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INTRODUCCIÓN
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X J_abía una vez un labrador muy rico que poseía
muchas casas; en ellas criaba ganado de todas las espe-
cies. Sólo en una de ellas vivía con su mujer y sus hijos.
Poseía, como Salomón, el don de entender la lengua en
que hablaban los animales, aunque le era imposible inter-
pretarla a los demás.
Tenía en la misma cuadra un buey y un asno. Cierto
día, al contemplar los juegos infantiles de sus hijos, escu-
chó al buey que le decía al asno:
—No puedo menos que mirarte con envidia al consi-
derar lo mucho que descansas y lo poco que trabajas. Un
mozo te cuida, te da buena cebada para comer y para
beber agua pura y cristalina y si no llevaras a nuestro amo
a los cortos viajes que hace, te pasarías la vida en com-
pleta ociosidad. A mí me tratan de distinta manera y mi
condición es tan desgraciada como agradable la tuya. Al
venir al jardín me atan a una carreta, trabajo hasta que las
fuerzas me faltan y el labrador, sin embargo, no cesa de
castigarme, luego, por la noche, me dan de comer unas
malas habas secas. ¿Ya ves que tengo la razón al envidiar
tu suerte?
El asno no interrumpió al buey, pero cuando acabó de
hablar le dijo:
10 LAS MIL Y UNA NOCHES PARA NIÑOS EL ASNO, EL BUEY Y EL LABRADOR 11
—Con razón tienen fama de tontos, tú y todos los de no encuentre un nuevo medio de salir de esta situación,
tu especie. Das la vida en provecho y beneficio de los voy a perder el pellejo.
hombres y no sabes sacar partido de tus facultades. Cuan-
do te quieren uncir al arado, ¿por qué no das buenas Y medio muerto de cansancio, se dejó caer.
cornadas y unos cuantos mugidos que asusten a los hom-
bres; te echas al suelo y te niegas a moverte? Si así lo
hicieras, ya verías cómo te tratarían mejor. Si sigues los
consejos que te doy, notarás un cambio favorable y agra-
decerás lo que te propongo.
L
imprudente. Vivía contento y dichoso y como mi astucia
12 LAS MIL Y UNA NOCHES PARA NIÑOS
—Eso no es verdad, y tú te burlas de mí, y si no me El marido, al verla en razón, abrió la puerta, entró la
dices lo que han hablado los animales, te juro que voy a familia y felicitó al marido por haber encontrado un me-
separarme de ti para siempre. dio de convencer a su esposa.
La mujer entró en la casa y se pasó la noche llorando —Hija mía —añadió el visir—, tú mereces que te trate
en un rincón. Inútiles fueron los ruegos de su marido, que de la misma manera que a la mujer del labrador.
la amaba con ternura, para que se olvidara de su empeño
y las súplicas de sus hijos y todos los individuos de ¡a fa- —Padre mío —dijo Schenarda—, mi resolución es irre-
milia; la mujer continuaba llorando y el labrador, perple- vocable y no me hará desistir de ella la historia que acaba
jo, no sabía qué partido tomar en tan apurado trance. Tenía de contar. Yo podría referir otras que no le permitieran
el labrador además en la quinta, cincuenta gallinas, un oponerse a mi designo y si el cariño paternal se resiste a
gallo y un perro que guardaba la casa. Estaba el infeliz mi súplica, iré yo misma a presentarme al rey.
sentado a la puerta cavilando acerca de su triste suerte,
cuando oyó que el perro reñía al gallo porque cantaba Obligado al fin el visir por la firmeza del carácter de
alegre y ruidosamente. su hija, fue a anunciar a Schariar que aquella misma no-
che le presentaría a Schenarda. El rey se llenó de asombro
—Has de saber —continuó diciendo el perro— que al considerar el sacrificio que hacía el gran visir y la
nuestro amo está hoy muy afligido. Su mujer se empeña facilidad con la que le entregaba a su propia hija.
en que le revele un secreto que le costará la vida y es de
temer que muera, porque quizá no tenga firmeza para —Señor —respondió el visir—, ella misma se ha ofre-
resistir a la obstinación de su esposa; todo es luto y aflic- cido voluntariamente; la muerte no le espanta y prefiere
ción en esta casa; tú eres el único que estás gozoso y que en la vida tener la honra de ser la esposa de Su Majestad.
nos insultas con tus cantos.
—Pero ten entendido, visir, que mañana al devolverte
a tu hija, te ordenaré que le des muerte y si no me obe-
—Nuestro amo —replicó el gallo— puede salir si quiere deces, te juro que caerá de los hombros tu cabeza.
muy fácilmente del apuro; que se encierre en un cuarto
con su mujer, le mida las costillas con una buena vara de —Señor —respondió el visir—, al cumplir con tal
fresno y no insistirá en saber el secreto. Si no lo hace, él decreto se desgarrará mi corazón, pero, aunque soy padre,
tendrá la culpa de cualquier desgracia que le suceda. sabré acallar los gritos de la naturaleza y ejecutaré sus
Apenas oyó el labrador estas palabras, fue en busca de un órdenes-
garrote y pegó a su mujer con tal fuerza, que ésta gritó al
fin: El gran visir fue en seguida a decirle a su hija que el
rey la esperaba y Schenarda recibió la noticia con la mayor
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juré dar a mi libertador todos los tesoros de la tierra y —Y bien, ¿me creerás ahora, incrédulo pescador?
ninguno apareció. Al tercero, prometí convertir en rey al —exclamó la voz del genio.
que me sacara de la copa y prolongar los días de su vida.
Por último, desesperado, al cuarto siglo de mi cautiverio, El pescador, en vez de responder, se apresuró a cerrar
juré matar al hombre que me devolviese mi libertad y la la copa con la tapadera. Al verse encerrado nuevamente,
luz del sol. Ese hombre has sido tú y por consiguiente el genio se enfureció y se esforzó por salir de la copa;
prepárate a morir. Y dime, ¿cómo quieres que te mate? pero fue en vano, porque se lo impedía el sello de Salomón
Debo cumplir mi juramento. que el pescador había vuelto a ajustar. Recurrió entonces
a las súplicas y a los ofrecimientos, asegurando que cuan-
En vano le dijo el pescador que aquello era una injus- to había dicho hasta entonces fue mentira; mas el pesca-
ticia, que iba a pagar el bien con un crimen y a dejar dor, lejos de ablandarse, replicó:
huérfanos a sus tres inocentes hijos; el genio se mostró
bastante molesto. La necesidad agusa el ingenio y al po- —Me guardaré mucho de dejarte salir, ¡maldito ge-
bre pescador se le ocurrió una fabulosa estrategia: nio!, que pagas con la muerte los beneficios que se te
hacen. Voy a arrojar la copa al mar y avisar a todos mis
—Ya que no puedo evitar la muerte —dijo—, me so- compañeros que no vengan a echar sus redes en este sitio
meto a la voluntad de Dios, pero antes de morir quisiera y que si llegan a pescar algún día la copa, la vuelvan a arro-
que me dijeras la verdad sobre una duda que tengo. jar en seguida, si no quieren morir. Y mientras la acabo
de cerrar bien para que no puedas escaparte voy a referirte
—Pregunta lo que quieras y despacha pronto —repuso la historia del rey leproso y de su médico para que te sirva
el genio.
de enseñanza.
—¿Es verdad que estabas dentro de esa copa?
Schenarda, al llegar a este cuento, advirtió que era de
—Sí, lo juro. día y, sabiendo que el rey, su esposo, celebraba a aquella
hora consejo con los altos dignatarios de la corte, guardó
—Pues no puedo creerte, porque es imposible que se silencio.
encierre tu cuerpo en un sitio tan pequeño, que apenas
es capaz de contener una de tus manos. No lo creeré sino —¡Qué cuento tan interesante! —exclamó Diznarda.
viendo.
—La continuación te interesaría aún más —dijo Sche-
—Pues, para que te convenzas, lo vas a ver ahora narda—. Si el rey me dejara hoy para continuar mañana
mismo. esta maravillosa historia.
Entonces se disolvió el cuerpo del genio que, cambia- Schariar, estimulado por la curiosidad, se levantó y
do en humo, empezó a entrar poco a poco en la copa fue a presidir el consejo; pero no ordenó que mataran a su
hasta que no quedó ni una sola partícula afuera. esposa, lo que llenó de regocijo al gran visir, que temió
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MIL Y UNA NOCHES PARA NIÑOS
—Tome, señor; empuje esta bola con el mazo que —No, no visir —interrumpió el rey—, estoy seguro de
presento hasta que a fuerza de hacer ejercicio sienta la que ese hombre a quien calificas de traidor es el más
mano y el cuerpo bañado en sudor. El remedio medicinal virtuoso que existe en el mundo y al que más quiero.
que he puesto en el mango penetrará por los poros al Comprendo lo que pasa: su virtud excita vuestra envidia;
contacto del calor de la mano y entonces volverá al pala- pero aseguro que no me inclinaré injustamente en contra
cio para darse un baño, acostándose en seguida y mañana suya. Recuerdo muy bien lo que un visir dijo al rey
al amanecer estará curado completamente. Sindbad, su señor, para impedir que éste diese muerte a
su hijo...
Obedeció el rey los mandatos del médico sin apartarse
de sus sabios consejos. En efecto, al día siguiente se le- —Señor —interrumpió el visir envidioso—, suplico a
vantó con el cuerpo sano y limpio, de tal suerte que no Vuestra Majestad que me perdone el atrevimiento de su-
quedaron huellas de la horrible dolencia que antes le afli- plicarle que me refiera lo que el visir del rey Sindbad dijo
gía. Hizo comparecer ante sí a los cortesanos para infor- a su señor para impedir que diese la muerte al príncipe,
marles el triunfo de Duban y todos manifestaron un gozo su hijo.
indecible.
—Este visir —contestó el rey—, después de haberle
Cuando el médico entró en el salón del trono y fue a expuesto cómo podía cometer una acción de la que luego
postrarse a las plantas del rey, éste le abrazó, elogiándole tendría que arrepentirse si daba oídos a las acusaciones de
como se merecía y aun le invitó a sentarse con él a la su suegra, le contó la siguiente historia...
mesa real, favor insigne y desconocido para los subditos
de aquel país. Además, le dio 2000 sequies y le hizo, en
una palabra, objeto de sus continuas deferencias. Sin em-
bargo, este rey tenía un gran visir avaro, envidioso y ca-
paz de cometer los más horrendos crímenes con tal de
satisfacer sus malvados sentimientos.
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U n buen hombre tenía una esposa a quien amaba
con tal delirio, que apenas se atrevía a perderla de vista.
Los negocios le obligaron un día a alejarse de ella, pero
antes de emprender la marcha, compró un papagayo que
no sólo hablaba muy bien, sino que tenía la cualidad de
charlar todo lo que se hacía delante de él. Le puso en una
jaula, colocándolo en el cuarto de su mujer, a quien supli-
có que cuidase mucho al animal.
Hizo el viaje y cuando volvió a su casa, preguntó al pa-
pagayo si su esposa se había acordado de él y pronuncia-
do alguna vez a su marido ausente; pero el pájaro dijo que
ni un solo día se le había ocurrido a su mujer nombrarle
para nada, como era la verdad. La esposa, descubierta en
su indiferencia, sospechó que el papagayo era el autor de
aquella mala pasada y, ofendida por las recriminaciones
de su marido, resolvió vengarse del pájaro charlatán.
—Visir, tienes razón. Quizá ese médico haya venido a Pero el rey no escuchó más las súplicas del médico y
la Corte sólo para matarme. con dureza volvió a ordenar que rodara su cabeza. El
verdugo le vendó los ojos, después de atarle las manos ya
Cuando el visir vio al rey en " i disposición de ánimos se disponía a desenvainar el alfanje, cuando los cortesa-
de lo que deseaba y con el temor de que el médico pudie- nos me ddos de compasión, suplicaron al rey le perdonara
ra defenderse, aconsejó le cortaran la cabeza de inmedia- la vida a Duban, pero el soberano se mostró inflexible.
to; horroroso designio fue ;• ;eptado por el rey. Llamó a
uno de sus oficiales y ordenó que buscara al médico, quien, Ya de rodillas, el médico se dispuso a suplicarle al rey
apenas recibió el aviso, se apresuró a ir al palacio sin por última vez.
saber los planes del rey mal aconsejado.
—-Si no va a perdonarme la vida, tan sólo pido me
—¿Sabes —le preguntó el rey— para qué te he man- conceda la gracia de ir a despedirme de los míos y lo
dado asistir a mi presencia? principal, a regalar mis libros para que mi existencia no
haya sido en vano; y con más gusto aún, le obsequiaré a
—No señor —replicó Duban— y espero que Su Ma- usted uno, que si lo gustase podría abrirlo en la página
jestad se sirva decirme el objeto de su llamada. seis en donde se le revelarán muchas dudas que hoy tiene
en la cabeza.
—Pues te he mandado buscar para librarme de ti qui-
tándote la vida. El rey, lleno de curiosidad por ver tal maravilla, per-
mitió a Duban que fuera hasta su casa. Puso el médico en
—Señor —exclamó el infortunado Duban-—, ¿por qué orden sus negocios y como se había esparcido el rumor de
voy a morir?, ¿qué crimen he cometido? que su muerte iba a verificarse, sucedió un prodigio inau-
dito: los visires, los imanes, los oficiales superiores y toda
—He sabido de buen conducto —replicó el rey—, que la Corte en fin, fue al siguiente día a palacio para ser
eres un espía y que quieres atentar contra mi vida y para testigos de la triste resolución.
evitarlo, voy a arrancarte la tuya.
A la hora señalada volvió el médico Duban, quien, con
un gran libro en mano, avanzó hasta las gradas del trono
—Descarga el tremendo golpe —añadió dirigiéndose y dijo al rey:
al verdugo que estaba presente— y que tu muerte me libre
de aquel traidor que ose entrar a mi palacio para matarme. —Tome, Señor, este libro y cuando mi cabeza esté
separada del tronco, mande a que sea colocada en una
El médico recurrió entonces a las súplicas exclamando: palangana; la sangre cesará de correr, será entonces cuan-
do usted abrirá el libro y mi cabeza responderá a todas las
—Señor, prolongúeme la vida, que Dios así prolongará preguntas que se le dirijan. Pero es entonces la última vez
la de usted; no me haga morir, porque Dios podría tratarlo que le pido se compadezca de éste su sirvo que sólo ha
del mismo modo. pecado de ser inocente.
HlSTORJA DEL MARIDO Y EL PAPAGAYO 33
lo poco que le quedaba de vida y el rey exhaló el último con cierta desconfianza. Atravesaron la ciudad, llegando
suspiro. luego a lo alto de una gran montaña y en seguida a una
llanura que les condujo a un estanque situado entre cuatro
—Así murieron el rey y el médico Duban —continuó colinas.
el pescador dirigiéndose al Genio encerrado siempre en la
copa—. Si el rey hubiera perdonado la vida del médico, Ya en la orilla dijo el Genio al pescador:
él mismo hubiera conservado la suya. De esta manera,
querido Genio nos ha ocurrido a nosotros; si tú hubieras —Echa las redes y coge peces.
perdonado mi vida, en estos momentos estarías libre; de
lo contrario, te consumirás en esa vieja copa por el resto
No era difícil, ya que se veía una cantidad impresio-
de los siglos.
nante de peces en el estanque, pero lo que más sorprendió
al pescador fue que al sacar la red, atrapó cuatro peces de
— Amigo mío —exclamó el Genio con voz dolorida—, los siguientes colores: blanco, encamado, azul y amarillo.
te suplico que no me trates con tanta crueldad. Es más
noble olvidar toda idea de venganza. No hagas conmigo —Llévate esos peces —dijo el Genio—, preséntalos al
lo que Inma hizo con Ateca. Sultán y éste te dará a cambio más dinero del que puedas
imaginarte. Ven diariamente a pescar a este estanque, pero
—Si deseas saberlo, sácame de aquí, porque me es no eches las redes más de una sola vez cada día, pues de
imposible hablar en estrecha cárcel. Haré lo que tú me lo contrario te puede suceder alguna desgracia. Sigue con
ordenes cuando esté libre. exactitud el consejo que te doy y serás feliz.
—No, no —replicó el pescador—; he perdido la con- Al concluir de hablar, el Genio dio un golpe con el pie
fianza en tí y voy a arrojarte al fondo de los mares, de en el sitio en que se hallaba, al abrirse la tierra desapare-
donde nunca podrás salir. ció en sus profundidades. Al día siguiente fue el pescador
muy gozoso al palacio del Sultán para presentarle los
—¡Por última vez! —gritó el Genio—, no sólo te juro pescados y el príncipe, lleno de admiración, y no dudando
que no te mataré, sino que te enseñaré un método para que serían tan gratos al paladar como hermosos a la vista,
que seas inmensamente rico. los mandó entregar a una cocinera muy hábil que le había
enviado el emperador de los griegos. Luego dispuso que
La dulce esperanza de salir de la pobreza obligó al se le dieran cuatrocientas monedas al pescador, quien, al
pescador a confiar en el Genio, quien al verse libre dio verse tan rico, se entregó a los mayores excesos de ale-
tremendo puntapié en la copa arrojándola hasta el fondo gría, creyendo al principio que la realidad no era más que
del mar. Asustado el pescador por creer que el Genio le un sueño de ambición y de ventura.
tendería una trampa, aguardó imaginándose lo peor; pero
este último lo tranquilizó con una sonrisa; le pidió que Pero apenas la cocinera del Sultán limpió los pesca-
tomara su red y lo siguiera, lo cual obedeció el pescador dos, comenzó a freídos con aceite en una sartén y al
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HISTORIA DEL MARIDO Y EL PAPAGAYO 37
—¿En qué sitio has recogido los peces que habéis traí- ccbido un proyecto que llevaré a la práctica. Yo me ale-
do a palacio? jaré solo de este campo, pero te pido que no des cuenta
a nadie de mi ausencia; aquí en mi pabellón, permanece-
—En un estanque rodeado de cuatro colinas —respon- rás y cuando, por la mañana, vengan los emires, los des-
dió el pescador—; aquellas montañas, las puede ver des- pedirás diciéndoles que estoy indispuesto. Lo mismo ha-
de aquí. rás los días sucesivos, hasta mi regreso.
—¿Conoces el estanque? —preguntó el Sultán al visir. El Sultán se vistió con un traje cómodo para viajar a
pie, tomó su alfanje y abandonó el campamento, después
—No señor, no lo conozco ni he oído hablar jamás de haberse asegurado de que todos dormían para de esta
de él. manera no ser visto. Caminó por la llanura hasta la salida
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LAS MIL Y UNA NOCHES PARA NIÑOS
—Señor —dijo el Sultán—, me ha dejado lleno de Cierta noche que ella estaba en el baño, experimenté
asombro y terror, mas también la curiosidad ha excitado. deseos de dormir y me tendí en un diván. Dos de sus
Ardo en deseos de conocer la historia, que sin duda será mujeres se acercaron a mí creyendo que estaba dormido;
maravillosa y no ajena al estanque de los peces. hablaban en voz baja entre ellas, pero yo no perdía pala-
bra de su conversación.
—No puedo negarme a complacerlo —repuso el joven —No entiendo cómo la reina no puede querer a un rey
y comenzó así...
tan amable como él.
—Ciertamente —dijo la otra— y no sé por qué sale la
reina todas las noches dejándole solo sin que él se dé
cuenta.
—¿Cómo quieres que lo note si cada noche le sumi-
nistra un brebaje de hierbas que le hace dormir profunda-
mente sin que pueda despertarse hasta que ella vuelve y
acerca a su nariz un frasco de esencias?
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LAS MIL Y UNA NOCHES PARA NIÑOS /','/ JOVEN REY DE LAS ISLAS NEGRAS 45
Imagine Señor la impresión que me produjeron estas Cubre mi espalda con pelos de cabra y esta túnica para
palabras; sin embargo, hice un esfuerzo para dominarme recordarme la grandeza que algún día tuve. Al terminar
y fingí que me despertaba sin haber oído aquella horrible con su relato, el rey de las Islas Negras rompió en llanto.
revelación. La reina volvió del baño y antes de acostarnos
me presentó ella misma la taza de agua que yo acostum-
braba beber; pero en vez de llevármela a la boca, me El Sultán lo consoló lo mejor que pudo, manifestándo-
acerqué a la ventana que estaba abierta y la vertí le que había creado un plan para vengarlo, cuya ejecución
disimuladamente en el jardín, devolviéndole la taza vacía se haría al día siguiente. El joven rey apoyó el proyecto
para que no sospechara. y como la noche ya estaba muy avanzada, el Sultán se
retiró.
Momentos después nos acostamos y suponiendo que
yo dormía, se levantó y dijo en voz alta: Muy de madrugada y acompañado de algunos servido-
res, se dirigió hasta el palacio en que residía la hechicera,
—¡Duerme y ojalá no te despiertes jamás! a la que tuvo la suerte de sorprender durmiendo. Antes de
que pudiera despertarse, hizo que sus criados le cubrieran
Se vistió apresuradamente y salió del aposento. Ape- los ojos con una venda y que la amordazaran para que ni
nas se marchó, salté del lecho, me vestí, tomé mi alfanje con la mirada, ni con la voz pudiera hechizar a ninguno
y la seguí tan cerca que oía el rumor de sus pasos. Pasó de los presentes.
mi esposa a través de muchas puertas que se abrían por
sí solas en virtud de unas palabras mágicas que ella pro- —Si no vuelves a tu esposo y a la ciudad que has
nunciaba y entró al jardín. Cuando la alcancé, levanté mi convertido en estanque a su primitivo estado —dijo el
alfanje para matarla pero ella exclamó: Sultán a la hechicera-—, en este momento, te corto la
cabeza.
—¡En virtud de mi poder, convertido quedas en mitad
hombre y mitad mármol negro! La maga hizo un signo de asentimiento. Tomó una
taza de agua y trozó sobre ella varios signos cabalísticos.
Al mismo tiempo que la reina me convertía en esto, Después se hizo trasladar al aposento donde descansaba
destruía también por encantamiento la capital de mi reino, su esposo y derramó el agua sobre él.
que era muy populosa y floreciente; sobre sus minas for-
mó el estanque. Los peces de colores pertenecen a las Inmediatamente se levantó el rey como era antes de su
cuatro clases de habitantes: los blancos representan a encantamiento y vuelto en júbilo, se postró en tierra para
los musulmanes, los encarnados, a los persas; los azules, dar gracias a Dios. Luego, la hechicera dijo por señas, que
a los cristianos y los amarillos, a los hebreos. la condujeran a la orilla del estanque. Tomó un poco de
agua y la esparció al viento y reapareció la ciudad en todo
Pero no contenta con esto, cada día viene a descargar su esplendor, convirtiéndose los peces en hombres, muje-
en mi espalda cien latigazos y cuando acaba el tormento, res y niños.
/','/, JOVEN REY DE LAS ISLAS NEGRAS 47
Concluido el cuento, dijo Schenarda a Schariar que sí Y ivía en Bagdad un pobre mandadero que se lla-
sabía otros relatos más interesantes que le podía referir maba Himbad, quien fatigado un día de gran calor por el
las noches restantes. Éste decidió prolongar un mes la peso de su carga, se paró en una calle estrecha donde
vida de su esposa, esperando con impaciencia el momen- reinaba un fresco agradable y perfumado que incitaba al
to de dar principio a la nueva historia.
descanso.
Diznarda no se olvidó de despertar al día siguiente a
su hermana y Schenarda empezó a contarla de esta ma- Sentándose junto a un gran edificio, en donde se cele-
nera. .. braba un festín a juzgar por los instrumentos musicales
que se escuchaban en unión de ese ruido especial que
produce siempre la alegría de los invitados. Quiso el buen
mandadero averiguar lo que se celebraba y dirigiéndose a
uno de los criados que estaba en el pórtico, le preguntó el
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LAS MIL Y UNA NOCHES PARA NIÑOS
i" II MARINO
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Fuimos a diversos países comprando y vendiendo
mercancías y una mañana vimos una isla casi a flor de Mu día entró un buque en el puerto y comenzó a des-
agua, semejante a una pradera por su fertilidad y aspecto. flflftr mercancías sobre las que reconocí mi propia marca
Cuatro pasajeros desembarcamos para comer y beber en dido de que aquel barco era el mío, me presenté
tierra, libres del balanceo del barco. Cuando la isla tem- ii i npitán, quien después de reconocerme, me entregó los
bló de repente, con ruda y violenta sacudida, nos gritaron
de abordo que estábamos sobre el vientre de una ballena poneros.
y cada cual se salvó como pudo; unos a nado y otros en Hice regalos al rey Mihrage de lo más selecto que
la chalupa, dejándome a mí sobre el monstruoso animal
iseía, a cuyo obsequio correspondió con otros de gran
que a poco se hundió en el abismo de los mares. Me así
a un pedazo de madera que íbamos llevando para hacer Valor y me embarqué, no sin una abundante provisión de
fuego y vi con dolor que el buque se alejaba a toda vela sándalo, de alcanfor, pimientas y cuantos frutos producía
creyéndome muerto. la isla, por valor de cien mil sequies. Llegué al fin a Bas-
lOra y con las ganancias de mi primer viaje, compré tie-
11 as, esclavos y-una magnífica casa para establecerme para
Dos días estuve a merced de las olas en la situación olvidar los peligros pasados, pero pronto sentí deseos de
más angustiosa del mundo, hasta que las mismas aguas navegar en compañía de otros honrados mercaderes.
me arrojaron a una isla de pintoresca apariencia. Bebí el
agua cristalina de un manantial que encontré junto a unos Cierto día desembarqué con oíros compañeros en un
árboles frutales. Ya repuestas un poco mis aniquiladas Islote y mientras ellos se entretenían recogiendo flores y
fuerzas, avancé hasta una llanura donde yacía una yegua frutas, yo tomé las provisiones que había llevado conmi-
atada a un poste de madera. Me acerqué a admirar la go y fui a sentarme a la sombra de un árbol que se erguía
belleza del animal y mientras lo examinaba, salió un hom- a la orilla de un arroyo; comí con buen apetito sin poder
bre del centro de la tierra y me preguntó quién era. Le evitarlo. Me dormí y cuando me desperté ya no vi el
conté mi aventura y entonces, tomándome de la mano, me buque anclado. Imagínate la dolorosa sorpresa que expe-
llevó a una gran gruta donde había varios hombres y rimenté; creí que moriría de dolor. Al fin me sometí a la
me dijeron que eran palafreneros del rey Mihrage sobe- voluntad de Dios y sin saber lo que me estaría reservando,
rano de la isla y que llevaban a aquel prado todos los años me subí a la copa de un árbol para visualizar algo que me
las yeguas de su señor para que pastaran. hiciera concebir esperanza de salvación.
Al otro día fui con ellos a la capital y el rey Mihrage Por la parte del mar, sólo agua y cielo se ofrecían a mi
me recibió a las mil maravillas y dio orden de que se me vista; mas al pasear mi mirada por el interior de la isla,
diera todo lo necesario. Visité a los mercaderes por si en- descubrí un objeto blanco que llamó mi atención; bajé del
contraba el medio de regresar a Bagdad y frecuenté el árbol, tomé las escasas provisiones que me quedaban y
trato con los sabios de la India y el de los señores de la
Corte a fin de instruirme en las ciencias y en las costum- me dirigí allá de prisa. Cuando estuve cerca, observé que""
bres del país. aquel objeto blanco era un globo de grandes dimensiones;
me acerqué más y lo toqué, di vueltas alrededor para ver
si encontraba una abertura o si había medio de poder es-
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LAS MIL Y UNA NOCHES PARA NIÑOS II) /i/. MARINO 55
calarlo, pero todo fue en vano. Era ya la hora del cre- • IMH;I que las águilas tienen crías, echaban carne en las
púsculo vespertino, pero la atmósfera se oscureció de re- •i nías, se agarraban a ella los diamantes, y luego las águi-
pente, como si negros nubarrones encapotasen el cíelo y icaban la carne para llevarla a sus hijos a la cima de
al levantar la cabeza para averiguar la causa de aquel I i montañas, a donde los hombres se apoderaban de las
fenómeno que tanta sorpresa me había causado, vi un piedras preciosas, valiéndose de tal astucia porque es
enorme pájaro que avanzó volando hacia mí. Me acordé imposible penetrar en el valle.
entonces de un ave llamada Roe, de la que había oído
hablar con frecuencia a los marineros y comprendí enton-
ces que aquel huevo blanco no era más que un huevo de I '.iitonces comprendí que estaba en una especie de tumba
aquella ave. Al verle venir, me apreté cuanto pude al huevo v comencé a imaginar los medios de que me valdría para
y cuando el ave extendió sus alas sobre él, vi que sus •.ahí de ella. Hice una rica provisión de diamantes y me
garras parecían grandes ramas de la más vieja encina. Sin it¿ ;il pedazo más grande de carne que vi a mi alrededor
pérdida de tiempo me até a ellas con mi turbante con la y apenas me puse boca abajo para esperar, vinieron dos
esperanza de que cuando el Roe levantara el vuelo me Águilas gigantescas en busca de provisiones y la más po-
transportaría lejos de aquella isla. En efecto, pasé así toda drí osa me llevó consigo a lo alto de las rocas. Los mer-
la noche, pero en cuanto salió el Sol, el pájaro me remon- ( aderes que allí había empezaron a gritar para que el águila
tó hasta las nubes, tan alto que no se divisaba la tierra y 16 espantara y grande fue el asombro de todos al verme
descendió luego con tal rapidez que yo no tenía concien- a mí, contra quien se irritaron después, supusieron que ha-
cia de mí mismo. liia ido al valle a privarles de sus beneficios. Les referí mis
aventuras y para contentarlos les di parte de los diamantes
que había cogido en la gruta, que eran de tal tamaño y va-
Apenas toqué con el pie terreno firme, me desaté del lor que se mostraron muy reconocidos a mi generosa con-
pájaro, el cual apresó una descomunal serpiente y levantó ducta. Después de una peligrosa caminata, llegamos a un
de nuevo el vuelo llevándola en el pico. El sitio en el que puerto donde me embarqué en un buque que me condujo
me encontraba era un valle profundo, rodeado de monta- a Bagdad, más rico que antes.
ñas altas y escarpadas que le circundaban como una terri-
ble muralla. Y el suelo se veía cubierto de magníficos Pero la vida inactiva me irritaba y pronto volví a
diamantes; los árboles llenos de serpientes tan monstruo- embarcarme con rumbo a países desconocidos.
sas que las más pequeñas bien podían devorar a un ele-
fante. Vino la noche y aterrorizada me refugié en una gru- Estábamos en plena mar y una fuerte tempestad nos
ta, cuya entrada tapé con piedras para defenderme de los arrojó a las costas de una isla, que según dijo el capitán,
reptiles que lanzaban horribles silbidos, irritados sin duda estaba habitada por salvajes muy velludos que no tarda-
porque no podían penetrar en mi guarida. Al amanecer se n'an en acometernos y aunque todos eran enanos, no po-
fueron y yo me dormí, pero me despertó en seguida el díamos oponerles resistencia. Y si matábamos a algunos,
ruido causado por varios pedazos de carne fresca que nos aniquilarían sin remedio porque su número era mayor
arrojaban desde lo alto de la peña. Yo había oído decir que el de una plaga de langostas. En efecto, una nube de
que los mercaderes de diamantes iban a aquel valle en la hombrecillos de dos pies de altura y de aspecto repugnan-
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LAS MIL Y UNA NOCHES PARA NIÑOS
/ I MARINO
57
te nadando rodearon el buque y se subieron por todas
partes con la ligereza de los monos. Sin cesar de dirigir- Queridos hermanos —les dije—, en la playa ha)/
nos palabras en un idioma que no comprendimos, enva- ,i madera; construyamos barcazas y cuando las ten-
lentonados con nuestra pacífica actitud, nos obligaron a no:; Icrminadas, aprovechemos una ocasión para huir.
desembarcar, llevándose el buque a otra isla y tristes y 0 tanto, pongamos en ejecución el proyecto de librar-
desesperados nos pusimos en marcha hasta llegar a un < Id jugante; sí lo conseguimos, podemos esperar que
gran palacio, cuyo vestíbulo nos causó espanto al ver •iic un barco que nos saque de este maldito lugar y si
esparcidos por el suelo huesos y fragmentos de miembros I falla el golpe, ganamos las barcazas y nos ponemos
humanos. La puerta de la habitación se abrió de improvi- ilvo.
so y apareció un hombre negro de horrible figura y tan
alto como un pino. Tenía un solo ojo en medio de Ja A lodos agradó mí plan y construimos en seguida las
frente, inflamado y rojo como un ascua encendida, los POazas, capaces para transportar tres personas. Al caer
dientes afilados cual los de una fiera, las enormes orejas
tarde volvimos al palacio. El gigante llegó poco des-
caían sobre los hombros y las uñas largas, puntiagudas y
és que nosotros. Forzoso nos fue presenciar cómo se
semejantes a las de un a^e de rapiña. A la vista del gigan-
omía a otro compañero nuestro; pero aquella misma noche
te nos quedamos muertos de terror. El monstruo me tomó
nos vengamos de su crueldad.
por la cintura con la misma facilidad que si hubiera sido
una costilla de carnero y al verme tan flaco me soltó,
examinando sucesivamente a los demás compañeros de (-uando terminó su detestable cena, se acostó en posi-
infortunio. El que más le agradó fue el capitán, a quien i ion y no tardó en dormirse. Apenas le oímos roncar,
atravesó el cuello con un pincho de hierro, encendió fue- Idísimos a fuego una barra de hierro puntiaguda y cuando
go, lo asó como a un pájaro y se Jo cenó con Jas mayores estuvo al rojo vivo, le atravesamos con ella el ojo.
demostraciones de agrado. En seguida se puso a dormir y
el bramar del viento y el rugir de Ja tempestad no son El dolor que experimentó le hizo arrojar un grito espan-
nada en comparación de sus ronquidos. ÍOSO. Se levantó como una fiera con los brazos extendidos
I ratando de agarrar a alguno de nosotros para descargar en
Tan horrible nos pareció nuestra situación, que todos él su rabia. Vanos resultaron sus intentos. Entonces buscó
mis compañeros estuvieron a punto de irse a arrojar ai mar B tientas la puerta y salió del palacio aullando horrorosa-
antes que esperar una muerte tan horrible como la que les mente. Salimos en pos de él y a todo correr nos dirigimos
estaba reservada. Entonces dijo uno de ellos: i la playa, al lugar donde teníamos las barcazas que en
seguida votamos al agua y nos embarcamos en espera de
—Nos está prohibido quitamos la vida por nuestra que despuntara el día. Mas a los pocos momentos apare-
propia mano; pero aunque nos estuviese permitido, ¿no es cieron numerosos gigantes y mientras nosotros abogába-
más razonable que nos deshagamos de ese monstruo? mos con nuestras fuerzas, ellos nos arrojaban enormes
—Cómo no se nos ha ocurrido antes —exclamé. To- piedras y hacían naufragar a todas las barcazas, excepto
dos los compañeros aprobaron la idea. on la que yo me hallaba y todos los hombres que trans-
portaban perecieron ahogados.
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LAS MIL Y UNA NOCHES PARA NIÑOS
SlMIlAD EL MARINO 59
Mis dos compañeros y yo logramos llegar a alta mar
y entonces nos vimos a merced de las olas y en riesgo de Líos se les aturdió la razón, deseo de los negros antropó-
perecer también. Pasamos todo el día y toda la noche l.n'os para devorarlos en seguida, mientras yo huía aterra-
siguiente en una cruel incertidumbre acerca de nuestro do por sitios extraviados para no caer en manos de aque-
destino. Mas al salir el Sol, conseguimos tocar tierra en llos caníbales. Al séptimo día llegué a la orilla del mar
una isla en la que encontramos exquisitas frutas con las donde por suerte encontré a hombres blancos que llena-
que pudimos reponer las fuerzas perdidas. Nos dormimos ban sus buques de pimienta. Les referí sobre mi naufragio
luego en la playa, pero en seguida nos despertó el silbido v fue así como pude viajar con ellos hasta su isla, donde
de una serpiente que estaba tan cerca de nosotros, que se Ble presentaron a su rey, que era un excelente príncipe,
tragó a uno a pesar de nuestros gritos y de los esfuerzos lauto me favoreció con sus atenciones, que en poco tiem-
que aquél hacía para salvar la vida. Mi compañero y yo po ya era el hombre favorito del soberano.
emprendimos la fuga y nos refugiamos en la copa de un
árbol elevadísimo, en donde pensábamos pasar la noche. Todos, sin excepción, montaban a caballo, pero sin
No tardamos en oír de nuevo a la serpiente que se enroscó silla, brida y estribos; así que les enseñé la forma de
en el tronco del árbol y agarrando a mi compañero, lo fabricarlos. Creyendo que había sido invento mío, me col-
devoró también. Cuando fue de día, bajé del árbol más maron de tantos regalos y riquezas, que, cuando volví a
muerto que vivo, pues estaba persuadido de que me espe- mi patria, era el más rico de todos los habitantes de este
raba una muerte horrible. Cansado y con la desespera- país.
ción en el alma, me alejé del árbol y me dirigí a la playa,
con ánimo de arrojarme al mar, pero Dios tuvo compasión Fue entonces cuando tomé la decisión de no volver a
de mí y.en el momento que iba a realizar mi culpable de- embarcarme. Pero cierto día que daba un banquete a va-
signio, vi un buque en lontananza. Grité con tanta fuerza rios amigos para festejar mi regreso, me anunciaron que
de mis pulmones para ser oído y agité al aire mi blanco un oficial del califa deseaba hablarme. Abandone al punió
turbante con objeto de que me vieran. Felizmente toda la la mesa y salí a su encuentro.
tripulación vio las señas que yo hacía y el capitán envió
una chalupa para recogerme. Aquel barco me condujo —El califa—dijo el mensajero me ho ordenado que
nuevamente a Bagdad. lo lleve hasta el palacio.
El cuarto viaje; continuó Simbad, lo emprendí hacia Seguí al oficial v cuando entlivc i n presencia del sobe-
Persia, con tan mala fortuna al principio, que un huracán rano, me postré a IUI pli
deshizo nuestra embarcación; se llevó las mercancías y
sólo seis hombres pudimos salvarnos en una isla donde Simbad lijo • ' calila , tengo necesidad de
nos vimos rodeados de una multitud de negros que nos sus servioiol i pn . .... (pie lleve un mensaje y varios
sirvieron cierta hierba para comer. Mis compañeros, quie- ri '.d<> ii i, ulib a quien estoy muy agradecido.
nes morían ya de hambre se las comieron; pero yo, lleva- < o h.i ildo di iodos mis subditos el que más ha via-
do de un presentimiento fatal, no quise probarla. A aqué- oniidero el más útil para desempeñar dicha
I
58 LAS MIL Y UNA NOCHES PARA NIÑOS SlMBAD EL MARINO
59
Mis dos compañeros y yo logramos llegar a alta mar líos se les aturdió la razón, deseo de los negros antropó-
y entonces nos vimos a merced de las olas y en riesgo de fagos para devorarlos en seguida, mientras yo huía aterra-
perecer también. Pasamos todo el día y toda la noche do por sitios extraviados para no caer en manos de aque-
siguiente en una cruel incertidumbre acerca de nuestro llos caníbales. Al séptimo día llegué a la orilla del mar
destino. Mas al salir el Sol, conseguimos tocar tierra en donde por suerte encontré a hombres blancos que llena-
una isla en la que encontramos exquisitas frutas con las ban sus buques de pimienta. Les referí sobre mi naufragio
que pudimos reponer las fuerzas perdidas. Nos dormimos y fue así como pude viajar con ellos hasta su isla, donde
luego en la playa, pero en seguida nos despertó el silbido me presentaron a su rey, que era un excelente príncipe.
de una serpiente que estaba tan cerca de nosotros, que se Tanto me favoreció con sus atenciones, que en poco tiem-
tragó a uno a pesar de nuestros gritos y de los esfuerzos po ya era el hombre favorito del soberano.
que aquél hacía para salvar la vida. Mi compañero y yo
emprendimos la fuga y nos refugiamos en la copa de un Todos, sin excepción, montaban a caballo, pero sin
árbol elevadísimo, en donde pensábamos pasar la noche. silla, brida y estribos; así que les enseñé la forma de
No tardamos en oír de nuevo a la serpiente que se enroscó fabricarlos. Creyendo que había sido invento mío, me col-
en el tronco del árbol y agarrando a mi compañero, lo maron de tantos regalos y riquezas, que, cuando volví a
devoró también. Cuando fue de día, bajé del árbol más mi patria, era el más rico de todos los habitantes de este
muerto que vivo, pues estaba persuadido de que me espe- país.
raba una muerte horrible. Cansado y con la desespera-
ción en el alma, me alejé del árbol y me dirigí a la playa, Fue entonces cuando tomé la decisión de no volver a
con ánimo de arrojarme al mar, pero Dios tuvo compasión embarcarme. Pero cierto día que daba un banquete a va-
de mí y.en el momento que iba a realizar mi culpable de- rios amigos para festejar mi regreso, me anunciaron que
signio, vi un buque en lontananza. Grité con tanta fuerza un oficial del califa deseaba hablarme. Abandoné al punto
de mis pulmones para ser oído y agité al aire mi blanco la mesa y salí a su encuentro.
turbante con objeto de que me vieran. Felizmente toda la
tripulación vio las señas que yo hacía y el capitán envió —El califa —dijo el mensajero— me ha ordenado que
una chalupa para recogerme. Aquel barco me condujo
lo lleve hasta el palacio.
nuevamente a Bagdad.
Seguí al oficial y cuando estuve en presencia del sobe-
El cuarto viaje; continuó Simbad, lo emprendí hacia rano, me postré a sus pies.
Persia, con tan mala fortuna al principio, que un huracán
deshizo nuestra embarcación; se llevó las mercancías y —Simbad —me dijo el califa—, tengo necesidad de
sólo seis hombres pudimos salvarnos en una isla donde sus servicios. Es preciso que lleve un mensaje y varios
nos vimos rodeados de una multitud de negros que nos regalos al rey Serendib a quien estoy muy agradecido.
sirvieron cierta hierba para comer. Mis compañeros, quie- Como ha sido de todos mis subditos el que más ha via-
nes morían ya de hambre se las comieron; pero yo, lleva- jado, lo considero el más útil para desempeñar dicha
do de un presentimiento fatal, no quise probarla. A aqué- misión.
60 LAS MIL Y UNA NOCHES PARA NIÑOS SlMBAD EL MARINO 61
Aquel mandato del califa cayó sobre mí como un rayo. los cuales era portador. El rey recibió con visibles demos-
En pocos días estuve en disposición de ponerme en cami- traciones de íntima satisfacción aquellas muestras de
no y habiéndome hecho cargo del mensaje y de los rega- amistad del califa y una vez que cumplí con mi misión,
los que ei Comendador de los creyentes enviaba al rey me despedí de la Corte cargado de presentes que me hizo
Serendíb, partí para Bassora. Donde pude desembarcar. el soberano.
Una vez que llegamos a la isla de dicho soberano, expuse
a los ministros del rey el encargo que se me había confia- Me embarqué con la intención de regresar cuanto an-
do y íes rogué que me concedieran una audiencia con el tes a Bagdad, pero el destino io dispuso de otra manera y
soberano. llegué más tarde de lo que había querido. A los cuatro
días fuimos atacados por unos corsarios que dieron muer-
Al siguiente día fui conducido con toda pompa a pre- te a los pocos que opusieron resistencia, los demás corri-
sencia del rey, a quien Je entregué la carta y los regalos de mos con la suerte de quedar vivos, pero fuimos vendidos
como esclavos a una isla de la cual ni siquiera teníamos no-
ticias. Caí en manos de un opulento mercader, quien me
preguntó si sabía algún oficio; fue entonces que le dije
que mi profesión era la del comercio, pero que los cosarios
se llevaron toda mí mercancía.
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^lJ^JJ^A_NOCHES PARA NIÑOS
—Comendador de los creyentes —le respondió Giafar, —Retírese y déjeme purgar la muerte de la dama arro-
lloroso—, nadie ha podido darme la menor noticia de él. jada al Tigris. Yo soy su asesino y merecedor de ser cas-
tigado.
El califa le reprendió con mucho enojo y mandó que
lo ahorcaran delante de la puerta del palacio y con él a Aunque esta confesión causara suma alegría al visir,
cuarenta de los barmecidas. no por eso dejó de apiadarse del joven. Y ya iba a respon-
derle, cuando un hombre alto y de edad avanzada se abrió
paso por medio de la gente y, acercándose al visir, le dijo:
Mientras estaban levantando las horcas y prendían en
sus casas a los cuarenta barmecidas, un pregonero reco-
rrió por orden del califa todos los barrios de la ciudad —Señor, no des crédito de lo que está diciendo este
gritando: "el que quiera tener el gusto de ver ahorcar al joven: yo fui quien mató a la dama del cofre y sobre mí
debe caer el castigo. En nombre de Dios, ruego que no
gran visir Giafar y a cuarenta barmecidas, sus parientes,
castiguen al inocente por el culpable.
acuda a la plaza que está delante del palacio".
—Señor —repuso el joven encarándose con el visir—,
Cuando ya estuvo todo dispuesto, el juez y gran núme- le juro que fui yo quien cometió aquella crueldad y nadie
ro de guardias del palacio trajeron al gran visir con los en el mundo fue cómplice de ella.
cuarenta barmecidas, los colocaron a cada uno al pie de
la horca que les estaba destinada y íes pasaron alrededor —Hijo mío —interrumpió el anciano—, la desespera-
del cuello el dogal correspondiente. El pueblo, que se ción te ha traído aquí y sólo quieres anticipar tu destino; en
agolpaba en la plaza, no pudo presenciar tan lastimoso cuanto a mí, hace tiempo que estoy en el mundo y debo
espectáculo sin amargura y sin derramar lágrimas, porque no tenerle apego. Déjame sacrificar mi vida por la tuya.
el gran visir Giafar y los barmecidas eran muy queridos
por su honradez, generosidad y desinterés, no sólo en —Señor —añadió volviéndose al visir—, le repito de
Bagdad, sino también en todo el imperio del califa. Nada nuevo que yo soy el asesino; mande darme muerte sin
podía estorbar la ejecución de la orden de aquel príncipe tardanza alguna.
adusto en demasía, e iban a quitar la vida a los hombres
más honrados de la ciudad, cuando un joven de agradable
aspecto y bien vestido atravesó la muchedumbre, se llegó La discusión entre el anciano y el joven obligó al visir
Giafar a conducirlos ante el califa con el beneplácito del
al visir y después de haberle besado la mano, le dijo: juez que se complacía en favorecerle. Cuando estuvo en
presencia del califa, besó siete veces el suelo y habló de
—Soberano visir, comendador de los emires de la corte, este modo:
refugio de los pobres, no eres reo del crimen. ¿Por qué te
traen aquí?
—Comendador de los creyentes, traigo a su merced a
este anciano y a este joven que se culpan cada cual del
asesinato de la dama.
70 LAS MIL Y UNA NOCHES PARA NIÑOS
A estas palabras, el joven prosiguió: X Xa de saber, señor, que la dama asesinada era mi
esposa, hija de este anciano que es mi tío paterno. Cuando
—Juro por el Dios Todopoderoso que ha levantado los ella cumplió los doce años me la dio en matrimonio, y
cielos a las alturas en que se encuentra, que yo fui quien desde entonces pasaron otros once años. Tuve de ella tres
mató a la dama y la arrojó al Tigris hace cuatro días. No hijos, que están vivos, y debo hacerle la justicia de que
quiero participar con los justos del día del juicio final si nunca me dio el menor disgusto, pues era juiciosa, de
lo que digo no es cierto. Y yo debo ser castigado. buenas costumbres y su afán se inclinaba en complacer-
me. Por mi parte, la amaba mucho y me anticipaba a
El califa quedó atónito con aquel juramento y le dio todos sus deseos, muy lejos de contradecirlos; hace dos
tanto más crédito cuando el anciano nada replicó, por meses enfermó y asistí con cuanto esmero me fue posible.
tanto, encarándose con el joven: Al cabo de un mes empezó a mejorar y quiso ir al baño.
Antes de salir de la casa me dijo:
—Desastrado —le dijo—, ¿por qué razón cometiste un
crimen tan horroroso? ¿Qué motivo puedes tener para —Primo —porque siempre me llamaba así—, tengo
haberle causado la muerte? deseos de comer manzanas y me daría mucho gusto si
pudieras proporcionarme algunas; hace tiempo que tenía
—Comendador de los creyentes —respondió—, si se este antojo y te confieso que ha llegado a ser tan vehe-
escribiera todo lo que ha ocurrido entre esa dama y yo, mente que temo me suceda alguna desgracia, si no queda
sería una historia muy útil a los hombres. pronto satisfecho.
—Refiérela —-replicó el califa. —Haré cuanto pueda complacerte —le respondí.
El joven obedeció y empezó así la narración... Al punto fui a buscar las manzanas a todas las plazas
y tiendas pero no pude hallar una sola, aunque ofrecía por
ellas un sequi. Volví a casa desazonado por haberme to-
72 LAS MIL Y UNA NOCHES PARA NIÑOS LAS TRES MANZANAS 73
mado inútilmente tanta molestia. Cuando mi esposa vol- las había adquirido y me respondió que su marido había
vió del baño y no vio las manzanas sintió un pesar que no emprendido un viaje de quince días tan sólo para ir a
la dejó dormir en toda la noche. Madrugué y recorrí todos buscarlas, y que se las había traído. Cenamos juntos, y al
los huertos, pero con tan poco éxito como el día anterior. marcharme, tomé ésta precisamente.
Encontré únicamente a un labrador anciano, quien me
dijo que no las encontraría sino en el huerto de Su Ma- Semejante revelación me produjo un trastorno, me le-
jestad en Bassora.
vanté y después de haber cerrado la tienda corrí ansioso
a mi casa y subí al aposento de mi mujer. Miré si estaban
Como yo amaba entrañablemente a mi mujer y desea- las tres manzanas y no viendo más que dos, le pregunté
ba complacerla, tomé un traje de viaje y después de haberla qué había hecho con la otra. Entonces mi mujer, volvien-
enterado de mi intento, marché a Bassora. Dime tanta do la cabeza hacia donde estaban las manzanas y no viendo
prisa, que estuve de vuelta a los quince días y traje tres sino dos, me contestó con despego:
manzanas que me habían costado un sequi cada una.
—Primo, yo no sé dónde está.
Eran las únicas que había en el huerto, y el hortelano
no había querido vendérmelas más baratas. Al llegar, se Arrebatado de celos, desenvainé un cuchillo que lleva-
las presenté a mi esposa; pero ya se le había pasado el ba en la cintura y lo clavé en la garganta de aquella des-
antojo y se contentó con recibirlas y ponerlas junto a ella. dichada, luego le corté la cabeza, la descuarticé y formé
Sin embargo, continuaba enferma y no sabía qué remedio un lío que oculté en un cesto, y después de haberlo cocido
aplicar a su dolencia. con hilo de lana encarnada, lo encerré en un cofre que me
eché al hombro; después de anochecido lo arrojé al Tigris.
A los pocos días de mi llegada, hallándome sentado en
mi tienda en el paraje público en donde se venden toda Mis dos hijos menores estaban ya acostados y dormían
clase de ricas telas, vi entrar a un esclavo negro de muy y el tercero estaba afuera. A la vuelta le hallé sentado
mala catadura, que llevaba en la mano una manzana que junto a la puerta y llorando amargamente. Le pregunté la
conocí ser una de las que yo había traído de Bassora. No causa de su llanto.
podía dudarlo, porque sabía que no había ninguna en
Bagdad, ni en todos los huertos de los alrededores. Llamé —Padre mío, esta mañana le tomé a mi madre sin que
al esclavo. lo advirtiera una de las tres manzanas que tú le habías
traído. La he guardado por mucho tiempo, pero cuando
—Buen esclavo —le dije—, infórmame, ¿dónde reco- estaba jugando en la calle con mis hermanos, un esclavo
giste esa manzana? alto que pasaba me la quitó y llevándosela, corrí tras él
pidiéndosela mil veces, pero por más que le dije que era
—Es un regalo que me ha hecho una amiga mía —res- de mi madre que estaba enferma y que tú habías hecho un
pondió sonriendo—. Hoy fui a verla y la hallé algo enfer- viaje tan largo de quince días para encontrarlas, no quiso
ma; vi que tenía allí tres manzanas y le pregunté dónde devolvérmela y como yo le seguí aclamando volvió, me
74 LAS MIL Y UNA NOCHES PARA NIÑOS LAS TRES MANZANAS 75
pegó y se echó a correr por varias calles extraviadas; de —La acción de este joven —dijo— es unible ante Dios,
modo que lo he perdido de vista. Desde entonces, he ido pero disculpable entre los hombres. El picaro esclavo es
a pasear fuera de la ciudad aguardando que volvieras para el único causante de este asesinato y el que debe pagar,
rogarte, padre, que no le digas nada a mi madre, por te- por tanto, añadió encarándose con el gran visir:
mor de que esto empeore su dolencia.
—Te doy tres días para buscarlo, y si al cabo de ellos
Al decir estas palabras, se puso a llorar. La declaración no me lo traes, sufrirás la muerte en lugar de él.
ingenua de mi hijo me causó una aflicción indecible.
Conocí entonces lo eterna que era mi maídad y me arre- El desgraciado Giafar que se había creído fuera del
pentí, pero demasiado tarde de haber dado crédito a las peligro, quedó aterrado con la nueva orden del califa.
mentiras de aquel desagradable esclavo, quien había usa- Pero como no se atrevía a replicar al príncipe, cuyo genio
do las palabras de mi hijo; la funesta fábula que yo había conocía, se alejó de su presencia y se retiró a su casa con
tenido por una verdad. Mi tío, que está aquí presente, los ojos bañados en lágrimas, persuadido de que sólo le
llegó en aquel momento, venía a ver a su hija; pero en quedaban tres días de vida, ya que estaba tan convencido
lugar de hallarla con vida, vino a saber por mí que ya no de que no encontraría al esclavo, que no hizo averigua-
existía, porque no le oculté nada, y sin guardar que me ción alguna.
condenara, me declaré el más criminal de todos los hom-
bres. Sin embargo, en vez de hacerme justas reclamacio- —¡Oh!, no es imposible —decía— que en una ciudad
nes, juntó sus lágrimas con las mías y estuvimos llorando como Bagdad, en donde hay un sinnúmero de esclavos
por tres días; él, la pérdida de una hija que siempre había negros, encuentre al criminal. A menos de que Dios me
amado entrañablemente; y yo, la de una mujer que lo dé a conocer como me dio a conocer al asesino, nada
idolatraba. puede salvarme.
Ésta es, Comendador de los creyentes, la sincera con- Pasó los dos primeros días inconsolable con su fami-
fesión que Su Majestad ha exigido de mí. Ya sabe todas lia, que lloraba alrededor de él, quejándose de la severi-
las circunstancias del crimen y le mego humildemente dad del califa y habiendo llegado el tercero, se dispuso a
que disponga de mi castigo. morir con honor, como un ministro íntegro que nada tenía
que echarse en cara. Mandó llamar testigos que firmaron
el testamento hecho en su presencia y después de abrazar
Por riguroso que sea no me quejaré de él y lo consi- a su mujer e hijos, le dio el postres a Dios. Toda su fami-
deraré muy benigno. lia se deshacía en llanto, formando una escena sumamente
trágica. Al fin llegó un palaciego, quien le dijo que el sul-
El califa quedó absorto con lo que el joven le acababa tán se empeñaba más y más en saber noticias suyas y del
de contar; pero aquel príncipe justiciero, juzgando que era esclavo negro que le había mandado buscar.
más digno de compasión que de considerársele delincuen-
te, abogó por él. —Tengo orden —añadió— de conducirlo a su presencia.
76 LAS MIL Y UNA NOCHES PARA NIÑOS
deseo que ella tenía y había traído tres y que aquélla era
una de las que le había quitado a su madre sin que lo
advirtiera. Por más que me rogó, no se la devolví; no
quise hacerlo; la traje a casa y la vendí por dos sequies a
su hija menor. Esto es cuanto tengo que decirle.
ALADINO
Giafar estaba atónito sin comprender cómo el bellaco
había sido causa de la muerte de una mujer inocente y Y LA LAMPARA MARAVILLOSA
casi de la suya.
Al oír estas palabras el extranjero se arrojó al cuello de ganar la vida y yo quiero darte los medios para que seas
Aladino abrazándolo y llorando, por lo que este último le hombre de provecho.
preguntó la causa de su aflicción, obteniendo como res-
puesta que aquel extraño era el hermano de su padre. Esta proposición halagó el amor propio de Aladino
Aladino se separó del supuesto tío y fue corriendo a con- que aborrecía, en efecto, toda clase de trabajo manual y
tarle a su madre aquel encuentro, pero la buena mujer le aceptó de buena voluntad la promesa del africano, quien
dijo que no sabía si existía ese tal pariente. Al día si- ofreció establecer la tienda en el corto plazo de dos días.
guiente se apareció de nuevo a Aladino el mágico africa- Cuando Aladino se vio transformado con tantas ventajas
no, quien dio a su sobrino, como ya le llamaba, algunas desde los pies hasta la cabeza, no tenía palabras suficien-
monedas de oro para que se las llevara a su madre a fin tes para expresar su gratitud al africano, quien lo llevó
de que dispusiera una comida a la que pensaba asistir. consigo a casa de los mercaderes más ricos de la ciudad
para que lo conocieran y luego lo condujo a las mezqui-
La viuda de Muztafa hizo grandes preparativos y pidió tas, a los departamentos del palacio del Sultán libres para
una vajilla prestada para recibir al hermano de su marido. el público, así se convino con gran contento del joven,
Apenas estuvo todo al corriente, llamaron a la puerta. Ala- que lleno de impaciencia, se vistió muy de mañana. Al si-
dino se apresuró a abrir y entró el africano cargado de her- guiente día, al ver al africano corrió apresuradamente a
mosas frutas y botellas de vino que depositó sobre una mesa. reunirse con él, sabiendo que vería lo más notable de los
alrededores de la ciudad.
No extrañes hermana mía el no haberme visto durante
tu matrimonio con Muztafa, de feliz memoria. Hace cua- —¿Adonde vamos tío? —preguntó con cierta inquie-
renta años que salí de este país que es el nuestro. He via- tud—. Si avanzamos más, creo que no me quedarán fuer-
jado por Asia y África, donde he permanecido por mucho zas para volver a la ciudad.
tiempo, hasta que llegó un día en que sentí deseos de
volver a ver a mi patria. Son infinitas las contrariedades El joven se dejó persuadir y llegaron a un paraje entre
y grandes los peligros que he arrastrado hasta tocar el tér- dos montañas de mediana altura divididas por una caña-
mino de mi viaje y figúrate cuál habrá sido mi pena al da, paraje escogido por el africano para llevar a cabo el
saber la muerte de mi amado hermano. designio que le había impulsado a ir desde África hasta
China.
Y le preguntó a Aladino:
—Quedémonos aquí —le dijo a Aladino—. Ahora verás
—¿En qué te ocupas? ¿Sabes algún oficio? cosas extraordinarias, maravillosas, tales como nunca se
han presentado a los ojos de un mortal. Mientras yo saco
Aladino bajó la mirada y entonces su madre tomó la fuego del pedernal con el eslabón, reúne tú todas las
palabra para decir que era un holgazán y perezoso. malezas más secas que encuentres en este sitio.
—Eso que tú haces no es razonable —dijo el africano Así lo hizo Aladino. El mago le prendió fuego al
mientras la viuda lloraba—. Es menester ayudarse para montón y arrojó otras ramas, produciendo humo espeso,
82 LAS MIL Y UNA NOCHES PARA NIÑOS ALADINO Y LA LÁMPARA MARAVILLOSA 83
diciendo palabras mágicas a la vez y estremeciéndose un —Hijo mío —dijo el africano—, oye bien y obedece
poco la Tierra; se abrió delante del mágico y de Aladino con exactitud todo lo que te voy a decir. Baja, y cuando
y dejó al descubierto una losa de pie y medio cuadrado, llegues al último escalón, encontrarás una puerta abierta
con una gran argolla de bronce en el centro que servía, sin que te conducirá a un gran salón abovedado y dividido en
duda, para levantarla. Asustado Aladino de todo lo que tres departamentos; a derecha e izquierda, verás cuatro ja-
veía, tuvo miedo y quiso emprender la fuga, pero el má- rrones llenos de oro y plata que te guardarás muy bien de
gico le dio un tremendo bofetón que la boca del mucha- tocar siquiera. Antes de entrar en la primera sala, cuida
cho se llenó toda de sangre. El pobre Aladino exclamó de recoger y ceñir el traje a tu cuerpo para no rozar con
temblando: él ni los objetos que encuentres ni las paredes, pues de lo
contrario morirás instantáneamente. Atraviesa sin dete-
—¿Qué he hecho para que me castigue con tanta cruel- nerte las tres salas y al final de la última, hallarás una
dad? puerta y luego un hermoso jardín con árboles cargados de
frutos; cruza ese jardín por un camino que te conducirá a
—Tengo mis razones para obrar así —replicó el afri- una escalera con cincuenta escalones por los cuales se
cano—; además, ocupo el lugar de tu padre y me debes sube a una azotea, cuando llegues a ella verás un nicho y
obedecer. Pero no tengas cuidado, sobrino mío —añadió en éste una lámpara ardiendo. Apodérate de ella, apágala
dulcificando su voz. y cuando hallas tirado la torcida y el líquido, guárdala en
tu seno y tráemela en seguida. A la vuelta puedes tomar
La esperanza del tesoro consoló a Aladino, quien hizo de los árboles del jardín los frutos que prefieras.
lo que su tío le ordenó. Y el mágico, al concluir sus instrucciones, puso una
sortija en uno de los dedos de Aladino para preservarle,
—Ven —le dijo éste—. Acércate y pasa la mano por según dijo él, de cualquier mal que pudiera haber. El
la argolla y alcanza la piedra. muchacho bajó a la cueva e hizo cuanto le dijeron. Dueño
ya de la lámpara se detuvo en el jardín lleno de admira-
—Pero querido tío, no tengo fuerzas para ello y será ción y asombro. Cada árbol tenía frutos de diferentes
necesario que me ayudes. colores, pero el brillo de la diversidad de matices le en-
tusiasmó tanto que cogió una gran cantidad de aquellos
—No; entonces nada lograríamos si yo intervengo. frutos con los cuales llenó todas sus faltriqueras y en tal
Pronuncia el nombre de tu padre y tu abuelo y tira de situación, ocupadas las manos con tantas riquezas se pre-
repente. Verás cómo levantas la losa. sentó a la entrada de la cueva donde lo aguardaba el mágico
con impaciencia.
Aladino hizo lo que se le ordenó; y en efecto, alzó la —Dame la mano para ayudarme a subir —dijo Aladino.
piedra sobre la cual se dejó ver una cueva de tres o cuatro
pies de profundidad, una piedra muy pequeña y unos es- —Mejor es, hijo mío, que tú me des antes la lámpara
calones para ir bajando. y te verás libre de ese estorbo y de ese peso.
84 LAS MIL Y UNA NOCHES PARA NIÑOS
unido a la debilidad del cuerpo por falta de alimento, hizo Desapareció el genio un momento y volvió después
que Aladino se desmayara en brazos de su madre. con ricos manjares que depositó en la mesa, huyendo
después como había venido. Se ocupó Aladino en primer
La viuda de Muztafa en los arrebatos de su amor término en socorrer a su madre y luego que lo hubo con-
maternal se deshizo en injurias y cólera contra el bárbaro seguido, rociándole el rostro con agua fría, la invitó a
impostor que quiso atentar contra la vida de su hijo, y gozar de esas ricas viandas. Apenas pudo comprender el
después de este desahogo natural a su indignación, supli- milagro, la viuda del sastre admirada de ver aquellos pla-
có a Aladino que se acostara para descansar de las pena- tillos de los que se exhalaba un delicioso perfume, hizo
lidades que había sufrido. varias preguntas a su hijo que éste respondió al terminar
el almuerzo. Sin embargo, los manjares eran tan buenos
Así lo hizo, mientras la viuda colocó en un rincón del y abundantes y tan excelente el apetito de la madre que
sofá las piedras preciosas, cuyo valor desconocía absolu- la hora de la comida le sorprendió sentados a la mesa, la
tamente, lo mismo que su hijo, creyendo ambos que eran cual abandonaron al fin, dejando para otra ocasión los
cristales de colores. Aladino se despertó tarde al día si- manjares que no habían tocado siquiera. Hecho esto,
guiente, pidió de almorzar y su madre le dijo que se habían Aladino refirió a su madre ¡o ocurrido con el genio mien-
agotado las provisiones, pero que iba a hilar algodón y a tras estaba desmayada y la buena mujer que nada com-
venderle al momento para procurarse algunas monedas. prendía de genios y apariciones, rogó a su hijo que él
conservara la lámpara, si era causa de que aquel mons-
—¡No! —replicó Aladino—, no quiero que trabajes truoso ser se presentase después. Llena de terror aconsejó
hoy. Dame la lámpara que traje ayer; la venderé y con el a Aladino que vendiera la lámpara y el anillo para no
dinero que me den tendremos para comer hoy. tener trato ni comercio con los genios que para ella eran
demonios, según dicho de los profetas.
—Aquí está la lámpara —contestó la viuda—, pero la
veo sucia; si la limpio un poco, me parece que podrás Aladino ofreció a su madre guardarlos cuidadosamen-
sacar mejor partido. te y no hacer uso de ellos sino en caso de extrema nece-
sidad. Convencida de la fuerza de estas razones, se some-
Se puso a limpiarla, cuando de repente apareció un tió la viuda al parecer de Aladino, decidida a no meterse
genio que exclamó con formidable acento: en lo que pudiera ocurrir a consecuencia de la determina-
ción de su hijo.
—¿Qué es lo que desean? Heme aquí dispuesto como
esclavo a todos los que tengan la lámpara en la mano. Pasaron los días sin que ninguno convocara al genio;
mas Aladino, quien gozaba de su vida sin trabajo, comen-
La madre de Aladino, sobrecogida de terror, cayó al zó a vender las charolas de plata que el genio les había
suelo desmayada; pero el joven, acostumbrado a esta cla- dado junto con los manjares. Al cabo de unos meses,
se de espectáculos, se apoderó de la lámpara y dijo en éstas ya se habían agotado y fue entonces cuando Aladino
tono firme su deseo de comer. decidió frotar nuevamente la lámpara para pedir exacta-
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dras en una bandeja de porcelana. Y aunque la viuda trató pusiera un alto precio a la mano de la princesa para que
toda la noche en persuadir los caprichos de su hijo, nada nadie, ni siquiera el hombre más rico pudiera ofrecerlo.
pudo conseguir, ya que Aladino sabía demás que si algo Fue entonces que el rey dijo:
fallaba tendría el auxilio del genio de la lámpara.
—Los soberanos deben tener palabra y yo estoy pronto
Al cabo se dejó convencer la madre, quien al día si- de cumplir la mía siempre que vuestro hijo me presente
guiente, muy temprano, envuelta en un blanco lienzo lle- cuarenta grandes fuentes de oro macizo, llenas de piedras
gó al palacio temblando de miedo. La pobre mujer se iguales a las de su primer regalo. Esta riqueza deberá ser
colocó enfrente del soberano para ser vista de Su Majes- traída a palacio por cuarenta esclavos negros y cuarenta
tad. Al terminar la audiencia, nadie le dijo una sola pala- blancos que sean hermosos, de buena estatura y vestidos
bra. Cansada, salió del palacio junto con todas las per- con lujosa magnificencia. Sólo a este precio podrá obte-
sonas. ner la mano de la princesa, mi hija.
CONCLUSIÓN
Al mismo tiempo hizo riquísimos presentes a sus cor- HISTORIA DEL MARIDO Y EL PAPAGAYO . . . . . . . . . . 27
tesanos y repartió cuantiosas sumas entre los pobres que
le bendecían con lágrimas de gratitud y alegría. EL JOVEN REY DE LAS ISLAS NEGRAS . . . . . . . . . . . . 43
El rey vivió muchos años sin que ningún hecho des- SlMBAD EL MARINO 49
agradable turbara la paz de su próspero reino.
HISTORIA DE LA DAMA ASESINADA
Y EL JOVEN MARIDO . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 63
CONCLUSIÓN 93