Documenti di Didattica
Documenti di Professioni
Documenti di Cultura
Se podría hacer una repetición final del llamamiento del Rey eternal con el texto de
la Fórmula del Instituto, que contiene la forma como Ignacio y los primeros compañeros
expresaron su oblación a Jesucristo en la Iglesia. Ofrecían de este modo al Espíritu un
cuerpo del que pudiera servirse para continuar el proyecto salvífico del Padre. El texto de la
Fórmula se puede encontrar en el libro Constituciones de la Compañía de Jesús. Normas
Complementarias1.
INTRODUCCIÓN
«En este tiempo [se refiere a Manresa], guiándole N.S., comenzó a tratar del interior de su
alma y de la variedad de los espíritus, dándole el Señor en esto grandes conocimientos y
sentimientos muy vivos de los misterios divinos y de la Iglesia…Aquí le comunicó N.S. los
ejercicios, guiándole de esta manera para que todo se emplease en el servicio suyo y salud
de las almas, lo cual le mostró con devoción specialmente en dos ejercicios, scilicet, del
Rey y de las banderas. Aquí entendió su fin y aquello a que todo se debía aplicar y tener por
escopo en todas sus obras, que es el que tiene ahora la Compañía»2.
1
Se pueden ver las Fórmulas del Instituto aprobadas por Paulo III y Julio III en Constituciones de la
Compañía de Jesús. Normas Complementarias, pp. 27-39. También la Fórmula aprobada por Julio III en
Obras de San Ignacio, BAC, 5ª edición, pp. 455-460, con un útil comentario introductorio, pp.440-442.
2
Fontes Narrativi, I, 306-307.
ELABORACIÓN Y APROBACIÓN DE LA FÓRMULA
San Ignacio y los primeros compañeros quisieron revisarla más tarde para agregarle
las concesiones hechas por Paulo III después de la Bula, para expresar más claramente
algunas características de su modo de proceder y para recoger las experiencias que exigían
acomodar algunos aspectos a las nuevas circunstancias. Así revisada, sometieron la
Fórmula a la confirmación del Papa Julio III en 1550, quien expidió la Bula EXPOSCIT
DEBITUM.
No sobra recordar que los Cinco Capítulos, o «Prima Societatis Iesu Instituti
Summa», aunque aprobados oralmente por Paulo III, no son todavía la Fórmula del
Instituto. Contienen solo la presentación que los compañeros hicieron de sus propósitos
para obtener la aprobación pontificia. Su novedad no proviene solo de que exponen un
proyecto de comunidad apostólica que se aparta en muchos aspectos de las tradicionales
formas de consagración religiosa existentes entonces en la Iglesia. La misma manera como
los presentan es totalmente original.
Los compañeros pretenden ofrecer una información dirigida tanto a los que les
preguntan sobre su género de vida, como también «a nuestros sucesores, si Dios quiere que
tengamos en alguna ocasión quienes nos sigan por este camino», consagrando su vida para
servir exclusivamente a Dios, bajo la bandera de la cruz «en nuestra Compañía, que
deseamos se distinga con el nombre de Jesús». Exhortan al que quiera alcanzar ese fin que
Dios le propone, a incorporarse en esa comunidad que es un camino hacia El. Cada
capítulo es una invitación a aceptar el desafío y a proseguir con radical generosidad por ese
camino.
Tal disponibilidad exige «estar preparados, día y noche, ceñida la cintura, para
pagar esta deuda tan grande». El que quiera «agregarse a nosotros», dicen, antes de echar
esa carga sobre sus hombros, ha de ponderar despacio y a fondo si tiene tanto caudal de
bienes espirituales que pueda dar cima a la construcción de la torre, como aconseja Jesús.
Es decir, si el Espíritu Santo que los impulsa, les promete tanta gracia, que esperen poder
llevar el peso de su vocación.
IV. El Cuarto Capítulo expresa el ideal de los compañeros de seguir a Jesús pobre
y humilde, como habían prometido con voto en Montmartre; ideal que habían empezado ya
a realizar con la experiencia de sus primicias apostólicas desde que, terminados los
estudios, se reunieron de nuevo en Venecia, en Vicenza y en Roma según lo convenido en
1534. «Habiendo experimentado que una vida lo más alejada de todo contagio de avaricia y
lo más semejante posible a la pobreza evangélica es más feliz, más pura y más apta para la
edificación del prójimo; y sabiendo que nuestro Señor Jesucristo suministrará lo necesario
para el sustento y vestido a sus siervos, que buscan solamente el Reino de Dios, hagan
todos y cada uno voto de perpetua pobreza».
4
MI, Const., I, Declarationes circa missiones, p.162.
indispensables, durante gran parte del día e incluso de la noche, en consolar a los enfermos
de cuerpo y alma».
La movilidad apostólica, las ocupaciones de caridad con pobres y enfermos, que les
robaban aun las horas de descanso, requerían una comunidad más ágil y libre, que no
estuviera ligada a las obligaciones horarias del coro ni a prolongadas ceremonias litúrgicas.
Pero la oposición que a esto puso el cardenal Guinucci no era por las razones aducidas, sino
por los efectos que podría producir entre los seguidores de la reforma ver que la nueva
orden prescindía de algunos de los medios tradicionales que ellos atacaban; encontrarían
una justificación de su rechazo a aquellas ceremonias de la Iglesia. Por eso consideraron
más prudente omitir este párrafo en la Bula.
El último apartado es como una conclusión: «esto es lo que hemos podido explicar,
a modo de imagen de nuestra profesión», comienza. Y se dirige luego a «nuestros
sucesores, si Dios quiere que tengamos en alguna ocasión quienes nos sigan por este
camino». El camino que tendrán por delante conlleva muchas y grandes dificultades. Ellos
mismos lo han experimentado. Por eso les parece oportuno prevenirlos; «para que no
caigan, bajo apariencia de bien, en dos puntos que nosotros hemos evitado»: 1) que no
impongan en el futuro a sus posibles compañeros ayunos, penitencias, llevar los pies
descalzos o descubierta la cabeza, colores especiales en los vestidos, diferencias de
alimentos, cilicios y otras mortificaciones de la carne. No es porque condenen todas esas
cosas; al contrario, las alaban y las valoran en quienes las practican. Simplemente, no
quieren «que los nuestros se sientan oprimidos por tantas cargas juntas, ni tampoco
propiciar excusas para que abandonen el ejercicio de las cosas que nos hemos propuesto».
Los ayunos, penitencias y otras mortificaciones, podrá hacerlos cada cual si los estima
útiles o necesarios, de acuerdo con el superior; 2) que no admitan «en la milicia de
Jesucristo» que es la Compañía, a nadie que no haya sido probado larga y diligentemente;
solo cuando se muestre prudente en Cristo y señalado, ya en doctrina, ya en santidad de
vida. En una palabra, la regla tradicional inspirada en modelos monásticos, que coloca un
tipo de disciplinas, hábitos y calzados, penitencias en las comidas y ceremonias litúrgicas,
como elementos constitutivos de la forma de vida religiosa, es sustituida por una manera de
vida «común en lo exterior», para atender a las exigencias y compromisos del trabajo
apostólico. La comunidad se configura en función del servicio y ayuda del prójimo.