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En problemas.

El género en disputa. El feminismo y la subversión de la identidad.


de Judith Butler
Paidós, México 2001.

Laura Fernández Cordero

Han traducido y editado, por fin, Gender trouble de Judith Butler. Escrito once años
atrás y discutido con fervor en EEUU y Europa, su aparición en nuestro idioma (a través de
México) es llamativamente tardía. Ya leímos a Butler en algunos artículos publicados por
Feminaria,1 Debate Feminista2 y El Rodaballo,3 y disfrutamos de un intercambio
respetuoso pero contundente entre la autora y nuestro compatriota Laclau con quien
escribió un libro4; sin embargo, el siempre citado Gender trouble se resistía. Y no es
casual. En el nuevo prefacio, de 1999, Butler hace referencia a las peripecias de su
publicación. Desde el principio generó una inscripción y un revuelo en el feminismo que
ella dice no haber previsto. Enseguida fue señalado como un texto fundante de la teoría
queer. Después, sufrió el embate furioso -y el desplante editorial- de los franceses quienes
consideraron ilegítima la intervención “americana” en el debate. Al mismo tiempo, la
autora se disculpa en su tierra por el francocentrismo y defiende cierta complejidad en el
estilo. En última instancia lo que hace constantemente es un proceso de traducción entre
lenguajes, teorías y espacios a través de los diez años que enmarcan sus prefacios.
Consciente de la promiscuidad intelectual que tal gesto supone, reflexiona desde el
postestructuralismo francés pero también desde su crítica. Acomete la complicada relación
entre ese cuerpo de teorías y el movimiento feminista lo cual implica el encuentro de la
compostura académica y la mística de la militancia. Al mismo tiempo, extiende desde la
lingüística el concepto de performatividad con el que denuncia la naturalización como un
proceso constante y efectivo. Existen ilusiones de sustancia, dice Butler, es necesario
practicar la genealogía de las ontologías para descubrir los mandatos y las constricciones
pero también para incorporar en ese proceso los actos subversivos transformadores. Dos
advertencias: fuera de la construcción de género no hay sujetos preexistentes ni pasados
idílicos a los cuales volver y, por su parte, el criterio de lo subversivo no puede ser fijado o
determinado. Esas son las reglas de un juego por el cual asumimos el género -bajo
coacción, a diario e incesantemente, con ansiedad y placer, dice por allí- como un conjunto
de actos performativos (corporales) repetidos y estilizados.

1
“Sujetos de sexo/género/deseo”, Feminaria, nro.19, 1997. “La vida psíquica del poder. Teorías de la
sujeción. Introducción”, Feminaria, nro.22-23, 1999.
2
“Actos performativos y constitución del género: un ensayo sobre fenomenología y teoría feminista”, Debate
Feminista, vol. 18, octubre 1998.
3
“Meramente cultural”, El Rodaballo, nro.9, verano de1999.
4
“Los usos de la igualdad”, Judith Butler y Ernesto Laclau, Debate Feminista , vol.19, 1999. Judith Butler,
Ernesto Laclau y Slavoj Zizek Contingency, Hegemony, Universality: Contemporary Dialogues on the Left,
London/New York: Verso, 2000.
Butler propone lecturas críticas de Beauvoir, Wittig, Foucault, Rubin, Kristeva y el
psicoanálisis para denunciar un persistente supuesto heterosexual en la teoría feminista.
Supuesto que se complementa con la tendencia a forzar la coherencia y la continuidad entre
sexo-género-deseo y que impide la comprensión de las nuevas (queer) y viejas identidades
(“mujeres”) así como las prácticas sexuales no normativas. Desde esta perspectiva, el
género no es una categoría independiente que como fuente de resolución es aplicable a todo
caso en el que aparezcan sujetos históricamente reconocidos como femeninos. En estos
días, por ejemplo, se ha utilizado para explicar y condenar la situación de las mujeres del
orden talibán; sin embargo, sabemos que la construcción de esa identidad velada y sometida
responde a la intersección de otras instancias fundamentales como la clase y la etnía. En
este sentido, Butler apunta a pensar en sexualidades racializadas y a replantear, con estas
combinaciones, las luchas solidarias pero particularizadas de la llamada nueva izquierda.
La lectura atenta de los dos prefacios descubre un espacio de autocrítica e
intercambio de la autora con la teoría y la acción política. Otra vez la traducción entre su
participación en los grupos militantes y su inscripción en la academia relatadas desde un
“yo”, problematizado en la conclusión, que la misma gramática permite y constriñe. Desde
allí, primero la condena y después la revisión de la incordiosa universalidad que, como un
momento deseable pero esquivo, se impone en toda práctica política.
Conocedores de las vicisitudes de la traducción y la edición, deberíamos pensar la
pertinencia de El género en disputa en nuestras lecturas y, aunque mucho más escasas, en
las propias escrituras. En principio, este libro airea la discusión sobre el concepto de género
alegremente aceptado por nuestras academias como si constituyera una problemática
cerrada, y no transversal sobre todos los temas, o como si de este modo se pudiera evitar el
adjetivo feminista, tan revulsivo en sus sensibles oídos. Sin embargo, podemos apuntar que
el significado más específico de “revulsión” implica una reacción favorable. Es decir que
los estudiosos y estudiosas de las cuestiones políticas de último momento podrían encontrar
aquí algunas claves y, sobre todo, nuevos interrogantes. Supuestamente deconstruido el
sujeto moderno, cómo pensar la acción política y la representación. Dispersada la identidad
en innúmeras particularidades, cómo sostener la noción de igualdad. Admitiendo que las
mujeres no somos una minoría étnica, ni una clase social, cómo recomponer el universal
pretendidamente abstracto aunque masculino. Conjurado el binarismo, qué decir de las
transexualidades y de las androginias.
En fin, nada soluciona Gender trouble pero molesta, y sólo por eso merece más
lecturas. Quienes lo eviten por la aparente especificidad del título se pierden de la sutileza y
la rigurosidad de gran parte de la producción feminista. Un conglomerado teórico y político
de los más proclives a la autocrítica y a la discusión. Una mirada que de tan “otra” puede
mostrarnos lo nunca visto y hacernos saludablemente extraña la mayor obviedad.

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