Sei sulla pagina 1di 5

ANEXO No.

(Guía No. 12)


EL LLAMAMIENTO DEL REY ETERNAL
Y LA FORMULA DEL INSTITUTO APROBADA POR JULIO III

ORIENTACIONES PARA UNA REPETICION

Se podría hacer una repetición final del llamamiento del Rey eternal con el texto de
la Fórmula del Instituto, que contiene la forma como Ignacio y los primeros compañeros
expresaron su oblación a Jesucristo en la Iglesia. Ofrecían de este modo al Espíritu un
cuerpo del que pudiera servirse para continuar el proyecto salvífico del Padre. El texto de la
Fórmula se puede encontrar en el libro Constituciones de la Compañía de Jesús. Normas
Complementarias1.

Para facilitar la oración ofrecemos aquí un resumen explicativo de la elaboración de


la Fórmula, especialmente de los llamados «Cinco Capítulos», que son el primer proyecto o
compendio del Instituto que ellos presentaron al Papa Paulo III y que él aprobó oralmente.

INTRODUCCIÓN

La intención del grupo de reproducir el Colegio apostólico, conformándose con el


modo de proceder de Jesús y sus doce apóstoles para predicar como ellos el Evangelio al
mundo de su tiempo, constituye una línea directriz de la Fórmula del Instituto y de las
Constituciones de la Compañía. En la Fórmula los compañeros exponen los principios
fundamentales y diseñan las características propias de la comunidad que determinaron
instituir en las Deliberaciones de 1539.

Todos los especialistas coinciden en que la Fórmula proviene de Manresa en su


inspiración. Nadal afirmaba que la Compañía tuvo su origen en los ejercicios del Rey y las
banderas:

«En este tiempo [se refiere a Manresa], guiándole N.S., comenzó a tratar del interior de su
alma y de la variedad de los espíritus, dándole el Señor en esto grandes conocimientos y
sentimientos muy vivos de los misterios divinos y de la Iglesia…Aquí le comunicó N.S. los
ejercicios, guiándole de esta manera para que todo se emplease en el servicio suyo y salud
de las almas, lo cual le mostró con devoción specialmente en dos ejercicios, scilicet, del
Rey y de las banderas. Aquí entendió su fin y aquello a que todo se debía aplicar y tener por
escopo en todas sus obras, que es el que tiene ahora la Compañía»2.
1
Se pueden ver las Fórmulas del Instituto aprobadas por Paulo III y Julio III en Constituciones de la
Compañía de Jesús. Normas Complementarias, pp. 27-39. También la Fórmula aprobada por Julio III en
Obras de San Ignacio, BAC, 5ª edición, pp. 455-460, con un útil comentario introductorio, pp.440-442.
2
Fontes Narrativi, I, 306-307.
ELABORACIÓN Y APROBACIÓN DE LA FÓRMULA

En Manresa, Ignacio se siente movido a colaborar con Jesús en la empresa de


conquistar las almas; para realizar este ideal, su vida ha de ser lo más semejante posible a la
de Jesús, pobre y humilde. Cuando la Compañía comienza a tomar forma, aparece como un
puñado de hombres que lo han dejado todo para “predicar el Evangelio en pobreza”,
reproduciendo el colegio apostólico en su modo de proceder, aun en las cosas exteriores.
Jesús es la cabeza exclusiva del grupo, que no piensa en tener superior hasta las
Deliberaciones de 1539, por más que Ignacio sea el líder natural. Están dispuestos a
discurrir por cualquier parte del mundo, a prestar el servicio más necesario y mejor en
cada momento, «según pareciere conveniente para la gloria de Dios y el bien común»; y
todo esto gratuitamente.

La Fórmula tuvo su primer esbozo en las conclusiones de los compañeros al


terminar sus Deliberaciones en la primavera de 1939. Dichas conclusiones fueron
redactadas en un proyecto que se llamó PRIMA SOCIETATIS IESU INSTITUTI SUMMA,
que Paulo III aprobó oralmente en septiembre del mismo año. Era un breve compendio del
Instituto expuesto en cinco puntos o capítulos. Esa Fórmula sirvió como minuta de la Bula
REGIMINI MILITANTIS ECCLESIAE, con la que el mismo Pontífice aprobó la
Compañía el 27 de septiembre de 1540.

San Ignacio y los primeros compañeros quisieron revisarla más tarde para agregarle
las concesiones hechas por Paulo III después de la Bula, para expresar más claramente
algunas características de su modo de proceder y para recoger las experiencias que exigían
acomodar algunos aspectos a las nuevas circunstancias. Así revisada, sometieron la
Fórmula a la confirmación del Papa Julio III en 1550, quien expidió la Bula EXPOSCIT
DEBITUM.

PRESENTACIÓN DE LOS PRIMEROS COMPAÑEROS

Los compañeros se ofrecieron al Papa como un grupo de «sacerdotes pobres en


Cristo», maestros de artes por la Universidad de París, ejercitados en estudios teológicos.
Procedentes de distintas regiones del mundo, se habían reunido («in unum convenerunt»); y
hechos compañeros, por inspiración del Espíritu Santo, según píamente pueden creer, se
habían puesto de acuerdo para «obrar según un único propósito: dejar todos los atractivos
del mundo, y dedicar perpetuamente sus vidas al servicio de nuestro Señor Jesucristo en la
Iglesia, bajo el Sumo Pontífice». Después de haberse ejercitado en la viña del Señor por
varios años, predicando públicamente la Palabra de Dios, exhortando en privado, oyendo
confesiones, dando ejercicios, sirviendo en hospitales, enseñando a los niños e ignorantes,
por todas partes por donde han peregrinado, han persistido en el vínculo de la caridad; y
ahora, para perfeccionar la unión en Cristo de su compañía, desean consolidar con el
vínculo de la obediencia y por escrito, todas aquellas cosas que han comprobado por
experiencia serles «conducentes para el fin» que se proponen.
LOS «CINCO CAPÍTULOS»3

No sobra recordar que los Cinco Capítulos, o «Prima Societatis Iesu Instituti
Summa», aunque aprobados oralmente por Paulo III, no son todavía la Fórmula del
Instituto. Contienen solo la presentación que los compañeros hicieron de sus propósitos
para obtener la aprobación pontificia. Su novedad no proviene solo de que exponen un
proyecto de comunidad apostólica que se aparta en muchos aspectos de las tradicionales
formas de consagración religiosa existentes entonces en la Iglesia. La misma manera como
los presentan es totalmente original.

Los compañeros pretenden ofrecer una información dirigida tanto a los que les
preguntan sobre su género de vida, como también «a nuestros sucesores, si Dios quiere que
tengamos en alguna ocasión quienes nos sigan por este camino», consagrando su vida para
servir exclusivamente a Dios, bajo la bandera de la cruz «en nuestra Compañía, que
deseamos se distinga con el nombre de Jesús». Exhortan al que quiera alcanzar ese fin que
Dios le propone, a incorporarse en esa comunidad que es un camino hacia El. Cada
capítulo es una invitación a aceptar el desafío y a proseguir con radical generosidad por ese
camino.

I. El Primer Capítulo carga el acento sobre el carácter personal de la vocación.


Inmediatamente el nuevo compañero es exhortado a que se persuada de que es ya miembro
de una comunidad instituida ante todo para ocuparse en el provecho de las ánimas y en la
propagación de la fe. La Compañía se presenta como una comunidad que quiere ser
conocida por el nombre de Jesús y cuya razón de ser es el servicio a su Señor. El sentido de
pertenencia ilumina todo el capítulo. El jesuita pertenece a una comunidad y la comunidad
pertenece a Jesucristo. Palpita detrás de estas palabras el Principio y fundamento de los
Ejercicios: el hombre es creado para, y la Compañía es fundada para, alabar, hacer
reverencia y servir a Dios nuestro Señor. No se pertenecen.

El servicio se despliega en múltiples posibilidades del ministerio de la palabra,


ejercicios espirituales y actuación de la misericordia. En concreto se explicita la instrucción
de los niños y de personas ignorantes. La Bula Regimini militantis Ecclesiae agregará el
ministerio de la consolación de las personas, oyendo sus confesiones. Y, por fin, en 1550,
la Exposcit debitum incluirá el ministerio de los sacramentos; pero sobre todo encareciendo
el ministerio de la misericordia, que había sido una característica de su trabajo desde los
primeros años: «manifiéstese disponible para reconciliar a los desavenidos, socorrer
misericordiosamente y servir a los que se encuentran presos en las cárceles o enfermos en
los hospitales, y para ejercitar todas las demás obras de caridad, según que parecerá
conveniente para la gloria de Dios y el bien común, haciéndolas totalmente gratis, y sin
recibir remuneración alguna por su trabajo».

II. El Segundo Capítulo está dedicado al voto de obediencia al Papa, fundamento


de la misión apostólica. Todo miembro ha de ser consciente de que la universal Compañía y
cada uno de los que hacen profesión en ella, militan para Dios bajo la fiel obediencia al
3
MI, Const., I, pp.14-21. Cf OSUNA, JAVIER, S.J., Amigos en el Señor. Unidos para la dispersión.
Colección MANRESA n.18, Mensajero-Sal Terrae, pp.160-171, de donde fue extractada esta exposición.
Papa y a sus sucesores. Por este voto la Compañía se compromete a discurrir, al mandato
del Papa, por unas y por otras partes del mundo, para provecho de las almas y propagación
de la fe, sin subterfugios ni excusa alguna. Más tarde explicarán que es un voto y promesa a
Dios que todos hicieron: «al principio de nuestro ayuntamiento en uno...siendo la tal
promesa nuestro principio y principal fundamento»4.

Tal disponibilidad exige «estar preparados, día y noche, ceñida la cintura, para
pagar esta deuda tan grande». El que quiera «agregarse a nosotros», dicen, antes de echar
esa carga sobre sus hombros, ha de ponderar despacio y a fondo si tiene tanto caudal de
bienes espirituales que pueda dar cima a la construcción de la torre, como aconseja Jesús.
Es decir, si el Espíritu Santo que los impulsa, les promete tanta gracia, que esperen poder
llevar el peso de su vocación.

III. El Tercer Capítulo despliega el sentido del voto de obediencia dentro de la


comunidad. Lo han agregado a los de pobreza y castidad en las deliberaciones de 1539,
precisamente como medio para asegurar la comunión de un cuerpo destinado a dispersarse
para la misión enteramente y sin reservas. Se define como un gobierno personal. El superior
de la Compañía tendrá siempre presente «la benignidad, mansedumbre y caridad de Cristo,
y del modelo de Pedro y Pablo». Por su parte, los que están bajo su autoridad, por las
grandes ventajas que lleva consigo el orden, como por el ejercicio constante de la humildad,
obedecerán en todas las cosas que pertenezcan al instituto y reconocerán en el superior,
como presente, a Cristo.

IV. El Cuarto Capítulo expresa el ideal de los compañeros de seguir a Jesús pobre
y humilde, como habían prometido con voto en Montmartre; ideal que habían empezado ya
a realizar con la experiencia de sus primicias apostólicas desde que, terminados los
estudios, se reunieron de nuevo en Venecia, en Vicenza y en Roma según lo convenido en
1534. «Habiendo experimentado que una vida lo más alejada de todo contagio de avaricia y
lo más semejante posible a la pobreza evangélica es más feliz, más pura y más apta para la
edificación del prójimo; y sabiendo que nuestro Señor Jesucristo suministrará lo necesario
para el sustento y vestido a sus siervos, que buscan solamente el Reino de Dios, hagan
todos y cada uno voto de perpetua pobreza».

V. EL Quinto Capítulo describe otras particularidades de la nueva comunidad,


referentes sobre todo a la «vida común en lo exterior» y que responden a exigencias de su
carácter apostólico. Excluyen la obligación de recitar el oficio divino en coro «para que no
se aparten de los oficios de caridad a los que nos hemos dedicado enteros». Tampoco
utilizarán órganos ni música en las misas y otros oficios litúrgicos. Un largo párrafo abunda
en la explicación: «porque hemos experimentado que estas cosas, que laudablemente
adornan el culto divino de los demás clérigos y religiosos, y fueron introducidas para
impulsar y conmover los ánimos por medio de cánticos y celebraciones de los misterios,
son para nosotros no pequeño impedimento; puesto que, según la forma de nuestra
vocación, tenemos que estar frecuentemente ocupados, aparte de otros oficios

4
MI, Const., I, Declarationes circa missiones, p.162.
indispensables, durante gran parte del día e incluso de la noche, en consolar a los enfermos
de cuerpo y alma».

La movilidad apostólica, las ocupaciones de caridad con pobres y enfermos, que les
robaban aun las horas de descanso, requerían una comunidad más ágil y libre, que no
estuviera ligada a las obligaciones horarias del coro ni a prolongadas ceremonias litúrgicas.
Pero la oposición que a esto puso el cardenal Guinucci no era por las razones aducidas, sino
por los efectos que podría producir entre los seguidores de la reforma ver que la nueva
orden prescindía de algunos de los medios tradicionales que ellos atacaban; encontrarían
una justificación de su rechazo a aquellas ceremonias de la Iglesia. Por eso consideraron
más prudente omitir este párrafo en la Bula.

El último apartado es como una conclusión: «esto es lo que hemos podido explicar,
a modo de imagen de nuestra profesión», comienza. Y se dirige luego a «nuestros
sucesores, si Dios quiere que tengamos en alguna ocasión quienes nos sigan por este
camino». El camino que tendrán por delante conlleva muchas y grandes dificultades. Ellos
mismos lo han experimentado. Por eso les parece oportuno prevenirlos; «para que no
caigan, bajo apariencia de bien, en dos puntos que nosotros hemos evitado»: 1) que no
impongan en el futuro a sus posibles compañeros ayunos, penitencias, llevar los pies
descalzos o descubierta la cabeza, colores especiales en los vestidos, diferencias de
alimentos, cilicios y otras mortificaciones de la carne. No es porque condenen todas esas
cosas; al contrario, las alaban y las valoran en quienes las practican. Simplemente, no
quieren «que los nuestros se sientan oprimidos por tantas cargas juntas, ni tampoco
propiciar excusas para que abandonen el ejercicio de las cosas que nos hemos propuesto».
Los ayunos, penitencias y otras mortificaciones, podrá hacerlos cada cual si los estima
útiles o necesarios, de acuerdo con el superior; 2) que no admitan «en la milicia de
Jesucristo» que es la Compañía, a nadie que no haya sido probado larga y diligentemente;
solo cuando se muestre prudente en Cristo y señalado, ya en doctrina, ya en santidad de
vida. En una palabra, la regla tradicional inspirada en modelos monásticos, que coloca un
tipo de disciplinas, hábitos y calzados, penitencias en las comidas y ceremonias litúrgicas,
como elementos constitutivos de la forma de vida religiosa, es sustituida por una manera de
vida «común en lo exterior», para atender a las exigencias y compromisos del trabajo
apostólico. La comunidad se configura en función del servicio y ayuda del prójimo.

Potrebbero piacerti anche