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LAS MIL Y UNA NOCHES


PARA NIÑOS

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EDITORIAL ÉPOCA, S.A. de C.V.


Emperadores No. 185
Col. Portales
03300 México D.F.


INTRODUCCIÓN

De'•e acuerdo con las crónicas de los sasánidas, anti-


guos soberanos de Persia, existió hace mucho tiempo un
rey llamado Schariar, que, por sus virtudes y amor a la
justicia fue muy querido por sus vasallos. El rey amaba
tiernamente a su esposa y con ella vivió durante algunos
años en santa paz y armonía; sin embargo, un día descu-
brió que su esposa, a quien hasta entonces había conside-
rado como una mujer llena de virtudes, le había sido in-
fiel; cegado por la cólera, ordenó que le dieran muerte sin
Las mil y una noches para niños compasión.

© Derechos reservados Consternado quedó todo el reino al saber del crimen y


© Por Editorial Época, S.A. de C.V. más aún al mirar a aquel bondadoso y justo rey conver-
Emperadores No. 185 tirse en el más perverso de los hombres. Schariar creyó
03300-México, D.F. que todas las mujeres eran igualmente hipócritas e infie-
E-mail: edesa@daía.net.rnx les, por lo que dispuso, para vengarse de ellas, desposarse
cada noche con una y hacerla estrangular tan pronto como
ISBN-970-Ó27311-6 alborease el nuevo día.
Las características tipográficas de esta obra no pueden repro-
ducirse, almacenarse en un sistema de recuperación o trans- Ordenó a su visir la difícil tarea de llevarle la hija de
mitirse en forma alguna por medio de cualquier procedimiento un general con la que contrajo matrimonio y al día si-
mecánico, electrónico, fotocopia, grabación, internet o cualquier guiente el mismo visir recibió la orden de darle muerte y
otro, sin el previo consentimiento por escrito de la Editorial. el encargo de llevarle otra nueva esposa. Y así sucesiva-
mente fueron desposándose con el cruel soberano, una
Impreso en México - Printed in México Iras otra, gran número de las jóvenes más hermosas, hijas
INTRODUCCIÓN
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LAS MIL Y UNA NOCHES PARA NIÑOS
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—Puesto que es usted —dijo Schenarda— el encarga-
de las familias principales del reino, las que, después de do de buscar una esposa cada noche al rey, le ruego que
la noche de bodas, eran infaliblemente asesinadas. Tan le proponga que me conceda ese honor.
repetidos actos de barbarie llenaron de luto y consterna-
ción a todo el reino; todos los vasallos maldecían a —¡Ah, desdichada! —exclamó el visir, aterrado—.
Schariar, a quien deseaban la muerte por creer que sólo ¿Has perdido el juicio, hija mía? ¿Sabes el peligro al que
muriendo tendrían término aquellos crímenes tan terri- te enfrentas?
bles.
—Sí, padre mío —contestó Schenarda—. Sé al peligro
El visir encargado de cumplir estos diabólicos manda- que me expongo. Si perezco, mi muerte será gloriosa;
tos del rey tenía dos hijas llamadas Schenarda y Diznarda, pero, si logro triunfar, prestaré a mi patria un servicio
ambas igualmente bellas y bondadosas; pero la primera inmenso.
tenía, además, un valor superior a su sexo; un ingenio y
perspicacia extraordinarios. La joven había leído mucho —No, no —replicó el visir—. Es inútil que insistas,
y poseía una memoria prodigiosa; conocía todas las cien- no puedo acceder a lo que me pides.
cias; estaba muy versada en todas las artes y su corazón
sólo albergaba sentimientos nobles y generosos. Era, en —Por favor padre, es la única gracia que le pido.
suma, la hija mayor del visir, un acabado conjunto de
perfecciones físicas, intelectuales y morales; su padre y —Tu obstinación —repuso el visir— hará que me enoje.
cuantas personas la conocían la amaban entrañablemente. ¿Por qué te empeñas a ir al encuentro con la muerte se-
Sin embargo, Schenarda sólo quería poner fin a los críme- gura? El que no prevé el fin de una empresa peligrosa no
nes diarios del rey, por lo que cierto día le dijo a su padre: puede realizarla como es debido. ¿No temes que te ocurra
lo que al asno que estaba bien y no supo contentarse con
—He ideado un plan para hacer que cesen las barba- su suerte?
ries del soberano.
—¿Qué le ocurrió al asno? —preguntó la joven.
—Digna de alabanza es tu intención, hija mía —repu-
so el visir—, pero me parece que el mal que pretendes —Escucha y lo sabrás.
reparar es irremediable. ¡El rey se ha vuelto loco!

—Padre mío —replicó Schenarda—, estoy segura de


mi triunfo y confío en vencer con la ayuda de Dios, pero
necesito su ayuda.
—Es muy noble de tu parte, hija. Pero dime, ¿qué
debo hacer?
EL ASNO, EL BUEY
Y EL LABRADOR

TT
X J_abía una vez un labrador muy rico que poseía
muchas casas; en ellas criaba ganado de todas las espe-
cies. Sólo en una de ellas vivía con su mujer y sus hijos.
Poseía, como Salomón, el don de entender la lengua en
que hablaban los animales, aunque le era imposible inter-
pretarla a los demás.
Tenía en la misma cuadra un buey y un asno. Cierto
día, al contemplar los juegos infantiles de sus hijos, escu-
chó al buey que le decía al asno:
—No puedo menos que mirarte con envidia al consi-
derar lo mucho que descansas y lo poco que trabajas. Un
mozo te cuida, te da buena cebada para comer y para
beber agua pura y cristalina y si no llevaras a nuestro amo
a los cortos viajes que hace, te pasarías la vida en com-
pleta ociosidad. A mí me tratan de distinta manera y mi
condición es tan desgraciada como agradable la tuya. Al
venir al jardín me atan a una carreta, trabajo hasta que las
fuerzas me faltan y el labrador, sin embargo, no cesa de
castigarme, luego, por la noche, me dan de comer unas
malas habas secas. ¿Ya ves que tengo la razón al envidiar
tu suerte?
El asno no interrumpió al buey, pero cuando acabó de
hablar le dijo:
10 LAS MIL Y UNA NOCHES PARA NIÑOS EL ASNO, EL BUEY Y EL LABRADOR 11

—Con razón tienen fama de tontos, tú y todos los de no encuentre un nuevo medio de salir de esta situación,
tu especie. Das la vida en provecho y beneficio de los voy a perder el pellejo.
hombres y no sabes sacar partido de tus facultades. Cuan-
do te quieren uncir al arado, ¿por qué no das buenas Y medio muerto de cansancio, se dejó caer.
cornadas y unos cuantos mugidos que asusten a los hom-
bres; te echas al suelo y te niegas a moverte? Si así lo
hicieras, ya verías cómo te tratarían mejor. Si sigues los
consejos que te doy, notarás un cambio favorable y agra-
decerás lo que te propongo.

El buey prometió obedecerle y el amo no perdió de la


conversación ni una sola palabra. A la mañana siguiente
muy temprano, fue a buscar al buey y como era de espe-
rarse, el animal siguió exactamente los consejos del asno:
dio tremendos mugidos, no quiso comer, se echó al pie
del pesebre y el labrador, creyendo que estaba enfermo,
fue a dar parte a su amo de lo que sucedía. El labrador
comprendió el efecto de las indicaciones del asno y a fin
de castigar a este último como merecía, dijo al mozo:

—Lleva al campo al asno en vez del buey y hazle que


trabaje bien.

Dicho y hecho; el asno tiró todo el día del arado y de


la carreta, recibió además tantos golpes que cuando vol-
vió por la noche a la cuadra no podía sostenerse. El buey,
por el contrario, estaba muy contento; había comido bien
y descansado todo el día, así es que se apresuró a bende-
cir y dar nuevas gracias al asno cuando este último entró
en la cuadra. El asno no le respondió ni una palabra y
decía para sí:

—Yo tengo la culpa de lo que me sucede; soy un

L
imprudente. Vivía contento y dichoso y como mi astucia
12 LAS MIL Y UNA NOCHES PARA NIÑOS

Al llegar a este punto de su narración, interrumpió el


gran visir diciendo a su hija:

—Mereces ser tratada como el asno, puesto que pre-


tendes curar un mal irremediable, o sea, llevar a cabo una EL GALLO, EL PERRO
empresa imposible en la que perderás la vida.
Y LA MUJER DEL LABRADOR
Inquebrantable en sus propósitos, la generosa joven
replicó que ningún peligro le haría desistir de poner en
ejecución sus designios.

—En ese caso —repuso el padre—, fuerza será hacer


A
1x1 mirar el labrador el estado tan deplorable del
contigo lo que el labrador hizo con su mujer. Y así con- asno, quiso saber lo que iba a pasar entre él y el buey.
tinuó la siguiente historia. Acompañado de su mujer fue a la cuadra, justo cuando el
as'ro le preguntaba a su compañero qué pensaba hacer al
día siguiente.

—Haré lo que tú me has aconsejado —repuso el


buey—; es decir, fingiré que quiero dar de cornadas a
todo aquel que se me presente adelante.

—Me parece muy bien —replicó el asno—; pero te


advierto que esta mañana he oído decir al amo que ya
estás enfermo y no puedes trabajar; que te maten en se-
guida y que llamen al carnicero antes de que enflaques.

Estas palabras produjeron el efecto que el asno se pro-


ponía y el buey dio un mugido de terror. El labrador rom-
pió en una carcajada tan grande, que su mujer quedó
sorprendida. Quiso saber la causa, pero su marido le dijo
que era un secreto y que se conformara con tan sólo verlo
reír. • .

—No, quiero saber la causa.


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^^_yjJNA_NOCHES PARA NIÑOS
EL GALLO, EL PERRO Y LA MUJER DEL LABRADOR
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—Me es imposible decírtela; me río de lo que el asno
está diciendo al buey; lo demás es un secreto que no te —Déjame ya, por Dios, que no volveré a preguntar
puedo revelar, pues de lo contrario me costaría la vida. nada del secreto.

—Eso no es verdad, y tú te burlas de mí, y si no me El marido, al verla en razón, abrió la puerta, entró la
dices lo que han hablado los animales, te juro que voy a familia y felicitó al marido por haber encontrado un me-
separarme de ti para siempre. dio de convencer a su esposa.

La mujer entró en la casa y se pasó la noche llorando —Hija mía —añadió el visir—, tú mereces que te trate
en un rincón. Inútiles fueron los ruegos de su marido, que de la misma manera que a la mujer del labrador.
la amaba con ternura, para que se olvidara de su empeño
y las súplicas de sus hijos y todos los individuos de ¡a fa- —Padre mío —dijo Schenarda—, mi resolución es irre-
milia; la mujer continuaba llorando y el labrador, perple- vocable y no me hará desistir de ella la historia que acaba
jo, no sabía qué partido tomar en tan apurado trance. Tenía de contar. Yo podría referir otras que no le permitieran
el labrador además en la quinta, cincuenta gallinas, un oponerse a mi designo y si el cariño paternal se resiste a
gallo y un perro que guardaba la casa. Estaba el infeliz mi súplica, iré yo misma a presentarme al rey.
sentado a la puerta cavilando acerca de su triste suerte,
cuando oyó que el perro reñía al gallo porque cantaba Obligado al fin el visir por la firmeza del carácter de
alegre y ruidosamente. su hija, fue a anunciar a Schariar que aquella misma no-
che le presentaría a Schenarda. El rey se llenó de asombro
—Has de saber —continuó diciendo el perro— que al considerar el sacrificio que hacía el gran visir y la
nuestro amo está hoy muy afligido. Su mujer se empeña facilidad con la que le entregaba a su propia hija.
en que le revele un secreto que le costará la vida y es de
temer que muera, porque quizá no tenga firmeza para —Señor —respondió el visir—, ella misma se ha ofre-
resistir a la obstinación de su esposa; todo es luto y aflic- cido voluntariamente; la muerte no le espanta y prefiere
ción en esta casa; tú eres el único que estás gozoso y que en la vida tener la honra de ser la esposa de Su Majestad.
nos insultas con tus cantos.
—Pero ten entendido, visir, que mañana al devolverte
a tu hija, te ordenaré que le des muerte y si no me obe-
—Nuestro amo —replicó el gallo— puede salir si quiere deces, te juro que caerá de los hombros tu cabeza.
muy fácilmente del apuro; que se encierre en un cuarto
con su mujer, le mida las costillas con una buena vara de —Señor —respondió el visir—, al cumplir con tal
fresno y no insistirá en saber el secreto. Si no lo hace, él decreto se desgarrará mi corazón, pero, aunque soy padre,
tendrá la culpa de cualquier desgracia que le suceda. sabré acallar los gritos de la naturaleza y ejecutaré sus
Apenas oyó el labrador estas palabras, fue en busca de un órdenes-
garrote y pegó a su mujer con tal fuerza, que ésta gritó al
fin: El gran visir fue en seguida a decirle a su hija que el
rey la esperaba y Schenarda recibió la noticia con la mayor
16 LAS MIL Y UNA NOCHES PARA NIÑOS

alegría, que en vano trató de comunicar a su afligido y


desconsolado padre. Una vez que estaba en disposición
de comparecer ante el soberano y momentos antes de salir
de su casa, dijo reservadamente a Diznarda:
HISTORIA DE UN PESCADOR
—Querida hermana, tengo necesidad de que me auxi-
lies en un asunto importante. Voy a ser esposa del rey; no
te asuste la noticia y escúchame con calma. Cuando lle-
gue al palacio pediré a Schariar que te permita pasar la
noche en el aposento contiguo para que yo disfrute por
última vez de tu compañía. Si, como espero, obtengo este
favor, me despiertas una hora antes de que llegue el día,
y dime entonces: "hermana mía, si no duermes, te ruego
c
V^rierto día un pescador viejísimo y tan pobre que
que me refieras uno de esos preciosos cuentos que tú sa- apenas ganaba para mantener a su esposa y sus tres hijos,
bes hasta que venga la aurora". Yo te contaré uno y por después de haber echado sus redes inútilmente por dos
este medio tan sencillo me parece que podré librar al pue- veces, sintió gran placer al notar que a la tercera, pesaba
blo de la desgracia que pesa sobre él. de tal modo la red que a duras penas podía tirar de ella
hasta la orilla. ¡Pero cuál no sería su desencanto, viendo
Diznarda prometió cumplir el deseo de su hermana. que sólo había pescado cascajo, piedras y el esqueleto de
El gran visir condujo a Schenarda al palacio y se retiró un asno! Rezó, empero, una fervorosa plegaria. Echó
después de haberla introducido en el aposentó del sobera- entonces la red por cuarta vez y cuando la sacó a la playa
no, quien ordenó a la joven que se descubriera el rostro. observó, con sorpresa, que contenía una copa de bronce
Ella obedeció y el rey vio que lloraba. cuidadosamente sellada.
—Bueno —se dijo—, la venderé al fundidor y con su
—¿Por qué lloras? —preguntó a su futura esposa. producto compraré una medida de trigo.
—Señor —respondió Schenarda—, tengo una herma- Tomó su cuchillo y tras no poco de trabajo logró rom-
na a quien amo con toda mi alma; desearía que pasara la per el sello y destapar la copa. La volvió boca abajo pero
noche junto a mí para darle el último adiós. Creo que no no salió nada. Entonces se la acercó a los ojos y mientras
me puede negar este último consuelo. miraba atentamente a su fondo, salió una columna de humo
denso que se elevó hasta las nubes y extendiéndose sobre
Schariar consintió en ello y Diznarda fue instalada en el mar y las montañas formó un negro nubarrón
un aposento inmediato a la cámara nupcial. Una hora antes
del alba dirigió Diznarda a su hermana el ruego conveni- Cuando todo el humo salió de la copa, apareció un
do. Schenarda, en vez de responder directamente, pidió genio cuya estatura era una o dos veces la de un gigante.
permiso a su regio esposo para comenzar el cuento. Aquél Al ver aquel monstruo, el pescador horrorizado quiso huir,
se lo otorgó y entonces ella empezó de esta manera... pero el miedo lo dejó petrificado en la playa.
HISTORIA DE UN PESCADOR 19

—¡Salomón! Gran profeta de Dios —exclamó el ge-


nio—, perdóname; jamás me opondré a tu voluntad, y tus
órdenes serán puntualmente obedecidas.

—¿Qué es lo que dices, espíritu soberbio? —replicó el


pescador—. Hace más de mil ochocientos años que murió
Salomón.

—Habíame con más cortesía o te arranco la existencia


—repuso el genio con tono de amenaza.

—Es decir que me matarás en pago de haberte puesto


en libertad. ¡Pues vaya recompensa! ¡Qué pronto lo has
olvidado!

—Eso no se opone a que mueras en mis manos y la


única gracia que te concedo es que elijas la clase de muerte
que pondrá fin a tus días.

—Pero, ¿en qué he podido ofenderlo? —preguntó el


infeliz pescador lleno de angustia.

—En nada, pero es forzoso que te trate así y como


prueba de ello, escucha mi historia: yo soy uno de esos
espíritus malignos que se han revelado contra la voluntad
de Dios. Todos los genios, menos Sacar y yo, prestaron
obediencia al gran profeta Salomón y este rey, en vengan-
za, me mandó aprisionar y conducir delante de su trono,
como en efecto se verificó. A su intimación expresa para
que le jurase fidelidad, le respondí con una altanera nega-
tiva y Salomón, en castigo, me encerró dentro de esa copa
de cobre, cerrada y sellada por el mismo monarca. Des-
pués fui arrojado al mar en mi estrecha cárcel. Durante el
primer siglo de prisión juré hacer rico y feliz al hombre
que me librase del tormento antes de transcurrir los cien
años. Pero nadie vino en mi auxilio. En el segundo siglo
20 LAS MIL Y UNA NOCHES PARA NIÑOS HISTORIA DE UN PESCADOR 21

juré dar a mi libertador todos los tesoros de la tierra y —Y bien, ¿me creerás ahora, incrédulo pescador?
ninguno apareció. Al tercero, prometí convertir en rey al —exclamó la voz del genio.
que me sacara de la copa y prolongar los días de su vida.
Por último, desesperado, al cuarto siglo de mi cautiverio, El pescador, en vez de responder, se apresuró a cerrar
juré matar al hombre que me devolviese mi libertad y la la copa con la tapadera. Al verse encerrado nuevamente,
luz del sol. Ese hombre has sido tú y por consiguiente el genio se enfureció y se esforzó por salir de la copa;
prepárate a morir. Y dime, ¿cómo quieres que te mate? pero fue en vano, porque se lo impedía el sello de Salomón
Debo cumplir mi juramento. que el pescador había vuelto a ajustar. Recurrió entonces
a las súplicas y a los ofrecimientos, asegurando que cuan-
En vano le dijo el pescador que aquello era una injus- to había dicho hasta entonces fue mentira; mas el pesca-
ticia, que iba a pagar el bien con un crimen y a dejar dor, lejos de ablandarse, replicó:
huérfanos a sus tres inocentes hijos; el genio se mostró
bastante molesto. La necesidad agusa el ingenio y al po- —Me guardaré mucho de dejarte salir, ¡maldito ge-
bre pescador se le ocurrió una fabulosa estrategia: nio!, que pagas con la muerte los beneficios que se te
hacen. Voy a arrojar la copa al mar y avisar a todos mis
—Ya que no puedo evitar la muerte —dijo—, me so- compañeros que no vengan a echar sus redes en este sitio
meto a la voluntad de Dios, pero antes de morir quisiera y que si llegan a pescar algún día la copa, la vuelvan a arro-
que me dijeras la verdad sobre una duda que tengo. jar en seguida, si no quieren morir. Y mientras la acabo
de cerrar bien para que no puedas escaparte voy a referirte
—Pregunta lo que quieras y despacha pronto —repuso la historia del rey leproso y de su médico para que te sirva
el genio.
de enseñanza.
—¿Es verdad que estabas dentro de esa copa?
Schenarda, al llegar a este cuento, advirtió que era de
—Sí, lo juro. día y, sabiendo que el rey, su esposo, celebraba a aquella
hora consejo con los altos dignatarios de la corte, guardó
—Pues no puedo creerte, porque es imposible que se silencio.
encierre tu cuerpo en un sitio tan pequeño, que apenas
es capaz de contener una de tus manos. No lo creeré sino —¡Qué cuento tan interesante! —exclamó Diznarda.
viendo.
—La continuación te interesaría aún más —dijo Sche-
—Pues, para que te convenzas, lo vas a ver ahora narda—. Si el rey me dejara hoy para continuar mañana
mismo. esta maravillosa historia.
Entonces se disolvió el cuerpo del genio que, cambia- Schariar, estimulado por la curiosidad, se levantó y
do en humo, empezó a entrar poco a poco en la copa fue a presidir el consejo; pero no ordenó que mataran a su
hasta que no quedó ni una sola partícula afuera. esposa, lo que llenó de regocijo al gran visir, que temió
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MIL Y UNA NOCHES PARA NIÑOS

que su hija corriera la misma triste suerte que las demás


jóvenes que habían contraído matrimonio con el cruel
soberano.

Al día siguiente y a la hora convenida, rogó Diznarda


a su hermana que prosiguiera el relato interrumpido la HISTORIA DEL REY GRIEGO
mañana anterior y el rey agregó con impaciencia: Y DEL MÉDICO DüBAN
—Sí, concluye el cuento, porque deseo conocer el de-
senlace.

Schenarda prosiguió así:


Oc'olía haber en el Estado de Zuman, en Persia, un
rey cubierto de lepra. Sus médicos habían puesto en prác-
tica todos los medios que su ciencia le sugería para curar-
le, pero inútilmente todo; fue entonces cuando llegó a la
corte un médico muy hábil llamado Duban. Éste había
aprendido cuanto había podido de los libros griegos, per-
sas y turcos; conocía todas las cualidades, buenas y novi-
cias, las de las plantas y las drogas. Enterado de que el rey
se encontraba enfermo y de que había sido desahuciado
por sus médicos, encontró el medio de hacerse presentar
al soberano.

—Señor —le dijo—, si me quiere conceder el honor


de aceptar mis servicios, yo lo curaré.

—Si haces lo que dices —repuso el rey- te colmaré


de riquezas a ti y a tus descendientes.

El médico se retiró a su casa e hizo un mazo de


madera con el mango hueco y perforado de una manera
casi imperceptible, en él colocó la droga de que pensaba
. servirse. Hecho esto, fabricó una bola a su capricho y
provisto de ambos objetos se presentó al día siguiente a
Su Majestad y le dijo que era preciso que montase a ca-
ballo y fuese a la plaza pública a jugar al mayo.
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LAS MIL Y UNA NOCHES PARA NIÑOS
HlSTORIA DEL REY GRIEGO Y DEL MÉDICO DlIBAN 25

Obedeció el rey y cuando estuvo en el lugar designado


para el juego, se le acercó el médico y le dijo, entregán- do del corazón de Grecia y venido aquí con el horrible
dole el mazo ya preparado." designio que acabo de referir a Vuestra Majestad.

—Tome, señor; empuje esta bola con el mazo que —No, no visir —interrumpió el rey—, estoy seguro de
presento hasta que a fuerza de hacer ejercicio sienta la que ese hombre a quien calificas de traidor es el más
mano y el cuerpo bañado en sudor. El remedio medicinal virtuoso que existe en el mundo y al que más quiero.
que he puesto en el mango penetrará por los poros al Comprendo lo que pasa: su virtud excita vuestra envidia;
contacto del calor de la mano y entonces volverá al pala- pero aseguro que no me inclinaré injustamente en contra
cio para darse un baño, acostándose en seguida y mañana suya. Recuerdo muy bien lo que un visir dijo al rey
al amanecer estará curado completamente. Sindbad, su señor, para impedir que éste diese muerte a
su hijo...
Obedeció el rey los mandatos del médico sin apartarse
de sus sabios consejos. En efecto, al día siguiente se le- —Señor —interrumpió el visir envidioso—, suplico a
vantó con el cuerpo sano y limpio, de tal suerte que no Vuestra Majestad que me perdone el atrevimiento de su-
quedaron huellas de la horrible dolencia que antes le afli- plicarle que me refiera lo que el visir del rey Sindbad dijo
gía. Hizo comparecer ante sí a los cortesanos para infor- a su señor para impedir que diese la muerte al príncipe,
marles el triunfo de Duban y todos manifestaron un gozo su hijo.
indecible.
—Este visir —contestó el rey—, después de haberle
Cuando el médico entró en el salón del trono y fue a expuesto cómo podía cometer una acción de la que luego
postrarse a las plantas del rey, éste le abrazó, elogiándole tendría que arrepentirse si daba oídos a las acusaciones de
como se merecía y aun le invitó a sentarse con él a la su suegra, le contó la siguiente historia...
mesa real, favor insigne y desconocido para los subditos
de aquel país. Además, le dio 2000 sequies y le hizo, en
una palabra, objeto de sus continuas deferencias. Sin em-
bargo, este rey tenía un gran visir avaro, envidioso y ca-
paz de cometer los más horrendos crímenes con tal de
satisfacer sus malvados sentimientos.

—Señor —le dijo—, es muy peligroso para un sobe-


rano confiar a ciegas en un hombre cuya fidelidad no ha
sido probada. Colma usted de beneficios a Duban sin saber
si es un traidor que se ha introducido e n i a corte con
ánimo de asesinarlo. Estoy muy bien informado y puedo
afirmar, sin temor de ser desmentido, que Duban ha sali-
HISTORIA DEL MARIDO
Y EL PAPAGAYO

TT
U n buen hombre tenía una esposa a quien amaba
con tal delirio, que apenas se atrevía a perderla de vista.
Los negocios le obligaron un día a alejarse de ella, pero
antes de emprender la marcha, compró un papagayo que
no sólo hablaba muy bien, sino que tenía la cualidad de
charlar todo lo que se hacía delante de él. Le puso en una
jaula, colocándolo en el cuarto de su mujer, a quien supli-
có que cuidase mucho al animal.
Hizo el viaje y cuando volvió a su casa, preguntó al pa-
pagayo si su esposa se había acordado de él y pronuncia-
do alguna vez a su marido ausente; pero el pájaro dijo que
ni un solo día se le había ocurrido a su mujer nombrarle
para nada, como era la verdad. La esposa, descubierta en
su indiferencia, sospechó que el papagayo era el autor de
aquella mala pasada y, ofendida por las recriminaciones
de su marido, resolvió vengarse del pájaro charlatán.

Tuvo necesidad el buen hombre de abandonar su casa


durante una noche y la mujer ordenó a los esclavos que
arrojasen agua en forma de lluvia sobre la jaula, que hi-
ciesen con la boca un ruido semejante al del trueno y, por
último, que de vez en cuando y a la claridad de una luz
amarillenta, diesen vueltas a un espejo a la vista del pa-
pagayo.
HISTORIA DEL MARIDO Y EL PAPAGAYO 29

La ilusión fue tan completa, que cuando el marido


preguntó al animal lo que había sucedido durante su au-
sencia, éste le contestó que la lluvia, los truenos y los
relámpagos le habían impedido ver ni observar nada. Como
el buen hombre sabía que la noche, lejos de ser tempes-
tuosa, había sido serena y apacible, se convenció de que
aquel pájaro no dijo la verdad respecto a la temperatura
ni menos a la mujer. Indignado, sacó al papagayo de la
jaula y lo arrojó al suelo con tal fuerza que le aplastó al
animalito la cabeza. Supo más tarde el buen hombre que
su esposa no le amaba, que el papagayo había dicho la
verdad al acusarla de indiferente y se arrepintió de haber
dado muerte al pobre pájaro.

Cuando el rey griego hubo terminado esta historia.

—Y tú, visir —añadió—, impulsado por la envidia,


quieres que dé muerte al médico Duban que ningún daño
nos ha hecho; pero me guardaré de seguir tal consejo para
no arrepentirme como el buen hombre del cuento que
mató a su papagayo.

Mas el ambicioso visir no cesó en levantar las peores


sospechas.

—Pero Señor, cuando se trata de asegurar la vida de


un rey, la simple sospecha, la acusación sólo equivale a la
incertidumbre y más vale sacrificar al inocente que salvar
al culpable. Lo repito una vez más, el médico Duban
quiere asesinarlo y no son los celos lo que me hacen sos-
pechar sino el gran amor que le tengo a Su Majestad.
Debe tomar las debidas precauciones. ¿Cómo sabe si sus
remedios a la larga no producirán efectos mortales?

Estas últimas palabras de su malvado visir le con ven-


cieron de lo que antes n<> quiso creer,
30 LAS MIL Y UNA NOCHES PARA NIÑOS HISTORIA DEL MARIDO Y EL PAPAGAYO 31

—Visir, tienes razón. Quizá ese médico haya venido a Pero el rey no escuchó más las súplicas del médico y
la Corte sólo para matarme. con dureza volvió a ordenar que rodara su cabeza. El
verdugo le vendó los ojos, después de atarle las manos ya
Cuando el visir vio al rey en " i disposición de ánimos se disponía a desenvainar el alfanje, cuando los cortesa-
de lo que deseaba y con el temor de que el médico pudie- nos me ddos de compasión, suplicaron al rey le perdonara
ra defenderse, aconsejó le cortaran la cabeza de inmedia- la vida a Duban, pero el soberano se mostró inflexible.
to; horroroso designio fue ;• ;eptado por el rey. Llamó a
uno de sus oficiales y ordenó que buscara al médico, quien, Ya de rodillas, el médico se dispuso a suplicarle al rey
apenas recibió el aviso, se apresuró a ir al palacio sin por última vez.
saber los planes del rey mal aconsejado.
—-Si no va a perdonarme la vida, tan sólo pido me
—¿Sabes —le preguntó el rey— para qué te he man- conceda la gracia de ir a despedirme de los míos y lo
dado asistir a mi presencia? principal, a regalar mis libros para que mi existencia no
haya sido en vano; y con más gusto aún, le obsequiaré a
—No señor —replicó Duban— y espero que Su Ma- usted uno, que si lo gustase podría abrirlo en la página
jestad se sirva decirme el objeto de su llamada. seis en donde se le revelarán muchas dudas que hoy tiene
en la cabeza.
—Pues te he mandado buscar para librarme de ti qui-
tándote la vida. El rey, lleno de curiosidad por ver tal maravilla, per-
mitió a Duban que fuera hasta su casa. Puso el médico en
—Señor —exclamó el infortunado Duban-—, ¿por qué orden sus negocios y como se había esparcido el rumor de
voy a morir?, ¿qué crimen he cometido? que su muerte iba a verificarse, sucedió un prodigio inau-
dito: los visires, los imanes, los oficiales superiores y toda
—He sabido de buen conducto —replicó el rey—, que la Corte en fin, fue al siguiente día a palacio para ser
eres un espía y que quieres atentar contra mi vida y para testigos de la triste resolución.
evitarlo, voy a arrancarte la tuya.
A la hora señalada volvió el médico Duban, quien, con
un gran libro en mano, avanzó hasta las gradas del trono
—Descarga el tremendo golpe —añadió dirigiéndose y dijo al rey:
al verdugo que estaba presente— y que tu muerte me libre
de aquel traidor que ose entrar a mi palacio para matarme. —Tome, Señor, este libro y cuando mi cabeza esté
separada del tronco, mande a que sea colocada en una
El médico recurrió entonces a las súplicas exclamando: palangana; la sangre cesará de correr, será entonces cuan-
do usted abrirá el libro y mi cabeza responderá a todas las
—Señor, prolongúeme la vida, que Dios así prolongará preguntas que se le dirijan. Pero es entonces la última vez
la de usted; no me haga morir, porque Dios podría tratarlo que le pido se compadezca de éste su sirvo que sólo ha
del mismo modo. pecado de ser inocente.
HlSTORJA DEL MARIDO Y EL PAPAGAYO 33

—Tus ruegos son inútiles —replicó el rey— y quiero


que mueras en este preciso momento, si ya no es por ser
culpable, será entonces para ver tu cabeza responder a
mis preguntas.

El rey tomó el libro de manos del médico y ordenó al


verdugo que cumpliera con su deber. La cabeza fue cor-
tada tan diestramente que cayó en la palangana y la san-
gre se detuvo al momento. Entonces, y con gran asombro
del rey y de los espectadores, la cabeza del médico abrió
los ojos y tomando la palabra dijo:

—Abra el libro Su Majestad.

Obedeció el rey y como quiera que la primera hoja


estaba pegada contra la segunda, se humedeció el dedo
con la boca para volverla sin dificultad, operación que
repitió hasta la sexta hoja en blanco como las precedentes.

—Aquí no hay nada escrito —exclamó el rey.

—Vuelva algunas hojas más —respondió la cabeza.

Y el soberano continuó siempre volviéndose los dedos


en el labio, hasta que hizo efecto el veneno que estaba
impregnado en el papel del libro. Una agitación horrible
se apoderó del soberano; se le nubló la vista y cayó a los
pies del trono presa de atroces convulsiones. Cuando la
cabeza del médico Duban hablando con propiedad, vio
que no quedaban al rey más que algunos momentos de
vida, exclamó con acento sepulcral:

—¡Tirano! Así deben perecer los príncipes que abu-


sando de su autoridad sacrifican a los inocentes. Tarde o
temprano Dios castiga siempre sus injusticias y sus ini-
quidades. Apenas profirió estas palabras, perdió la cabeza
34 LAS MIL Y UNA NOCHES PARA NIÑOS HISTORIA DEL MARIDO Y EL PAPAGAYO 35

lo poco que le quedaba de vida y el rey exhaló el último con cierta desconfianza. Atravesaron la ciudad, llegando
suspiro. luego a lo alto de una gran montaña y en seguida a una
llanura que les condujo a un estanque situado entre cuatro
—Así murieron el rey y el médico Duban —continuó colinas.
el pescador dirigiéndose al Genio encerrado siempre en la
copa—. Si el rey hubiera perdonado la vida del médico, Ya en la orilla dijo el Genio al pescador:
él mismo hubiera conservado la suya. De esta manera,
querido Genio nos ha ocurrido a nosotros; si tú hubieras —Echa las redes y coge peces.
perdonado mi vida, en estos momentos estarías libre; de
lo contrario, te consumirás en esa vieja copa por el resto
No era difícil, ya que se veía una cantidad impresio-
de los siglos.
nante de peces en el estanque, pero lo que más sorprendió
al pescador fue que al sacar la red, atrapó cuatro peces de
— Amigo mío —exclamó el Genio con voz dolorida—, los siguientes colores: blanco, encamado, azul y amarillo.
te suplico que no me trates con tanta crueldad. Es más
noble olvidar toda idea de venganza. No hagas conmigo —Llévate esos peces —dijo el Genio—, preséntalos al
lo que Inma hizo con Ateca. Sultán y éste te dará a cambio más dinero del que puedas
imaginarte. Ven diariamente a pescar a este estanque, pero
—Si deseas saberlo, sácame de aquí, porque me es no eches las redes más de una sola vez cada día, pues de
imposible hablar en estrecha cárcel. Haré lo que tú me lo contrario te puede suceder alguna desgracia. Sigue con
ordenes cuando esté libre. exactitud el consejo que te doy y serás feliz.
—No, no —replicó el pescador—; he perdido la con- Al concluir de hablar, el Genio dio un golpe con el pie
fianza en tí y voy a arrojarte al fondo de los mares, de en el sitio en que se hallaba, al abrirse la tierra desapare-
donde nunca podrás salir. ció en sus profundidades. Al día siguiente fue el pescador
muy gozoso al palacio del Sultán para presentarle los
—¡Por última vez! —gritó el Genio—, no sólo te juro pescados y el príncipe, lleno de admiración, y no dudando
que no te mataré, sino que te enseñaré un método para que serían tan gratos al paladar como hermosos a la vista,
que seas inmensamente rico. los mandó entregar a una cocinera muy hábil que le había
enviado el emperador de los griegos. Luego dispuso que
La dulce esperanza de salir de la pobreza obligó al se le dieran cuatrocientas monedas al pescador, quien, al
pescador a confiar en el Genio, quien al verse libre dio verse tan rico, se entregó a los mayores excesos de ale-
tremendo puntapié en la copa arrojándola hasta el fondo gría, creyendo al principio que la realidad no era más que
del mar. Asustado el pescador por creer que el Genio le un sueño de ambición y de ventura.
tendería una trampa, aguardó imaginándose lo peor; pero
este último lo tranquilizó con una sonrisa; le pidió que Pero apenas la cocinera del Sultán limpió los pesca-
tomara su red y lo siguiera, lo cual obedeció el pescador dos, comenzó a freídos con aceite en una sartén y al
36 LAS MIL Y UNA NOCHES PARA NIÑOS
HISTORIA DEL MARIDO Y EL PAPAGAYO 37

volverlos de un lado a otro para que salieran dorados por


Momentos después y una vez que el soberano se ente-
igual, se abrió la pared de la cocina, presentándose una
mujer joven de gran belleza, alta y de elegante presencia. ró de lo ocurrido, mandó traer al pescador para hacerle el
Vestía un traje de raso con dibujos de flores a la moda mismo encargo, dándole tres días de plazo para satisfacer
egipcia; los pendientes, el collar y los brazaletes eran de oro, su deseo. Al día siguiente el pescador volvió a echar su
perlas y rubíes; llevaba en la mano una varita de mirto, red al estanque y tal como lo había prometido el Genio,
con la cual al acercarse a la sartén, tocó a uno de los una vez más pescó cuatro peces de distintos colores. El
pescados. Sultán quedó complacido al mirar que su deseo había sido
inmediatamente cumplido, por lo que ordenó que se le
—Pescadito —dijo—, ¿cumples con tu obligación? dieran otras cuatrocientas monedas de oro como pago a
tan eficiente trabajo.
Nada respondió el pescado y la dama repitió las mis-
mas palabras. Entonces los cuatro peces levantaron juntos El Sultán hizo que le llevaran a su aposento los útiles
la cabeza y dijeron: necesarios para freír los peces. Encerrado con el visir,
éste encendió el fuego, colocó en él la sartén y cuando los
—Sí, sí; si cantas, cantamos; si pagas tus deudas, pa- peces estuvieron fritos de un lado los volvió del otro. Fue
gamos las nuestras; si huyes, vencemos y quedamos con- entonces cuando se abrió la pared, pero en vez de la her-
tentos. mosa señora, apareció un negro; vestía a la usanza de los
esclavos, era de estatura gigantesca y llevaba en la mano
La dama derramó el contenido de la sartén cuando los un enorme garrote.
pescados concluyeron de hablar y desapareció por la aber-
tura de la pared que volvió a tomar su primitivo estado. Se acercó a la sartén, y tocando con el palo a uno de
Asustada la cocinera ante tantas maravillas, fue a dar los peces le preguntó con voz terrible:
vueltas a los peces que estaban sobre las brasas y los
halló negros como el carbón, de suerte que era imposible —Pescado, ¿cumples con tu deber?
presentarlos al Sultán.
Los pescados respondieron alzando la cabeza y con las
mismas palabras que los otros cuatro ofrecieron a la her-
—¡Pobre de mí! —exclamó consternada—, cuando sepa
mi amo lo sucedido, ¿cómo podré escapar de su cólera? mosa mujer un día antes. El negro colosal derramó el
contenido de la sartén y redujo a carbón a los cuatro
Fue entonces cuando el visir entró preguntando si ya pescados, desapareciendo de la misma manera que había
estaban listos los pescados; pero la cocinera, armada de venido.
valor, se dispuso a contarle el relato dejando asombrado
al visir. —Esos pescados —dijo intranquilo el Sultán— signi-
fican algún misterio y quiero aclararlo a toda costa.
—Esto es demasiado extraordinario como para que se
lo ocultemos al Sultán. Y volvió a llamar al pescador, a quien dirigió las si-
guientes palabras:
38 LAS MIL Y UNA NOCHES PARA NIÑOS HISTORIA DEL MARIDO Y EL PAPAGAYO 39

—¿En qué sitio has recogido los peces que habéis traí- ccbido un proyecto que llevaré a la práctica. Yo me ale-
do a palacio? jaré solo de este campo, pero te pido que no des cuenta
a nadie de mi ausencia; aquí en mi pabellón, permanece-
—En un estanque rodeado de cuatro colinas —respon- rás y cuando, por la mañana, vengan los emires, los des-
dió el pescador—; aquellas montañas, las puede ver des- pedirás diciéndoles que estoy indispuesto. Lo mismo ha-
de aquí. rás los días sucesivos, hasta mi regreso.
—¿Conoces el estanque? —preguntó el Sultán al visir. El Sultán se vistió con un traje cómodo para viajar a
pie, tomó su alfanje y abandonó el campamento, después
—No señor, no lo conozco ni he oído hablar jamás de haberse asegurado de que todos dormían para de esta
de él. manera no ser visto. Caminó por la llanura hasta la salida

Dijo el pescador que del palacio al estanque no había


más de tres horas de camino y como estaba muy distante
la noche, mandó el Sultán que toda la Corte montara a
caballo y le siguiera al estanque, sirviéndoles el pescador
de guía en esta expedición.

Al bajar la montaña, vieron con asombro los cortesa-


nos una gran llanura de la que hasta entonces no habían
tenido noticia alguna, y poco después, el estanque tal y
como lo describió el pescador se encontraba frente a ellos.
Parecían hermosos cristales bajo los que corrían peces
semejantes a los que había visto el Sultán. Admirado éste
de que ninguno de sus cortesanos conociera el estanque,
determinó averiguar la razón del extraño color de los peces
y para dicho fin, ordenó acampar y levantar tiendas a
orillas del estanque.

Cuando cayó la noche, se retiró a su pabellón y habló


en estos términos con su visir:

—Estoy sumamente preocupado. Verás: los peces con


aquellos majestuosos colores, el negro que entró a mi
aposento y este maravilloso estanque han despertado
mi curiosidad, la cual deseo satisfacer; por tanto, he con-

.
40
LAS MIL Y UNA NOCHES PARA NIÑOS

del sol sin detenerse un momento y a la luz de los prime-


ros albores de la mañana, distinguió un gran edificio donde
esperaba saber algo de lo que estaba averiguando. Cuando
estuvo cerca del edificio, se dio cuenta de que era un
palacio, o mejor dicho, una imponente fortaleza de már-
mol labrado y cubierto de una fina capa de acero, terso y
reluciente como el cristal de los espejos.

Una vez que estuvo frente a la puerta, el Sultán llamó,


pero nadie acudió ni al primero, ni al segundo llamado y
excitada aún más su curiosidad por este raro silencio,
decidió al fin penetrar en el edificio. En el vestíbulo sólo
respondió el eco de sus palabras y pasó a un gran patio
desierto como todo lo que acababa de recorrer y después
a unos magníficos salones donde las alfombras, muebles
y colgaduras eran de las más finas telas de seda de la
Meca de la India, bordadas de plata y oro. Luego entró en
un departamento aún más lujoso. En los cuatro extremos
vio a cuatro leones de oro macizo que rociaban agua por
la boca, dicha agua al caer se transformaban en perlas y
diamantes.

Además, el castillo estaba rodeado por tres ángulos de


un vasto jardín lleno de bosques, fuentes, alamedas y
de una infinidad de pájaros que daban al aire la cadencia
y la armonía de sus cantos, sin poder abandonar el lugar
porque justo arriba se encontraba una enorme red que les
impedía salir. El Sultán había caminado largo trecho cuan-
do de repente hirió sus oídos una voz llena de angustia se-
guida de fuertes gritos.

—Fortuna, ¿por qué me has hecho el más desgraciado


de los hombres? —se alcanzaba a escuchar.

Conmovido el Sultán al escuchar esto, se levantó diri-


giéndose al sitio de donde salía la voz y vio a un joven
42
LAS MIL Y UNA NOCHES PARA NIÑOS

ricamente vestido sobre un trono de poca altura. Tenía


retratada la tristeza en su semblante y devolvió el saludo
al Sultán con una atenta inclinación de cabeza.

—Señor, debería levantarme para recibirlo como se EL JOVEN REY


merece; pero una fuerte razón me lo impide.
DE LAS ISLAS NEGRAS
—Señor —respondió el Sultán—, estoy agradecido por
sus atenciones. Escuché sus lamentos y vengo a ofrecerle
mis servicios. Le suplico que no tome como una indiscre-
ción el pedirle que me cuente la historia de su desfortuna.

—¡ Ah señor! —respondió el joven—, ¿cómo es posi-


M historia también narra el motivo de los cam-
bios que han ocurrido. Mi padre llamado Mahmud, era
ble que no rae lamente y que mis ojos no sean dos fuentes rey de estos Estados de las Islas Negras, cuya capital esta-
de lágrimas?
ba situada en el lugar que ocupa hoy el estanque. A la
edad de setenta años murió el rey y apenas le sustituí en
Diciendo esto levantó su túnica, dejando ver que sólo el trono, me casé con una princesa, prima mía, unión que
era hombre desde la cabeza hasta la cintura y que el resto me hizo feliz muchos años. Pero poco a poco mi mujer
de su cuerpo era de mármol negro. fue revelándose a mi doble autoridad, la de rey y marido.

—Señor —dijo el Sultán—, me ha dejado lleno de Cierta noche que ella estaba en el baño, experimenté
asombro y terror, mas también la curiosidad ha excitado. deseos de dormir y me tendí en un diván. Dos de sus
Ardo en deseos de conocer la historia, que sin duda será mujeres se acercaron a mí creyendo que estaba dormido;
maravillosa y no ajena al estanque de los peces. hablaban en voz baja entre ellas, pero yo no perdía pala-
bra de su conversación.
—No puedo negarme a complacerlo —repuso el joven —No entiendo cómo la reina no puede querer a un rey
y comenzó así...
tan amable como él.
—Ciertamente —dijo la otra— y no sé por qué sale la
reina todas las noches dejándole solo sin que él se dé
cuenta.
—¿Cómo quieres que lo note si cada noche le sumi-
nistra un brebaje de hierbas que le hace dormir profunda-
mente sin que pueda despertarse hasta que ella vuelve y
acerca a su nariz un frasco de esencias?
44
LAS MIL Y UNA NOCHES PARA NIÑOS /','/ JOVEN REY DE LAS ISLAS NEGRAS 45

Imagine Señor la impresión que me produjeron estas Cubre mi espalda con pelos de cabra y esta túnica para
palabras; sin embargo, hice un esfuerzo para dominarme recordarme la grandeza que algún día tuve. Al terminar
y fingí que me despertaba sin haber oído aquella horrible con su relato, el rey de las Islas Negras rompió en llanto.
revelación. La reina volvió del baño y antes de acostarnos
me presentó ella misma la taza de agua que yo acostum-
braba beber; pero en vez de llevármela a la boca, me El Sultán lo consoló lo mejor que pudo, manifestándo-
acerqué a la ventana que estaba abierta y la vertí le que había creado un plan para vengarlo, cuya ejecución
disimuladamente en el jardín, devolviéndole la taza vacía se haría al día siguiente. El joven rey apoyó el proyecto
para que no sospechara. y como la noche ya estaba muy avanzada, el Sultán se
retiró.
Momentos después nos acostamos y suponiendo que
yo dormía, se levantó y dijo en voz alta: Muy de madrugada y acompañado de algunos servido-
res, se dirigió hasta el palacio en que residía la hechicera,
—¡Duerme y ojalá no te despiertes jamás! a la que tuvo la suerte de sorprender durmiendo. Antes de
que pudiera despertarse, hizo que sus criados le cubrieran
Se vistió apresuradamente y salió del aposento. Ape- los ojos con una venda y que la amordazaran para que ni
nas se marchó, salté del lecho, me vestí, tomé mi alfanje con la mirada, ni con la voz pudiera hechizar a ninguno
y la seguí tan cerca que oía el rumor de sus pasos. Pasó de los presentes.
mi esposa a través de muchas puertas que se abrían por
sí solas en virtud de unas palabras mágicas que ella pro- —Si no vuelves a tu esposo y a la ciudad que has
nunciaba y entró al jardín. Cuando la alcancé, levanté mi convertido en estanque a su primitivo estado —dijo el
alfanje para matarla pero ella exclamó: Sultán a la hechicera-—, en este momento, te corto la
cabeza.
—¡En virtud de mi poder, convertido quedas en mitad
hombre y mitad mármol negro! La maga hizo un signo de asentimiento. Tomó una
taza de agua y trozó sobre ella varios signos cabalísticos.
Al mismo tiempo que la reina me convertía en esto, Después se hizo trasladar al aposento donde descansaba
destruía también por encantamiento la capital de mi reino, su esposo y derramó el agua sobre él.
que era muy populosa y floreciente; sobre sus minas for-
mó el estanque. Los peces de colores pertenecen a las Inmediatamente se levantó el rey como era antes de su
cuatro clases de habitantes: los blancos representan a encantamiento y vuelto en júbilo, se postró en tierra para
los musulmanes, los encarnados, a los persas; los azules, dar gracias a Dios. Luego, la hechicera dijo por señas, que
a los cristianos y los amarillos, a los hebreos. la condujeran a la orilla del estanque. Tomó un poco de
agua y la esparció al viento y reapareció la ciudad en todo
Pero no contenta con esto, cada día viene a descargar su esplendor, convirtiéndose los peces en hombres, muje-
en mi espalda cien latigazos y cuando acaba el tormento, res y niños.
/','/, JOVEN REY DE LAS ISLAS NEGRAS 47

El Sultán, que llevaba el alfanje desenvainado, cortó


guitonees la cabeza de aquella mujer de un vigoroso sabla-
zo antes de que ella tuviera tiempo de defenderse. El Sul-
tán dejó allí el cadáver y fue en busca del príncipe, a
quien, abrazándole, manifestó que nada tenía que temer
poique su criminal esposa ya no existía.

—Puedes —añadió— vivir tranquilo en la capital, a


menos que quieras venir a la mía que está inmediata.

—Poderoso monarca —exclamó el príncipe— a quien


soy deudor de tan inmensos beneficios, pero mucho me
lemo que tu capital no está cerca como crees y para llegar
a ella se necesita un año entero de viaje, por más que tú
hayas venido aquí en cuatro o cinco horas. Desde que mi
corte salió del desencanto, las cosas han cambiado mu-
cho, lo cual no me impedirá seguirlo hasta los confines de
la tierra. Eres mi libertador y con objeto de demostrarte
mi reconocimiento por toda la vida, te voy a acompañar,
abandonando mi reino sin pesar alguno.

No comprendió el Sultán cómo podía hallarse tan lejos


de sus Estados, pero dijo que lo largo y penoso del viaje
estaba recompensado por ir en compañía del príncipe.

—No tengo hijos, pero te miro como tal y desde ahora


te nombro mi sucesor y heredero.

Comenzaron sobre la marcha los preparativos que


duraron tres semanas, al cabo de las cuales el príncipe se
puso en camino con gran pesar de sus vasallos, a quienes
dio por rey a un individuo de su familia. El Sultán y el
príncipe, su hijo adoptivo, iban seguidos de cien camellos
cargados de inestimables riquezas y de cincuenta caballe-
ros armados y equipados con gran lujo. Fue muy feliz el
viaje y la ausencia del Sultán no produjo desórdenes ni
48 LAS MIL Y UNA NOCHES PARA NIÑOS

accidentes en el imperio; por el contrario, sus subditos


salieron a recibirle en júbilo y duraron muchos días los
festejos con que se celebró su llegada.

Refirió el Sultán a los cortesanos todo lo sucedido, SlMBAD EL MARINO


notificándoles la adopción hecha a favor del príncipe de
las cuatro Islas Negras, en cuanto al pescador, causa pri-
mitiva de la libertad y redención del príncipe, fue colma-
do con su familia de bienes y riquezas que le hicieron
feliz durante el curso de su vida.

Concluido el cuento, dijo Schenarda a Schariar que sí Y ivía en Bagdad un pobre mandadero que se lla-
sabía otros relatos más interesantes que le podía referir maba Himbad, quien fatigado un día de gran calor por el
las noches restantes. Éste decidió prolongar un mes la peso de su carga, se paró en una calle estrecha donde
vida de su esposa, esperando con impaciencia el momen- reinaba un fresco agradable y perfumado que incitaba al
to de dar principio a la nueva historia.
descanso.
Diznarda no se olvidó de despertar al día siguiente a
su hermana y Schenarda empezó a contarla de esta ma- Sentándose junto a un gran edificio, en donde se cele-
nera. .. braba un festín a juzgar por los instrumentos musicales
que se escuchaban en unión de ese ruido especial que
produce siempre la alegría de los invitados. Quiso el buen
mandadero averiguar lo que se celebraba y dirigiéndose a
uno de los criados que estaba en el pórtico, le preguntó el
:.'ombre de! dueño de la casa.

—Es posible —exclamó el criado— que tú, vecino de


Bagdad, ignores quién vive en este palacio; el célebre
Simbad el marino, ese famoso viajero que ha. recorrido
todos los mares que alumbra el Sol.

El mandadero había escuchado, en efecto, hablar de la


grandeza del señor Simbad y no pudo prescindir de com-
parar las riquezas y el bienestar de éste, con la miseria a
que él se veía reducido, a los afanes que le costaba man-
tener a su numerosa familia.
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52
LAS MIL Y UNA NOCHES PARA NIÑOS
i" II MARINO
53
Fuimos a diversos países comprando y vendiendo
mercancías y una mañana vimos una isla casi a flor de Mu día entró un buque en el puerto y comenzó a des-
agua, semejante a una pradera por su fertilidad y aspecto. flflftr mercancías sobre las que reconocí mi propia marca
Cuatro pasajeros desembarcamos para comer y beber en dido de que aquel barco era el mío, me presenté
tierra, libres del balanceo del barco. Cuando la isla tem- ii i npitán, quien después de reconocerme, me entregó los
bló de repente, con ruda y violenta sacudida, nos gritaron
de abordo que estábamos sobre el vientre de una ballena poneros.
y cada cual se salvó como pudo; unos a nado y otros en Hice regalos al rey Mihrage de lo más selecto que
la chalupa, dejándome a mí sobre el monstruoso animal
iseía, a cuyo obsequio correspondió con otros de gran
que a poco se hundió en el abismo de los mares. Me así
a un pedazo de madera que íbamos llevando para hacer Valor y me embarqué, no sin una abundante provisión de
fuego y vi con dolor que el buque se alejaba a toda vela sándalo, de alcanfor, pimientas y cuantos frutos producía
creyéndome muerto. la isla, por valor de cien mil sequies. Llegué al fin a Bas-
lOra y con las ganancias de mi primer viaje, compré tie-
11 as, esclavos y-una magnífica casa para establecerme para
Dos días estuve a merced de las olas en la situación olvidar los peligros pasados, pero pronto sentí deseos de
más angustiosa del mundo, hasta que las mismas aguas navegar en compañía de otros honrados mercaderes.
me arrojaron a una isla de pintoresca apariencia. Bebí el
agua cristalina de un manantial que encontré junto a unos Cierto día desembarqué con oíros compañeros en un
árboles frutales. Ya repuestas un poco mis aniquiladas Islote y mientras ellos se entretenían recogiendo flores y
fuerzas, avancé hasta una llanura donde yacía una yegua frutas, yo tomé las provisiones que había llevado conmi-
atada a un poste de madera. Me acerqué a admirar la go y fui a sentarme a la sombra de un árbol que se erguía
belleza del animal y mientras lo examinaba, salió un hom- a la orilla de un arroyo; comí con buen apetito sin poder
bre del centro de la tierra y me preguntó quién era. Le evitarlo. Me dormí y cuando me desperté ya no vi el
conté mi aventura y entonces, tomándome de la mano, me buque anclado. Imagínate la dolorosa sorpresa que expe-
llevó a una gran gruta donde había varios hombres y rimenté; creí que moriría de dolor. Al fin me sometí a la
me dijeron que eran palafreneros del rey Mihrage sobe- voluntad de Dios y sin saber lo que me estaría reservando,
rano de la isla y que llevaban a aquel prado todos los años me subí a la copa de un árbol para visualizar algo que me
las yeguas de su señor para que pastaran. hiciera concebir esperanza de salvación.

Al otro día fui con ellos a la capital y el rey Mihrage Por la parte del mar, sólo agua y cielo se ofrecían a mi
me recibió a las mil maravillas y dio orden de que se me vista; mas al pasear mi mirada por el interior de la isla,
diera todo lo necesario. Visité a los mercaderes por si en- descubrí un objeto blanco que llamó mi atención; bajé del
contraba el medio de regresar a Bagdad y frecuenté el árbol, tomé las escasas provisiones que me quedaban y
trato con los sabios de la India y el de los señores de la
Corte a fin de instruirme en las ciencias y en las costum- me dirigí allá de prisa. Cuando estuve cerca, observé que""
bres del país. aquel objeto blanco era un globo de grandes dimensiones;
me acerqué más y lo toqué, di vueltas alrededor para ver
si encontraba una abertura o si había medio de poder es-
54
LAS MIL Y UNA NOCHES PARA NIÑOS II) /i/. MARINO 55
calarlo, pero todo fue en vano. Era ya la hora del cre- • IMH;I que las águilas tienen crías, echaban carne en las
púsculo vespertino, pero la atmósfera se oscureció de re- •i nías, se agarraban a ella los diamantes, y luego las águi-
pente, como si negros nubarrones encapotasen el cíelo y icaban la carne para llevarla a sus hijos a la cima de
al levantar la cabeza para averiguar la causa de aquel I i montañas, a donde los hombres se apoderaban de las
fenómeno que tanta sorpresa me había causado, vi un piedras preciosas, valiéndose de tal astucia porque es
enorme pájaro que avanzó volando hacia mí. Me acordé imposible penetrar en el valle.
entonces de un ave llamada Roe, de la que había oído
hablar con frecuencia a los marineros y comprendí enton-
ces que aquel huevo blanco no era más que un huevo de I '.iitonces comprendí que estaba en una especie de tumba
aquella ave. Al verle venir, me apreté cuanto pude al huevo v comencé a imaginar los medios de que me valdría para
y cuando el ave extendió sus alas sobre él, vi que sus •.ahí de ella. Hice una rica provisión de diamantes y me
garras parecían grandes ramas de la más vieja encina. Sin it¿ ;il pedazo más grande de carne que vi a mi alrededor
pérdida de tiempo me até a ellas con mi turbante con la y apenas me puse boca abajo para esperar, vinieron dos
esperanza de que cuando el Roe levantara el vuelo me Águilas gigantescas en busca de provisiones y la más po-
transportaría lejos de aquella isla. En efecto, pasé así toda drí osa me llevó consigo a lo alto de las rocas. Los mer-
la noche, pero en cuanto salió el Sol, el pájaro me remon- ( aderes que allí había empezaron a gritar para que el águila
tó hasta las nubes, tan alto que no se divisaba la tierra y 16 espantara y grande fue el asombro de todos al verme
descendió luego con tal rapidez que yo no tenía concien- a mí, contra quien se irritaron después, supusieron que ha-
cia de mí mismo. liia ido al valle a privarles de sus beneficios. Les referí mis
aventuras y para contentarlos les di parte de los diamantes
que había cogido en la gruta, que eran de tal tamaño y va-
Apenas toqué con el pie terreno firme, me desaté del lor que se mostraron muy reconocidos a mi generosa con-
pájaro, el cual apresó una descomunal serpiente y levantó ducta. Después de una peligrosa caminata, llegamos a un
de nuevo el vuelo llevándola en el pico. El sitio en el que puerto donde me embarqué en un buque que me condujo
me encontraba era un valle profundo, rodeado de monta- a Bagdad, más rico que antes.
ñas altas y escarpadas que le circundaban como una terri-
ble muralla. Y el suelo se veía cubierto de magníficos Pero la vida inactiva me irritaba y pronto volví a
diamantes; los árboles llenos de serpientes tan monstruo- embarcarme con rumbo a países desconocidos.
sas que las más pequeñas bien podían devorar a un ele-
fante. Vino la noche y aterrorizada me refugié en una gru- Estábamos en plena mar y una fuerte tempestad nos
ta, cuya entrada tapé con piedras para defenderme de los arrojó a las costas de una isla, que según dijo el capitán,
reptiles que lanzaban horribles silbidos, irritados sin duda estaba habitada por salvajes muy velludos que no tarda-
porque no podían penetrar en mi guarida. Al amanecer se n'an en acometernos y aunque todos eran enanos, no po-
fueron y yo me dormí, pero me despertó en seguida el díamos oponerles resistencia. Y si matábamos a algunos,
ruido causado por varios pedazos de carne fresca que nos aniquilarían sin remedio porque su número era mayor
arrojaban desde lo alto de la peña. Yo había oído decir que el de una plaga de langostas. En efecto, una nube de
que los mercaderes de diamantes iban a aquel valle en la hombrecillos de dos pies de altura y de aspecto repugnan-
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LAS MIL Y UNA NOCHES PARA NIÑOS
/ I MARINO
57
te nadando rodearon el buque y se subieron por todas
partes con la ligereza de los monos. Sin cesar de dirigir- Queridos hermanos —les dije—, en la playa ha)/
nos palabras en un idioma que no comprendimos, enva- ,i madera; construyamos barcazas y cuando las ten-
lentonados con nuestra pacífica actitud, nos obligaron a no:; Icrminadas, aprovechemos una ocasión para huir.
desembarcar, llevándose el buque a otra isla y tristes y 0 tanto, pongamos en ejecución el proyecto de librar-
desesperados nos pusimos en marcha hasta llegar a un < Id jugante; sí lo conseguimos, podemos esperar que
gran palacio, cuyo vestíbulo nos causó espanto al ver •iic un barco que nos saque de este maldito lugar y si
esparcidos por el suelo huesos y fragmentos de miembros I falla el golpe, ganamos las barcazas y nos ponemos
humanos. La puerta de la habitación se abrió de improvi- ilvo.
so y apareció un hombre negro de horrible figura y tan
alto como un pino. Tenía un solo ojo en medio de Ja A lodos agradó mí plan y construimos en seguida las
frente, inflamado y rojo como un ascua encendida, los POazas, capaces para transportar tres personas. Al caer
dientes afilados cual los de una fiera, las enormes orejas
tarde volvimos al palacio. El gigante llegó poco des-
caían sobre los hombros y las uñas largas, puntiagudas y
és que nosotros. Forzoso nos fue presenciar cómo se
semejantes a las de un a^e de rapiña. A la vista del gigan-
omía a otro compañero nuestro; pero aquella misma noche
te nos quedamos muertos de terror. El monstruo me tomó
nos vengamos de su crueldad.
por la cintura con la misma facilidad que si hubiera sido
una costilla de carnero y al verme tan flaco me soltó,
examinando sucesivamente a los demás compañeros de (-uando terminó su detestable cena, se acostó en posi-
infortunio. El que más le agradó fue el capitán, a quien i ion y no tardó en dormirse. Apenas le oímos roncar,
atravesó el cuello con un pincho de hierro, encendió fue- Idísimos a fuego una barra de hierro puntiaguda y cuando
go, lo asó como a un pájaro y se Jo cenó con Jas mayores estuvo al rojo vivo, le atravesamos con ella el ojo.
demostraciones de agrado. En seguida se puso a dormir y
el bramar del viento y el rugir de Ja tempestad no son El dolor que experimentó le hizo arrojar un grito espan-
nada en comparación de sus ronquidos. ÍOSO. Se levantó como una fiera con los brazos extendidos
I ratando de agarrar a alguno de nosotros para descargar en
Tan horrible nos pareció nuestra situación, que todos él su rabia. Vanos resultaron sus intentos. Entonces buscó
mis compañeros estuvieron a punto de irse a arrojar ai mar B tientas la puerta y salió del palacio aullando horrorosa-
antes que esperar una muerte tan horrible como la que les mente. Salimos en pos de él y a todo correr nos dirigimos
estaba reservada. Entonces dijo uno de ellos: i la playa, al lugar donde teníamos las barcazas que en
seguida votamos al agua y nos embarcamos en espera de
—Nos está prohibido quitamos la vida por nuestra que despuntara el día. Mas a los pocos momentos apare-
propia mano; pero aunque nos estuviese permitido, ¿no es cieron numerosos gigantes y mientras nosotros abogába-
más razonable que nos deshagamos de ese monstruo? mos con nuestras fuerzas, ellos nos arrojaban enormes
—Cómo no se nos ha ocurrido antes —exclamé. To- piedras y hacían naufragar a todas las barcazas, excepto
dos los compañeros aprobaron la idea. on la que yo me hallaba y todos los hombres que trans-
portaban perecieron ahogados.
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LAS MIL Y UNA NOCHES PARA NIÑOS
SlMIlAD EL MARINO 59
Mis dos compañeros y yo logramos llegar a alta mar
y entonces nos vimos a merced de las olas y en riesgo de Líos se les aturdió la razón, deseo de los negros antropó-
perecer también. Pasamos todo el día y toda la noche l.n'os para devorarlos en seguida, mientras yo huía aterra-
siguiente en una cruel incertidumbre acerca de nuestro do por sitios extraviados para no caer en manos de aque-
destino. Mas al salir el Sol, conseguimos tocar tierra en llos caníbales. Al séptimo día llegué a la orilla del mar
una isla en la que encontramos exquisitas frutas con las donde por suerte encontré a hombres blancos que llena-
que pudimos reponer las fuerzas perdidas. Nos dormimos ban sus buques de pimienta. Les referí sobre mi naufragio
luego en la playa, pero en seguida nos despertó el silbido v fue así como pude viajar con ellos hasta su isla, donde
de una serpiente que estaba tan cerca de nosotros, que se Ble presentaron a su rey, que era un excelente príncipe,
tragó a uno a pesar de nuestros gritos y de los esfuerzos lauto me favoreció con sus atenciones, que en poco tiem-
que aquél hacía para salvar la vida. Mi compañero y yo po ya era el hombre favorito del soberano.
emprendimos la fuga y nos refugiamos en la copa de un
árbol elevadísimo, en donde pensábamos pasar la noche. Todos, sin excepción, montaban a caballo, pero sin
No tardamos en oír de nuevo a la serpiente que se enroscó silla, brida y estribos; así que les enseñé la forma de
en el tronco del árbol y agarrando a mi compañero, lo fabricarlos. Creyendo que había sido invento mío, me col-
devoró también. Cuando fue de día, bajé del árbol más maron de tantos regalos y riquezas, que, cuando volví a
muerto que vivo, pues estaba persuadido de que me espe- mi patria, era el más rico de todos los habitantes de este
raba una muerte horrible. Cansado y con la desespera- país.
ción en el alma, me alejé del árbol y me dirigí a la playa,
con ánimo de arrojarme al mar, pero Dios tuvo compasión Fue entonces cuando tomé la decisión de no volver a
de mí y.en el momento que iba a realizar mi culpable de- embarcarme. Pero cierto día que daba un banquete a va-
signio, vi un buque en lontananza. Grité con tanta fuerza rios amigos para festejar mi regreso, me anunciaron que
de mis pulmones para ser oído y agité al aire mi blanco un oficial del califa deseaba hablarme. Abandone al punió
turbante con objeto de que me vieran. Felizmente toda la la mesa y salí a su encuentro.
tripulación vio las señas que yo hacía y el capitán envió
una chalupa para recogerme. Aquel barco me condujo —El califa—dijo el mensajero me ho ordenado que
nuevamente a Bagdad. lo lleve hasta el palacio.

El cuarto viaje; continuó Simbad, lo emprendí hacia Seguí al oficial v cuando entlivc i n presencia del sobe-
Persia, con tan mala fortuna al principio, que un huracán rano, me postré a IUI pli
deshizo nuestra embarcación; se llevó las mercancías y
sólo seis hombres pudimos salvarnos en una isla donde Simbad lijo • ' calila , tengo necesidad de
nos vimos rodeados de una multitud de negros que nos sus servioiol i pn . .... (pie lleve un mensaje y varios
sirvieron cierta hierba para comer. Mis compañeros, quie- ri '.d<> ii i, ulib a quien estoy muy agradecido.
nes morían ya de hambre se las comieron; pero yo, lleva- < o h.i ildo di iodos mis subditos el que más ha via-
do de un presentimiento fatal, no quise probarla. A aqué- oniidero el más útil para desempeñar dicha
I
58 LAS MIL Y UNA NOCHES PARA NIÑOS SlMBAD EL MARINO
59

Mis dos compañeros y yo logramos llegar a alta mar líos se les aturdió la razón, deseo de los negros antropó-
y entonces nos vimos a merced de las olas y en riesgo de fagos para devorarlos en seguida, mientras yo huía aterra-
perecer también. Pasamos todo el día y toda la noche do por sitios extraviados para no caer en manos de aque-
siguiente en una cruel incertidumbre acerca de nuestro llos caníbales. Al séptimo día llegué a la orilla del mar
destino. Mas al salir el Sol, conseguimos tocar tierra en donde por suerte encontré a hombres blancos que llena-
una isla en la que encontramos exquisitas frutas con las ban sus buques de pimienta. Les referí sobre mi naufragio
que pudimos reponer las fuerzas perdidas. Nos dormimos y fue así como pude viajar con ellos hasta su isla, donde
luego en la playa, pero en seguida nos despertó el silbido me presentaron a su rey, que era un excelente príncipe.
de una serpiente que estaba tan cerca de nosotros, que se Tanto me favoreció con sus atenciones, que en poco tiem-
tragó a uno a pesar de nuestros gritos y de los esfuerzos po ya era el hombre favorito del soberano.
que aquél hacía para salvar la vida. Mi compañero y yo
emprendimos la fuga y nos refugiamos en la copa de un Todos, sin excepción, montaban a caballo, pero sin
árbol elevadísimo, en donde pensábamos pasar la noche. silla, brida y estribos; así que les enseñé la forma de
No tardamos en oír de nuevo a la serpiente que se enroscó fabricarlos. Creyendo que había sido invento mío, me col-
en el tronco del árbol y agarrando a mi compañero, lo maron de tantos regalos y riquezas, que, cuando volví a
devoró también. Cuando fue de día, bajé del árbol más mi patria, era el más rico de todos los habitantes de este
muerto que vivo, pues estaba persuadido de que me espe- país.
raba una muerte horrible. Cansado y con la desespera-
ción en el alma, me alejé del árbol y me dirigí a la playa, Fue entonces cuando tomé la decisión de no volver a
con ánimo de arrojarme al mar, pero Dios tuvo compasión embarcarme. Pero cierto día que daba un banquete a va-
de mí y.en el momento que iba a realizar mi culpable de- rios amigos para festejar mi regreso, me anunciaron que
signio, vi un buque en lontananza. Grité con tanta fuerza un oficial del califa deseaba hablarme. Abandoné al punto
de mis pulmones para ser oído y agité al aire mi blanco la mesa y salí a su encuentro.
turbante con objeto de que me vieran. Felizmente toda la
tripulación vio las señas que yo hacía y el capitán envió —El califa —dijo el mensajero— me ha ordenado que
una chalupa para recogerme. Aquel barco me condujo
lo lleve hasta el palacio.
nuevamente a Bagdad.
Seguí al oficial y cuando estuve en presencia del sobe-
El cuarto viaje; continuó Simbad, lo emprendí hacia rano, me postré a sus pies.
Persia, con tan mala fortuna al principio, que un huracán
deshizo nuestra embarcación; se llevó las mercancías y —Simbad —me dijo el califa—, tengo necesidad de
sólo seis hombres pudimos salvarnos en una isla donde sus servicios. Es preciso que lleve un mensaje y varios
nos vimos rodeados de una multitud de negros que nos regalos al rey Serendib a quien estoy muy agradecido.
sirvieron cierta hierba para comer. Mis compañeros, quie- Como ha sido de todos mis subditos el que más ha via-
nes morían ya de hambre se las comieron; pero yo, lleva- jado, lo considero el más útil para desempeñar dicha
do de un presentimiento fatal, no quise probarla. A aqué- misión.
60 LAS MIL Y UNA NOCHES PARA NIÑOS SlMBAD EL MARINO 61

Aquel mandato del califa cayó sobre mí como un rayo. los cuales era portador. El rey recibió con visibles demos-
En pocos días estuve en disposición de ponerme en cami- traciones de íntima satisfacción aquellas muestras de
no y habiéndome hecho cargo del mensaje y de los rega- amistad del califa y una vez que cumplí con mi misión,
los que ei Comendador de los creyentes enviaba al rey me despedí de la Corte cargado de presentes que me hizo
Serendíb, partí para Bassora. Donde pude desembarcar. el soberano.
Una vez que llegamos a la isla de dicho soberano, expuse
a los ministros del rey el encargo que se me había confia- Me embarqué con la intención de regresar cuanto an-
do y íes rogué que me concedieran una audiencia con el tes a Bagdad, pero el destino io dispuso de otra manera y
soberano. llegué más tarde de lo que había querido. A los cuatro
días fuimos atacados por unos corsarios que dieron muer-
Al siguiente día fui conducido con toda pompa a pre- te a los pocos que opusieron resistencia, los demás corri-
sencia del rey, a quien Je entregué la carta y los regalos de mos con la suerte de quedar vivos, pero fuimos vendidos
como esclavos a una isla de la cual ni siquiera teníamos no-
ticias. Caí en manos de un opulento mercader, quien me
preguntó si sabía algún oficio; fue entonces que le dije
que mi profesión era la del comercio, pero que los cosarios
se llevaron toda mí mercancía.

—¿Pero al menos sabes usar el arco y las flechas?


—preguntó.

—Sí —respondí—, ése ha sido mí ejercicio favorito


desde la juventud.

Entonces me entregó dichos instrumentos, llevándome


a un bosque para que, subido en un árbol, diera caza a los
elefantes. Esa noche me dejó solo para que en cuanto
llegara el amanecer, me encontrara con la manada y tuve
la suerte de matar uno de los más hermosos. Le notifiqué
de inmediato a mi amo y ambos enterramos al elefante
para evitar su descomposición y le extrajimos los colmi-
llos, que era lo que realmente le interesaba.

Dos meses estuve entregado a la caza y no había día


' que no diera muerte a uno de ios animales para satisfac-
ción de mi amo; pero una tarde, los elefantes, lejos de
62
LAS MIL Y UNA NOCHES PARA NIÑOS

pasar junto al árbol en que los acechaba, se detuvieron


haciendo un horroroso ruido y uno de ellos, el más pode-
roso, derribó con la trompa el árbol como si ésta hubiera
sido una débil caña. En seguida me monté sobre su joro-
ba al verme tirado. Él elefante me hizo bajar con el au- HISTORIA
xilio de su trompa y todos se retiraron, dejándome asom-
brado de aquella rareza, pues yo creí que había llegado el DE LA DAMA ASESINADA
último día de mi existencia. Me encontré en una colina
llena de huesos de elefantes. Fue entonces cuando com-
Y EL JOVEN MARIDO
prendí que aquellos animales me habían llevado hasta su
cementerio para que hiciera uso de los colmillos y ya no
continuara con la incesante caza.

Así concluyó Simbad, diciéndole al mandadero Himbad


C \
'ierto día el califa Haroun-al-Raschid ordenó al gran
que no volviera a quejarse con tanta amargura de su suer- visir Giafar que la noche siguiente fuera a palacio.
te, porque los hombres que parecen más dichosos y opu-
lentos no han adquirido su fortuna a veces sino a costa de —Visir —le dijo—, quiero dar una vuelta por la ciu-
penalidades, trabajos y fatigas. dad y saber lo que se dice, sobre todo enterarme si están
o no contentos de los oficiales encargados de administrar
justicia. Si hay alguno de quien haya motivo de queja, lo
Simbad dio al mandadero mil sequies de oro y lo ad- depondremos y sustituiremos con otro que cumpla mejor
mitió en el número de sus amigos, para que después de con sus obligaciones; de lo contrario, si hay alguien que
abandonar su humilde profesión conservara un eterno re- es digno de admiración, le guardaremos los miramientos
cuerdo de las peligrosas aventuras de Simbad el Marino. que se merezca.

El gran visir se presentó en palacio a la hora señalada;


el califa y sus servidores se disfrazaron para no ser cono-
cidos y salieron juntos. Pasaron por varias plazas y mer-
cados y al entrar a una callejuela, vieron, con la claridad
de la Luna, un anciano con barba cana, de estatura aven-
tajada y que llevaba unas redes sobre la cabeza; tomaba
con una mano un cesto de hojas de palmera y un palo
nudoso.

—Al parecer este anciano está menesteroso —dijo al


califa—. Acerquémonos y preguntémosle cuál es su suerte.

—Buen hombre —le dijo el visir—, ¿quién eres?


64 LAS MIL Y UNA NOCHES PARA NIÑOS

—Señor —le respondió el anciano—, soy pescador;


pero el más pobre y desdichado de mi profesión. He sa-
lido de mi casa a pescar a las doce del día y desde enton-
ces hasta ahora no he cogido ni siquiera un pez; sin
embargo, tengo esposa e hijos menores y no me queda
riqueza para mantenerlos.

El califa, movido de compasión preguntó al pescador:

—¿Tendrás ánimo para volver atrás y echar las redes


una sola vez? Te daremos cien sequies por lo que pes-
quos.

A esta propuesta, el pescador olvidó el cansancio y


volvió hacia el Tigris con el califa Giafar y Mesrour, di-
ciendo para si: "estos señores parecen muy honrados
y discretos, para que no me gratifiquen por mi trabajo, y
aun cuando no me dieran más que la centésima parte de
lo que me prometen, sería mucho para mí".

Llegaron a la orilla del Tigris; el pescador echó las


redes y sacó un cofre muy cerrado y pesadísimo. Eí Califa
mandó al punto al gran visir que le contara cien sequies
y lo despidió. Mesrour se echó al hombro el cofre por
orden de su amo que volvió prontamente al palacio, a
modo de saber lo que había dentro. Allí abrió el cofre
y hallaron un gran cesto de hojas de palmera cerrado y
cocido con hilo de lana encamada. Para satisfacer la im-
paciencia del califa, no se tomaron la molestia de desco-
serlo, cortaron prontamente el hilo con un cuchillo y sa-
caron del cesto un lío envuelto en una mala alfombra y
atado con cuerdas. Desatadas éstas y desenvuelto el lío,
se horrorizaron con la vista de un cuerpo de mujer, más
blanco que la nieve y echo trozos.
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—¿Dónde estaba el asesino? LA HISTORIA DE LA DAMA ASESINADA Y EL JOVEN MARIDO 69

—Comendador de los creyentes —le respondió Giafar, —Retírese y déjeme purgar la muerte de la dama arro-
lloroso—, nadie ha podido darme la menor noticia de él. jada al Tigris. Yo soy su asesino y merecedor de ser cas-
tigado.
El califa le reprendió con mucho enojo y mandó que
lo ahorcaran delante de la puerta del palacio y con él a Aunque esta confesión causara suma alegría al visir,
cuarenta de los barmecidas. no por eso dejó de apiadarse del joven. Y ya iba a respon-
derle, cuando un hombre alto y de edad avanzada se abrió
paso por medio de la gente y, acercándose al visir, le dijo:
Mientras estaban levantando las horcas y prendían en
sus casas a los cuarenta barmecidas, un pregonero reco-
rrió por orden del califa todos los barrios de la ciudad —Señor, no des crédito de lo que está diciendo este
gritando: "el que quiera tener el gusto de ver ahorcar al joven: yo fui quien mató a la dama del cofre y sobre mí
debe caer el castigo. En nombre de Dios, ruego que no
gran visir Giafar y a cuarenta barmecidas, sus parientes,
castiguen al inocente por el culpable.
acuda a la plaza que está delante del palacio".
—Señor —repuso el joven encarándose con el visir—,
Cuando ya estuvo todo dispuesto, el juez y gran núme- le juro que fui yo quien cometió aquella crueldad y nadie
ro de guardias del palacio trajeron al gran visir con los en el mundo fue cómplice de ella.
cuarenta barmecidas, los colocaron a cada uno al pie de
la horca que les estaba destinada y íes pasaron alrededor —Hijo mío —interrumpió el anciano—, la desespera-
del cuello el dogal correspondiente. El pueblo, que se ción te ha traído aquí y sólo quieres anticipar tu destino; en
agolpaba en la plaza, no pudo presenciar tan lastimoso cuanto a mí, hace tiempo que estoy en el mundo y debo
espectáculo sin amargura y sin derramar lágrimas, porque no tenerle apego. Déjame sacrificar mi vida por la tuya.
el gran visir Giafar y los barmecidas eran muy queridos
por su honradez, generosidad y desinterés, no sólo en —Señor —añadió volviéndose al visir—, le repito de
Bagdad, sino también en todo el imperio del califa. Nada nuevo que yo soy el asesino; mande darme muerte sin
podía estorbar la ejecución de la orden de aquel príncipe tardanza alguna.
adusto en demasía, e iban a quitar la vida a los hombres
más honrados de la ciudad, cuando un joven de agradable
aspecto y bien vestido atravesó la muchedumbre, se llegó La discusión entre el anciano y el joven obligó al visir
Giafar a conducirlos ante el califa con el beneplácito del
al visir y después de haberle besado la mano, le dijo: juez que se complacía en favorecerle. Cuando estuvo en
presencia del califa, besó siete veces el suelo y habló de
—Soberano visir, comendador de los emires de la corte, este modo:
refugio de los pobres, no eres reo del crimen. ¿Por qué te
traen aquí?
—Comendador de los creyentes, traigo a su merced a
este anciano y a este joven que se culpan cada cual del
asesinato de la dama.
70 LAS MIL Y UNA NOCHES PARA NIÑOS

Entonces el califa preguntó, quién de los dos había


asesinado tan cruelmente a la dama y la había arrojado al
Tigris. El joven aseguró que era él; pero el anciano sos-
tenía, por su parte, lo contrario.
LAS TRES MANZANAS
—Llévatelos —dijo el califa al visir— y que los ahor-
quen a los dos.

—Pero señor —dijo el visir—, si uno solo es delin-


cuente, es injusto matar al otro.

A estas palabras, el joven prosiguió: X Xa de saber, señor, que la dama asesinada era mi
esposa, hija de este anciano que es mi tío paterno. Cuando
—Juro por el Dios Todopoderoso que ha levantado los ella cumplió los doce años me la dio en matrimonio, y
cielos a las alturas en que se encuentra, que yo fui quien desde entonces pasaron otros once años. Tuve de ella tres
mató a la dama y la arrojó al Tigris hace cuatro días. No hijos, que están vivos, y debo hacerle la justicia de que
quiero participar con los justos del día del juicio final si nunca me dio el menor disgusto, pues era juiciosa, de
lo que digo no es cierto. Y yo debo ser castigado. buenas costumbres y su afán se inclinaba en complacer-
me. Por mi parte, la amaba mucho y me anticipaba a
El califa quedó atónito con aquel juramento y le dio todos sus deseos, muy lejos de contradecirlos; hace dos
tanto más crédito cuando el anciano nada replicó, por meses enfermó y asistí con cuanto esmero me fue posible.
tanto, encarándose con el joven: Al cabo de un mes empezó a mejorar y quiso ir al baño.
Antes de salir de la casa me dijo:
—Desastrado —le dijo—, ¿por qué razón cometiste un
crimen tan horroroso? ¿Qué motivo puedes tener para —Primo —porque siempre me llamaba así—, tengo
haberle causado la muerte? deseos de comer manzanas y me daría mucho gusto si
pudieras proporcionarme algunas; hace tiempo que tenía
—Comendador de los creyentes —respondió—, si se este antojo y te confieso que ha llegado a ser tan vehe-
escribiera todo lo que ha ocurrido entre esa dama y yo, mente que temo me suceda alguna desgracia, si no queda
sería una historia muy útil a los hombres. pronto satisfecho.
—Refiérela —-replicó el califa. —Haré cuanto pueda complacerte —le respondí.
El joven obedeció y empezó así la narración... Al punto fui a buscar las manzanas a todas las plazas
y tiendas pero no pude hallar una sola, aunque ofrecía por
ellas un sequi. Volví a casa desazonado por haberme to-
72 LAS MIL Y UNA NOCHES PARA NIÑOS LAS TRES MANZANAS 73

mado inútilmente tanta molestia. Cuando mi esposa vol- las había adquirido y me respondió que su marido había
vió del baño y no vio las manzanas sintió un pesar que no emprendido un viaje de quince días tan sólo para ir a
la dejó dormir en toda la noche. Madrugué y recorrí todos buscarlas, y que se las había traído. Cenamos juntos, y al
los huertos, pero con tan poco éxito como el día anterior. marcharme, tomé ésta precisamente.
Encontré únicamente a un labrador anciano, quien me
dijo que no las encontraría sino en el huerto de Su Ma- Semejante revelación me produjo un trastorno, me le-
jestad en Bassora.
vanté y después de haber cerrado la tienda corrí ansioso
a mi casa y subí al aposento de mi mujer. Miré si estaban
Como yo amaba entrañablemente a mi mujer y desea- las tres manzanas y no viendo más que dos, le pregunté
ba complacerla, tomé un traje de viaje y después de haberla qué había hecho con la otra. Entonces mi mujer, volvien-
enterado de mi intento, marché a Bassora. Dime tanta do la cabeza hacia donde estaban las manzanas y no viendo
prisa, que estuve de vuelta a los quince días y traje tres sino dos, me contestó con despego:
manzanas que me habían costado un sequi cada una.
—Primo, yo no sé dónde está.
Eran las únicas que había en el huerto, y el hortelano
no había querido vendérmelas más baratas. Al llegar, se Arrebatado de celos, desenvainé un cuchillo que lleva-
las presenté a mi esposa; pero ya se le había pasado el ba en la cintura y lo clavé en la garganta de aquella des-
antojo y se contentó con recibirlas y ponerlas junto a ella. dichada, luego le corté la cabeza, la descuarticé y formé
Sin embargo, continuaba enferma y no sabía qué remedio un lío que oculté en un cesto, y después de haberlo cocido
aplicar a su dolencia. con hilo de lana encarnada, lo encerré en un cofre que me
eché al hombro; después de anochecido lo arrojé al Tigris.
A los pocos días de mi llegada, hallándome sentado en
mi tienda en el paraje público en donde se venden toda Mis dos hijos menores estaban ya acostados y dormían
clase de ricas telas, vi entrar a un esclavo negro de muy y el tercero estaba afuera. A la vuelta le hallé sentado
mala catadura, que llevaba en la mano una manzana que junto a la puerta y llorando amargamente. Le pregunté la
conocí ser una de las que yo había traído de Bassora. No causa de su llanto.
podía dudarlo, porque sabía que no había ninguna en
Bagdad, ni en todos los huertos de los alrededores. Llamé —Padre mío, esta mañana le tomé a mi madre sin que
al esclavo. lo advirtiera una de las tres manzanas que tú le habías
traído. La he guardado por mucho tiempo, pero cuando
—Buen esclavo —le dije—, infórmame, ¿dónde reco- estaba jugando en la calle con mis hermanos, un esclavo
giste esa manzana? alto que pasaba me la quitó y llevándosela, corrí tras él
pidiéndosela mil veces, pero por más que le dije que era
—Es un regalo que me ha hecho una amiga mía —res- de mi madre que estaba enferma y que tú habías hecho un
pondió sonriendo—. Hoy fui a verla y la hallé algo enfer- viaje tan largo de quince días para encontrarlas, no quiso
ma; vi que tenía allí tres manzanas y le pregunté dónde devolvérmela y como yo le seguí aclamando volvió, me
74 LAS MIL Y UNA NOCHES PARA NIÑOS LAS TRES MANZANAS 75

pegó y se echó a correr por varias calles extraviadas; de —La acción de este joven —dijo— es unible ante Dios,
modo que lo he perdido de vista. Desde entonces, he ido pero disculpable entre los hombres. El picaro esclavo es
a pasear fuera de la ciudad aguardando que volvieras para el único causante de este asesinato y el que debe pagar,
rogarte, padre, que no le digas nada a mi madre, por te- por tanto, añadió encarándose con el gran visir:
mor de que esto empeore su dolencia.
—Te doy tres días para buscarlo, y si al cabo de ellos
Al decir estas palabras, se puso a llorar. La declaración no me lo traes, sufrirás la muerte en lugar de él.
ingenua de mi hijo me causó una aflicción indecible.
Conocí entonces lo eterna que era mi maídad y me arre- El desgraciado Giafar que se había creído fuera del
pentí, pero demasiado tarde de haber dado crédito a las peligro, quedó aterrado con la nueva orden del califa.
mentiras de aquel desagradable esclavo, quien había usa- Pero como no se atrevía a replicar al príncipe, cuyo genio
do las palabras de mi hijo; la funesta fábula que yo había conocía, se alejó de su presencia y se retiró a su casa con
tenido por una verdad. Mi tío, que está aquí presente, los ojos bañados en lágrimas, persuadido de que sólo le
llegó en aquel momento, venía a ver a su hija; pero en quedaban tres días de vida, ya que estaba tan convencido
lugar de hallarla con vida, vino a saber por mí que ya no de que no encontraría al esclavo, que no hizo averigua-
existía, porque no le oculté nada, y sin guardar que me ción alguna.
condenara, me declaré el más criminal de todos los hom-
bres. Sin embargo, en vez de hacerme justas reclamacio- —¡Oh!, no es imposible —decía— que en una ciudad
nes, juntó sus lágrimas con las mías y estuvimos llorando como Bagdad, en donde hay un sinnúmero de esclavos
por tres días; él, la pérdida de una hija que siempre había negros, encuentre al criminal. A menos de que Dios me
amado entrañablemente; y yo, la de una mujer que lo dé a conocer como me dio a conocer al asesino, nada
idolatraba. puede salvarme.

Ésta es, Comendador de los creyentes, la sincera con- Pasó los dos primeros días inconsolable con su fami-
fesión que Su Majestad ha exigido de mí. Ya sabe todas lia, que lloraba alrededor de él, quejándose de la severi-
las circunstancias del crimen y le mego humildemente dad del califa y habiendo llegado el tercero, se dispuso a
que disponga de mi castigo. morir con honor, como un ministro íntegro que nada tenía
que echarse en cara. Mandó llamar testigos que firmaron
el testamento hecho en su presencia y después de abrazar
Por riguroso que sea no me quejaré de él y lo consi- a su mujer e hijos, le dio el postres a Dios. Toda su fami-
deraré muy benigno. lia se deshacía en llanto, formando una escena sumamente
trágica. Al fin llegó un palaciego, quien le dijo que el sul-
El califa quedó absorto con lo que el joven le acababa tán se empeñaba más y más en saber noticias suyas y del
de contar; pero aquel príncipe justiciero, juzgando que era esclavo negro que le había mandado buscar.
más digno de compasión que de considerársele delincuen-
te, abogó por él. —Tengo orden —añadió— de conducirlo a su presencia.
76 LAS MIL Y UNA NOCHES PARA NIÑOS

El visir, afligido, se disponía a seguirle, pero cuando


iba a salir, le trajeron la menor de sus hijas, que podía
tener cinco o seis años. Las mujeres que la cuidaban ve-
nían a presentársela a su padre para que la viera por úl-
tima vez.

Como la quería entrañablemente, pidió al palaciego


que se detuviera un momento y acercándose a su hija, la
tomó entre sus brazos y la besó repetidas veces.

Al besarla, advirtió que tenía en el pecho un bultito


que despedía olor.

—Hija mía —le dijo—, ¿qué traes en el pecho?

—Querido padre —le respondió—, es una manzana


sobre la cual está escrito el nombre del califa, nuestro
señor y amo. Nuestro esclavo Rian me la vendió en dos
sequies.

Al oír las palabras manzana y esclavo, el gran visir


Giafar prorrumpió en un alarido de asombro con arreba-
tos de júbilo y metiendo al punto la mano en el pecho de
su hija, sacó la manzana. Mandó llamar al esclavo que
estaba lejos de allí; se encaró con él y le dijo:

—Bribón —le dijo—, en dónde recogiste esta manza-


na.

—Señor —respondió el esclavo—, juro que no la he


robado de su casa ni del huerto del califa. El otro día al
pasar por la calle junto a unos niños que jugaban, vi que
uno la tenía en la mano; se la quité y me la llevé. El niño
vino corriendo detrás de mí diciéndome que la manzana
no era suya, sino de su madre que estaba enferma, que su
padre había emprendido un largo viaje para satisfacer el
78 LAS MIL Y UNA NOCHES PARA NIÑOS

deseo que ella tenía y había traído tres y que aquélla era
una de las que le había quitado a su madre sin que lo
advirtiera. Por más que me rogó, no se la devolví; no
quise hacerlo; la traje a casa y la vendí por dos sequies a
su hija menor. Esto es cuanto tengo que decirle.
ALADINO
Giafar estaba atónito sin comprender cómo el bellaco
había sido causa de la muerte de una mujer inocente y Y LA LAMPARA MARAVILLOSA
casi de la suya.

Llevó consigo al esclavo, lo presentó al califa y refirió


a éste lo ocurrido.
IL l aabía
b una vez en la capital de un reino de China,
Indecib's fue la extrañeza del califa, que no pudo con- un sastre llamado Muztafa; pobre en extremo y cuyo tra-
tenerse prorrumpiendo en carcajadas. Al fin recobró su bajo apenas le daba para mantener a su mujer y un solo
aspecto grave y le dijo al visir que ya que su esclavo hijo que tenía: Aladino, tal era el nombre del hijo del
había sido causa de semejante desmán, se le castigara sastre, que se había educado en el más completo abando-
como merecía. *** no y, por tanto, adolecía de grandes defectos y de perver-
sas inclinaciones. Desobediente con sus padres y aficio-
Y de este modo se libró de ser ahorcado el visir, cuyo nado a la holganza; pasaba días enteros fuera de su casa
lugar en el patíbulo ocupó el esclavo que fue causa oca- jugando en la calle con vagabundos de su edad y de su
sional del crimen. especie. La madre de Aladino, que conocía la inutilidad
de su hijo y en oposición de ejercer el oficio de su padre,
cerró la tienda y utilizó los utensilios con cuyo importe y
el de su trabajo en hilar algodón esperaba pasar una vida
modesta, pero tranquila. Con la muerte de Muztafa des-
apareció la barrera que se oponía de vez en cuando a que
Aladino siguiera sus depravadas aficiones. A sus quince
años, era el muchacho más travieso y pervertido^ del pue-
blo. Un día estaba jugando en la plaza con unos chicos,
según sus costumbres, cuando un extranjero, africano, lla-
mó a Aladino aparte y le preguntó si era hijo del sastre
Muztafa.

—Sí, señor —respondió el joven, refiriéndole que su


padre ya había muerto.
80 LAS MIL Y UNA NOCHES PARA NIÑOS ALADINO Y LA LÁMPARA MARAVILLOSA 81

Al oír estas palabras el extranjero se arrojó al cuello de ganar la vida y yo quiero darte los medios para que seas
Aladino abrazándolo y llorando, por lo que este último le hombre de provecho.
preguntó la causa de su aflicción, obteniendo como res-
puesta que aquel extraño era el hermano de su padre. Esta proposición halagó el amor propio de Aladino
Aladino se separó del supuesto tío y fue corriendo a con- que aborrecía, en efecto, toda clase de trabajo manual y
tarle a su madre aquel encuentro, pero la buena mujer le aceptó de buena voluntad la promesa del africano, quien
dijo que no sabía si existía ese tal pariente. Al día si- ofreció establecer la tienda en el corto plazo de dos días.
guiente se apareció de nuevo a Aladino el mágico africa- Cuando Aladino se vio transformado con tantas ventajas
no, quien dio a su sobrino, como ya le llamaba, algunas desde los pies hasta la cabeza, no tenía palabras suficien-
monedas de oro para que se las llevara a su madre a fin tes para expresar su gratitud al africano, quien lo llevó
de que dispusiera una comida a la que pensaba asistir. consigo a casa de los mercaderes más ricos de la ciudad
para que lo conocieran y luego lo condujo a las mezqui-
La viuda de Muztafa hizo grandes preparativos y pidió tas, a los departamentos del palacio del Sultán libres para
una vajilla prestada para recibir al hermano de su marido. el público, así se convino con gran contento del joven,
Apenas estuvo todo al corriente, llamaron a la puerta. Ala- que lleno de impaciencia, se vistió muy de mañana. Al si-
dino se apresuró a abrir y entró el africano cargado de her- guiente día, al ver al africano corrió apresuradamente a
mosas frutas y botellas de vino que depositó sobre una mesa. reunirse con él, sabiendo que vería lo más notable de los
alrededores de la ciudad.
No extrañes hermana mía el no haberme visto durante
tu matrimonio con Muztafa, de feliz memoria. Hace cua- —¿Adonde vamos tío? —preguntó con cierta inquie-
renta años que salí de este país que es el nuestro. He via- tud—. Si avanzamos más, creo que no me quedarán fuer-
jado por Asia y África, donde he permanecido por mucho zas para volver a la ciudad.
tiempo, hasta que llegó un día en que sentí deseos de
volver a ver a mi patria. Son infinitas las contrariedades El joven se dejó persuadir y llegaron a un paraje entre
y grandes los peligros que he arrastrado hasta tocar el tér- dos montañas de mediana altura divididas por una caña-
mino de mi viaje y figúrate cuál habrá sido mi pena al da, paraje escogido por el africano para llevar a cabo el
saber la muerte de mi amado hermano. designio que le había impulsado a ir desde África hasta
China.
Y le preguntó a Aladino:
—Quedémonos aquí —le dijo a Aladino—. Ahora verás
—¿En qué te ocupas? ¿Sabes algún oficio? cosas extraordinarias, maravillosas, tales como nunca se
han presentado a los ojos de un mortal. Mientras yo saco
Aladino bajó la mirada y entonces su madre tomó la fuego del pedernal con el eslabón, reúne tú todas las
palabra para decir que era un holgazán y perezoso. malezas más secas que encuentres en este sitio.
—Eso que tú haces no es razonable —dijo el africano Así lo hizo Aladino. El mago le prendió fuego al
mientras la viuda lloraba—. Es menester ayudarse para montón y arrojó otras ramas, produciendo humo espeso,
82 LAS MIL Y UNA NOCHES PARA NIÑOS ALADINO Y LA LÁMPARA MARAVILLOSA 83

diciendo palabras mágicas a la vez y estremeciéndose un —Hijo mío —dijo el africano—, oye bien y obedece
poco la Tierra; se abrió delante del mágico y de Aladino con exactitud todo lo que te voy a decir. Baja, y cuando
y dejó al descubierto una losa de pie y medio cuadrado, llegues al último escalón, encontrarás una puerta abierta
con una gran argolla de bronce en el centro que servía, sin que te conducirá a un gran salón abovedado y dividido en
duda, para levantarla. Asustado Aladino de todo lo que tres departamentos; a derecha e izquierda, verás cuatro ja-
veía, tuvo miedo y quiso emprender la fuga, pero el má- rrones llenos de oro y plata que te guardarás muy bien de
gico le dio un tremendo bofetón que la boca del mucha- tocar siquiera. Antes de entrar en la primera sala, cuida
cho se llenó toda de sangre. El pobre Aladino exclamó de recoger y ceñir el traje a tu cuerpo para no rozar con
temblando: él ni los objetos que encuentres ni las paredes, pues de lo
contrario morirás instantáneamente. Atraviesa sin dete-
—¿Qué he hecho para que me castigue con tanta cruel- nerte las tres salas y al final de la última, hallarás una
dad? puerta y luego un hermoso jardín con árboles cargados de
frutos; cruza ese jardín por un camino que te conducirá a
—Tengo mis razones para obrar así —replicó el afri- una escalera con cincuenta escalones por los cuales se
cano—; además, ocupo el lugar de tu padre y me debes sube a una azotea, cuando llegues a ella verás un nicho y
obedecer. Pero no tengas cuidado, sobrino mío —añadió en éste una lámpara ardiendo. Apodérate de ella, apágala
dulcificando su voz. y cuando hallas tirado la torcida y el líquido, guárdala en
tu seno y tráemela en seguida. A la vuelta puedes tomar
La esperanza del tesoro consoló a Aladino, quien hizo de los árboles del jardín los frutos que prefieras.
lo que su tío le ordenó. Y el mágico, al concluir sus instrucciones, puso una
sortija en uno de los dedos de Aladino para preservarle,
—Ven —le dijo éste—. Acércate y pasa la mano por según dijo él, de cualquier mal que pudiera haber. El
la argolla y alcanza la piedra. muchacho bajó a la cueva e hizo cuanto le dijeron. Dueño
ya de la lámpara se detuvo en el jardín lleno de admira-
—Pero querido tío, no tengo fuerzas para ello y será ción y asombro. Cada árbol tenía frutos de diferentes
necesario que me ayudes. colores, pero el brillo de la diversidad de matices le en-
tusiasmó tanto que cogió una gran cantidad de aquellos
—No; entonces nada lograríamos si yo intervengo. frutos con los cuales llenó todas sus faltriqueras y en tal
Pronuncia el nombre de tu padre y tu abuelo y tira de situación, ocupadas las manos con tantas riquezas se pre-
repente. Verás cómo levantas la losa. sentó a la entrada de la cueva donde lo aguardaba el mágico
con impaciencia.
Aladino hizo lo que se le ordenó; y en efecto, alzó la —Dame la mano para ayudarme a subir —dijo Aladino.
piedra sobre la cual se dejó ver una cueva de tres o cuatro
pies de profundidad, una piedra muy pequeña y unos es- —Mejor es, hijo mío, que tú me des antes la lámpara
calones para ir bajando. y te verás libre de ese estorbo y de ese peso.
84 LAS MIL Y UNA NOCHES PARA NIÑOS

—No me incomoda en lo más mínimo; te la daré en


cuanto suba.

El africano se empeñó en recibir la lámpara, pero


Aladino no quiso dársela sin sacar las bellas joyas de que
estaba cargado y así es que se obstinó de su primera nega-
tiva. Furioso el mágico ante la tenaz resistencia de Aladino,
arrojó cierta cantidad de perfumes en el fuego de malezas
que continuaba ardiendo, pronunció con rabia las pala-
bras mágicas y la piedra de la argolla volvió a su primi-
tivo lugar y todo quedó en el mismo estado que cuando
llegaron, quedándose Aladino adentro. Pero su tío no re-
cordó que le había dado un poderoso anillo.

Dos días estuvo Aladino en aquella situación sin co-


mer ni beber, hasta que al tercero y al dirigir una plegaria
a Dios, frotó con una mano el anillo que el mágico le ha-
bía puesto en la otra, cuya virtud desconocía, y se le
apareció de repente un genio que se dirigió a Aladino y
le dijo estas palabras:

—¿Qué es lo que desea? Heme aquí dispuesto a cum-


plir con sus órdenes como el más humilde esclavo.

Aladino en otras circunstancias hubiera tenido miedo


ante aquella aparición, pero preocupado por el temor del
peligro que corría dijo sin vacilar que deseaba salir de
todo trance y de aquel oscuro y terrible sitio, abriéndose
de repente y al instante la tierra, el joven se vio afuera y
justamente en el sitio donde el mágico le había condu-
cido.

Escaso de fuerzas y dando gracias al Cielo al verse


libre, regresó a la ciudad y llegó al fin a la casa de su
madre. La pobre mujer, que consideraba muerto a su hijo,
se entregó a los transportes de la mayor alegría y esto,
86 LAS MIL Y UNA NOCHES PARA NIÑOS ALADINO Y LA LÁMPARA MARAVILLOSA 87

unido a la debilidad del cuerpo por falta de alimento, hizo Desapareció el genio un momento y volvió después
que Aladino se desmayara en brazos de su madre. con ricos manjares que depositó en la mesa, huyendo
después como había venido. Se ocupó Aladino en primer
La viuda de Muztafa en los arrebatos de su amor término en socorrer a su madre y luego que lo hubo con-
maternal se deshizo en injurias y cólera contra el bárbaro seguido, rociándole el rostro con agua fría, la invitó a
impostor que quiso atentar contra la vida de su hijo, y gozar de esas ricas viandas. Apenas pudo comprender el
después de este desahogo natural a su indignación, supli- milagro, la viuda del sastre admirada de ver aquellos pla-
có a Aladino que se acostara para descansar de las pena- tillos de los que se exhalaba un delicioso perfume, hizo
lidades que había sufrido. varias preguntas a su hijo que éste respondió al terminar
el almuerzo. Sin embargo, los manjares eran tan buenos
Así lo hizo, mientras la viuda colocó en un rincón del y abundantes y tan excelente el apetito de la madre que
sofá las piedras preciosas, cuyo valor desconocía absolu- la hora de la comida le sorprendió sentados a la mesa, la
tamente, lo mismo que su hijo, creyendo ambos que eran cual abandonaron al fin, dejando para otra ocasión los
cristales de colores. Aladino se despertó tarde al día si- manjares que no habían tocado siquiera. Hecho esto,
guiente, pidió de almorzar y su madre le dijo que se habían Aladino refirió a su madre ¡o ocurrido con el genio mien-
agotado las provisiones, pero que iba a hilar algodón y a tras estaba desmayada y la buena mujer que nada com-
venderle al momento para procurarse algunas monedas. prendía de genios y apariciones, rogó a su hijo que él
conservara la lámpara, si era causa de que aquel mons-
—¡No! —replicó Aladino—, no quiero que trabajes truoso ser se presentase después. Llena de terror aconsejó
hoy. Dame la lámpara que traje ayer; la venderé y con el a Aladino que vendiera la lámpara y el anillo para no
dinero que me den tendremos para comer hoy. tener trato ni comercio con los genios que para ella eran
demonios, según dicho de los profetas.
—Aquí está la lámpara —contestó la viuda—, pero la
veo sucia; si la limpio un poco, me parece que podrás Aladino ofreció a su madre guardarlos cuidadosamen-
sacar mejor partido. te y no hacer uso de ellos sino en caso de extrema nece-
sidad. Convencida de la fuerza de estas razones, se some-
Se puso a limpiarla, cuando de repente apareció un tió la viuda al parecer de Aladino, decidida a no meterse
genio que exclamó con formidable acento: en lo que pudiera ocurrir a consecuencia de la determina-
ción de su hijo.
—¿Qué es lo que desean? Heme aquí dispuesto como
esclavo a todos los que tengan la lámpara en la mano. Pasaron los días sin que ninguno convocara al genio;
mas Aladino, quien gozaba de su vida sin trabajo, comen-
La madre de Aladino, sobrecogida de terror, cayó al zó a vender las charolas de plata que el genio les había
suelo desmayada; pero el joven, acostumbrado a esta cla- dado junto con los manjares. Al cabo de unos meses,
se de espectáculos, se apoderó de la lámpara y dijo en éstas ya se habían agotado y fue entonces cuando Aladino
tono firme su deseo de comer. decidió frotar nuevamente la lámpara para pedir exacta-
88 LAS MIL Y UNA NOCHES PARA NIÑOS

mente el mismo deseo que antes, y de la misma manera;


una vez que los manjares se agotaron, vendió una a una
las charolas de plata. Sin embargo, la viuda le había pro-
hibido a Aladino comprar en exceso dando a notar el di-
nero que se les era obsequiado por las riquezas del genio;
por el contrario, ambos solo vestían lo necesario.

Cierto día, cuando Aladino paseaba por la ciudad, el


visir pidió cerraran todos los comercios a fin de que la
princesa Brudulbudura paseara por las calles. El joven,
lleno de curiosidad se paró justo a la puerta del baño
donde se encontraba la princesa con el único fin de cono-
cerla; al mirarla, no pudo evitar sentirse atraído por la
hermosa joven. Esa misma noche Aladino no pudo dor-
mir, sólo podía pensar en la bella princesa y fue así como
a la mañana siguiente le informó a su madre que la pedi-
ría en matrimonio al Sultán, quien no evitó romper en
carcajadas, pero Aladino dijo seriamente:

—No sólo conservo la razón, sino que he previsto las


observaciones que me ibas a hacer. Bien comprendo que
soy el hijo de un pobre sastre sin nombre y sin fortuna,
que es un atrevimiento en mí el poner los ojos en una
princesa y que los sultanes no se dignan en conceder la
mano de sus hijas sino a un príncipe heredero de un tro-
no; pero mi decisión está tomada y ruego que vayas a
hablar al Sultán para que yo pueda casarme con la hermo-
sa Brudulbudura.

La madre no quería desairar a su hijo a quien amaba


entrañablemente y sabiendo que para dicho fin abrían que
llevarle un magnífico presente al Sultán, no dudó en de-
cirle a su hijo que no tenían KA posibilidad de agradar al
soberano. Pero Aladino, que eia el hombre más necio, le
recordó la gran cantidad de piedras de colores que había
traído de aquella cueva. De esta manera, colocó las pie-
ALADINO Y LA LÁMPARA MARAVILLOSA 91
90 LAS MIL Y UNA NOCHES PARA NIÑOS

dras en una bandeja de porcelana. Y aunque la viuda trató pusiera un alto precio a la mano de la princesa para que
toda la noche en persuadir los caprichos de su hijo, nada nadie, ni siquiera el hombre más rico pudiera ofrecerlo.
pudo conseguir, ya que Aladino sabía demás que si algo Fue entonces que el rey dijo:
fallaba tendría el auxilio del genio de la lámpara.
—Los soberanos deben tener palabra y yo estoy pronto
Al cabo se dejó convencer la madre, quien al día si- de cumplir la mía siempre que vuestro hijo me presente
guiente, muy temprano, envuelta en un blanco lienzo lle- cuarenta grandes fuentes de oro macizo, llenas de piedras
gó al palacio temblando de miedo. La pobre mujer se iguales a las de su primer regalo. Esta riqueza deberá ser
colocó enfrente del soberano para ser vista de Su Majes- traída a palacio por cuarenta esclavos negros y cuarenta
tad. Al terminar la audiencia, nadie le dijo una sola pala- blancos que sean hermosos, de buena estatura y vestidos
bra. Cansada, salió del palacio junto con todas las per- con lujosa magnificencia. Sólo a este precio podrá obte-
sonas. ner la mano de la princesa, mi hija.

Durante seis días la viuda se presentó al palacio sin


tener éxito alguno; pero siendo el séptimo día, el sultán Al escuchar estas palabras, la mujer contó con lujo de
preguntó a su visir, quién era aquella mujer que permane- detalle a Aladino y sabiendo que éste no podría cumplir
cía a solas durante la audiencia, y no contento con la con las exigencias del soberano, se quedó tranquila. Pero
respuesta, ordenó la llevaran hasta las gradas donde pre- en cuanto la madre de Aladino abandonó la casa, este
guntó a la madre de Aladino el motivo de su presencia. último frotó la lámpara y pidió detalle a detalle las exi-
Pero el rey, al notar que la mujer enrojecía al sentirse gencias del rey. Asombrados quedaron al ver la magnifi-
mirada por los presentes, ordenó salieran todos del pala- cencia con la que llegó Aladino al palacio, por lo que el
cio para que la mujer hablara con desahogo. sultán no tuvo más remedio que darle a su hija como
esposa.
Oyó el sultán las palabras de la madre de Aladino sin
dar señas de cólera y sin burlas. Al pedirle que le ense- Ese mismo día, Aladino pidió al genio construyera un
ñara lo que con recelo guardaba debajo de su lienzo, el palacio justo al lado de donde se encontraba el del Sultán;
rey quedó sorprendido al mirar las riquezas que la mujer con grandes corredores, ventanales y pasillos donde pu-
llevaba consigo y sin decir más, prometió que su hijo era diera la princesa pasear.
digno de la mano de su pequeña, pero al cabo de tres
meses, llevara hasta el palacio al joven Aladino.
Una vez celebrada la boda, el malvado africano se en-
Pasaron los tres meses y justo al vencer el plazo, la teró de la dicha de Aladino y quiso arrebatarle la lámpara,
viuda se dirigió a palacio para recordarle al rey lo que pero éste conservaba también el anillo que le obsequió y
habían convenido, pero el soberano que no deseaba dar a fue así como pudo librarse del temible hombre, quien
su hija a tan desconocidos, pidió un consejo al visir para murió con la cruel ambición y el deseo de asesinar a
deshacer su promesa de hace tres meses. Éste le aconsejó Aladino.
92 LAS MIL Y UNA NOCHES PARA NIÑOS

Aladino vivió por muchos años a lado de su amada


esposa y ambos soberanos reinaron largo tiempo dejando,
al morir, una ilustre y memorable descendencia.

CONCLUSIÓN

k_Jchernarda había terminado sus cuentos, que tardó


en referir mil y una noches y no acertando a comenzar
otro, se postró a los pies del rey diciéndole con voz su-
plicante:
—Poderoso señor del mundo, durante muchas noches
esta esclava le ha contado historias divertidas y agrada-
bles. ¿Está satisfecho, o persiste en su antigua resolución
de ordenar que me corten la cabeza?
—Cortarte la cabeza sería demasiado poco —repuso el
rey—. Tus últimas historias me dejaron mortalmente
anonadado.
Entonces Schernarda hizo una seña a la nodriza y al
punto apareció ésta conduciendo a tres niños. Uno de
ellos caminaba solo, el otro lo hacía con ayuda de las
andaderas y el tercero andaba aún en la lactancia.

—Gran príncipe, vea aquí a sus hijos. No por el mérito


de mis cuentos sino por el amor a ellos, le suplico que me
dé la gracia de la vida. ¿Qué sería de estas tiernas criatu-
ras si yo muriera?
Y diciendo esto, estrechaba a los niños contra su pe-
cho, deshecha en lágrimas y llanto.
94 LAS MIL Y UNA NOCHES PARA NIÑOS

El rey, hondamente conmovido, abrazó también a sus


hijos.

—Te perdono —dijo luego— por amor a estos niños r


y porque tienes corazón de madre. Vive feliz. ÍNDICE
La fausta nueva cundió pronto por la ciudad y de nue-
vo volvieron a oírse los más subidos elogios al rey sabio,
prudente y generoso. A la mañana siguiente, el soberano
reunió a su Consejo y dijo, dirigiéndose al visir:

—Que el cielo te recompense por el servicio que has INTRODUCCIÓN . J


prestado al imperio y a mí mismo interrumpiendo el curso
de mis crueldades. Tu hija Schemarda que me ha dado EL ASNO, EL BUEY Y EL LABRADOR. ............. 9
tres hijos, es una buena esposa.
EL GALLO, EL PERRO Y LA MUJER DEL LABRADOR .. 13
Inmediatamente ordenó que duraran treinta días las
iluminaciones del palacio y los banquetes, a los que se- HISTORIA DE UN PESCADOR • • 17
rían admitidos todos los que llegaran en honor a la reina
Schernarda. HISTORIA DEL REY GRIEGO Y DEL MÉDICO DUBAN . . 23

Al mismo tiempo hizo riquísimos presentes a sus cor- HISTORIA DEL MARIDO Y EL PAPAGAYO . . . . . . . . . . 27
tesanos y repartió cuantiosas sumas entre los pobres que
le bendecían con lágrimas de gratitud y alegría. EL JOVEN REY DE LAS ISLAS NEGRAS . . . . . . . . . . . . 43

El rey vivió muchos años sin que ningún hecho des- SlMBAD EL MARINO 49
agradable turbara la paz de su próspero reino.
HISTORIA DE LA DAMA ASESINADA

Y EL JOVEN MARIDO . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 63

LAS TRES MANZANAS 71

ALADINO Y LA LÁMPARA MARAVILLOSA 79

CONCLUSIÓN 93

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