C O L E C C IO N Y A N T A R E S
GEOGRAFIA
GASTRONOMICA
VEN EZO LAN A
RAMON DAVID LEO N
Geografía
Gastronómica
Venezolana
RAM ON DAVID LEO N
GEOGRAFIA
GASTRONOMICA
VEN EZO LAN A
L IN E A ED ITO R ES
CARACAS
Línea Editores
1* Avda. Altam ira Sur N° 2-33
T e lf: 31.51.67
Caracas - Venezuela
Artes Finales: Nunzio Cedrola
Revisión y C orrección: Jo sé Ram ón Cova España
Fotografía: Vasco Szinetar
C O P Y R IG H T o 1984
Línea Editores C.A .
Caracas-V enezuela
D epósito Legal lf 84-3559
JUSTIFICACION LIMINAR
JO SE RA FA ELLO VERA
Ramón David León, con el gesto cordial de todos ¡os
tiempos, ha puesto ante mis ojos unas cuartillas, las cuartillas
que van aform ar un libro, en /agrave invitación deque le escriba
un prólogo. Ante todo, veo en este gesto la manera caballerosa de
asociar el nombre de un amigo a su obra, caudalosa y varia, que
tan merecido prestigio literario le tiene ganado en Venezuela.
Porque tanto Ramón David León como el que estas líneas
escribe pertenecen a un tipo de hombres y a una época para los
cuales la amistad contaba mucho, hasta cuando se reflejaba en
actividades en donde tanto significa la pasión, como la política o
la literatura. Sin olvidar que en esta última suele ser aguda la
intransigencia, lo que vuelve significativo, pongamos de ejem
plo, el caso de varones como don Ju an Valera y don Marcelino
M enéndez y Pelayo, tan hondamente distanciados en las ideas y
unidos siempre en la nobleza de su amistad cabal.
Unos cuantos años hace que me he mantenido sin más
función literaria que la lectura, que el trato constante con libros
viejos y nuevos. Lo de escribir quedaba reducido a las cuartillas
del oficio, cuando así lo reclamaba el deber de ¡as Redacciones. Y
por ello me resulta muy posible que a esta demanda de prólogo
otros prefieran distinta explicación y encuentren en el tema de los
escritos la razón de que este cumanés categórico, con el buen
humor ligeramente híspido que es prenda de su carácter, me haya
escogido para combinar la entrada en su apetitoso restaurante.
Sea cual fu ere la razón, la obligación para m í es la misma, y es
inexcusable.
“La Esfera ”, desde hace ya muchos aguaceros, es periódico
de un acentuado tono polémico. A ú n en los momentos en los que
iba a remediar una notoria injusticia, de tantas como a diario
fustigan contra los buenos y aún contra los malos, lo hacía
engallándose hacia el lado donde veía o adivinaba lasformacio
nes contrarias. También es cierto que hay que reconocerle a “La
Esfera” una valiente y desinteresada preocupación nacionalista,
expresada en forma que puede o no gustarnos, que enlace con
preferencias en el pasado o en el presente, pero a la cual se ha sido
fiel, sin vacilaciones, al través de toda una existencia. En fin , que
ciertos temas, p or periodísticos que fueran, no podían aparecer
sino como insólitos en las columnas del diario caraqueño.
A primera vista, parecería una broma que hombre como
Ramón David León, con larga fam a de adusto y de nada
gustador de sociabilidades, se lanzara a esta vasta empresa
culinaria, que es empresa regocijada y de abierta convivencia.
Aduchos de los lectores que en Caracas y en todas, las provincias
venezolanas le siguen con la mirada y el pulso tensos, que no se
les aflojan sino después de dejar en la oficina telegráfica uno de
esos despachos ardidos, que luego aparecen en la primera página
de "La Esfera”, se quedarán desconcertados cuando se impongan
de que las recetas de cocina que tanto les deleitaron en las
columnas del periódico favorito, eran del propio impetuoso D i
rector. Pero, a poco que se ande, todo camino tiene su razón de
ser, y no será muy difícil atinar con explicaciones en el caso con el
que nos enfrentamos.
Es bueno no olvidarnos de que entre nosotros, como en
tantos países, existe una donosa tradición de escritores severos, o
de brava condición, que se han distanciado de su acción y de su
gesto diarios, para tributar en el ara de los hogares, de ayer y de
hoy, que no es otro que la cocina. E n este episodio de Ramón
David León campea la circunstancia de que se trata no sólo de
culinaria venezolana, sino de algo planeado y que, a mi sentir,
encaja dentro del nacionalismo cerrado, de aquella pasión na
cionalista a la que ya me referí, que es nota indeclinable en la
vida y en la obra del acucioso y amable marmitón a quien hoy
acompañamos.
Sería extenso intentar el recuento de siquiera algunos de
esos escritores nuestros que rindieron culto a la mesa y ala cocina.
D e muchos de ellos, entre otros el mismo Ju a n Vicente G o n zá
lez, se habla en términos grotescos y se cuentan anécdotas que le
sacarían los colores a cualquier fino degustador. Pero ya hemos
nombrado uno de mucha cuenta, y de los tiempos modernos yo
tendría que recordar a Luis Correa, el depurado escritor e infa
tigable investigador en los hechos de nuestra historia y en la
gloria de los guisos universales. También hay que mencionar al.
pulcro y magistral don Tulio Febres Cordero que, en su Mérida
señorial, editó un pequeño tratado de cocina criolla, condesa
honda finalidad educadora que se le descubre en la multiplicidad
de sus faenas. E se librito de don Tulio fu e reeditado hace dos o
tres lustros, por un sosegado cenáculo de almorzadores que vivió
unos cuantos meses en esta olvidadiza Caracas.
Con todas las razones expuestas, la vida tiene también las
suyas que siempre ocurren a la hora de toda cita. Y es ¡O cierto que
esa presencia de la vida se suele manifestar en forma de sensato
humor, para recordar a los hombres que no todo ha de ser
trascendentalismo, lógica implacable y andares a greñas en el
campo de las realidades o en el acotado palenque de las ideas. Y
así vaya de paso, a crear y a equilibrar con su luz de buena
sonrisa, el hecho de que, cuando por indiscreciones de Redacción,
apenas aparecidas las primeras recetas culinarias, se supo, en
algunos grupos, que el autor era Ramón David León, no faltó
quien se empeñara en descubrir enigmáticas referencias políticas
en las reconfortantes confecciones venezolanas que se les ofrecían
a hombres de todas las doctrinas y de todas las ideologías, para
atemperar sus ánimos y para sentir más en lo hondo la “ llamada
del suelo”, que los nutre y que los vio nacer.
El intelectual no se relaciona con la cocina por genialidad o
capricho, o por algo parecido a lo que llaman "hobby” los
infelices que reciben el tiempo como una ración de desamparo. Se
trata de una relación mucho más profunda y natural. La historia
toda se ha escrito entre hervor de ollas prometedoras y de olores
deleitosos. Más que los ruidos caseros o que las líneas bizarras o
humildes en la distancia, es el humo entrañable el que anuncia.a
los hombres en fatiga la reconquista de los hogares. Y ¡a historia
de Venezuela no escapa al sagrado dictamen.
Alguien que ve más allá de las fechas y de los enredos,
cuentos y chismes de los historiadores, me preguntaba un día por
la pieza culinaria que, en el ámbito de ¡a política criolla,
apareciera asimilable al grupo que han denominado godo. No
faltó quien apuntara que el godo mismo, como si hubiera godo
comestible, que es, justamente, en lo que no se diferencia del
liberal. Sin embargo, todo me está diciendo que así como la
gallina ha ¡legado a ser el símbolo del amarillo tiene también que
existir la pieza gorda que fuera un poco el emblema de la
godarria, pues en ningún caso podía bastar aquel dicho bien
conocido de que "elgodo mama, pero no se le ve la espuma", o
caso del becerro ilusionista, que equivaldría a explicar que se
forra bien a su gusto, pero encubriendo o disimulando lo sabroso
y lo cuantioso de los guisos.
Y detrás va la modesta realidad remachando el clavo,
porque lo que sí nadie puede discutir es que en las arenas bien
alinderadas de nuestras luchas políticas la cocina se volvía la
salvaguardia de los hogares. Sabemos que entre los campeones,
de uno y de otro bando, eran muy contados los que disponían de
fuentes de abastecimiento suficientes para las horas adversas, y
entonces era la confección de comidas el recurso de gran número
de familias. Había quienes apelaban a la venta en grande de
viandas espléndidas, hasta las que hacían posada en el múltiple
mundo de las granjerias, de los refrescos, de los postres y las
meriendas. N o faltó quien, en tales menesteres, ganara merecida
fama, y aún se dio el caso de alguien que se apañó con el negocio y
llegó a comprar casas y asegurar rentas, administrándose con
juicio y con acomodo a los graves dictados de Mercurio. Azafates
hubo en Caracas y en otros pueblos, que volaron por el cielo de
las contiendas con las mismas "alas talares del Dios tutelar".
En el fondo, como que se le atribuye una remota preocupa
ción alimenticia a las más graves actitudes y actividades de cada
venezolano. E n las frases de filosofía populachera abunda la
referencia, y es casi norma fundamental en el pensativo decir de
los campos. A m í no me parece que se trata de una manifestación
de lo que pudiera llamarse, y han llamado, materialismo ele
mental. Por el contrario, por allí más bien anda una aguda y
disimulada nota intelectualista, afincada en elfirm e terrón de los
días. S e diría que asoma su cresta el apetito, tras el enfurruña-
miento poético o la incandescencia ideológica o moral. E l exceso
proviene de las exageradas abstinencias y de ahí que, llegado el
buen tiempo, se mude de posición con tan equilibrada naturali
dad. Pasar de ácrata a burgués, que no encuentra mundo sufi
ciente para vivir a su gusto y razón, es cosa que en la República
de Venezuela se confunde con el hecho de respirar o de cambiar
las piernas en la cruzada, durante las tallas de sobremesa, sobre
temas interesados o desinteresados. Siempre interesantes.
Para hacer el tonto no fu e para lo que Francisco Pimentel
me contó en sus días magníficos la historia de aquel zorro
predicador al que, después de grandes mitines y cuando el oleaje
delfervor comenzaba a estremecer toda la tierra, hizo llevara su
presencia "un león que reinaba en el desierto, muy piadoso por
cierto". Lo que allí ocurre es todo un tratado de sociología y se
mueve con un compás venezolano que va desde lo telúrico hasta
los jeroglíficos abstractos de la Ciudad Universitaria. E l episo
dio concluye sobriamente:
11
Aducho podría yo contar de Ramón David León en el
tiempo que va corrido desde que nos conocimos hasta la hora
presente, en la que se nos aparece con el mesurado delantal y,
ladeada burlonamentc, la mitra risueña con la que se decora el
comando de las cocinas. La verdad es que nuestro autor siempre
puso de manifiesto 51« aficiones a la buena mesa y, en forma
consecuente, con■los platos tradicionales del gusto criollo, espe-
ciahnente\ aquellos que habían pasado, como un secreto invalo
rable, degefeemción en generación, por los hogares del Oriente
venezolano.'■ ' ;
Con ese aferramiento un tanto infantil, del que nadie se
libera, el cumanés del cuento cumplía el ritual de las cocinas
vernáculas. Sostenía y anteponía a toda excelencia la de la
comida de 5hí tierras y llegaba hasta negar capacidad para
manejarse, y para opinar, a los hohibres de otras regiones,
cuando se trataba del delicado renglón de los pescados o de los
gofios. Este pleito de la excelencia, así se trate de comistrajos, es
cosa <]ue va de región a región, de país a país, de pueblo a pueblo.
A llí aparecen la caraota contra la alverja, el cazabe contra ¡a
arepa, el salón contra la cecina, el papelón contra la panela, el
hicaco contra la lechaza, y la hatlacafamiliar, como un caballero
andante, desafiando las hallaras de cada casa venezolana. En lo
único en lo que he visto yo de acuerdo a toda la gente de este país
es en aquello de que "el mejor café se toma en el Llano". Lo que
no pasa de ser un embuste. Fruto éste que se da en toda Vene
zuela. Hasta en el Llano.
P E D R O S O T IL L O .
/
Andrés M ata en una de las para nosotros más gratam en te
recordadas etapas de “ El U n iv ersal” , se ha hecho carg o
del p ró lo go . Es, pues, el generoso padrino del v olu m en .
H e de hacer con star que entre el prologuista y el au tor
mediaban ya antiguos co m p a d ra z g o s... co m o lo expuse
an teriorm en te en propicia oportunidad. A p rov ech o la
presente para form u lar otra declaración. Se trata de las
am istades periodísticas que allegue desde mil novecientos
veintidós a esta distante fecha, después que m e aleje de mi
C um aná natal. En esc altar del espíritu donde oficia mi
constancia afectiva, si bien no tienen sitio B eatos de m a
nufactura com unista ni arcángeles con alas de papel im
preso, M arco -A u relio R odríguez aparece encarnando al
T en tad o r, y Pedro Sotillo es Santo laico de toda mi
fraternal d e v o ció n ... A m b os son del Llano, guariqueños
ciento por ciento, lo que vale decir, que son dos veces
llan eros... Si traigo a cita aquí el n o m b re del prim ero es
porque a él dedico afectuosam ente estas páginas, de las
que fue en “ La Esfera” testigo de “ visu ” y cóm plice de
facto, con el invariable cariño que te profeso y que me
com place ratificarle una vez más.
R A M O N D A V ID L E O N .
t
J _ j ] “ chipichipi” es un m olu sco chiquitín que prolifera de
m o d o a s o m b ro so en las playas de C u m a n á , Península de
A raya, M argarita y C a rú p an o , y en otras zonas del pro
longado litoral venezolano. V iv e enterrado en la arena
durante todo el año, pero en los meses de enero a abril es
más abundante y está más “ g o r d o ” , c o m o dicen las gen
tes de la ribera. H ay que ver lo que, c o m o plato, significa
una sopa de “ ch ip ich ip i” con arroz, acom pañada de buen
aceite de oliva y de un ch o rrito de lim ó n . T ie n e in m en so
poder recon fortante y propiedades tónicas insuperables.
E l caldo puro, el “ c o n s o m é ” , sin más nada que sal y los
dos ingredientes ya citados, es algo que, en calidad de
estim ulador físico, y m ental, queda m u c h o más allá de
todos los elíxires tau m atú rg ico s que puedan re c o m e n
darse. D esde la etapa colonial alcanzó una fam a que n o ha
decaído. Su popularidad es cada vez m ás sólida.
T a n t o para co n fe ccio n ar la sopa o él caldo, o para
prepararlo en “ cu aja d o ” , se requiere una cantidad consi
derable de “ ch ip ich ip i” , p o rq u e la p o rció n co m estib le
que guardan las valvas es ínfim a. E! excitante o lo r que
despide está a la par de su delicioso s a b o r . T o r n a r un plato
de sopa o una tasa de caldo de “ chipichipi es vitam in arse
totalm ente el o rg a n ism o . H uele y sabe a mar, a sol, a
y o d o , a brisa cargada de em anaciones oceánicas, a algas y .
a ju n c o s saturados de salitre, a peces y a m ariscos, a
cuanto nace, bulle y crece en el infinito ab ism o t o r m e n
toso. Entre las num erosas preparaciones culinarias de|
O rie n te de la R epública que tienen p o r base p r o d u c t o s .
marinos, en prim er p uesto están el caldo o la sopa de
“ ch ipich ip i” . ‘
En todas las regiones n o m b ra d a s se le a tribu yen a la'
minúscula concha determ inadas cualidades preciosas.
P e ro el “ ch ipich ip i” no necesita de p ro p a g a n d a s, ni de
incitaciones, para que se le co n su m a. V a le y se i m p o n e
por sí m ism o . E xp licaba m aliciosam ente un sabio m é d ic o
cum anés que en cuestiones de co m id a s o bebidas co n una
sim ple frase se le hacía cam biar de p ro p ó s ito a los más
renuentes a saborearlas. C o n decir so lam ente eso es
m a g n ífic o para el cu tis” , no quedaba m ujer qu e n o g u s
tara la especie; y con afirmar que es “ em in e n te m e n te
afrodisíaco” , n o había varones que n o la c o n su m ie r a n ...
C o n el “ ch ipich ip i” h uelga esa trácala...
E n V en e zu e la se. co n o c e co n el n o m b r e de “ lapa” al
I
m a m ífe ro -r o e d o r que en la m a y o r ía de los países am eri
canos se llama “ a g u tí” o “ p aca” . Se le encuentra en todas
las p orciones del territorio nacional. La serranía, las e x
tensiones vegueras y las zonas costeñas son parajes habi
tados por las “ lapas” , siem pre que hallen m o n te tupido y
agua corriente. N o m o ran en los terrenos áridos, ni en los
pedregales sedientos, ni en los lugares planos carentes de
ve g e ta ció n . V i v e n tanto en la tierra c o m o entre las q u e
bradas y riachuelos, en los ríos pequeños c o m o en los
p o zo s y manantiales. E n la p rim era habitan en cuevas, en
los otros se su m erg en durante horas, hasta agotar la pa
ciencia de los más tenaces cazadores y de los perros más
ob cecados. Las cavernas que perfora la tosud ez del “ ca
c h i c a m o ” quienes las a pro vech an son las “ lapas” . D e ahí
el célebre refrán ve n e zo la n o .
Se co n sigu en “ lapas” que pesan hasta o c h o kilos,
grandes y gordas, rebosantes de grasa. La sañuda perse
cución de que son ob jeto ha ido d ism in u y e n d o la especie,
de tal manera que existen h o y sitios d o n d e casi ha desa
parecido. La carne es de ton o blanquirosado, suave y fina,
com pacta y de sabor e xquisito . T ie n e cierto parecido a la
del m arrano tierno. La “ la p a ” es el plato de más i m p o r
tancia en la cocina rural dom éstica. La preparan en san
c o ch o , con el co nsabido atrcjo de leg u m bres criollas, y
tam bién la asan o la guisan. Salada, puesta a la parrilla, es
algo que vale ciertam ente la pena conocer. L os cazadores
y las gentes que transitan los m ontes la prefieren fresca,
asada sobre brasas, cautam ente untada de sal y ajo, y
restregada con lim ó n y hojas de orégano.
E n la ciudad g o za de justificada fam a. P o r esas id io
sincrasias vernáculas lo g ra algún c o n s u m o en la Sem ana
Santa. El catolicism o n a tiv o, según parece, si no del to d o ,
la clasifica entre los congéneres anfibios del “ ch ig ü ir e ” y
emparentada con el “ m o r r o c o y ” , esto por pasar parte de
su vida en el agua. Esa tradicional co stu m b re venezolana
viene a ser un desquite de los sufridos “ c a ch ica m o s” .
C o m o lo establece el v ie jo refrán ya aludido, “ cach icam o
trabaja para lapa” , caso que es inm ancable en política.
P e ro en los días de abstención de carnes las “ lapas” pagan
a veces trágicam ente con to d o el cuerpo, p orq u e corren
entonces la m ism a suerte de los que se com parten entre
dos ca m p o s...
E n B a rc e lo n a , C u m a n á , M aturín y en algunas locali
dades de la isla de M argarita, las “ m ig a s” fueron el plato
que engendró la em ergen cia en los duros tiem pos de la
G u erra a M u erte . N a c ió en días de perm anente angustia
hogareña y desatada violencia colectiva, cuando las ciu
dades coloniales tenían más casas deshabitadas que gentes
p o r sus calles, y los cam pos vecinos estaban en inm ensa
m ayo ría sin cultivar. Las “ m ig a s ” co n stitu y eron un re
curso culinario fo rzo sam en te derivado de aquella caótica
situación e co n ó m ic o -so c ia l engendrada por la sangreinta
hacha. La p o b lació n que podía llamarse acom odada pa
saba los m is m o s sinsabores m onetarios que la p o blació n
pobre: todos eran miserables de solemnidad.
C u a n d o en el vecindario conseguían una auyam a, un
p edazo de ñ a m e, una “ m a n o ” de plátanos, un saco de
o c u m o s o un “ p alo ” de yuca se ju n ta b a n los aportes de
cada quien para una sola olla c o m ú n en una única com ida
diaria. A aquella iban a dar la lonja de carne lograda por
obra milagrosa; la gallina habida por artes de m agia; o el
pescado generosam ente ob te n id o de los indios pescado
res de la ribera. En resum en , las “ m ig a s ” , en su prim era
fase, eran ni más ni m eno s que un co p io s o sa n co ch o en el
cual entraban indistintamente los diversos ingredientes
citados, lo m ism o qu e recortes de arepas y partículas de
casabe, es decir, todo gé n e ro qu e fuese com estib le. A s í
viv ie r o n entonces las localidades orientales de V en ezuela.
La sangrienta revo lu ció n de Independencia fue para el
pueblo ve n e zola n o una interm inable lección de sobrie
dad, de sufrim ientos, de abnegación y <je sacrificios. E sto
es: fue una inmensa lección de h ero ísm o militar y de
h e ro ísm o civil.
Se confeccionaba así un solo plato fuerte integrado
de cuanto se encontraba digerible. C u a n d o restaba algo
en el fon d o de la cazuela se guardaba cu idado sam ente para
el siguiente día. A esas sobras pulcras se le sum aban los
ingredientes n u ev os qu e pudieran encontrarse después. Y
entonces se guisaba to d o ju n t o , lo anterior y lo reciente,
con z u m o de co co , con manteca o aceite, con leche o
cualquier otra grasa que para el efecto se consiguiera. Para
darle m e jor g u sto se le ponía ají, c u y o p ico r disim ula los
más dram áticos sabores. Estas eran las “ m ig a s ” . En la
actualidad, con las naturales m odificacion es, todavía h a y
en la región oriental casas de familias do n de se preparan
unas “ m ig a s” verdaderam ente exquisitas.
EL GUARAPO DE PINA
l
ty '
m ente los p elos que p o r lo regu lar les dejan en el M ata
d ero, y p o n ien d o en tu siasm o y en ergía se Ies-frota con
lim ó n , hasta q u e los m en cio n ad os im p le m e n to s queden
deslum brantes de blancura. L u e g o se seccionan en peda
zos de tam añ o m ás o m en os igu al. D esp u és se p on en a
h e rv ir, en escasa cantidad de agu a, ju n to con su p u n to de
sal, o ré g a n o y c o m in o , deján d olo s co cer a fu e g o len to. A l
term in ar la co cció n se les añaden dos cebollas gran des
blancas rebanadas p o r la m itad , un talludo p im en tón
verd e h en d id o de la rg o a la rg o , unos ram ito s de perejil y
cu atro o seis “ ajíes” dulces, tam bién co rtad os vertical
m ente.
U n a v e z qu e esté to d o bien blan do y perfectam en te
c o cid o se retira del fo g ó n y se co lo ca en una fuente,
d ejánd ole alg o del cald o en qu e h irv ió . E n ton ces se le
a gregan , cru d os, a lg u n o s m en u d os frag m e n to s de “ ajíes”
b ra vo s, o una p olvarad a de pim ien ta, y una ceb olla, de la
m ism a clase de las ya usadas, picada en ruedas. Se baña la
m ezcla con vin a g re fin o, y se le sum a m ó d ica p o rció n de
aceite de o liv a s. E ste plato es m enester co m e rlo frío .
C o m o “ p asap alo” resulta estu p en d o, y m ientras m ás días
lleve d e preparado es tod avía m e jo r, p o rq u e así la satura- ,
ción es co m p le ta . L e hace h o n o r a la in m ig ra ció n , y,
c o m o p ro d u cto de ella, con el la rg o tie m p o qu e cuenta en
el país, resulta m ás v e n e z o la n o que los crio llo s de la m ás
rem ota gen ealo g ía peninsular.
E l m aíz, esa gram ín ea tan p ró d iga en b en eficios para el
p u e b lo v e n e zo la n o , p rin cip alm en te para la p o b lació n
cam pesina, nunca será bastante loado. E n efecto , n o só lo
seco, p ro d u ce la arepa; no solam ente, tierno, da el b o llo y
la cachapa; sino que sum inistra, tam bién en esa últim a
fo rm a la “ m azam orra.” , que vien e a ser la “ cach apa”
líq u id a ... C o m o alim en to p o d ero so , c o m o factor alta
m ente n u tricio, la “ m a za m o rra ” goza de general n o m
bradla en el país. P o r eso se considera d ich oso y h o m b re
de posibilid ades dom ésticas el p ro p ietario de “ c o n u c o ”
d o n d e h aya abundantes m azorcas “jo jo ta s ” cuajadas dé
g ran os. E n él está su despensa. E l m aíz le asegura el
p ro p io m an ten im ien to y el de su fam ilia. M ed ian te el
m aizal rebosante de m ad u rez D io s le patentiza su ayuda:
el h am bre n o tocará a las puertas de su rancho.
E l m aíz está cercad o de en e m ig o s. D estru cto ras
bandas de p erico s vu elan sobre los m aizales que se acues-
.1
tan en las vegas o que se cuelgan de las laderas de los
, cerro s. M o n os rapaces asaltan las m azorcas en la m o n
taña. R oedores infatigables que m oran en la cam piña lo
atacan desgranado en las trojes. Y acaso más dañino para
el pobre labriego que todos los m encionados, el inter
m ed ian o , que allá tierra adentro le co m p ra la cosecha a
cam bio de unos p ocos bolívares para venderla luego en la
d ud ad por algunos centenares. Sin em b arg o , pese a esos
tropiezos, el sufrido peón cam p ero se considera ventu
roso porque es dueño de un sem brado de m aíz. C o n
arepas, cachapas y “ m azam orra* no hay en Venezuela
quien fallezca de h am bre. Pese a los p ericos, a los m on os y
a los in term ed iario s...
P ara con feccionar la “ m azam o rra” se m anipula el
maíz tierno lo m ism o que para hacer cach ap as,'só lo que
no se deja solidificar el zu m o del g ran o. La m azam o rra ,
en el m edio rural criollo, es la dieta del enferm o; el plato
único de los ancianos; el alim ento de los chiquitines; el
reconstituyente de la recién parida. Preparada con leche es
aún más nutritiva. E s sana y sencilla, generosa e ingenua,
co m o el cam p o v e n ezo lan o ... C aliente, espesa, endulzada
sin em p alagar, es algo verdaderam ente m em orab le. Es
una de las providenciales transm utaciones del m aíz, pan y
salvación del p o b re ...
*
LA PALOMETA FRITA
<
CALABOCEÑA
ch iv o ” ...
MAJARETE, TEQ UICH E & CIA.
•4
\
A distantes trech os, en Jas extensas y accidentadas cu r
vas que trazan Jos G olfos de Santa Fe y de C ariaco , al igual
que en la ribera m argariteña, existe una n u m erosa pobla
ción dispersa. Son gentes que viven en recónditas ense
nadas, en apartadas caletas y en desconocidos recodos que
m uerden la costa. E n ellos levantan sus ranchos de greda
rojiza fuera de las acom etidas de las grandes m areas. E l
agua potable la obtienen de los “jag ü ey es” donde recogen
las lluvias. L os escasos palos secos que requieren para
cocin ar se los procura la vecina serranía. El sustento lo
sacan del m ar. Son entusiastam ente ictiófagos. Si se pres
ta el paraje siem bran unos pocos puñados de m aíz, algu
nas estacas de yuca, y auyam as y patillas. E n tre sem anas
reciben la visita de pequeños botes pesqueros que llegan
de arribada para proveerse dé leña, rem endar redes o
“ escalar” pescado. T am b ién , de vez en cuand o, llegan
em barcacion es co n trab an d istas...
T o d o s esos felices co m p atrio tas son pescadores por
estirpe y afición. N ada saben de cosas de la tierra, ni se
p reocupan por ellas. C o n stitu y en parte integrante de los
p rod u ctos del o céan o , con el cual viven en com u n ión
p erm anen te e íntim a. Son a m anera de seres anfibios que
pasan m u ch o de su tiem p o en el infinito piélago y cortas
h oras afuera. La sal ’finge en sus desnudos cuerpos esca
mas blanquecinas. Son fuertes y ágiles: m iem bros reto s
tad o s p o r el sol y tendones tem plados por los v ien to s.'
H acen una sola com ida diaria, hacia la tarde. E n la m a
ñana, en la penum bra preñada de fulgores del am an ecer,
tom an un so rb o de café negro aguarapado, bien caliente,
acom p añ ad o de un pedazo de casabe y un trtízo de pes
cado seco asado en brasas. L u eg o se van a la pesca en sus
m inúsculas canoas, rem o ta herencia que co n n u m erosos
rem iendos se transm ite de padres a hijos. N o pescan
diariam ente sino lo preciso. Sin proponérselo han m od i
ficado el sublim e poem a de “ El Padre N u e s tro ” . N o
im petran del A ltísim o “ el pan de cada día” , sino que por
co n d u cto del m ar le piden el pescado que a diario necesi
tan para alim entarse.
Sus útiles de cocina son un gran caldero de h ierro y
algunas ollas y botijas de barro co cid o . La vajilla son
to tu m as que fungen de platos, tazas y cucharas. En cien
den el fogón cuando regresan del m ar, al m ediodía. E n
tonces ponen a hervir ju n to s los diferentes peces que
consiguieron , los diversos m ariscos que lo g raro n atrap ar,
y los variados m oluscos que extrajero n de las piedras o
que apresaron en la arena. T o d o eso lo dejan co ce r d u -
rante un par de horas. Después de bajado el recipiente del
-fuego lo colocan en sitio adecuado y en cuclillas lo cir
cundan, arm ad o cada quién de su to tu m a, que llenan de
caldo y presas repetidam ente. C o m o plato acaso no sea
digno de subir a ninguna m esa. P ero co m o alim ento no
tiene par. Y lo único positivo es que en esa m escolanza
culinaria playera se ha dado cita todo el abecedario de
vitam inas que h o y , según parece, a través de las boticas,
p ro vee de v ig o r al m u n d o ...” .
L a gente de la etapa colonial, hidalga, co n serv ad o ra,
mesurada y solem ne, dada siem pre a discutir p reem inen
cias de rango y prestigios de salón, tradicionalista y o r -
gullosa, acostum braba co m e r opulentam ente. C aballeros
y dam as se alim entaban con platos de p ro . L o s grandes
señores de la C olonia eran g astró n o m o s de n o ta, e xcep to
que fuese dispécticos de n acim ien to. A ellos d ebem os las
confecciones culinarias de fuste que nos prop orcion an
todavía tantos am ables m o m en to s en la m esa en tre ch ar
las cordiales y tragos co n fo rtad o res. L o s antepasados eran
fervorosam ente adictos a los platos sazonados, a los sa
b rosos vinos y a los gustosos postres. E n tre éstos aparece
el “ bienm esabe” , que hacía las delicias de aquella lejana y
am pulosa aristocracia criolla. A todos esos personajes les
placía co m er, y sabían hacerlo.
E n los am plios co m ed o res de las m ansiones señoria
les de la época, tan rem o ta y reg od ead a, cuando se cele
braba alguna com ida de etiqueta si el p rim er plato que
com p arecía en la m esa no era el sancocho de gallina: eran
el corb ullón o la olleta. Después venían otras com b in a
ciones de cocina no m enos suculentas. Se llegaba luego aj ■;
profundo tazón de cacao , y para m arcar el pun to final
hacía aparición ineludible el “ bienm esabe” . E s confec* ,
ción culinaria ab so lu tam en te m an tu an a. Si para ell^
ap ortaron ios C onquistadores la leche y los huevos p o r
co n d u cto de las vacas y de las gallinas que se trajeron de la
Península, los indígenas p ro p orcio n aron el papelón y el
co c o , que entran igualm ente en la preparación. C o m o
num erosas cosas venezolanas el “ bienm esabe” , aunque
aristocrático, es m estizo, y por eso, precisam ente, es tan .
criollo.
Para prepararlo se pone al fuego la porción de agua
que se n e ce site , según el n ú m e ro de p a rticip a n te s,
acom pañada de la cantidad de azúcar que fuere m enester.
A n tañ o era papelón rallado. C uando la co cció n está a
p u n to, o con to n o de jarab e, se le ju n ta ju g o de co co
previam ente m ezclado con am arillas de h u ev o. H ech o
ésto se bate todo enérgica y b revem en te en la m ism a
cazuela donde se efectuó la coch u ra. Después se deja en
friar y se traslada a una adecuada fuente, o bandeja, q a
una sopera, añadiéndole, para adornarla, densa capa dé
clara de huevos batida hasta el grado de “ suspiro” . A l
gunos le adscriben pequeños pedazos de bizcochueló.
Indudablem ente es plato de alcurnia. L o s aristócratas c o
loniales, cu yos flam antes títulos nobiliarios eran tanto
adquiridos del R ey con sonantes “ peluconas” p ro ced en - .
tes del co n trab an d o co m o con fanegas de cacao rem itidas ,
a E sp a ñ a , sabían p e rfecta m en te el'p lacer que se conse
guían cuando entraban a saborear un c o lm a d o plato de
“ b ie n m e sa b e ” .
E l “ ch u p e” , popu larísim o en B o liv ia , Perú, C h ile y
E cu ad o r, tra m o n tó hace cinco cuartos de siglo largos la
C ord illera para caer en Venezuela. L leg ó c o n los soldados
venezolanos que hicieron la cam paña libertadora del Sur.
T o d o s venían con una en o rm e carga de laureles a cuestas,
m uchas heridas españolas en el cuerpo y sin un solo
cen tavo en los bolsillos de los desgarrados u niform es.
E llos trajeron la receta del fa m o so plato. L o habían gus
tado allá entre triunfo y triunfo cada vez que les soplaba
una racha de m onedas propicia. P o rq u e opu lentos en
gloria lo estuvieron siem pre, pero escasos de dinero se lo
pasaron co n stan tem en te. L o sabroso de la co n fecc ió n
culinaria sureña no les hizo olvidar ninguna de las sustan
ciosas que co n o c ie ro n de niños y gustaron adultos. Para el
G eneral Lara, p o r e je m p lo , el “ m u t e ” era superior al
“ c h u p e ” . A l g u n o s c u m a n e s e s que a c o m p a ñ a r o n al
h o m b r e que v en ció en A y a c u c h o aseguraban que no
podía parangonarse al “ c o r b u lló n ” . C ierto s corianos le
sobrep on ían el “ saló n ” de ch iv o guisado con frijo le s ...
P ro b a b le m e n te esas opiniones se debían, m ás que
to d o, a resqu em ores regionalistas, a odiosidades políticas
y a devociones de tipo personal. Los co m p a trio ta s regre
sados del Sur no podían olvidar las ingratitudes co sech a
das. V en ían trinando contra las mezquindades locales que
hubieron de sufrir; los odios partidistas que los acosaron;
y las calumnias de que fu eron víctim as el Libertad or, que
m u rió lleno de am argura y desesperanza, y S ucre, a quien
tan co ba rd em en te asesinaron. D esencantados y bravios,
los héroes venezolanos a su vuelta a la tierra nativa pen
saron filosóficam ente que la gloria es cara, y que cuando
no cuesta la vida, ya que los laureles n o pueden co m p rarse
con o ro , hay que pagarla co n riesgo, con a rro jo y co n
sufrim ientos.
D e que el “ ch u p e” es un m agn ífico plato n o ha de
haber dudas, particularm ente después de haberlo sab o
reado. Es co n o c id o en todo el país. Se le prepara con
gallina, la cual se deshuesa luego de haberla hervido en la
necesaria p o rc ió n de agua. Se vuelve al caldo la carne
deshebrada, y se le ju n ta n cebolla y to m a te en pequeños
frag m en to s, y unos dientes de ajo y m aíz tierno desgra
nado. L u eg o se le in co rp o ran huevos duros cortados en
rodajas, pedacitos de queso y papas m in úscu lam ente sec
cionadas. M o m e n t o s antes de ser bajada la olla del fu eg o
se le anexa la cantidad de leche que se ju z g u e con ven iente.
En el Sur, sobre todo en C h ile, le ponen ají en abundan
cia. Los venezolanos de h o y heredam os la receta del
“ ch u p e” de los g lo rio so s antepasados. Ellos m u rieron
con ven cidos de que la habían pagado dem asiado cara...
.^ ^ .u ch a s de las ejecu ciones culinarias region ales son
co n ocid as en toda la R ep ú b lica. A veces las diferencia tan
só lo el tecn icism o co n qu e han sido hechas, y precisa
m en te, ese es el detalle p rim o rd ia l qu e les da sup erioridad
lo ca l. Es una especie de “ quid d iv in u m ” que n o todas las
cocineras poseen. P o r eso h a y unas m ás expertas que
otras, aunque se trate del, m ism o p lato. In du dablem en te
que la b o n d a d de la m ateria p rim a que se u tilice, su
d o sifica ció n y el tie m p o que se gaste en la coch ura sig n i
fican m u ch o . P ero la técnica, la “ g ra cia ” p ersonal de que
d isp o n ga la artista fo g o n era , tienen en o rm e trascenden
cia. N o se hable del uso de la sal y de la ap licació n de la
m anteca, o del aceite, que co n stitu yen cánones fu n d a
m entales de la cocina. La buena cocinera criolla se dis
tin gu e en que nada le falta ni nada le sobra en lo s platos
qu e co n d im en ta. A m u y pocas se les enseñó el o ficio . C a si
todas so n autodidactas: saben p o rq u e sí, y p o r eso “ sabe”
tan b ien cu an to preparan.
L o s “ b o llito s p elo n es” son p lato corriente en todas
las localidades del país. G o z a n de entusiasta acogid a, y
rara es la casa ven ezo lan a, rica o h u m ild e, d o n d e n o se le
p repare entre días. P ero los de San Felipe, p o r ejem p lo ;
m erecen nota aparte. En los restaurantes crio llo s logran
los “ b o llito s p elo n e s” gran dem anda. C u a n d o figu ran en
la “ carta” desaparecen rápidos, co n su m id o s co n fe rv o r
p or la clientela. Sin ser, p recisam ente, co n fecció n co ci-
neril de p ostín , n o es ta m p o co p roletaria. P erten ece a lo
que podría d en om in arse la “ clase m ed ia” de la cocina
nacional. Es d em ó crata, gen uin a, p ero de cen tro , p o rq u e
“ los b o llito s p elo n es” no aceptan los e x tre m o s. D e ahí
que sean cordial y atentam ente recib id os en todas las
mesas. N o inspiran respetos p ro to co la res, p ero disfrutan
de u n án im e sim patía y de general co n sid eració n . Se les
tiene cariño. N u n ca se ha sabido que hayan p ro p o rc io
nado in d igestion es.
C o m o todas las cosas am ables, son sencillos. Para
h acerlos se requiere tan so lo buena masa de m a íz y un
g u iso prep arado con carne de m arrano m olida, a la cual se
le añaden los aliños clásicos en las debidas p ro p o rcio n es.
La sal y el ají deben ser m anip ulados con la cautela que
a m b os ingred ientes im p o n en . B ien co cid o el g u iso se
rellenan con él p eq ueñ os redondeles de m asa, m o d elán
d olos lu e g o esféricam en te, c o m o es de rigo r. H ech as las
m inúsculas bolas se las deposita en un caldero ju n to con
salsa elaborada con carne y ju g o de tom ate, y se les deja
co cer a fu e g o len to. En la capital del Y a ra c u y preparan los
“ b o llito s p elo n es” de m anera exq u isita. Q u ie n lo s llega a
catar una vez no los olvida. “ S o n uno de los pocos m ila
gros que nos ha h ech o San Felipe” , declaró un yari-
tagüeño guasón en cierta oportunidad en que se alababa el
producto.
E n las llanuras barinesas, lo m is m o que en las zonas del
A lto y del B a j o L la n o , y al igual que en las sabanas de
C o jed e s y C a r a b o b o y de o tro s E sta d os venezolanos,
tiene gran dem anda un plato que lleva n o m b r e típica
m ente criollo. Se trata del “ paloapique” , co n fecc ió n cu
linaria a la que la variedad de sus c o m p o n en te s ha hech o
bautizar así. E n el país es denom inada de idéntica m anera
la cerca que la gente p o b re pone a los predios rústicos y a
los corrales de las viviendas cam pestres. S o n empalizadas
construidas co n largas estacas de m aderas diversas, cla
vadas firm e m e n te en el suelo y lo más inmediatas las unas
de las otras, para fo rm a r fila co m p acta. E n el plato en
referencia entran cecina gorda de res, frijoles y arroz,
cocido todo m ezclado. Es alim en tación corrien te de las
peonadas de los hatos y de las haciendas. E n la reg ió n
guayanesa es m u y co n o c id o de los trabajadores de los
sarrapiales y de los jo rn a le ro s que laboran las m inas.
E l “ paloapiqu e” es n utritivo, g ra to y e c o n ó m ic o ,
tres condiciones que son ju s ta m e n te inapreciables. R e
presenta así u n trío de bases positivas que es preciso tener
m u y en cuenta: da v ig o r al o rg a n is m o , halaga el paladar y
no descalabra el bolsillo. E n las fincas agrícolas c o m o en
los fundos ganaderos lo saborean p o r igual' tan to los
propietarios de aquéllos c o m o los peones co n que cuentan
para esas faenas. E l plato podrá ser h u m ild e, sin boatos de
n ingu na especie, pero una m ism a necesidad y un apetito
idéntico co n cu rren a hacerle entusiasta acogida u nánim e.
A veces, cuando en la casa hay abundancia, a co m p añ an en
la m esa al “ paloapique” con huevos fritos y tostones de
“ tQ pocho” verde a los cuales se les riega buena dosis de sal
m olida. T ra s de éstos viene el café n eg ro , retin to, bien
caliente y sin endulzar.
C u an d o en la casa hay vituallas disponibles se le
añaden al “ palo apiqu e” durante la co cc ió n , para darle
m a y o r ren dim ien to. Se le pone su pu nto de ají, y un
pedacito de papelón. Se baja del fu eg o cuando el arroz se
co n vierte en glutina y los frijoles se han ablandado. La
gente de las llanuras venezolanas hace dos com idas al día:
a las diez de la m añana y a las tres de la tarde. E s una
c o s tu m b re in m e m o ria l, a la que den om in an “ dos g o l
p e s ” . L o s m oradores de los Llanos son sobrios y sufridos
p o r naturaleza. Se c o n fo rm a n con p o c o . Si encuentran
a lg o que c o m e r, co m e n : si no, co n un trago de café tienen
suficiente. E n estas ocasiones se aprietan filo só ficam en te
sob re el vientre la correa de los pantalones, y entonces
hacen chacota de la situación. “ A m í n o m e gusta que me
aporreen -d e c ía un peón de hato g u a n a r e ñ o - pero hay
m uchas veces que agradecería un buen “ g o lp e ” en la
b arrig a” ...
E n los Estados Sucre y M o n a g a s, esas dos ricas e im
portantes porciones territoriales del O rien te de V en e
zuela, existe una p o co conocida zona que, desde rem o to s
tiem pos del colon iaje, se d enom ina “ Los C a ñ o s ” . A barca
una e n o rm e área de k iló m etro s cuadrados, en parte sel
vática, cruzada por intrincada red de corrientes fluviales,
grandes y chicas, unas de más largo curso que las otras, y
la m ayo ría co m unicadas entre sí. T o d a s van a d e sem b o
car al G o lfo de Paría. Im penetrables m anglares crecen en
sus m árgenes, trem endam en te cenagosas, pues durante la
m itad del día están cubiertas por las aguas, que alcanzan
entonces el tope de los referidos árboles. C u a n d o des
cienden, éstos quedan cubiertos de lo d o desde la copa
hasta la raíz. Reina p o r dondequiera un o lo r pestilente, a
b a r r o p o d r id o . A l t e r n a t i v a m e n t e , ca d a seis h o r a s ,
cuando sube o baja'la distante m area, cam bia la dirección
de la corriente. E n to n ce s los caños m arch an de n orte a
sur, para ir luego, durante igual espacio de tie m p o , de este
a oeste. E n el fen ó m en o influye el arrollador caudal del
O r i n o c o , que ejerce presión en la B a rra de Pedernales.
La región descrita, tanto la sucrense c o m o la m o n a -
guense, tiene porciones m on tañ osas y porcion es llanas, y
está atra'vesada por grandes vías fluviales, c o m o el R ío
G ran d e, el San Ju a n y el G uarapiche. E n el T e rr ito rio
D elta A m a c u ro existen ig u alm ente n u m ero so s caños que
van a caer al g lo rio so río guayanés. E n las cercanías de
esos afluentes se alzan aislados ranchos de los indios que
las pueblan. Apenas si éstos siem bran en las partes altas
algunos puñados de maíz y espaciados palos de yuca. Su
alim entación diaria la o btien en de la m anera más p rim i
tiva. Para c o m e r cazan babas, especie de m in úscu lo saurio
in ofensiv o; y pescan m o r o c o to s . A veces, valiéndose de
sus m añas, lo g ra n atrapar un m o n o in cau to o una do r
mida culebra de agua. Su b o ca d o más exqu isito se lo
p ro p o rcion a el “ chin agu a” , sapo de gran talla. A todos
esos animales, y al m encio nad o pez, los asan en el “ arip o”
y los co m e n aco m pañ ados de casabe, que o btien en de la
planta citada en últim o té rm in o .
Los g a stró n o m o s indígenas prefieren el “ chin agu a” .
D escabezad o , abierto sobre el “ bu dare” , blanco y g o rd o ,
dorado por el fu eg o , tiene toda la apariencia de un pollo
grande. Los m uslos son casi guales, y el gusto, y el o lo r
que despide asado, son idénticos. Lavado co n sal es,
indudablem ente, un plato cabal. E s el pollo “ c a ñ e ro ” .
V iv o , su aspecto podrá ser repugnante, pero en la facha
especificada resulta halagador, pese a su co n d ició n selvá
tica. Lo s co m ed o res de ranas extranjeras, que im p o rta
m os enlatadas, acaso tengan el im p u d o r y la indiscreción
de.hacer fo al “ p o llo ” prim itiv o de los felices indígenas.
E n el fo n d o, la protesta no puede ser más h ip ó crita ...
N o hay tripulante de velero que no sepa cocinar. E n
goletas y balandras, en faluchos y trespuños, en los botes
co steros, en las estrechas piraguas de panza profunda que
van de caleta en caleta, en'toda esa pintoresca y n um erosa
flota de m adera y lonas que hace el cabo taje nacional, se
encuentran co cin ero s insignes. M arin ero s del G o lfete de
C o r o y del L a g o de M araca ib o , h o m b re s de m ar de
P u e rto C ab e llo y La G uaira, patrones y pilotos del Golfo,
de Santa Fe y del G o lf o de C ariaco , pescadores de C u -
m aná y C a m p a n o , navegantes de la Isla de Las Perlas,
contrabandistas del P aria, gru m etes de la extensa costa
venezolana, todos saben “ p eg a rse” al fo g ó n . Su arte es
rudo, los materiales in g en u a m en te p rim arios, pero la
m ecán ica es n o ta b l e ... E scala r peces, tasajear cecina,
m o n d ar vituallas, m ezclar e x p ertam en te el arroz con el
funche para hacer esas sabrosas bolas que les sirven de
pan, son m enesteres que ellos cu m p len a cabalidad. E n los
barco s grandes va siem pre un c o c in e r o , pero en los chicos
atiende a la cocina cualquiera del roll. Y la com ida resulta
ó p tim a , porqu e a b o r d o el apetito siem pre es ingrediente
que adoba y sazona todos los platos.
E l co cinero , titular o forzado, enciende el fu ego a la
hora debida, entre dos orzadas, y m o n ta el caldero aun
que baile la em b arcació n sobre las olas. E n el oficio los
h ay serios y co m ed id o s, que p on en en la labor singular
gravedad. Y los hay jo v ia le s y dicharacheros, que m ien
tras ejecutan el trabajo hablan co n tin u am en te o refieren
cuentos de subido co lo r. La term in o lo g ía de esa gente de
brega no peca de pacata. C o n clu id a la cochura y entre
gada a cada cual su ración, se dedican a co m er. Si el
tiem p o está sereno se sientan en las bordas con la colm ada
escudilla en la m ano o la colocan en la cubierta, arrella
nándose frente a ella. D espués seguirá un trago de café
n e g ro , o una taza de guarapo de papelón bien hervido. El
pu nto final lo pondrá una mascada de tabaco.
C u an d o irru m p e una de esas fatigantes calmas que
paralizan la actividad de la m arinería y n o parece sino que
el b arco estuviese anclado, para eco n o m izar víveres hacen
su aparición los enseres de pesca. C o n ellos atrapan a
b o r d o toda clase de seres y de cosas del o céan o. Peces de
poca m o n ta que son el desh o n o r de los anzuelos; ágiles
“ p icu d a s” escuálidas; e xtra ñ o s crustáceos y m arisco s
d e sco n o cid os se vienen en las atarrayas m ientras los ar
pones atraviesan uno que o tro cazón in exp e rto . Sin dis
tin g os de calidad ni aspecto to d o eso va a dar a la cazuela.
E n esas ocasiones cu anto se pesque es ó p tim a presa para el
fo g ó n . La apetencia de cada quién pondrá lo que falte. Si
se alargan los día sin viento la tripulación increpa co n
fianzudam ente la serena exten sió n azul. La llam a “ la
m a r” , y habla de ella c o m o si se tratase de una m u jer
venal. “ ¡Q u ién la ve tan tranquila ahora, y cuando el
viento le alborota las faldas n o hay a b o rd o “ ca b o s ”
suficientes con que castigarla!’b ..
I V l é r i d a n o sólo luce en la historia y en la vida nacional
por el alto ran go de su in telecto, su aquilatada calidad
h eroica y su ferv or para el trabajo, sino tam b ié n por sus
“ brillantes” . Se trata de una co n fecc ió n de confitería d o
m éstica, típica de la reg ió n, y sobre to d o de la hidalga
capital serrana, que co n stitu y e allá una industria-que se
rem o n ta a los tiem po s m ás lejanos del co lo n iaje. H a y
familias merideñas que, por tradición y afán la b o rio s o , se
distinguen en la m anufactura de esos exqu isitos dulces
que parecen pequeños pedazos de iris espolvoreados de
cristal m olid o . L o s hacen de todos los colores, im itan d o
frutas, endurecidos p o r el azúcar, sem ejantes a piedras
preciosas. Y es que tiene m u c h o de orfebrería la prepara
ción de esas golosinas refinadas. E n “ La C iudad de Los
C a b a lle ro s ” existe una especie de desafío para d em ostrar
quiénes las elaboran m e jo r , co n m a y o r práctica y más
sentido estético. Se refiere que en la C o lo n ia s e lo sh a c ía en
los C o n v en to s de m onjas. D espués la industria se gene
ralizó en los h ogares.
L o s viajeros que pasan p o r M érida se surten inm e
diatam ente de esas encantadoras golosinas, para llevarlas
de regreso a sus fam ilias y am istades. Sim ulan frutas
transform adas en esm eraldas y diam antes, en am atistas y
to p acios, en zafiros y rubíes, en granates y turquesas. Su
preparación ha llegado a ser en la m encionada ciudad una
labor casera, y es tan constante su dem anda que rara vez se
encuentra el artículo en las cantidades que se.solicitan .
M érida es la tierra de los dulces delicados. E n tre éstos los
“ b ocadillos” vienen a ser o tro renglón de la consagración
hogareñ a que goza de bien ganada nom bradla. La am able
y señorial espiritualidad del hidalgo pueblo de la sierra no
se m anifiesta tan solo en las nobles costum bres y en la
pulcra dicción , sino que se revela p o r igual en otras
peculiaridades. L o s “ brillantes” son una de ellas.
A zú car, esencias de frutas, leche, tintes vegetales y
agua son sus ingredientes. E l fuego exp ertam en te m ane
ja d o , el tiem po im prescindible para o b ten er “ el p u n to ” , y
la técnica que reclam a el trabajo hacen lo dem ás. C uando
acuden clientes a las casas donde elaboran “ brillantes”
nada es m ás sugestivo que la n egociación . R egu larm en te
el cuad ro se en m arca en una de esas antiguas viviendas
m erideñas que restan del coloniaje. Las vendedoras, v ie-
jecitas atildadas, co n aristocrático p o rte de otras épocas,
parecen estar repartiendo g em as, distribuyendo jo y as de
tam añ o extrao rd in ario . E n tre sus dedos finos, que los
años tallaron co n im placables pliegues, fulguran los
“ brillantes” m ientras los extraen de los diversos recep
táculos que los guardan. R eviven aquellas atractivas fá
bulas infantiles donde en jardines m isteriosos crecen ár
boles cargados de frutas m ulticolores que al serles arran
cadas se convierten en piedras d eslu m b rad oras... Y en
tonces la im aginación coloca varitas m ágicas en las arru
gadas m anos m arfileñas de las ancianas, y las transform a
en h ad as...
A r a g u a es una de las porciones territoriales m ás fértiles
del país, y a la vez una de sus colectividades más generosas
y hospitalarias. Los nativos de La V ictoria y El C o n sejo ,
de San M ateo y M aracay, de T u rm e ro y C ag u a, para
m en cion ar sus principales centros urbanos, reflejan en su
carácter am plio y a co g ed o r los dones que D ios d erram ó a
m anos llenas sobre ese suelo de la R epública. E s una
región rica por sí y p o r el trabajo de sus m o rad o res. Sus
posibilidades agropecuarias hacen de los Valies de A ragua
zona adecuada para num erosas clases de cultivos tanto
co m o para fo m en tar una ganadería próspera. La pobla
ción aragüeña es m oral y físicam ente sana. La m ayoría es
cam pesina, y quien no es dueño de tierra vive con su
trabajo de lo que la tierra produce. E n tre ésta y los h o m
bres existe allá una com unidad estrecha. P o r to d o eso
A ragua es bucólica y es eglógica.
C o m o la generalidad de nuestras regiones tiene sus
platos típicos en los que la tradición y el arraigo a la
c o s tu m b r e se p o n e n de m a n ifie s to . L as c o c in e ra s
aragüeñas son expertísim as en esas creaciones sencillas y
n utritivas, todas em inentem ente populares. E n tre ellas es
de ju sticia traer a cuenta el arroz con costillitas de m a
rran o , tan co n o cid o en otras partes de V enezuela. P ero el
que preparan en A ragua se lleva fervorosos aplausos. E s
algo que va más lejos del hecho corriente y que, por su
calidad, alcanza la categoría de aco n tecim ien to . R ara será
en A ragu a la posada cam pestre o el restaurante urbano
que no lo ofrezca a la clientela siquiera dos veces por
sem ana. C o n tad o s habrán de ser los ranchos perdidos en
las haciendas o las casas pudientes donde no se le cate por
lo m enos dom in gu eram en te.
N o parece sino que los cerdos que se crían en las
pqcilgas aragüeñas tienen a honra en g o rd ar tozudam ente
para brindarle lo más suculento de su m aciza anatom ía a
las artistas fogoneras locales. Es una co o p eració n abne
gada. E l costillar de esos seres resignados constituye el
fundam ento de la genial com binación. Se le fracciona en
pequeños tro zo s, y a éstos se les añade arro z, aco m p a
ñando todo en el caldero con los aliños que se requieren
para un buen guiso. E l arroz con costillitas, m u y largos
años atrás, tu v o hasta significado político. L leg ó a ser un
distintivo partidista. Para esa m aniobra co n v irtiero n en
cóm p lice forzado al inofensivo “ o n o to ” . E n La V icto ria,
p o r ejem plo, el célebre plato aparecía am arilloso, lo cual
se lograb a añadiéndole parca dosis de aquél. C o n eso se le
rendía h om enaje al General Fran cisco Linares A lcántara.
“ E l G ran D e m ó c ra ta ” , quien fue Presidente de la R ep ú
blica, para ese entonces era jefe de los liberales aragüeños.
E n Villa de C u ra , donde dom inaban los g o d o s, se le
agregaba en p orcentaje alto el tinte indígena n o m b rad o ,
lo que ponía el p ro d u cto p ronunciad am en te rojizo. E n
cam b io en M a ra ca y , m u ch o tiem p o después, el arro z con
costillitas lucía pu lcram en te blanco. E ra la m anera m ás ,
p ráctica de ratificarle su apoliticism o al “ B e n e m é rito ” , en
esa época el vecin o más respetable de la ciu d ad ...
Maracaibo es una de las tierras venezolanas donde se
hacen más exquisitos dulces. La jalea de hicacos, el nierey
pasado, que allá llam an “ caujil” , la conserva de plátanos y
otras tantas típicas m anipulaciones de esa especie tienen
en la capital zuliana justificado ren o m b re. P ero lo que le
o to rg a m a y o r fam a en ese ram o com estible son los
“ huevos ch im b o s” . Lejano tiem p o atrás eran obra úni
cam ente dom éstica, destinada al consum o del gru p o fa
m iliar. Había tam bién entonces casas donde se les prepa
raba co m o n eg ocio . E n esta fo rm a existía en la laboriosa
urbe una perm anente y estim uladora com petencia entre
los que se dedicaban a elaborarlos. T o d o eso sucedía antes
de -la aparición del p etróleo. La afluencia de dinero que
éste d eterm in ó y la creciente llegada de elem entos e x
tranjeros elevó la dem anda de la fam osa y delicada c o m
binación reposteril, que se rem on ta a la C o lo n ia. Y en
tonces los “ huevos ch im b o s” se industrializaron decidi
d am ente.
Si bien la con fección casera no ha perdido nada de su
antigua y tradicional calidad, la otra adolece del cam bio
que o cu rre con cu an to se com ercializa. H u evos frescos,
de los cuales se em plea solam ente el am arillo: azúcar; una
econ óm ica p orción de brandy y una cauta dosis de esencia
de vainilla son los co m p o n en tes. Se baten cuidadosa
m ente las yem as hasta que form en un todo espeso, y
luego se vacía éste en los m inúsculos receptáculos que lo
m oldean, o sea la “ ch im b era” , aparato que ha venido a
sustituir las cáscaras de las m ism as posturas, que eran
utilizadas antes para el caso. H ech o lo ya explicado se
cuecen las pequeñas m asas en “ b añ o -m aría” . L u eg o se las
agrega a un alm íbar de conveniente densidad, al que se
añaden el licor m encionado y el ingrediente farm acéu
tico. De esta m anera es co m o se confeccionan los “ huevos
ch im b os” m aracaiberos de tipo h o gareñ o , que no han
m enguado ni en su fam a ni en su delicadeza.
A ntigu am ente no faltaban en ninguna casa de M a
racaibo, tradicional epílogo del alm uerzo o la co m id a. D e
la m ism a óptim a calidad los saboreaban pobres y ricos,
porque confeccion ados con igual esm ero y baratura ha
cían presencia en todas las m esas. E n esos tiem pos se vivía
allá fácilm ente, y los víveres eran abundantes y eco n ó
m icos. En la gloriosa ciudad lacustre nunca hubo m iseria,
ya que la laboriosidad y el sentido cooperativista de sus
habitantes producían lo que para subsistir necesitaba cada
quién. Se hacía una existencia sencilla y bonachona, hol
gada para los pudientes y có m o d a para los de escasos
recursos. Para ese entonces, co m o ahora tam bién, M a -
racaibo se lo debía to d o a su p ro p io esfuerzo. E s c risueño
pasado, tan co n fo rtad o r para el espíritu, sigue viviendo
en los “ huevos ch im b o s” y en las chispeantes y populares
“ gaitas” donde se siente palpitar el corazón arm o n io so y
exp an sivo del Z u lia ...
1 ' *
P a r r ie n d o de los prim eros días de setiem bre a la última
sem ana de abril, a todo lo largo de esa octava anual que
discurre bajo el signo áspero de la “ erre” , insurgen en el
m ercad o las langostas. Reaparecen procedentes de las
diversas zonas m arítim as del país. Llegan de los ricos
viveros que tienen en todas esas aguas nacionales. Vienen
de los.innum erables escondrijos y cuevas que les perte
necen m ilenariam ente y que se distribuyen p o r los acan
tilados de T ierra F irm e y del reguero de islas e islotes
venezolanos aventado desde Los M onjes-hasta L o s T e s
tigos. T erm in ad a la época del desove, de m ayo a ag osto ,
vuelven para tentar el apetito de los g astró n o m o s. U n
v eto fundam entado en la tradición y en la experiencia
im pide su co n su m o durante esos cuatro meses, y regresan
espléndidas en pulpas, saturadas de y o d o , im pregnadas
de excitantes arom as su b m arin o s... En C aracas y en las
ciudades cercanas a la ribera se las disputan los buenos
gustadores para sus m esas. Y en los hoteles y restaurantes
de lujo se presentan en los “ m enús” luciendo atuendos
fran ceses...
A m edida que han ingresado al país europeos y n o r
team ericanos y se fue aquilatando el paladar, co b ró de
m anda la langosta. Al igual que o tro s crustáceos y ciertos
m ariscos y m olu scos, se la consum e ahora en trem enda
cantidad. E s así tanto porque ha aum entado la población
g astron óm ica co m o porque la gente cada día está más
convencida de algunas inapreciables cualidades que tra
dicionalm ente se le atribuyen. A ntaño alcanzaban lim i
tada solicitud las langostas, aún en las m ism as localidades
costeras. Les cargaban en cuenta m uchas indigestiones y
súbitas dolencias estom acales, pese a no haber sido inge
ridas en el plazo prohibitorio, y eso las hacía ver co n m ás
respeto. H a y que reco rd ar que el sustancioso crustáceo no
sólo no ha de ser gustado en esos días fatídicos, sino que
no debe co m erse sino co cid o v iv o , perfectam ente fresco y
sa lta n d o ... "
En la C olon ia tu v iero n las langostas exigu a de
m anda. D espués, a m edida que N uestra Señora la R epú
blica fue m odificando ciertos aspectos de la rem ota m en
talidad vernácula, los criollos se decidieron a engullirlas.
E n las playas orientales, cuando los pescadores atrapan
una langosta la asan en la m ism a caparazón, puesta sobre
brasas. L a abren y la untan de lim ón y sal. En esa ingenua
fo rm a prim itiva es inefable. P ero co m o resulta sencilla
m en te deliciosa es preparada en leche. Para esto, después
de haberla h ervid o v iv a, se la secciona en pedazos. E n
tonces se la hace co ce r en escasa p o rció n del líquido
citado, que se sigue añadiendo parcam ente a m edida que
el h erv o r lo reduce. M ientras se desenvuelve este proceso
se le agregan una cebolla grande, blanca, lim piam ente
picada; algunos dientes de ajo m ajados; y dos o tres
tom ates cortad os en pequeños frag m en tos. Se le sum an
un puntico de ají y una pincelada de “ o n o to ” . A puntaba
alguien que “ el m ejor bocado de la langosta está en las
m uelas” . O tro rectificó que “ Ib m ejor de las m uelas está
en la lan gosta” ...
V enezuela tiene en las porciones boscosas de la serranía
y en las zonas agrestes de los valles una población dise
m inada, que n o fo rm a caseríos. La integran elem entos de
todos los calibres m orales y de cuantos m atices raciales
tiene el país. N o era raro en co n trar entre ella algún
“ m usiú” , generalm ente viejo p ró fu go cayenero. T a m
bién se hallan fugitivos brasileños y co lo m b ian o s, y al
gunos “ culíes” y n egros de las A ntillas. Las regiones
ribereñas del m ar y las lim ítrofes con B rasil y C o lo m b ia
son las preferidas p o r esos inm igrantes indeseables. C o
rridos los años la sociedad les pacificó los torcidos instin
tos, y la necesidad los obligó a con segu ir con su esfuerzo
la diaria subsistencia. A la larga, enquistados en los sitios
agrestes donde viven , se hicieron tan criollos c o m o los
m ism o s nativos.
. T od as esas gentes heterogéneas, aventadas en dis
tantes trech os del territo rio nacional, se sostienen de la
cacería. D o s o tres veces ai año se llegan al p oblado más
cercan o para llenar urgencias de vestu ario, o adquirir los
co n tad o s im plem en tos que requieren para vivir en la
m o n tañ a. A lg u n o s tienen com p añ eras que les sirven
igualm ente de asociadas en sus m enesteres. E n el bosque
poseen su despensa. El v áq u iro, la danta, el ven ad o, el
paují, la g u ach araca, la lapa, la gallina salvaje y otro s
tantos ejem plares de pelo y plum a son las piezas con las
que cuentan para su alim entación. La escopeta y el m a
chete son los in stru m en tos de que disponen para surtirse.
A ellos hay que añadir las “ tram p as” y los “ lazos” que
arm an entre la m aleza, p ró x im o s a las quebradas y dem ás
fuentes de agua. M u ch o s de esos individuos han m atado
n u m erosos tigres sin darle m a y o r im portancia al lance.
Son, co m o reza la frase popular venezolana, “ h om b res de
pelo en p e ch o ” .
E l m edio en que viven y la dura existencia que llevan
los tran sform ó en hábiles cocineros rú stico s. C o n o cen
vegetales con los que suplen los aliños de que no dispo
nen. La grasa la obtienen de los anim ales que cazan.
E co n o m izan la sal c o m o si fuesen nefríticos, y con la miel
de abejas silvestre sustituyen el papelón. Sus platos c o
rrientes son el asado y el “ p eb re” . E ste ú ltim o lo preparan
exqu isitam ente, co n m aestría inigualada, y lo m ism o
ap rovechan un rabipelado que un oso palm ero o un curí.
C o rta n la presa en frag m en tos y los ponen a guisar en la
ennegrecida cazuela. C o n rayitas hechas en la culata de la
escopeta llevan el reg istro fiel de cu an to han m atad o.
C ada especie de caza tiene su partida. C ierta vez, en pleno
corazón de la m on tañ a, se le preguntaba a uno de esos
con tu m aces cazadores el m o tiv o de que entre tantas
m arcas m isteriosas apareciera una cortada en cruz por
o tra. “ Fue un tigre de dos patas al que después de haberle
p egado varios tiros tuve que liquidar a m ach etazos” . E n
los m ontes venezolanos de tierra adentro hay m uchas
clases de fieras...
L o s pueblos de la C o rd illera poseen dos elem entos
fundam entales en su dieta: la carne y la arveja. Allá la
gente no co m e para repletarse el estó m ag o , o con el fin de
pasar el rato, sino para vigorizarse el o rg an ism o . E n ese
con cep to, después de aquéllos vienen la leche, el trig o , los
hu evos, el m aíz, la papa y la yuca. E n T ru jillo , y en
M érida y T ách ira, hay un co n su m o perm anente e intenso
de tod os esos géneros alim enticios. Los naturales de los
Andes saben nutrirse, y lo realizan a cabalidad. P ro ced en
así, p rim ero, porque abrigan el con v en cim ien to de que
para trabajar se requiere disponer de energía física; y ,
segundo, porque para hacerlo con é x ito , es decir, con
voluntad y fe en lo que se ejecuta, es preciso tener el
ánim o jub iloso, C erteram en te lo expresa el viejo refrán
popular: “ barriga llena corazón co n ten to . E s to lo e x
plican los serranos con un silogism o con tu n d en te: el que
está triste no co m e ; pero el que no co m e está tr is te ... Y la
tristeza y el h am b re se riñen co n el trabajo.
L a cocina es p o co m ás o m enos la m ism a en los tres
E stad os n o m b rad os. L o s ingredientes son idénticos y la
técnica igual. E n cuanto al apetito con que se le hace
h o n o r a los platos regionales no hay m ás que hablar. La
sencillez de las costu m b res nativas y el sosiego espiritual
de los m o rad ores de la sierra son la m ejor salsa. P o r
ejem plo, en tod o ese fértil y m o n tañ o so suelo de T rujillo
es raro en co n trar un h o m b re entregado a la ociosidad.
A ludiendo a esa co n tracció n laboriosa se puede decir,
co m o lo dicen allá, que “ los trujillanos n o se cruzan de
brazos ni para pedir la bendición” . L o s cam pesinos de esa
recia zona venezolana cuentan con un fam oso plato tí
p ico, el “ ch u n gu te” , que es popular en todas las locali
dades d élo s A ndes. Se hace a base de arvejas. Sus orígenes
se pierden en la C o lo n ia, y en Trujillo lo elaboran co n un
derro ch e de m aestría que linda con lo a p o te ó sico ...
Se le p re p a ra 'co n harina del m encionado cereal, el
cual se m uele después de haber sido to stad o. A co n v e
niente p o rció n de aquélla se le ju n ta o tra de agu a, y se
cuece dándole densidad adecuada. H ay que agregarle
cauta cantidad de sal, y los aliños que son co rrien tes, pero
m achacados y sofritos en escasa m anteca. Se deja h erv ir
bien la m ezcla y durante ese proceso se rem u ev e co n
energía. E n su calidad de sopa es tan alim enticia c o m o la
de trig o , y su m am en te gustosa al paladar. A g rad a, nutre
y satisface. E s el plato popular rústico p o r excelen cia.
O pinan m uchos que la arveja-posee ciertas cualidades que
bien pueden calificarse de m ilagrosas. E s m ilionaria en
vitam inas, y según sus apologistas hace crecer el pelo y
evita su caída. Las cerradas barbazas de los trujillanos y
sus contadas calvicies parecen dar fe ...
.A .n u a lm e n té , durante julio y ag osto , cuando el U ñ are
crece y se desparram a, su engrosado caudal represa las
transitorias lagunas intercosteñas de Píritu y E l H atillo,
cuyas aguas íntim as, aum entadas de m o d o notable en esa
ép oca, buscan salida al m ar. P o r las bocas que abre la
violencia de la creciente, y a cuya apertura coop eran los
m o rad ores de am bas localidades, a la vez que fluyen
to rren cialm en te, entran inm ensos cardúm enes de cam a
rones. Se escapan de sus m ilenarios viveros perseguidos
p o r voraces enem igos que hacen en ellos su m ejo r bo
cado. E n ese éxo d o v ertig in o so , azotados por los tibu
rones, las sierras y o tro s peces bravos los bullentes flancos
de las interm inables m asas fugitivas que fo rm an los crus
táceos, éstos llegan arrolladoram ente para refugiarse en
los parajes aludidos. E l asilo im p ro v isad o se anula tan
p ro n to asom a la bajante, cuando se intensifica la estación
veran iega. E n to n ce s, cerradas p o r la arena las tem porales
aberturas, el nivel lagunero desciende y com ienza inm e
diatam ente el sacrificio de los cam arones, atrapados con
nasas y atarrayas. v
E n esos meses los m oradores de am bas zonas se
entregan diariam ente a la pesca cam aron era. La cosecha
dura breve tiem p o, pero es pródiga en cantidad. E n toda
la tem porada estival el cam aró n constituye el alim en to
inexcusable de los vecindarios cercan os, la co m id a de
preferencia de los g astró n o m o s locales. Los infortunados
inm igrantes, que azotados por la saña d evorad ora de los
grandes peces se guarecieron en las lagunas, lo que co n
siguieron sólo fue librarse m om en tán eam en te de un fin
tan d ram ático co m o ineludible. El b arroso asilo de las
aguas crecidas les sirvió en resum en nada más que para
en gord ar y echar talla. L u eg o , tras la bajante, cuando la
sequía los puso en evidencia, llegaron los pescadores,
siem pre incansables, haciendo entre los crustáceos más
destru cción que la antes realizada por sus crueles enem i
gos ancestrales. E s lo que popularm ente designan allá en
la región piriteña, co m o en otras partes de la R epública,
“ salvarse del chingo para caer en el sin nariz .
La “ cam aro n ad a” piritense es plato que dem anda
capítulo aparte. S ancoch ados los crustáceos se les despoja
de sus m inúsculas corazas transparentes, y se les añade
sencillam ente sal, lim ó n y delgadas rodajas de cebollas.
H ay quienes para estilizar la co m b in ació n le agregan
aceite y vinagre. La o tra ro rm a de prepararlos es co n
arroz, al cual se le anexan, todo bien guisado, en unión de
los aliños rituales. E n M aracaib o, durante la citada esta-
ció n , se encuentran tam b ién los cam aron es en abun dan
cia. E sta es una de las riquezas naturales ven ezolan as que
debe ser ind ustrializada. L os con gén eres m arabin os son
apreciablem en te m ás grandes qu e sus h erm an os orien ta
les, y p o r igu al e x q u isito s. A llá , cu an do los co n feccion an
de la ú ltim a m anera descrita en v e z de m anteca utilizan
zu m o de co co . E l v u lg o les atrib u ye propiedades nota
bles, tan to n u tritivas c o m o fisio ló g ica s. T a n to en P íritu
c o m o en la p o rció n zuliana el m ism o refrán p o p u la r sella
el d estin o trá g ico del desam p arado y sabroso crustáceo:
“ cam aró n que se d u erm e se lo lleva la co rrien te” . S ó lo
qu e no es p o r d o rm iló n p o r lo que parece, sin o, precisa
m en te, p o r to d o lo c o n tra rio ...
S e puede decir que m u ch o s de lo s p latos crio llo s, to d o s
tan p op u lares en el p aís, son, a causa de ello m ism o , m ás
n acionales qu e lo cales. E sto p artien d o del co n ce p to de
que se les prepara en cu alquier re g ió n ven ezolan a. L o
in n egab le es q u e en algunas lo g ra ro n m a y o r p re stig io qu e
en otras. E so sí, en determ in adas p ro vin cia s, o en ciertas
p o b lacio n e s, asum en características especiales, p articu la
rísim as, que los hacen m ás gu stab les o m ejo r presenta
d o s. Las localidades de los L lan os p oseen una cocin a
p arca, recortad a en lo qu e atañe a varied ad, p o rq u e está
lim itad a en lo q u e cu m p le a in gred ien tes. D e ahí que las
realizaciones culinarias de P o rtu g u e sa , p o r eje m p lo , son
sim ilares a las de C o je d e s y B arin as. E n tre todas m edia un
p arentesco ín tim o . P e ro , pese a esa co n d ició n , la nota
p arroq u iera, hasta pudiera decirse, de v ecin d a je, se im
p o n e siem p re a la general. Y se encuentra que la especia
lidad triunfa en la m a y o ría de esas preparacion es fo g o n e -
riles, las que es m enester calificar, p or sus peculiaridades,
de típicas de la regió n .
O c u rre así con el “ p e rico ” que se prepara en G u a -
nare, la risueña, lab oriosa y catolicísim a capital de P o r
tu gu esa, d o n d e el an im o de los habitantes es tan abierto a
la h osp italid ad c o m o se ofrece ella m ism a abierta co r
d ialm ente a los cu atro vien tos de la llanura. N o h ay casa
guanaren se d o n d e el “ p erico ” no sea p lato clásico en el
d esayu n o. N i existe allá posada donde n o se le brinde a los
viandantes, a toda esa gen te que la atraviesa en a u to m ó
v il, en cam ión o a caballo. L o co m en las personas aco
m odadas y lo gustan los p o b res, p o rq u e para todos al
canza. L os elem en tos que se requieren para co n fe ccio
narlo se co n sigu en fácilm en te en las pulperías lo cales, y
p or ello no descansa el fo g ó n , ni el caldero ni la sartén
hallan reposo. L iq u id ad a la ración de “ p e rico ” , aco m p a
ñada de calientes arepas, cierra el acto la taza colm ada de
café. A lg u n a s veces se sirven en el d esayu n o guan areñ o
frijoles gu isa d o s, qu eso y h u e v o s fritos y yuca.
E l “ p e ric o ” se prepara co n “ ch ich arron es” m acha
cad os a co n cien cia, re vu e lto s con h u e vo s y cebolla bien
picada. Se ju n ta to d o y se fríe rápidam ente. E n algunas
ocasiones le anexan p eq u eñ o s p edazos de tom ate, lo cual
lo hace m ás apetecible. T a m b ié n lo co m en en el al
m u erzo , pero cu an do es casi o b lig a to rio es en el desa
y u n o . Es tan agradable c o m o a lim en ticio , y h ay que
g u sta rlo caliente, sin lle g a r a p ro p o rcio n e s abu sivas,
p o rq u e en ton ces la grasa q u e le su m in istran los “ ch ich a
rro n e s” p ro d u ce p esad ez al e stó m a g o . ¿D e d ó n d e saca su
curioso n om b re? Según parece tanto éste co m o el plato
m ism o son de origen colonial. P ero cualquiera que sea su
procedencia y el m o tiv o de la pintoresca denom inación,
co m o plato típico es de valor. L o verídico y co m p ro b ad o
es que el “ p e rico ” que se prepara en la ciudad co ro m o tan a
traduce p o r sus excelencias íntim os aspectos populares de
P ortu gu esa.
E n el dom inio de la repostería vernácula el “ tacó n ” se da
la m ano co n el “ bienm esabe” , la “ torta b o rrach a” y los
“ huevos ch im b o s” . Al m encionarlo se trae sim plem ente
i
/
L a industria nacional cuenta en el “ queso de m a n o ” uno
de sus más calificados y rem o tos exponentes. L o hacen en
m u ch os hatos y vaqueras, pero tam bién es labor d o m és
tica, pues en la región de los Llanos rara será la vivienda
donde hábiles m anos de m ujer no lo confeccionen. P r o
cede de la C o lo n ia. T an p ron to co m o los C onquistadores
españoles lo g raro n aclim atar to ro s y vacas traídos de la
Península y fom en tar la ganadería, tras fundar las ha
ciendas co n las que dieron anim ación al paisaje de las
desiertas llanuras venezolanas, hicieron m antequilla y
fabricaron queso. E ste últim o tuvo desde entonces dos
su culentas m a n ifestacio n es: el de “ c in c h o ” y el de
“ m a n o ” . La apatía vernácula, p o r un lado; la situación
incipiente que siem pre ha afectado la cría nacional; y la
falta de com p ren sión co n que el E s ta d o v io una de las
industrias m adres que ha debido alcanzar m á x im o desa
rro llo , im pidieron la m anufactura quesera en gran escala.
T o d a v ía , a causa de esa co n d u cta a n tieco n óm ica, im p o r
tam os en o rm es cantidades del artícu lo co m estib le en re
ferencia.
Para elaborar el “ qu eso de m a n o ” se vacía p re v ia
m en te la leche en recipientes ad ecu ad os. L os llaneros
u tilizan de preferencia los co n stru id o s de cu ero cru d o , ‘
llam ad os “ b o te s” . L u e g o se densifica el b la n co líq u id o
u san d o “ cu a jo ” de res. Y a co agu lad a la lech e se la des
m enuza en tro cito s y se la deja en repo so durante algunas
h oras. D ich a o p eració n determ in a el d iv o rc io entre el
suero y la “ cu ajad a” . D esp u és se tom a ésta, lig era m en te
pasada p o r agua caliente, p ero qu e no esté h irv ie n d o , y se
la deja en ella durante un par de m in u to s. T a n p ro n to
alcanza consistencia le v em e n te g o m o sa se estira so b re
una tabla, hasta fo rm a r tela, la cual se d o b la y enrolla para
darle form a d e fin itiva , y a sea en discos o en rolos. E n la
d o sifica ció n de la sal es m enester andar-prudentes. Si el
“ q u eso de m a n o ” se elabora co n leche desgrasada resulta
d u ro e in g rato al paladar. A c a b a d o de h acer, suave y
b la n co , ju g o s o , resulta p o sitiv a m e n te e x q u isito . C o
m erlo a co m p a ñ a d o de arepa, cachapa o casabe con una
bu ena taza de café caliente co n stitu y e una e m o ció n inefa
b le ...
En los L lan os el “ qu eso de m a n o ” es a lg o así co m o
u n v ín c u lo social, un a m isto so la zo de v e cin d a rio . C o m o
el de “ c in c h o ” , es u n o de los p ro d u cto s n ativo s más
populares. N o hay rin có n en V e n e zu e la , p o r más apar
tad o q u e sea, d o n d e no se le co n o zca . E n las viejas c o n
tiendas arm adas qu e tan to a zo ta ro n al país el seg u n d o fue,
ju n to co n el papelón y el aguardiente, bastim ento indis
pensable. E ra el lastre corriente que llevaban los estó
m ag os de la tropa. E l ejem plo venía de an tañ o, de la época
de la Independencia, cuando los venezolanos, con B o lív ar
a la cabeza, no se co n fo rm aro n con libertarse a sí m ism o s,
sino que se fueron al lejano Sur a libertar a los dem ás. P o r
eso, de “ m a n o ” o de “ cin ch o ” , el hum ilde p ro d u cto
llanero tiene n o sólo credenciales históricas, sino títulos
épicos.
( g u a n d o se hable de cocina nativa es de ju sticia traer a '
cita, para que no aparezca falla la n ó m in a de esas co n fec
ciones, los “ n iñ os e n v u e lto s” . T a l es la in trigan te d e n o
m in ación de ese v ie jo p la to ven ezo la n o cu y o s orígen es se
p ierd en en las m ás lejanas etapas de la era co lo n ia l. M u
chos erud itos en cuestiones culinarias criollas sup on en
que el n o m b re se debe a los pacatos escrúp ulos de algun a
cocinera so ltero n a. D e que delata un ríg id o co n cep to
p u d o ro so no p uede haber la m en o r duda, p o rq u e el p ro
p ó sito antinudista está elo cu en tem en te de m an ifiesto.
S ó lo que algu n o s críticos fo lk ló ric o s, con tanta tendencia
a la p o rn o g ra fía co m o aficiones a la g u la , están p o rq u e se
llam ase de preferencia a la prep aración co cin eril de m arras
“ niñas en vu eltas” . R ep u tan el térm in o de m a y o r su g e
rencia. N o se p uede n eg ar q u e resultaría m ás e m o tiv o
saborearla b au tizad a así q u e im a g in a ria m e n te v a ró n .
P e ro las razon es que tu v o la recatada creadora del plato
para darle sexo m asculino debieron ser tan personales
co m o íntim as, y ello establece la im posibilidad de en
m endarle la plana.
L os “ niños en vu eltos” , que en otro s planos de la vida
diaria tienen congéneres tan desenvueltos, son con ocid os
en to d o el país. Raras serán las localidades venezolanas
donde no los sepan con feccio n ar, sobre todo porque los
elem entos para hacerlo no pueden ser m ás sencillos ni
com unes. Sólo que no en todas ellas se les elabora con
igual táctica. E n ésto participa en m u ch o la n ota personal,
co m o en la m ayoría de las cosas hum anas. E xisten co ci
neras de n om bradla que si fallan en determ in ados platos
en otros se m uestran co m o verdaderas artistas. E n esa
form a ten em os lugares donde esos m ism os platos alcan
zan sabor especial, ún ico, y una presentación peculiar,
positivam en te incopiable. T al es, para citarlo, el caso de
los “ niños en v u elto s” que se preparan en San C arlo s, la
histórica ciudad llanera donde a cada paso se encuentran
fehacientes vestigios espirituales y m ateriales de la C o lo
nia.
¿ C ó m o se hacen los “ niños envueltos” ? Se co rtan
delgadas lonjas de carne de res, a las cuales se “ pisa” sobre
una plancha “ a d -h o c” . L u eg o de lavarlas rápidam ente se
las aliña con sal, ajo y co m in o . D espués se rellenan con
to cin o , ch orizo o carne de cerdo g ord a. E jecu tad o esto se
hacen con ellas pequeños rolletes y se les am arra co n hilo,
o se las sujeta clavándoles una astillita de m adera. A l estar
listos se les su m erge en el caldero con buena p o rció n de
m anteca hirviente. E n to n ces, bajados del fo g ó n , y ya
p erfectam en te co cid o s, se les baña en co n ven ien te canti
dad de salsa hecha c o n ju g o de tom ates; Es p reciso co
m erlos calientes, acom p añ ad o s de arepas o casabe. L os
“ n iñ os e n v u e lto s” sancarleños son estu p en d os. N o es
d u d o so que se deba a un m é to d o qu e viene trasm itién
dose, desde lo s tiem p o s co lon iales, de gen eració n en g e
n eración, p ero siem p re superándose.
E l D istrito M o n tes, en el E stad o Sucre, posee una espe
cialidad genuinam ente au tó cto n a, que establece, hasta
ahora que se sepa, un m o n op o lio efectivo en el país. Se
hace referencia al “ g o fio ” cu m an aco ero , así denom inado
porque la m ay oría de las haciendas de caña donde lo
elaboran están ubicadas en ju risd icción de C u m an aco a. El
n o m b re del p ro d u cto se ha extendido tanto por su cre
ciente p rop agación c o m o por el transcurso del tiem p o.
G eneralm en te, cuando el precio del papelón baja, los
trapiches se consagran co m o única actividad a la m anu
factura “ g ofiera” para no parar la m olienda y p o d er bus
carle a las m ieles otra dem anda en el m ercad o . E n to n ces
abunda la especie, y contada será la bodega que en los
n u m ero so s vecindarios sucrenses no ofrezca el m en cio
nado artículo a la clientela. C o m o granjeria, las m u ch a
chadas escolares le dedican toda su preferencia, p o r lo cual
es la m ás frecuente de sus m eriendas. El “ g o fio ” cu m a-
n aco ero dispone de inm ensa popularidad. Su preparación
asum e las características de una industria regional, pero se
le co n o ce en toda la R epública.
Según p arece, el “ g o fio ” cu m an acoero es un género
co m estib le co m p letam en te o rig in ario de la C o lo n ia,
criollo co m o el que m ás, y por lo tanto viene a representar
una rem o ta m anifestación industrial venezolana. C o m o
el papelón es rú stico , y p o r ende carece de pretensiones.
C iertos críticos rurales sostienen que antaño era de m ejor
clase que ahora. E xp lican que las pequeñas cantidades que
se producían entonces determ inaban su óptim a calidad,
porque lo elaboraban con m ás esm ero. Sin em b arg o , si
fuese así, el público no repara en el cam b io, ya que cada
día el “ g o fio ” logra acrecer su co n su m o . L o positivo es
que ciertos trapiches lo preparan m ás gustoso que o tro s.
Su fo rm a es cuadrangular, y p o r su to n o áureo tiene la
apariencia de un ladrillo forjado en o ro . El peso co rres
ponde a la bondad del sabor, y es notablem ente alim enti
cio. '
P ara fabricarlo no se necesita sino miel de caña y
casabe m olido. C u an d o la p rim era está a “ p u n to ” para el
caso, se le añade en la paila adecuada cantidad del otro
p ro d u cto . M ás tarde, cuando la m ezcla se encuentra bien
cocida, con el “ tem p le” que corresp o n d e, se la vacía en
los m oldes. D espués, a su debido tiem p o, se em pacan los
“ g o fio s” para enviarlos afuera. A ños atrás el precio de un
“ g o fio ” cu m an aco ero no iba m ás allá de cinco cen tavos.
E n la actualidad cuesta un bolívar. C u an d o el co n d u m io
estaba fallo, en los h ogares pobres era un co m p lem en to
va lio sísim o . C o n un gen ero so p ed azo de “ g o f io ” y un
vaso de agua encim a se le p ro p o rcio n a b a respetable lastre
al e stó m a g o de la gen te m enuda. -
EL CHICHARRON NATIVO
t
S i n llegar a los e x tre m o s de la gente de M é x i c o y la de
C h ile , donde lo co n su m e n de manera inusitada, a los
venezolano s les place bastante el ají. En el país existen
abundantes clases, todas de tam años, apariencias y c o lo
res diversos. A lg u n a s portan denom inaciones populares
atractivam ente incitantes, a más de gráficas y chistosas.
E n el C e n tr o , en la p orción oriental y en el O c c id e n te de la
Rep ública entre las más conocidas, figura el “ ch irel” , de
talla m ínim a y encendido carrubio, c u y o picor es tan
fren é tico c o m o p ro lo n g a d o . T a m b ié n se encuentran
“ ajíes” de diferentes tonos verd o sos, y otros amarillos,
desde el d o ra d o p álido hasta el am aranto detonante.
Ig u a lm e n te se c o n s ig u e n e je m p la re s de to n a lid a d e s
blancuzcas, y m uchas de coloración verdiagua o rosa
tenue, todo s bravos c o m o los que más. Se trata del fruto
de un p eq u e ñ o arbusto silvestre, de a b o le n g o am ericano,
p or lo cual se p ro d u ce en to d o el C o n tin e n te .
H a y una especie picante y otra dulce. E n algunas
partes las cultivan, p ero no se pueden sembrar ju n tas,
p orq u e entonces resultan totalm ente bravas. O c u r r e lo
m is m o que con los h om b res. Si se m ezclan m ansos con
díscolos todo s aparecen pendencieros. E l ají tiene una
maravillosa propiedad, y es que no se co rro m p e . El
tiem p o lo arruga y reseca, pero conserva siem pre su
virtu d cáustica. Es a g resivo y soberbio, al igual que al
g u n o s individuos. E n la com ida del pobre, c o m o en la del
rico, cum ple una m isión com plem entaria. Le da sabor a
las viandas insípidas, o hace más atractivas las sustancias
al paladar. Es menester aplicarlo co n cautela, m esurada y
prudentem ente. U s a d o sin tasa se entra p or la b o ca co n la
furia y violencia de un guerrero caribe, inflama los labios,
escuece la lengua, arrasa la garganta y prende una h o g u e ra
en el e stó m a g o . S u m e la nariz y los ojos en un llanto
lamentable.
En todas las provincias venezolanas se prepara el ají
en “ en cu rtid o ” . C a d a una tiene su propia receta. Se alude
al “ ajicero” criollo. Para el caso se requiere un frasco de
boca ancha. Se ponen adentro los “ ajíes” su m e rg id o s en
vinagre. T a m b ié n , en v e z de éste, se utilizan leche, aceite,
agua caliente, guarapo fuerte de piña o el z u m o de la caña.
En algunas partes lo acondicionan con aguardiente. L os
indios del T errito rio A m a zo n a s depositan en una “ ta
para” “ ajíes” ju n t o con el j u g o h e r v id o de la yuca. En
cualesquiera de esas form as se conservan durante consi
derable tiem p o. G eneralm ente se les agrega pedacitos de
cebolla y pepinos, fragm en tos de lechosa verde, y trozos
de zanahoria. B ie n curado, el “ a jice ro ” es un m a g n ífic o
acom pañante de los san co ch os, de los guisados o de
cualquier o tro plato típico nacional. A l presente existen
en el país varias pequeñas em presas preparadoras de
“ e n cu rtid os” . El ají le suministra un g u sto espléndido a
las viandas, aum enta el apetito y estim ula la digestión.
T _Jna de las regiones más despobladas dé la R ep ública es
el T e rrito rio A m a z o n a s . Se trata de la inm ensa p o rció n
selvática venezolana cruzada p o r caudalosas vías fluviales
p o r d o n d e lin dam o s co n el Brasil. D e éstas la más n o m
brada es el R ío N e g r o . A ñ o s atrás la capital de la entidad
política m encio nada, que ahora es P u e rto A y a c u c h o , era
San Fernando de A ta b a p o . Fue escenario, durante largo
t ie m p o , de una serie de sucesos a cual más sangrientos,
que alcanzaron cu lm in a ción dantesca co n los terroríficos
dram as que p r o ta g o n iz ó el fatídicam ente célebre T o m á s
Funes. E l estilo de vid a y las co stu m bres de los m o rado res
naturales 'de esa zona nacional son a bso lutam en te p rim i
tivos. El g ru e so de la p o b la c ió n es indígena. N u m e r o s a s
tribus de g uah aribos, piaroas y m aquiritares, a más de
otras de m e n o r im p ortancia, acam pan en la floresta en
g r u p o s aislados, o c o m p o n e n reducidos caseríos en para
jes ribereños. La agricultura de todas esas indiadas es más
que rudimentaria. A p enas se limita a pequeñas siem bras
de plátanos, yuca y demás especies “ co n u q u e ra s” que
e xig e n escasa atención.
A ú n ahora, a tantos lustros ve n cid o s de la C o lo n ia ,
p uede decirse que los indios siguen v iv ie n d o tal c o m o lo
hacían antes de aquella. C o m o entonces, se sostienen de la
caza y de la pesca. L os ríos y el m onte les p ro po rcion an la
diaria subsistencia. D u ra n te el verano se dedican espe
cialmente a pescar una especie de sardina pequeña a la que
d en o m in an “ k e p e u r i” . En esos meses la transparencia
fluvial hace fácilm ente visible los card úm en es, y los
habitantes del bo sq u e los atrapan “ e m b a r b a sc a n d o ” los
caños m enores. C o n ese sistema consigu en sin m u c h o
esfuerzo toda clase de peces. E s en dicha estación cu an do
los indígenas se dan los atracones de co m ida que les son
tan gratos. E x tra id os del agua los “ k e p e u ris” los p onen a
tostar en enorm es “ bu dares” de barro que m ontan sobre
grandes fo g o n e s arm ad os con cuatro piedras. C u á n d o las
citadas sardinas adquieren pronunciada tonalidad dorada
las apartan del fu e g o , y después de espolvoread as con sal
las salpican de una concentrada saturación de “ chireles” .
T al es el plato típico de la región.
E n los calurosos días ve ra n ie go s, todas las tribus
hacen buena caza y m ejor pesca. Es su clásica tem po rada
de fiestas. E n ton ces se sientan en círculo en el suelo, cerca
del río, d ep o sita n d o en el centro un v erd a d ero p r o m o n
torio de do rado s “ k e p e u ris” puestos sobre hojas de plá
tano o en una majestuosa “ t o t u m a ” que hace de recipiente
c o m ú n . C a d a co m en sal tom a ge n e ro so s b o c a d o s hasta
saciar su apetito, a co m p a ñ á n d o lo s con cu an tiosos pu
ñados de “ m a ñ o c o ” , o sea la harina tostada de la yuca.
Este es el bastim ento que llevan siem pre los indios en sus
tradicionales “ g u a y a r e s ” . Finiquitada la c o m ilo n a se
pasan de m a n o en m ano la “ tapara” de “ ch ich a ” ferm en
tada, hasta q u ed ar to d o s c u m p lid a m e n te b o r r a c h o s ,
c o m o si fueran civiliza d o s...
H a b l a n d o del m aíz se ha d ic h o que es el m a y o r benefi
cio co n qu e D i o s f a v o r e c i ó al N u e v o M u n d o . C o n c r e
tando el co n cep to a V en e zu e la h a y que expresar que es la
m a y o r de las bendiciones que E L im p artió a los h o m b res
que m o ra n en su v a sto territo rio . En e fecto , el cereal en
c u e s t i ó n es v i t a l p a r a el s o s t e n i m i e n t o d e l p u e b l o .
C u a n d o m e n g u a n sus cosechas y se encarece se p ro d u ce
una crisis a lim e n tic ia en el país. Y se p r o d u c e t a m b ié n
una crisis e c o n ó m ic a , p o r q u e el m aíz es la m o n e d a anual
q u e v a de las m a n o s d el p e q u e ñ o a g r i c u l t o r de tie r ra
adentro a las del p u lp e ro del vecindario. U n a recolección
p r ó x im a del g r a n o es a m anera de un p ag a ré c o m e r c ia l.
El " c o n u q u e r o ” ob tie n e dinero a cuenta de ella. C u a n d o
los recios veranos, o los torrenciales inviernos, agostan y
d e s t r u y e n lo s m a i z a l e s , el c a m p o c r i o l l o p r e s e n t a un
pan oram a de so la d o y el la b rie g o acum ula desaliento.
N u m e r o s a s p re p a ra cio n e s a lim e n ticia s st o b tie n e n
del m aíz, y entra igualm ente en m uchas. La arepa, el
b o llo , las em p an ad as, la hallaca, la p o len ta, la m azam o
rra , la “ ch ich a ” , el “ carato de a cu p e ” , la “ ca ch a p a ” , el
m a jarete, el “ te q u ich e” , hay que citarlo s en co n secu en
cia. P e ro c o m o se m anifiesta m ay o rm e n te la bondad del
g ra n o en su a sp ecto m ás p o p u lar es en la p rim era de las
tra n sfo rm a cio n e s m en cion ad as. P o r ejem p lo, “ la arepa
p elad a” o rien tal y llanera, en el C e n tro de la R epública
lla m a d a “ p an p e la d o ” , m e re c e la p en a de se r tra íd a a
cu e n ta . E l m a íz , b lan co o a m a rillo , m an ip u lad o en esa
f o rm a , g u ard a sus cu an tio sas e x ce le n cia s n u tritiv a s, y
queda o cu p an d o p rim er ran g o entre los alim en tos c o m
p letos de la ra m a cereal. P a ra h acer el “ pan p e la d o ” se
rem oja el g ra n o en agua añadiéndole una co rta cantidad
de sustan cia p o tá sica , que en el ca m p o , en el fo g ó n tra
dicional, está a la m an o de todas las co cin eras: la ceniza.
D espués de d eterm in ad o lapso de h o ras se saca de dicha
disolución y se p ro ced e a m o lerlo sin quitarle la cutícula
ni el “ p ic o ” . E n esta fo rm a co n se rv a tod ás sus v ita m i
nas, y tam b ién el g erm en re p ro d u ctiv o . L u e g o se cu ece
la m asa co n el m is m o ritu al que para h a c e r arep as c o
m unes.
El “ pan p elad o” tiene apariencia tosca. La familia de
las a r e p a s , las b la n c a s y las a m a r illa s , y to d a v ía m ás
cuando llevan queso o “ ch ich a rró n ” , pese a lo co rrien te
de ellas, apenas lo trata. Su asp ecto hum ilde, su hurañez
rú s tic a , su ra ra to n a lid a d e n tre c re m o s a y g ris , que le
im p rim e un m e stizaje que la p aren tela c o n te m p la co n
d e sd é n , lo h an h e c h o p a sa r in a d v e r tid o h a sta a h o r a ,
aun q u e su sa b o r es m ás g u s to s o . F u e siem p re, y ha se
guid o sien d o, d e m ó cra ta , rural en cu erp o y alm a, c a m
p e ch an o y b u rd o , p ero sa n ó te , c o m o la m a y o ría de las
cosas cam p estres. A ctu a lm e n te , gracias a los dietistas y
al caud al m illo n a rio de v ariad as v itam in as de que d is
p o n e , ha p a sa d o a o c u p a r s itio im p o r ta n te cu a n d o se
tra z a n planes de n u trició n n acio n al. E l “ pan p e la d o ” ,
co m o m uchas criaturas feas, tiene un alm a generosa y un
corazón lleno de bondad ú til...
( D o m o se ha dicho y repetido tantas veces, las pobla
ciones orientales costeras son fervorosam en te ictiófagas.
Peces, crustáceos y m ariscos son los elem entos corrientes
de la cocina local. La carne de res y la de m arran o son
consum idas en contadas oportunidades; y la de ch ivo ,
preparada con frijoles, tiene allá sus ocasiones, así co m o
los sancochos de gallina. La gente costeña de M argarita y
la de las riberas de los G olfos de Paria, de C ariaco y de
Santa Fe no com en de preferencia sino p ro d u cto s m ari
nos. El océan o es su inagotable e inm ediata despensa. D e
ahí que la m ayoría de las elaboraciones culinarias de esas
localidades sean típicas, absolutam ente propias de la re
gión. Prepararlas en otras partes de V enezuela es difícil,
debido a las m aterias prim as que entran en ellas. Para
regalo del paladar esos platos representan m anipulaciones
tradicionales, m uestras de un sistem a y de una exp erien
cia verdaderam ente m aravillosos. Son fórm ulas su cu -
lentas que arrancan desde los m ás rem o to s tiem pos del
coloniaje.
El pescado guisado, entre esas com binaciones culi
narias, es una de las que acredita m ención aparte. E xisten
diferentes recetas para este plato. Se le puede hacer tanto
con peces frescos co m o salados o salpresos, y en cada
especialidad resulta notable. P ero entre esos diversos
guisados el que se lleva la palm a es el que se prepara con
peces acabados de sacar del líquido elem ento a los cuales
se asa inm ediatam ente y se guardan para utilizarlos el
siguiente día. E n esa form a el plato resulta algo m em o ra
ble. T am bién se puede freír el pescado, o h ervirlo, para
guisarlo luego a igual plazo. E n cualquiera de las tres
form as.se le acom paña en el caldero de los aliños que son
necesarios, y se le adjunta corta porción de agua m ezclada
c o n ju g o de tom ates. A lgunos le agregan papas pequeñas
y le ponen discreto pu n to de ají. El sabor del que se guisa
previam ente asado es m uy distinto al de los o tro s aludi
d o s, debido al leve g u sto de ahum ado que se le percibe.
C o n d im en tad o en esa form a el pescado guisado no
es para ser co m id o en restaurantes, ni caseram ente en la
m esa fam iliar. E l sitio apropiado para saborearlo es en la
m ism a playa, donde la labor diaria de la pesca hace de los
p ro d u cto s del océano el alim ento co m ú n . E s m enester
gustar el plato frente a la inm ensidad m arina, ya para
an o ch ecer, sintiendo el aletazo de la brisa que viene desde
la lejanía im pregnada de em anaciones de y o d o , m ientras
la ola bate co n tra la costa y los botes pesqueros saltan
sobre el agua que tornasola el crepúsculo. E s en ton ces, en
ese m o m e n to de plenitud, cuando con tem p lan d o el pa
n oram a infinito se ratifica la co m u n ió n íntim a milenaria
que existe entre la m ar y el h o m b re ...
E l p etróleo d esp o jó a M a raca ib o , en parte, de u n o de sus
m ás tradicionales encantos. Se hace alusión al ca m b io
su frid o p o r el h istó rico C o q u iv a c o a , a las tran sfo rm a
cion es operadas p or aquél en el m a ra villo so la g o . En
e fecto , el p an oram a p erd ió m u ch o de sus peculiaridades
n ativas de antaño para adquirir la apariencia m ecanizada
con qu e la m ás p od erosa de las industrias sem b ró de
n egras torres de h ierro las aguas qu e cruzan las esbeltas
i piraguas y los p an zudos b o n g o s. L os navegan tes ribere
ños se fueron a trabajar a los cam p am en tos aceiteros, y el
v is c o s o líq u id o p u so oleagin osas las ondas esm eraldinas,
d e stru ye n d o en algunas zonas lo s peces qu e antes las
p o b la b a n . L as faen as e x tr a c tiv a s o fr e c ie r o n d in e ro
abundante y se g u ro a los brazo s que antaño lab oraron
e sforzad am en te la tierra, o q u e se cim b rab an sobre las
palancas y los canaletes de las em b arcacion es costeñas
para hacerlas avan zar cu an d o escaseaba el v ie n to . Ellas
vienen a M aracaibo de Santa B árb ara y San C arlo s de
Z u lia; de las riberas del río Escalante; de E n co n trad o s,
entrando por el C atatu m b o ; de las regiones de B o b u res,
p or los puertos de C eu ta, San T im o te o y o tro s vecinda
rios lacustres. T o d o s, piraguas y b o n g o s, traen pacas de
“ panela” ; sacos de frijoles, caraotas y m aíz; queso y al
m idón; naranjas, cam bures y pinas, aguacates y “ zapo
tes” , y, sobre to d o , inm ensos carg am en to s de p lá ta n o s,..
E l negro aceite se hizo sentir ahí hondam ente en las
costum bres de los laboriosos zulianos. P ero pese a su
trem enda influencia eco n ó m ica y social no consiguió
arrancarle a los m aracaiberos la afición por los “ m adu
ro s” . Es co m o denom inan p opularm ente en la capital del
Z ulia, al fruto de los. fecundos plataneros. E s p o r eso el
m aterial culinario m ás p ró d ig o de M aracaibo. L o utilizan
verde, pintón y pasado. Los naturales de la región poseen
una m anera especial para con d im en tarlo. P e ro , aparte de
san coch ar o asar los plátanos párvulos o jó v en es, a los
o tro s, los de p ro v ecta edad, los preparan de m anera tan
sabrosa co m o sencilla. C uando en la gloriosa y dinám ica
urbe se dice “ m a d u ro ” , se sabe de qué se trata. E l co n
sum o diario local de plátanos es form idable. E s allá el pan
corriente de las tres clásicas com idas caseras, tanto en la
clase pobre co m o en la acom od ad a.
Las cocineras m arabinas m anipulan los “ m ad u ro s”
en form a especialísim a. A rrancada la cáscara los abren a
todo lo larg o , ch orrean d o opulento alm íbar, y los reple
tan de m antequilla o queso rallado. L u eg o los enrollan
am o rosam en te en pedazos de papel de estraza que con
i ' t -
< ,
L a V ic to ria es una de las ciudades nuestras d o n d e se
co m e m ejo r, ba ra to y m ás crio llam en te. N o tiene, a la
verd ad , platos p ro p io s, e x clu siv o s su y o s. P ero los que se
co n su m en , aun q ue se co n o cen en otras partes del país,
son p resentad os de m anera tan gu stosa que lo s ‘hace ina
preciables. E se es el secreto de las cocineras locales. Y a en
la C o lo n ia g o zab a de ju stifica d a n o m b ra d la la cocin a de
esa lab orio sa p o rció n aragüeña. L o va riad o de su agri
cultura m en o r, sus facilidades para la cría, so b re to d o para
la de gallinas y m arranos, y sus diversas y exqu isitas
frutas la hacen un P araíso T erren a l. T o d a v ía , a pesar del
crecien te e n ca re cim ie n to que a c o g o ta h o y los p resu
p uestos d o m é stico s, se v iv e allá e co n ó m ica m en te . C o m o
es trad icion al en los V a lle s de A ra g u a , la tierra da para
to d o : a un os p o rq u e la hacen p ro d u cir, y a o tro s p o rq u e
p ro d u ce para e llo s...
Las haciendas victorian as han ren d id o siem p re con
p ro d igalid ad cu an to requieren para el so sten im ien to de
sus d ueños y de sus nu m erosas peonadas. H asta hace
alg u n o s años cada una era a m o d o de un m ercado. C o m o
ocu rre en tod a la p ró d ig a zona nacional citada, la p o b la
ción de La V ic to ria , m a y o rita ria m en te, es rural. T rab aja
y sabe nutrirse. L os gén eros alim eh ticios m ás corrientes
son aves de corral; carne de res y de cerdo; legu m b res;
q u eso , h u e v o s y leche. C u a n d o en los fu n d o s agrícolas los
m aizales se doblan fatigad o s bajo el p eso de las m azorcas
tiernas no h a y lo calid ad , ni caserío, ni paraje cam p esin o
d o n d e los habitantes no exu lten de alegría. E n ton ces
guitarras y m aracas, en unión del arpa, traducen la satis
facción sencilla de h o m b res q u e con su h on rado sudor
o b tie n e n el p an d ia r io de su fa m ilia . L o s “ g o lp e s
a rag ü eñ o s” reflejan a rm o n io sam en te la vibran te e m o ció n
nativa y el b rio so y jo c u n d o carácter de la tierra.
E n tre los m a g n ífico s platos criollos que se co n fe c
cionan en La V ic to ria n in g u n o acredita tanta m ención
c o m o las alb ón d igas. Para hacerlas se m uele cruda la
carne, y se le añaden ceb olla, ajo y tom ate esm eradam ente
m ajados. B ie n m ezclad o to d o se le agregan m anteca,
v in a g re, co n ven ien te cantidad de sal y una regu lar dosis
de yem as de h u e v o s. Es bu en o p onerle una leve p orción
de harina. Se agita en érg icam en te el co n ju n to , y después
se le da fo rm a . H e ch o esto se depositan las alb ón d igas en
un caldero d o n d e se tendrá un p o c o de caldo h irvie n d o .
N o d ebe dárseles sino co rto s m in u to s de co cció n . Se
trasladan lu e g o a una bandeja y se las baña en salsa, a la
qu e no es m alo anexarle un tan to de ají. G en eralm en te se
las co m e apo yad as co n arroz blan co . S eg u ram en te que en
otras ciudades de V en ezu ela habrá alb ó n d ig as no m enos
sabrosas. P e ro las victorian as se lle v a n el p re m io en el
co n cu rso .
E l elem en to que entra m ás en la dicta dé las localidades
cordilleranas es la carn e, tan to de res co m o de m arran o .
Es la m ateria prim a que, ju n to con los cereales, participa
m a y o rm e n te en las m ixtu ras culinarias de la reg ió n . E n
M érid a, para cita r una de las m ás im p o rtan tes zonas de
los Andes venezolanos, la población consum e viandas de
alto poder n u tritiv o, y todas gratas al paladar. La com ida
es allá tan variada co m o g u sto sa, y bastante e co n ó m ica ,
a pesar del alza general que han alcan zad o los a rtícu lo s
a lim e n ticio s . L o s m e rid e ñ o s tienen p lato s típ ic o s , los
m ism o s que son p ro p io s de las o tras reg io n es andinas.
E n tre ellos h ay que p o n er en p rim er p u esto el pfcrníl de
ce rd o en d u lc e , e x q u is ito en to d o el E s ta d o , p ero que
co n q u ista fam a in m arcesib le en T o v a r . C o m o en todas
las zon as m o n ta ñ o sa s, d o n d e el clim a hace que el o rg a
n ism o req u iera m a y o re s ca lo ría s, las gen tes de la sierra
no só lo ingieren m ás altas cantidades de alim en tos, sino
q u e saben c o c i n a r y n u tr ir s e . P o r eso s o n fu e rte s y r o
b u s ta s , y t r a b a ja n c o n el te s ó n y el e n t u s ia s m o q u e les
son proverbiales.
L o s A n d e s v e n e z o la n o s d is p o n e n de e s p lé n d id a s
áreas a g ríc o la s y pecuarias. S o n , en su m a y o r ía , tierras
a p r o p ia d a s p a r a lo s m á s v a r i a d o s c u l t i v o s y p a r a f o
m e n t a r una g a n a d e r ía p r ó s p e r a . L o s n a tu ra le s de esas
r e g io n e s se d is t in g u e n p o r su p re s e n c ia s a lu d a b le y su
v i g o r o s a t a ll a . E l c a m p e s i n o m e r i d e ñ o n o se f a t i g a
n u n c a de t r a b a ja r . E n t r e esa p o b l a c i ó n ru ra l, t o d a tan
e m in e n te m e n te lab o rio sa, hay que citar a los m orad ores
-de T o v a r , so b re to d o p o rq u e es una de las p o rcio n es del
E s ta d o d o n d e se elabo ran sabrosas y sazonadas viandas.
E s t o s irv e de p r ó l o g o para v o l v e r a tr a e r a c o l a c i ó n el
p ern il de c e r d o en d u lc e , una d e las m ás a fa m a d a s e j e
cutorias culinarias to vareñ as. C o m o plato m e re c e m e n
c i ó n a p a rte , y d e c i r q u e sus o r íg e n e s se r e m o n t a n a la
C o lo n ia , lo cual significa que, c o m o t o d o lo de M érid a,
tiene p erg a m in os.
H e a q u í la f ó r m u l a , s e g ú n se la h a n id o t r a n s m i
tiendo las co cin eras reg io nales. E n vísperas del ágape se
t o m a el p ern il, se le a c o m o d a en un re cip ie n te .d o n d e se
le satu ra b ie n de v i n a g r e , p im i e n t a y sal m e s u r a d a s , y
o r é g a n o y c i l a n t r o . E l s i g u i e n t e d ía , c u a n d o ya se ha
e m b e b id o satisfacto ria m en te de las citadas sustancias, se
m o n t a al f o g ó n . E n t o n c e s , m ie n t r a s se c u e c e a f u e g o
le n t o , se le va a ñ a d ie n d o c o n v e n ie n t e p o r c i ó n de v in o
d u lc e , ca n e la en a s tilla s , c la v o s d e e s p e c ia y p r u d e n t e
ca n tid a d de az ú ca r. G e n e r a l m e n t e se le p o n e a c o c e r al
h o rn o . La receta proced e de los m ás lejanos tiem p os c o
lo n ia le s . E n a q u e lla é p o ca fu e p la to de a lto s tim b re s
a r is to c r á tic o s . L o s to v a r e ñ o s de h o y lo co m e n co n el
m is m o p lacer co n que lo co m ía n sus re m o to s ab u elo s.
Se ha dicho que los pueblos viven de sus trad icio n es, lo
que equivale a decir que se alim entan, espiritual y m ate
ria lm e n te , de é stas. P o r eso c o m e r en T o v a r p e m il de
m arran o en dulce es tam bién nutrirse de tra d ició n .,.
^ í i r g u a , que desde h ace o ch o lustros larg o s p erten ece
p o lític a m e n te al Y a r a c u y , d isp o n e de Una c o n fe c c ió n
culinaria to ta lm e n te su y a, la “ fald a” . L a p o rció n te rri
to ria l m e n cio n a d a , pese a esa ju ris d ic c io n a lid a d que le
fuera im p u e s ta , si n o s a te n e m o s a cie rta s e x t e r i o r i z a - '
.ciones, ha co n tin u a d o sien d o e s p iritu a lm e n te c a r a b o -
b eña, c o m o lo es p o r la g e o g ra fía . Y .s ig u e u n id a a V a
lencia no sólo p o r esos lazos, sino tam b ién p o r los e c o
n ó m ico s. Son vinculaciones que no pueden ro m p e rse y
que perduran co n tra todas las co m p o n en d as artificiosas.
T ie m p o a trá s N irg u a co n ta b a c o n u n a de las p r o d u c
ciones cafetaleras m ás fuertes de la R ep ú b lica. C o rría n
allá e n to n ce s co n m o d e s ta a b u n d a n c ia lo s la b o r io s o s
dineros que rendían el café, la m u ltip licació n de los cul
tiv o s m en o res y la activ id ad p e rm a n e n te de los fundos
cañ ero s. L a p ob lación co n tab a para alim en tarse de m a
terias prim as e x ce len tes, y co m ía carn e b arata y g o rd a .
El p e tró le o y los cam ion es no le habían restad o to d av ía
en V enezuela b razos a la ag ricu ltu ra y a la industria pe
cuaria. E sta o p eració n aritm ética, para esa lejana ép o ca,
estaba a carg o de los reclutam ientos que se originaban de
las constantes revueltas intestinas que afectaron el país.
N o había en ese entonces casa nirgüeña, acom od ad a
o proletaria, donde la “ falda” no co m p areciera en el de
sayuno. Para confeccionarla se necesita un buen tro zo de
panza de n ovillo bien cebado. Se lava esm erad am en te, y
lu e g o , a fin de a b la n d a rla , se la h a c e h e r v ir d u ra n te
tiem p o prudencial en adecuada cantidad de agua, la que
se deja secar to ta lm en te. A p arte se m uelen ju n to s to m a
tes y ce b o llas, y alg u n o s dientes de ajo. Se les e x tra e el
j u g o p a sa n d o to d o p o r un c e r n id o r . H e c h o e s to se le
añade a aquel sal, p im ien ta o ají, v in ag re y co m in o . La
m e z c la d e s c r ita , c o n e sc a sa p o r c ió n de m a n te c a , se
a g re g a a la p a n z a, que puede ser c o r ta d a en p eq u eñ o s
pedazos. D espués se pone a c o c e r el co n ju n to en un cal
dero d uran te m edia h o ra . Si se quiere darle m a y o r d en
sidad a la salsa se le anexa parca dosis de harina. L u eg o se
p asa el g u is o a una b a n d e ja . Se re c o m ie n d a c o m e r el
plato caliente.
E n N irg u a se v iv ió sie m p re ca m p e c h a n a y se n ci
llam en te. C o m o en la m ay oría del m edio criollo la exis
ten cia rural g u ard ab a trad icio n al sen tid o c o n s e rv a d o r.
P o r eso , a p esar de los cam b ios o p erad o s p o r el triu n fo
f e d e r a lis ta , lo s n ir g ü e ñ o s c o n tin u a r o n c o n s id e r a b le
tiem p o después d eco ran d o las salas de sus viviendas co n
la lito g ra fía del “ E sc la re cid o ” . L o im p o rtan te para ellos
era trab ajar. S em b raban y reco g ían su café y m olían sus
cañas, y gustaban la “ falda” con la digna co n v icció n que
em an a de una co stu m b re a rra ig a d a . C o m o receta cu li
naria tiene bastante parecido co n los “ callo s” españoles.
E s tan alim en ticia c o m o su stan cio sa, y e m in en tem en te
popu lar. Se co m en ta que desde la C o lo n ia el n o m b re del
fam o so plato n irg ü eñ o ha serv id o para elu cu b rar in ten
cionadas chanzonetas a costa de las cocineras locales.
EN adie va a discutir que la polenta criolla no es uno de los
platos de m a y o r sustancia. E s tan alim enticia co m o
agradable al paladar, y no hay localidad del país donde no
se la co n o zca. En todas ellas se le dispensa la m ism a
estim ación y se la prepara en idéntica fo rm a y co n iguales
ingredientes. P e ro si se abriera un certam en nacional
culinario para p rem iar la m ejo r polenta de la R epública,
lo ganaría M ontalbán, la linajuda población carabobeña.
N o es un plato popular. D urante la C olonia era altam ente
apreciado por la gente de p ro, y era uno de los m ás
constantes en las m esas aristocráticas de entonces, lo
m ism o que en las prim eras décadas de la R epública. E n el
día es de las viandas m ás prestigiosas que frecuentan los
com ed ores de la clase m edia. P o r los ingredientes de que
se co m p o n e tiene ciertos n exo s de fam ilia con la hallaca y
la 'e m p a n a d a . L o s g a stró n o m o s vern ácu los la. alaban
m u ch o ; y si ha sido confeccionada co n la conciencia y el
esm ero que son de rig o r le prodigan fervorosas loas
Para prepararla se requiere conveniente p o rció n de
m asa de m aíz bien elaborada. Se le baten concienzuda
m ente m ezclados con ésta dos o tres huevos cru d o s, y se
le añade prudente p o rció n de sal. A parte se hace un guiso
con pollo o gallina, o carne de cerdo fresca, al cual se
in co rp o ran aceitunas, alcap arras, pasas y rodajas de
huevos cocid os. E s ritual agregarle una co rta cantidad de
vino dulce y darle un leve tanto de ají. H ech o esto se
extiende en la sartén, o en el caldero, donde se habrá
puesto aceite o m anteca, y una capa de m asa, ni delgada ni
gruesa, y se deposita en ella el aludido co n d im en to. E n
cim a de éste se despliega entonces otra tela de m asa, la que
se prensa en los bordes sobre la prim era, para soldar el
redondel, p o r decirlo así, a fin de im pedir que se salga el
relleno. E n to n ces se pone el recipiente al fo gó n , o al
h o rn o, hasta que la polenta quede bien cocida.
C o m o tantas viandas apetecibles, sanas y nutritivas
que hacían hace largos años las delicias de los com ilones
exp erto s, ante la insistente introm isión de platos france
ses la polenta dejó de tener, a no dudarlo, la im p ortan cia
g astron óm ica y social que poseyó an teriorm en te. N o
porque periclitaran sus cualidades ni haya degenerado,
sino debido a los cam bios operados por el e x o tism o . P ero
cuando entre la gente de prosapia se presenta la o p o rtu
nidad de saborear una polenta se la trata con la cordialidad
respetuosa que se tiene para aco g er un viejo am igo al que
se le guarda aprecio. Y es que el rancio abolengo del plato
se im pon e, co m o se im ponen esas personas bien nacidas y
de cultura superior que si bien llegaron a m enos financie
ram en te conservan siem pre su distinción hidalga. E sto
o cu rre con la polenta criolla, y especialm ente si es elabo
rada en la ilustre y laboriosa M ontalbán. ■'
E n V enezuela, c o m o en todos los pueblos cultos donde
la m esa es sitio de esparcim iento ho gareñ o y social, y
donde al sentim iento religioso se unen los hondos im pe
rativos de la trad ición , los festejos pascuales asum en
co n to rn o s verd aderam ente ju b ilosos. D e ahí que no haya
vivienda, p o r hum ildes y escasos de recursos sean sus
m o rad o res, en la que no se celebren esos días en que la
cristiandad co n m e m o ra el n acim iento de C risto . E s una
fiesta, especialm ente casera, durante la cual las hallacas, el
“ carato de acu p e” , el dulce de lechoza, el cochino h o r
neado y el pavo relleno se reparten los principales papeles.
E n la m adrugada de la N avid ad , antes y después de la
M isa del G allo, cuando en los pintorescos nacim ientos
dom ésticos fulge la estrella de B elén sobre un panoram a
de cartó n pintado y de evangélicas figuras de y eso , la
gente se entrega co n ferviente entusiasm o a co n su m ir esas
viandas clásicas. P ara confeccionarlas la sapiencia culína-
ria criolla d erro ch ó sus más felices m anifestaciones.
L a co stu m b re, desde tiem po inm em orial, ha deter
m inado que el pavo sea el p rotagonista forzoso del acon
tecim ien to. C o m o se sabe, la m encionada apetecible ga
llinácea es oriunda del C ontin ente am ericano. Los co lo
nizadores, españoles e ingleses, la hallaron en estado sal
vaje en ciertas regiones del N o rte co m o en algunas del
Sur. L o g ra ro n dom esticarla, la con virtieron en ave de
co rra l, y m ediante cruzam ientos se llegó a los tipos ac
tuales, unos de m a y o r talla que o tro s, pero todos igual
m ente solicitados y m agnííicos para el h o rn o , el asador o
el caldero. E sto siem pre que vivos se les acondicione
exp ertam en te, y que lu ego, difuntos, se les prepare con
arte. Las Pascuas, el A ñ o N u ev o y el Día de R eyes son las
fechas preferentem ente destinadas en el m undo occiden
tal para el sacrificio de los pavos, que encuentran así
m u erte en fo rm a h ecatóm b ica, pasando a los estóm agos
de millares de com ilones.
La carne de pavo es sum am ente sanguinolenta, y , en
m á x im o gjrado, insípida. A parte de esas fallas, es natu
ralm ente dura. Para suprim ir esos inconvenientes se hace
beber vinagre al animal durante algunos días, a fin de que
aquélla se suavice y ponga blanca. A la vez, para ponerla
gustosa, se obliga al pavo a tragar diariam ente, durante
un p ar de sem anas, tro cito s de nuez m oscada. E n la fecha
escogid a para prepararlo se hace un picadillo co n las
entrañas y se le agregan a éste los aliños clásicos. A dem ás,
se le añade carne de cerd o en m ínim os tro zo s, chorizos
d esm enuzados, alcaparras, aceitunas, pasas y alm endras,
fragm en tos de huevos sancochados y una buena porción
de vino generoso. D espués de haberlo rellenado con ese
opulento guiso se p ro ced e a suturarlo y se le aco m o d a en
el h o rn o , del cual se retira cuando su to n o dorado indica
que ya está con venientem ente co cid o. E n su época pa
gana, au tócton a y selvática, jam ás crey ó el pobre pavo
que llegaría a servir de basam ento para celebrar algunas
de las efem érides m ás significadas del cristianism o.
>
I N D I C E
Justificación Liminar (por José Rafael Lovera)................ 7
E ntrad a (P ró lo g o p o r P ed ro Sotillo) ............................ 11
M o tiv o y O rig en de este Libro (por el A u t o r ) . . . . 25
/
*K
Los H u evos C h im b os M aracaiberos ......................... 198
La L angosta co n E rre ....................................................... 201
El Pebre Selvático ............................................................... 204
El C hu ngute T rujillano .................................................. 207
Las C am aronadas Piriteñas ............................................. 210
E l P e rico Guanarense ......................... 213
El T a có n Señorial ............................................................... 216
El Q u eso de M an o ............................................................. 219
L os N iños En vu eltos Sancarleños .............................. 222
El G ofio C u m a n a c o e r o ..................................................... 225
El C h ich arrón N ativ o ........................................................ 228
El C h u ch o F rito A rayero ................................................ 231
L os A jiceros Provin cian os ............................................. 234
Él K epeurí R io n eg réro ..................................................... 237
El P an Pelado V enezolano .............. 240
El Pescado G uisado R ib ereñ o ...................................... 243
Los M aduros Lacustres ..................................................... 246
Las A lbóndigas V ictorianas ........................................... 249
El Pernil de C erd o T o v areñ o ...................................... 252
La Falda N irgüeña ................'.............................................. 255
La Polenta M ontalbanense .............................................. 258
El P a v o Relleno N avideño .............................................. 261
Este libro se term inó de im prim ir en
los talleres g ráfico s de E d ito ria l
Prom o Print, en la ciudad de Cara
cas, en el mes de Septiembre del año
1984.