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D ON ALONSO ENRÍQUEZ DE GUZMÁN, EL ALBACEA DE ALMAGRO: POESÍA DEL HONOR ...

B. APL, 44. 2007 (49-60)

DON ALONSO ENRÍQUEZ DE GUZMÁN, EL ALBACEA DE


ALMAGRO: POESÍA DEL HONOR Y LENGUAJE PROCESAL
DEL SIGLO XVI

M. ALONSO ENRIQUEZ DE GUZMÁN, L’EXÉCUTEUR


TESTAMENTAIRE D’ALMAGRO: POÉSIE DE L’HONNEUR ET
LANGAGE JURIDIQUE DU XVI SIÈCLE

Óscar Coello
Universidad Nacional Mayor de San Marcos

Resumen:
Este artículo traza una breve semblanza de Alonso Enríquez de Guzmán, poeta
cortesano y cultor del arte mayor; contextualiza su quehacer literario y pone en
evidencia los recursos del lenguaje judicial que emplea para poetizar. Así mismo,
describe los conceptos del honor y la honra en los que se enmarca el trabajo
artístico de Enríquez para, desde allí, aspirar a comprender el sentido que sustenta
el alma de algunos de los fundadores de las letras castellanas en el Perú.

Résumé:
Cet article constitue un bref portrait d’Alfonso Enríquez de Guzmán, poète
courtisan et fervent partisan de la poésie, art majeur. Il situe dans son contexte le
travail littéraire de l’auteur et fair ressortir l émploi, dans sa poésie, des ressources
empruntées au langage judiciaire. De même, il décrit les concepts d’honneur et de
réputation par rapport auxquels se définit le travail artistique d’Enríquez pour, à
partir de ce point d’encrage, essayer de déterminer la logique qui sous-tend l’esprit
des fondateurs de lettres castillanes au Pérou.

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ÓSCAR COELLO

Palabras claves:
Poesía, lenguaje procesal, honor, Enríquez, Perú.

Mots clef:
Poésie, langage juridique, honneur, Enriquez, Pérou.

Don Alonso Enríquez de Guzmán no estuvo en el largo camino de


los manglares o de las islas desiertas, que desde Panamá hasta Piura
encontraron nuestros fundadores1. Tampoco estuvo en Cajamarca. A Lima
llegó recién en septiembre de 1535, cuando la ciudad ya estaba fundada.
Vino porque supo del oro del Perú por Hernando Pizarro. Vino porque
era hombre de la corte del rey y sus contactos en ella de seguro le sirvieron
al mismísimo don Francisco Pizarro, cuando pobre arribó a Sevilla, aquella
vez que fue por la capitulación de Toledo, y el bachiller Enciso lo hizo
echar a la cárcel para que le pagara unas monedas que le debía. Vino a
cobrarse el favor, vino con una meta: hacerse rico sucediera lo que sucediera.
Y se hizo rico. Cuando se fue, dejó el Perú ensangrentado por las guerras
civiles; utilizó su condición de noble para enfrentar entre sí a sus amigos
Francisco Pizarro y Diego de Almagro. No actuó solo, pero sí fue de los
principales revolvedores. Y cuando regresó a España bien cargado con las
prendas de su oficio de pescador de río revuelto, regresó con un solo
propósito: tomar venganza contra el que le hizo el favor de traerlo al Perú
en su comitiva, es decir, Hernando Pizarro.

Don Alonso Henríquez de Guzmán es el antihéroe de la fundación


del Perú. Su cinismo es irritante, se precia de ser descendiente del rey
Enrique II de Castilla, pero no por la vía legítima. Se precia de haber
deambulado por Italia en su juventud persiguiendo a Carlos V, que no lo
quería ni ver; se precia de haber mendigado disfrazado de judío cuando
no tenía para comer. No se sabe dónde, si en la calle o en la corte, es que
aprendió el arte de la conversación, era dicharachero y sabía hacer amigos

1 Keniston, Hayward (ed.): Libro de la vida y costumbres de don Alonso Enríquez de Guzmán.
Madrid: Biblioteca de Autores Españoles desde la formación del lenguaje hasta nuestros
días, Tomo CXXVI, 1960. 366 pp.

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que tuvieran una de estas dos cualidades: riqueza o nobleza. Era buen lector,
por tanto, instruido; escribía bien, sabía decir refranes, hacía versos. Entonces,
hizo muy buenos amigos: uno de ellos, el Duque de Alba lo llevó a la corte
del rey y su suerte cambió. Pero Dios pone un estigma en la frente de los
malandrines: también era pleitista y lo andaban echando de todo lado. Todo
lo hacía juicio, bofetada al insolente, duelo de espada. Cuando se descubrió
el Perú, el Consejo de Indias le prohibió venir a los nuevos territorios, porque
para entonces ya tenía bien ganada fama de alborotador. Pero logra
embarcarse en alta mar, amenazando al capitán de la nao con hacerle pagar
cara la afrenta hecha a uno de su prosapia cortesana. Aun así era cobarde, y
no se molestaba en ocultarlo. Corre en Mala, cuando la entrevista famosa
entre los conquistadores. Y cuando los indios cercan el Cuzco escribe en su
libro que «tenía bien liado mi oro, plata y ropa»2 para correr primero, si el
caso llegara. Por eso se gana el desprecio de Hernando Pizarro: solo había
venido a llevarse todas las riquezas que pudiera cargar. Cuando salió del
Perú se fue bien cargado. De regreso a España hizo escala en México y se dio
el lujo de hacerle una exhibición al mismísimo Hernán Cortés del menaje
en oro y plata que se llevaba: tinajas, cubiletes, estriberas, collares y cuentas;
y, sin duda, muestras de la finísima textilería de vicuña inca. Hernán Cortés
por la tinaja más grande le pagó mucho dinero y, además, lo invitó a La
Habana con todos los gastos pagados. Cuando arribó a Sevilla el rey Carlos
V ordenó que le quitaran todo y que lo encarcelaran, pues estaba convencido
de que esas riquezas provenían de cobrar por las intrigas entre los burdos
Francisco y Diego, que lo estimaban en mucho, por sus amistades en España,
por su zalamería y por saber hablar. En España se dedica a litigar judicialmente
para rescatar su dinero y para vengarse de Hernando Pizarro. Todo lo logra
por sus amistades y por el oro que se llevó del Perú; dice que se gastó 22
mil castellanos de oro en sus sinuosos procesos judiciales.

He dicho que hablaba bien, con mucho sabor y que era entretenido:
tanto para los ignorantes y desesperados soldados que merodeaban por las
punas del Perú como para los estirados príncipes de la corte española.
Alguna vez lo escuchó conversar el príncipe Felipe, futuro rey de España y

2 Porras Barrenechea, Raúl: Los cronistas del Perú (1528-1650). Lima: Sanmartí, 1962,
p. 124.

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sucesor de la corona de Carlos V, y quedó embrujado por sus relatos del


Perú. Desde entonces el príncipe lo llevaba a todo sitio. No sabemos cómo
terminó. Alguna vez un loco le hundió un puñal en el vientre durante un
banquete, pero no murió. Lo último que tenemos de él es una carta fechada
de 1547, en España, motivada por una de sus frecuentes riñas.

De este Enríquez de Guzmán, nefasto personaje de los días aurorales


de la fundación del Perú, «caballero noble desbaratado», como cínicamente
se auto nombra —y, sin embargo, enterado poeta—, voy a hacer una breve
semblanza, porque en un proceso penal entablado contra Hernando
Pizarro, para hacerlo ajusticiar por la muerte de Almagro, escribe un alegato
en verso que, paradójicamente, es el primer poema escrito sobre el tema
del honor y de la honra en el Perú y América, hablo de 1541 a 1543; y, más
aún, escrito en el siglo anterior al siglo en que, en España, Lope y Calderón
habrían de iluminar con estos temas el teatro del Siglo de Oro. Y, para
más precisión, cuando Lope y Calderón ni siquiera habían nacido.

El texto

El poema al que me refiero es uno en arte mayor que está en el


Archivo General de Indias como manuscrito independiente y se titula:

Nueva obra y brebe en prosa y en metro sobre la muerte del illustre


señor el adelantado don Diego de Almagro

El poema también está en sendos manuscritos en Nápoles y Madrid


formando legajo con la crónica de Enríquez. Los tres manuscritos han
sido editados con suerte variada; desde la pésima edición de Sir Clements
Markham, en inglés, el año de 1862, titulada The life and acts of Alonso
Enriquez de Guzman, a Knight of Seville, of Order of Santiago, hasta la
excelente edición de Hayward Keniston, de 1960, con la que hemos
trabajado, y cuyo título es:

Libro de la vida y costumbres de don Alonso Enríquez de Guzmán.


Publicado por Hayward Keniston en Madrid, por la Biblioteca de Autores
Españoles desde la formación del lenguaje hasta nuestros días.

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Voy a centrar mis apreciaciones en los conceptos del honor y la


honra que aparecen solo en la poesía del texto referido; pero, primero,
daré cuenta del lenguaje procesal al que apela para hacer más eficaz su
retórica interesada.

El lenguaje procesal del siglo XVI

El caso fue así: Cuando Hernando Pizarro hizo asesinar al enfermo


y arruinado Almagro, en el Cuzco, mediante un juicio político e infame,
el Adelantado llamó a los poquísimos amigos que le quedan a todo
condenado en este mundo para hacerlos sus albaceas. Entre ellos, llegó
don Alonso Enríquez de Guzmán. Y recibió un encargo nada despreciable
para él, llevar la causa ante la corte del rey para acusar a Hernando Pizarro
por el juicio írrito hecho a Almagro. He dicho que Alonso Enríquez de
Guzmán odiaba a Hernando porque este lo despreciaba por lo que era y,
además, por cobarde. Por ello, cuando llegó a España litigó en la corte por
años y no descansaba de pedir que mataran a Hernando, no contento con
verlo condenado a prisión casi de por vida en el castillo de la Mota, en
Medina del Campo. Enríquez de Guzmán era litigante nato, dedicado,
meticuloso, implacable. En su crónica escribe que tan atareado estaba con
sus juicios que desde que había vuelto a España no había tenido dos horas
con su mujer, luego de seis años de separación desde que se vino al Perú.
Y para completar su trabajo de litigante escribió un largo poema en arte
mayor, dirigido al rey Carlos V, sobre la muerte de Almagro y en contra de
Hernando, donde le decía:

1 Cathólica, Sacra, Real Magestad,


Çésar Augusto, muy alto monarca,
fuerte reparo de Roma y su barca,
en todo lo umano de más potestad.
Rey que procura saber la verdad,
crisol do se funde la reta justiçia (…).
3 (…) de vuestra potente persona ymperial,

así como a rey y señor natural


a bozes muy altas justiçia pedimos.
A vuestras Cortes, señor, ocurrimos

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para espresar el caso de yuso,


pues Dios en su audiençia, grand Çésar, os puso
y en su lugar por vos nos regimos.

El poema era toda una demanda en verso, dirigida al Rey:

4Sabed un proçeso que fue fulminado,


que diz que se hizo muy contra derecho,
que contra don Diego de Almagro fue hecho,
en todas las cosas no bien sustançiado.
Hernando Piçarro, por nos acusado,
al qual acusamos por esta presente,
hizo de hecho, señor, lo siguiente,
no siendo juez por vos delegado.

El doctor Raúl Porras Barrenechea explicaba la existencia de estos


procedimientos del siguiente modo: «El hecho no se debe a un capricho
poético, sino que responde a una costumbre de época: se usaba el metro
para defender ante los príncipes algún litigio o reclamar mercedes o
perdones para algún agraviado. El verso era como un traje de gala para
presentarse en la corte y las mejores defensas eran unas coplas»3. Nosotros
estimamos este poema por ser una muestra soberbia del arte mayor en el
Perú.

En el poema, después, viene lo que llamaríamos hoy día, los


fundamentos de hecho y de derecho de una demanda, en donde se puede
saborear en todo su esplendor el lenguaje procesal del siglo XVI; un
castellano que él gastaba, acaso, ya en el Cuzco, para asombro de sus amigos
los conflictivos descubridores entrecruzados de litigios en los días aurorales
de la instalación de la juridicidad en el Perú:

«A vuestras Cortes, señor, ocurrimos


para espresar el caso de yuso...» (3, E-F)

3 Porras, Ibíd., p. 56.

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«Saber un proceso que fue fulminado,


que diz que se hizo muy contra derecho,
(...) en todas las cosas no bien sustanciado» (4, A-B, D)

«...hizo de hecho, señor, lo siguiente...» (4, G)

«Puesto en la cárçel escura y fragosa,


haze Piçarro proceso es abruto» (10, A-B)

«... ante él alegase de justo descargo» (10, F)

«La apelación le fue denegada...» (13, A)

«... de aquí, señor, hago tal rremisyón» (15, G)

«... para testar notario pedía...» (16, D)

«El testamento signado e firmado...» (24, A)

«Aver pronunçiado tan contra derecho


Almagro aver sydo traydor a su Rey,
quien dio tal sentençia meresçe por ley...» (31, A-C)

«... digo y alego no ser trayçión...» (32, B)

«... syn ser para ello juez competente» (32, H)

«Y si a Piçarro se diere traslado


desto que digo, espreso y alego...» (37, A-B)

«... solo por esto se debe pugnir.» (39, H)

Numero los versos conforme a la transcripción del poema que viene


en mi libro Los inicios de la poesía castellana en el Perú4.

4 Coello, Óscar: Los inicios de la poesía castellana en el Perú. Fuentes, estudio crítico y
textos [1999]. Lima: Fondo Editorial de la Pontificia Universidad Católica del Perú,
2001. 388 pp.

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Don Alonso Enríquez de Guzmán, poeta de arte mayor

He dicho que Enríquez sabía hacer versos, pero no he dicho cuánto


sabía. Era diestro en el manejo del arte mayor, ese verso castellano que se
gestó en la corte del rey don Juan Segundo, el rey inútil, aquel que olvidó
sus tareas terrenales para consagrarse a solventar en su corte la vida y ocio
de cuanto artista de la palabra quisiera acompañarlo en los placeres del
decir galano; corte que albergó a un grupo de poetas contestatarios,
capitaneados por Juan de Mena, que se negaban a aceptar sin más las
imposiciones de la moda que venía de Italia y que los obligaba a medir los
versos en endecasílabos. Enríquez era discípulo de estos poetas; ellos
postularon que, desde la época de los griegos, la poesía es música, ritmo, y
que a semejanza de lo que sucedía en el viejo latín, los versos entendidos
como frases musicales no debían tener su cimiento en la métrica como lo
postulaba el Renacimiento italiano, sino que deberían buscar en la cláusula
rítmica, en el pie interior del verso, su apoyo esencial. Por eso trabajaron el
arte mayor, que es un verso que se define como de métrica variable, dividido
en dos hemistiquios por una fuerte cesura en cuyo interior permanecen
invariables sendos grupos dactílicos que le comunican un ritmo esencialmente
uniforme, yo diría, solemne. Es decir, poesía para oír, para leer de viva voz.

El honor y la honra

Pero en este poema, tal vez sin proponérselo, tal vez sin darle otro
fin que el de ser una ayuda memoria en sus juicios terrenales, Enríquez
nos dejó una muestra perfecta, vívida, latente de lo que era el concepto del
honor por aquellos años. Y de que es un poema de honra, lo explica así en
la breve introducción en prosa que hace del poema, cuando promete
poetizar en contra de los que «despojaron de su honra, vida y hazienda», a
Almagro, «segund el metro que adelante veréys».

Francisco Ruiz Ramón5, siguiendo a Américo de Castro (el De la


edad conflictiva), explica que, en el alto teatro del Siglo de Oro, la lengua

5 Ruiz Ramón, Francisco, Historia del teatro español. Madrid: Alianza editorial, 1967.
pp. 449.I

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literaria distinguía entre el honor —como principio, como concepto, como


la esencia a la cual se refieren los hechos— y la honra —es decir, la
materialización del principio, la conducta personal, el acto tangible—.
Escribe Ruiz Ramón, que estas cuestiones de honor y honra condujeron a
comportamientos absurdos, mirados desde nuestra óptica. Por ejemplo, al
ejercicio de una «razón cuya lógica va contra toda ética cristiana y contra el
propio querer personal»6, que crean un ser prisionero del qué dirán, «pues
son los demás quienes dan y quitan honra, es necesario vivir en permanente
tensión vigilante con todos los sentidos y el ánimo atentos a la opinión
ajena (...) Mientras no se cumpla la venganza el deshonrado es un miembro
muerto que la comunidad rechaza. Por eso, si la honra es equiparada a la
vida, la deshonra lo es a la muerte»7. Pero Ruiz Ramón está hablando,
repito, del alto teatro del Siglo de Oro español. Enríquez aquí no llega a
tanto, pero sí prefigura o anticipa en su poema el tema del honor y de la
honra; y así el tema resuma en el texto y recorre todos sus sentidos.

Ahora debo explicar cómo entendían el honor los contemporáneos


de Enríquez. Dice Jacob Burckhardt, en su recordado estudio sobre la
cultura del Renacimiento que, a principios del siglo XVI, Italia se
encontraba en una grave crisis moral, de la cual los espíritus mejor dotados
veían difícil la salida; sin embargo, fueron capaces de encontrar en el honor
la fuerza moral suficiente para oponerse al mal con el máximo vigor. Pero,
acerca del contexto histórico del honor, escribe el mismo Burckhardt: «Este
sentimiento del honor es compatible con la ambición inmoderada, con
grandes vicios, y es capaz de enormes engaños, pero es posible también
que todo lo noble que sobreviva en una personalidad se vincule a él y
saque de su caudal nuevas energías»8.

Burckhardt define el honor como una «enigmática mezcla de


conciencia moral y de egoísmo»9, alentada por la fantasía, que inducía al

6 Ibíd., p. 159
7 Ídem.
8 Burckhardt, Jacob: La cultura del Renacimiento en Italia. Barcelona, Editorial Iberia,
1946, p. 374.
9 Ídem.

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individuo a buscar en el azar la rápida ocasión del triunfo personal


—aunque se jugara el todo por el todo—, o a estimar la venganza como el pago
gratificante para el espíritu ofendido —siempre y cuando ella revistiera los
cobros más aplastantes, refinados y mórbidos—, o a guardar un inapagable
sentimiento de gratitud ante el benefactor, lo que suponía cualquier
quebrantamiento de la justicia cuando se tratara de devolver el favor
recibido. En fin, el honor era aquel sentimiento a cuyos pies podía quedar
el crimen, la defensa del adulterio en bien propio, el cohecho, el despojo
o el latrocinio, y por el cual «se consideraron indiferentes los defectos a
pesar de los cuales fueron grandes los grandes hombres»10.

El honor del poeta Enríquez fecho al itálico modo

Esto explica con claridad por qué un hombre de conducta tan


reprobable —mirado desde nuestro siglo— haya construido, en los albores
de la fundación de nuestra patria un poema sobre el honor y la honra; un
poema expresamente enderezado a salir en defensa de Almagro a quien
los Pizarro habían privado, dice: «de su honra, vida y hazienda», «segund el
metro que adelante veréys», repito.

Pero no queda allí la cosa, sino que la cultura del Renacimiento


en Italia había comenzado por redefinir algunos conceptos sociales como
el de la nobleza, por ejemplo. Antes de la época de Enríquez, honor
tenían los nobles no los villanos; y, Almagro, por decirlo así, venía de las
capas pobres de España. Pero, afirma Burckhardt que, en Italia, «cuando
los condotttieri se convirtieron en príncipes y dejaron de ser requisito
del trono no solo la cuna y el linaje, sino la propia legitimidad de
nacimiento, entonces pudo creerse que había comenzado una nueva
época de igualdad y que el concepto de la nobleza se había desvanecido
por completo»11.

Luego, en la poesía de Enríquez, podemos comprender cómo los


hombres que surgen de la nada en la época del descubrimiento del Perú

10 Ibíd., p. 273.
11 Ibíd., p. 312.

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están plenamente convalidados dentro de un esquema del mundo que les


reconoce su derecho al ascenso social solo «por la fuerça de su braço» o
por la mayor audacia de la que fueran capaces. Y este reconocimiento les
aparejaba una honra, un honor que podían merecer, ganar y hacer valer
no importa lo que se haya tenido que pasar o pisar.

Aquí estriba la importancia literaria de Enríquez poeta. Sin dejar


el mundo medieval del arte mayor, en él se prefiguran ya las claridades de
la cultura del Renacimiento que se exportaba de Italia. Nuestro poeta
había estado, como he dicho, en Italia, persiguiendo a Carlos V. Gustaba
de leer y hasta plagiaba («por tales senderos me lleva la suerte») a Torres
Naharro, un clérigo español que vivía y publicaba en Italia (Propalladia,
Nápoles: 1517), cuyas obras teatrales ya prefiguraban el conflicto del honor
(v. g. la Comedia Himenea). Y que, además, en algunas de ellas «parece
complacerse en presentar ese abigarrado y confuso cuadro de vida
antiheroica y anticortesana, dominada por los groseros hilos de las pasiones
más elementales: el hambre, la lujuria y el amor al dinero»12, como dice
Francisco Ruiz Ramón.

Quiero terminar citando la crónica de Enríquez, cuando luego de


haber hecho riqueza fácil en el Perú, escribe al comendador Francisco de
los Cobos, uno de sus poderosos amigos en las altas esferas de la Corte de
Carlos V, y le desliza con toda naturalidad algunos rasgos de su espíritu
que serían incomprensibles fuera del contexto en el que levantan su honor
muchos hombres de su época. Dice Enríquez:

Ya Vuestra Señoría sabe que siempre que me conosció fue pobre


de hazienda, pero no de juicio. Antes este me sobró quanto estotro
me faltó, pues ni los aborresçí ni hize perjuizio a mi cuerpo ni a mi
honrra, porque no fue poca sagazidad loquear, sin prejuizio de las
dos cosas. Agora que a Dios Todopoderoso a plazido zacarme de
estala neçesydad, quiero declarar que mi demasiada conversación,
o loquasidad por mejor dezir, estava convidada de la pobreza (...) Y

12 Ruiz Ramón, Francisco, óp. cit., p. 81.

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en verdad que no tengo culpa sy a sido falsa, porque siempre la he


gastado y despendido contra mi voluntad, pero no dexando de
conosçer sus quilates, tan bien como los que la resçibíades.13

El estudio de las letras de nuestros fundadores nos revela, sin duda,


las honduras —y, ¿por qué no?— los esplendores de su alma. En este caso,
hemos tocado, paradójicamente, los abismos hablando del honor. Mi
modesto estudio solo revela lo obvio: ni ángeles ni demonios, solo hombres
de su tiempo.

BIBLIOGRAFÍA

BURCKHARDT, Jacob: La cultura del Renacimiento en Italia. Barcelona:


Editorial Iberia, 1946.

COELLO, Óscar: Los inicios de la poesía castellana en el Perú. Fuentes, estudio


crítico y textos [1999]. Lima: Fondo Editorial de la Pontificia
Universidad Católica del Perú, 2001.

KENISTON, Hayward (ed.): Libro de la vida y costumbres de don Alonso


Enríquez de Guzmán. Madrid: Biblioteca de Autores Españoles desde
la formación del lenguaje hasta nuestros días, Tomo CXXVI, 1960.

PORRAS BARRENECHEA, Raúl: Los cronistas del Perú (1528-1650). Lima:


Sanmartí, 1962.

RUIZ RAMÓN, Francisco: Historia del teatro español. Madrid: Alianza


editorial, 1967.

Observaciones:
1. El presente artículo cita como lo hace el Diccionario panhispánico de
dudas (DPD), pp. 773 y ss.
2. Se emplean las comillas españolas, también a indicación del mismo
DPD.

13 KENISTON , óp. cit., p. LIII.

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