo sino en el reconocimiento de que llegaba el momento de
modificar los métodos y gobernar un país como un estadista y no como un caudillo
de bandoleros.
Los vencidos fueron tratados también con clemencia: se concedió permiso a
Esteban Paterano para regresar a Constantinopla y muchos oficiales bizantinos
fueron liberados tras una breve estancia en prisión. Sólo el rebelde Jocelin tuvo que
pagar con la prisión de por vida el alzamiento ante su antiguo señor. Guiscardo
devolvió a los aristócratas locales las tierras y dominios de los que se había
apoderado y protegió a la ciudad de los abusos a manos de otros señores
normandos. A cambio pidió su ayuda en forma de hombres y barcos para la
empresa de Sicilia, que tendría como fruto la caída de Palermo en enero de 1072
tras cinco meses de sitio. El hecho simbólico es todavía más significativo, pues con
la toma de Bari la autoridad del duque de Apulia tomaba una base definitiva frente
a sus connacionales normandos, le reafirmaba como el señor de Italia del sur así
como el sucesor del basileo en el dominio de las tierras que durante siglos
pertenecieron al Imperio bizantino.

APÉNDICE:
ECONOMÍA Y SOCIEDAD EN LA ITALIA BIZANTINA

La estructura poblacional
Desde la antiguedad Italia meridional se singularizó por una densidad de población
relativamente alta con una red de núcleos urbanos que superaron las vicisitudes de
las guerras del siglo VI y el asentamiento de lombardos y árabes de modo que
cuando los bizantinos volvieron a establecerse en la región se encontraron con una
tierra en la que el poblamiento seguía siendo mayoritariamente urbano. La
actuación inicial de las autoridades fue remediar los daños causados por la guerra y
promover el asentamiento de nuevos ciudadanos que pudiese compensar las
pérdidas sufridas, pero poco a poco se inició el proceso de creación de nuevos
asentamientos (kastra). Especialistas como Martin y Noyé distinguen dos oleadas
de fundaciones impulsadas por la administración bizantina. La primera puede
situarse a finales del IX y la segunda en la primera mitad del XI. En el primer caso
los esfuerzos de fortificación se detectan en villas como Nicastro, Montescaglioso,
Cosenza, Santa Ágata, la construcción de la ciudad portuaria de Monopoli y los
enclaves de Giovinazzo y Molfetta, ya activos durante el X. Paralelamente los
esfuerzos de colonización en zonas poco pobladas en estos años hicieron aparecer
los enclaves de Umbriatico, Cerenzia, o Isola Capo Rizzuto.

El segundo esfuerzo fundacional tuvo un marcado carácter defensivo como se


puede deducir de la cuidadosa elección de los lugares de ubicación de los nuevos
enclaves, en su mayor parte kastra cuyos nuevos habitantes estaban sometidos a la
tasa de kastroktisia. Las alturas, el control de las rutas terrestres o la
desembocadura de los ríos se constituyeron en los factores fundamentales a la hora
de decidir dónde se erigiría el nuevo emplazamiento. Los ejemplos mejor conocidos
de estos procesos de fundación son los de Catanzaro y Troia de los que ha
sobrevivido documentación detallada. En el caso de Catanzaro, en Calabria, las
autoridades imperiales reunieron a las poblaciones del entorno y las asentaron en
un recinto amurallado en el que fue construida una iglesia y un edificio
administrativo (praitorion). Posiblemente el periodo más fecundo fue durante el
gobierno de Basilio Boioannes, que estableció en la Capitanata varios
asentamientos fortificados como defensa de las fronteras norteñas ante lombardos,
germanos y normandos. En estos años aparecieron nuevos núcleos de población en
Melfi, Civitate, Dragonara, Castel Fiorentino, Montecorvino, Tertiveri, Biccari y
Rapolla aunque es el proceso de fundación de Troia sobre el que estamos mejor
informados ya que conocemos el documento jurídico que lo regló, un eggraphon
fechado en junio de 1019. Por él sabemos que fueron instalados en la nueva ciudad
lombardos venidos del vecino condado de Ariano Irpino que se habían pasado al
bando imperial y en cuya presencia fueron demarcados los límites del territorio por
parte de funcionarios imperiales al tiempo que se reglaba el herbaticum para los
foráneos. Poco después, en 1023, le llegó el turno a Móttola, erigida sobre una
colina que dominaba el paso de la Via Apia por la región para vigilar las actividades
de los saqueadores árabes que habían vuelto a hacer sentir su presencia en esas
tierras. Por esa misma época la antigua ciudad calabresa de Santa Ágata fue
refundada en un lugar fortificado de las proximidades y rebautizada muy
adecuadamente con el nombre de Oppido. Otros enclaves aparecen en las fuentes
denominados como kastellia, pequeños recintos amurallados para cobijar a la
población circundante de los ataques árabes como es el caso de Battifarano,
Noepoli o Turri en la Basilicata meridional.

La configuración de la ciudad
El territorio ciudadano contaba con un sector densamente poblado intra muros y
una zona fuera de las murallas con características más rurales como las que
podemos encontrar ejemplificadas en el caso del chôrion de Boutzanon situado en
la turma de las Salinas, cerca de Reggio y que ha sido estudiado por Guillou. Los
chôria, a la vez comunidades rurales y circunscripciones fiscales basadas en la
responsabilidad colectiva de sus miembros frente a la administración, pagaban las
tasas a la administración en una suma global, como lo registra el pago de 36
nomismata al catepán Mesardonites en 1016 por parte del pequeño burgo
fortificado de Palagiano. El representante de la comunidad, un calígrafo llamado
Cinamo, recibió del catepán un recibo justificatorio del pago que Palagiano debería
conservar. Los habitantes del chôrion tenían la posibilidad de asegurar la
permanencia de la propiedad de las tierras dentro de la comunidad ejerciendo el
derecho de adquisición preferencial (preempción o protimesis) de los vecinos en
caso de la venta de una propiedad. Cuando en la primera mitad del XI Juan Casifis
compra una tierra con olivares al judío Manasses en Buterito, cerca de Bari, se
encuentra con la oposición del clérigo Romualdo, vecino del judío, que aduce el
derecho de protimesis y accede a vendérsela a éste por el precio de compra. Al
reprocharle Romualdo que haya querido comprar indebidamente una propiedad que
por proximidad le correspondía con más derecho a él Juan le contestó “que sería
mejor que un vecino la hubiese adquirido antes que entrase un extranjero”. El
concepto de estabilidad de la propiedad comunal estaba firmemente establecido.
La estructura típica de una población presentaba un núcleo habitado rodeado de
pequeñas huertas tras las cuales estaban situados los proasteia, propiedades de
gente acomodada residentes en la ciudad trabajadas por sus siervos allí instalados
y los agridia donde vivían y laboraban los campesinos propietarios. Las ciudades
más desarrolladas presentaron habitualmente un modelo de triple corona en torno
al núcleo habitado a partir del cual se extendían huertos para el consumo
doméstico, tierras arables con viñedos, moreras y árboles frutales y finalmente
zona de pastos y bosque de aprovechamiento comunal. Las dimensiones del
territorio urbano variaban de un caso a otro: en el caso de Troia con distancias
desde el centro urbano que oscilaban entre los 7 y los 22 Km., mientras que en el
caso de Tricarico, conocido por un diploma de Gregorio Tarcaniotes de 1001 o 1002,
el área de influencia tenía un radio de 5-7 Km.
La siempre inestable situación política obligó a las ciudades y villas a protegerse
con murallas. Generalmente las ciudades contaban sólo con un recinto aunque Bari
constituye la excepción con una doble muralla en la parte de tierra aunque la ribera
carecía de defensas. También está documentada la existencia de torres defendiendo
las puertas y poternas. Era muy frecuente la edificación en la parte interna de los
muros de defensa, lo que en algunos casos suponía un peligro para la defensa de la
plaza como lo atestigua el testimonio de Cecaumeno en su Strategikon en relación
con la toma de Otranto por los normandos. El autor recomienda a los comandantes
que destruyan todos los edificios adosados a las murallas para reducir el peligro de
un asalto por traición desde esos puntos débiles. En algunos casos la fortificación
tenía lugar dentro de la propia ciudad al ser erigido un recinto amurallado interior
como en los casos de Tarento, donde Romano I construyó un frourion tras una
revuelta o los diversos ejemplos de praitoria o residencias fortificadas de los
gobernadores imperiales, la más famosa de las cuales fue la construida en Bari en
1011 por Basilio Mesardonites tras la primera revuelta de Meles. La autoría se
conoce por una inscripción en verso encastrada en un muro de la basílica de San
Nicolás en la que Mesardonites se atribuye el levantamiento de la muralla con
ladrillos “duros como la piedra” y la construcción de una arcada fortificada y un
vestíbulo “para librar de sus temores a los soldados del campamento” así como una
pequeña iglesia dedicada a San Demetrio. Se trataba de un conjunto residencial
amplio que cumplía además las funciones de centro militar, judicial y fiscal del
thema además de servir como morada para el catepán. En el complejo había
viviendas, oficinas, acuartelamientos para las tropas, una prisión y también tierras
de cultivo tanto en el interior como en el exterior. El cuidado de la salud espiritual
de sus moradores quedaba bien cubierta con cuatro iglesias o capillas dedicadas a
San Basilio, Santa Sofía, San Eustracio y San Demetrio y sobre la que después fue
edificada la basílica de San Nicolás. El conjunto no parece haber sobrevivido más
allá de la década de 1080, ya que sabemos que en 1087 la iglesia de San Eustracio
y los otros santuarios fueron derribados para dejar sitio a la nueva construcción que
albergaría los restos de San Nicolás de Myra. Otro praitorion está documentado en
Reggio en su calidad de capital del thema de Calabria.
Poco se sabe de las construcciones domésticas. Desde el siglo X parece ser que
gran parte de las moradas eran construidas con piedra conviviendo con otras de
madera. Las coberturas eran de teja, tablas o paja. En Calabria en esta época se
data una tipología de vivienda troglodítica excavada en roca con ejemplos como los
de Gerace o Santa Severina en los que se han encontrado moradas con una
estructura muy simple: sala de estar, alcoba y depósitos para el agua y los
alimentos. En las viviendas urbanas era frecuente la existencia de pequeñas
cámaras-almacen abovedadas en el bajo y un primer piso con una estancia común
(triclinum), una o varias cámaras (cubicula) y en ocasiones una galería. Los
edificios solían rematar en una terraza y disponen en ocasiones de patio privado
aunque generalmente varias viviendas se agrupaban en torno a un patio común y
se empleaban escalas de piedra o madera para acceder a las estancias. En el caso
de la Capitanata está documentada además la presencia de silos en el exterior de
las casas.
Las ciudades más antiguas presentaban un desarrollo urbanístico más avanzado
con calles a las que daban las viviendas mientras que en las ciudades de nueva
creación del XI se advierte una organización mucho más cerrada con casas
separadas sólo por muy estrechas callejuelas destinadas a permitir el paso y
evacuar las aguas. La catedral se encuentra en el centro de la población y desde
ella se suceden los círculos cerrados habitacionales. En las poblaciones de nueva
planta anteriores al XI no se advierte un plan urbanístico y los edificios se
amontonan en capas sucesivas mientras que los núcleos urbanos surgidos de la
oleada fundacional de la época de Boioannes se caracterizan por la presencia de
una larga calle longitudinal llamada platea que articulaba el conjunto urbano como
se puede atestiguar en las ruinas de Catanzaro, Troia, Fiorentino u Oppido mientras
que las calles perpendiculares aparecen desiguales, estrechas e irregularmente
repartidas.
Mucho más numerosas son las alusiones en las fuentes a las abundantes
construcciones religiosas (iglesias públicas y privadas, monasterios y hospicios) que
salpicaban las ciudades y que estaban atendidas por un personal muy numeroso:
sólo en el caso de Bari durante el siglo XI conocemos al menos 23 iglesias,
monasterios y capillas dentro del recinto urbano además de la iglesia episcopal de
Santa María. Pero también se encuentran documentados otro tipo de edificación con
funciones eminentemente ciudadanas como son los baños públicos (balneum,
loutron) que en muchos casos eran administrados por las autoridades monásticas
como los conocidos en Reggio o Stilo en Calabria y Melfi o Bari en Basilicata y
Apulia respectivamente.

La estructura social
En las fuentes griegas la población italiana aparece dividida estereotipadamente en
tres clases: arcontes, hiereis y laos, esto es magnates, clero regular y secular y
pueblo llano. La aristocracia estaba formada por los señores dueños de latifundios,
frecuentemente ostentando títulos de la escala administrativa bizantina y ejerciendo
en muchos casos funciones oficiales. Junto a ellos estaban los oficiales bizantinos de
alto rango, militares (estrategos, catepanes) y civiles así como algunos miembros
de las familias lombardas de los principados vecinos. Algunas familias de origen
local desempeñaron durante generaciones cargos de importancia y mantuvieron su
preeminencia incluso durante la dominación normanda como fue el caso de los
Maleinos de Stilo (sobre los que en principio no tenemos fundamento para
relacionar con la poderosa familia homónima y coetánea del Asia Menor). El primer
Maleinos calabrés aparece a mediados del X y es el Gregorio exactor de impuestos
mencionado en la Vida de San Nilo en relación con los motines en Rossano de 965.
Otros miembros de la familia aparecen en las fuentes hasta finales del siglo XII
siempre desempeñando cargos de cierta relevancia. Otro caso es el de los
Mesimerios de Catanzaro entre los que encontramos obispos y monjes en diversos
momentos o los Ankinareses de Rossano, algunos de cuyos miembros como León y
Eufemio detentaron el cargo de turmarca a mediados del XI. Los Malapezzi de Bari,
probablemente uno de los cuales era el Malapetzes mencionado por Cecaumeno,
poseían una torre fortificada cerca de la iglesia de San Nicolás y en 1051 estuvieron
implicados en las revueltas que tuvieron lugar en Bari. Uno de ellos, Nicolás, fue
juez bajo Bohemundo así que podemos asegurar que la familia siguió prosperando
bajo los nuevos amos de la ciudad.
En muchos casos el mayor problema para seguir la evolución de una familia es la
ausencia de apellidos, salvo en el caso de Calabria como se ha visto en los ejemplos
anteriormente citados. A pesar de ello es posible seguir hasta cierto punto la
sucesión de padres e hijos en posesión de los mismos cargos: el topotereta Faraco
era hijo de Maraldo, a su vez protoespatario y topotereta de Polignano en 1019. En
1035 había en Trani dos turmarcas llamados Maraldo, tío y sobrino
respectivamente. En 1028 un privilegio firmado en Tarento tuvo como testigos a
Adralestos, hijo del protoespatario Pedro y nieto del protoespatario Juan, Teofilacto,
hijo del turmarca León y nieto del citado Juan, el turmarca Constantino, hijo del
espatarocandidato León y finalmente el turmarca Juan. La tendencia en cualquier
caso es a un aumento de la presencia en la documentación de nombres bizantinos
en detrimento de los lombardos.
Como norma los altos funcionarios bizantinos al mando de las provincias no podían
ser originarios de las mismas y su mandato, salvo excepciones, no duraba más allá
de tres o cuatro años pero durante éste ejercían el poder absoluto en la región. Sus
idas y venidas eran escrupulosamente registradas en las crónicas locales, otorgaban
privilegios y confiscaban propiedades a los rebeldes. Significativamente la figura del
strategos como personaje hostil o amistoso con respecto al santo es una constante
en las Vidas de monjes santos compuestas en esta época y que constituyen una
preciosa fuente de información para el período.
Relacionado con el hecho de que el catepanato de Italia desde mediados del X era
uno de los puestos de más alto rango de la administración provincial bizantina
muchos de los altos oficiales al mando durante este período de los que conocemos
el apellido provenían de los primeros niveles de la aristocracia bizantina: Argyros,
Docianos, Curcuas, Cecaumeno, Crinités, Tarcaniotes, Jifias, etc. mientras que otros
pertenecían a un segundo nivel como los Cladon, Skepides, Amiropulo o eran
hombres hechos a sí mismos como el famoso Maniaces. Sólo en un par de
ejemplos, Ursoleón (posiblemente un italiano, muerto en una sedición en 921) y el
duque Argyros a partir de 1051 se puede testimoniar un origen local para los
gobernantes que en cualquier caso no supuso un mayor apoyo por parte de la
población italiana.
La tarea de un gobernador no era sólo defender la provincia contra la amenaza
exterior sino también proteger los intereses del emperador, en ocasiones si era
necesario contra los propios lugareños, y evitar la tentación de adquirir propiedades
para sí aunque conocemos casos que indican lo contrario a través del arriendo y la
práctica de la enfiteusis. Sabemos que el baiulos Gregorio adquirió monasterios e
iglesias de por vida y alquiló por un período de 29 años las propiedades del
monasterio de Montecassino en Apulia aunque devolvió todo a su marcha en 885. O
que la katepanissa Teoctista disfrutaba de una proasteia dedicada al gusano de
seda que era propiedad de una iglesia de Reggio. Y también conocemos otros
modos ilegales de enriquecimiento como el de Crinités con el comercio de grano
con Sicilia. En este caso hubo sanción pero es muy probable que otros hayan salido
impunes.
Otra de las obligaciones del gobernador era la construcción de edificios públicos. Ya
conocemos la actividad fundacional de Basilio Boioannes en Capitanata o el pretorio
edificado por su predecesor Mesardonites en la propia Bari. Otros oficiales como
Constantino Caramalo, uno de los últimos defensores de Taormina en 902,
construyó en sus cercanías la fortaleza de Castro Mola. Por lo que respecta a
construcciones privadas o fundaciones eclesiásticas probablemente los catepanes y
strategoi prefirieron invertir en sus hogares sabedores de la limitación de su
estancia en tierras italianas. Sabemos por ejemplo que el sucesor de Boioannes,
Cristóforo Burgaris, fundó con su mujer e hijos la iglesia de Panagia de Calceon en
Tesalónica, posiblemente su hogar. Otro caso conocido es el de Eustacio Skepides
que está en activo en Italia en 1042 como estratego de Lucania. Eustacio debía ser
capadocio ya que se han encontrado en las cercanías de la villa anatólica de Soganli
algunas construcciones que parecen guardar relación con él. La iglesia de Karabas
Kilise construida en 1060/61 por el protoespatario Miguel Skepides y la de Gök
Kilise con el nombre del protoespatario del crisotriclio, hypatos y estratego Juan
Skepides. Significativamente en ésta última se encuentra una representación de
San Eustacio, prueba posiblemente de la estrecha relación entre ellos.
La condición de foráneo del gobernador impulsó a muchos a mantener amistosas
relaciones con la jerarquía eclesiástica de la provincia y con los monjes locales
famosos por su santidad como medio de establecer un lazo con las poblaciones
locales y ganarse su bendición en sus empresas militares y también para la
salvación de su alma. Un medio para ganarse ese favor era la concesión de
donaciones a iglesias y monasterios como hizo el praipositos Basilio Pediadites,
comandante en Sicilia en 1041, entregando su manto oficial (skaramangion) a la
iglesia de San Nicolás de Calamizzi en Reggio. El admirador de San Nilo y estratego
de Calabria Basilio ofreció al santo 500 nomismata que había ganado durante la
campaña de Creta en 961. Nilo declinó la oferta y le sugirió que se los ofreciera al
obispo. Ejemplos de conductas similares aparecen con frecuencia en las fuentes.
No hay constancia de que la familia de los gobernadores les acompañase a Italia
durante el periodo de su mandato, pues posiblemente considerasen preferible la
comodidad de su residencia o fuesen retenidos en el hogar familiar por el
emperador como garantía de la lealtad del oficial. En algunos casos se sabe que los
hijos del catepán o estratego acompañaron a su padre como inicio de su
aprendizaje del servicio oficial. Por otra parte resulta significativa la conexión entre
algunas poblaciones y diversos oficiales incluso tiempo después de su estancia en
Italia. El nombre de familia de algunos de ellos aparece con frecuencia en
determinadas ciudades: Argyros es usado reiteradamente en Bari y Curcuas en
Tarento. Hay Tarcaniotes en Monteverde y Malaceno en Gerace, Crinités en
Mercurion e incluso un Jorge Maniaces en el Tarento del siglo XII. Posiblemente en
todos estos casos no se trata de descendientes de estos oficiales sino de clientes o
descendientes de sirvientes liberados.
El pueblo llano (laos) estaba formado por los artesanos y pobladores de la ciudad,
los campesinos y pequeños propietarios. Entre ellos están documentadas diversas
profesiones: médicos, fabricantes de zapatos, tejedores, panaderos, carniceros,
artesanos del cuero, obreros, herreros, bodegueros, cambistas, etc. aunque no se
ha documentado la existencia de asociaciones o corporaciones.
En las fuentes latinas la terminología usada es maiores/nobiles, mediani y
minores/cunctus populus, derivada de las leyes lombardas según las cuales la
población era dividida en tres clases en función de su capacidad económica para la
guerra. Según esta los maiores et potentes eran aquellos que podían disponer de
caballos, coraza, yelmo y lanza y disfrutaban de los beneficios de al menos siete
propiedades mientras que los mediani poseían caballo, yelmo y lanza y al menos 40
yugadas de tierra dejando en último lugar a los minores a los que sólo se les exigía
arco y flechas. En los años cuarenta del siglo XI las milicias urbanas armadas a la
ligera (contaratoi o conterati) pasaron a tener un papel destacado en la política
urbana, destacando por su actuación en los momentos de crisis y revuelta.
En ocasiones el conjunto de la población tomaba parte en ciertos actos jurídicos: en
992 en Polignano un topotereta de las scholae, un turmarca, el obispo, tres
gastaldos, un juez y otros treinta personajes ofrecieron al monasterio de San Benito
los bienes de un donante en nombre de todo el pueblo. En mayo de 1054 los
habitantes de Monopoli garantizaron al abad de San Nicolás que el monasterio no
tendría que hacer frente a ninguna carga achacable a la ciudad. Por otra parte toda
la población participaba en el proceso de elección del abad. Y en otras ocasiones era
la comunidad colectivamente la receptora de algunos derechos como el nomistron
que compartían Troia y Vacarizza por los rebaños que pacían en los campos
comunes. De todas formas en los momentos de peligro los textos dejan entrever
que los notables tenían la potestad de constituirse en tribunales para decidir las
cuestiones colectivas.
La vida no debió ser fácil en la Italia meridional a juzgar por los testimonios escritos
y dejando aparte las rebeliones y estallidos más espectaculares como la rebelión de
Meles hay muchas indicaciones de la violencia política que imperaba. Tomando sólo
como ejemplo las crónicas de la ciudad de Bari, de las que se han conservado tres
redacciones distintas, las entradas para cada año registran regularmente los
asesinatos y luchas entre miembros de la aristocracia local. En 960 Adralestos e
Ismael combaten. El mismo Ismael muere en 975. Asesinato del obispo de Oria a
manos del protoespatario Porfirio en 979. Muerte del protoespatario Sergio por el
pueblo de Bari en 987. Quema de las casas del hikanatos Juan en 1036 y 1047. En
1035 muere el obispo Bizantios en Bari, conocido por su oposición al partido griego.
Su sucesor, el protoespatario Romualdo no place al gobierno imperial y de
inmediato es enviado al exilio a Constantinopla en compañía de su hermano
obligando a los bariotas a realizar una nueva elección.
En muchas ocasiones no podemos conocer las causas de tales brotes de violencia
pero sería una equivocación identificarla solamente en términos de una actitud pro
o anti bizantina. Probablemente se trataba de luchas por el poder local entre las
familias más importantes de la ciudad en las que se buscaba al aliado del momento
que en unos casos podía ser la autoridad bizantina y en otros los señores
lombardos o el emperador germánico. En cualquier caso la fidelidad a cualquier
bando era de corta duración y las alianzas cambiaban rapidamente en función de
los intereses del momento. Sería también un error identificar a los portadores de
nombres griegos o de títulos oficiales como probizantinos y a los lombardos como
contrarios ya que los cargos y funciones de la administración bizantina siguieron
largo tiempo en ejercicio tras el final de la presencia griega en Italia. Muchos
aristócratas que habían servido a Bizancio entraron al servicio de los nuevos
señores normandos como los Maleinos calabreses, que aparecen en las crónicas
durante todo el siglo XII ejerciendo diversos cargos. También las mismas familias
que detentaron el poder en las ciudades con Bizancio siguieron al frente después,
incluso conservando sus dignidades y títulos imperiales y los de sus padres. El caso
de la familia Alferanites es típico: procedentes de un barrio de Bari del que
retuvieron el nombre, Juan tes Alferanas y su hermano el topotereta Bizantios
sirvieron a las órdenes de Basilio Boioannes y estuvieron presentes en la fundación
de Troia en 1019. Años después otros miembros de la familia siguieron ostentando
títulos bizantinos y participando en la vida política de la ciudad y ya en época
normanda un Grimoaldo Alferanites fue capaz de erigir a Bari en un principado
independiente por breve tiempo antes de ser aplastado por Roger II en 1132.
Al referirse al estudio de otros grupos sociales más desfavorecidos no parece que
los esclavos hayan constituido una parte importante de la población italiana aunque
siguieron existiendo y apareciendo en la documentación jurídica no obstante con
una presencia bastante minoritaria. Por su parte los extranjeros y foráneos son
citados con cierta frecuencia en las fuentes aunque no parecen haber sufrido
especiales desventajas con respecto a los naturales de la población. Parece haber
existido una activa movilidad residencial dentro de las regiones administradas por
Bizancio sin que ello haya supuesto un problema especial para las autoridades
ciudadanas. Sin duda también era un factor a favor la presencia constante de
guarniciones imperiales cuyos integrantes llegaban de otras partes del Imperio y
que tendieron a forjar lazos con la población local. Hombres de la región póntica,
eslavos del Peloponeso asentados mayoritariamente en colonias en la región del
Gargano y norte de Calabria y de los que hay numerosos testimonios en la primera
mitad del XI, prisioneros paulicianos y sobre todo armenios que llegaron en
cantidades notables hasta formar comunidades como la que existió en Celia en la
Via Trajana, cerca de Bari. Los recién llegados pronto emparentaron con los
lugareños y en la segunda generación se servían ya del derecho lombardo para la
vida diaria como el resto de la población italiana. Nombres de raigambre armenia
como Kurtikés, Krikorikios (Gregorio) o Meles (Mleh/Ismael) se hicieron muy
familiares en la región de Bari. Tan notoria era su presencia ya en los primeros
tiempos de la presencia bizantina que en un privilegio emitido por Simbaticio en
892 a favor del monasterio de Montecassino se prometía proteger al monasterio de
las interferencias de oficiales y funcionarios griegos, armenios y lombardos.
Otra comunidad presente en la península fue la hebrea. A finales del IX había ya
importantes enclaves en Apulia y Lucania que están documentadas al menos desde
el siglo V en plazas como Venosa, Lavello o Brindisi. Una de las más celebres fue la
de Oria, famosa por la crónica del Rabí Ajimaz, pero en cualquier caso encontramos
judíos indistintamente en tierras lombardas y bizantinas donde no encontraban
oposición para moverse libremente y adquirir propiedades a condición de que en
éstas no estuviera edificada una iglesia cristiana. El florecimiento de estas
comunidades motivó la creación de barrios enteros hebreos en ciudades como Bari
o Salerno.
Cuando los bizantinos comenzaron su reconquista en el tercer cuarto del IX las
grandes ciudades estaban al mando de gastaldos lombardos enviados desde
Salerno o Benevento con atribuciones civiles y militares. Bajo su mando no es
probable que pudiese subsistir una administración municipal autónoma, como
tampoco lo fue con la administración bizantina que ya con León VI había hecho
promulgar la abolición de aquella y de los privilegios de los bouletai.
Las evidencias existentes parecen dar como seguro que la mayor parte de los
cargos en la Italia bizantina eran desempeñados por indígenas a excepción del
puesto de gobernador y un reducido número de altos cargos militares y civiles.
Incluso el puesto de lugarteniente (ek prosopou tou thematos) fue adjudicado a
miembros de la aristocracia local. Los niveles medios de la administración siguieron
estando en manos de la gente que conocía el idioma, pues el latín siguió siendo el
idioma empleado en Apulia incluso durante la dominación bizantina, y los usos y
leyes locales, que siguieron basándose en la tradición legal lombarda.
La ciudad poseía terrenos comunales de aprovechamiento compartido y que podían
ser alienados con el consentimiento de todos los ciudadanos, frecuentemente en
forma de dotaciones o donaciones en favor de monasterios o iglesias en cuyo caso
la ciudadanía tenía la opción compartida con los monjes de elegir al abad. En
ocasiones dos o más ciudades acordaban el disfrute conjunto de prados y bosques
en los respectivos territorios comunales sin pago de tributo (derecho de pasto
conocido como nomistron o herbaticum), como fue el caso del pacto entre Troia y
Vacarizza.
La economía de la región estaba basada en la agricultura (trigo candeal y cebada
de invierno) y la tierra era la base de la riqueza individual en forma de viñedos en
el centro y sur de Apulia y cereales en el norte de la provincia. Parece ser que los
olivos no se cultivaban en masa sino como ejemplares aislados en los campos,
jardines y viñedos en el modelo llamado por los especialistas de coltura promiscua
en el que se mezclaban árboles, viñedos y cereales y la expansión de aquellos no se
produjo más que a partir de mediados del XI, al igual que con el castaño y el nogal,
que eran cultivados para obtener una harina de sustitución. En Calabria, además
del vino y la aceituna se cultivó con intensidad la morera cuyas hojas eran
indispensables para la industria de la seda. La sericultura conoció un gran esplendor
en estos años. En 1050 el brebion o inventario de la metrópolis de Reggio
contabilizaba cerca de 24.000 moreras en la parte sur del thema de Calabria y
éstas eran cultivadas por sus hojas, no por su fruto. La producción reportaba a la
metrópolis unos ingresos de 2.085 taria de oro o sus equivalentes 521 nomismata
cada año. Los vestidos de seda eran considerados objetos de lujo y frecuentemente
utilizados como moneda de cambio por su valor en oro. En ocasiones los sueldos,
subsidios y tributos eran pagados directamente en tejidos de seda, práctica seguida
también con los pagos efectuados a extranjeros: a mediados del X los pechenegos
fueron recompensados con tejidos de seda (chareria) y brocados de oro por impedir
las incursiones rusas en el Quersoneso y en 922 se pagó con vestiduras de seda a
los húngaros para que devolviesen a los prisioneros capturados durante sus
correrías por Italia. También la producción de la miel calabresa fue lo
suficientemente importante como para acompañar a la seda en las exportaciones a
Egipto.
No hay evidencia de prácticas ganaderas a gran escala en Italia en esta época, sólo
se documentan bovinos, ovejas y cerdos y siempre en poca cantidad. En el norte de
Apulia sin embargo sí se mencionan rebaños y prácticas trashumantes pero no
tenemos datos sobre su tamaño o a quién pertenecían.
En los primeros años del siglo X se desarrollaron intensos trabajos de preparación
de tierras cultivables (chôraphia) a partir de bosques y landas como se documenta
a partir de los testimonios de las actividades de numerosas fundaciones monásticas
en todo el sur de Italia. Comenzando con un pequeño núcleo cultivado pronto se
fueron desarrollando pequeñas células económicas que contaban con molinos de
agua y salinas como complementos más habituales. En un periodo de quince años
una fundación podía crecer lo suficiente como para atraer la atención del catastro y
la administración imperial y ser reconocida como chôrion, circunscripción a efectos
fiscales, e inscrita en los correspondientes registros. En ocasiones el favor de las
autoridades suponía la exención de impuestos: en mayo de 1054 el duque Argyros
otorgó al higúmeno Ambrosio para su monasterio de San Nicolás la liberación del
pago del mitaton, angareia, kastroktisia, chreia kai chortasmata (tasas de origen
militar), de la provisión de barcas (kontourai) y de reclutas (kontaratoi) que serían
pagadas en su lugar por los habitantes de Monopoli.
Otra fuente de ingresos era el servicio a la administración bizantina y se esperaba
ver recompensada la fidelidad a la causa imperial en tiempos de disturbios. El
gobierno gratificó generosamente a los súbditos que se destacaban por su lealtad.
El juez Bizantios de Bari, que permaneció fiel al emperador durante la rebelión de
Maniaces fue recompensado por el catepán Eustacio Palatino en diciembre de 1045
con la villa de Fulianon, cerca de Bari, cuyos habitantes a partir de entonces
debieron pagar tasas e impuestos a su nuevo señor que además tendría la potestad
de poder atraer nuevos pobladores a sus tierras y a las de una aldea cercana
deshabitada. Aún más, Bizantios fue investido con el poder jurídico sobre su gente
con excepción de los cargos capitales. En otro ejemplo Basilio, un
constantinopolitano del barrio de Krommidou que había servido en Italia durante
diez años como lorikatos kai protomandator epi tou basilikou armamentou, un oficio
asignado al arsenal de Bari, fue recompensado por sus servicios en 1032 con una
pequeña vivienda en la ciudad que pudo vender por 24 nomismata antes de
regresar a casa. Otra forma de concesión imperial fue la entrega de un monasterio
en kharistiké. El emperador o su representante entregaba una fundación imperial a
un laico, habitualmente por tres generaciones, para que lo protegiese y patrocinase
aunque en realidad suponía el total usufructo de la propiedad y de sus rentas. Tal
fue el caso de la concesión por un sigillion fechado en noviembre de 999 de la
administración del monasterio imperial de San Pedro en Tarento con sus
campesinos exkoussatoi (exentos de pagar al fisco), tres barcos y varios viveros de
peces a favor del espatarocandidato Cristóforo Bocomaqués y de su hijo Teófilo por
los servicios del primero en la lucha contra los árabes. La concesión tendría validez
durante la vida de ambos tras lo cual el Estado volvería a recuperar sus bienes.
Otro medio de incrementar la riqueza individual era la práctica de alquilar tierra a
un interés bajo a instituciones eclesiásticas o monásticas, pero la obligación de
pagar una fuerte suma inicial para establecer el alquiler impidió el acceso a esta
modalidad salvo a una minoría de propietarios adinerados. Hay indicios de que
entre los miembros de la aristocracia local también se practicaba el comercio. El
Anonimus Barensis informa esporádicamente de la actividad de mercantes y
navieros que comerciaban con los territorios orientales del Imperio y en las crónicas
se mencionan regularmente los naufragios de barcos mercantes señal de un tráfico
intenso en la capital de Apulia.
La moneda bizantina volvió a circular en Italia tras la reconquista pero tanta o
mayor presencia tuvo el tari arabe, con el valor de un cuarto de nomisma y
utilizado como moneda divisionaria. La difusión del tari alcanzó también a ciudades
como Nápoles, Salerno o Amalfi donde su uso era habitual e incluso eran acuñados.
Desde principios del siglo XI los solidi fueron relegados a un papel de moneda de
cuenta frente al empleo real de los solidi skiphati y los taria. El tari continuó en uso
durante la época normanda como única moneda real hasta la reforma de Federico
II ya en el siglo XIII.
Al contrario que los funcionarios llegados desde fuera de Italia la aristocracia local
se apresuró a reinvertir sus ganancias en la fundación de iglesias privadas y
monasterios en las que frecuentemente deseaban ser enterrados. Para la salvación
de su alma las nuevas iglesias eran dotadas con generosidad para poder ofrecer
servicios litúrgicos a perpetuidad. En algunos casos se trataba de instituciones
modestas pero en ocasiones estos proyectos encerraban objetivos más ambiciosos.
En 1015 el monje Nikón y su hijo el turmarca Ursoleón entregaron al abad de San
Ananías unas tierras en Oriolo, en el norte de Calabria. El abad fue requerido para
que construyese un castillo para proteger a la población de la zona de la amenaza
árabe. Dentro de las murallas tendría que erigirse un monasterio en el que Nikón
deseaba vivir el resto de sus días. La carta fundacional fue firmada ocho miembros
de la aristocracia local, prueba del interés despertado por el proyecto entre la
población de Oriolo. Siguiendo la costumbre bizantina era habitual en estos casos
que el fundador retuviese la potestad para controlar la elección del abad y del
administrador y en muchos casos se documentan sustituciones por el descontento
ante la gestión de los encargados para el puesto. Fundaciones de este estilo fueron
San Menas, construida por la familia Ankinareses en Rossano, San León de Catania
fundada en Gerace por el taxiarca León Maurutzico y su mujer o las iglesias de
Todos los Santos o San Pedro en Bari por obra del domestico Teudelmano y el
protoespatario Sergio.

Roberto Zapata Rodríguez

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Agradecemos al autor http://www.imperiobizantino.com/La_reconquista_de_la_Italia_Meridional


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