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ADAN Y EVA, OTRA VEZ

Como muchos adolescentes, finalizando la secundaria, Adán


y Eva fueron sorprendidos por un amor tan intenso que
muchas veces lloraron abrazados, temerosos de verse
expulsados del paraíso.

De las lágrimas aprendieron lo deleitable de la humedad


en los cuerpos que se acoplan. Eligieron, entonces, para
amarse, los mares, los ríos y las cascadas porque el agua
incrementaba el gozo.

Pero también se deleitaron, amándose, sobre la tierra


desnuda porque un aluvión de minerales y vegetales,
invadíanles lospulmones, haciendo intensísimo el gozo.

Otras veces, muy impacientes, lo hicieron sobre las


piedras del camino y les supo tan bueno el rejón de las
piedras incrustadas en sus carnes que cargaron sus bolsos
con las más filosas para empedrar aquellos caminos,
desprovistos de piedras.

Otras, sin voluntad para esperar, se entregaron


pletóricos sobre la vegetación xerófita, cuyas espinas
devinieron ensangrentadas, pero los amantes, con alegrías
de auto flagelados, gozaron en todosus cuerpos lo que
para la frente de Cristo fue un suplicio.

Más tarde, experimentaron una mística intensidad,


calcando la lentitud de los grandes sauros prehistóricos
e impregnados de aceites aromáticos, reptaban
entrelazados, sorbiéndose uno al otro, cada milímetro de
piel, deteniendo sus bocas trémulas yvoraces en todos
aquellos puntos donde se agolpa la sangre y se hace
escarlata la carne.

La intensidad apoteósica de esta lentitud milagrosa,


alcanzó su cúspide cuando sin proferir palabras,
decidieron turnar sus posiciones en el milenario atavismo
de la sumisión: el uno sería un Dios receptor, recibiendo
toda la adoración voluptuosa del otro, ora oficiante, ora
deidad. El intercambio infinito de los roles jerárquicos,
sobrevino en un goce perenne.

En una ocasión, ella, oficiante fervorosa, subordinóse


ocho horas continuas, colmada su boca de un lentísimo
fellatio, mientras sus versátiles dedos paseaban las
cuencas vellosas del amante. Aquel momento, él no pudo
contener la serenidad de los dioses, pues se derramó en
llanto y sollozos compulsivos.

El quiso amoroso corresponder a aquel gesto infinito de


delicia e inició un viaje al centro de aquella carne
prodigiosa de piel exquisita, pero al cabo de medio día
de afanosa adoración, igual al recién nacido conectado al
pecho de la madre, quedóse dormido lamiendo el atizado
clítoris, mientras, ya sin mucha firmezas, los dedos de
sus manos, invadían, unos, la boca ansiosa de su Eva y
los de la otra mano, abajo, penetraban profundo los
hermosos y contiguos esfínteres.

Todas las pasiones están expuestas a un momento fatal. La


fatalidad que extinguió a ésta, se produjo como se
produce cualquier terremoto. Eva había iniciado el rito
cárnico, era ella la que casi siempre lo empezaba, y
Adán, acariciándole los hombros con infinita ternura,
dirigióse a ella con una dulzura recién nacida:
- Amor, debemos hablar.

Por la expresión del rostro de Eva, aquellas tres


palabras cayeron como rayos catastróficos; poderosísimos
rayos destructores y tornóse su belleza en una mueca de
desencanto, confirmado por la aspereza de su voz:
-¡Adán, torpe has roto el hechizo! ¿Acaso olvidaste la
única regla?
-Se prohíbe hablar cuando se ama.
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VIDA, AMOR Y MUERTE

Incorporar es la clave. Incorporar a tu vida el paisaje, los seres, el cosmo. Conjugar la


existencia universal con nuestra ínfima e individual existencia.

¿Experimentaste alguna vez el gozo de ser parte de algo o de alguien? Es la magia de


tender puentes con la otra orilla, o remontar la montaña para caminar los senderos del
otro lado de esa misma montaña, o simplemente, navegar, dejándose llevar por la
corriente, por el desnudo e indescriptible placer de ir en la misma dirección del agua

No desperdicies, ni un segundo, alojando en tu interior, el odio o el rencor. Además del


desperdicio de tiempo, recurso natural no renovable, resulta perniciosos para la salud. La
tolerancia, la compresión y el amor no te evitarán las arrugas, pero las harán lucir
radiantes.

La aceptación de la propia vejez es un prolongado entrenamiento de la compresión y de la


auto-estima, aunque siempre será más fácil envejecer si lidias nietos o permaneces alerta,
física y mentalmente, para reencontrarte con el amor a cada instante.

Ya es común oír de todos, que la vida es muy breve. Y es cierto, pero siempre debemos
tener presente, que independientemente de la brevedad de ésta, cada una, cumple una
misión muy definida en su existencia.

También es común oír sobre la universalidad y el poder del amor, y sin embargo,
incontables veces, hemos dejado las puertas abiertas al miedo para que lo espante y lo
expulse de nuestras vidas. Sometamos al miedo y nutramos la llama purificadora del amor
hasta que nos queme y nos haga cenizas sagradas. El amor algunas veces es un pájaro y
otras, es un nido. Muchas veces, cuando más convencidos estamos de su solidez de acero
templado, se nos deshace en la boca como algodón de azúcar en una profusa salivación de
almíbar.

Otro fuego purificador: la solidaridad. Practicar la solidaridad, enaltece al género humano.


Dios, exhortando a amar al prójimo como a uno mismo, probó su condición omnisciente.

Desprendimiento es la otra clave. No declararnos dueños de los seres y de las cosas. Ser
parte de la gente que amamos y del paisaje que nos produce gozo, no significa que nos
pertenecen. Recuerda que un día cualquiera debemos morir. Es la transición; una
metamorfosis del domicilio, y ésta será reconocida en la medida de nuestro
desprendimiento por cosas y seres que nos rodean. Somos seres mutantes. Lo que
anhelamos con tanto ímpetu hoy, mañana nos resultará superfluo.

La muerte puede ser un acto de liberación en algunos casos, y en otros no, pero siempre es
algo inevitable, lo que la convierte en un hecho natural. Recordemos la tragedia de Job:
Dios lo despojó de sus hijos, y bienes, de todo cuanto amaba ¿qué hizo el pobre hombre?
De cara al cielo, imploraba a Dios que le mandara la muerte. Permanecer vivo era la prueba
a su fe. O el castigo al sentimiento de posesión. Pero su hambre más acuciante era de
muerte. El no concebía otra liberación que no fuera su propia muerte.

Job fue victima de dolorosas enfermedades. La lepra hizo jirones de su carne y clamó:
enfermedad, hija predilecta de la muerte. La ausencia de bienestar físico es un
desprendimiento involuntario de la salud y esto nos ayuda a aceptar la muerte. No
esperemos a enfermarnos para tomar conciencia de nuestra vulnerabilidad. La vida es
frágil.

Vivamos en un continuo acto de desprendimiento. Esto nos eleva y convierte nuestra


transición a la muerte en un episodio decoroso, ahorrándoles innecesarios traumatismos
morales a nuestros sobrevivientes cercanos.

Siempre tengamos presentes que vivir, amar o morir son las mismas caudalosas aguas que
bajan de las montañas más altas hasta descansar en serenos arroyos dispersos por los
caminos llanos. Vida, amor y muerte nos son dadas, y del formidable poder de sus
presencias, solo atisbamos al resplandor y a lo inescrutable.

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ABRETE SESAMO
Ella se puso de pie y su zona pelviana quedó a la altura de la boca de Jorge que
continuó sentado a la pequeña mesa de café que los separaba. Es humillante el
aire desafiante de las mujeres cuando pueden exhibir, con la complicidad de
los atuendos, sus plétoras sexuales.

Jorge resistió la fuerza de la gravedad y la del instinto, y levantó la mirada


buscando la de ella pero sin dejar de pensar en lo acertado de patear esa mesa
y ladear la cabeza como los futbolistas cuando van a cabecear para que su boca
fuera vertical y simétrica con los orondos labios genitales que abultaban los
ajustados pantalones de Enriqueta Mendoza.

Ella consideró necesario explicarse: voy al baño, dijo.


Y Jorge, inexplicablemente, replicó: ¿Cagar o mear?

La irreverencia de Jorge, tan inesperada y sorprendente, no le dejó espacio a


la indignación para que se manifestara. Enriqueta en muchas ocasiones ha
disertado sobre el poder de las palabras. Ha reforzado sus argumentos con
ejemplos bíblicos, como en el Génesis, o de Historia Política como la
fascinación ejercida, en mala hora, por Hitler sobre el pueblo alemán, o en el
psicoanálisis, sobre las instrucciones del padre, etc. Pero lo más interesante
han sido sus posturas, intentando convencernos que toda nuestra cotidianidad
es el producto de la palabra que se nos dice y de la que decimos en un infinito
ejercicio de retroalimentación cósmica.

Jorge jamás pudo explicarse que produjo aquella expresión escatológica en su


boca, tan ajena a sus buenos modales y educación. Su estado de ánimo para
ese momento era de total fracaso. Por fin había convencido a Enriqueta de ir
juntos a cenar, después de ¨Los Monólogos de la Vagina¨. Y desde las puertas
del teatro, para ingresar al mismo, Jorge ya tuvo la sensación de que aquella
mujer por la que él se moría, no iba a corresponderle. Esto no fue óbice para él
disfrutar del halo de sensualidad emanando de esta talentosa mujer.

A ella le encanta ensayar ese movimiento tan femenino y depredador del


sosiego masculino de erguir las nalgas, tensarlas como una gimnasta, cuando se
siente observada por detrás. El pantalón se le incrustaba insaciable en la
división de sus nalgas redondas y atléticas. Lo sabroso que sería abrirle esos
hemisferios gemelos, agarrando cada uno con cada mano y pasearle por todo el
medio de su cálido canal abierto, de abajo hacia arriba y viceversa, la erección
desnuda.

Su peinado, esa noche, era el más informal de la Barbie cuando va de paseo


con Ken, en el descapotable, todo su pelo castaño claro, limpiamente recogido
hacia atrás en una abundante colita de caballo saltarina.
Ingresó al baño de exquisita grifería, impolutas paredes y resplandecientes
espejos y ella misma con asombro, como frente a una desconocida, se vio
reflejada, de cuerpo entero, en uno de aquellos espejos. Su propia imagen le
trasmitió una excitación inédita. Gozó, con media vuelta de su torso, la
redondez perfecta de sus glúteos firmes y con la suavidad de sus manos les
regaló una rápida e inequívoca caricia. Algo nuevo había despertado en ella.

Cuando se levantó de la mesa, lo hizo para orinar y refrescar su maquillaje.


Ella no reconoce, todavía, en la insolencia de Jorge, el origen de esta
turbación profunda que la arrastra a una espontánea e inevitable auto
gratificación lasciva. Pero además, se siente urgida por defecar, alterando su
cronométrica disciplina intestinal: entre 6 a 7 de la mañana, pastoso y
abundante.

Elige uno de los cubículos con inodoro. Baja los pantalones más allá de sus
rodillas, se sienta y comienza a hurgarse, con sus dedos, delicadamente, su
área vaginal, mientras descarga intestinos y vejiga.

Ligera, grácil, como levitando, regresa a la mesa donde Jorge la espera. Este
inmediatamente descubre en ella una belleza más intensa y más reciente. De
ella se desprende, como de un extraño psicotrópico, un poderoso afrodisíaco
que lo aturde.

Atónito, maravillado, el intenta explicar algo pero el brillo resuelto de esta


mujer lo enmudece y entonces ella, irresistible y contundente, desde el fondo
de sus entrañas, en tono visceral, sin quitarle los ojos de encima,
recita: dijiste las palabras exactas, librándome del hechizo glacial. Termina
con tu misión: clávame, cógeme sin piedad, como Dios y el diablo mandan!!
LA REVELACION
No voy a negar ahora, que cuando por primera vez oí su nombre, encendióse una
llama en mi maldito purgatorio de esperanzas renovadas, abono apropiado para mi
vida de inacabada voluntad, incapaz de vencer la somnolienta mediocridad que
me atosigaba. Me conformé con mis pírricas victorias sobre el rutinario forcejeo de
los convencionalismos sociales y me entregué al inofensivo gozo de furtivos
amores, casi instantáneos, porque en la segunda cita, una muerte súbita los
extinguía. Cuando la ví, me maldije: está demasiado buena para ser bruja. Ella
había expresado el deseo de conocerme porque "sintió", esta fue su definición, un
poema publicado bajo mi nombre, en uno de los diarios locales, hacía mas de 20
años. Yo no soy poeta. Aunque lo intenté muchas veces, nunca me satisfizo lo que
medio logré hilvanar como tal. Así, que la aparición de aquel poema de marras, en
un periódico local, mas que un inútil acto de mi vanidad, fue un desacato al
sentido común de un amigo que lo llevó a la redacción de aquel diario de
provincia. Las circunstancias que llevaron este poema, después de tantos años, a
las manos de Marielena, las ignoro. Además, yo nunca se lo pregunté. El salón de
la casa de Marielena, elegido para este encuentro, estaba habitado ya por otros
invitados que exhibían una cercana, casi familiar relación con la anfitriona. Yo
llegué acompañado de Olga, la amiga común que sirvió de enlace e hizo mi
presentación ante ella y ante las otras cinco personas que se encontraban allí,
felizmente embobadas por aquella hechicera de lo invisible. Al instante,
Marielena, con un exacto movimiento de prestidigitadora, hizo expedita mi
incorporación al grupo, ahorrándome las formalidades que el entrenamiento social
impone al recién llegado. Extraviado en un verde intenso, semiinconsciente y
levitando al conjuro de su mirada, atisbé a ver mi propia alma en la pira ardiente
de los sacrificios, propiciados por una pasión insana. Pero yo desestimé el oráculo
de la visión, y terco y ciego e idolátrico, proclamé mi sumisión a esta mujer, cuya
lava incesante de volcán, sofocó mis ridículas pretensiones de conquistador
impenitente. Yo lo presentí, ella sería mi perdición. Sus invitados eramos siete.
"Premonitorio y cabalístico", dijo ella, concentrando todas las atenciones en su
belleza de oficiante cósmica. Agregó: "Pero incluyéndome yo, somos 8, que
representa la perfección materializada. También de la cábala, pero, mucha
atención, el 8 no es premonitorio o profético, sino, revelador de lo existente, del
ya y del ahora, y es símbolo sagrado del vínculo, de la conexión etérea y eterna.
Trazando sus colinas gemelas, oímos su irrupción conminatoria: nada es por azar.
La perfecta simetría del 8, su voluptuosidad y lazo ininterrumpido, exhibe la
universal armonía de una dualidad que se complementa: lo cósmico y lo terrenal,
lo macho y la hembra, la vigilia y el sueño, la noche y el día, el amor y el odio, y
de manera predominante, la vida y la muerte. El octavo día, desde los remotos
tiempos de las catacumbas y las ceremonias con sangre, fue elegido para los
sacrificios y la purificación. Dos tórtolas o dos pichones de paloma serán ofrecidos,
uno de ellos como sacrificio por el pecado y el otro como holocausto". Era
imposible, después de aquel manifiesto desde lo arcano, que no fuera ella el
centro de todas mis vibraciones y de aquel recinto, paredes y espacios exquisitos,
habitado por imágenes, lienzos y objetos dotados del improntum del erotismo,
cilindros fálicos y orificios explícitos. Es su casa y su propio templo y en ese
santuario de lo profano, ella es la única deidad objeto de adoración. Esa noche,
ella vestía un conjunto de pantalón y blusa, total inspiración hindú. Blanco y
perfecto al trasluz, el lino era su segunda piel, transparente y generosa, fácil para
obtener un inventario de todas las cosas deliciosas de aquel paraíso provocador,
móvil, carnal y sanguíneo. Con la llegada de mi discernimiento, advertí, cómo el
símil con las frutas que hacemos de las mujeres que nos son apetitosas, es solo un
eufemismo para negar nuestra verdadera naturaleza carnívora y antropófaga. Esta
mujer era una incitación ineludible, y a mí, me provocaba comérmela toda, de la
misma manera que algunas serpientes devoran a su presa: succionándola con
paciencia de cámara lenta. En este mundo, todo tiene su hora, invoqué al
Eclesiastés, mientras ella ocupaba un lugar a mi lado. Sonrió con todo su cuerpo y
cuando me habló, también lo hizo así: con su totalidad corporal anudada al gesto o
a la palabra. En ese instante, yo tuve conciencia de mi perdición. Su viudez
apenas cumpliría un año el mes entrante. Su matrimonio había durado doce años y
medio. Del matrimonio quedó un niño de 9 que se encontraba con sus abuelos
paternos en los Estados Unidos. Estos acontecimientos sobre su familia, contados
por ella misma, adquirían para mi una secuencia de nitidez cinematográfica,
donde yo casi interactuaba con los personajes de su relato. Yo estaba asombrado,
fascinado y temeroso. Esto último, porque yo tenía la clarísima comprensión, que
esta mujer, había hecho añicos mi voluntad. Cuando me exigió repuestas sobre mi
poema, un incendió se produjo en su mirada y todavía mi corazón conserva las
marcas de aquella conflagración. No se si me creyó. Pero yo le dije mi verdad: yo
no soy un poeta. Ni siquiera, un místico. Adolescente, aliviaba mis
desesperaciones leyendo a Tagore o recitando a Barba Jacob y a Elías David Curiel.
Ello representa todo mi territorio ocupado por el misticismo. Hoy apenas si
recuerdo uno de los Pájaros Perdidos de Tagore y ningún verso de Curiel o Barba
Jacob. Estos versos, dispararon su curiosidad. Para mí, por el contrario, carecen
de armonía y belleza y además de profundidad. Es una expresión sorda y torpe:
"... peregrino, ¿cuántos siglos transitando este guión?/ ordena a nuestros padres
que sean transparentes / oye las voces ancestrales pero desprecia al guión /
fascista, autor del guión de Caín y no de amantes". Estoy convencido, que todo
esto del versito, fue un artificio para acercarse a mí y despojarme, primero del
sosiego y después, completamente, de mi vida. Estoy seguro que ella disfrutaba de
mi turbación y mi desconcierto. Luego, mis sentidos iniciaron una marcha
ordenada, como fanáticos de una nueva fe , comandados magistralmente por ella,
para que todo mi ser se aprestara a abrazar, trémulo y anhelante, la suprema
gratificación precedida de milenarios y ancestrales ritos: caricias intensas pero sin
urgencias, balbuceos gestados en la profundidad de las entrañas y los divinos
baños, con abundantes fluidos corporales y profusa salivación, para la exultante
consagración de la carne. El retiro pagano y la embriaguez de carne fueron
interrumpidos al octavo día. Una invasión de susurros y rezos en voz muy baja,
poblaron todos los espacios de la preciosa casa, guarida de gemidos y fallido
reposo. La voz apagada de Marielena, me aclaró el origen del nuevo caos: su hijo
murió, placidamente, apoyado en el amor de sus abuelos. Extendióme un papel
encabezado con la leyenda Fax y debajo, también en letras capitales, Wolfson
Children's Hospital, pero cuyo contenido no descifré por tratarse de un mensaje en
inglés . El carajito murió, dicho por ella misma, engullido por la implacable
enfermedad que mató al padre del niño. Consternada, pero obviamente resignada,
no ocultó que la muerte del niño era ya algo inminente y prevista para esa fecha.
Sus ojos, llameantes otra vez, quemaron mi corazón, pero ahora, con el fuego del
terror. Hoy es el octavo día. Tiempo de revelaciones. Sacrificios y purificaciones.
Yo, enfática agregó, soy emisaria del perfecto ordenador de ese viaje emprendido
por la humanidad, hace millones de años, hacia el mundo de la quietud y ya, mi
sangre en tus venas, celebra tu travesía.
Transformóse su voz en una pesada lápida que trituró mi cuerpo inmóvil.
RAP POSTERGADO
Aquellas mujeres que me quisieron nunca me fueron tan deseables como las
que me ignoraron. Ni la nostalgia que me inspiran las primeras es atosigante
como la que me producen estas últimas. En especial Julia. Claro, era muy
difícil que se pudiera fijar en mí. Yo era algo menor que ella y además cuando
la vi por primera vez, Julia ya tenía novio y hasta se había comprometido. Pero
la veía bailar y yo podía sentir la saña de su sexo subyugando al de su novio. Yo
era un niño, todavía, en aquel instante perverso que mi corazón descubrió la
amargura de la envidia.

Observándola, elaboré un mapa de sus fantasías y de su lujuria. Ella quería


darlo todo pero el novio disfrutaba más su papel de afortunado conquistador.
Ella quería un hombre, mientras que él, esperaba un trofeo. Exhibía pomposo
su condición del elegido por una diosa. Se regocijaba como sujeto de la envidia
de otros hombres, de mi envidia. Un verdadero patán. Esto no lo digo
emponzoñado por los celos, sino porque mucho tiempo después, oí chismes y
habladurías sobre aquella pareja que llegó al matrimonio, y al divorcio,
sumergidos en gritos y golpes. Pero nada, ya mi vida era azotada por el
torbellino cotidiano de mi mediocre subsistencia, sin aliento para acercarme a
aquella mujer, cuya fuerza e instinto era como un temblor de tierra para mis
sentidos.

Muchos años después de aquel baile, la encontré en una calle de Caracas,


saliendo ella de una tienda exclusiva, con su rostro de mujer al acecho,
elegante y sensual. No muy alta pero delgada y firme y aquellas piernas, como
columnas prodigiosas confundiéndose arriba con un paraíso apoteósico. Sus
nalgas, delicioso pan de horno, de proporciones perfectas. Era una hermosa
simetría la de esas nalgas y aquellas tetas. Ella me reconoció con cierta
dificultad, pero lo suavizó admitiendo la diferencia de edades: -debo ser dos
años mas vieja que tú, explicó. Y su voz era como un canto de vagina y yo,
desfallecía. Y prosiguió: -la misma vaina, vale. Estoy estudiando nuevamente.
No me he vuelto a casar, pero tú sabes, estoy saliendo con un tipo y nos
llevamos bien. ¿Para qué casarse otra vez? Si las cosas van bien, bien y sino,
cada cual por su lado.

-Si, tienes razón, fue lo único que alcancé a decir. Pero para qué más cotorra
de mierda, si lo que me provocaba era decirle, nojoda chica, no te imaginas lo
que me gustas. Tu presencia me estupidiza paralizándome el cerebro,
nublándome la vista y me despiertas esta polimorfa sed que solo se sacia con la
carne. De toda la vida, no solo me gustas, es que te quiero desde el mismo
segundo que tu indiferencia de hembra apetecida me envenenó sin
misericordia.

Implorarle que se fijara en mi, que se quedara conmigo para ajustar mi


relojería interior, dislocada por lo subterránea de su voz y lo desafiante de sus
turgencias, es lo que yo quería. Pero nada de eso pasó: chao, chaito. Y ponle
fin a eso, porque no la volví a ver. Ella debe tener hoy unos 60 años, creo.
Hace más de 40 años que la vi por primera vez y no sé cuántos la última,
cuando la encontré en Caracas. Lo único que si se, es que uno de todas
maneras va a terminar viejo y muerto, así, que si la consigo otra vez, por dios
santo, se la voy a cantar de frente.
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FIASCO
Ofelia, resuelta al encuentro, caminaba con la seguridad de todas las mujeres cuando
han decidido a quién se lo van a dar ese día. Además, ese era su derecho: ya no tenía un
marido que se lo impidiera. Llevaba dos meses separada de Pedro y ahora este vive con
Rosaura en la cara de todo el mundo. Tiene su hijo, es verdad, pero éste no sabe de esas
cosas ni de nada: solo comer y defecar, es lo único que hace un muchacho de año y
medio.

El favorecido es Ramiro. Ramiro y Ofelia han hablado numerosas veces y en todas las
ocasiones, incluso, mucho antes de ella separarse de Pedro, Ramiro le había enseñado
los dientes de su impaciencia acuciante por consumar una alianza genital con ella. El se
la relamía, letra por letra, y se lo repetía siempre que ella visitaba la tienda.

Por algún tiempo, Ofelia pudo resistir al asedio, apoyada en su maridaje, pero ahora era
diferente y, además, propicio para bajar la guardia y cuando ya sea pública, en el
pueblo, su rendición, ella sabe lo que dirán: Ofelia no tiene marido a quien rendirle
cuenta y se lo puede dar a quien ella le provoque.

La tienda, a esa hora, estará cerrada. Ramiro la esperará por la puerta contigua a la
principal. Entre tanto, sofocado y disfrazando la ansiedad con cervezas frías, su
imaginación degustaba la decisiva ofrenda del bocado, hartar al más gratificante e
intenso, y poderoso, apetito humano.
Siempre que esa mujer entraba por esa puerta, él comenzaba a descuidar a los otros
clientes que se encontraran allí, con tal de que se fueran rápidos, para quedarse solo con
ella. Un mes y medio después que la dejó el marido, fue el colmo: Ofelia apareció con
unos pantalones de lycra negros, ajustadísimos, ostentando el volumen goloso de su
sexo. Fue un gesto de alarde desafiante, cuya profunda clave, Ramiro descifró: la plaza
está rendida. La resistencia cayó, y es la hora del saqueo, de arrebatarse con el botín de
la lujuria.

Ramiro se deleitaba reviviendo, en su febril espera, las escenas de aquella película, cuyo
título había olvidado, pero no la trama: un policía, el Dutch, perdió a su mujer en un
avión que se precipitó contra el mar. Ella viajaba en compañía de su amante, que a su
vez era el esposo de una diputada al congreso norteamericano. Pero lo más memorable
de la película, para Ramiro, fue el primer encuentro lujurioso de estos dos engañados
por sus respectivos cónyuges, Dutch, el policía de Washington y Kay, la diputada. De una
avidez parsimoniosa es el mutuo despojo que se hacen de sus vestidos, este par de
súbitos amantes. Pero sobretodo, la escenita que muestra las pantaletas de encajes
finos, de un rosado tenue y talle bajo, es absolutamente, deliciosa. Incrementa su delicia
lúbrica, la intrusión de los dedos grotescos de Harrison Ford, confiscando la pantaletica,
exquisitamente íntima

Pero más excitante aún, según Ramiro, continuando con la película, es la disposición
categórica de la mujer por lograr una conciliación carnal. Mientras el hombre
desarropaba la autoflagelante pusilanimidad del burlado, ella había optado, enérgica y
eficientemente, por el intercambio libidinoso de humores y fluidos, como exorcismo
definitivo al dolor y la humillación del engaño: orgasmoterapia. Las hembras no comen
cuentos de caminos.

Ofelia ha leído, en Cosmopolitan, sobre ese síndrome de la inapetencia sexual de algunos


maridos. Igual, como con ella, le va a pasar a Pedro con Rosaura, ahora que están
viviendo juntos: hasta tres semanas sin tocarla y, eso, durmiendo en la misma cama. Es
lo que le espera a la muy pendeja. Hombres son los que sobran. Ofelia exudaba, por
todos los poros, el gozo prometido, y una suave vibración interior de su vientre veterano
la incitó a acelerar el paso.

Ella tocó la puerta con determinación y sin timidez, pero no tuvo necesidad de esperar.
Ramiro abrió inmediatamente y ella entró como un halo de fuego.
-Una cerveza para refrescar y también cubitos de queso y jamón para matizar, ofreció él.
Y él mismo: -ese bolero está bueno para bailarlo.
Y ella: -me parece bien porque ya me estoy oxidando por falta de práctica.
La proximidad alcahueta, impuesta por la música, y el entorno de intimidad y sigilo,
descubrió un atajo de pequeñas y suaves colinas, incendiadas cavidades y una vegetación
rubicunda que ambos recorrieron con bríos de expedicionarios afanosos. Ramiro, con
astucia térmica, detectó que Ofelia llevaba solo su desnudez. Ni pantaletas rosas ni
encajes finos o talle bajo. Cayó la falda y él reconoció el acierto de su perspicacia: el
sexo de esta mujer estaba jubiloso y rotundo

Pero algo empequeñecía el gozo de Ofelia que, paso a paso, fue abatiendo su alegría. Y
frente a ella, el rostro de Ramiro convirtióse, casi, en un llanto. En cualquier momento
se le escaparía el sollozo. Turbado y encogido, Ramiro catapultó, una apocada
confesión:
-esa vaina no se me para, por el mentol que me embarré cuando te esperaba, bebiendo
cervezas y acordándome de las películas

SINDROME BORGES

El amor verdadero, auténtico, entre un hombre y una mujer, no es nunca la


ternura exultante de nuestros más recónditos sueños. Anhelamos,
¡insensatos!, serenidad en el ojo mismo del huracán. Liados por la pasión,
el amor es un cruel aguijón incrustado con fuego en nuestras almas y que
solo cesará en su perfidia con el último hálito de vida. Así lo experimentó
Orlando Peña en su brevísima agonía, postrado en la precaria cama de su
compadre Asunción de Jesús Malavé.

Antes de ser encandilado por la frialdad estudiada de Mariela, Orlando


Peña estuvo viviendo con Honoria, hija única de los propietarios de ¨La
Pequeña Venecia¨, acogedor huequito para tomar café y hablar pendejadas
de política y literatura. Honoria Cusatti, además de divorciada, sin hijos y
flaca buenísima, es una bendición, según la madre de Orlando, porque, con
ella, su hijo estaba aprendiendo italiano, había fijado su residencia en casa
de los Cusatti y se acostaba temprano.

Pero nadie sabe de los designios de Dios y menos aún, los de la pasión.
Todo se produjo en aquel segundo irrevocable, encubierto en la modorra de
un domingo desierto. Los establecimientos que enfrentan al oeste tienen
esa naturaleza mágica de sorprender, cuando es pleno el sol, a los que se
encuentran en su interior cada vez que alguien ingresa, pues éste,
fugazmente, corta la luz solar, arropando con violencia al interior del
recinto. Ese apagón lo provocó Mariela con su humanidad cautivadora de
fruta servida, piel de durazno recién caído. En ese momentáneo, fugitivo
apagón, perdió Orlando Peña, la brújula de su vida.

Impasible pero deliciosa como un manjar frío se plantó de frente, tan


pegada a él que casi le besaba la barbilla, espetándole:
- sírveme un cafecito negro, por favor, allá en la mesa de la ventana. Y
dándole su espalda prodigiosa dirigiose a la mesa señalada por ella misma,
a esperar el café. Orlando, nunca antes había hecho de dependiente del
negocio, sinembargo apresuróse a cumplir las instrucciones de la clienta.
Se acercó a la mesa llevando en sus manos la pequeña taza y el
dispensador de azúcar. Posó todo esto en la mesa con tacto de empírico y
no pudo contenerse:
-¿No nos conocemos, verdad? Y fue allí que él descubrió la sonrisa más
dictatorial de toda su vida. Ella exudó portentosa:
-Me llamo Mariela y soy Escorpio, mi elemento es el agua y los genitales
mi preeminencia, y tu elemento es el fuego porque tú eres Sagitario, o ¿me
equivoco?
– Si, dijo él, sin aparente sorpresa.
-¿Cuál es tu nombre?
-Orlando Peña, respondió ahora como hipnotizado.
- Quiero que me sigas y que me ames con veneración, conminóle ella con
fría incitación.

Honoria Cusatti aceptó su revés sentimental con estoicismo de gladiadora


romana. Ella se había enamorado de Orlando durante un seminario de
literatura aupado por fanáticos de Borges. También lo acompañó a recoger
en Caracas, en medio del fragor de la sublevación popular de 1989, más de
cinco mil firmas exigiendo a la Academia Sueca el premio Nobel de ese
año para Jorge Luis Borges. Más de la mitad de los firmantes lo hicieron
sin saber de que se trataba todos aquellos papeles. Honoria llegó a estar tan
locamente enamorada de Orlando que accedió a colaborar con él, haciendo
grafitos en todas las paredes de Venezuela, proclamando: NO DIGAS
GENIO DI BORGES. Pero algunos años más tarde ella se declaró
militante anti-borgeana furibunda porque descubrió en algunos relatos
cuchilleros del genial cuentista, trazas xenofóbicas contra los italianos y de
allí en adelante, siempre que tuvo oportunidad, con brocha gruesa y verde
intenso, sepultó aquel mensaje enigmático, no solo para los profanos sino
también para los entendidos por tratarse de la irrupción aluvional en toda
Venezuela de un escritor argentino y antiperonista. Honoria jamás pudo
perdonarle a Borges la expresión¨puro italianaje mirón¨ por considerarla
inexcusablemente despectiva. Sin embargo, la devoción de Orlando por
Borges fue inextinguible, creciente, hasta el mismo día de su propia
muerte.

Si…, es necesario agregar, la escisión provocada por el asunto de Borges


de todas maneras tendría, tarde o temprano, sus consecuencias. Orlando le
guardaba rencor a Honoria porque ella, en más de una ocasión, sin
fundamento para tal cosa, afirmaba que Borges era el inspirador de la
conspiración subterránea adelantada por los ciegos y develada,
magistralmente, por Ernesto Sábato.

-Compadre me estoy muriendo y no me duele porque ella me lleva en sus


brazos-
Fueron sus últimas palabras.
Orlando Peña se había desvanecido con Mariela desde aquel domingo del
café hasta esa madrugada que su compadre enredó sus pies con el pedazo
de existencia abandonado frente a su casa. Para Asunción de Jesús, las
cosas que oyó de los labios del Orlando fueron dictados por la agonía y lo
salvaje de la herida. Todo el bajo vientre, un pozo de sangre y sus partes
íntimas, desgarradas. El puro delirio del dolor y la tragedia: aquello de la
mujer que se le presentó como Mariela y la recurrencia astrológica,
lunática, vengo de Escorpio. Y otra vez la misma obsesión del
compadre Orlando, que cuando la bailaba él repetía lo de
Borges, ¡Vayan abriendo cancha, señores, que la llevo dormida! Y
después que ella oye esto, se le encima con fuerza y altiva, cálida le
confiesa, no me llamo Mariela ni vengo de Escorpio y él que la
interrumpe y como rogando le dice, ¡yo lo sé y quiero irme contigo para
siempre. Llévame. Quiero amarte con veneración porque yo sé quien
eres: tú eres la Lujanera!
EL UMBRAL
Marcos, elucubró: todos quieren erigirse en jueces de las mujeres
infieles para disponerlas a morir lapidadas. Para despellejarlas
como a serpientes exóticas. Realmente, lo que las infieles han hecho
es obedecer a un escondido deseo de sus propios maridos,
excitados en su rol de engañados. Es el atávico juego del timador y
el timado.

Hugo, próspero, alegre y exuberante, bailó con Victoria, su bella


esposa, madre de dos niños hiperkinéticos. La fiesta es en la casa
de ellos, precisamente, celebrando los cinco años del mayor de los
niños. Los que bailan en ese momento, chocan entre si, se desatan
en bromas y risas e intercambian sus parejas.

Hay varios adolescentes, hembras y varones, amigos de las


hermanas menores de Hugo, que todavía cursan el bachillerato.
Vivían el primer lustro de los 60: la voz de Paul Anka clamaba por
Diana y el poder de Elvis Presley contorsionaba hasta los pelos de
los impúberes.

Marcos, 17 años, estudiante inconsecuente pero bromista y fiestero,


dotado de dos infalibles cebos para atraer a las mujeres: buen
humor y nalgas abultadas, exudaba. Antes de los 20, menos mal, el
dinero no es tan importante.

¿Cuál es el pacto de Hugo con Victoria? Se pregunta Marcos. En


aquella fiesta, en tres oportunidades, Hugo conminó a Marcos a
bailar con Victoria y las tres veces, él accedió gustoso. Después
siguió bailándola, sin necesidad de que el marido de ésta se lo
recordara. Pero para entonces, sus cuerpos se reconocían en el
sigilo del temblor invisible de la carne. Algunas veces, perceptibles
en un instantáneo saboreo de Victoria a sus propios labios y en la
mengua del carácter exterior de Marcos porque todos sus arrebatos
se amontonaban desde la pelvis hacia abajo.

Ella, madura, jugosa y experta, condujo al muchacho a través de un


mundo paralelo a la otra realidad. Este también era real, pero sin
tareas desagradables. Sin las odiosas obligaciones de las
formalidades cotidianas. Siempre, durante el día, se encontraban
desnudos, impregnados sus genitales con mermeladas de fresa con
piña, mientras el resto del mundo cumplía con sus horarios de
rutina. Al final de la tarde, Hugo regresaba de sus oscuros negocios,
trayendo de regreso a los niños desde aquella sombría guardería,
mermeladas del supermercado y dinero en efectivo.

La gente piadosa y sencilla, sin poder explicarlo, instintivamente, se


persignaban cuando pasaban cerca de esta casa o musitaban
oraciones rápidas si chocaban sus vistas con los habitantes de El
Umbral, como era llamada, también, la morada de esta pareja y sus
hijos.

Acababa Marcos de abandonar El Umbral y había desandado algo


del camino de regreso a su propia casa, cuando, inesperadamente,
sus ojos se toparon con aquel cuadro. Se sorprendió porque en esa
pared, en ese mismo lugar, estaba el graffiti que él mismo había
hecho la noche del baile aquel, cuando ella se le reveló: ¨mí pasión
es la Victoria¨. Lo había escrito en medio de una borrachera
colectiva. Los trazos firmes con pintura negra, excepto la V que era
de un rojo escarlata. Ahora su espacio, en esta pared abandonada,
lo ocupaba ese otro adefesio.

Ese no es un graffiti. Es, más bien, un aviso publicitario, porque


además, el mensaje está reforzado con una imagen. Un muerto. Es
el dibujo en tercera dimensión de un hombre que yace muerto. El
muerto tiene sus pies calzados con zapatos enormes, cuyas suelas,
exageradas, captan la atención sobre el hombre tirado de espalda,
cara al cielo, donde no se distingue su rostro porque este se hace
irreconocible, allá donde es profundo el dibujo. Y sobre este muerto,
como una maldición, la advertencia bien escrita, como de imprenta:
NO CRUCES EL UMBRAL SIN CONOCER A CRISTO.

Marcos, impactado por aquello, permaneció varios minutos de pie,


como frente a un pizarrón, aprendiendo una lejana y misteriosa
lección. Si; voces arcanas invadieron su alma, acompañadas de
precursoras advertencias que abrieron dolorosos surcos en su
conciencia. Estaba aterrado. Debía verse con ella y hablarle ahora
mismo. Era un mandato impostergable. Impostergable,repetía su
cerebro.

Dio media vuelta, y a un paso que lo asfixiaba, casi corriendo,


dirigióse nuevamente a casa de Victoria. Ahora, a la puerta, sin que
le diera tiempo a llamar, se abrió sola, por una tenebrosa fuerza
autonómica y en el centro de esa sala, incandescente, Hugo lo
esperaba para conducirlo a la sala contigua donde se encontraba
Victoria.
Bella, imponente y desnuda, de pie, al lado de aquel enorme trono
dorado que él no recordaba haber visto antes, y sobre la hermosa
cabeza de ella, retozando, dos lustrosas serpientes de miradas
inteligentes, le dieron la bienvenida. Horrorizado, Marcos, con sus
ojos desbordados, buscó a Hugo, pero la cara de este era una masa
informe y repugnante y sus pies, ahora descalzos, eran
grotescamente enormes.

Por encima de su propio terror y frente a su propia muerte, Marcos


pudo oír, por última vez, la voz victoriosa de Victoria: No temas:
cruzaremos abrazados el umbral.

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