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LUTERO OBRAS Edicién preparada por TEOFANES EGIDO CUARTA EDICION EDICIONES SIGUEME SALAMANCA 2006 CCubierta disefiada por Christian Hugo Martin © Biciones Sigueme S.A.U, 1977 C/ Garcia Tejado, 23-27 - B-37007 Salamanca / Espatia, ‘Tif: (34) 923 218 203 - Fax: (34) 923 270 563 e-mail: ediciones@sigueme.es wwwsigueme.es ISBN: 84-301-0437-2 Depésito legal: S. 596-2006 Impreso en Espafia/ Unién Europea Imprime Graficas Varona S.A, Poligono El Montalvo, Salamanca 2006 1 Controversia sobre el valor de las indulgencias Las 95 tesis (1517) ‘Tradicionalmente se decia que las 95 tesis de Lutero fueron clavadas en un gesto desafiante € histérico a las puertas de la iglesia del castillo de Wittenberg el 31 octubre 1517. Cada vez va can~ diendo mas la conviccién de que tal gesto no tuvo lugar, y en favor de esta postura E. Iserloh ba Iegado a conclusiones bastante decisivas que no todos los historiadores protestantes aceptan. Des- ppués delos estudios de Honselmann hay que creer que la difusién primera no se debié al debate, sino al celo de amigos entusiasmados y al clima propicio de ciertos ambientes. 'El nacimiento de este escrito, el més conocido —o el més recordado—, hay que verlo motivado cen un turbio negocio financiero con que se mezclé algo tan cordial entonces y tan expuesto al abuso como las indulgencias, El arzobispo de Magdeburgo y administrador de Halberstadt, Alberto de ‘Brandeburgo, fue elegido en 1514 arzobispo de Maguncia, una de las sedes més codiciadas y que ievaba anejo el rango de principe elector del imperio: un caso de acumulacién de beneficios en menoscabo de la tarea pastoral. Por lograr la dispensa, por derechos varios, Roma exiié a Al- berto la enorme suma de 24,000 ducados, evidentemente impagables al contado. Se arbitré Ia so- lucién de conceder al arzobispo facultad para que se predicase la indulgencia en sus amplios terri- torios; a fin de cuentas algo muy normal en aque! tiempo, pero, en realidad, un complicado mon- taje econdmico en el que intervinieron el interesado Alberto, la opulenta banca de los Fugger, que hhizo un pingle adelanto sobre los ingresos de Ia indulgencia, el emperador Maximiliano que exigi6 derechos, y el propio pontifice que requeria el 50% de la colecta para la fébrica de la inconclusa basilica de San Pedro. TEs dificil para mentalidades actuales imaginar lo que estas campaiias indulgonciales significa ‘ban entonces. El predicador principal, los subalternos, los recolectores-exactores, las procesiones, Jas masas que acudian multitudinariamente, las promesas y las limosnas, creaban una atmésfera peculiar rayana en un especticulo propicio'a vulearizar y desviar el sentido genuino de Ia frégil {eologia de las indulgencias. Desafortunadamente, en aquella circunstancia el predicador, Juan ‘Fetzel, dominico, si no incurrié en todos los excesos que se le atribuyeron, no prescindié de exa- ‘geraciones al uso, algunas de las cuales estn recogidas en este escrito de Lutero. ‘Contra estas exageraciones desvirtuantes se lanz8 Lutero, indudablemente con buena intencién, pero presionado también por otros factores. Los territorios de Brandeburgo lindaban con los de Sajonia y su dinastia era rival de la de los duques sajones. Esta rivalidad pudo pesar: Jos duques de las dos Sajonias (albertina y ernestina) prohibieron la predicacién en sus dominios. El pueblo ‘ajon, sin embargo, corrié a ganar y comprar Ia indulgencia a los lugares limitrofes, causando una ‘dlugan considerable de dinero, del que, a la verdad estaba bastante necesitado Federico. No s6lo 50: en la iglesia del castillo de Wittenberg radicaba el tesoro mas numeroso, asombroso y hetero- igénco de reliquias, con sus correspondientes indulgencias, de aquel espacio centrocuropeo; es cierto {Que buena parte de lo que suponia Ja veneracién de la insélita amalgama sc destinaba a pagar a los Drofecores de la universidad reciente, pero no lo es menos que el predicador colindante podia desviar ‘esta devocién ~estas limosnas— hacia otros beneficiarios. Repitamos que el mito del gesto heroico de desafiar a los demas con las tesis es quiza algo le- gendario —nunca al menos hace alusién Lutero del suceso—. Se trata en realidad de un escrito pri Yado y destinado originariamente a su ordinario (prelado de Brandeburgo) y al comisario y respon- Controversia sobre el valor de Iqs indulgencias 6 sable de la campafia (Alberto de Maguncia) (ver la narracion del propio Lutero en escrito n. 19), a quienes se les envi6 en tonos de urgencia, pero respetuosos. La respuesta tard6 en llegar, y fue fentonces, no antes, cuando se decidi6 a confarlo a sus amigos, que filtraron las tesis con una fortu- zna que nunca acab6 de agradar a su autor. La ruptura con la iglesia jerdrquica no se puede locali- zat en sta accin, si bien es todo un choque simbdlico, ya que se habria evitado con una respuesta adecuada de los jrarcas. [En Jas 95 tesis no se muestra Lutero ni mas concreto ni més violento que otros criticos anteriores y de su tiempo. Su mismo escrito es un amasijo de intuciones teol6gicas, de imprecisiones dogmé- ticas, de quejas fundadas y de rumores falsos, recogidos inorgénicamente, con cierta timidez y mu- chs reticencias. Es muy significativo por refijar un clima generalizado, pero deja muchos flancos ‘Vulnerables, seguramente con intenciOn polémica. No es extrafio que el propio Lutero lamentase con frecuencia haberlas producide. De todas formas, las tess indican la oscuridad que en sus dias reinaba acerca de su verdad y de su préctica. La tinica constante, por parte de Lutero, es la insis- ‘encia en el valor dela cruz, de la penitencia inferior, dela palabra, expuestas a ser entcrradas bajo lL aparato pesado de las précticas exacerbadas, con menosprecio de la caridad, més valiose que las ‘confusas y manipuladas indulgencias EDICIONES. Las ediciones se hicieron con celeridad, como lo demuestran las numerosas err tas en las hojas volantes conservadas. Nuestra traduccion se basaen uno de los ejemplares primit vos en latin, conservado en el British Museum y reproducido fotograficamente por diversas edicio- nes posteriores, La numeracién es la adoptada por las ediciones criticas, puesto que las tesis origi- rales debieron correr sin ella. En concreto, la manejada, ya impresa, distribuye Jas unidades en grupos arbitrarios de 25-+25+25++20. El texto latino, ef. en W lat 1, S1a-S3a; Walch 2, 18, 70-81; E lat 1, 285-293; Cl 1, 3.9, etc. BIBLIOGRAFIA. K. Aland, Martin Luthers 95 Thesen mit den dazugehirigen Dokumenten aus dder Geschichte der Reformation, Hamburg 1965; Id., Der Thesenanschlag fand und zwar wahrschein- lich am 31. Oktober 1517 stait: Geschichte in Wissenschaft und Unterricht. 16 (1965) 686-694; H. Volz, mismo titulo anterior: ibid., 682-686; 1. Hoss, Diskussion iber Luthers Thesenanchlag’ ibid, 693-699; H. Volz, Martin Lurkers Thesenanschlag und desen Vorgeschichte, Weimar 1959; H.. Bornkamm, Thesen und Thesenanschlag Luthers. Geschehen und Bedeutung, Beilin 1967. E, Iserioh hha negado con buena argumentacién Ia fecha y el hecho de la exposicion de las tesis en varios estu- ios, cuyo contenido puede verse en Luther zwischen Reform und Reformation. Der Thesenanschlag fand nicht statt, Misnster “1968, resumido en Luther und die Reformation, Aschaffenburg, 1974, ‘55-61. Poesia al dia e interpretacién personal en la misma linea, R. Baumer, Die Diskussion un Luthers Thesenanschlag. Forschungsergebnisse und Forschungsaufbau, en Um ‘Reform und Reformation, Miinster 1968, 53-95, Estudio técnico y desapasionado, K. ‘Honselmann, Urfassung und Drucke ddes Ablassthesen Martin Luthers und ihre Veraffentlichung, Paderborn 1966. Sobre los protagonistas ‘atélicos: H. Grimm, Luthers «Ablasstheser und die Gegenthesen von Tetzel Wimpina in der Sicht der Druck- td Buchgeschichte: Gutenberg-Jahrbuch 43 (1968) 139-150, y F. Schrader, Kardinal Albrecht von Brandenburg, Erzbischof von Magdeburg, im Spannungsfeld zwischen alter und neuer Kirche, en Von Konstanz nach Trient, Minchen 1972, 419-445. Sobre el contenido y significado, E. Kabler, Die 95 Thesen. Inhalt und Beudetung: Luther 38 (1967) 114-124. Controversia sobre el valor de las indulgencias 63 sable de la campafia (Alberto de Maguncia) (ver la narracién del propio Lutero en esctito n. 19), a quienes se les envi6 en fonos de urgencia, pero respetuosos. La respuesta tardé en Ilegar, y fue fentonces, no antes, cuando se decidié a conflarlo a sus amigos, que filtraron las tesis con una fortu- sna que nunca acabé de agradar a su autor. La ruptura con la iglesia jerarquica no se puede locali- zar en esta accién, si bien és todo un choque simbélico, ya que se habria evitado con una respuesta adecuada de los jerarcas. En las 95 tesis no se muestra Lutero ni mas conereto ni més violento que otros eriticos anteriores y de su tiempo. Su mismo escrito es un amasijo de intuiciones teolégicas, de imprecisiones dogmé- ticas, de quejas fundadas y de rumores falsos, recogidos inorgénicamente, con cierta timidez y mu- chas reticencias. Es muy significativo por reflejar un clima generalizado, pero deja muchos flancos vvulnerables, seguramente con intencién polémica. No es extrafio que el propio Lutero lamentase con frecuencia haberlas producido. De todas formas, las tesis indican la oscuridad que en sus dias reinaba acerca de su verdad y de su practica. La nica constante, por parte de Lutero, es Ia insis- tencia en el valor de la cruz, de Ja penitencia interior, de la palabra, expuestas a ser enterradas bajo el aparato pesado de las pricticas exacerbadas, con menosprecio de la caridad, mas valiosa que las. confusas y manipuladas indulgencias. EDICIONES. Las ediciones se hicieron con celeridad, como lo demuestran las numerosas erra- tas en Jas hojas volantes conservadas, Nuestra traducci6n se basa’en uno de los ejemplares primiti- vyos en latin, conservado en el British Museum y reproducido fotogrificamente por diversas edicio- nes posteriores. La numeracién es la adoptada por las ediciones criticas, puesto que las tesis origi- nales debieron corzer sin ella, En concreto, 1a manejada, ya impresa, distribuye las unidades en ‘grupos arbitrarios de 25-+25+25-+20. El texto latino, cf. ea W lat 1, 31a-53a; Walch 2, 18, 70-81; E lat 1, 285-293; Cl 1, 3-9, etc. BIBLIOGRAFIA. K. Aland, Martin Luthers 95 Thesen mit den dazugehdrigen Dokumenten aus der Geschichte der Reformation, Hamburg 1965; Id., Der Thesenanschlag fand und zwar wahrschein- lich am 31. Oktober 1517 stait: Geschichte in Wissenschaft und Unterricht 16 (1965) 686-694; H. Volz, mismo titulo anterior: ibid., 682-686; L. Hoss, Diskussion aber Luthers Thesenanchlag’ ibid., 695-699; H. Volz, Martin Luthers Thesenanschlag und desen Vorgeschichte, Weimar 1959; H. Bortkamm, Thesen und Thesenanschlag Luthers. Geschehen und Bedeutung, Berlin 1967. . Iserloh hha negado ¢on buena argumentacién Ia fecha y el hecho de la exposicién de las tesis en varios estu- dios, cuyo contenido puede verse en Luther zwischen Reform und Reformation. Der Thesenanschlag fand nicht statt, Minster “1968, resumido en Luther und die Reformation, Aschatfenburg 1974, ‘55-61. Puesta al dia e interpretacién personalen la misma linea, R. Baumer, Die Diskussion um Luthers Thesenanschlag. Forschungsergebnisse und Forschungsaufbau, en Um Reform und Reformation, Minster 1968, 53-95. Estudio técnico y desapasionado, K. 'Honselmann, Urfassung und Drucke des Ablassthesen Martin Luthers und ihre Veréffentlichung, Paderborn 1966. Sobre los protagonistas catélicos: H. Grimm, Luthers «Ablassthesem und die Gegenthesen von Tetzel Wimpina in der Sicht der Druck- und Buchgeschichte: Gutenberg-Jahrbuch 43 (1968) 139-150, y F. Schrader, Kardinal Albrecht von Brandenburg, Erzbischof von Magdeburg, im Spanuingsfeld zwischen alter und newer Kirche, en Von Konstanz nack Trient, Minchen 1972, 419-445, Sobre el contenido y significado, B. Kubler, Die 95 Thesen. Inhalt und Beudetung: Luther 38 (1967) 114-124. Por amor a la verdad y por el anhelo de alumbrarla, las tesis suscritas seran disputadas en Wittenberg, bajo la presidencia del R. P. Martin Lutero, maestro en artes y en teologia y lector ordinario de la misma en este lugar. Suplica, por tanto, que intervengan por escrito los que no puedan estar presentes a nuestro debate oral. En el nombre de nuestro sefior Jesucristo. Amén ® 1. Cuando nuestro sefior y maestro Jesucristo dijo whaced penitenciay *, etc., quiso que toda la vida de los fieles fuese penitencia. 2. Esta palabra * no puede entenderse como referida a la penitencia sacramental, es decir, a la confesién y satisfaccién realizada por el ministerio sacerdotal. 3. Nise refiere slo a la penitencia interior; es més, la penitencia interior es nula si no conlleva diversas mortificaciones de la carne. 4, La pena permanece mientras dura el aborrecimiento propio (en esto consis- te la verdadera penitencia interior), o sea, hasta la entrada en el reino de los cielos. 5. El papa no quiere ni puede remitir pena alguna, a excepcidn de las que han sido impuestas por su voluntad o a tenor de los cénones. 6. El papa no puede remitir ninguna culpa, a no ser declarando y aprobando que ha sido perdonada por Dios, o remitiendo con certeza los casos a él reservados; si éstos se despreciaran, la culpa permaneceria integramente. 7. Dios no remite la culpa de nadie si no se somete humildemente y en todo al sacerdote, vicario suyo. 8. Los cénones penitenciales son impuestos sdlo a los vivientes, y, conforme alos mismos, no se debe imponer nada a los moribundos. 9. Por eso, el Espiritu santo nos concede un gran beneficio por medio del papa, ya que éste excluye siempre en sus decretos el articulo de muerte o la necesidad. 10. Obran de manera ignorante ¢ injusta los sacerdotes que reservan las peni- tencias canénicas de los moribundos para el purgatorio. ll. La cizafia aquella de conmutar la pena canénica por la pena del purga- gatorio debié sembrarse mientras los obispos estaban durmiendo‘, 12. En otros tiempos las penas candnicas se imponian no después, sino antes de la absolucién, para excitar la contricién verdadera. 13, Los moribundos se liberan de todo por la muerte y estén ya muertos a las leyes canénicas, puesto que por derecho no estan sujetos a ellas, La introduccién no implica acto piblico; es una férmula habitual de invitacion a un debate escrito, y a la que todos los iniciados estaban muy acostumbrados. 2. Mt4, 17, 3. «Esta palabra, es decir, la penitencia. 4. Alusion intencionada a la parabola de Jestis: Mt 13, 24 ss. Controversia sobre el valdr de las indulgencias 65 14, La piedad o Ia caridad imperfecta del moribundo exige a la fuerza un te- mor tanto mayor cuanto menor hubiese sido aquélla. 15. Este horror y temor, al ser tan parecido al de la desesperacién, basta por si solo (por callar otras cosas) para constituir una pena de purgator 16. Parece que el infierno, el purgatorio y el cielo difieren entre si en el mis- mo grado que la desesperacién, la cuasidesesperacién y la certidumbre. 17. Parece necesario que a las almas del purgatorio se les aumente la caridad al igual que se les disminuye el temor, 18. y mo parece que se pruebe, ni por la razén ni por la Eseritura, que se encuen- ‘tren fuera del estado de merecer o de aumentar Ia caridad. 19. Tampoco parece probado que estas almas —al menos todas ellas— estén ciertas y seguras de su beatitud, aunque nosotros estemos segurisimos de ello; 20. por eso Ja remisién plenaria de todas las penas por el papa, no se refiere sencillamente a todas las penas, sino sdlo a las por él impuestas. 21. Se equivocan, por tanto, los predicadores de las indulgencias que afirman que en virtud de las del papa el hombre se ve libre y salvo de toda pena; 22. no remite a las almas del purgatorio ninguna de las penas que, @ tenor de los cénones, debieran haber satisfecho en esta vida. 23. Sia alguien se le puede remitir todas las penas, es seguro que sélo puede ser a los muy perfectos, es decir, a poquisimos. 24. Por eso, se esta engafiando a la mayor parte del pueblo con esa promesa magnifica e indistinta de la remisin de la pena. 25. La potestad que el papa posee para el purgatorio en general es la misma que detentan cualquier obispo en su didcesis y el cura en su parroquia en especial. 26. Obra muy bien el papa cuando concede a las almas la remisién, no en virtud del poder de las llaves (que no tiene en manera alguna), sino a modo de su- fragio ®. 27. Predican a los hombres que el alma vuela (al cielo] en el mismo instante en que la moneda arrojada suena en el cepillo®, 28. Es cierto que por la moneda que suena en el cestillo se puede aumentar la colecta y la avaricia, pero el sufragio de la iglesia depende sélo de la voluntad divina, 29. . ;Quién sabe si no hay almas en el purgatorio que no deseen ser liberadas, como se dice sucedié con san Severino y san Pascual! 30. Nadie est4 seguro de la verdad de su contricién; cuanto menos lo estara de conseguir la remisién plenaria. 31. El ganar de verdad las indulgencias es tan raro, es decir, tan rarisimo, como dar con una persona verdaderamente arrepentida. 32. Se condenardn por toda la eternidad, con sus maestros, cuantos s> creen que aseguran su salvacién a base de cartas de perdones. 33. Hay que descofiar mucho de quienes afirman que esas indulgencias del papa son un inestimable don divino, en virtud del cual el hombre se reconcilia con Dios; 5._ Es decir, la liberacin de las almas no estaria ligaida a la autoridad, siguiéndose el efecto inmediato, sino’ que serfa algo condicionado a la siplica, a la oracién, al sufragio, a la voluntad de Dios en una palabra (cf. tesis 28. 6. Reproduce aqui Lutero un verso satitico que corria al menos desde el siglo anterior, y ‘cuyo recurso se hizo habitual —al menos en cuanto a su contenido— entre los predicadores de las indulgencias, CI. N. Paulus, Geschichte des Ablasses im Mittelalter von Ursprung bis zum Mitte des 14, Jahrhunderts TH, Paderborn 1923, 386. 6 Lutero 34. porque esas indulgencias se refieren sélo a las penas de la satisfaccién sa- cramental estatuidas por el hombre. 35. No predican la verdad cristiana quienes ensefian que no es necesaria la contricién a las personas que quieren librar las almas (del purgatorio] 0 adquirir billetes de confesién. 36. Todo cristiano verdaderamente arrepentido tiene la debida remisién ple- naria de Ja pena y de la culpa, aun sin la adquisicién de las cartas de indulgencia. 37. Todo cristiano, vivo 0 muerto, incluso sin las cartas de indulgencia, goza de la participacién de todos los bienes de Cristo y de la iglesia concedidos por Dios. 38. No obstante, no hay que despreciar Ja remisién y la participacién conce- didas por el papa, porque, como he dicho, es la declaracién de la remisién divina. 39. Resulta en extremo dificil, incluso para los tedlogos mas doctos, proponer al pueblo simulténeamente la largueza de las indulgencias y la verdad de la contricién. 40. Una contricién verdadera busca y ama las penas; la abundancia de indul- gencias leva asu menosprecio y aborrecimiento, o al menos da ocasién para ello. 41. Hay que predicar con mucha cautela las indulgencias apostdlicas, no vaya a suceder que el pueblo entienda equivocadamente que hay que preferitlas a las restantes buenas obras de caridad. 42. Hay que ensefiar a los cristianos que es contrario al pensamiento del papa cualquier comparacién entre indulgencias y obras de misericordia, 43. Hay que ensefiar a los cristianos que obra mejor quien da limosna al po- bre o ayuda al necesitado que quien compra indulgencias; 44, porque por las obras de caridad ésta crece y el hombre se hace mejor, mien- tras que por las indulgencias no se hace mejor, tan sélo se libra mejor de las penas. 45. Hay que enseffar a los cristianos que aquel que viere a un menesteroso y lo que pudiera darle lo emplea en comprar indulgencias, no consigue la venia del Papa, sino que se concita Ia indignacién divina. 46. Hay que ensefiar a los cristianos que, a no ser que naden en la abundan- cia, tienen la precisin de reservar para su casa lo necesario y no despilfarrarlo en la compra de indulgencias. 47. Hay que ensefiar a los cristianos que la adquisicién de indulgencias es li- bre, no obligatoria. 48. Hay que ensefiar a los cristianos que el papa, cuando otorga indulgencias, més que dinero sonante desea y necesita la plegaria devota, 49. Hay que ensefiar a los cristianos que las indulgencias del papa son stiles si no depositan en ellas su confianza, pero muy nocivas si a costa de ellas pierden el temor de Dios. . 50. Hay que ensefiar a los cristianos que si el papa fuese consciente de las exacciones cometidas por los predicadores de indulgencias, preferiria que la basi- lica de San Pedro se convirtiera en cenizas antes que edificarla a costa de la piel, de Ia carne y de los huesos de sus ovejas. 51. Hay que ensefiar a los cristianos que el papa, como es debido, estaria dis- puesto, aunque tuviese que vender Ja basilica de San Pedro, a dar de su propio di- nero a muchos a quienes algunos predicadores de indulgencias se lo sacan. 52. Es vano confiar en a salvacién a base de cartas de indulgencias, aunque el comisario, incluso aunque el mismo papa, pignorasen su alma como prenda. 53. Son enemigos del papa y de Cristo quienes por predicar las indulgencias ordenan que no se predique en absoluto la palabra de Dios en las demas iglesias. 54. Se injuria a la palabra de Dios cuando en el mismo sermén se emplea mis tiempo para predicar las indulgencias que para predicar 1a palabra. Controversia sobre el valor de las indulgencias o 55. La intencién del papa es que si las indulgencias (que son lo minimo) se ce- Iebran con una campana, con una sola pompa y en una ceremonia, el evangelio (que es lo mAximo) se anuncie con cien campanas, cien pompas y cien ceremonias. 56. Los tesoros de la iglesia, sobre los cuales otorga el papa las indulgencias, no estén suficientemente definidos ni son conocidos por el pueblo de Dios. 57. Es evidente que no se trata de tesoros temporales, porque muchos predi- cadores no los prodigan con facilidad, sino por el contrario, no hacen mas que alle- garlos; 58. ni se trata tampoco de los méritos de Cristo y de los santos, puesto que estos operan sin necesidad del papa la gracia del hombre interior, y Ia cruz, muerte infierno del exterior. 59. San Lorenzo dijo que los tesoros de la iglesia eran sus pobres usar esta expresién conforme al uso del tiempo. 60. Sin temeridad afirmamos que este tesoro son las Iaves de la iglesia, dona- das por los méritos de Cristo. 61. Porque es claro que basta la sola potestad del papa para remitir las pe- nas y los casos (candnicos). 62. El tesoro verdadero de la iglesia consiste en el sacrosanto evangelio de la gloria'y la gracia de Dios; 63. pero con razén resulta odiosisimo, puesto que a los primeros los hace Ultimos. 64. Por el contrario, el tesoro de las indulgencias con razén resulta muy gra- to, ya que a los iiltimos los convierte en los primeros. 65. Los tesoros evangélicos son las redes con que en otros tiempos se pescaba 1a los hombres ricos; 66. ahora los tesoros de las indulgencias son las redes en las que caen las ri- quezas de los hombres. 67. Las indulgencias, vociferadas por los predicadores como gracias maximas, hay que entenderlas por tales sdlo en relacién con la ganancia que procuran; 68. en realidad son muy poca cosa, comparadas con la gracia de Dios y con la piedad de Ia cruz. 69. Los obispos y los curas estén obligados a admitir con toda reverencia a los comisarios de las indulgencias apostdlicas; 70. pero estin mas obligados atin a vigilar con ojos abiertos y advertir con ofdos atentos, para que aquéllos no prediquen sus propias ensofiaciones en lugar de la comisién del papa. 71. Sea anatema y maldito quien hable contra la verdad de las indulgencias papales; 72. pero sea bendito quien se preocupe de luchar contra la desvergiienza y la licencia verbal del predicador de las indulgencias. 73. Al igual que el papa, con toda justicia, fulmina a quienes de cualquier forma negocian fraudulentamente con gracias, 74, con mayor motivo intenta fulminar a’ quienes, so pretexto de indulgencias, cometen fraudes en la catidad santa y la verdad, 75. Bs una locura la opinién de que las indulgencias papales tienen tanto valor que pueden absolver a un hombre, incluso aunque, por un imposible, hubiese vio- Jado a la madre de Dios”. 5 pero debid 7. Lutero recoge algunas de las murniuraciones de mal gusto, en concreto ésta tan chocante, que el propio Tetzel se encargé de rechazar con brio, relegdndola a la categoria de una pura ca- Tumnia. Cf. N. Paulus, Johann Tetzel, der Ablassprediger, Mainz 1899, 56 ss. 68 Lutero 76. En cambio, afirmamos que las indulgencias papales no pueden quitar la culpa del ms minimo pecado venial. 77. Lo que se dice de que ni el propio san Pedro, sifuere papa, podria otorgar gracias mayores, es una blasfemia contra san Pedro y contra el papa. 78. Por el contrario, afirmamos que tanto éste como cualquier papa pose gracias mayores, tales como el evangelio, las virtudes, el poder de las oraciones, etcétera, conforme a 1 Cor 12 *. 79. Es una blasfemia afirmar que la cruz erecta con la insignia de las armas pontificias aquivale a la cruz de Cristo. 80, Tendrén que rendir cuentas los obispos, curas y tedlogos que permiten la predicaci6n de tales sermones al pueblo. 81, Esta predicacién licenciosa de las indulgencias hace que ni siquiera a los letrados les resulte facil salvar la reverencia debida al papa de las calumnias o de las burlas chistosas de los laicos; 82. a saber: «por qué el papa no vacia el purgatorio por su caridad santi sima y por la gran necesidad de las almas, que es la causa més justa de todas, si redime almas innumerables por el funestisimo dinero de la construccién de la ba- silica, que es la causa més insignificante >». 83. Item: «por qué perduran las exequias y aniversarios de difuntos, y no devuelve o permite que se perciban los beneficios fundados para ellos, ya que es una injuria orar por los redimidos%». 84. Item: «qué novedosa piedad es esa de Dios y del papa que permite a un impio y enemigo de Dios redimir por dinero a un alma piadosa y amiga de Dios, y sin embargo no la redimen ellos con gratuita caridad por la necesidad de 1a misma alma piadosa y amada de Dios?». 85. Item: «por qué siguen redimiendo atin por la concesién de indulgencias, y como si fuesen actualisimos, c&nones penitenciales que por su misma naturaleza y por el desuso desde hace tanto tiempo estan abrogados y muertos». 86. Item: «por qué el papa, cuyas riquezas hoy dia son mas crasas que las de Ios més opulentos crasos, no construye una sola basilica de San Pedro con su propio dinero, mejor que con el de los pobres fieles?». 87. Item: «qué es lo que perdona o da el papa a quienes por perfecta contri- cidn tienen derecho a la participacién y remisién plenarias >. 88. Item: «qué mayor bien pudiera sobrevenir a la iglesia que el que el papa, en vez de conceder, como hace, una vez al dia estas remisiones y participaciones, las concediese a cada fiel cien veces a diario? 89. Y ya que el papa busca la salvacién de las almas por las indulgencias me- jor que por el dinero, gpor qué suspende el valor de las cartas e indulgencias conce- didas en otros tiempos si tienen la misma eficacia 2». 90. Amordazar estas escrupulosisimas argumentaciones de los laicos sélo por la potestad, y no deshacerlas razonablemente, equivale a poner en ridiculo a la igle- sia y al papa ante sus enemigos y a la desdicha de los cristianos. 51. Todas estas cosas se solucionarian, incluso ni tendrfan lugar, si las indul- gencias se predicasen conforme al espiritu y a la mente del papa. 92, jFuera, por tanto, todos los profetas que predican al pueblo de Cristo «paz, paz», y no hay tal paz! 8. 1 Cor 12, 28. 9. Jer 6, 14 Controversia sobre el valor de las indulgencias oo 93. {Bienvenidos todos los profetas que predican al pueblo de Cristo «cruz, cruz, puesto que ya no es tal cruz! 94, Hay que exhortar a los cristianos a que traten de seguir a Cristo, su ca- beza, a través de penas, muertes e infiernos, 95, que confien asi en entrar en el cielo a través de muchas tribulaciones *, mejor que basados en la seguridad de la paz. 10, Hech 14, 22. 2 Tratado sobre la indulgencia y la gracia (1518) Siempre le desagradé a Lutero el éxito de las 95 tesis anteriores. Por eso pens6 en darles nueva forma, més coherente y accesible, y ademés en alemén, como comunica a Trutfetter (9 mayo 1518, WA Br 1, 170). No llevé a cabo su propésito, pero lo cumplié en parte al publicar en lengua ver- nicula este tratadillo (0 sermén), que, gracias a los trabajos de Paulus y a las acotaciones de Clemens (1, 10-11), se sabe que aparecié hacia el 4 abril 1518. Intentaba Lutero hacer olvidar en lo posible sus vulnerables tesis anteriores (carta a C. Scheure, 5 marzo 1518, WA Br 1, 152). El éxito secundé su plan, pues mientras que son muchos los ejem- plares que se conscrvan de este tratado, sélo tres se han encontrado de las tesis (cf. Clemens, ibid), El escrito, mas condensado y orgénico, sin las exacerbaciones del anterior, no acaba tampoco de negar la verdad de las indulgencias, si bien el hecho de ponerlas en duda es ya suficientemente explicito. Insiste en aspectos ya vistos, como son los de la oposicién radical a la escoléstica, la teo- Togia de ia cruz, limitacién del poder de la iglesia, un larvado antirromanismo, etc. EDICIONES. Walch 2, 18, 270-275; E 27, 4-8; WA 1, 243-246; Cl 1, 11-14; Ma 3, 1, 109-112; LD 2, 83-87; Lab 1, 116120. BIBLIOGRAFIA. Cf. ta del escrito anterior. 1. Debéis saber, para empezar, que algunos doctores nuevos, como el macs- tro de las sentencias, santo Tomds y sus secuaces, dividen Ia penitencia en tres partes, a saber, en la contricién, la confesién, la satisfaccién. A pesar de que tal distincién, segin opinan, es dificil, 0, mejor, imposible, fundarla en la sagrada Es- critura ni en los doctores cristianos de la antigiiedad, no obstante dejaremos las cosas estar por ahora y nos acoplaremos a su forma de hablar. 2. Afirman que la indulgencia no libra de la primera o segunda parte, es decir, de la contricién y de la confesién, pero si de la tercera, o sea, de Ia satisfaccién. 3. A su vez, se divide la satisfaccién en tres partes: oracién, ayunos, limosnas. La oracién comprende todas las obras propias del alma, tales como leer, meditar, escuchar la palabra de Dios, predicar, ensefiar y otras andlogas. El ayuno compren- de las obras de la mortificacién de la carne: vigilias, labores arduas, lechos duros, vestidos rudos, etc. Las limosnas compyenden toda clase de buenas obras de amor y misericordia con el préjimo. 4, No hay duda de que para todos ellos las indulgencias eximen de estas mis- ‘mas obras satisfactorias que tenemos que hacer obligatoriamente o que nos han sido impuestas a causa del pecado. Ahora bien, si la indulgencia librase de estas obras, no quedaria ya nada bueno por hacer. 5. Entre muchos tiene fuerza cierta opinién que atin no se ha decidido: si las, indulgencias libran de algo mas que de estas buenas obras, es decir, si perdonan también las penas que la justicia divina exige por los pecados. 6. Por ahora no refutaré esta opinién. Afirmo lo siguiente: que no se puede probar a base de texto alguno que la justicia divina dese o exija al pecador cual- quier pena o satisfaccién, a no ser tinicamente la contricién sincera de su corazén © la conversién, con el propésito firme de llevar en adelante la cruz de Cristo y de ejercitarse en las obras mencionadas (aunque nadie las haya impuesto), porque Dios dice por boca de Ezequiel: «Si el pecador se convierte y si obra como conviene, me olvidaré de sus pecados» 1. Ademas, él mismo absolvié a todos: a Maria Magda- tena, al paralitico, a la mujer adiiltera, etc. Y me encantaria escuchar a cualquiera que probase lo contrario, prescindiendo de que lo hayan pensado algunos doc- tores. 7. Nos encontramos con que Dios castiga a algunos segiin su justicia o que por medio de las penas los empuja a la contricién, como se dice en el Salmo 88: «Si sus hijos cometen pecados, yo castigaré con la vara sus transgresiones, pero no les alejaré mi misericordia» *. No obstante, no existe poder humano capaz de 1. Bz 18, 24; 33, 14-16, 2. Sal 89, 31-34, 72 Lutero remitir estas penas; sélo puede hacerlo el divino. Mas atin: éste no desea remitirlas, sino que, por el contrario, promete que quiere imponerlas. 8. Por este motivo no se puede dar ningun nombre a esta pena imaginaria, ni sabe nadie en qué consiste, si no es en estas buenas obras arriba indicadas. 9, Afirmo que, incluso aunque la iglesia cristiana decidiera o declarase aiin hoy que la indulgencia ‘perdona mas que las obras satisfactorias, seria mil veces mejor que cl cristiano cumpliese estas obras y sufriese esta pena, antes que comprar 0 de- sear esa indulgencia. Porque la indulgencia no es ni puede ser otra cosa que una de- jacidn de las buenas obras y de una pena saludable, que mejor seria desear que aban- donar; y esto, aunque: algunos de los nuevos predicadores se hayan inventado dos clases de penas, medicinales y satisfactorias, en vistas a la enmienda o a la satisfac- cidn, No obstante, loado sea Dios, gozamos nosotros de mayor libertad para des- preciar tales cosas y semejantes charlatanerias que ellos para inventarlas; porque toda pena, 0 sea, todo lo que Dios impone, es bueno y provechoso para los eris- tianos. 10. Con esto no quiere decirse que las penas y las obras sean excesivas, y que el hombre, por lo breve de la vida, no pueda cumplirlas, motivo por el cual la in- dulgencia se haria imprescindible. Respondo que esto no tiene fundamento alguno y que es una pura invencién. Ni Dios ni la santa iglesia imponen a nadie lo que no pueda cumplir; también san Pablo declara que Dios no prueba a nadie més all de sus fuerzas *. Esto influye no poco en desdoro de la cristiandad, al hacerla res- ponsable de imponer més de lo que podemos soportar. 11. Tneluso aunque la penitencia candnica estuviese todavia en vigor, es decir, si por cada pecado mortal fuesen impuestos siete afios de penitencia, la cristiandad deberia abandonar estas leyes y no imponer, nada mas que lo que cada uno pueda cumplir, menos motivo habri para imponer mas de lo que se puede soportar aho- ra, cuando estas leyes no tienen ya vigor alguno. 12. Se dice que el pecador, con Io que atin le queda por penar, tiene que ir al purgatorio o acudir a las indulgencias, pero jse dicen tantas cosas sin razén ni prue- ‘ba de ninguna clase! 13, Es un error mayésculo querer satisfacer uno por sus pecados, cuando Dios los perdona sin cesar gratuitamente por su inestimable gracia y sin ninguna exigencia a cambio, a no ser la de que en adelante se lleve una vida buena. La cris- tiandad exige algunas cosas; también puede remitirlas y no imponer nada que re- sulte dificil e insoportable. 14, La indulgencia se ha autorizado en atencién a los cristianos imperfectos y perezosos, que no quieren ejercitarse con valentia en las buenas obras, o a causa de los rebeldes. Como la indulgencia no anima a nadie a eninendarse, sino que mas bien tolera y autoriza su imperfeccién, no se debe hablar en contra de la indulgen- cia, pero tampoco hay que aconsejarsela a nadie. 15. Obraria mucho mejor quien diese algo puramente por amor de Dios para la fbrica de San Pedro o para otra cosa, en Iugar de adquirir a cambio una indulgen- cia. Porque se corre el peligro de hacer tal donativo por amor a la indulgencia y no por amor a Dios. 16. Bs mucho més valiosa la limosna dada al indigente que la otorgada para este edificio; incluso es mucho mejor que la indulgencia conseguida a cambio. Porque, como ya se ha dicho, vale mucho més una obra buena cumplida que muchas menospreciadas. Con la indulgencia, o se prescinde de muchas obras buenas 0 no se 3. 1 Cor 10, 31. Tratado sobre la indulgencia y la gracia 73 consigue la remisién de nada. Fijaos bien en lo que os voy a decir para instruiros como es debido: antes de nada (y sin tener en cuenta al edificio de San Pedro y a la indulgencia), si quieres dar algo, tienes que darselo al pobre. Si ocurre que en tu ciudad no hay nadie necesitado de socorro (lo que si Dios quiere nunca sucederé), entonces, si asf lo deseas, podras dar para iglesias, altares, ornamentos, cdlices de tu ciudad. Si esto no fuere necesario al presente, y si te parece, podras dar para la fa- brica de San Pedro o para lo que sea. Pero ni en este caso deberas hacerlo para ganar la indulgencia, porque declara san Pablo: «Quien no cuida de los miembros de su familia no es cristiano, es peor que un pagano» #. En fin, para expresar paladinamente mi pensamiento: quienquiera que te hable de otra manera te est induciendo al error o anda buscando tu alma dentro de tu bolsillo, y si en él encontrara peniques, los preferiria a todas las almas. Si dices que no volverés a comprar indulgencias, te respondo: «ya lo he dicho antes; mi voluntad, mi deseo, mi ruego constante y mi consejo es que nadie compre la idulgencia. Deja que los cristianos perezosos y amo- dorrados las compren; ti sigue tu camino». 17. La indulgencia no esté recomendada ni aconsejada: entra dentro de las cosas autorizadas y permitidas. Por este motivo, no es una obra de obediencia, ni incluso meritoria, sino una evasién de la obediencia. Por Io tanto, aunque no se deba prohibir a nadie que las adquiera, se deberfa alejar de ellas a todos los cristianos y estimularlos a cambio a que se fortificasen precisamente por las obras y las penas que remite la indulgencia. 18. Que en virtud de la indulgencia salgan tas almas del purgatorio es algo que ignoro y que no acabo de creer atin, aunque algunos nuevos doctores lo afirmen; y como les resulta imposible probarlo, e incluso la iglesia misma nada ha decidido al respecto, para mayor seguridad es mucho mejor, més valioso y seguro que inter- cedas y obres por estas almas. 19. Estoy totalmente convencido de la certidumbre de estos puntos, suficiente- mente fundados en la Escritura. Por eso, no os quepa la menor duda, y dejad que los doctores escolésticos sigan siendo «escolasticos»; dejadlos a todos con sus opiniones, incapaces de autorizar su predicacién. 20. No me importa gran cosa que al presente me tachen de hereje algunos a cuya caja reporta un fuerte perjuicio esta verdad, puesto que slo me califican asi algunos cerebros tenebrosos que jam4s han olido la Biblia ni leido a los doctores cristianos, que nunca han comprendido a sus propios maestros y que mas bien es- tén a punto de descomponerse en sus opiniones horadadas de agujeros y desgarra- das; porque si Ios hubiesen comprendido, se darian cuenta de que no deben cali- ficat de blasfemo a nadie sin haberle escuchado y convencido. Que Dios, no obs- tante, les conceda y nos conceda un espiritu recto. Amé! 4, 1 Tim 5,8, 6 Discurso pronunciado en la dieta de Worms (1521) Para la comprensién del hecho y del significado de la actuacién de Lutero ante la dieta de Worms y de su discurso es prociso tener en cuenta los siguientes sucesos. EI 15 junio 1520, tras muchos tanteos oscuros con Federico el Sabio, dague de la Sajonia electoral y —como hemos visto— pro- tector de Lutero, Roma se decidié a condenar la doctrina del agustino en la bula Exsurge, Domine, ciertamente confusa, En realidad el documento no condena atin la persona de Lutero, y ya cono- ‘cemos la reaccién violenta de éste, que en un acto teatral quemé la bula juntamente con Ios textos representativos de las pricticas canonicas y morales de la iglesia (10 diciembre). A principios del afio siguiente se publicd la bula Decet romanium pontificem con la inherente excomunion del «hereje». La excomunién eclesidstica hubiera surtido efecto de haberse visto refrendada por la proscripcién, civil, es decir, imperial. No obstante, el joven emperador Carlos V, presionado por dificultades eco- némicas, por el compromiso con las costumbres germanas, por rivalidades con la curia de Roma, por el favor que la opinién piblica manifestaba hacia Lutero —convertido en héroe de la alema- nidad—, no quiso condenarle sin haberle antes ofdo. Para ello la mejor ocasién era aprovechar la 4dieta —ia primera imperial de Worms (abierta solemnemente el 27 enero 1521) y convocarle para ‘que compareciera. ‘Fue un tiempo precioso el transcurrido para la causa luterana y, de hecho, fue una de las épocas mas atractivas de Lutero, desde el punto de vista de sus escritos y de su penetracion. La convoca~ cidn a la dieta, por otra parte, le prest6 una plataforma envidiable de cara a la publicidad. Por eso acudi6, entre expectante y temeroso, y en plan de victima y de héroe a la vez, percibiendo con cla- Tidad la magnifica resonancia de un pillpito peculiar (ef. Gravier, 0. c., 50 ss). EL 17 abril, al atardecer, se le hizo comparecer ante Ia asamblea. Lutero se vio sorprendido: habia creido en una oportunidad para predicar sus ideas y se encontr6 con que en realidad la tnica, opcién que se le brindaba era de retractarse 0 no del contenido de sus libros que el nuncio Aleandro hhabia apilado con cuidado. Ante la sorpresa solicit6 una prérroga y, al dia siguiente, como res- puesta al interrogatorio, pronuncié el discurso célebre que transcribimos. El documento tiene un valor trascendental y es, quiza, el reflejo del momento més decisivo y claro, no s6lo de la existencia de Lutero, sino de toda Ta historia de su reforma. En tonos un poco ‘draméticos niega Ia autoridad del papa, de los concilios, y proclama la de la Escritura y Ja de la conciencia, Quien viese en ello un pregén sonoro de los derechos de la conciencia individual peca- sia de evidente anacronismo, pero es indiscutible la valentia del alin monje, encarado con buena parte de los componentes de la dieta y heraldo de la libertad del evangelio. La respuesta del emperador fue contundente y no menos decisiva: contra la herejia ~dijo— ‘estoy determinado de emplear mis reinos y seflorios, mis amigos, mi cuerpo, mi sangre, mi vida y mi alma» (Sandoval). Nila decisién ni la contundencia de Carlos, al decretar en fa dieta la pros- ripcién imperial de Lutero, pudieron hacer gran cosa. Las dificultades de Espatia, el peligro de Francia, el regreso del emperador Castilla agitada, la burocracia, el apoyo de algunos sefiores, etcétera, retrasaron Ia publicacién del edicto firmado el 26 mayo 1521, cuando Lutero estaba bien fa salvo, gracias al fingido secuestro organizado por su protector. EDICIONES. Nuestra traduccién se ha esforzado por trasmitir el texto en la forma mas cereana posible a como fue pronunciado por Lutero. Como basica hemos adoptado la versién personal de Lutero como se contiene en Verhandlungen mit D. Martin Luther auf dem Reichstag zu Worms 1521 mm Lutero (Ha sido recogida por WA 7, 814-857). La hemos contrastado con la versién del testigo presencial J. Cochlius, Colloquium cum Luthero Wormatiae olim habitum, publicado en Flugschriften aus den ersten Jahren der Reformation IV, Leipzig 1910, 177-218, con las noticias de A. Wrede, Reichstag 24 Worms (1520-1521), Gotha, 1896 (de la serie Deutsche Reichstagsakten unter Karl V, vol. 1). El texto, con acotacionts criticas, cf. también en Lab 2, 309-316; en H. Junghaus, Die Reformation in Augenzeugen Berichten, Minchen 1973, 107-112; en’ Ls 98-102, ete. BIBLIOGRAFIA. Para fos hechos, ambientes, etc., de la dicta, of. P. de Sandoval, Historia de la vida y hechos del emperador Carlos V(edic. BAE, 80), Madrid 1955; Relacién de lo que pasé al empe- rador en Bormes con Lutero en 1521 (publicado por A. Wrede, 0. ., 632-638, y por A. Morel-Fatio en Bulletin Hispanique 16 [1914] 35-45). Trabajos ultimos directamente relacionados con el tema: E. Kessel, Luther vor dem Reichstag im Worms 1521, en Festgabe fitr Paul Kirn, Berlin 1961, 172-190. Con ocasién del 450 aniversario del suceso se editaron numerosos estudios, entre los que citamos como més representativos y serenos algunos de los contenidos en el volumen Der Reichstag 20 Worms von 1521. Reichspolitikc und Luthersacke, edit. por F. Reuter, Worms 1971: R. Wohiteil, Der Wormser Reichstag von 1521, 59-154; M. Schmidt, Luther charismatischer Reformationsbegriff und der Reichstag zu Worms, 155-207; R. Schwarz, Luthers Erscheinen auf dem Reichstag in der ‘Sicht Thomas Miintzers, 208-221; H. Wolter, Das Bekenntnis zu Worms 1521, 222-236; E. W. Kohls, Die Bedeutung des Verhaltens Luthers in Worms innerhalb der neueren Historiographie: Archiv far Reformationsgeschichte 62 (1972) 43-71; H. Steite, Martin Luther auf dem Reichstag zu Worms 41521: Blatter fur Pfalzische Kirchengeschichte 39 (1972) 112-133, Jesis. Graciosfsimo sefior emperador, muy ilustres principes, muy graciosos sefiores: Comparezco obediente y puntual, a la hora que se me fijé ayer tarde, y suplico a vuestra graciosisima majestad y a los ilustrisimos principes y sefiores que, por Ja misericordia de Dios, se dignen atender con clemencia esta causa mia, que es. ero sea la causa de la justicia y de la verdad. Y si por mi inexperiencia me ditijo a alguno de forma incorrecta, 0 de alguna manera me comportare contra los usos ¥ costumbres cortesanos, ruego se me disculpe con benevolencia, porque no he Vivido en la corte, sino en el estrecho retiro monacal, y lo iinico que puedo decir es que hasta hoy mis tinicas preocupaciones han sido, tanto en mi docencia como en mis esctitos, la gloria de Dios y la instruccién de los fieles de corazén sencillo, Graciosisimo emperador, muy ilustres principes: vuestra.serenisima majestad me planted ayer dos cuestiones: si reconocia como mfos los libros que se enumeran ¥ que han sido publicados bajo mi nombre, y si estaba dispuesto a seguir defendién. dolos 0 a retractarlos. Sobre el primer punto mi respuesta es simple; la he dado sin ambages, me man- tengo atin en ella y seguiré manteniéndola siempre: se trata de libros mios, que he publicado bajo mi propio nombre, pero siempre con la reserva de los cambios ¢ interpretaciones mathadadas que habria que imputar a la astucia oa la impor. tuna sabiduria de mis adversarios. En todo caso reconozco sélo lo que es mio y lo Pot mi escrito; pero no las interpretaciones de mis rivales. En cuanto a la segunda cuestién, me permito suplicar a vuestra serenisima ma- jestad se digne tener en cuenta que mis libros no son todos de la misma clase. Hay un primer grupo de escritos en los que he tratado de la fe y costumbres de una manera tan simple y evangélica, que incluso mis adversarios se ven obliga. dos a reconocer su utilidad y su innocuidad, y que son dignos de ser leidos por un cristiano. La misma bula del papa, por despiadada y cruel que sea, admite que algunos de estos libros son inofensivos, aunque, por un juicio extraiio, los haya condenado. (A qué conduciria que me decidiera a retractarlos? Seria el tinico de los mortales que condenara Ia verdad que amigos y enemigos confiesan de contin acuerdo, el tinico en resistir a la unanimidad de esta confesién. Otra categoria de escritos es la que ataca al papado y a las empresas de sus se- Cuaces, puesto que su doctrina y su ejemplo pésimos han arrastrado a toda la cris. 1. La bula Exsurge, Domine (15 junio 1520), que condenaba 41 puntos de la doctrina de Lutero. Mezclando capitulos heréticos con los que no lo eran, redactada por inspiracién de enemigos de Lattero, no olvidemos que en el documento se escapa la condenacion de la tesis bisiea de la just, ficacién s6lo por la fe, I Lutero tiandad a la destruccién espiritual y corporal. Porque todo el mundo tiene la expe- riencia, testimoniada por el general descontento, de que las leyes de los papas y sus doctrinas humanas han encadenado miserablemente las conciencias de los fie- les, las han atormentado y torturado; que la increible tiranfa ha devorado los bie- nes y los recursos, y los sigue devorando cada vez. mas insultantemente, sobre todo en nuestra noble nacién alemana, Ademés, sus propios decretos (por ejemplo, Dist. 9, 25, quaest. 1 y 2) presentan como erréneas e invalidas las leyes papales que estén en contradiccién con la ensefianza del evangelio y de los padres de la iglesia. Si yo retractase también estos libros, no haria mas que fortificar su tira- nfa y abrir de par en par a tan gran impiedad no sélo una reducida ventana, sino también todas las puertas, para que aquélla penetrase con ms amplitud y como- didad que jams hasta ahora tuvo. Mi retractacién seria el mejor favor concedido a su ilimitada, a su desvergonzada malicia, y no Ilevaria sino a vigorizar y a esta- bilizar este sefiorfo cada vez més intolerable para el misero pueblo, y mAs si se pre- gonase que hice todo esto por orden de vuestra serenfsima majestad y de todo el imperio romano. jGran Dios, qué estupenda ocasién prestaria para encubrir la malicia y la tirania! La tercera categoria es la constituida por los libros que he escrito para ciertas, personas privadas, empefiadas en amparar la tirania romana y en destruir mis en- sefianzas sobre Ia fe. Confieso que contra esta gente me he comportado més dura- mente de lo que conviene a un hombre que ha profesado en una religién. He de aiia- dir que no me tengo por un santo; no se trata aqui de discutir sobre mi vida, sino sobre lo que se enseiia dé Jesucristo. Menos atin que los anteriores me esta permi- tido retractar estos escritos, porque, si lo hiciese, serviria de reclamo para que la tiranfa y la impiedad reinasen y se desencadenasen contra el pueblo de Dios con mayor violencia que antes. Puesto que soy hombre y no Dios, no me es licito defender mis escritos sino ala manera en que Jesucristo mi sefior defendié sus ensefianzas delante de Ands, cuando éste le interrogaba y un servidor le dio una bofetada: «Si he hablado mal, le dijo, muéstrame en qué» ®. Si el propio Sefior, que se sabia incapaz de errar, no rehusé al menos escuchar la contestacién de su ensefianza, aunque fuese por parte del mis huimilde de los servidores, con cuanta mayor razén yo, hez de la plebe, expuesto constantemente al error, deberé desear y suplicar que se conteste mi doc- trina. Por este motivo, ruego a vuestra serenisima majestad, a vosotros, ilustres sefiorfas y a todo el que pueda hacerlo, tanto el mayor como el mas pequejio, por la misericordia de Dios, que me prneben y me convenzan de mis yerros, que se me refute a base de los escritos proféticos y evangélicos. Si resultare que debo instruir- me mejor, nadie mejor dispuesto que yo a retractar cualquier error, fuera el que fuc- re, y seria el primero en arrojar mis escritos a las llamas. Lo que acabo de decir evidencia que he considerado y sopesado suficientemente las urgencias, peligros, inquietudes y disensiones que surgirin en el mundo con ocasién de mi ensefianza, como se me reproché ayer con energia y gravedad. Lo que mAs me regocija en todo esto es contrastar que con motivo de la palabra de Dios nacen pasiones y disensiones, porque éste es el camino, la manera y el suceso {que sigue Ia palabra de Dios sobre Ia tierra conforme a lo dicho por Cristo: «No vine para traer la paz, dijo, sino la guerra; he venido para dividir al hijo del padre, 2. Se refiere al Decreto de Graciano (siglo xm), préicticamente el cuerpo juridico de la iglesia turante mucho tempo. . Jn 18, 23, Discurso en la dieta de Worms m5 etcétera» #, Es necesario que nos acordemos de lo admirable y terrible que es nues- tro Dios en sus juicios, para que el anhelo de apaciguar los disturbios no comien- ce por rechazar la palabra de Dios, no vaya a ser que este intento nos atraiga un diluvio de desgracias insuftibles. Debemos vigilar para que el reinado de nuestro Joven y privilegiado principe Carlos (en el que, después de Dios, se cifran tan gran- des esperanzas) no sea desgraciado y se inaugure con funestos auspicios Podria respaldar todo esto con numerosos ejemplos de las sagradas Escrituras que se refieren al faraén, al rey de Babilonia y a los reyes de Israel, personajes que conocieron los mayores desastres precisamente cuando sus sabios designios se or- denaban a establecer la paz y afirmar sus reinados. «Porque es él quien sorprende a los sabios en su astucia y traslada las montafias sin que se aperciban de ello» ®, Es preciso, pues, temer a Dios. Si digo estas cosas, no es porque crea que en tan elevadas cumbres tengan necesidad de mis ensefianzas y advertencias, pero no pue- do sustraer a mi Alemania el servicio al que le estoy obligado. Y con estas palabras me recomiendo a vuestra serenisima majestad y a vuestras sefiorias, suplicando humildemente que no toleren que las pasiones de mis adver- sarios me hagan injustamente detestable ante vos. He dicho. (Después que hube hablado de esta suerte, el heraldo imperial me quiso reprender con dureza. Dijo que no me habia cefido al asunto y que no era cosa de volver a dis- ‘cutir puntos que ya habian sido condenados y definidos por los concilios. Me deman- dé entonces una respuesta simple y sin sutilezas; «Querfa retractarme 0 no?». He aqui lo que entonces respondi). Puesto que vuestra graciosisima majestad y vuestras sefiorias me piden una respuesta, se la daré «sin cuernos ni dientes»?: A menos que se me convenza por testimonio de la Escritura o por razones evidentes —puesto que no creo en el papa ni en los concilios silo, ya que est claro que se han equivocado con frecuencia y se han contradicho entre ellos mismos—, estoy encadenado por los textos escri- turisticos que he citado y mi conciencia es una cautiva de la palabra de Dios. No puedo ni quiero retractarme en nada, porque no es seguro ni honesto actuar con- tra la propia conciencia. Que Dios me ayude. Amén®, 4. Mt 10, 34 ss. 5. La coronacién imperial de Carlos v habia tenido lugar en Aquisgrén medio afio antes, 23 octubre 1520. 6. Job 5, 13; 9, 5. 7, «Sin cuernos ni dientes»; estribillo escolistico para expresar una sentencia clara, sencilla ¥y bajo un solo sentido. 8. La conclusién del histérico discurso de Lutero ha desencadenado discusiones incontables. Incluso Ja edicién de Weimar termina con las frases: «Ich kann nicht anders, hier stehe ich. Gott hhelfe mir, amem» (No puedo actuar de otra manera, aqui estoy. Que Dios me ayude, amén). Hoy ‘se admite como la tnica versién auténtica la recogida en nuestro texto, mucho mas probable y en conformidad con los testimonios, aunque despoje algo al atemorizado Lutero de su caricter de héroe y de iértir. Bl inciso apécrifo, que no recogen los testigos oculares, ni siquiera Cochleo, co- ‘menz6 pronto a correr como pronunciado por Lutero desde la ediciGn del texto (en latin y alemén) or Griineberg, Wittenberg. Ya insistié en ello K. Miller, Luthers Schlusswort in Worms 1521, Philotesia. Festschrift far P. Kleinert, Berlin 1907, 269-289. 5 La libertad del cristiano (1520) El tratadillo La libertad del cristiano (Von der Freiheit eines Christenmenschen), el tercero de Ios Ilamados escritos de reforma, es la obra més desapasionada —o menos apasionada— de cuantas salieron de la pluma de Lutero. En ella toca en alguna ocasién la cima mista, sin flegar al arre~ bato, y su serenidad no deja sospechar el momento agitado y Ia circunstancia excepcional en que fue compiuesta. En esto se parece al Comentario al Magnificat. TEI origen del libro se debe a un tltimo esfuerzo de Karl von Miltitz, enviado pontifcio, entre otras cosas, para entregar Ia Rosa de Oro al elector Federico el Sabio, ef duque sajén protector de Lutero. Mediador de paz. en la causa luterana, pudo entrevistarse con Lutero el 11 de octubre 1520, ‘cuando éste conocia perfectamente el contenido de la bula Exsurge, Domine, en la que se anatema- tizaba su doctrina y que se estaba pregonando con escasa suerte por el acalorado Eck en las ca nias de Wittenberg. De la entrevista, y entre bastantes desaciertos del representante del papa, sali6 cl proyecto feliz de escribir una carta sumisa a Leén x y de acompafiarla de una relacién de sus ac- ‘tuaciones, con Ia esperanza de limar aristas y de provocar Ia ya imposible reconciliacién. ‘Doce dias empled Lutero en la redaccién de ambos documentos. La Carta al papa Leén X (WA 1, 3-11) —que no incluimos en nuestra edicin—, se fech6 el 6 de septiembre. Se sabe que es una data, Acliberadamente retrasada para olvidar la sospecha de obedecer a presiones o miedos ante fa bula ‘condenatoria, conforme a una ingenua estratagema del sinuoso Miltitz. En realidad fue a primeros de noviembre cuando aparecieron la carta y el tratado. El texto de Ia misiva, ciertamente respetuoso hacia la persona de Leén x, insultante hacia la institucién del papado, convence de sobra de que Ja vuelta atras tenia que reducirse al campo de las ilusiones —no realidades— irenistas. El gran interés que Lutero concedi6 a La libertad del cristiano queda evidenciado por cl hecho {de haberlo redactado primero en alemén y después —inmediatamente— en su versi6n latina. El.caso se repitié: con ello querfa hacer llegar su mensaje al pueblo, por una parte, y, por otra, a los letra- dos y humanistas. «Cuando intenta exponer su doctrina personal tiene delante el propésito que abriga, es decir, convencer al laico sencillo. Si redacta la misma obra en aleman y en latin, para que Hegue simulténeamente al pueblo alemén y a todos los doctos de la cristiandad, jams se contenta ‘con una traduccién pura y simple de su texto. En ambos tratados —distintos completamente— expresa idénticas ideas, pero, cambiados el proyecto, el orden de las citas, sus imagenes y com- paraciones segin convenga. Cuando redacta en aleman, Lutero intenta ofrecer una obra popular; cuando escribe en latin, se dirige a los letrados y quiere mostrarles que también él maneja una ar- gumentacién sblido» (M. Gravier, Luther et opinion publique, 33). Bien mirado, ni la estructura, ai cl contenido, ni su secuencia Varian ~en este caso de La liberfad— de forma considerable en tuna y otra versién, Sin embargo, la intencionalidad apuntada por Gravier es un hecho constatable. El contenido desarrolla un tema constante en este afio de 1520 y en Jos escritos de reforma: 1 tema de la liberacién. De forma polémica y violenta ha expresado la idea en la Misiva a la no- bleza alemana, donde, bajo un manto de precoz nacionalismo, ha deshecho la muralla de la jerar- ula, del sacerdocio jerarquico; en la Cautividad, en que ha borrado la estructura sacramental y ‘ennoblecido el quehacer —y la esencia— eclesial de la predicacién de la palabra. En la Libertad se afronta otra liberacién més profunda, y esta. vez sin los tonos violentos anteriores: Ia liberacién ‘universal, interna, espiritual, del cristiano en virtud de la fe. En el fondo, ademas de la mas tranquil, ela obra més cordial de Lutero. A base exclusivamente de Ia Escritura —Ie interesa a Lutero que en Roma se den cuenta de ello—, casi sélo a base de san Pablo, expone su pensamiento claro y vigoroso. De entrada lanza las dos ‘esis paradéjicas (siempre apoyandose Lutero en el armazén paradéjico) de que el cristiano es el hombre més libre y —a la vez— el més siervo de todos. Para deshacer Ia antitesis, parte de la vi- sién humana dualista, esencial en todo su sistema, como buen representante de su estirpe agus- tiniana: el hombre, como ser espiritual, interno, y como ser corporal, externo, seccién que no res- 156 Lutero ponde al simplismo biblico, pero no olvidemos que Lutero estaba condicionado por un mundo de categorias mentales de hace mis de cuatrocientos afios. Pues bien, esta divisiOn es la que marca la estructura de la obra, En primer lugar, el cristiano como ser espiritual, interno, en su relacién directa con el pecado, ¢s un hombre libre, mejor, liberado. El factor de esta liberacién no son las acciones, los esfuerz0s individuales, sino la palabra de Dios, predicada por Cristo y tal como se contiene en el evangelio. Esta palabra exige al cristiano la fe, y s6lo opera si y cuando éste otorga su confianza a la promesa divina. {Para qué entonces las obras, ritos, mandamientos de la Escritura? Para convencer al hombre de su impotencia y de su incapacidad radical para cumplir esas obras que, en realidad, son viejo testamento. El hombre aniquilado, desalentado y desesperante de una justificacion y salvacion a fuerza de obras, entra en la segunda fase del proceso: Ia fe en Cristo, con la seguridad de que en él oftece Dios la «gracia, la justificacién, a paz, la libertad». Quien tenga esa fe provocada por la ‘humillacién —no cabe’decir por la humildad— es sefior de todo, y en ella cumpliré todo, pues no ¢s él, sino Cristo, quien lo cumple. Esta es la promesa salvadora ¥ liberadora: el nuevo testamento. La fe, ademas de liberar de las obras y de cubrir el pecado, transfigura. Se produce un inter cambio goz0s0 forjado en el encuentro de la promesa y de la aceptacién fiducial: Cristo y el alma se identifican y se intercomunican cuanto son y tienen. Es el momento mas encumbrado de la obra, en el que Lutero toca cimas sefieras; y su vocabulario y su idea acuden a expresiones de la més entrafiable mistica nupeial. Cristo acepta la misera doie del alma, una prostituta que apenas si Puede presentar més ajuar que su pecado, que pervive, pero que Dios no tiene en cuenta al haber sido absorbido por Cristo; en el trueque desigual el aima recibe cuanto Cristo posee: ademas del perdén, de !a justificacién, y siempre en virtud de la fe y s6lo de la fe —sin obras que lo merez- can—, el cristiano recibe Ia dignidad de rey y de sacerdote, con todo el poder y sefiorio espiritual gue entraiia. No existe el sacerdocio jerdrquico, el sacerdocio es una gloria derivante del bautismo, No obstante, hay funciones exclusivas de un determinado sector («aunque todos seamos igualmente sacerdotes, no todos podemos servir, dispensar y predicar»): lo malo es que —y Lutero no dice «por el eattiverio romano» en el libro, pero ya lo ha dicho antes y lo repetiré siempre— esto se ha trocado de servicio, de funcién, en tirano sefiorio, Este es el nticleo del contenido de la primera parte, Ia més novedosa. A despecho de interpreta- ciones inmediatas, la liberacién es puramente interna, espiritual, de obras. No pertenece a la esfera de lo social, mucho menos de lo politico y econémico, y sélo se consumaré en el dia postrero. Ahora en este mundo —y es la otra parte de la paradoja—, el cristiano es un siervo «al servicio de todos ¥ a todos sometido». En esta dimensién, en el hombre exterior, tiene que obrar, actuar incansable- ‘mente. Hasta las clisicas mortificaciones monacales adquieren su sentido, Las obras son efecto y exigencia de la servidumbre externa: a) porque es imprescindible la a cesis personal, la disciplina del propio cuerpo; b) porque, aunque s¢ esté liberado por la fe, se esti necesitado de obras por urgencias de la caridad. Bastaria releer esta segunda parte para deshacer el fiicil t6pico de que Lutero —el protestantismo— no exige obras, pese a que el «slogam de sola fides diera pie a todas las posibles interpretaciones. En Lutero no cabe el quietismo, hay que actuar, ‘Lo que sucede es que las obras no entrafian ningtin mérito, no contribuyen a la justificacién, carecen de valor sinergético, El cristiano, para terminar, es libre, y en cuanto libre no tiene necesidad de las obras; es siervo, ¥en cuanto siervo esta obligado a obrar. «De todo lo dicho se concluye que un cristiano no vive €n sf mismo, vive en Cristo y en su pr6jimo; en Cristo por la fe, en el préjimo por el amor» (30). Pero sim perder de vista, y reiterando con cadencia cansina, que «serfa una locura mayuiscula, desconocer la vida cristiana y'ia fe, empefiarse en lograr la justificaci6n y la salvacién a base de obras y pres- cindiendo de la fe» (21). EDICIONES. Fue éste uno de los escritos mis editados —y leidos— desde el momento de su aparicién. Nuestra edicién reproduce la versi6n alemana, primera que escribié Lutero (Wittenberg, noviembre 1520), mas condensada y sencilla que la latina, Prescindimos de la carta a Leon x y de la dedicatoria. Otras ediciones posteriores: Walch 2, 19, 986-1.011; E 27, 175-199; WA 7, 20-38; ‘Ma 2, 2, 269-287; LD 2, 251-274; Cl 2, 10-27. También ha sido reproducido en casi todas las edi- clones de bolsillo 0 en antologias (Calwer, 2; Ls, 81-98; Reklam, 110-150, etc.). BIBLIOGRAFIA. W. Maurer, Von der Freiheit eines Christenmenschen. Zwei Untersuchungen zu Luthers Reformationsschriften (1520-1521), Gottingen 1949; Freiheit Christenmensch-Katalog der Ausstellung Von der Freiheit eines Christenmenschen. Kunstswerke und Dokumente aus dem Jalrhun- dert der Reformation, Berlin 1967. 158 Lutero y la libertad. Todas estas cosas, obras y actitudes sobredichas puede poseerlas y ejecutarlas también un impfo, un simulador o un hipécrita; lo unico que de ellas puede salir es un pueblo de hipécritas, y, viceversa, en nada se perjudica el alma si el cuerpo viste prendas mundanas, si anda por lugares profanos o si come, bebe, no peregrina ni reza y prescinde de todas esas obras que hacen los mencionados hipdcritas. 5. Lo tinico que en el cielo y en la tierra da vida al alma, por lo que es justa, libre y cristiana, es el santo evangelio, palabra de Dios predicada por Cristo. Asi lo afirma él mismo (In 11): «Yo soy la vida y la resurreccién; quien cree en mi vivird para siempre» *; en Jn 14: ¢Yo soy el camino, la verdad y la vida »; y en Mateo 4: «No sélo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios» §, Debemos tener, por tanto, la certeza de que el alma puede prescindir de todo menos de la palabra de Dios, lo dinico capaz de ayudarla, Nada més ne- cesita si posee la palabra de Dios; en ella encuentra toda satisfaccién, comida, 8020, paz, luz, inteligencia, justicia, verdad, sabiduria, libertad y todos los bienes en sobreabundancia. Por eso leemos en el Salterio, y de forma especial en el Sal- mo 119, cémo el profeta no clama més que por la palabra de Dios. Y en Ia Escritura se ve que la mayor desgracia que puede sobrevenir, como signo de la ira divina, consiste en que Dios retire su palabra’, y la gracia mas preciada en que la envie, a tenor del Salmo 104: «Les envié su palabra; con ella les socorri6» §. Cristo mismo vino con la tinica misién de predicar la palabra de Dios. Incluso los apéstoles, los obispos, sacerdotes y todos los eclesisticos han sido Hamados ¢ instituidos sdlo en funcién de la palabra (aunque, desgraciadamente, en nuestro tiempo no. actiien en consecuencia con este ministerio). 6. Quizé preguntes: jen qué consiste esta palabra que otorga gracias tan gran- des y cémo debo tratarla? Respuesta: no es mas que la predicacién, anunciada por Cristo, tal como la contiene el evangelio. Pero tiene que ser —y asi lo ha sido realidad— de forma que escuches al Dios que te dice que toda tu vida y todas tus obras nada suponen ante él, sino que tii y cuanto tienes no merece mas que la eter- na perdicién. Cuando estés posefdo por esta conviccién como es debido, tendras que desconfiar de ti mismo y que reconocer Ia verdad de lo dicho por Oseas: «En ti, Israel, no hay més que perdicién; sdlo en mi esta la posibilidad de ayudarte» ° Para que puedas salir de ti mismo y liberarte de ti (es decir, de tu perdicién), te pre~ senta a su querido hijo Jesucristo y te dice por medio de su palabra viviente y con- soladora que debes rendirte a él con fe firme y confiar en él con alegria. Es entonces cuando en fuerza de esa fe te serdn remitidos todos los pecados, cuando se verd superada tu perdicién y te tornards en justo, veraz, contento, bueno; cuando se cumplirén todos los mandamientos y te liberards de todas las cosas. En este senti- do dice san Pablo (Romanos 1): «El cristiano vive sélo por su fe™, y (en el capi tulo 10): «el fin y la plenitud de la ley es Cristo para quienes creen en &» 2, 7. Por eso la tnica obra, el ejercicio tnico de todos los cristianos debiera ci- frarse en grabar bien hondo en si mismos a Cristo y a la palabra, para actuar y Jn 1, 25. Ind, 6. Mt 4; 4. Am §, 11 Sal 107, 20. 0s 13, 9. Rom i, 17. Rom 10, 4: 1. Para que nos resulte posible un conocimiento a fondo de lo que es un cris- tiano y de la forma en que se tiene que actuar en relacién con la libertad que Cristo Je ha conquistado y donado —y de la que tanto habla san Pablo— comenzaré por establecer estas dos conclusiones: — el cristiano es un hombre libre, sefior de todo y no sometido a nadie; — el cristiano es un siervo, al servicio de todo y a todos sometido. Estas dos afirmaciones son claramente paulinas. Dice el apéstol en el capi- tulo 9 de la 1 carta a los Corintios: «Soy libre en todo y me he hecho esclavo de todos» . En Romanos (cap. 13): «No contraigéis con nadie otra deuda que la del mutuo amor» *, Ahora bien, el amor es siervo de aquel a quien ama, y a él se halla sometido; por este motivo, refiriéndose a Cristo, dice (Gal 4): «Dios ha enviado a su hijo, nacido de mujer, y le ha sometido a Ia ley». 2. Para comprender estas dos afirmaciones contradictorias sobre Ia libertad y la servidumbre, tenemos que pensar que el cristiano consta de dos naturalezas, la espiritual y la corporal. Atendiendo al alma, es denominado hombre espiritual, nuevo, interior; se le llama hombre corporal, viejo y exterior en relacién con la car- ne y Ia sangre. A causa de esta diversidad tiene Ja Escritura palabras que se contra- dicen, segim se refieran a la libertad o a la servidumbre, como he dicho ya. 3. Ocupémonos en primer lugar del hombre interior y espiritual; veremos asi lo que-se requiere para que un cristiano pueda decirse y ser justo y libre. Es dente que nada que sea externo —Ilimese como se llame— puede justificarle y ha- cerle libre, porque su bondad y su libertad, al igual que su malicia y su cautiverio, no son realidades corporales y externas. {Qué ventaja reporta al alma que el cuerpo esté libre, en buenas condiciones, rebosante de salud, que coma, beba y viva como Je venga en gana? ¥ al contrario, jen qué se perjudica el alma por el hecho de que el cuerpo se encuentre cautivo, enfermo, abatido y que —contra lo que quisiera— esté hambriento, sediento y agobiado por las penalidades? Nada de ello afecta al alma ni contribuye a su liberacién o cautiverio, a hacerla justa o injusta. 4. De igual manera, de nada le sirve al alma que el cuerpo se vista de ornamen- tos sagrados —como hacen los curas y cclesidsticos—, que more en iglesias y luga- res santos, que trate cosas sagradas; ni tampoco que rece corporalmente, que ayune, que peregrine, que haga todas las buenas obras que pueda realizar siempre en y por el cuerpo. Es algo muy distinto lo que se exige para conferir al alma la justicia La libertad del cristiano 159 fortalecer esta fe de manera permanente; ninguna otra obra puede trocar a un hom- bre en cristiano, como dijo Cristo a los judios (In 6), cuando en aquella ocasién le preguntaron por lo que tenian que hacer para cumplir las obras divinas y cristia- nas: «La tnica obra divina consiste en que credis en aquel a quien Dios os ha en- viado» ®, porque sélo para esto le ha destinado Dios padre. Una fe verdadera en Cristo es un tesoro incomparable: acarrea consigo la salvacién entera y aleja toda desventura, como esté escrito en el capitulo final de Marcos: «Quien crea y se bautice se salvara; el que no crea se condenar’» 8. Previendo la riqueza de tal fe el profeta Isaias dijo (capitulo 10): «Dios dejaré un pequefio resto sobre la tie- ra, y el resto, cual diluvio universal, infundira la justician # Bsto significa que la fe, compendio de la ley entera, justificara sobreabundantemente a quienes la posean, de forma que no necesitaran nada més para ser justos y salvos. No de otra manera se expresa san Pablo (cap. | a los Romanos): «La fe de corazén es la que justifica y salva» ¥. 8. {Cémo se concilia entonces que la fe sola, sin obra de ninguna clase, sea la que justifique, la que proporcione un tesoro tan enorme, y que, por otra parte, se prescriban en la Escritura tantas leyes, mandamientos, obras, actitudes, cere- monias? Pues en relacién con esto hay que advertir muy bien y tener en cuenta que sdlo la fe, sin obras, santifica, libera y salva, como repetiré mas veces en lo sucesivo. No olvidemos que la sagrada Escritura est dividida en dos clases de pa- labra: en preceptos o leyes de Dios por un lado, y en promesas y ofrecimientos por otro. Los preceptos nos muestran y prescriben diversas obras buenas, pero no se sigue que con ello se hayan cumplido. Ensefian mucho, pero sin prestar ayuda; muestran lo que debe hacerse, pero no confieren fortaleza para realizarlo. Su fina~ lidad exclusiva es la de evidenciar al hombre su impotencia para el bien y forzarle a que aprenda a desconfiar de si mismo. Por eso se llaman «viejo testamento» y todos son antiguo testamento. Por ejemplo: el mandamiento «no abrigarés malos deseos»® nos convence a todos de pecado y de que nadie se verd libre de estas apetencias, haga lo que haga. De esta manera aprende a desalentarse y a buscar en otra parte ayuda para librarse de los malos deseos y poder cumplir, gracias a otro, un mandamiento imposible de satisfacer por si mismo. Y como éste todos los demés mandamientos que no se pueden cumplir. 9. Cuando el hombre, en fuerza de los preceptos, ha advertido su impotencia y se ha encontrado con ella, cuando se siente angustiado por la forma en que pue- ‘de cumplir los mandamientos —porque o se cumplen o se condena uno—, es cuan- do de verdad se ha humillado, se ha aniquilado ante sus propios ojos, no encuentra nada dentro de si que le pueda salvar. Este es el momento en que adviene la segun- da clase de palabras, la promesa y la oferta divina que dice: «{Quieres cumplir to- dos los mandamientos, verte libre de la concupiscencia y de los pecados @ tenor de lo exigido por la ley? Pues mira: cree en Cristo; en él te ofrezco toda gracia, justificacién, paz y libertad; si crees lo poseeris, si no crees no lo tendrés. Porque lo que te resulta imposible a base de las obras y preceptos —tantos y tan inttiles— te serd accesible con facilidad y en poco tiempo a base de fe. He compendiado todas las cosas en Ia fe para que quien la posea sea duetio de todo y se salve; el que 12, In 6,28 ss. 13. Me 16, 16. 14. Is 10, 22. La cita obedece a uns 15. Rom 10, 10. 16. Ex 20, 17. terpretacién no exacta de la Vulgata. 160 utero no la tenga, nada tendré». Las promesas divinas, por tanto, regalan lo que exigen los mandamientos y cumplen lo que estos piden, para que todo provenga de Dios: el precepto y su cumplimiento. Es él el vinico que ordena y el tinico que cumple. Por este motivo las promesas de Dios son palabras del nuevo testamento y son el nuevo testamento. 10. Estas y todas las palabras de Dios son santas, verdaderas, justas, palabras de paz, de libertad y rebosantes de bondad. Por eso, quien se agarre a elias con fe verdadera veré cémo su alma se une también a ellas tan perfectamente, que toda Ja virtualidad de la palabra se tornard en posesidn del alma, Por la fe la palabra de Dios trasfigura al alma y la hace santa, justa, veraz, pacifica, libre y pletdrica de bondad: un verdadero hijo de Dios en definitiva, como dice san Juan (capitulo primero): «A todos los que creen en su nombre les ha concedido la posibilidad de ser hijos de Dios» De aqui se deduce sin dificultad alguna lo mucho de que es capaz la fe y eémo no admite comparacién con ninguna obra. Porque ninguna de las buenas obras se adhiere a la palabra de Dios como lo hace la fe, ni puede encontrarse en el alma, dominio en el que sdlo sefiorean la palabra y Ia fe. El alma seré tal cual la palabra que la gobierna, exactamente igual que el hierro en fusidn se torna incandescente como el fuego por su unién con éste. Ello nos deja ver que al cristiano le basta con la fe; no necesita obra alguna para ser justificado. Si no precisa de obras, ha de tener la seguridad de que esté desligado de todos los preceptos y leyes; y si esté desligado, indudablemente es libre. Esta es la libertad cristiana: la fe sola. No quie- re decirse que con ello fomentemos nuestra haraganeria o que se abra la puerta a las obras malas, sino que no son necesarias las buenas obras para conseguir la justificacién y la salvacién, De ello hablaremos con mas detenimiento. 11, Con Ia fe sucede como sigue: quien cree a otro, cree en él porque le tiene por persona buena y veraz; este es cl mayor honor que se puede rendir a otro, co- mo, al contrario, la mayor injuria consiste en reputarle por vano, mentiroso y fri- volo. De igual manera, cuando un alma cree con firmeza en la palabra de Dios, Ie esta confesando veraz, bueno y justo, y con ello le esté rindiendo el més alto honor que rendirle pueda. Porque por la certeza que tiene de su bondad y de la veracidad de todas sus palabras, le dignifica, le atribuye la justicia, honra su nom- bre, se entrega a su entera disposicién. Y viceversa: no se puede infligir a. Dios mayor injuria que la de no creerle, puesto que asi el alma le esta diciendo incapaz, mentiroso, fatuo; con tal incredulidad esta renegando de él; se erige a si mismo en fdolo que suplanta a Dios como si quisiera ser mas sabio que él. Cuando Dios advierte que el alma confia en la sinceridad divina y le honra con esta fe, entonces 41 la honra a ella, la reputa por justa y veraz, como lo es en virtud de esta fe. Cuan- do se atribuye a Dios la verdad y la bondad, se est correspondiendo a la justicia y a la verdad, se esté obrando en verdad y justicia, ya que la bondad tiene que con- fiarse a Dios. Y esto son incapaces de hacerlo los que no ereen, por mucho que se empeiien en obrar bien. 12. La fe no entrafia sélo la grandeza de asimilar el alma a la palabra de Dios, de colmarla de todas sus gracias, de hacerla libre y dichosa, sino que también la une con Cristo como una esposa se une con su esposo. De este honor se sigue, co- mo dice san Pablo, que Cristo y el alma se identifican en un mismo cuerpo "8; bie nes, felicidad, desgracia y todas las cosas del uno y del otro se hacen comunes. Lo 17. In, 12. 18. Ef5, 30. La libertad del cristiano 161 que pertenece a Cristo se hace propiedad del alma creyente; lo que posee el alma se hace pertenencia de Cristo. Como Cristo es duefio de todo bien y felicidad, tam- bién el alma es sefiora de ello, de la misma manera que Cristo se atroga todas las debilidades y pecados que posce el alma. ‘Ved qué trueque y qué duelo tan maravillosos: Cristo es Dios y hombre; no conocid nunca el pecado, su justicia es insuperable, eterna y todopoderosa. Pues bien, por el anillo nupcial, es decir, por la fe, acepta como propios los pecados del alma creyente y actia como si él mismo fuese quien los ha cometido. Los pecados se sumergen y desaparecen en él, porque mucho més fuerte que todos ellos es su justicia insuperable. Por las arras, es decir, por la fe se libera el alma de todos sus pecados y recibe la dote de la justicia eterna de su esposo Cristo. {No es estupendo este ajuar por el que el rico, noble y tan buen esposo Cristo acepta en matrimonio a esta pobre, despreciable, impia prostituta, la despoja de toda su malicia y la engalana con toda clase de bienes? No es posible que los peca- dos la condenen, puesto que Cristo ha cargado con ellos y los ha devorado. Cuenta, por tanto, con la justicia de su esposo, tan rica, que muy bien puede afrontar todos los pecados por mas que permanezcan en ella. De esta realidad habla san Pablo: «Gracias sean dadas a Dios que nos ha concedido Ja victoria por Jesucristo; en ella ha sido devorada la muerte con el pecado» 18 13. Abi tienes el fundamento que permite atribuir a la fe la grandeza de que ella sola cumple la ley entera y hace justos sin necesidad del concurso de otras obras. Porque puedes percibir que sélo la fe cumple el primer mandamiento que ordena: «Debes honrar a Dios», No estarias justificado, no rendirfas a Dios el honor de- bido, no cumplirias el primero de los mandamientos, aunque estuvieses lleno de buenas obras de los pies a la cabeza. Porque no se podria honrar a Dios como hay que hacerlo, si no se Ie reconoce como es en realidad, es decir, veraz, y bueno; ahora bien, tal reconocimiento no puede provenir de obra buena alguna, sino slo de la fe que nace del corazén, Por eso, sélo ella constituye la justificacién del hombre y el cumplimiento de todos los mandamientos, ya que quien cumple el primero y principal, fécilmente y con toda certeza cumpliré los demés. Las obras son cosa muerta, incapaces de honrar y alabar a Dios, aunque pue- dan realizarse con esta finalidad. Pero aqui nos estamos refiriendo a algo que, al contrario de las obras, no se hace, sino que es lo que las realiza, la pieza maestra que honra a Dios y ejecuta las obras: se trata de la fe del corazén, cabeza y sus- tancia de la justificacién. Por eso es arriesgado y oscuro ensefiar que los preceptos de Dios se cumplen a base de obas, cuando la realidad es que tal cumplimiento tiene que suceder por la fe, antes de que haga acto de presencia cualquier obra buena, consecuencia de este cumplimiento, como veremos. 14, Para comprender mejor lo que poseemos en Cristo y lo estupendo que es Ia fe verdadera, recordemos que en el antiguo testamento —e incluso antes— Dios exigia y se reservaba los primogénitos machos, tanto de hombres como de ani- males, La primogenitura era muy preciada y entrafiaba dos grandes privilegios en relacién con los hijos restates: el sefiorio y el sacerdocio —o Ia realeza y el sacerdocio—, de suerte que el hijo primogénito era un sefior ante los restantes iner- manos, y un sacerdote o papa ante Dios. En este tipo estaba prefigurado Jesucristo, el unico y verdadero primogénito de Dios padre y de la virgen Maria. Fl es, por tanto, rey y sacerdote. Pero en el orden espiritual, porque su reino no es de la tie- 19. 1 Cor 15, 54-57. 20, Ex 13, 2;Gén 49, 3. 162 Lutero rra ni sobre lo terreno, sino que es rey de bienes espirituales como la verdad, Ia sabidurfa, la paz, el gozo, la bienaventuranza, etc. (No obstante, no se excluyen los bienes temporales, ya que, aunque no se perciba visiblemente, Ie est’ sometido todo en el cielo, en la tierra y en los infiernos). De donde se deduce que su gobier- no es espiritual e invisible. Su sacerdocio, en consecuencia, no consiste en ceremonias externas y ornamen- tos —al contrario de lo que hacen los hombres— sino en lo espiritual e invisible: esta intercediendo sin interrupcién y ante Dios por los suyos, se ofrece a si mismo cn sacrificio y realiza todo lo que un buen sacerdote debe hacer. «Ruega por no- sotros», como dice san Pablo (Rom 8)*, y nos instruye en Io intimo de nuestro corazén, misiones ambas caracteristicas del verdadero sacerdote, lo mismo que in- terceden y ensefian los sacerdotes humanos exteriores, terrenos. 15. Comoquiera que Cristo disfruta de la primogenitura con el honor y dig- nidad consecuentes, hace participes de ello a todos sus cristianos que, de esta for- ma y en virtud de la fe, se tienen que convertir en reyes y sacerdotes con Cristo, como dice san Pedro (1 Pe 2): «Sois un reino sacerdotal y un sacerdocio real» ®. Sucede, asi, que el cristianismo, por la fe, se encumbra tanto sobre todas las cosas, que se iorna en sefior espiritual de todo. Nada puede estorbarle su bienaventuranza; al contrario, todo le tiene que estar sometido y todo tiene que cooperar a su salva- cién, como ensefia san Pablo (Rom 8): «Todo interviene en beneficio de los que han sido Hamados segiin su designio» ®, llamese vida o muerte, pecado o justicia, bien o mal, Y en la primera carta a los Corintios, capitulo 3: «Todo es vuestro: vida o muerte, el presente o el futuro, etc.» ™ ‘No quiere ello decir que nos constituyamos en duefios poderosos de las cosas corporales para dominarlas y para poseerlas como hacen los hombres aqui abajo. Todos tenemos que morir en el cuerpo, nadie puede escapar de la muerte. Este es el motivo-de que también nosotros nos veamos precisados a soportar tantas cosas, como sucedié con Cristo y los santos. Y es que de lo que aqui se trata es de un sefiorio espiritual con dominio sobre las tribulaciones del cuerpo; 0 sea, que todas es- tas cosas revierten en la perfeccién de mi alma, y los sufrimientos, incluso la muerte, tienen que ayudarme y resultarme provechosos para mi salvacidn. Esto es una en- cumbrada, una honrosisima dignidad; un sefforio todopoderoso, un reino espiri- tual, Si tengo fe, nada hay, por muy bueno o malo que sea, que no esté sometido a mi servicio, AdemAs no necesito de nada de ello; me basta mi fe. Fijate qué estu- penda libertad y qué poder éste de los cristianos. 16. Y, por encima de lo anterior, somos sacerdotes. Es més importante que ser reyes, porque el sacerdocio nos confiere la dignidad de presentarnos ante Dios y de rogar por los dems. Bl presenciarse delante de Dios y el rogar son funciones exclusivas del sacerdocio. Cristo nos ha conseguido, por tanto, la posibilidad de comunicarnos y de rezar unos por los otros de forma espiritual, al igual que un sacerdote lo hace visiblemente por el pueblo. No obstante, el que no cree en Cristo no tiene nada a su servicio, es un siervo de todo, cualquier cosa le asustara, Su ple- garia no es grata ni llega a la presencia de Dios. iQuién podrd hacerse idea de la honra y de la grandeza del cristiano? Por su realeza es sefior de todo, por su sacerdocio esta dotado de poder ante Dios. Dios 21. Rom 8, 14, 22 1Pe2,9. 23. Rom 2, 28, 24. 1 Cor 21, 22. La libertad del eristiano 463 hace caso de cuanto le pide y desea, como se dice en el salterio: «Dios hace la vo- luntad de los que le temen y escucha sus sitplicas» *, Honor tal Io consigue el cris- tiano por la fe sélo, no por obras. Bien claro se ve por lo dicho cémo el cristiano esta libre de todo, est sobre todas las cosas; por lo mismo no tiene precision de re- currir al concurso de ninguna buena obra para su justificacién y salvacién: la fe se lo otorga todo sobreabundantemente. Si fuese tan necio como para pensar que puede conseguir la santidad, la libertad y Ia salvacién por una obra buena, per- deria la fe y todo lo demés; Je. pasarfa’ éxactamente igual que al perro que llevaba una tajada de carne en-las fauces: quiso atrapar la carne que se refiejaba en el agua y se quedé sin la carne y sin su reflejo *, 17. Quiza preguntes: si todos somos sacerdotes, .qué diferencia existiré entre laicos y sacerdotes en la cristiandad? Respondo: se han deteriorado hasta tal punto hoy en dia los términos de «sacerdote», «clérigo», «fraile» y similares, que se ha egado al extremo injusto de aplicar algo propio de muchos s6lo a esos pocos que se denominan «eclesidsticos». Ninguna distincién establece la sagrada Escritura, ano ser que a los iniciados y a los ordenados los llama ministros, siervos, ecdnomos, €s decir, ministros, siervos, dispensadores que tienen la obligacién de predicar a Cristo, ta fe y la libertad cristiana a los dems. Ahora bien, aunque todos seamos igualmente sacerdotes, no todos podemos servir, dispensar y predicar. Por eso dice san Pablo (1 Cor 4): «Queremos que se nos considere slo como siervos de Cristo y dispensadores del evangelion. Pero en nuestros dias esta funcién ha desembo- cado en un sefforfo, en un poder mundano, externo, tan fuerte y tremendo que ni equipararse puede a ninguna potestad civil, como si los laicos no fuesen cristianos. De esta forma ha desaparecido la comprensién de la gracia cristiana, de la libertad, de la fe, de cuanto Cristo nos ha donado, de Cristo mismo, y lo han suplantado por innumerables leyes humanas, por obras, tornandose en siervos de los hombres mis viles de la tierra. 18... De todo esto deducimos que no basta con predicar la vida y las acciones de Cristo a 1a manera de las historias y cronicones (por no decir nada de los que ni aluden a ello por dedicarse a la predicacién de canones y leyes humanas). Otros muchos predican y len a Cristo para suscitar la compasidn, y as{ se enfadan con los judios o se entregan a actitudes més pueriles ain. A Cristo hay que predicarle con la finalidad primordial de aumentar y conservar tu fe y 1a mia en él. El acre- centamiento y conservacién de la fe se logra cuando se me explica el motivo de la venida de Cristo y la manera en que puedo utilizar y disfrutar lo que me ha traido. Esto es Io que sucede cuando se expone honradamente la libertad cristiana de que gracias a él gozamos; cuando se nos ensefia que somos reyes y sacerdotes, que somos sefiores de todas las cosas y que resulta agradable a Dios cuanto hacemos, en con- formidad con lo anteriormente expuesto. Cuando un corazén escucha a Cristo en ese estilo, exultard de alegria en lo més hondo, se sentiré consolado, percibird la dulzura de retornar al amor de Cristo. ‘Nadie podra conseguirlo a base de leyes ni de obras. ;Quién osard apenar y asustar a un corazén con estos sentimientos? Si le asalta el temor de los pecados y de la muerte, estara pronto para creer que la justificacién de Cristo es suya y que sus pecados no le pertenecen a él sino a Cristo. Como queda explicado, los pecados desaparecerdn en fuerza de esta fe en la justificacién de Cristo, y el corazén sabra 25. Sal 145, 19. 26, Fedro, Fabulas, 1, 4, 27. 1 Cor 4, 1. 164 Lutero desafiar a la muerte y al pecado con el apéstol: «jDénde esté, muerte, tu victoria? {Dénde, muerte, tu aguijén? Tu aguijén es el pecado. Demos gracias a Dios, que nos ha concedido la victoria por Jesucristo nuestro sefior. La muerte ha sido engu- lida en su victoria, eto.» ®. 19. Baste con lo dicho acerca del hombre interior, de su libertad y —lo mas importante— de su justificacién, justificacién que no necesita el recurso de ley ni buenas obras de ninguna clase; es més, éstas lo nico que harian seria perjudicar a. quien pretendiese justificarse por ellas. Llegamos a la segunda parte: la referente al hombre exterior. Quisiera adelantar una respuesta a los que se escandalizan de Jo que queda dicho y objetan: «muy bien, si la fe lo es todo y ella sola basta para la justificacién, {a qué viene el precepto de obrar bien? Abandonémonos a algo tan estupendo y no hagamos nada». No, amigo mio, que no se trata de eso. Estaria muy bien si fueses sdlo hombre interior, si te hubieses transformado en un ser pu- ramente espiritual e interno, lo cual no sucederd hasta el dia postrero, Aqui abajo se comienza, se adelanta lo que sdlo en Ja otra vida se consumard, Por eso el apos- tol lo llama «primicias del espiritu», es decir, los primeros frutos del espiritu ®, A esto se refiere lo que queda dicho més arriba: «El cristiano ¢s un siervo al servi- cio de todo y a todos sometido». O sea, que en la medida en que es libre, el cristia- no no tiene precisién de las obras; en cuanto siervo, esté obligado a hacer todo lo posible. Veamos cémo se concilia lo enunciado. 20. Es cierto que el hombre, en el aspecto interior espiritual, se halla suficien- ‘temente justificado en virtud de la fe y posee todo lo que necesita, lo que no quiere decir que la propia fe y estos bienes no tengan que ir creciendo hasta la otra vida. Sin embargo, mientras permanezca en ésta terrena, se ve obligado a gobernar su propio cuerpo y al trato con los demas. Entonces es cuando intervienen las obras; aqui no cabe la ociosidad. Realmente se necesita ejercitar el cuerpo con ayunos, vigilias, trabajos y con toda clase de moderada disciplina, para que se someta y se conforme al hombre interior y a la fe y para que no los estorbe ni se oponga a ellos, que es lo que hace cuando no se le modera. Porque el hombre interior est unido a Dios, alegre y gozoso gracias a Cristo que ha obrado cosas tan estupendas en él, y su mayor contento estribaria en servir a Dios gratuitamente y en la libertad del amor. Ahora bien, en su carne se encuentra con una voluntad rebelde que aspira a servir al mundo y a seguir sus apetitos. Esto no lo puede suftir la fe, que se aba- lanza con ardor sobre ello para reprimirlo y estorbarlo. Es Io que dice san Pablo en Romanos (cap. 7): «Me complazco en Ia ley de Dios segtin mi hombre interior, pero encuentro otra voluntad en mi carne que quiere esclavizarme al pecado» ; «disciplino mi cuerpo y Io reduzco a la obediencia, no vaya a ser que yo, que predi- co a Jos demas, me descalifique a mi mismo» *. Y en Galatas (cap. 5): «Los que son de Cristo crucifican su carne junto con sus malas pasiones» ®, 21. Estas buenas obras, sin embargo, no deben realizarse con la idea de que gracias a ellas se va a justificar el hombre ante Dios; tal creencia no puede compa- decerse con la fe, lo tinico que es y que debe ser justo a los ojos de Dios. Estas obras. tienen que hacerse slo con la finalidad de lograr la obediencia del cuerpo para purificarle de sus apetencias desordenadas y para que dirija su atencidn a las ten- 2B. 1 Cor 15, 55 ss. 29. Rom 13, 23, 30. Rom 7, 22-23. 31. 1 Cor 9, 27. 32 Gal 5,24. La libertad del cristiano 165 dencias malas y exclusivamente a su eliminacién. Porque el alma, una vez que ha sido purificada por la fe y que ama a Dios, desearia gustosamente que todas las cosas, y en primer lugar su propio cuerpo, fuesen también puras y que todo el mundo ama- ra y glorificara con ella a Dios. Sucede ast que el hombre no puede andar ocioso a causa de su propio cuerpo y que para someterle tiene que entregarse al ejercicio de muchas obras buenas. Pero no son estas el bien verdadero que le santifica y justi- fica ante Dios, sino que las ejecuta libremente, con amor desinteresado, para agra~ darle. No busca ni mira mas que el agradar a Dios, cuya voluntad desearia cumpli de la mejor forma posible. Cada uno puede asf determinar la mesura y discrecién que ha de usar en la disciplina del cuerpo: ayunard, velar, trabajaré todo lo que juzgue nevesario para que el cuerpo reprima su malicia. Pero los otros —los que pretenden justificarse a base de obras— desatienden la disciplina para fijarse tnica~ mente en las obras. Se sienten satisfechos cuando hacen muchas y bien, y se creen que ello los justifica; legan en ocasiones hasta a perder el seso y a destruir sus cuer- pos. Es una locura mayiiscula, es desconocer la vida cristiana y de la fe el empefio en justificarse y salvarse a base de obras, prescindiendo de Ia fe. 22. Ofrezcamos algunos ejemplos a este propésito. Las obras de un cristiano que ha sido justificado y santificado graciosamente por su fe en la sola gracia de Dios tienen que ser contempladas como si fuesen las de Adan y Eva en el paraiso. Se dice en el Génesis (cap. 2) que después de crearle, colocd Dios al hombre en el paraiso para que lo cultivase y guardase ®. Dios habia creado a Adan del todo jus- to, sin pecado, y no necesitaba su trabajo y su custodia para santificarse y justi- ficarse, Mas, para que no estuviese ocioso le confié Dios algo que hacer: plantar, cultivar y guardar el paraiso. Eran obras totalmente libres y realizadas con la fina- lidad exclusiva de agradar a Dios, no para lograr una justificacién que ya poseia y que se nos habria infundido también a nosotros en estado natural. Lo mismo sucede con el creyente, colocado de nuevo en el paraiso y creado otra vez, por su fe: no necesita las obras para justificarse; las tiene que hacer para no estar ocioso, para tener su cuerpo en forma y para conservarse, con la intencién vinica de agra- dar a Dios. Sucede también lo mismo que con un obispo consagrado. No se hace obispo porque consagre un templo, confirme o realice funciones de su misnistetio; si an- tes no hubiere sido consagrado, nada de esto tendrfa valor y no pasaria de una pura farsa. Pues, de igual forma, el cristiano, que ha sido consagrado por la fe, realiza obras buenas, pero no por ellas se aumenta ni se perfecciona su consagi cidn cristiana —cosa que es funcién exclusiva del incremento de la fe—; es mas, si antes no creyese sii fuese cristiano, sus obras no tendrfan valor alguno, no tras- cenderfan de ser pecados necios, punibles y condenables. 23, De ahi la exactitud de estas dos sentencias: «No hacen bueno y justo a un hombre las obras buenas y justas, sino que es el hombre bueno y justo el que hace ‘obras buenas y justas»; «Malas acciones no hacen nunca malo a un hombre, es el hombre malvado el que realiza obras malas». Lo primero que, por tanto, se requiere, Ia condicién previa para las buenas obras, es que la persona sea buena y justa; después Hegaran las buenas obras que han de salir de una persona justa y buena. Es lo que dice Cristo: «Un Arbol malo no produce buenos frutos; un ér- bol bueno no da frutos malos» ™. Es evidente que los frutos no soportan al rbol 33. Gén2, 15. 34. Mt 7, 18. 166 Lutero y que los Arboles no crecen en los frutos, sino todo Io contrario: son los arboles Jos que levan el fruto y los frutos los que crecen en los Arboles. Bien, pues asi co- mo los Arboles tienen que existir antes que los frutos y éstos no hacen malos o bue- nos a los arboles, sino que son los arboles Ios que producen a los frutos, de Ja mis- ma manera el hombre tiene que ser personalmente bueno o malo antes de hacer obras buenas o malas. Sus acciones no le trasforman en bueno o malo, sino que es él el que hace obras buenas o malas. Bs lo mismo que observamos en todos los oficios: no hace bueno o malo al carpintero una cosa buena o mala; es el carpintero, bueno o malo, el que ejecuta una obra buena o mala. No es la obra la que conforma al maestro, sino que la obra seré cual sea el maestro. Asf sucede con las acciones del hombre: su bondad o ma- licia depende de que las realice con fe o sin ella, pero no al revés: su justificacién y su fe no dependen de cémo sean sus obras. Estas no justifican, de igual manera que no conficren la fe. Pero la fe, de la misma forma que justifica, es la que hace buenas obras. Puesto que las obras a nadie justifican y el hombre tiene que estar justificado antes de realizarlas, resulta evidente que sélo la fe que procede de la pura gracia por Cristo y su palabra es la que justifica suficientemente a la persona y la salva; que el cristiano no necesita para su salvacién de ninguna obra, de ningin mandamiento, sino que esté liberado de todos los preceptos. Por esta libertad pura hace gratuitamente todo cuanto realiza, no buscando en ello su utilidad o su sal- vacién —ya que su fe y la gracia de Dios le han saciado y salvado—, sino s6lo el agrado divino. 24. Por otra parte, de nada aprovecharén las buenas obras para la justifica- cién y salvacién del que no tiene fe. Ni las obras malas lo tornarén en hombre malo y condenado, sino que sera la incredulidad, que malicia a la persona y al.dr- bol, la que haré obras malas y reprobadas. Por este motivo, el comienzo de la bon- dad 0 de la maldad de alguien no radica en las obras sino en la fe, en consonan- cia con el dicho del sabio: «El comienzo de todos los pecados esti en apartarse y. desconfiar de Dios» 8. También Cristo ensefia que no hay que empezar por las obras al decir «o hacéis al arbol bueno, y entonces seran buenos sus frutos, 0 le hhacéis malo y malos seran sus frutos» *. Como si afirmase que el que quiera tener buenos frutos debe comenzar antes por el arbol y plantarlo bien; que quien desee hacer buenas. obras no debe.comenzar por ellas sino por la persona, que es quien tiene que hacerlas. Ahora bien, nada que no sea la fe hace buena a la persona y sélo la incredulidad Ia malicia. Hay una cosa cierta: las obras son las que hacen a alguien bueno o malo a los ojos de los hombres; es decir, manifiestan al que es bueno 0 malo, como dice Cris- to: «Por sus frutos los conoceréis» ®. Pero esto se reduce a lo externo, a la aparien- cia que engafia a tantos que andan ensefiando la forma de hacer buenas obras y de justificarse, y sin embargo no aluden para nada a la fe. Caminan como un ciego que guia a otro ciego, se atormentan con tantas obras, pero sin llegar nunca a la verdadera justificacién. A estos se refiere san Pablo al decir (2 Tim 3):.«Tienen la apariencia de piedad, pero estén privados de Io fundamental; andan .ensefiando siempre, pero nunca Ilegan al conocimiento de la verdadera piedad» ® 35. Eclo 10, 12. 36. Mt 12, 33. 31. Mt, 20. 38, 2 Tim 3, 5 ss. La libertad del cristiano I67 Quien no quiera caer con esos ciegos tendré que trascender de las obras, de la ley 0 de la doctrina de las obras. Tiene que fijarse ante todo en la forma de justi- ficarse la persona; y Ia persona se justifica y salva no a base de preceptos y obras, sino por la palabra de Dios, es decir, por la promesa de su gracia, y por la fe. En eso consiste la gloria divina: en salvarnos graciosamente por su palabra de gracia, por su pura misericordia y no por obras nuestras. 25, Por lo antedicho se comprende con facilidad el criterio para reprobar © admitir las obras buenas y la manera de entender las doctrinas que hablan de estas buenas obras. Si se incluye la clausula absurda de que por ellas intentamos justificarnos y salvarnos, esas doctrinas no son buenas, hay que rechazarlas en su. totalidad; atentan contra la libertad y ofenden a la gracia de Dios que es la tinica que por Ja fe justifica y salva. Esto no lo pueden realizar las obras, y el intento de ha- cerlo es una ofensa contra la obra y Ia gloria de la gracia de Dios. Si rechazamos Jas buenas obras, no lo hacemos por ellas mismas; es en razén de esa clausula in- digna y de la opinion errada y perversa que siembra. Esto hace que parezcan como buenas cuando en realidad no lo son; tales doctrinas se engafian a si mismas y se- ducen a los demés, exactamente igual que los lobos rapaces disfrazados de ovejas. ‘Cuando no hay fe resulta insuperable esta clausula maliciosa y esta idea perver- sa; permanecerd en estos «santos de obras» hasta que sobrevenga la fe y la destru- ya. La naturaleza por si misma no puede extriparla, ni siquiera desenmascararla; es més, Ia tendrd como algo precioso y salvador. Esta es la causa de que tanta gen- te se vea sedi por ella. Por eso, aunque esté muy bien escribir y predicar sobre el arrepentimiento, la confesion y Ia satisfaccién, si no se Mega a la fe, no cabré duda de que se trata de doctrinas sencillamente diabélicas y seductoras. No hay que predicar sélo un as- pecto de la palabra de Dios, sino ambos. Se tiene que predicar la ley para que, ate- morizados los pecadores y descubiertos los pecados, se Ilegue al arrepentimiento y a la conversion. Pero no hay que limitarse a eso; hay que predicar también la otra parte de la palabra de Dios, la promesa de Ia gracia, la doctrina de la fe, sin Ia cual resultan imiitiles los preceptos, el arrepentimiento y todo lo demés. Existen todavia predicadores del arrepentimiento y de la gracia, pero que exponen la ley y las promesas de Dios de tal manera, que no ensefian de dénde proceden y cémo se llega al arrepentimiento y a la gracia. Porque el arrepentimiento fluye de la ley, la fe nace de las promesas divinas, y por la fe en la palabra de Dios se justifica y se consuela el hombre, después que por el temor de Dios se haya humillado.y haya conseguido el conocimiento. propio. 26. Baste con lo dicho acerca de las obras en general, y en particular acerca de las obras con que un cristiano tiene que ejercitar su propio cuerpo. Tratemos ahora de las que hay que realizar en relacién con los demés. El hombre no vive encerrado en su cuerpo; est condicionado ademas por los restantes hombres de este mundo. Este es el motivo de que no le esté permitido pre- sentarse vaefo de obras ante los demas, y aunque ninguna de ellas le resulte nece- saria en orden a la justificacién y salvacidn, se ve forzado a hablar, a actuar con los otros. Por eso, su tinica y libre pretensién en todas las obras ser Ia de servir y ser provechoso a los demés; las necesidades del prdjimo es Jo tinico que ha de tener en cuenta. Esta si que es una auténtica vida cristiana, puesto que la fe actéia con complacencia y amor, a tenor de lo que san Pablo enseiia a los gilatas®®. Y¥ en los Filipenses nos encontramos con que después de haberles dicho cémo toda la 39, Cf. Gal 5, 6. 168 Lutero eracia y toda la riqueza que tenian la habian recibido gracias a su fe en Cristo, pro- sigue: “Por todo el consuelo que poseéis en Cristo, por el estimulo del amor que 08 tengo, por la comunién espiritual que tenéis con todos los cristianos buenos, 0s recomiendo que colméis el gozo de mi corazén siendo todos de un mismo sentir, amandoos los unos a los otros, sirviéndoos mutuamente sin fijarse en uno mismo © en lo suyo sino en los demas y en sus necesidades» *”. Fijate bien en la claridad con que programa aqui Pablo la vida cristiana: todas las obras tienen que orientarse al beneficio de los demas, por la sencilla razén de que a uno mismo le basta y Ie sobra con su fe, De esta forma, todas las obras res- tantes, toda la vida le quedan para servir con Ia libertad del amor al préjimo. Para confirmarlo aduce el ejemplo de Cristo y dice: «Tened los mismos sentimientos que veis tuvo Cristo, el cual, a pesar de que era de condicién divina, de que posefa todo lo requerido para sf mismo, de que su vida, sus obras y sus padecimientos no le eran necesarios para justificarse y salvarse, se despojé de todo, adopts la condicién ‘de siervo, todo lo hizo y padecié por nuestro bien; de esta suerte, el que era totalmente libre, se sometié a la servidumbre por causa nuestra» *. 27. Asi, al ejemplo de Cristo, su cabeza, el cristiano tiene que sentirse total- mente satisfecho con su fe y entregarse al aumento constante de la misma. En ella consiste su vida, su justificacién, su salvacién; la fe es quien le entrega cuanto Cris- to y Dios tienen, como hemos dicho mas arriba y lo confirma san Pablo en Gal 1: «La vida que vivo en el cuerpo la vivo en la fe de Cristo, el hijo de Dios». Y aun- que el cristiano sea un hombre libre del todo, es necesario, sin embargo, que se con- vierta en siervo para ayudar al prdjimo; que le trate y se comporte con él como lo ha hecho Dios por medio de Cristo. ¥ hacerlo todo gratuitamente, sin buscar otra cosa que el agrado divino. «Dios, pensaré el cristiano, me ha enriquecido a mi, hombre indigno y condenado, sin mérito ni dignidad por mi parte, de forma gra- tuita y por pura misericordia, con riqueza pletérica, con Ja justificacién y la salva- cién, por y en Cristo, con tal plenitud que ya no necesitaré en adelante nada mis que creer que asi ha sucedido. ;Cémo no voy a intentar agradar libre, alegre y gra~ tuitamente a un padre que me ha colmado de tan incontables riquezas? Me com- portaré de forma cristiana con mi prdjimo, al igual que Cristo lo ha hecho conmigo; no haré més que lo que prevea necesario, ‘itil y saludable a los demas, porque a mi me basta con poseer todo en Cristo por mi fe. Ahi tienes cémo la fe es la fuente de la que brota la alegria y el amor hacia Dios, y del amor esa vida entregada libre, ansiosa y gozosamente al servicio incondicio- nal del préjimo. Nuestro préjimo esta en la indigencia y necesitado de lo que no- sotros tenemos en abundancia, de la misma forma que nosotros hemos sido unos indigentes ante Dios y hemos necesitado su gracia. Por eso al igual que Dios nos ha socorrido graciosamente por Cristo, también nosotros tenemos que orientar nuestro cuerpo y sus obras tinicamente hacia la ayuda del préjimo. ;Qué encumbra- da y noble es la vida del cristiano! Y, sin embargo, hoy dia no solo se deja sin re~ saltar, sino que se ignora y no se predica esta realidad. 28. Leemos en Lucas (cap. 2) que la virgen Maria acudié como las demas mujeres al templo a las seis semanas para purificarse segin la ley, aunque no estaba obligada a hacerlo, ya que, a diferencia de las otras, estaba pura‘, Sin embargo . Fip 2, 1-3. |. Flp 2, 57. Gal 2, 20. Le 2,22 ss, La libertad del cristiano 169 se sometié a la ley por amor, para comportarse como todas y no menospreciar con su actitud a las mujeres restantes. Es la misma razén que llevé a san Pablo a permitir la circuncisién de Timoteo “, no porque fuese necesario hacerlo, sino para evitar el mal pensar de los judfos que andaban flojos en la fe. Pero no permitié que se circuncidara Tito, cuando advirtié que se le urgia la circuncisién como con- dicién indispensable para la salvacién. Cuando a los discipulos se les pidié el dine- ro del tributo, discutia Cristo con san Pedro (Mt 17) sobre si los hijos del rey no estarian exentos. Pedro respondié que si; no obstante le mandé que fuese al mar y le dijo: «Para no escandalizar vete y pesca el primer pez que encuentres; en su boca hallards una pieza; paga con ella por ti y por mi» # He aqui un bonito ejemplo que nos ensefia cmo Cristo se denomina a si mismo y llama a los suyos hijos li- bres del rey, de nada necesitados, y, sin embargo, se somete voluntariamente y pa- ga cl-impuesto. Esta obra no le sirvié a Cristo ni le fue necesaria para su justifica- cién y su salvacién; tampoco les seran necesarias Jas suyas ni las demas a los cris- tianos para su salvacién. Son realizadas, mejor, como una prestacién voluntaria, por amor a los otros y para contribuir a su perfeccién. ‘Complacer a los dems y la moderacién de su cuerpo debiera ser el sentido de todas las obras que realizan los sacerdotes, los conventos, los monasterios, y el fin exclusivo de cada una de las acciones dé su estado y de su profesién. Con ellas debieran ofrecer un ejemplo a imitar por los demés, puesto que también los otros tienen la necesidad de controlar sus cuerpos a base de disciplinas. No obstante, hay que andar siempre con cuidado para evitar la pretensin de justificarse y sal- ‘varse por su medio, cosa que consigue sdlo la fe. En esta misma linea prescribe san Pablo (Rom 13 y Tit 3) el sometimiento y la disposicién de los cristianos a la autoridad secular‘. No quiere decir que con ello se vayan a justificar, sino que tienen que estar al servicio de los demas y de Ia auto- ridad, cumpliendo su voluntad en libertad y en amor. Quien les infunda este sen- tido puede fécilmente avenirse con todos esos incontables preceptos y leyes del papa, de los obispos, de los conventos, de los monasterios, de los principes y de los sefiores que algunos insensatos se empefian en urgir como necesarios para la sal- vacién y los llaman injustamente mandamientos de la iglesia. La forma de pensar de un cristiano liberado es la siguiente: «Deseo ayunar, orar, cumplir este precep- to y el de més all, pero no porque lo necesite para lograr la justicia y la salvacién, sino porque con ello quiero dar ejemplo y rendir un servicio al papa, al obispo, ala comunidad o a mi hermano por amor al Sefior, haciendo esto y padeciéndolo al igual que Cristo hizo y padecid tanto més por mi causa necesitindolo mucho menos. No me importa que los tiranos cometan una injusticia al exigirlo, mientras no se oponga a Dios». 29. Lo antedicho capacita para que cada uno pueda juzgar y distinguir entre las obras y los preceptos, entre los prelados ciegos o insensatos y entre los santos. Porque cualquier obra que no se dirija a servir a los demés o a mortificar su volun- tad —doy por supuesto que no se exija nada contra Dios— no ser una buena obra realmente cristiana. Esto es lo que hace recelar que sean cristianos escasos monasterios, iglesias, conventos, altares, misas, fundaciones, ayunos y las plegarias que se dirigen principalmente a santos determinados. Y es que me temo que en 44, Hech 16, 3. 45, Gél2, 3. 46. Mti7, 24s. 47, Rom 13,1 ss; Tit 3,1. 170 Lutero todo ello se busca sdlo el propio interés, al creer que es un medio de penitencia por los pecados y de salvacién. Todo procede de la ignorancia que existe en torno a la fe, en torno a la libertad cristiana, y de que algunos prelados ciegos empujan a estas cosas al alabarlas y enriquecerias con indulgencias, sin preocuparse jamas de ensefiar Ia fe. Mi consejo es que si deseas hacer alguna fundacién, rezar, ayunar, te guardes de hacerlo con la idea de beneficiarte a ti mismo; dalo gratuitamente y en benefi- cio de los demas, para que los otros puedan disfrutarlo. Asi seras un cristiano au- téntico. Porque {de qué te servirén tus bienes, esas buenas obras, sobrantes en rea- lidad, para gobernar y abastecer tu cuerpo, cuando dispones de cuanto necesitas en la fe, en la que Dios te ha otorgado todas las cosas? ‘Mira: los bienes divinos se derraman de tal forma del uno al otro, se hacen tan comunes, que todos tienen que mirar al préjimo como si de uno mismo se tratase, De Cristo nos fluyen a nosotros; nos ha adoptado en su vida como si él hubiese si- do Jo que nosotros somos. De nosotros se derraman hacia los que los necesitan, de tal manera que yo tengo que presentar ante Dios también mi fe y mi justificacién Por mis préjimos y para cubrir sus pecados, para aceptarlos sobre mi como si fue- ran los mfos propios, justamente como Cristo hizo con todos nosotros. Esta es la naturaleza del amor cuando es auténtico; es auténtico cuando la fe es verdadera. Por eso el apéstol (1 Cor 13) cifra la propiedad del amor en que no busque su in- terés sino el de los demas‘. 30. De todo lo dicho se concluye que un cristiano no vive en si mismo; vive en Cristo y en su prdjimo: en Cristo por la fe, en el projimo por el amor. Por Ia fe se eleva sobre si mismo hacia Dios, por el amor desciende por debajo de él mis- ‘mo, pero permaneciendo siempre en Dios y en.el amor divino, como dice Cristo Gn 1): «Veréis el cielo abierto y a los angeles que suben y bajan sobre el hijo del hombre» ®, Esta es la libertad auténticamente espiritual y cristiana: la que libera al cora- z6n de todos los pecados, leyes y preceptos; esté por encima de cualquier otra libertad, como Io esta el cielo sobre la tierra. Que Dios nos conceda su compren- sién y su conservacién. Amén. 48. 1 Cor 13, 5. 49. Jn, 51.

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