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Hoy visité el Museo Nacional de Bellas Artes y, para qué mentir, ésta fue
sólo la segunda vez. La anterior poco la recuerdo, pues entré para
olvidarme de lo que pasaba fuera de tal lugar, fuera de mí, y sirvió:
sirvió para ocupar el pensamiento en otras cosas y para volar lejos de lo
inmediatamente tangible y real, igual que hoy.
Subí luego al segundo piso y entré a la Sala Carlos Faz. Aquí estaba la
Colección de Arte Chileno, “Ejercicios de Colección”. Obras de diversas
épocas, estilos, soportes y significados, unidas en una misma sala,
compartiendo afinidades o aproximaciones argumentales, se ubican
como una colección permanente de arte nacional. “Seleccionada de
acuerdo a criterios museológicos actualizados, da origen a contrastes
estéticos, históricos y temáticos que, muchas veces, son sorpresivos
para el observador”, me explicó Ramiro Sotomayor, asiduo visitante del
centro cultural y, al parecer, aficionado al arte.
Al subir las escaleras y llegar al hall central, había llegado ya más gente
y un grupo de niños corría, alborotando el previo ambiente pacífico.
Daban vueltas alrededor de cada estatua y a mí me parecía que en
cualquier momento podía caer uno de ellos, solo o con una de las obras
también. Para evitar ver qué sucedía salí del lugar.