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TEMA 3

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La Política Criminal en España. Principios rectores.
La Política Criminal en España debe recoger necesariamente las ideas
propias de un Estado social y democrático de Derecho, y no transgredir sus
límites. Sus principios se convierten en criterios de confrontación de las
decisiones adoptadas en materia de política criminal. La creencia de que basta
con la ley para prevenir la delincuencia está superada, y es cada vez más
evidente la necesidad de delinear políticas sociales preventivas frente a la
criminalidad.

Los principios rectores de la política criminal de un Estado social y


democrático de Derecho son los principios de socialidad (seguridad de la vida
social), legalidad y respeto de la dignidad, que parten del mismo concepto de
persona como un ser social, libre y digno. Estos tres principios se
interrelacionan y limitan mutuamente, p ues si alguno se toma como punto de
referencia absoluto, derivarían en prácticas de política criminal rechazables.

La idea de que la vida social (principio de seguridad) se tutela mediante


normas (principio de legalidad) que guardan una relación adecuada con la
dignidad de la persona (principio de dignidad), son los criterios de los que
deben partir las decisiones en materia de política criminal.

Ponderación de criterios y principios de los que a su vez derivan una


serie de directrices y límites en la actuación de legisladores, jueces y policías
en su función de prevenir delitos: son los principios rectores del ius puniendi.

Principios rectores del ius puniendi


Los legisladores y jueces, a la hora de determinar qué es delito, y la
Administración a la hora de ejecutar las condenas, están sometidos a los
siguientes límites.

A) Principio de exclusiva protección de bienes jurídicos como fuente


legitimadora del Derecho penal.

No se puede tipificar un delito si la conducta perseguida no produce


una lesión a un bien jurídico. Aparece con ello el límite material más
importante de la política criminal en la Constitución: el principio de
lesividad. Para hablar de Derecho penal es necesario primero, e
ineludiblemente, que la conducta provoque un daño al derecho de un
individuo.

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B) Principio de legalidad y garantías procesales, penales y
penitenciarias.

El principio de legalidad rige en todos las etapas de la política criminal:


la legislativa o de creación del delito y la pena (garantía criminal), la
judicial o de aplicación al caso concreto por jueces y tribunales
(garantía judicial), y la de ejecución de la pena (garantía de ejecución).

C) Principio de la acción material o Derecho penal del hecho.

Presupuesto ineludible para que se pueda imponer un castigo es la


existencia de un hecho o acción previa. Los delitos no pueden nunca
consistir en actitudes o estados de ánimo, sino que debe tratarse de
acciones humanas.

D) Principio de intervención mínima.

Desde que empieza a desarrollarse el Estado de Derecho se señala


que el Derecho penal debe ser la última ratio, es decir, el último
recurso. Este principio se manifiesta de dos formas. La primera es la
imposibilidad de poner sanciones penales cuando sea suficiente con la
intervención de otros medios menos lesivos, como puede ser el
Derecho administrativo sancionador. La segunda es la preferencia por
la solución menos gravosa siempre que sea suficiente para cumplir los
fines de la intervención penal.

E) Principio de culpabilidad.

El hecho ha de haber sido querido por el autor o serle reprochable por


negligencia. Es el principio de exigencia de dolo o culpa. La pena no
puede ser impuesta a quien no sea responsable o culpable de haber
cometido una acción típica y antijurídica.

F) Principio de proporcionalidad.

La proporción de la pena respecto al delito cometido es la manera de


evitar la arbitrariedad y la irracionalidad en el Derecho penal.

G) Principio de humanidad de las penas.

Este principio queda plasmado en el artículo 15 de la Constitución


cuando establece que “Todos tienen derecho a la vida y a la integridad
física y moral, sin que , en ningún caso, puedan ser sometidos a tortura
ni a penas o tratos inhumanos o degradantes. Queda abolida la pena
de muerte, salvo lo que puedan disponer las leyes penales militares
para tiempos de guerra”.

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H) Principio de resocialización de las penas y medidas privativas de
libertad.

La intervención punitiva no puede consistir en una mera retribución del


hecho por el mal causado, o en una simple prevención general a través
de la intimidación. El Estado social debe intentar, además, reintegrar al
individuo a la sociedad, evitando que cometa delitos en el futuro.

I) Principio de reconocimiento de las víctimas.

Paulatinamente se van teniendo más en cuenta los intereses no solo


del delincuente, sino también de la víctima que sufrió el daño, sus
familiares, los del autor, las otras víctimas potenciales y la propia
sociedad.

Estos cambios se están viendo en el Derecho penal (delitos


perseguibles a instancia de parte, el perdón del ofendido como causa
de extinción de la responsabilidad, la atenuante de reparación de daño,
etc….), en el ámbito procesal (aprobación de la LO 4/15, de 27 de abril,
del Estatuto Jurídico de la Víctima), y en el criminológico (desarrollo de
la Victimología).

J) Principio de cooperación internacional.

Cada vez es más habitual que el delito se presente como un fenómeno


internacional (criminalidad organizada, delito trans nacional), lo que
obliga a la cooperación entre países. Es destacable la labor de la Unión
Europea en su política armonizadora en materia penal.

Hay que hacer referencia a la creación del Tribunal Penal Internacional


con la firma del Tratado de Roma de 1998. Con él, el principio de
territorialidad de la ley penal, concebido bajo el prisma de la soberanía
nacional de los Estados, cede ante el principio de derecho universal de
persecución penal de crímenes contra los derechos humanos.

Reformas penales y contexto internacional


La Constitución Española de 1978 sentó las bases del nuevo sistema
político democrático, y se sintió la necesidad de sustituir el Código Penal que
rigió durante la dictadura por uno nuevo que se ajustase a los principios
constitucionales del Estado social y democrático de Derecho.

Se aprobó así la Ley Orgánica 10/95, de 23 de noviembre, del Código


Penal. El conocido como Código Penal de la Democracia. Sin embargo, éste
ha sido reformado en numerosas ocasiones, alrededor de una treintena,
adquiriendo cada vez más un carácter más autoritario que invierte la

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tendencia político criminal liberalizadora dominante en la transición
democrática. Como indican algunos autores, se ha pasado del Código Penal
de la Democracia a un Código Penal de la Seguridad.

El índice de criminalidad española se sitúa por debajo de la media


europea. Sin embargo, las modificaciones legislativas dejan entrever la
aparición del “enemigo” en la legislación penal española, haciendo que la
población penitenciaria esté sufriendo un aumento desproporcionado, siendo
uno de los países con mayor tasa de encarcelamiento.

El contexto internacional está influyendo claramente en esta situación,


observándose una tendencia mundial hacia un Derecho penal del enemigo
fruto de fenómenos como el terrorismo internacional, fundamentalmente de
corte islamista, o la delincuencia asociada a la inmigración. A su vez esto en
ocasiones está originando que el Estado se exacerbe en su poder punitivo, no
respetando como sería deseable los límites del Estado social y democrático
de Derecho, en opinión de algunos autores.

Las reformas penales que se han llevado a cabo en nuestro país en los
últimos tiempos apuntan en este sentido, destacando las leyes aprobadas en
2003, que fueron el inicio de un evidente cambio de rumbo en la política
criminal española, y que entroncan con la tendencia de mano dura observada
a nivel internacional, sobre todo tras los atentados del 11 de septiembre en
EEUU.

Resultan significativos también los cambios legislativos operados en


materia de inmigración, violencia de género o menores, que serán abordados
en temas posteriores.

La internacionalización del Derecho Penal


El delito propio de la globalización es el delito económico organizado, y
la política criminal emprendida para luchar contra este tipo de criminalidad tiene
entre sus objetivos el de proporcionar una respuesta penal uniforme, o al
menos armónica, a la delincuencia transnacional que atenta contra intereses
considerados esenciales para una convivencia internacional pacífica, que evite
la conformación de paraísos jurídico-penales. Se trata de avanzar en una
tendencia político-criminal internacional que permita el establecimiento de una
justicia universal para determinados hechos delictivos que trascienda la idea de
la mera colaboración bilateral o multilateral de los Estados, esto es, que vaya
más allá del establecimiento de normas de derecho internacional penal.

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La aprobación del Estatuto de Roma de 1998 por el que se constituye
la Corte Penal Internacional constituye la cristalización de determinada
orientación de política criminal internacional que podríamos tildar como más
humanitaria, represora de las violaciones de los derechos humanos más
esenciales. Sin embargo, se observan algunas lagunas.

Así, desde un punto de vista político, la creación de la Corte Penal


Internacional aparece debilitada. Aunque el Estatuto de Roma es un tratado
internacional que cuenta con más de 120 Estados signatarios, no lo han
ratificado países tan importantes como EE.UU, China, Israel, Rusia. India o
Cuba.

Desde un punto de vista jurídico, algunas de las cuestiones que


entorpecen la efectividad de la Corte son, de un lado, la limitada competencia
de este órgano jurisdiccional penal internacional. Su competencia por razón de
la materia se circunscribe a los crímenes de genocidio, lesa humanidad,
crímenes de guerra y crimen de agresión. En la actualidad se discute si no
debiera ampliarse y abarcar otros delitos de carácter transnacional como la
trata de seres humanos. Por otra parte, la actuación de la Corte Penal
Internacional se complementa en relación con los sistemas de justicia
nacionales, entrando en juego solo cuando los Estados parte son incapaces o
no tienen la voluntad de investigar o juzgar tales crímenes; es decir, que la
jurisdicción de la Corte Penal Internacional complementa a la de los Estados
parte, siendo subsidiaria.

La legislación penal ha sufrido un gran nivel de internacionalización. Se


estima que en Europa aproximadamente 2/3 de la legislación penal nacional de
las últimas décadas está basada en instrumentos internacionales y europeos.
Obviamente la delincuencia que va más allá de las fronteras del Estado
requiere una política criminal de cooperación y coordinación de todas las
legislaciones implicadas, de lo que suele derivarse el compromiso de utilizar el
Derecho penal y una estrecha cooperación judicial.

Por otra parte en la Unión Europea, partiendo del proceso de


integración político y jurídico, también se ha desarrollado un importante
proceso de armonización legislativa en materia penal, a través de la aprobación
de multitud de Directivas, y según las materias también Decisiones-Marco.
Instrumentos jurídicos internacionales que muchas veces dejan escaso margen
al legislador nacional.

Aunque la Unión Europea no tiene competencia legislativa autónoma


en materia penal, las normas comunitarias inciden en la legislación penal
estatal por dos razones. La primera, porque las normas comunitarias
prevalecen sobre las normas estatales, cualquiera que sea su rango y tanto si
son posteriores como anteriores a éstas; una primacía que también se da en el
ámbito penal, aunque la Unión no tenga competencia en este ámbito, siempre

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que la norma europea afecte a una materia sobre la que sí tenga competencia
comunitaria. La segunda, porque no es posible crear leyes internas contrarias a
la normativa comunitaria; de ser así deberán articularse los mecanismos
jurídicos necesarios para su derogación total o parcial.

En definitiva, si bien el Derecho penal sigue siendo competencia de los


Estados miembros de la Unión, ésta le impone ciertos límites, sobre todo en
relación con la criminalidad transnacional y los propios intereses de la Unión
Europea. Esta armonización europea no afecta únicamente a la armonización
de normas o a la cooperación judicial o policial, sino también lógicamente a la
política criminal.

La influencia de los medios de comunicación.


Los medios de comunicación son los encargados de informar sobre lo
que sucede a nuestro alrededor. Un acontecimiento es noticia cuando algo lo
diferencia del resto de sucesos sociales, y esa diferencia la otorgan los medios
de comunicación.

Los medios de comunicación de masas pueden actuar como auténticos


agentes de control social que reconocen y delimitan los problemas sociales, y
por ello influir en las políticas públicas, entre ellas la política criminal.

La percepción ciudadana sobre la delincuencia no proviene


generalmente de la propia experiencia, sino de la información recibida sobre el
tema, y en ello los medios de comunicación juegan un importante papel,
influyendo claramente en el enfoque de los sucesos y la política criminal.

En esta materia la influencia se ha conseguido fundamentalmente a


través de dos mecanismos: el fenómeno de la “agenda setting” (tematización
de la agenda) y la técnica del “framing” (encuadre de la noticia).

Por “agenda setting” se debe entender el proceso en que los medios,


por la selección, presentación e incidencia de sus noticias, determinan los
temas acerca de los cuales el público va a hablar. Ciertamente lo criminal es
mediático, pero en los últimos tiempos los medios de comunicación le prestan
cada vez más atención, con lo que los poderes públicos reciben a su vez más
presión en esta materia. Esta mayor atención no siempre implica que existe
mayor criminalidad, sino que estas noticias tienen mayor repercusión, a veces
por criterios mercantilistas y económicos.

Hemos de evitar caer en el sensacionalismo, y tratar este tipo de


noticias con rigor, con respeto a sus protagonistas, sobre todo a las víctimas,
sin generar falsas alarmas ni expectativas que no se corresponden con la
realidad. La deontología profesional ha de jugar aquí un papel importante.

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Por su parte, “framing” es la importancia decisiva, que a la hora de
interpretar un hecho, tiene el contexto o marco de referencia en que el mismo
es encuadrado. En el ámbito de la comunicación, la teoría del framing hace
referencia a que los medios determinan no solo que es lo “noticiable”, sino
también como pensar sobre ello. A través del uso de determinados marcos de
referencia e interpretación (frames), los medios construyen una determinada
imagen de la delincuencia, del delincuente y de la justicia penal.

Se ha de evitar dar una imagen distorsionada de la realidad


caracterizada por la obsesión con la delincuencia más truculenta (homicidios,
asesinatos, violaciones, etc…), que además se trata de forma dramática y
sensacionalista, ya que ello puede generar una política criminal punitiva no
ajustada a la realidad. En este encuadre se han apuntado las siguientes
características:

- protagonismo absoluto de la víctima. En ocasiones se utiliza el


sufrimiento de las víctimas como mecanismo de persuasión y
captación de espectadores.
- deshumanización del delincuente. La construcción de la imagen del
delincuente se hace a partir de la peligrosidad, se le deshumaniza, y
su imagen es relegada a un segundo plano.
- pena como retribución. La finalidad de la pena es el castigo por el
hecho cometido, sin entrar en aspectos de resocialización.
- desprecio de las garantías penales y procesales e imagen
distorsionada de la justicia. Estas garantías son muchas veces
presentadas como un lastre para la eficacia de la lucha contra el
delito, como concesiones excesivas para los delincuentes. Muchas
veces se tiende a identificar como causa de la criminalidad los fallos
y el exceso de benignidad del sistema penal.

En definitiva, el fenómeno de la agenda setting y el uso de la técnica


del framing pueden contribuir a la construcción y dispersión de una serie de
mitos que favorecen una política criminal punitivista.

En este sentido se debe hacer referencia también a la interconexión e


interrelación entre los medios de comunicación y los partidos políticos. Al
convertirse los medios de comunicación en un poder configurador de la
sociedad, el poder político está interesado en su control aprovechando los
espacios de influencia que le otorgan. Mientras los periodistas necesitan
acudir a las fuentes políticas para informar de la actualidad, los políticos
necesitan de los medios para difundir y proponer sus programas, opiniones y
críticas. No se pueden obviar las alianzas entre medios de comunicación y
grupos de poder para sus respectivos intereses.

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A través de la política criminal, debidamente defendida a través de
medios afines, los diferentes gobiernos buscan mitigar la indignación y el
miedo colectivos, y restaurar la credibilidad en la capacidad institucional de
control del delito. Además también se puede usar para disipar de la agenda
mediática un tema que sea desfavorable, produciendo un nuevo asunto que
desplace el debate, restando importancia al anterior.

En este contexto se ha de exigir a los grupos políticos que actúen con


verdadera responsabilidad institucional, porque en muchas ocasiones se
están poniendo en juego derechos fundamentales de los ciudadanos y la
salud de la vida democrática.

Otra relación interesante es la de los medios de comunicación y los


grupos de interés o “lobbies” (asociaciones de diverso tipo), que luchan por
elevar sus asuntos de interés al debate público. Un entramado de fuerzas que
tienen su interés en fijar la agenda y el elenco de prioridades públicas.

Convertir la delincuencia en primera noticia como grave problema


social es algo que interesa a muchos grupos de poder por diferentes motivos,
y por ello van a tratar de influir en los medios de comunicación para lanzar el
mensaje de que hay un problema y urge hacer algo. Una presión mediática
difícil de resistir por parte del poder político, que cada vez depende más de la
imagen que transmite por los medios de comunicación.

En definitiva, la responsabilidad de los medios de comunicación es de


tal magnitud que de su uso adecuado depende la orientación de una sociedad
cada vez más mediática. En este sentido la preponderancia de criterios éticos
y deontológicos al servicio del bien común, lejos de sensacionalismos, es algo
que se debe exigir a los medios para configurar una sociedad democrática
constructiva y avanzada.

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