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Ejercicios Espirituales

Encarnación y nacimiento
La obediencia en la vida de la Compañía de Jesús
Hebreos 1, 1-3a
1. Método: La Contemplación ignaciana

 Oración preparatoria: “Pedir gracia a Dios nuestro Señor ...” [46]


 Primer preámbulo: “Traer la historia de la cosa que tengo de contemplar” [102]
 Segundo preámbulo: “Composición viendo el lugar” [103]
 Tercer preámbulo: “Demandar lo que quiero” [104]
 Primer punto: “Ver las personas...” [106]
 Segundo punto: “Oír lo que hablan las personas...” [107]
 Tercer punto: “Después mirar lo que hacen las personas...” [108]
 Coloquio: “En fin hase de hacer un coloquio...” [109] Cfr. [54]
 Examen: "Después de acabado el ejercicio..." [77]
 Traer los sentidos: “(...) aprovecha el pasar de los cinco sentidos... [121-126]

2. Tema: Encarnación, nacimiento


El estilo de la acción de Dios: San Ignacio quiere que el ejercitante, después de haber
escuchado el llamamiento de Dios a colaborarle en su misión, de la mano del Hijo, entre
en contacto con el estilo propio de la acción de Dios, manifestado en Jesús. No podemos
hacer una elección, ni una reforma de vida, sin tener la experiencia inmediata del estilo de
Dios, manifestado en Jesús de Nazaret. Este estilo está caracterizado por la obediencia.
La obediencia de Jesús: Nace en la periferia, en el margen. Desde el margen geográfico,
cultural, religioso, económico (Belén, Nazaret, El Calvario), nos propone un orden nuevo:
 Jesús desconcierta la sabiduría del centro, desde la locura de la periferia...
 Jesús desinstala la riqueza del centro, desde la pobreza de la periferia...
 Jesús desestabiliza el poder del centro, desde la debilidad de la periferia...
(Cfr. Benjamín González Buelta).
La contemplación del rostro de Cristo: “La contemplación del rostro de Cristo se centra
sobre todo en lo que de él dice la Sagrada Escritura que, desde el principio hasta el final,
está impregnada de este misterio, señalado oscuramente en el Antiguo Testamento y
revelado plenamente en el Nuevo, hasta el punto que san Jerónimo afirma con vigor:
«Ignorar las Escrituras es ignorar a Cristo mismo»” (Juan Pablo II, NMI, 17).
3. Puntos
Textos bíblicos:
Éxodo 3, 7-12: “Claramente he visto cómo sufre mi pueblo...”
Lucas 1, 26-38: “Que Dios haga conmigo como he mas dicho”
Mateo 1, 18-25: “(…) no tengas miedo de tomar a María por esposa…”
Lucas 2, 1-7: “(...) y lo envolvió en pañales y lo acostó en el establo...”

Preguntas y sugerencias:
Desde la lectura del decreto 4 de la CG 35ª. y la contemplación de estos misterios,
¿Qué mociones percibimos sobre nuestra vida de obediencia?
¿Hasta qué punto hemos asumido el estilo y la obediencia de Jesús en nuestra
vida apostólica?
¿Cómo afecta esta manera de proceder de Dios nuestra experiencia comunitaria?
El establo de Giovanni Papini
“Jesús nació en un establo. Un establo, un verdadero establo, no es el alegre y ligero pórtico que
los pintores cristianos han edificado para el hijo de David, avergonzados, casi, de que su Dios
hubiera sido acostado en la miseria y en la suciedad. No es tampoco el nacimiento [pesebre] de
yeso que la fantasía confitera de los figureros ha imaginado en los tiempos modernos; ni el portal
limpio y delicado, gracioso por sus colores, con su pesebre aseado y adornado, el borrico extático,
el buey compungido, los ángeles tendiendo sobre el lecho su aleteante festón, los pajes de los
reyes con los mantos y pastores con capuchones, arrodillados a ambos lados del lecho. Este
podría ser el sueño de los novicios, el lujo de los párrocos, el juguete de los niños, el ‘vaticinado
albergue’ de Manzoni, pero no es, no, el Establo donde nació Jesús.

Un establo, un Establo de veras, es la casa de las bestias que trabajan para el hombre. El antiguo,
el pobre establo de los pueblos antiguos, de los pueblos pobres del pueblo de Jesús, no es el
pórtico con pilares y capiteles, ni la caballeriza científica de los ricos de hoy o la cabañita elegante
de las noches de Navidad. El establo no es más que cuatro paredes toscas, un piso sucio, un techo
de tirantes y de tejas. El verdadero Establo es oscuro, sucio hediondo: lo único que hay limpio en él
es el pesebre, donde el dueño prepara el pienso para las bestias.

Los prados de primavera, frescos en las mañanas serenas, mecidos por el aura, asoleados,
húmedos, olorosos, fueron segados; cortadas con el hierro las verdes hierbas y las altas y finas
hojas, tronchadas en montón las hermosas flores abiertas: blancas, rojas, amarillas, celestes. Todo
se marchitó, todo se secó, todo se coloreó con el color pálido y único del heno. Los bueyes
arrastraron hacia la casa los despojos muertos de mayo y de junio.

Ahora esas hierbas y esas flores, esas hierbas secas y esas flores siempre perfumadas están allí,
en el pesebre, para satisfacer el hambre de los Esclavos del Hombre. Los animales las atrapan
lentamente con sus grandes labios negros y más tarde el prado florido vuelve a la luz sobre los
residuos de paja que sirven de cama, convertidos en húmedo abono.

Este es el verdadero Establo donde Jesús fue dado a luz. El lugar más sucio del mundo fue la
primera habitación del único Puro entre los nacidos de mujer. El Hijo del Hombre que había de ser
devorado por las bestias que se llaman hombres, tuvo por primera cuna el pesebre donde los
brutos rumian las flores milagrosas de primavera”.

GIOVANNI PAPINI,
Historia de Cristo, Buenos Aires, Mundo Moderno, 1951, 91-92.

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Navidad en Loyola
El soldado “desgarrado y vano” que era Íñigo López de Loyola, leía y rezaba en su cuarto
de convaleciente páginas tan tiernas como esta en la Vita Christi de Ludolfo de Sajonia, el
Cartujano, traducida por Fray Ambrosio de Montesinos:

“Anda, ve ahora tú a ver la Palabra que es el Hijo de Dios, por


amor de ti hecho carne, y puesto de rodillas en tierra, adora a
tu Señor, y a su Madre, y con toda reverencia saluda a José, el
varón santo. Y después besa los pies del Niño Jesús que yace
en el pesebre y ruega a la gloriosa madre que extienda sus
brazos porque Lo veas o que te permita que lo tomes. Tómalo
en espíritu y apriétalo un ratillo entre tus brazos y mira y
contempla con toda diligencia su cara, bésalo con muy
reverencial temor y deléitate en él de todo corazón... Después
tórnalo a su Madre y contempla bien con cuánta diligencia lo
trata. Honra con los pastores al Infante y canta con los
ángeles su gloria”.

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