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PREMIO NACIONAL DE CRÍTICA

Los sueños pintados sobre madera de Noé León

Póllux

Ensayo Breve

La primera vez que vi la obra de Noé León buscaba un tema interesante y no muy estudiado

del arte contemporáneo para mi monografía de grado. Mientras ojeaba un compendio de

arte colombiano de siglo XX saltó a mi vista una imagen exuberante, atractiva y muy

diferente de las obras que venía observando. Recuerdo que la pintura era un paisaje

selvático en el que se alzaban majestuosamente árboles cubiertos de hojas de variados

colores, formas y tamaños. En la parte inferior había un río cargado de figuras de

cocodrilos, pájaros y garzas bebiendo del agua en la que flotaban con gracia flores

silvestres.

Sobre las copas de los árboles descansaban imperturbables tucanes y guacamayas de

vistosos colores, una mariposa amarilla aparecía también en escena, y en la esquina

izquierda, sin más, un mico suspendido por su cola de una rama. Por último, en la parte

central de la composición, había un par de jaguares, una hembra amamantando a sus

cachorros y otro acercándose a ellos. Se trataba de Título Desconocido, un óleo pintado

sobre madera en 1974, que más que una obra maestra del arte colombiano parecía ante mis

ojos una ilustración de un libro infantil; me recordó Cuentos de la Selva de Horacio

Quiroga, que había leído de niño.

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No quiero que esta apreciación sea malinterpretada ni mucho menos. Todo lo contrario.

Había estado repasando tantas y tantas imágenes abstractas, oscuras y en extremo

academicistas durante mi recorrido por el arte colombiano contemporáneo, todas reunidas

en aquel compendio, que cuando me encontré con la exuberancia y el colorido de la obra de

León lo asocié con uno de mis grandes deleites: la ilustración, y la ilustración de libros

infantiles propiamente dicha. Y es que siendo francos las imágenes e ilustraciones de libros

infantiles son las más asequibles y fáciles de leer, pero aun así las más estrictamente

creadas, las más sutiles y, comúnmente hablando, las más armoniosas y atractivas.

La razón de ello radica en que dichas obras deben cautivar al público más exquisito: los

niños, que no tienen palabras bonitas ni endulzadas para decir "no me gusta" o "está feo".

Como fuera la pintura que veía tenía mucho de esto. Era fácil identificar un jaguar, un

cocodrilo, una garza o un mico, pero definitivamente la idea del pintor no era mostrar la

selva ni los animales de forma abstracta, realista o pop. Era verdaderamente una

composición mágica, agradable, colorida y bucólica; irreal por supuesto, pues no imagino

tantas presas y depredadores juntos, pero aun así fácil de leer, divertida y apacible. Habría

podido decir que fue amor a primera vista, que había encontrado el matrimonio perfecto

para mi monografía –pues un trabajo investigativo de este tipo es precisamente un

matrimonio que solo sale adelante gracias al amor– y que mi búsqueda había llegado a su

final, de no ser porque páginas atrás me había desilusionado con cierto artista que desinfló

mis ideales al pasar la página.

Definitivamente ya no estaba tan seguro de esos amores, así que preferí irme con calma.

Fue entonces cuando vi la segunda pintura, y en ese mismo instante supe que estaba en lo

correcto: Noé León sería el padre de mi tesis. Se trataba esta vez de Accidente en la vía,

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otro óleo pintado sobre madera en 1971. En esta pintura el escenario de fondo continuaba

siendo el mismo, una selva exuberante, árboles de colores, formas y alturas variadas,

pájaros e incluso una guacamaya vestida con los colores de la bandera de Colombia. No

obstante el tema principal era diferente. Había un bus de “Flota la Veloz”, que cubría la ruta

de Ocaña a Barranquilla, pasando encima de una serpiente partiéndola en dos; ese era el

accidente en la vía. Pero había mucho más. Había gente, casas, caminos, transporte,

comercio. Había tanto que leer, tanto que detallar, y aun así las imágenes continuaban con

el estilo impecable de la página anterior, con ese aire humilde pero mágico que cautivó mi

atención, por su calidez, por su composición sencilla pero atiborrada de contenido.

Me propuse entonces conocer a Noé León, y desde luego buscar más de sus sueños

pintados sobre madera para continuar deleitándome con nuevos escenarios. Y digo conocer

específicamente por que ver un par de obras de un artista no es más que saber un poco de lo

que es su trabajo, y yo la verdad quería saberlo todo. Siendo así la situación busqué, leí,

revisé prensa, me sumergí en textos sobre exposiciones y libros especializados de arte sin

saber que Noé León tenía preparadas muchas más sorpresas para mí. Descubrí que había

vivido su vida entera en el Magdalena Medio, que sus obras llegaron a maravillar salas de

arte en Europa durante la década de los sesenta y que había sido “descubierto” en el bar La

Cueva en Barranquilla, lugar frecuentado por personajes como Gabriel García Márquez y

Alejandro Obregón.

Pero una y otra vez volvía a preguntarme ¿Quién era el artífice de las imágenes que me

habían cautivado con su ritmo original y jocoso? Era simplemente Noé León, el hijo de

José Dolores Bastos zapatero de profesión y Venancia León. Era Noé León, el menor de

cuatro hijos de una familia de pocos recursos de Ocaña en la que, por no estar casados sus

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padres, todos llevaban el apellido materno. Era el mismo al derecho o al revés, pues

también me enteré que en sí mismo su nombre era un juego de palabras, un palíndromo

natural.

Era sin duda todo un personaje. Había sido tendero y cacharrero en La Gamarra,

actualmente departamento del Cesar, garitero de mesas de juego en El Banco Magdalena y

policía en Santa Marta y Barranquilla. Trabajó en orquestas, en lanchas de transporte e

incluso como pintor, de brocha gorda por supuesto. Nunca tuvo ningún tipo de formación

artística y de hecho, por sus escasos recursos, solo estudió hasta cuarto de primaria, cuando

tuvo que dedicarse a otras actividades para ayudar a su familia. Era lo que se conoce como

un “primitivista”, un Rousseau colombiano, un pintor sin ningún tipo de formación

académica que aun así pinta con estilo propio, con talento natural y características bien

determinadas. Era un fiel expositor de un tipo de arte más conocido en inglés como Naive

Art, que literalmente traducido al español vendría siendo Arte Ingenuo.

Y hago esta última anotación no en vano, sin ninguna otra razón que precisar que con la

traducción entendí la relación que había hecho a priori de la obra de Noé León con la

ilustración de los libros infantiles. Se trataba pues de un arte ingenuo, infantil, lejos de

cualquier influencia académica, coacción estilística o presión social. Las pinturas de Noé

León habían salido del alma, habían brotado de un espíritu prístino que plasmó con gracia y

misticismo la realidad de una cultura, de un momento histórico, de un lugar y un paisaje

específico. Los colores de sus obras, las formas inocentes sin tecnicismos ni pretensiones,

la disposición de las escenas, los personajes y en fin, toda su obra, no era más que la mirada

transparente de un pintor libre.

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Hal Foster en sus disertaciones académicas en torno al arte contemporáneo (El Retorno de

lo Real), habría calificado a León como Artista como Etnógrafo; una especie de creador

que retrata su entorno desde el interior de su cultura, un observador tácito del acontecer de

su propia vida. Y bueno es cierto, Noé León era un etnógrafo. Lo vemos en los temas de

sus pinturas en las que plasmó su historia, su ir y venir por el río Magdalena, la realidad de

su tierra y la forma de vida de toda una cultura. Sin embargo creo que es posible arriesgarse

un poco más y afirmar con sinceridad y orgullo que Noé León fue un Artista como

Etnógrafo en su expresión más pura. Un pintor sin la presión de la academia, libre para

mostrar su cultura desde luego, pero también su gusto por su forma de vida. No es un

observador tácito, sino todo lo contrario. Participa en las obras, exalta su gusto por su tierra,

por su región y sus costumbres. Deja entrever su profunda pasión por ciertos temas

mediante una marcada tendencia ritualista que se evidencia en las extensas series en torno a

un mismo tema (buques, buses, paisajes selváticos).

Es innegable sentir el espíritu vibrante en las obras de León. Y es innegable también la

riqueza de cada una de sus pinturas. Incluso desde sus primeras obras en las que no era más

que un copista, pasando por su periodo más romántico hasta llegar al final de su obra

cargada de contenido, se pueden leer los cambios sociales, los deseos y la forma de ver el

mundo de la cultura del Magdalena Medio. Con escenas divertidas, paisajes soñados,

lugares mágicos, reales e imaginarios, Noé León abrió ante mis ojos la realidad de un

mundo entero al que me acerqué con la mirada de un niño, porque es la mejor forma de ver

su obra. Y como un niño me sorprendí, me deleité con tantos paisajes, con tantas imágenes

irreales y sorprendentes hasta poder decir libremente y sin arandelas “me gusta”, “es muy

bonito”.

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Con sus imágenes soñadas, sus escenas tradicionales y sus ventanas mágicas a mundos

colombianos desconocidos por muchos de nosotros, Noé León es una de esas rarezas del

arte contemporáneo colombiano. Un policía ingenuo salido del Magdalena, orgulloso de su

tierra, de su rio y sus costumbres, de su selva y sus tigres, como llamaba a los jaguares que

con tanta pasión retrató una y otra vez. Es la representación no solo de esa Colombia

mágica, perdida y fantástica, sino también de los tantos artistas que aparecen en segundo

plano en compendios de arte tras la sombra de grandes nombres y grandes estilos de la

academia. Noé León en sí mismo, al derecho y al revés como se quiera leer, es una

invitación a ver más allá, a volver a ser niños y apreciar el arte que sin mayores

pretensiones nos mueve, nos hace reflexionar y sencillamente nos “gusta”.

Título Desconocido
Óleo sobre Madera
1974

Accidente en la Vía
Óleo sobre Madera
1971

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BIBLIOGRAFIA

Foster, Hal. El Retorno de lo Real: La vanguardia a finales de siglo. Akal, Madrid, 2001.

Serrano, Eduardo. Noé León. El Sello Editorial, Bogotá, 1999.

Universidad de Salamanca Centro Cultural de Bogotá. Noé León. Entre el Cielo y la Tierra.
Pinturas. El Centro, Bogotá, 2001.

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