Documenti di Didattica
Documenti di Professioni
Documenti di Cultura
Liliana Bodoc
Cuando decimos que algo es fantástico estamos diciendo muchas cosas a la vez.
La palabra fantástico nos remite a los cuentos de hadas, a las películas de terror, a las
hazañas extraordinarias, a las criaturas que deambulan en la sombra o a todo aquello
que rompe los muros de nuestra realidad cotidiana. La literatura ha buscado desde
siempre romper esos muros, nos ha hablado de seres maravillosos, de lugares que
desafían nuestra razón, de hazañas imposibles, incompatibles con la realidad que
conocemos con nuestros sentidos. Hoy leemos a Homero, a Hesíodo o a Virgilio como
si fuesen una literatura fantástica.
Pero la literatura fantástica es un concepto mucho más moderno, casi parido con
la primera revolución industrial. Los lectores de la antigüedad (o más bien oyentes, en
su gran mayoría analfabetos) escuchaban esos relatos, cuentos de hadas, poemas épicos
de batallas y dioses como si fuesen otra parte de la realidad que ellos no conocían.
Escuchaban hablar de viajes a tierras lejanas con seres de pies enormes, de mil cabezas,
de un solo ojo, y era todo un mundo por descubrir que no se ponía en discusión. Era una
parte de la verdad, o ni se planteaba la veracidad de esos hechos, que hoy podemos
catalogar de extraordinarios o sobrenaturales.
Para poder generar esta duda, es indispensable que primero se cree un mundo
verosímil, es decir, un mundo en el que podamos creer para que, después, pueda ocurrir
un hecho que rompa esos cimientos y nos permita vacilar; que eso que nos espanta
pueda aparecer. Por esto es que el fantástico no puede ser considerado desde la poesía o
desde la metáfora, porque, como decíamos antes, la palabra tiene que servir para crear
un mundo casi real que pueda ponerse en duda.
Un maestro del género fantástico y de terror como Poe supo explotar mejor que
nadie el efecto de lo fantástico. Pensemos en uno de sus más famosos cuentos: El
corazón delator. La historia es relatada por un personaje sombrío que planea la muerte
de un hombre con el que vive, obsesionado por su ojo. El protagonista planea
minuciosamente su crimen, lo consuma sin dificultad y oculta el cadáver de su víctima
bajo el suelo. El conflicto se desarrolla al momento de llegar los agentes del orden.
Ninguno parece demostrar la más leve sospecha… excepto por el sonido de tambor que
viene del suelo y solo el protagonista parece oír. El sonido se hace cada vez más fuerte
hasta que en el paroxismo de la emoción el asesino confiesa su crimen atormentado por
la duda; y así concluye el relato. Ahora bien, ¿es un relato fantástico? La duda estriba
por supuesto en si se trata de la locura del protagonista o si, efectivamente, es el latido
del corazón del asesinado que lo persigue, como un fantasma puede atormentar a su
Imaginemos otros finales posibles, que para ser escritor siempre hace falta una
buena dosis de imaginación. Podríamos imaginar que el relato concluye con el
descubrimiento, por parte de la policía, del cadáver bajo el suelo, bien muerto, y nuestro
protagonista encerrado bajo una camisa de fuerza en un psiquiátrico. Se terminó la
duda, es un loco y todo lo fantástico del relato no es más que un producto de su
enfermedad mental. Estaríamos entonces ante un relato de lo extraño, una historia
donde lo inexplicable resulta explicado por coincidencias extrañas, sueños o locura,
excepciones de la realidad que pueden parecernos inverosímiles pero que no atentan
contra las leyes de la naturaleza.
Pensemos ahora en el otro final posible: el suelo bajo los pies del protagonista
estalla y el cadáver del asesinado se levanta para vengarse de su asesino, ante la mirada
enloquecida de los policías, testigos de la infame resurrección. Se terminó la duda, el
pobre protagonista, que siempre habíamos creído un loco, un maniático, es realmente
atacado por un zombi. Las leyes de la naturaleza se rompen y estamos entonces ante un
relato maravilloso, pariente de los cuentos de hadas, de vampiros y de brujas.
Podemos pensar entonces en lo fantástico clásico como esa delgada línea entre
ambas posibilidades dentro del relato, como el cadáver bajo las tablas del suelo, ¿está
vivo o está muerto? Ambas cosas a la vez nos diría la física cuántica, mientras no
abramos la caja.
Lo neofantástico
Ahora, cabe preguntarnos que es aquello que pone en duda la certeza sobre la
realidad hoy en día, ¿son iguales los miedos de principios de siglo a los nuestros? No,
por supuesto que no lo son. Con los avances de las ciencias, aquellas cosas que hacían
que el hombre contemporáneo a Poe pusiera en entredicho su concepción de la realidad,
hoy nos puede parecer algo pequeño, ya desarmado por los conocimientos que tenemos.
Durante el siglo XX, donde la ciencia, la psicología y cualquier otra rama del
conocimiento se desarrolló tanto, lo sobrenatural ya no nos asusta de la misma manera,
porque este conocimiento lo puso en el lugar de la creencia, de la superstición o de
cualquier lugar que ya no nos afecta del mismo modo. Sin embargo, este siglo XX y el
conocimiento nos puso de frente a otros tipos de temores, las sinrazones, las angustias,
cosas que no siempre podemos poner en palabras, por eso se recurre a la metáfora.
El mundo en este nuevo fantástico deja de ser lo verosímil con una interrupción
de lo sobrenatural, para ser una mascara que oculta lo otro, eso que nos moviliza desde
otro lugar, más interno, más propiamente humano. Por lo general hablamos, en estos
casos, de hechos que tienen una concepción metafórica, porque tenemos que recurrir al
lenguaje para darle forma a esas percepciones de un mundo otro.