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Capítulo 1

¿Quién disparó primero?


7-8 de diciembre de 1941

› Pearl Harbor, Hawai


Domingo, 7 de marzo de 1941

Los primeros aviones llegaron volando alto, muy por encima de los barcos y sus
tripulaciones, que dormían en el fondeadero. Algunos de los pocos marineros
que estaban en cubierta llegaron incluso a saludar, maravillados ante la visión de
tantos aviones de combate en el aire un domingo tan temprano. Entonces, en el
agua, empezaron a escucharse las explosiones y los disparos desde Ford Island
y el campo de Hickam.
Tan sólo dos minutos después, más aviones, aproximándose rápidamente y
volando bajo, se dirigieron derechos a las filas de acorazados atracados a lo largo
de Ford Island. Rectificaron justo a tiempo para evitar los mástiles de la Marina
allí reunida, pero no antes de arrojar los torpedos desde sus vientres. Las estelas
de los proyectiles apuntaban como dedos hacia los navíos más grandes de la flota
estadounidense en el Pacífico. A medida que las cabezas de los torpedos, de 227
kilos, detonaban contra los cascos bajo el agua, aquellos que se encontraban en
cubierta podían ver la brillante insignia en las alas de los aviones verdes y platea-
dos que pasaban por encima: un círculo rojo que representaba el sol naciente de
Japón. Muchos de los que estaban durmiendo o trabajando bajo la cubierta nun-
ca llegaron siquiera a saber quién los mató.
Unos minutos después de la explosión de las primeras bombas y torpedos, los
operadores de las estaciones de radio en la costa y a bordo de varias de las naves
atacadas enviaron el mensaje «Ataque aéreo Pearl Harbor. No es ningún simula-
cro». Semanas más tarde, oficiales de Inteligencia encontraron la grabación de
otra transmisión de radio. A las 7.53 horas de aquella mañana, el comandante
Mitsuo Fuchida, jefe del ataque aéreo, había enviado una señal codificada al vi-
cealmirante Chuichi Nagumo, comandante en jefe de la 1.ª Fuerza Aérea, y a los
cuarenta y nueve bombarderos Kate, cuarenta torpederos Kate, cincuenta y un
bombarderos en picado Val, y cuarenta y tres cazas Zeke que lo acompañaban
20 HEROÍSMO EN EL PACÍFICO
¿QUIÉN DISPARÓ PRIMERO? 21

en la primera oleada del ataque. El mensaje que confirmaba que habían conse-
guido atacar completamente por sorpresa era una sola palabra, repetida tres ve-
ces: «¡TORA, TORA, TORA!».

›››

El mensaje de Fuchida era acertado. El ataque aéreo de los


japoneses había cogido a los americanos en Hawai increí-
blemente desprevenidos. A las 9.45, una segunda oleada de
167 aviones de combate se había sumado a la devastación,
virando después en dirección norte para volver a sus seis
portaaviones: el Agaki, el Kaga, el Soryu, el Zuikaku, el Hi-
ryu, y el Shokaku. Pearl Harbor, el mayor puerto de la Ma-
rina en el Pacífico, estaba plagado de acorazados estadou-
nidenses hundidos y en llamas; las mejores instalaciones de
diques secos y reparación de naves al oeste de California
estaban destrozadas; tan sólo el 25 por ciento de los avio-
nes con base en Hawai seguían operativos; y hubo 3.581
bajas estadounidenses.
Fue un desastre de proporciones históricas. Pero, aún Mitsuo Fuchida dirigió el
ataque a Pearl Harbor.
así, no consiguió su principal objetivo: impedir que la Ma- Después de la guerra se
rina de Estados Unidos lanzase una ofensiva hacia el oeste convirtió al cristianismo.
contra Japón, al menos hasta que el ejército imperial hu-
biera conquistado territorio suficiente como para asegurar sus islas principales
y logrado la «Gran Esfera de Coprosperidad del Asia oriental».
El ataque sorpresa, ideado por el almirante Isoroku Yamamoto, brillante co-
mandante de la flota combinada japonesa, de cincuenta y siete años, recibió el
nombre en clave de operación Z, en honor a la famosa señal de «Z» del almirante
Togo antes de la victoria japonesa contra los rusos en la batalla de Tsushima, en
1905.
Yamamoto, educado en Harvard y muy apreciado en Estados Unidos, en
donde había prestado servicio como agregado naval, había instado en principio
a sus colegas a evitar la guerra con los estadounidenses. Cuando el Estado Mayor
del ejército imperial lo desautorizó, se puso a trabajar en un plan para causar el
mayor daño posible a Estados Unidos.
Yamamoto fue un jugador toda su vida, y elaboró un plan de guerra simple
y brillante, pero arriesgado. Se dirigió así a los estrategas militares japoneses: «Si
vamos a entrar en guerra con Estados Unidos, no tendremos ninguna posibilidad
de ganar a menos que la flota estadounidense en aguas hawaianas pueda ser des-
truida». Aquello significaba aniquilar la flota estadounidense en el Pacífico antes
de que pudiera salir rumbo a Japón, y requería que el ejército imperial se hiciera
con el control de bases clave en Filipinas y Guam, con ataques casi simultáneos
22 HEROÍSMO EN EL PACÍFICO

contra los británicos en Hong Kong y contra las posesiones holandesas en Indo-
nesia.
Dijo al Estado Mayor del ejército imperial
que «si tenía éxito», el ataque podría permi-
tirles esperar una guerra corta y limitada, tras
la cual Japón buscaría rápidamente la paz bajo
sus propias condiciones. La idea general fue
aprobada por el Estado Mayor en junio de
1941. Entonces, Yamamoto preparó a sus me-
jores estrategas navales para la parte más difí-
cil: un ataque aéreo de dimensiones sin prece-
dentes contra Pearl Harbor, a 6.440 kilómetros
de Japón. En agosto, trabajando contrarreloj
en el más absoluto secreto, el vicealmirante
Takajiro Onishi y los también aviadores nava-
les Minoru Genda y Mitsuo Fuchida pudieron
presentar un plan final de ataque que requería
El almirante Yamamoto, comandante en jefe seis portaaviones y más de 350 aviones.
de la flota combinada japonesa fue el A principios de septiembre de 1941, el Es-
estratega del ataque a Pearl Harbor.
tado Mayor del ejército imperial japonés apro-
bó el arriesgado plan militar de Yamamoto y comenzó un riguroso periodo de
entrenamiento previo al ataque. A principios de noviembre, los seis portaaviones,
dos acorazados, tres cruceros, nueve destructores, treinta submarinos y ocho bu-
ques cisterna que integraban la 1.ª Fuerza Aérea de Nagumo comenzaron a tomar
posiciones en la bahía de Tankan, en las islas Kurile, la base naval japonesa más
remota y más al norte. En la noche del 26 de noviembre, este ejército, la flota
militar más poderosa jamás reunida en el Pacífico, recibió la orden de partir hacia
las heladas aguas del Pacífico norte y dirigirse hacia el este. Una vez fuera de
puerto, navegando sin luces y con un riguroso silencio radiofónico, los capitanes
de las cincuenta y ocho naves abrieron los sobres que contenían sus órdenes se-
cretas y conocieron su objetivo: Pearl Harbor.
Mientras tanto, a medida que la fuerza de Nagumo avanzaba sin ser detectada
hacia su objetivo, los estadounidenses que estaban en Pearl Harbor permanecían
angustiosamente desprevenidos ante el ataque que se avecinaba. Algunos, inclu-
yendo al almirante Husband E. Kimmel, comandante en jefe de la flota del Pací-
fico, y el teniente general Walter C. Short, general al mando del Departamento
hawaiano del ejército de Estados Unidos, pensaban que tendrían conocimiento
por anticipado de cualquier ataque japonés.
Tanto Kimmel como Short sabían que los criptógrafos estadounidenses ha-
bían descifrado el código púrpura japonés, dando acceso a los oficiales de alto
rango de Estados Unidos a los mensajes diplomáticos de Tokio. Basándose en los
despachos telegrafiados desde Tokio a los embajadores japoneses en Washington
¿QUIÉN DISPARÓ PRIMERO? 23

que habían sido interceptados, el Departamento de la Marina emitió una «adver-


tencia de guerra» al cuartel general de la flota del Pacífico el 27 de noviembre,
el día después de que el contingente militar de Nagumo hubiera salido de aguas
japonesas.
El 2 de diciembre, los decodificadores de Estados Unidos interceptaron un
mensaje destinado a todos los puestos diplomáticos y consulares japoneses para
que destruyeran su material de cifrado y codificación y quemasen todos sus do-
cumentos confidenciales. Basándose en este mensaje y en uno que ordenaba al
consulado japonés en Honolulu que continuase informando sobre las actividades
de la flota estadounidense en Pearl Harbor, los departamentos de Guerra y Ma-
rina emitieron otra «advertencia de guerra» a todas las unidades en Hawai. Aún
así, ambos comandantes y sus altos mandos creían que tendrían varias semanas
(si no un mes o más) para prepararse.
No habían ignorado la situación. Desde que el presidente Roosevelt destinara
«indefinidamente» a toda la flota del Pacífico a Hawai en mayo de 1940, los ofi-
ciales de la Marina se habían estado quejando del riesgo que suponía Japón. En
octubre de 1940, el almirante James O. Richardson, comandante de la flota, visitó
Washington para señalar personalmente las deficiencias que observaba al secreta-
rio de la Marina Frank Knox. Poco después de
que Richardson entregara el mando al almiran-
te Kimmel el 1 de febrero de 1941, casi una
cuarta parte de la flota del Pacífico había sido
trasladada al Atlántico para ayudar a combatir
los submarinos alemanes que sembraban el te-
rror en su intento por impedir los envíos de
préstamo y arriendo a Inglaterra.* A pesar de
que sus planes estratégicos exigían seis escua-
drones (de doce aviones cada uno) de patrulla
aérea, Kimmel sólo disponía de cuarenta y nue-
ve aviones para la vigilancia.
Dado que el ejército era responsable de la
defensa de Hawai, las peticiones de hombres y El almirante Husband E. Kimmel,
material del general Short eran igualmente con- comandante en jefe de la flota del Pacífico
siderables. Había solicitado 180 bombarderos cuando se produjo el ataque a Pearl Harbor.
B-17, pero sólo tenía seis que pudieran ser pilotados, y todos sus cazas estaban
obsoletos. A pesar de que el ejército sólo disponía de 102 de las 233 baterías an-
tiaéreas que se consideraban necesarias, miles estaban siendo enviadas a nuestros
aliados británicos y soviéticos en combate. Además, a pesar de que cinco de las
unidades móviles de radar altamente secretas habían sido enviadas a Hawai en
—————
* La Ley de Préstamo y Arriendo, firmada por Roosevelt, permitía a Estados Unidos ayudar
económicamente (en armamentos, munición, etc.) a Inglaterra y a otros países beligerantes.
24 HEROÍSMO EN EL PACÍFICO

noviembre, pocos operadores habían recibido entrenamiento. Peor aún era el


hecho de que el Ejército de Tierra y la Marina en Hawai operasen de manera
independiente, sin una estructura de mando unificada, de modo que, aunque un
operador de radar detectara un ataque inminente, el Ejército de Tierra no tenía
otro medio de alertar a la Marina que una llamada telefónica al cuartel general
de la flota.
La principal preocupación del almirante Husband Kimmel era la seguridad
de sus naves, los tanques de almacenamiento de combustible, y la fuerza aérea
naval. Sus aviones de reconocimiento de largo alcance podían volar 1.200 kilóme-
tros en patrulla y hundir cualquier submarino en áreas sensibles, especialmente
a la entrada de Pearl Harbor. Kimmel consideraba que los submarinos enemigos
suponían la mayor amenaza para su flota. A lo largo de la bocana del puerto, los
estadounidenses habían instalado una red antisubmarinos, antiminas y antitorpe-
dos que se extendía casi hasta el fondo, de tan sólo 14 metros de profundidad.
Aunque la red antisubmarinos era altamente secreta, y el área que la rodeaba
había sido designada como zona restringida y fuera de los límites de cualquier
navío civil o extranjero, los japoneses eran plenamente conscientes de ello. Los
agentes alemanes y espías japoneses reunían de manera rutinaria información
extraordinariamente detallada sobre nuestras instalaciones, naves y aviones. Más
de media docena de informes proporcionaban datos sobre la red colocada en la
entrada del puerto.
Ignorantes de la magnitud y exactitud del espionaje japonés, pero preocupa-
dos por las insuficiencias sobre las que habían informado a Washington, tanto
el almirante Kimmel como el general Short creían que habían hecho todo lo
posible para prepararse para la guerra. El genral Short, alertado sobre un posi-
ble sabotaje, ordenó a su fuerza aérea que los aparatos se agrupasen más cerca
unos de otros para poder ser así custodiados más fácilmente en los campos de
Hickam y Wheeler.
Todas las naves de combate en puerto recibieron la orden de mantener el Def-
con 3, que permitía una vigilancia del 25 por ciento en los cañones y capacidad
para ponerse en marcha en doce horas. A primera hora de la mañana del 7 de
diciembre, el almirante Kimmel, tratando de ahorrar en materiales y tripulacio-
nes, mandó de patrulla sólo tres de sus escasos PBY* de largo alcance, pero nin-
guno de ellos fue enviado al norte de Oahu, donde Nagumo había lanzado sus
ataques aéreos. Tanto Kimmel como Short se fueron a la cama el sábado 6 de
diciembre creyendo que tenían mucho tiempo antes de que Japón lanzara un
ataque. Por supuesto, estaban muy equivocados.
A la vista de los resultados, puede parecer que todo ocurrió exactamente según
los planes de Yamamoto, pero no fue así. En Tokio, en el último minuto, el príncipe
Hiroyasu Fushimi insistió en que el ataque incluyera algunas armas especiales que
—————
* Al final del libro hay un glosario en el que se desarrollan las siglas de los términos utilizados.
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estaban escondidas en la muy secreta base naval de Kure. Esas armas —tan secretas
que sólo un puñado de oficiales militares japoneses las conocían— eran submarinos
de bolsillo. Los japoneses llevaban años trabajando en silencio en aquellos submari-
nos especializados. Fushimi estaba convencido de que podrían penetrar en el seguro
puerto de Pearl Harbor. Quería que se incluyesen cinco en la misión, de modo que
al atacar a los barcos estadounidenses que estaban en sus muelles, el servicio de
submarinos formase parte de la gran victoria sobre la flota americana.
Los minúsculos submarinos, de veinticuatro metros de largo y dos de alto,
eran mucho más pequeños que los submarinos convencionales. Desplazaban sólo
cuarenta y seis toneladas y tenían sitio para dos tripulantes especialmente entre-
nados para esa misión.
Yamamoto no quería incluir al principio los submarinos, que no se habían
probado, en el ataque, temiendo que le podrían costar la ventaja de la sorpresa
si eran detectados antes de que su fuerza aérea estuviera sobre el objetivo. Los
pequeños submarinos de Fushimi tendrían que ser trasladados a su posición ho-
ras antes del ataque, con lo que se corría el riesgo de que fueran detectados, aler-
tando así a los militares estadounidenses de lo que se avecinaba.
Los submarinos de bolsillo, oficialmente llamados Submarinos con Fines Es-
peciales (SPS), se empezaron a construir a finales de los años treinta y la Marina
imperial los había sometido a pruebas intensivas en la base secreta de Kure. Pero
eran un arma nueva y aún no se habían utilizado. Yamamoto, que no sólo era
experto en el arte de la guerra sino también prudente con respecto a la realidad
política, entendió que el príncipe Fushimi tenía poderosos aliados en el entorno
del emperador, así que de mala gana modificó su plan de ataque para incluir los
submarinos de bolsillo.
Los submarinos de Clase I, los más grandes de Japón, podían albergar un SPS
detrás de la torre de mando. Yamamoto designó al grupo como Unidad Especial
de Ataque.
Los minisubmarinos, de 600 caballos de vapor, funcionaban por medio de
baterías y podían hacer 23 nudos en superficie y 19 nudos sumergidos, pero sólo
durante dos horas. A 2 nudos, podían funcionar durante casi diez horas sumergi-
dos, si la tripulación de dos hombres no se quedaba antes sin aire. Debido a estas
limitaciones, Yamamoto ordenó que los barcos I de la Unidad Especial de Ata-
que se aproximaran a unas 10 millas de Pearl Harbor a primera hora de la maña-
na del 7 de diciembre, rodearan la entrada y lanzaran sus submarinos de bolsillo.
Los submarinos nodriza se retirarían entonces a un punto de cita frente a Oahu
y esperarían la vuelta de los SPS después del ataque.
Cada SPS estaba equipado con dos torpedos Tipo 97, de 457 milímetros.
No había nada «de bolsillo» en esas armas; cada una de las cuales tenía una
cabeza de 350 kilos. Cuando se disparaban desde los tubos verticales que esta-
ban en la proa de los submarinos, podían alcanzar más de 4,5 kilómetros a 80
kilómetros por hora. Los submarinos de bolsillo también llevaban cargas ex-
26 HEROÍSMO EN EL PACÍFICO

plosivas que podían ser detonadas por la tripulación, convirtiéndose así en


bombas suicidas.
Una vez lanzados por los submarinos nodriza, cada SPS tenía que abrirse ca-
mino a través de las redes antisubmarino y entrar en el puerto para lanzar sus
torpedos contra los barcos estadounidenses atracados alrededor de Ford Island.
Se escogieron y entrenaron diez hombres, dos por submarino, para las tripula-
ciones. Tenían que ser capaces de aguantar el confinamiento en un espacio mi-
núsculo durante largos periodos de tiempo; soportar temperaturas extremas y
resistir el aire viciado por gases de ácido sulfúrico que producían las baterías.
Estos hombres no sólo no debían tener miedo a la muerte: tenían que esperarla.
A primera hora de la mañana del 7 de diciembre, mientras los seis portaavio-
nes de Nagumo se preparaban para mandar aviones a unas 230 millas al norte de
Oahu, los cinco submarinos nodriza de la Unidad Especial de Ataque llegaron
a su lugar ante la bocana de Pearl Harbor. El teniente de Marina Kichiji Dewa
iba a bordo del barco nodriza del SPS I-16TOU, uno de los minisubmarinos.
(Los minisubmarinos no tenían nombre propio. Se referían a ellos por medio del
barco nodriza, seguido por el sufijo TOU). Kichiji llamó por teléfono al oficial
que se encontraba en el interior del SPS cuando el pequeño navío se preparaba
para desconectarse de su barco nodriza, deseando ser uno de los diez valientes
que iban a bordo de los submarinos de bolsillo que se dirigían a Pearl Harbor.

Operador de señales Kichijidewa


A bordo del submarino Chiyoda
6 de diciembre de 1941

Fuimos escogidos entre los escogidos. Éramos conscientes de la importancia


de nuestra misión, así que, a pesar del tipo de trabajo encomendado, no había
mucho que temer. Poco a poco íbamos haciendo progresos en el entrenamien-
to para asaltar el puerto.
Cuando entré en el Chiyoda, me sometí a un fuerte adiestramiento y
aprendí muchas lecciones espirituales [como] «escogido entre los escogidos».
Cuando empecé a ser realmente consciente de mi estatus como miembro de
la tripulación del SPS, ya llevaba dos meses a bordo del Chiyoda. Me pareció
que estábamos trabajando en algo realmente importante.
Durante el entrenamiento, crearon lo que se llamó «asalto al puerto». La
estrategia consistía en que cuando los SPS se encontrasen con acorazados
enemigos, lo primero que tratarían de hacer sería disminuir el número de aco-
razados y tropas, para reducir las unidades militares enemigas. Los SPS se
usarían para este plan de «reducción de las fuerzas enemigas».
¿QUIÉN DISPARÓ PRIMERO? 27

Mientras estábamos sumergidos, nos dedicábamos a dormir. Cuando salíamos


a la superficie por la noche, hacíamos labores de mantenimiento. Nuestras prin-
cipales obligaciones consistían en cargar las baterías y la ventilación. Como llevá-
bamos baterías muy grandes, si dejábamos la escotilla cerrada todo el día se gene-
raba mucho gas. Y si el motor arranca con el gas generado puede soltar chispas
y explotar. A veces moría gente en estas explosiones, por lo que teníamos mucho
cuidado. Aparte, había que limpiar el barco. Se iba acumulando el agua sucia y
no podíamos dejarla, sobre todo en lugares como el cuarto de máquinas.
Después de haber cargado el SPS en el barco nodriza y zarpado, el capitán
anunció oficialmente que nuestro objetivo era Pearl Harbor.
Oí que los oficiales de mayor rango no darían permiso [para la misión] a
menos que hubiera garantías de que los miembros de las tripulaciones volvie-
ran vivos, pero no creo que el oficial al mando, el teniente coronel Masaji Yo-
koyama, pensara que iba a volver vivo. Solía decir: «Hay un dicho, “Mata al
insecto pequeño para conseguir al insecto grande”».
Además, aunque el asalto y el regreso fueran un éxito, Estados Unidos nos
perseguiría y descubriría la existencia del barco nodriza; y si éramos atacados,
lo perderíamos todo. Así que, el que murieran sólo los dos tripulantes que
iban en el SPS no era lo peor. Así pensábamos nosotros. No creo que nadie
esperase volver.
Cuando se marchaban, iban vestidos con los uniformes que llevaban los
pilotos de los aviones. Llevaban sus espadas japonesas y la comida que les
preparábamos.
La noche del 6 de diciembre, yo estaba a cargo del teléfono que conectaba
el barco [nodriza] con el SPS. Estaba hablando del mantenimiento y de cosas
corrientes. En el otro extremo, el teniente coronel Masaji Yokoyama, el oficial
al mando del SPS, nos dio las gracias por haber hecho un buen trabajo. Am-
bos éramos realistas. No era más que una conversación normal. No queríamos
pensar en la muerte. Sólo pensábamos en cumplir nuestro deber con dignidad.

› Océano Pacífico
Una milla al sur de Oahu
Domingo, 7 de diciembre de 1941

Una vez lanzados desde los submarinos nodriza, los capitanes de los minisubma-
rinos trataron de abrirse camino hacia el puerto para estar en su puesto junto a
Ford Island cuando empezase el ataque aéreo.
Las tripulaciones de los submarinos de bolsillo podían ver las luces de Hono-
lulu a través de sus periscopios y oír música de jazz procedente de las emisoras
de radio locales; las mismas cuya señal había guiado a los submarinos nodriza al
28 HEROÍSMO EN EL PACÍFICO

punto de partida a 10 millas de la bocana del puerto. Llegar hasta allí había sido
relativamente fácil. Deslizarse a través de la red antisubmarinos para entrar en el
fondeadero que estaba detrás o pasar junto a uno de los barcos estadounidenses
que entraban en el puerto suponía un desafío mucho mayor.
El comandante de la Unidad Especial de Ataque de los cinco submarinos, el
teniente de veintinueve años Naoji Iwasa, había sido piloto de pruebas. Había
entrenado a los otros nueve hombres y había subrayado la importancia y grave-
dad de su tarea. No dijo exactamente que la suya era una misión suicida, pero
nadie dudaba de que lo fuera. «Nadie pretende que volvamos», dijo Iwasa a sus
hombres. Iwasa, capitán del submarino nodriza I-22, era también capitán del SPS
I-22TOU. Era el mayor de los miembros de la tripulación, y su segundo era Nao-
kichi Sasaki, experto espadachín kendo.
El teniente Masaji Yokoyama, capitán del SPS I-16TOU, era asistido por el
contramaestre Sadamu Uyeda, un silencioso joven campesino.
El capitán Shigemi Furuno, del SPS I-22TOU había dicho a sus padres que
no podía casarse porque debía estar dispuesto a morir en cualquier momento. Su
segundo era el contramaestre Shigenori Yokoyama.
El alférez Akira Hiro-o, capitán del SPS I-20TOU, de veintidós años, era el
más joven de los tripulantes de los submarinos de bolsillo. El contramaestre
Yoshio Katayama, un joven granjero, era su segundo.
El alférez Kazuo Sakamaki era el capitán del SPS I-24TOU, y su tripulante,
el oficial técnico jefe Kiyoshi Inagaki.
A las 3.42, el dragaminas Condor, de patrulla a la entrada del puerto, avistó
lo que parecía ser el periscopio de un submarino que seguía al Antares cuando
se dirigía lentamente hacia el puerto, esperando a que la red antisubmarinos se
retirara al amanecer para poder entrar. La tripulación del Condor emitió inmedia-
tamente un aviso por radio: AVISTADO SUBMARINO AL OESTE; VELOCIDAD
CINCO NUDOS. Alertada por el Condor, la tripulación del Antares también vio al
submarino y repitió el mensaje. Un avión de reconocimiento PBY que sobrevola-
ba el puerto y el Ward, un antiguo destructor de cuatro chimeneas tripulado por
reservistas del Medio Oeste y al mando de un flamante capitán, William Outer-
bridge, oyeron los avisos.
A bordo del Ward, el fogonero Ken Swedberg, un joven reservista de St. Paul,
Minnesota, estaba en su puesto de combate a los pocos segundos de la alerta. Al
escudriñar en la oscuridad, lo primero que pensó fue que tenía que ser uno de los
submarinos de Hitler.
¿QUIÉN DISPARÓ PRIMERO? 29

Fogonero Ken Swedberg


A bordo del destructor Ward, Pearl Harbor
7 diciembre de 1941

Yo era fogonero de primera clase, lo que significaba que solía estar normal-
mente en la sala de calderas. Para eso fui entrenado. Pero mi trabajo en el
«puesto de combate» estaba arriba, en cubierta, manejando un cañón antidiri-
gibles de la Primera Guerra Mundial diseñado para abatir globos aerostáticos.
Hacia la una de la tarde del sábado 6 de diciembre, el capitán hizo una lla-
mada de ejercicios al «puesto de combate» para poner a prueba a su tripulación
de reserva. Eran los primeros ejercicios, y creo que estuvo muy acertado en ha-
cerlos, como más tarde se demostró. Fuimos a los puestos de batalla y yo colo-
qué mi cañón de 76 milímetros en la proa, justo debajo de nuestra batería prin-
cipal, el cañón número uno de 101 milímetros. Terminamos los ejercicios y el
capitán se sintió satisfecho, así que volvimos a nuestras tareas habituales.
Se colocaba una tela metálica en la entrada del puerto al anochecer y,
normalmente, no se volvía a abrir hasta el amanecer. Por la noche, patrullá-
bamos en zig-zag, probando nuestro sónar relativamente nuevo. A las 3.45 de
la mañana del 7 de diciembre, uno de los dragaminas, el Condor, avistó lo que
pensaban que era un periscopio. Fuimos a los «puestos de combate», corri-
mos hacia el lugar y buscamos durante una hora, pero no encontramos nada.
De modo que seguimos patrullando.
Al romper el día, hacia las 6.30, cuando el puerto empezaba a despertar,
el Antares se encontraba fuera, esperando a que abrieran la tela metálica para
poder entrar en Pearl Harbor. Y tras el Antares divisamos la torrecilla de ese
submarino, sobresaliendo casi un metro del agua, con la pretensión evidente
de ir tras el barco de suministros hasta el interior del puerto. Fuimos inmedia-
tamente a nuestros puestos de combate, y mientras corríamos hacia ellos, un
PBY dejó caer una bomba de humo para marcarnos la posición. Mientras yo
manejaba mi cañón en la proa, pude ver que se acercaban muy deprisa.
Tuve un asiento de primera fila. Parecía que íbamos a colisionar con él, y
todo el mundo empezó a prepararse; pero en el último minuto, el capitán se
dirigió hacia el puerto. Cuando lo hizo, el estribor, o lado derecho, se alzó un
poco. Nuestros cañones navales no podían disparar hacia abajo, así que cuan-
do disparamos, el primer proyectil, que partió del cañón número uno, de 101
milímetros, pasó por encima de la torrecilla.
En ese momento nos encontrábamos casi paralelos al submarino, y el ca-
ñón número tres que estaba encima del puente de mando, a estribor, apuntó
y disparó. Estábamos tan cerca que el proyectil no explotó, pero hizo un agu-
jero en la torrecilla. Era un agujero relativamente pequeño, pero al submarino
le entró agua y empezó a hundirse.
30 HEROÍSMO EN EL PACÍFICO

Pensamos que era un submarino alemán y lanzamos cuatro cargas de pro-


fundidad a 300 metros. Con el peso añadido del agua que le había entrado,
el submarino perdió flotabilidad y cayó como una roca hacia el fondo.
Nos quedamos en los «puestos de combate» y el capitán dio la orden de
preparar los fusiles Springfield. Una hora después, más o menos, avistamos
dos aviones que se dirigían hacia nosotros desde el interior del puerto, y pu-
dimos ver las «albóndigas», los soles rojos, pintados en sus alas. Nuestros
nuevos cañones antiaéreos dispararon a los aviones; y eso fue lo que realmente
nos salvó, porque interrumpieron su ataque. Recibimos una ráfaga en un cos-
tado y otra al otro. Y eso fue todo lo cerca que estuvimos de recibir impactos.
A las 8.15 vimos el humo y las explosiones en la costa. En ese momento el
capitán nos dijo que había recibido un mensaje por radio que decía «esto no
son ejercicios».

› A bordo del Ward


Pearl Harbor
7 de diciembre de 1941

Después de transmitir lo que había visto en el puente, Ken Swedberg se quedó


en su puesto de combate. A las 6.53, el comandante Outerbridge envió un men-
saje al comandante del 14.º Distrito Naval: «Hemos atacado, disparado y dejado
caer cargas de profundidad sobre un submarino que se encontraba en una zona
marina defensiva. Esperen posteriores mensajes».
La tripulación del Ward, aunque formada por reservistas asignados a un des-
tructor ya viejo, estaba bien entrenada y respondió rápidamente.
Como bien dedujo Ken Swedberg, el proyectil de 101 milímetros lanzado por
la torreta número tres del Ward no había recorrido la distancia suficiente como
para explotar. Pero incluso así, había causado daños. Mató al capitán japonés y
el submarino hizo agua. Tras hundir el submarino japonés de bolsillo, la tripula-
ción del Ward siguió lanzando cargas de profundidad dentro del puerto, supo-
niendo correctamente que era probable que hubiera otros enemigos en las aguas.
El avión PBY de patrulla que Ken Swedberg había visto desde la cubierta del
Ward era pilotado por el capitán Bill Tanner, un piloto de veinticuatro años de San
Pedro, California. Se había graduado en la Universidad del Sur de California y se
había incorporado a la Marina en 1938, se había entrenado en Pensacola, Florida,
y estuvo destinado en San Diego hasta que su escuadrón se trasladó a Kaneohe Bay,
en la costa noreste de Oahu a principios de aquel año. Tanner había respondido a
las llamadas de radio hechas por el Antares y el Condor y estaba sobrevolando la
zona en la que se había visto al submarino por última vez. En el aire gris del amane-
cer, el capitán Tanner pensó que había visto algo y dio una nueva vuelta de recono-
¿QUIÉN DISPARÓ PRIMERO? 31

cimiento. Se le encogió un poco el es-


tómago cuando divisó los submarinos
—al menos dos, quizá tres, en las
aguas que tenía debajo—, demasiado
cerca de los barcos anclados, justo al
otro lado de la red antisubmarinos,
dentro de Pearl Harbor. Dejó caer
señales de humo en el agua, donde
había avistado los submarinos de
bolsillo, y luego mandó por radio un
mensaje a la base aérea para infor- Un PBY de patrulla en busca de submarinos de bolsillo.
mar de su descubrimiento.
Tanner hizo girar su PBY y volvió al lugar donde había dejado caer las señales de
humo. Dispuso su avión para dejar caer cargas de profundidad sobre el objetivo a fin
de hundir los submarinos enemigos que había descubierto en las aguas hawaianas.

Capitán William Tanner


Piloto de PBY
7 de diciembre de 1941

El PBY era un avión muy lento y pesado, pero tenía gran alcance. Llevaba una
tripulación de ocho personas y tenía dos motores; se utilizaba para reconoci-
mientos de amplio alcance en el mar. Volaba en patrullas entre 700 y 800 mi-
llas y volvía. No era un avión de combate; sólo de reconocimiento, pero te-
níamos cañones por si éramos atacados.
La mañana del 7 de diciembre nos tocaba volar; de hecho fue mi primera
patrulla como piloto jefe, pues había sido nombrado comandante de patrulla
la semana anterior. Despegué antes del amanecer con otros dos aviones, uno
pilotado por Fred Meyers y el otro por Tommy Hillis. Salimos de Kanehohe
Bay, al norte de la isla de Oahu, rodeamos Barber’s Point, giramos hacia el este
y volamos hacia el sur de Pearl Harbor, a una distancia de unas dos millas de
la isla. Luego viramos ligeramente hacia el sureste y seguimos la fila de islas
de Maui y Lanai hacia la gran isla —a unas cien millas— antes de dar la vuelta
y seguir en paralelo a unas veinte millas mar adentro. Eso era lo que se supo-
nía que tenía que hacer. Los otros dos aviones tenían planes de vuelo algo di-
ferentes, hacia el norte y el este de donde estaba yo.
Lo vi, y el copiloto también lo vio: parecía una boya en el agua, pero una
boya que se desplazaba. Nunca habíamos visto algo parecido. Sin duda era un
submarino enemigo, y parecía dirigirse directamente hacia Pearl Harbor. Mi-
32 HEROÍSMO EN EL PACÍFICO

ramos hacia la izquierda y vimos que el Ward avanzaba hacia el objeto. Está-
bamos demasiado cerca como para tirar una bomba, así que lanzamos dos
bengalas de humo sobre el sumbarino para ayudar al Ward a localizarlo.
Viramos hacia la izquierda para dar la vuelta y ver lo que estaba pasando,
y al hacer girar el avión vi que el Ward estaba disparando al submarino. Me
pareció que el primer disparo iba demasiado alto, y creí que el segundo tam-
bién, pues lo vi hundirse en el agua detrás del submarino.
No había duda de que era un submarino enemigo, porque los nuestros no
tenían permiso para sumergirse en aquella zona, y nos habían ordenado que
atacásemos a cualquier submarino que viéramos en el área restringida. Com-
pletamos nuestro círculo, volvimos y dejamos caer dos cargas de profundidad.
El Ward siguió atacando con cañones, dejando caer cargas de profundidad a
medida que navegaba sobre el lugar donde se encontraba el submarino.
Informamos de lo siguiente: HUNDIDO SUBMARINO ENEMIGO A UNA MILLA
AL SUR DE PEARL HARBOR. Lo enviamos codificado, no por voz, a nuestro cuartel
general. No teníamos notificación de que estuviéramos en guerra, pero lo man-
damos en código morse, como se suponía que debíamos hacer. Recibimos una
respuesta de la base que decía: VERIFIQUEN SU MENSAJE. Así lo hicimos, y nues-
tra base nos dijo que permaneciéramos en la zona hasta nuevas órdenes.
Volamos en círculos durante un tiempo. Como no vimos nada más, segui-
mos patrullando.

› A bordo del SPS I-24TOU japonés


Perímetro exterior de Pearl Harbor
7 de diciembre de 1941

El alférez de veintitrés años Kazuo Sakamaki, vestido sólo con una toalla alrededor
de la cintura, estaba sentado ante el periscopio de su submarino de bolsillo. Como
no tenía contacto por radio con los demás SPS, no sabía que uno de ellos había sido
hundido. Hizo girar el periscopio para ver si el Antares, el barco de suministros que
esperaba en el exterior del puerto, había recibido permiso para entrar en la bahía y
acercarse a los muelles. Si el Antares estaba avanzando en esa dirección, eso significa-
ría que la red submarina estaba abierta y el alférez Sakamaki podría manejar su nave,
sumergida bajo el Antares, para entrar en el puerto junto con todos los barcos de la
Marina estadounidense anclados alrededor de Ford Island. Sakamaki tenía órdenes
de entrar en el puerto, lanzar sus dos torpedos y «hundir todos los barcos que pudie-
ra». Según sus órdenes, los portaaviones eran la prioridad, después, los acorazados
y los cruceros pesados. Si los portaaviones no estaban allí, los japoneses decidieron
que su objetivo principal sería el acorazado Pensylvania, el buque insignia del almi-
rante Husband Kimmel, comandante de la flota estadounidense del Pacífico.
¿QUIÉN DISPARÓ PRIMERO? 33

Hacía más de siete horas que el submarino de bolsillo había sido lanzado del
submarino nodriza, y los gases de ácido sulfúrico se acumulaban dentro del estre-
cho recinto.
Pero el alférez Sakamaki tenía problemas mayores dentro de su minúsculo
submarino que la acumulación de los gases tóxicos. Desde que se habían separa-
do del I-24, la brújula giroscópica del minisubmarino —su principal medio de
navegación— funcionaba mal. Él y su compañero, el contramaestre Kiyoshi Ina-
gaki, llevaban horas trabajando para reparar la brújula, pero no lo habían logra-
do. Deseosos de participar en el ataque, ambos estaban cada vez más nerviosos
pues pensaban que no iban a poder entrar en el puerto antes de que empezara el
ataque aéreo, al cabo de poco más de una hora.
La misión de Sakamaki consistía en dirigir el minisubmarino y la de Inagaki
manejar el lastre y las válvulas de equilibrado. Juntos trataron de navegar hacia
la bocana del fondeadero, recordando los detallados mapas de Pearl Harbor que
habían aprendido de memoria cuando estaban en ruta a través del Pacífico pro-
cedentes de Japón. Ellos, junto a los tripulantes de los demás submarinos de
bolsillo, tuvieron que estudiar todos los detalles y características pertinentes, no
sólo de Pearl Harbor sino de otros cuatro puertos: Singapur, Hong Kong,
Sydney y, quizá lo más terrible para los estadounidenses si lo hubieran sabido,
San Francisco.

› Destructor Monaghan, DD-354


Pearl Harbor
7 de diciembre de 1941

Poco más de una hora después de que el Ward hundiera un submarino fuera del
fondeadero, el Curtiss, un buque de aprovisionamiento de aeroplanos, y un barco
de refuerzo, el Medusa, también avistaron a uno de los submarinos de bolsillo, esta
vez dentro de Pearl Harbor. Inmediatamente mandaron mensajes al Monaghan, un
destructor que acababa de ponerse en camino. Pero mientras el Monaghan calen-
taba motores, el cielo se llenó de aviones y aquello fue la debacle.
Mientras los aviones japoneses dejaban caer bombas y torpedos, castigando los
aeródromos, los barracones y la flota de los americanos, sólo uno de los SPS pene-
tró en el puerto. Lanzó un torpedo contra el Curtiss, que en ese momento ya estaba
seriamente dañado después de que un avión japonés se estrellara contra él. A pesar
del fuego cruzado, y teniendo, además, que defenderse de otros aviones, la tripula-
ción del buque de aprovisionamiento contestó al ataque de torpedos con una salva
de cañonazos que alcanzaron de lleno a la torrecilla del submarino.
El misil submarino dirigido al buque de aprovisionamiento falló y alcanzó el
muelle de Pearl City. Pero la trayectoria del torpedo alertó a los vigías del Mona-
34 HEROÍSMO EN EL PACÍFICO

ghan. Con cañones antiaéreos atacando a los numerosos Zeros, el destructor,


soltando humo negro para ocultarse del ataque aéreo, cargó contra el minisubma-
rino, que disparó entonces su segundo torpedo a la proa del barco estadouniden-
se que se aproximaba. El tiro erró y, segundos más tarde, el Monaghan chocó con
fuerza contra el submarino a gran velocidad, doblando la popa como si fuera un
cigarrillo. Por si acaso, antes de despejar el puerto en llamas, el Monaghan dejó
caer cargas de profundidad sobre el submarino alcanzado, que se hundió rápi-
damente en el cieno del fondo.
Cuando la segunda oleada de aviones del comandante Fuchida llegó a Pearl
Harbor, el Monaghan se había unido al Ward y a otros barcos estadounidenses
—entre ellos los cruceros Phoenix, St. Louis y Detroit, y los destructores
Tucker, Bagley, Dale, Henley y Phelps— que estaban en el exterior del fondea-
dero. Allí se unieron al ataque otros dos sumergibles de bolsillo SPS, uno de
los cuales fue detectado y supuestamente hundido por cargas de profundidad
después de haber lanzado sus torpedos contra el St. Louis. Aunque nunca se
confirmó, parece que un cuarto submarino de bolsillo se hundió como a una
milla hacia el exterior del puerto durante uno de los ataques de cargas de pro-
fundidad de los destructores americanos, que siguieron la tarde del 7 de di-
ciembre y la mañana del día siguiente.
Los recelos de Yamamoto con respecto al ataque de los SPS resultaron estar
bien fundados. Pero para uno de los capitanes de los submarinos, el alférez Ka-
zuo Sakamaki, el ataque resultaría ser el hecho más ignominioso de su vida.

Alférez Kazuo Sakamaki


A bordo del SPS I-24TOU
Oahu, Hawai
8 de diciembre de 1941

Teníamos órdenes estrictas de mantener en secreto nuestra misión, de manera


que no podíamos subir a la superficie ni hacer ruido alguno. Dos destructores
estaban en la zona, patrullando. Cuando me acerqué, dejaron caer varias car-
gas de profundidad. De nuevo traté de sobrepasar la patrulla y entrar en el
puerto. Nos habían ordenado atravesar la red antisubmarinos, incluso cortarla
si era necesario para entrar en el puerto.
Fuimos hacia la red y cortamos la tela metálica para entrar, pero nos resul-
tó imposible llegar al punto de encuentro porque mi brújula giroscópica no
funcionaba. Luego nos quedamos atrapados en el arrecife. Intentamos avanzar
durante cuatro horas, pero no pudimos.
Al día siguiente, el 8 de diciembre, justo antes del amanecer, vaciamos los
tanques de lastre. Ordené a mi tripulante que abandonara el barco. En ese
¿QUIÉN DISPARÓ PRIMERO? 35

momento, ambos estábamos medio mareados porque el aire estaba muy vicia-
do en el interior del submarino.
Antes de darme cuenta estaba flotando en el mar, herido. No estoy seguro,
pero quizá cuando saltamos al agua, nos herimos con los corales. No lo sé. Las
olas —muy grandes— me llevaron hasta la isla, delante del aeródromo esta-
dounidense.
Estaba inconsciente... y no recuerdo nada. Fui capturado.

›››

La noche del 7 de diciembre, el único submarino de bolsillo superviviente, pilo-


tado por el alférez Sakamaki, tenía graves problemas. Su brújula giroscópica no
funcionaba y las baterías estaban casi agotadas. Fue a la deriva hacia el este hasta
que embarrancó en un arrecife de coral frente a Bellows Field a última hora de
la noche. Sakamaki y su segundo, Inagaki, se vieron obligados a abandonar el
barco. Antes de hacerlo, pusieron en marcha un detonador en un explosivo para
evitar que el submarino cayera en manos estadounidenses. Luego nadaron hasta
la orilla, a menos de 90 metros de donde el submarino se encontraba encallado.
Para desgracia del desafortunado Sakamaki, la carga explosiva no funcionó como
se deseaba y el submarino no se destruyó, ni se hundió. Peor aún, Inagaki se aho-
gó, o bien se suicidó, y el exhausto Sakamaki, herido por el coral y enfermo tras
inhalar a los gases venenosos que llenaban el submarino, llegó a duras penas a la
orilla, donde se desmayó.
Lo primero que vio fue un Colt 45 automático apuntando contra su cabeza,
sostenido por un soldado estadounidense que le gritaba en inglés que se pusiera
de pie. El soldado que sujetaba la pistola era el cabo Auki, de la Guardia Nacio-
nal Hawaiana. Acababa de convertir al alférez Kazuo Sakamaki, de la Marina
imperial, en el primer prisionero de guerra japonés.

Teniente Steve Weiner


Centro de Comunicaciones de Bellows Field
Pearl Harbor
7-8 de diciembre de 1941

A primera hora de la mañana del domingo, cuando empezó el ataque, un


avión cuatrimotor sobrevolaba nuestro campo. Bellow Field no es más que
una corta franja de tierra, usada para prácticas de tiro de los cazas P-40.
Cuando ese avión nos sobrevoló, pensamos que era de la Marina, pero ellos
no tenían cuatrimotores. Momentos más tarde, hubo una explosión. Un B-17
que trataba de aterrizar en nuestro terreno había sobrepasado la pista y se había
36 HEROÍSMO EN EL PACÍFICO

estrellado con la zanja del extremo. Los que estábamos en los BOQ (Pabellón
de Oficiales Solteros) nos vestimos rápidamente, corrimos hasta el aparato y
descubrimos que la tripulación estaba muy nerviosa. Les habían disparado.
Les preguntamos: «¿Qué queréis decir, cómo que os han atacado? ¿Quién
os ha atacado?».
Y mientras tratábamos de entender la situación, llegó una escuadrilla de
aviones japoneses y empezó a bombardearnos. Todos corrimos a ponernos a
cubierto. Yo corrí al centro de operaciones y me quedé allí hasta que los ata-
cantes se fueron.
Después del ataque, se abrió la armería. Ninguno de nosotros había lleva-
do antes un arma, pero entonces pudimos coger la que quisiéramos. Cogimos
fusiles de calibre 45 y M1, pero no había munición. Lo único que había eran
bandoleras para las ametralladoras de calibre 30, pero las vainas cabían en los
fusiles, así que nos colocamos las bandoleras.
Nos dijeron que nos emparejáramos, que caváramos trincheras y que nos pre-
parásemos para el combate cuerpo a cuerpo. A última hora de la tarde, me empa-
rejé con un joven piloto de Texas. Él era más inexperto que yo, y ninguno de los
dos había disparado nunca un arma. Empezó a llover, hacía muy mal tiempo, y
nos sentamos compadeciéndonos mutuamente, pensando que podría ser nuestro
último día en la tierra. Él estaba sentado a mi derecha; como estaba lloviendo, sa-
có el pañuelo para secar el fusil y se le disparó sobre mi regazo. ¡Casi me convier-
to en un Corazón Púrpura de Pearl Harbor el primer día de la guerra!
Más tarde, después de que oscureciera, estábamos sentados en la trinchera y
vimos dos figuras caminando hacia nosotros desde el mar, a unos 90 metros de
donde nos encontrábamos. Cuando se acercaron lo suficiente, vi al cabo Auki,
miembro de la Guardia Nacional Hawaiana, que llevaba delante a un prisionero
desnudo, con excepción de un taparrabos. El cabo nos lo entregó a nosotros.
Yo pregunté: «¿Dónde lo ha encontrado?».
El cabo Auki dijo: «Ha salido del agua».
Pensé que se alegraba de entregárnoslo. Nosotros teníamos que llevarlo ante
una autoridad superior, así que nos dirigmos al centro de operaciones. Le hici-
mos sentarse y nos dimos cuenta de que había estado muchas horas en el agua.
Tenía la piel arrugada y parecía agotado, así que le pusimos una manta sobre los
hombros y le dimos agua y galletas saladas. Tratamos de hablar con él, pero es-
taba desafiante. Nos miraba alternativamente a uno y a otro, y nos dimos cuenta
de que no llegaríamos a ninguna parte con él. Decidimos que dos jóvenes te-
nientes sin experiencia en interrogatorios no iban a hacer hablar a aquel tipo.
Una hora después, seguíamos como al principio. No sabíamos quién era
ni de dónde venía; sólo deseábamos que apareciese un oficial de rango supe-
rior y nos lo quitara de encima.
Pasó otra hora. Y entonces, de pronto, el prisionero habló. En un inglés
rudimentario, pidió un papel y un lápiz. Escribió: «Soy oficial de Marina ja-
¿QUIÉN DISPARÓ PRIMERO? 37

ponesa. Mi barco encalló en coral. Salté al agua. No hablo de barcos. Me ma-


tan de manera honorable». Y firmó con su nombre, Kazuo Sakamaki.
El lunes por la mañana, vimos una torre de mando de submarino que sur-
gía, a 100 o 150 metros de la costa. No sé quién lo ordenó, pero alguien de la
base nadó hasta el submarino con un remolque, y tiramos de él con un jeep.
También encontramos el cuerpo de un marinero japonés sin graduación. Lle-
gó a la costa aquella mañana, un poco más tarde. Ni en sueños hubiéramos
pensado que íbamos a ser atacados por submarinos de bolsillo.

›››

Irónicamente, estos hechos históricos poco conocidos son a menudo ocultados


por los demás acontecimientos que se desarrollaron en los cielos sobre Pearl
Harbor. Este pequeño suceso al pie de aquel «día de la infamia» lo han sacado
a la luz un puñado de guerreros e historiadores de ambos bandos.
Durante más de sesenta años, miembros de la tripulación del destructor Ward,
del Monaghan y otros han sostenido que habían hundido tres submarinos japone-
ses de bolsillo poco después y durante el desgraciado ataque aéreo. Pero, excepto
el submarino capturado del alférez Sakamaki —que puede verse en el Museo
Nacional de la Guerra del Pacífico en Fredericksburg, Texas—, nunca se pudie-
ron encontrar pruebas de que se hubieran hundido otros tres submarinos. Foto-
grafías tomadas durante el ataque aéreo demuestran la presencia de un submari-
no en el puerto, pero no se pudo acreditar que se hubiera hundido ninguno más.
En 1960, frente a Keehi Lagoon, buceadores de la Marina encontraron un
submarino de bolsillo durante unos ejercicios prácticos. El 28 de agosto de 2002,
cerca de la bocana de Pearl Harbor, se descubrió otro. Un submarino del Labo-
ratorio de Investigaciones Submarinas de Hawai hizo un descubrimiento que
confirma que el Ward efectuó el primer disparo y se apuntó la primera victoria
sobre los atacantes japoneses.
John Wiltshire, director del Laboratorio de Investigaciones Submarinas de Hawai,
me contó que el Ward hundió realmente el submarino de bolsillo. Me enseñó un
agujero de diez centímetros en el lado de estribor de la torre de mando, un disparo
que hasta a John Wayne le hubiera resultado difícil. Wiltshire dijo: «Éste es el subma-
rino de bolsillo hundido por el Ward la mañana del 7 de diciembre de 1941. Se en-
contró a 365 metros de profundidad en el fondo del océano, a poca distancia de Pearl
Harbor. Reivindica a la tripulación del Ward. Demuestra que, en efecto, llevó a cabo
ese dramático primer ataque con un disparo increíble de un viejo cañón de borda».
Durante esa primera batalla de la Segunda Guerra Mundial, los defensores
estadounidenses neutralizaron a cuatro de los cinco submarinos, tras hundir a
tres y capturar al cuarto, el del alférez Sakamaki, después de que embarrancara
en la costa. Se cree que el quinto submarino se hundió fuera del puerto el 7 o el
8 de diciembre, o bien escapó. Doce horas después del ataque a Pearl Harbor,
38 HEROÍSMO EN EL PACÍFICO

los descifradores americanos interceptaron un mensaje japonés que se supone


que tuvo origen en el quinto minisubmarino: ATAQUE SORPRESA CONSEGUIDO.

Submarino de bolsillo japonés.

Pero después de la guerra se llegó a la conclusión de que el quinto submarino


se había perdido tratando de reunirse con el submarino nodriza, y aún debe estar
en aguas hawaianas. Los cinco buques nodriza esperaron durante dos días la
vuelta de los submarinos de bolsillo. Ninguno regresó.
Después del ataque, los almirantes Nagumo y Yamamoto serían condecorados
por el emperador Hirohito. El almirante Husband Kimmel y el general Walter
Short fueron relevados del mando justo diez días después del ataque. Aunque
ambos solicitaron que se limpiaran sus nombres, no se atendió la petición de
ninguno de los dos.
¿Y las fuerzas estadounidenses en Pearl Harbor? Aparte de las irreemplaza-
bles vidas que se perdieron, el ataque no resultó tan devastador como pudo haber
¿QUIÉN DISPARÓ PRIMERO? 39

sido. La mitad de la flota del Pacífico, incluyendo sus tres portaaviones —el En-
terprise, el Lexington y el Saratoga—, estaba fuera del puerto en diversas misio-
nes. Como los japoneses no atacaron los astilleros, la recuperación y reparación
de los navíos afectados empezó casi inmediatamente. De los barcos que los japo-
neses creían haber hundido para siempre, sólo el Arizona y el Oklahoma (y el
barco objetivo Utah), fueron pérdidas totales. El West Virginia, el California, el
Nevada, el Pensylvannia, el Maryland y el Tennessee fueron reparados y entraron
en acción en la guerra con posterioridad. Y lo mismo ocurrió con los cruceros
Helena, Honolulu y Raleigh. Aparte de los destructores Cassin y Downes y el bar-
co de reparaciones Sotoyomo, que quedaron inservibles, todos los demás navíos
afectados durante el ataque se repararon y volvieron a entrar en funcionamiento.
Los pilotos de Fuchida también ignoraron otros dos objetivos que hubieran
sido críticos para Estados Unidos en los días posteriores: ni una sola bomba o
bala japonesa tocó el enorme depósito de combustible de la flota, donde se alma-
cenaban millones de litros de fuel y gasolina para la aviación. Pero el error más
grande quizá fuera que no se alcanzó a ninguno de los submarinos estadouniden-
ses fondeados en el puerto en el momento del ataque. La flota combinada de
Yamamoto advertiría pronto las consecuencias de esos errores.
Un total de 350 aviones japoneses llevaron a cabo ataques contra el Utah, el
Raleigh, el Helena, el Arizona, el Nevada, el California, el West Virginia, el Okla-
homa y el Maryland. La flota estadounidense del Pacífico fue casi diezmada. Al
mismo tiempo, los ataques a las bases aéreas cercanas dañaron severamente el
material aéreo americano. La Base Aérea Naval de Kanehoe perdió treinta y tres
de sus treinta y seis naves aéreas Catalina PBY. Hyckam Field y la base de Ford
Island sufrieron grandes daños en las pistas de aterrizaje, en los aviones estacio-
nados en los aeródromos y en los barracones y edificios del Pabellón de Oficiales
Solteros que albergaban al personal militar.
Unos noventa y ocho barcos, aproximadamente la mitad de la flota estadouni-
dense del Pacífico, estaba en puerto en el momento del ataque. Milagrosamente,
la otra mitad de la flota se encontraba en otros lugares del Pacífico aquel aciago
día. Todos los portaaviones, la mayor parte de los cruceros pesados y más o me-
nos la mitad de los destructores estaban en el mar cuando tuvo lugar el ataque.
Esa feliz circunstancia ayudaría mucho a Estados Unidos cuando tuvieron que
responder, decididos a rehacerse.
La suerte, o la Providencia, desempeñó un papel fundamental aquel día para
Estados Unidos.
40 HEROÍSMO EN EL PACÍFICO

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