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Édgar Ricardo Reyes Gutiérrez

Más ciego que un murciélago.

“Por mi raza hablará el espíritu”

México, DF, a 6 de junio de 2011


En ocasiones es curiosa la manera en la que los grandes genios de la literatura pasan a la

posteridad. Algunos lo hacen por las grandes obras que tras de sí dejaron, algunos más

lo hacen por el papel político, social o cultural que desempeñaron durante su existencia

en el mundo; en algunos otros casos su vida personal ha eclipsado su escritura y por ella

es por lo que son recordados. Sin embargo, algo que nadie puede llegar a negar es que

los grandes maestros y genios de la literatura son recordados en mayor medida por sus

obras cumbres, sean estás una veintena, un par o una sola. Así, hay estudios que

pretenden profundizar en ciertos temas o problemas que una obra, o un grupo de ellas,

plantea. Se hacen estudios comparativos entre tal obra capital de un escritor con otra de

él mismo pero de distinta época, buscando afinidades, discontinuidades, rupturas, etc.

Del mismo modo hay estudios entre distintas obras de diferentes autores de un mismo

tiempo, o de distintos autores de distintas épocas. Y tal es el pretendido cometido de

este texto, el cual no pretende ser una comparación exhaustiva, total ni completa de una

obra específica de Herbert George Wells, El país de los ciegos y el Tao te king, sino que

es más bien una reflexión surgida a partir de la lectura de ambos textos.

Que sea meramente una reflexión y no un estudio comparativo es por que la

misma estructura y pretensión de las obras no lo permite. Si de la obra de Wells se

quiere extraer una tesis fuerte acerca del devenir; si se quiere elaborar una teoría del

conocimiento con un amplio poder explicativo, se estaría cometiendo un error, pues no

es la pretensión de éste texto cumplir tal cometido. Lo mismo vale decir para el caso del

Tao, pues al hablar de él, al categorizarlo y encuadrarlo dentro la lógica occidental de la

no contradicción, de la unidad y de la exclusividad, estaríamos dejando de hablar de él.

Así, me acerco al Tao con la ayuda de una herramienta, mas no intento seguir el curso

con el Tao, pretendo dar cuenta de un aspecto que despierta mi inquietud desde el

primer capítulo. Si se pudiera llegar a pensar que lo que aquí hago está planteado de

manera incorrecta, tal vez quien así piense no esté totalmente errado, ya que mi

acercamiento al pensamiento chino, y en especial al Tao, no es vasto ni erudito, mucho

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menos extenso y profundo; mi conocimiento es incipiente y anda a tientas, no conoce la

amplia riqueza de pensamiento que un pequeño libro contiene.

De ahí la timidez de acercarme de manera directa y de hablar del camino como

quien habla del lugar en el que vive o del camino que siempre recorre. De ahí que me

acerque al Tao como el marinero que bordea la costa en busca de un buen espacio para

encallar, así me acerco, vacilante y dispuesto a encontrar un modo de pensar, de habitar

y de existir en el mundo.

Así pues, como he dicho líneas arriba, la reflexión aquí presentada parte de una

intuición obtenida a partir del primer parágrafo del Tao te king, y que continúa por la

literatura fantástica de Wells. Más bien, dicho parágrafo sólo es el inicio de la reflexión,

pero también es su fin, por ello es necesario tenerlo en mente en su completud:

El dao que puede expresarse con palabras,

no es el dao permanente.

El nombre que puede ser nombrado,

no es el nombre permanente.

Lo que no tiene nombre (wu ming),

es el principio de todos los seres.

Lo que no tiene nombre (you ming),

es la madre de todas las cosas.

La permanente ausencia de deseos (wu wu),

Permite contemplar su esencia escondida;

La constante presencia del deseo (you wu),

lleva a contemplar sus manifestaciones.

Ambos (wu, you) tienen el mismo origen,

con nombres diferentes designan una misma realidad.

El profundo misterio,

es la llave de transformación de todos los seres.1

1
Lao zi [El libro del Tao], Alfaguara, Madrid 1981, p. 91

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Lo que me llama la atención en un primer momento es la última parte, “ambos

tienen el mismo origen, con nombres diferentes designan una misma realidad”. Algo así

es difícil de captar al primer momento en el que lo oye, mejor dicho, para alguien que

no está acostumbrado a oír eso. No dudo que alguien que se halla inserto en una cultura

en la que la oposición se disuelva, o que ni siquiera se presente como un problema,

pueda entender esto de manera inmediata. Pero mi oído no halla todavía la forma en la

que tales sentencias deban ser oídas2 –el oído no sólo es el medio por el cual entran los

sonidos, es también quien determina qué entra y bajo qué forma-, no tengo la sagacidad

mental para comprender esto a cabalidad, por ello rodeo esas últimas líneas y

tramposamente las amoldo a lo que sí conozco y a lo que sí puedo entender. Es así

como llego a la tradición filosófico occidental de la que soy heredero, y me detengo en

Ámsterdam en el siglo XVII y busco en una ética, teoría del conocimiento y ontología

demostrada al modo de los geómetras, algo similar que me ayude a comprender lo que

he leído. Efectivamente, se encuentra ahí un pensamiento similar pues el escritor de esa

Ética demostrada según el orden geométrico, atribuye a un ser único y supremo

infinitos atributos, de los cuales, nosotros los humanos solamente tenemos dos: la

extensión y el pensamiento. Mas ello no implica que tal ser supremo, Dios o Naturaleza

sea lo que percibimos, antes bien, la visión que tenemos de la realidad es la que

alcanzamos a captar por medio de la extensión y del pensamiento; si tuviéramos otro

atributo en nosotros, la configuración de la realidad sería otra, muy distinta a la que

tenemos.

La extensión y el pensamiento, aun con nombres distintos, designan una misma

realidad: la nuestra, la de todos los hombres que pensamos que la realidad es la propia,

la que se basa únicamente en la lógica inferencial y que no acepta más modos de

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Pues se debe recordar que la fisionomía misma del oído cambia al estar captando una serie repetitiva de
sonidos. Cuando alguien aprende un idioma, su oído se “amolda” para recibir las ondas sonoras propias
de la entonación del idioma que aprende. Pasa lo mismo cuando un músico escucha constantemente una
misma melodía, a fuerza de repetición, su oído se modificará y será capaz de discernir entre una buena
melodía y una mala.

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percibir el mundo, la que pensamos que debe ser una y la misma para todo el mundo.

Mas no nos percatamos de la visión tan estrecha y reducida que tenemos de la realidad.

Volvamos al plano geométrico para mostrar la soberbia de quien considera su

realidad como la única válida y real.. En el principio estaba el punto, y el punto era el

solo y estaba bien; pensaba que era el único, que era el ser supremo y que fuera de él no

había nada, en parte estaba en lo cierto, pues él era todo. Pero cometió un error, ¿y

quién no lo comente cuándo se siente omnipotente? Pensó que fuera de él no era posible

nada, e igualmente que los filósofos (todos en algún momento) se ensoberbeció, se

enseñoreó y se creyó todo lo que dijo. Mas un punto que no pensaba como él, y como

otros muchos puntos, se dio cuenta de la existencia de los demás puntos, y así, en su

afán de querer estar con alguien más, comenzó su marcha. Su andar dejó tras de él una

estela, lo cambió. Dejó de ser el simple punto para convertirse en la gloriosa línea, atrás

quedaba la primera dimensión y todos sus defectos; ella, la línea, era ahora el ser

supremo al que todos le debían rendir honores, y como le sucedió al punto su razón se

ensoberbeció, se enseñoreó y no salió nunca más de su pensamiento de superioridad.

Sobra decir que a línea le aconteció lo mismo que al punto; dejó la bidimensionalidad y

obtuvo la tercera dimensión, se enseñoreó y por sentirse superior a los demás su razón

se ensoberbeció. Mas, ¿a qué seguir con la geometría si ya llegamos a la tercera

dimensión, a nosotros? Veamos mejor cómo es que nos comportamos con la realidad y

cómo es que la determinamos con base en nuestras capacidades y cualidades, con base

en nuestros atributos.

Con base en nuestros atributos hemos ordenado el mundo, nos hemos convertido

en la especie “dominante” sobre la tierra. Hemos, como humanidad, construido

megaciudades que albergan millones de personas, edificios que asombran a cualquier,

desarrollado tecnologías de transporte más allá de lo imaginado algún día, y la lista

podría continuar, pero todo avance científico y tecnológico –casi todo, rectifico-, tiene

como rasgo distintivo algo: estar hecho para el hombre común, párale que puede pagarlo

y disfrutarlo a su entera comodidad. Tenemos perfumes para todo aquél que pueda

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olerlos, grandes atracciones turísticas de bellos paisajes para todo aquél que pueda

verlos, las comidas más exóticas y deliciosas para todo aquél que pueda probarlas, las

playas con la arena más suave y el agua más fresca para todo aquél que pueda sentirla y

las melodías más bellas para todo aquél que pueda oírlas. En fin, se ha creado un mundo

apto para se disfrutado por los cinco sentidos. Jódete si estás postrado en una silla de

ruedas, si no puedes oír, hablar, probar, oler, ver, no podrás disfrutar de este mundo, por

la sencilla la razón de que no está hecho para ti.

Pero ¿y si todo fuera diferente? Pensemos, mejor recordemos un breve escrito de

1899, The country of the blind, el país de los ciegos. Pues bien, en este texto es donde

se puede ver un relato que permite ver la hermenéutica de la vida, del mundo en el que

vivimos. La historia que ahí se cuenta no se repetirá aquí. Sólo debemos tomar en

cuenta lo que para motivos de este trabajo importa: la determinación del mundo con

base en nuestra percepción de él. No obstante, no debemos dejar de narrar el argumento

central de la historia, el cual, aunque prima facie parece muy sencillo, no lo es tanto por

el cuestionamiento y las implicaciones que tiene para la vida humana. Así, la historia

cuenta la historia de un grupo de montañeses que deciden escalar una montaña, uno de

ellos cae durante la noche y llega a las faldas de la montaña, incapaces sus compañeros

de ir en su ayuda piensan que lo mejor es dejarlo por muerto. Pero lo que sucedió fue

que el montañista, conocido como Núñez, sobrevivió a la caída, y no fue sino después

de algunas horas en las que, habiendo ya descansado, decidió ir a un lugar que desde el

primer momento había llamado su atención: un agrupamiento de estructuras que alcanzó

a ver como casas.

Núñez se encaminó hacia tales construcciones y notó que todas ellas estaban

desigualmente pintadas, hechas con descuido estético, pero perfectamente alineadas

unas con otras y sin ningún obstáculo visible que pudiera llegar a ser un estorbo para

caminar. No es de extrañar que el golpeado montañista pensara que el diseño estético de

las casas estaba hecho o bien por alguien que no tenía cuidado al hacer las cosas, o bien

por alguien que estaba más ciego que un murciélago. Inicia así la historia de Núñez en

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el país de los ciegos. No sabe él que ha llegado a tal lugar, un lugar que es considerado

una fantasía, un mito más de lo millares que abundan en la cultura humana.

Inmediatamente después de ver las casas Núñez se da cuenta de la presencia tres

hombres y les grita para que lo auxilien. Al responder los hombres a su llamado y al

tenerlos de frente Núñez nota que en el lugar donde los ojos deberían estar sólo hay

hendiduras. Por ello, al saber que efectivamente ha llegado al país de los ciegos, no

puede sino recordar ese dicho popular que dice, “en tierra de ciegos, el tuerto es rey”.

No puede sino alegrarse, ya que considera, de manera inmediata, que dado que él tiene

el “privilegio” de la vista, no tardará en convertirse en el señor de los ciegos. Pero

comete un grave error al pensar así, pues los ciegos han olvidado lo que es ver, y con

ello todo lo relativo a la visión. Por ello mismo, todos los verbos y sustantivos relativos

a la vista han desaparecido. Así, cuando Núñez les dice que el puede caminar solo, que

no necesita ayuda para hacerlo, ya que él puede “ver”, los nativos lo perciben como un

retrasado mental. Piensan que es un ser nacido de las rocas, dado que ellos tienen su

propia ontología, cosmología y epistemología, y que por eso mismo se halla en un

estado de formación e imperfección. Pero al mismo tiempo piensan que es un loco, pues

a pesar de hablar en un español rarísimo, utiliza el lenguaje de manera incorrecta:

inventa palabras, asegura poder “ver”, da cuenta de “ciudades” con miles de habitantes.

Hay una incomprensión por ambas partes, pues ni Núñez entiende la ontología

de los ciegos ni ellos la de él. Así pues, el mundo se conforma con base en la percepción

que de él se tiene. La ontología de Núñez tiene que ver con el privilegio de la vista3; el

de los ciegos, no. Y en este sentido, tiene pertinencia recordar a Spinoza, ya que si

hiciéramos una analogía con lo que sucede aquí, tendríamos que decir, y sólo como

mera analogía, que el país de los ciegos tiene un trato con lo real dado a partir del

conocimiento de cuatro atributos de Dios, mientras que el de Núñez vendría dado por el

conocimiento de cinco de ellos. Pero no se debe ver aquí una superioridad, que es

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Entendiendo “privilegio de la vista” como el privilegio que alguien tiene al contar el sentido de la vista,
con respecto de alguien que no lo tiene, y como el privilegio que se le otorga a la vista por encima de los
restantes sentidos del cuerpo humano.

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únicamente numérica, son únicamente maneras de tratar con el mundo, con la

naturaleza.

Ahora bien, el tacto es en el país de los ciegos el dato más inmediato con el

mundo y el contacto es el la aproximación más originaria y primaria del hombre con su

mundo. Con el tacto nace el desarrollo evolutivo; después del tacto viene el intelecto

que es propiamente humano, por último se hallan los ángeles, lo que Núñez entiende

como las aves, que únicamente son captados por medio de la audición. Así, Wells

muestra cómo es que la conformación del mundo se da con base en lo que nuestros

sentidos nos provocan. La ontología que Wells dota a los nativos del país de los ciegos

es sensorial, la de Núñez intelectual.

De tal manera que conocemos el mundo a través de cinco ventanas, sentidos,

cualquier variación en ellos de(s)forma el mundo y crea otro. La realidad del mundo, lo

que se puede decir de él no es sino una fijación dada por quien se expresa y da cuenta de

él. Se puede recordar también el cuento de los cincos ciegos y el elefante, donde cada

uno de los ciegos aseguraba cómo era el elefante únicamente basándose en lo que

percibían del paquidermo. La ontología de Núñez y de los ciegos nombra lo mismo,

solamente que utiliza distintos términos; al final, con términos, con nombres distintos,

designan una misma realidad.4

Lo dicho hasta ahora puede llevarnos al punto de hablar de una hermenéutica de

la vida, de una interpretación de ella. Pues las cosas, la realidad misma no es algo fijo,

estático, dado, es aquello que está siempre en proceso formativo; cambia y se destruye

para regenerarse y construirse, por ello querer fijar algo así como una esencia de lo que

está frente a nosotros, un objeto, es, un mero juego de poder. Digo “hermenéutica de la

vida” porque toda hermenéutica es aisthesis, se basa en la mera forma de percibir las

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Aquí se debe marcar un punto importante que no será tomado en cuenta, pero que reviste una
importancia capital para toda ontología: la cuestión del lenguaje. El lenguaje, propio de los ciegos es
distinto de el de Núñez, al punto tal que no alcanzó a comprender si es que realmente pudieran tener una
comunicación fructífera Núñez y los nativos, ya que el lenguaje no es medio de comunicación solamente,
es también portador de la cultura, de la biografía personal de quien lo habla. Es un choque no sólo
lingüístico, sino vital.

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cosas y con base en ello se forman las mitologías, realidades, metafísicas, ontologías y

cosmologías con las que vivimos.

Así, si lo que percibimos lo percibimos por medio de los sentidos. ¿Cómo es que

filósofos han podido considerarlos como despreciables? Pues ellos son quienes nos

brindan las herramientas para ver, habitar, sentir, oler y gustar el mundo. Sin ellos

¿cómo podría comenzar la razón a operar? Lo fundamental, pues, no es la razón es la

captación de las cosas. Captación no racional del mundo; intuición, si así se quiere ver,

de lo real sin el concurso del pensamiento. Y tal es, según mi conocimiento del Tao, uno

de sus principales cometidos: no violentar la naturaleza, sea ésta la realidad, Dios, etc.,

con nombres y esencias fijas, las cuales por principio no le pertenecen. Se trata de dejar

de ver las cosas en sus sentidos fijos, se trata de cambiar de lógica, de dejar de lado la

no contradicción y la identidad -aunque esas mismas reglas, den cuenta ya de la

realidad, al menos de una parte de ella.

Y es de esta manera que la liga con el Tao adquiere sentido, pues lo que un

taoísta percibe como la realidad no se da sino a partir de la interpretación de la realidad,

la cual no es únicamente captación y aprehensión pura y racional del mundo, sino

comprensión del fondo abismático del cual proceden tanto la interpretación sensorial

como racional del mundo. Pues, según vengo entendiendo el Tao, cuando uno se

adentra en su estudio, cuando uno penetra en él, la vista, el ser mismo de cada uno se

hace familiar con el Tao. Por ello ya no importan las determinaciones que de la realidad

se hagan, sean éstas sólo producto de la razón, de la interpretación de los datos

sensoriales o de cualquier otro medio.

Ahora bien, tomando en cuenta lo que se decía líneas arriba acerca del privilegio

de la vista, se puede realizar un paralelo más con la visión para mostrar cómo es que la

percepción del mundo se halla determinada por la información que los sentidos dan,

pero se sustenta, siempre, en la interpretación. La vista, como es sabido, no puede

operar sino es con la ayuda de la luz, pues en un primer momento la luz se refleja en los

objetos para que el ojo sea capaz de visualizarlos, para que luego los datos percibidos

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sean interpretados por el cerebro. La luz aquí cumple la función de desvelamiento, de

desocultación, términos tan gustados y usados en la filosofía occidental, donde lo que se

pretende es “sacar a la luz”, “mostrar”, “hacer claro” algo, el ser en la mayoría de los

casos. Y es tal pretensión la que rechaza lo oculto, lo enigmático y abismático; si se

recurre a la penumbra sólo es para indicar de dónde se ha sacado lo que ahora

“visible”.5

Mas, ¿qué hacer cuando se carece de la luz suficiente para que la facultad de ver

sea posible de manera óptima? Lo que se hace, al menos en el caso de la filosofía, es

hablar de lo que se percibe en la penumbra, dar cuenta de la única figura bidimensional

que vive con nosotros diariamente y que nos sigue a todas partes: la sombra. Ahí se

tiene la filosofía que se ve como oscura, la que habla de lo oculto para desvelarlo o para

dejarlo ahí simplemente. Pero no es ésta una corriente dominante en el discurso

filosófico, quien da cuenta de ello con mayor presencia es la literatura, en ella desfilan

incontables historias sombrías: hombres que prefieren escuchar acerca de la sombra de

un burro que de los acontecimientos importantes de la ciudad; hombres que mueren de

miedo a su propia sombra; hombres que la pierden, que la venden, que la cambian, etc.

Pero la sombra sigue siendo visible, la sombra se ve porque hay luz que, primero la

posibilita, y segundo, la hace visible. Pero sea cual sea el caso, la luz permite la sombra,

no sólo su existencia, sino su misma reflexión e interpretación, aunque sea de corte

artístico.

Queda por revisar un elemento que escapa totalmente al privilegio de la vista, y

que nos coloca en la condición de ciegos: la umbra. Umbra, oscuridad total que se

desarrolla durante un eclipse. Es la oscuridad total que no permite el paso de luz. Aquí

la visión ya no puede permanecer como la guía de la vida, o de la interpretación de la

5
Que la ontología tenga una conexión muy fuerte con el lenguaje es algo que ya se dijo. Por ello no es
extraño que el lenguaje coloquial, las expresiones usadas en la cotidianeidad, estén unidos en íntimo
abrazo. Esto se ve cuando, por ejemplo, alguien que no alcanza a comprender lo que le dicen, cuando
finalmente lo capta, no dice sino “ya lo veo”. Pero éste es solamente un caso en el que se muestra la
presencia de la vista por encima de otros sentidos que permiten captar el mundo, hay una gran cantidad de
otro ejemplos que van en el mismo tono que éste. Tantos son los casos de relación entre la visión y el
pensamiento que, parece que la visión, y todo el lenguaje que la rodea, que hay momentos en los que
parece que ver y pensar son una y la misma cosa.

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naturaleza a partir de la visión o de la interpretación de lo visto. Se trata, durante la

sombra total, de habitar el mundo sin la violencia de ajustarlo al sentido de la vista.

Wells, en su texto, se deshace de este sentido, y con ello gana y pierde según la postura

que se adopta o la pretensión que se tenga para habitar el mundo, pero creo que se

acerca mucho más al Tao por cuanto se desliga de la imposición de formas fijas y

estables que determinan el “ser” de las cosas con la visión como guía. A mí parecer, lo

que el Tao propone no es un desapego del mundo, sino un transcurrir no violento de las

cosas. Un transcurrir que permite que lo que está en el mundo yazga sin definiciones

conceptuales rígidas.

Pero al ejercicio de Wells, hacer un humano con cuatro elementos, también fija

al mundo cierto orden fijo y lo violenta. Al hacer los nativos del país de los ciegos una

cosmología y ontología sensorial, también determinan y definen el mundo. Avanza sí,

porque se termina con el elemento que cuenta con mayor privilegio para nombrar,

separar y clasificar el mundo, pero no llega a la razón que fija las esencias y el ser de lo

que el mundo es. Por lo pronto, creo que es válido decir que nos acerca más al Tao dejar

de lado la visión, deshacernos del privilegio de la vista, para contemplar la esencia

escondida del Tao. Mientras eso pasa, habrá que andar por el mundo, intentando a cada

paso, separar la hermandad entre ver y pensar, habrá que empezar a hacernos tan ciegos

como un murciélago.

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