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C.E.I.A.

1-4
Centro de Espiritualidad
Ignaciana de Argentina

Introducción al discernimiento

PUNTO DE PARTIDA

Nosotros vamos a ver un aspecto particular referido a los pensamientos y sentimientos: su


relación con mi libertad. No pocas veces nuestras culpabilidades o angustias proceden de
una falsa concepción de la relación entre los sentimientos que experimentamos y la
libertad personal. Es importante afirmar que no soy responsable de los sentimientos que
experimento, es decir, yo no soy responsable de experimentar determinados sentimientos
frente a una persona o frente a un hecho concreto. Yo no soy libre frente al surgir de mis
sentimientos y por tanto no me puedo sentir culpable de sentir lo que siento. El asunto
está en como canalizarlo, pero antes de todo debemos aceptar que los sentimientos están y
son.

Donde sí soy libre es en el seguir o no la acción que los sentimientos me sugieren y


también en el “alimentarlos” (en “echar más leña al fuego” o no).

Otra situación se da frente a los pensamientos. Si bien no dependen en su surgir de mi


libertad, tengo mayor libertad frente a ellos, ya que puedo ordenarlos, ampliarlos,
concatenarlos, alimentarlos, o no. Mi libertad está presente en cuanto yo puedo frenar o
alimentar el decurso de mis pensamientos, y puedo o no actuar de acuerdo a ellos.

En síntesis, frente a los sentimientos no debo vivir culpabilizándome ya que no está en mi


libertad experimentarlo o no; lo que sí está en mi libertad es alimentarlos y o seguirlos con
conductas hacia los cuales esos sentimientos me inclinan. Frente a mis pensamientos, la
libertad se juega fundamentalmente en el mantenerlos y desarrollarlos y en seguir o no la
conducta sugerida.

ALGUNAS ORIENTACIONES PARA EL MANEJO DE LOS SENTIMIENTOS

1. Los sentimientos no entran en el terreno de lo moral, es decir, no son ni buenos ni


malos en sí mismos.

La mayoría de nosotros admitiría que las emociones no son ni meritorias ni pecaminosas.


El sentirse frustrado, el estar enojado, el tener miedo o el encolerizarse no hacen que una
persona sea buena o mala. Pero en la práctica, un buen número de nosotros no admite
determinados sentimientos; los reprimimos en nuestro subconsciente. Parece cierto que
hay emociones que no estamos dispuestos a reconocer. Sentimos vergüenza de nuestros
miedos, o nos sentimos culpables de nuestras iras o nuestros deseos sexuales o afectivos.

Para poder ir discerniendo en nuestra vida lo más verdaderamente posible, debemos estar
convencidos de que las emociones no son una realidad moral sino fáctica. Mis envidias, mi
ira, mis deseos sexuales, mis temores, etc., no hacen de mi una buena o mala persona. Por
supuesto, esas reacciones emocionales deben ser integradas mental y afectivamente; pero
antes de que puedan ser integradas, antes de que yo decida si deseo seguir esas
orientaciones o no, debo permitirles que se expresen y debo oír con toda claridad lo que
están diciéndome. Debo ser capaz de decir, sin el más mínimo de represión moral, que
estoy enojado, o que estoy avergonzado, o que estoy sexualmente excitado.
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Ahora, para llegar a ser bastante libre como para hacer esto, debo estar convencido de que
las emociones o sentimientos no entran en el terreno de la moral, no son buenas o malas en
sí mismas. Y debo también estar convencido de que toda la amplia gama de sentimientos o
emociones que puedo experimentar pertenece a la experiencia de toda persona, es
patrimonio de todo ser humano.

2. Los sentimientos no tienen origen en mi libertad y tampoco dependen de mi libertad


el que existan o no; simplemente existen

Muchas veces caemos en sentimientos de culpa por determinados sentimientos que


experimentamos diciéndonos algo así como: “yo no debería sentir o experimentar este
sentimiento”.

Es importante recordar que los sentimientos son nuestro modo de reaccionar frente a
determinados hechos o pensamientos, pero son un modo no libre de reacción (otra cosa
será si los seguimos o no, como veremos después). La función de los sentimientos es
comparables con la función de las terminaciones nerviosas que tenemos en toda la
superficie de nuestro ser: éstas son las encargadas de trasmitirnos determinados mensajes
que algo nos está afectando en buena o en mala forma. La sensación de dolor que yo siento
en determinado lugar de la piel, solamente me está indicando que un agente externo está
actuando sobre mí, es un aviso o una reacción del organismo. Del mismo modo los
sentimientos son avisos frente a determinados hechos internos o externos. Así como sería
absurdo sentirse culpable de sentir calor o frío en nuestra piel, también debemos
convencernos de lo absurdo de sentirnos culpables de los sentimientos que podamos
experimentar. Solo podemos hablar de responsabilidad, y por tanto de culpa, cuando
media la libertad y es claro que no es el caso con los sentimientos.

3. Los sentimientos deber ser integrados con el intelecto y la voluntad

Es sumamente importante comprender este punto. La no-represión de nuestras emociones


significa que debemos experimentar, reconocer y aceptar plenamente nuestros
sentimientos. Lo cual no implica en modo alguno que debamos actuar siempre de acuerdo
a ellos. Sería trágico y demostraría la más absoluta inmadurez el que una persona
permitiera que sus sentimientos o emociones rigieran su vida (actuar por el “yo siento
que...”, como criterio absoluto). Una cosa es sentir y reconocer ante uno mismo y ante los
demás que uno tiene miedo, y otra cosa es permitir que ese miedo me venza. Una cosa es
que sienta y reconozca que estoy enojado, y otra cosa es que te aplaste la nariz de un
golpe.

Debemos integrar las tres facultades básicas, es decir, debemos aunarlas en un conjunto
armónico. Ellos son: el intelecto, la voluntad y los sentimientos o emociones. Si el
significado de esta integración está claro, resulta obvio que la mente juzga si es necesario o
deseable seguir determinadas emociones o sentimientos que han sido experimentadas
plenamente, y la voluntad hace efectivo dicho juicio.
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Por ejemplo, puede que a mí me de mucho miedo decir la verdad sobre un determinado
asunto. El hecho es -y ello no es ni malo ni bueno en sí mismo- que estoy sintiendo miedo.
Yo me permito sentir ese miedo y reconocerlo. Mi mente elabora un juicio según el cual
yo no debería obrar de acuerdo a dicho miedo, sino a pesar de él, y debería decirle la
verdad. Consiguientemente, la voluntad ejecuta el juicio de la mente y digo la verdad.

En síntesis, en la persona integrada las emociones o sentimientos ni están reprimidas ni


ejercen el control. Sencillamente son reconocidas (¿qué es lo que siento?) e integradas
(¿deseo obrar de acuerdo con este sentimiento o no?).

4. Los sentimientos pueden tener dos salidas: o los verbalizamos o los somatizamos.
Los sentimientos son como el vapor que se acumula en una olla: si se guardan dentro y se
permite que se acumulen, pueden terminar haciendo saltar la tapa humana que los reprime,
lo mismo que el vapor puede hacer saltar por los aires la tapa de la olla.

La somatización consiste en que determinadas emociones o sentimientos encuentran salida


en dolores, resfríos, etc. Cuando enterramos nuestra emociones, éstas no mueren sin más,
sino que siguen vivas en nuestro inconsciente y en nuestras vísceras, lastimándonos y
afligiéndonos. El explicitar nuestros sentimientos es esencial para nuestra salud física,
psíquica y espiritual.

Es importante recordar que aún cuando no verbalicemos nuestros sentimientos con otra
persona, es básico e imperioso que los verbalicemos con nosotros mismos. Es decir,
decirme a mí mismo en voz alta qué estoy sintiendo, sin miedo a ponerle nombre a ese
sentimiento, por desagradable o rechazable que me parezca.

5. El reconocer, nombrar y aceptar mis sentimientos ayuda a mi crecimiento personal y


a la construcción de mi propia identidad

En la medida que yo soy capaz de reconocer qué siento en cada circunstancia voy
construyendo mi identidad (aunque evidentemente no es este el único ingrediente en esta
construcción), ya que me voy encontrando con mi yo auténtico y real, con el que soy y no
con el que sueño o creo que debería ser. La identidad se basa en la realidad de lo que soy;
de aquí la importancia de la aceptación de los sentimientos que experimentamos.

Por otra parte, al observar las pautas de nuestras reacciones en el campo de los
sentimientos podremos también avanzar en el camino del conocimiento propio. Y si a la
vez confrontamos con otro estas observaciones podremos obtener mayor provecho para
nuestro crecimiento.

Si por ejemplo, yo explicito mas o menos regularmente el sentimiento de “sentirme


ofendido” por cosas intrascendentes, iré cayendo en la cuenta de la hipersensibilidad que
en buena medida me domina. En el momento en que yo sea conciente de esto, podré optar
por cambiar ciertas conductas.
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6. Las pautas de mis reacciones emocionales pueden ser cambiadas, ya que no son un
puro impulso biológico.

Es importante caer en la cuenta de que “no estamos condenados” a reaccionar


emocionalmente siempre de la misma manera cuando hemos visto que determinadas
reacciones son inmaduras o hacen mal a otros. Una cosa es que yo sienta determinados
sentimientos y otra es que yo actúe movido por el mismo.

Cuando yo explicito mis pautas, las verbalizo, las confronto con mis ideales o con las
reacciones que yo considero como deseables, yo puedo ir cambiando las mismas.
Evidentemente, no es un acto instantáneo; es un proceso y que como tal llevará
inevitablemente un período de tiempo y esfuerzo. En la medida en que me convenza de
que es posible cambiar mis pautas de reacción y de irracionalidad de muchas de ellas,
podré reaccionar de manera diversa.

Ahora bien, pueden presentarse en nosotros sentimientos como reacción frente a personas
o hechos y que no logramos cambiar, al menos al ritmo que desearíamos ¿qué hacer? En
primer lugar, la aceptación humilde y paciente de que reaccionamos de una forma que no
nos parece apropiada y que nos gustaría cambiar. En segundo lugar, debemos explicitar el
sentimiento, decírnoslo a nosotros mismos en el camino del cambio y aceptar también que
no todo está en mis manos en cuanto a los hechos que provocan mis sentimientos. Hay
ocasiones en que debemos honestamente plantearnos la necesidad de convivir lo más
sanamente posible con sentimientos que no desearíamos experimentar. Volviendo sobre
algo ya dicho, no está en nuestras manos experimentarlo o no, pero sí en nuestra manos el
seguir o no una determinada conducta. La persona no es puro sentimiento.

A MODO DE SÍNTESIS

La persona “madura”, “adulta”, en cuanto de ella depende, no reprime sus emociones, sino
que permite que salgan a la superficie para poder reconocerlas y nombrarlas. Las
emociones o sentimientos “nos hablan” acerca de nuestra situación y de nuestra persona.
Por otra parte, es importante recordar que esto no supone “abandonarse” a las emociones
o sentimientos como si los mismos fuesen pautas obligatorias de conducta. Las emociones
o sentimientos deben ser integrados armónicamente en el conjunto de la persona,
interactuando con la razón y la voluntad.

Podríamos sintetizar el proceso de hacernos concientes de nuestros sentimientos y de su


integración en cinco pasos:
1. Tomar conciencia de las emociones: ¿Qué estoy sintiendo?
2. Ponerles nombre: Envidia…ternura…afecto…ira…
3. Investigar el origen de los sentimientos: ¿Por qué estoy reaccionando así? ¿Me ilumina
en algo sobre mi vida o situación actual? ¿Puedo rastrear en qué se originan esta reacción
o estos sentimientos?
4. Verbalizar o manifestar estos sentimientos; reconocer explícitamente ante uno mismo y
quizás también ante otro lo que estoy sintiendo, sin miedo ni vergüenzas.
5. Integrar los sentimientos al conjunto de la persona. Una vez reconocidos y nombrados,
dejar que la razón diga qué conviene hacer y que la voluntad ejecute lo decidido.

Hno. José A. Molina, SJ

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