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Introducción
(fragmento)
Este mundo es exageradamente bello.
Bellos son los productos empacados, la ropa de marca con sus
logotipos estilizados, los cuerpos reconstruidos, remodelados o
rejuvenecidos por la cirugía plástica, los rostros maquillados, tratados o
lifteados, los piercings y los tatuajes personalizados, el ambiente
protegido y conservado, el marco de vida adornado por las invenciones
del diseño, los equipos militares con su aspecto cubo-futurista, los
uniformes rediseñados tipo constructivista o ninja, la comida mix en
platos decorados con salpicaduras artísticas a no ser que de manera
más modesta sea empaquetada en bolsas multicolores en los
supermercados, como las paletas Chupa Chup. Hasta los cadáveres
son bellos cuidadosamente envueltos en sus fundas de plástico y
alineados al pie de las ambulancias. Si algo no es bello, tiene que serlo.
La belleza reina. De todas maneras, se volvió un imperativo: ¡que seas
bello! O, por lo menos, ¡ahórranos tu fealdad!
Claro, estoy bromeando: la belleza en cuestión está en nuestras
miradas y los imperativos en nuestras ideas. Fuera de ello, si se
suspende el uso de aquellas categorías propiamente estéticas, subsiste
el mismo océano de fealdad (salvo que en este caso, observémoslo, la
categoría de la belleza es de la que aún hacemos uso subrepticiamente),
de horror (por lo menos en este caso hemos cambiado un poco de
categorización), de trivialidad cómoda que constituye lo ordinario del
mundo. Basta con cambiar de lentes y de modo de pensar para
encontrarse con un mundo que ya no es ni bello ni feo, que será
captado bajo otras cualidades y propiedades, que de golpe vuelve a ser
tal como se pudo presentar en otros tiempos o en otras culturas. Según
las sociedades, las religiones, los modos de producción, este mundo
pudo ser experimentado, vivido o considerado como valle de lágrimas,
mundo de dolor o de gozo, de trabajo o de dulzura, de justicia o de
escándalo, de humildad terrenal o de aspiración al más allá; de ninguna
*
Se entiende comúnmente en el sentido de disposición, emoción, humor. “El
romanticismo llamaba Stimmung una disposición del pensamiento, una destinación del
alma cuya expresión sería el arte.” J.-F. Lyotard. [N. del T.]