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Reacciones adversas a los fármacos

Un error frecuente es considerar que los efectos farmacológicos se pueden dividir claramente en
dos grupos: efectos deseados o terapéuticos y no deseados o secundarios. En realidad, la
mayoría de los fármacos produce varios efectos. Sin embargo, el médico pretende que el paciente
experimente sólo uno (o algunos) de ellos. Los demás efectos se pueden calificar como no
deseados. A pesar de que casi todo el mundo, incluyendo médicos y personal sanitario, se refiere
a efecto secundario, el término reacción adversa al fármaco es más apropiado para los efectos no
deseados, desagradables, o potencialmente nocivos.
No debe sorprender que las reacciones adversas a los fármacos sean frecuentes. Se estima que
alrededor del 10 por ciento de los ingresos en los hospitales en algunos países, son debidos a
reacciones adversas a los fármacos. Entre el 15 y el 30 por ciento de los pacientes hospitalizados
presenta como mínimo una reacción adversa a algún fármaco. Aunque muchas de estas
reacciones son relativamente leves y desaparecen al suspender su administración o al modificar
la dosis, otras son más graves y de mayor duración.

Tipos de reacciones
Es posible dividir las reacciones adversas a los fármacos en dos grupos principales. El primero
comprende las reacciones que representan un exceso de los efectos farmacológicos y
terapéuticos que se conocen y se esperan de un determinado fármaco. Por ejemplo, un paciente
que está en tratamiento con un fármaco para reducir la presión arterial alta, puede padecer
mareos o vértigo si ésta disminuye en exceso. Un diabético puede manifestar debilidad, sudor,
náuseas y palpitaciones si la insulina o el fármaco hipoglucemiante reduce en exceso el valor de
azúcar en sangre. Este tipo de reacción adversa al fármaco, aunque predecible, es a veces
inevitable. Una reacción adversa ocurre si la dosis de un fármaco es excesiva, si el paciente es
demasiado sensible a éste, o si otro fármaco retarda el metabolismo del primero, incrementando
así su concentración en la sangre.
El segundo grupo son las reacciones que resultan de ciertos mecanismos que todavía no se
comprenden muy bien. Este tipo de reacción adversa a un determinado fármaco es impredecible
hasta que el médico obtenga información sobre otros pacientes con reacciones semejantes.
Ejemplos de dichas reacciones adversas consisten en erupciones cutáneas, ictericia (lesión del
hígado), anemia, disminución del número de glóbulos blancos, lesiones del riñón y lesiones
nerviosas con posibles alteraciones visuales o auditivas. No obstante, tales reacciones afectan
sólo a un reducido grupo. Estas personas pueden ser alérgicas o hipersensibles a un
medicamento, debido a diferencias genéticas en el metabolismo del fármaco o a la respuesta del
organismo a su acción.
Algunos efectos secundarios de los fármacos no se ajustan fácilmente a ninguno de los dos
grupos. Estas reacciones son predecibles y los mecanismos involucrados son ampliamente
conocidos. Por ejemplo, la irritación gástrica y la hemorragia se presentan a menudo si se toman,
de manera continua, aspirina u otros antiinflamatorios no esteroideos, como ibuprofeno,
ketoprofeno y naproxeno.
Intensidad de las reacciones
No existe una escala universal para describir o determinar la gravedad de una reacción adversa a
un fármaco en particular; la valoración es en gran parte subjetiva. Dado que la mayoría de
fármacos se ingieren por vía oral, las molestias gastrointestinales representan un alto porcentaje
del total de las reacciones conocidas, como pérdida del apetito, náuseas, una sensación de
distensión, estreñimiento y diarrea.
Los médicos consideran como reacciones leves y de poca importancia las referidas a las
molestias gastrointestinales, al igual que las relacionadas con dolores de cabeza, fatiga, ligeros
dolores musculares, cambios en el patrón del sueño y malestar (una sensación generalizada de
enfermedad o inquietud). Sin embargo, dichas reacciones son preocupantes para quienes las
experimentan. Además, si el paciente siente los efectos de la medicación como una disminución
en su calidad de vida, es posible que no colabore con el plan terapéutico prescrito. Esto puede
representar un problema importante para alcanzar los objetivos del tratamiento.
Las reacciones moderadas incluyen las que se relacionan como leves en el caso de que el
paciente las considere o sienta como claramente molestas, dolorosas o intolerables. En esta lista
figuran además reacciones como las erupciones cutáneas (especialmente si son extensas y
persistentes), las molestias visuales (especialmente en personas que usan lentes graduadas), el
temblor muscular, la dificultad para orinar (frecuente con muchos fármacos administrados a
varones de edad avanzada), cualquier variación perceptible del humor o del estado mental y
ciertos cambios en los componentes de la sangre (como las grasas o los lípidos).
La aparición de reacciones adversas leves o moderadas no significa necesariamente que se deba
suspender un medicamento, especialmente si no se dispone de una mejor alternativa. Sin
embargo, el médico hace una nueva evaluación de la dosis, la frecuencia de administración
(número de dosis diarias), el horario (antes o después de las comidas, al levantarse o al
acostarse) y el posible uso de otros agentes para aliviar al paciente (por ejemplo, el médico
puede recomendar el uso de un laxante, si el fármaco provoca estreñimiento).
En ocasiones, los fármacos provocan reacciones graves con riesgo de muerte, aunque éstas son
relativamente raras. Las reacciones graves implican suspender la administración del fármaco y
proceder a su tratamiento. No obstante, en ciertos casos, los médicos deben continuar
administrando fármacos a las personas de alto riesgo (por ejemplo, tratamientos con
quimioterapia en pacientes con cáncer, o fármacos inmunosupresores para pacientes sometidos a
trasplantes de órganos). Entonces se utilizan todos los medios disponibles para tratar tales
reacciones graves. Los médicos administran, por ejemplo, antibióticos para combatir la infección
en pacientes con un sistema inmunitario debilitado. También es posible administrar antiácidos
líquidos de alta potencia o bloqueadores de los receptores H2, como la famotidina o la ranitidina,
para prevenir o curar úlceras gástricas. Así mismo, pueden realizarse transfusiones de plaquetas
para tratar hemorragias graves o bien inyectar eritropoyetina para estimular la producción de
glóbulos rojos en pacientes con anemia inducida por un fármaco.
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