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INTRODUCCIÓN
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cia: La Muerte misma (así, con mayúsculas, por que la Muerte, en
estos casos se convierte en un personaje en sí misma). No entraré
aquí en observaciones filosóficas o metafísicas acerca del temor a
la muerte por que la función primordial de esta obra es entretener, y
a fin de cuentas, superado o no, en algún momento de nuestra vida
hemos tenido que afrontar ese miedo a la Muerte misma.
Los cadáveres andando, putrefactos con su eterna sonrisa inex-
presiva reflejan ese temor, nos guste o no, mientras estamos vivos
la muerte nos parece algo desagradable y es por eso que en pelí-
culas como la del señor Romero resultan tan efectivos, por que el
miedo no deja de ser a fin de cuentas una sensación humana que
nos recuerda precisamente el valor de estar vivos.
Esta antología de cuentos tuvo un génesis más o menos curio-
so, originalmente fue un ejercicio de mero entretenimiento para
varios amigos del club ARKHAM al cual yo pertenecía, uno de
estos amigos, Carlos W. Trejo (no confundir con el cazafantasmas
mercachifle de lo sobrenatural), ya había realizado una antología
de relatos variados de género fantástico en un libro que se tituló
“Cenicero” que solo se distribuyó entre miembros del club, así que
a mi se me ocurrió realizar otra antología, pero que tuviera una
cohesión en cuanto a tema, y así surgió esta obra.
En ese tiempo (hará ya un poco más de dos años) empezába-
mos con nuestro proyecto de editorial virtual que era “Fi Comics”,
así que me desentendí un poco del libro para avocarme a otros
proyectos; en Fi, originalmente queríamos editar comics y la idea
de los libros sería para más adelante, sin embargo, los costes de
producción de una historieta nos lo hicieron prohibitivo hasta cier-
to punto y decidimos regresar con los libros. ¿Teníamos algo que
publicar? Entonces fue que esta antología “revivió” para andar de
nuevo, sólo que en esta ocasión no solo tendría cuentos de miem-
bros del club ARKHAM y se extendió a otros amigos (con excep-
ción de los cuentos de Ángel Zuare, Javier Gómez y Erick Tejeda
los demás cuentos son de miembros del club), claro que había
ciertos requisitos: Que fueran historias que principalmente ocurrie-
ran en México, que fueran cuentos narrados desde la perspectiva
del hombre “común” y que no describieran por qué los muertos
revivían, todo esto era para poder cohesionar las historias, ya que
empecé a visualizarla como una novela, que todos los cuentos
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CUANDO ALGO MÁS MURIÓ
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- Seguiremos Informando de Erick Tejeda nos presen-
ta toda una odisea de parte de un adolescente quien debe
atestiguar la descomposición literal de dos familias: la suya
y la de su novia.
- Vicente Cabrera nos platica Lo que el zombi me su-
surró al oído mientras unos sobrevivientes tratan de con-
seguir alimento, claro, antes de que los zombis se alimenten
primero con ellos
- Nash Gaarder nos narra el cuento más breve de la anto-
logía: Mientras todos duermen, un simpático relato que
es como un pequeño beso en la oscuridad, el autor me cuen-
ta que está basado también en algunos “hechos reales”.
- Pedro Banda no niega la cruz de su parroquia, emplean-
do un “florido” lenguaje coloquial en el divertidísimo ¡Viva
México Ca… Zombis! en donde la plaga zombi es ya
algo tan cotidiano que no faltará quien encuentre esta situa-
ción redituable. Ideal para cerrar esta antología, no lo lean
si son de temperamento sensible.
Ignacio A. Loranca
31 de Octubre del 2009
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ÍNDICE
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PÁNICO POST MORTEM
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Fue pasando la medianoche que la condición de Papá empezó
a empeorar de nuevo. Decidimos entonces llamar a la ambulancia
para internarlo. Era lo que había recomendado el especialista:
“No deje pasar ni un minuto, llévelo inmediatamente” dijo. Había
tenido una crisis antes y lo habían dado de alta a los pocos días.
No nos imaginábamos que esta segunda ocasión sería la definiti-
va. Llevábamos semanas cuidándolo a todas horas. Si la enferme-
ra no podía venir en la noche, nos turnábamos para atenderlo. Era
una rutina agotadora que parecía no tener fin.
Al subir a la ambulancia recordé que de niño no había nada
que me entusiasmara más que salir a dar una vuelta con mi padre.
No este tipo de vueltas. Me senté a su lado, estaba inconsciente
y parecía tranquilo; le habían puesto una mascarilla de oxígeno,
tomé una de sus manos, estaba muy fría. No me hacía ninguna
gracia la idea de pasar el resto de la noche en el Hospital; odio
los hospitales, los detesto, me marea el olor a desinfectante y
alcohol de sus pasillos, me desagrada el ir y venir de médicos y
enfermeras con sus batas blancas que los hacen parecer fantasmas
de una casa de los sustos de feria. A propósito ¿por qué blanco?,
¿Pureza? ¿Nunca se han puesto a pensar que una mancha de san-
gre o de cualquier otro fluido resulta mucho más espectacular, más
dramática sobre una superficie de este color? Ah, cómo olvidar
la presencia (o la cercanía) constante de instrumentos “curativos”
punzocortantes (especialmente jeringas), listos para pinchar, para
abrirse camino a través de la carne indefensa y finalmente toda
esa maquinaria pensada para prolongar la agonía de los que ya
están más allá de toda esperanza: pulmones artificiales, máquinas
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CUANDO ALGO MÁS MURIÓ - PÁNICO POST MORTEM
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inerte sobre la cama. Así terminó todo. Consulté mi reloj: eran las
cinco de la mañana.
La enfermera y el médico en turno llegaron apresuradamente,
pero aún antes de que dieran su diagnóstico yo ya sabía que no
había nada por hacer. Salí al pasillo y telefoneé a la casa para
avisarle a Clara que Papá había fallecido. Me dijo que saldría
inmediatamente para reunirse conmigo tan pronto como hablara
con su hermana para que fuera a ocuparse de los niños. Unos
camilleros llegaron y desocuparon la cama con rapidez, en los
Hospitales la larga fila del sufrimiento humano no tiene fin, pronto
vendría alguien más a ocuparla.
Esperé a Clara en la cafetería, el doctor de guardia me había
recomendado que fuera a tomar algo pues como quiera que fuese
el certificado de defunción tardaría unos minutos en estar listo y yo
necesitaba reponer fuerzas. Agradecí la sugerencia. En realidad
no tenía mucha hambre, pero sabía que el cansancio y el desgaste
nervioso me estaban esperando a la vuelta de la esquina para
pasarme también la factura y sería mejor estar preparado. Pedí un
café, jugo y una ensalada de frutas.
- ¿Cómo estás? – Preguntó Clara al llegar, luego de darme un
beso rápido y tomar asiento frente a mí –.
- Cansado, deprimido, sorprendido, asustado… ¡todo fue tan rápido!
- ¿A dónde lo llevaron? Ya no está en el cuarto.
- Al depósito de cadáveres que está en el sótano. Tenemos que
pasar a recogerlo luego de que nos den el certificado… ¿No to-
mas algo tu también?
- No es mala idea.
Clara pidió lo mismo que yo.
- ¿Dijeron cuál fue la causa?
- Insuficiencia cardiaca, al parecer.
Continuamos comiendo en silencio, luego se me ocurrió pregun-
tarle si había traído la tarjeta para llamarle a los de la funeraria.
Hizo una mueca.
- No, la dejé sobre el buró que está junto a la cama.
- No hay problema, hablamos al rato a la casa para que tu
hermana nos dé el número.
Nos interrumpió una voz que salía de los altavoces y que lla-
maba con urgencia a todo el personal de seguridad para que
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CUANDO ALGO MÁS MURIÓ - PÁNICO POST MORTEM
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explicación de lo que estaba ocurriendo, pero luego desechamos
la idea. Yo quería descansar un poco, darme un baño; había que
hablarle a los de la funeraria. Ya no teníamos ningún motivo para
apresurarnos. Papá ya no estaba con vida. O al menos eso era lo
que creíamos.
Me acosté luego de darme un baño caliente. Cuando desperté
ya estaba oscureciendo.
- Llamaron del Hospital, me dijo Clara, sentada en el borde de
nuestra cama matrimonial. Que ya podemos pasar por el cuerpo
de tu Papá a las once de la noche.
- ¿No te dijeron por qué a esa hora?
- La chica que habló me dijo que lo sentía, pero eran las instruc-
ciones que le había dado el director. Espero que ya allá nos den
una explicación.
Subimos al coche al cuarto para las once. Los de la funeraria
nos habían confirmado que se encontrarían con nosotros en el
Hospital para hacerse cargo del cuerpo.
- ¿Se te ocurre alguna idea de lo que puede haber pasado?
-No, ¿cómo saberlo?, quizás alguien dejó algún tipo de mues-
tras de virus expuestas, o hubo alguna contingencia sanitaria, no
tengo ni la más mínima idea – dije y me encogí de hombros – .
Al estacionar el coche vimos que ya estaba ahí la camioneta del
velatorio. El Director nos esperaba en el Sótano, nos dijeron en la
recepción y una vez más hicimos el camino. Resultó ser el mismo
sujeto que nos había hecho salir apresuradamente en la mañana.
El depósito estaba en orden ya. La camilla estaba de pié, sobre
ella había un cuerpo que estaba cubierto por una sábana.
-Buenas Noches. Antes que nada, permítanme que les ofrezca
una disculpa por lo ocurrido esta mañana, de no haberse presen-
tado ese imprevisto, le habríamos ahorrado la molestia de presen-
tarse aquí a esta hora. Desafortunadamente se nos presentó una
contingencia tipo PPM y nos vimos obligados a declarar la cuaren-
tena por un tiempo en este sector del Hospital. Ahora, ¿sería tan
amable de identificar al aquí presente como su familiar?
Nos acercamos a la camilla. Levantó un extremo de la sábana
que cubría el rostro del cadáver. Vi el rostro de Papá tal y como
había quedado en la madrugada, al momento de fallecer. “Es mi
Padre” dije.
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Los hombres de la funeraria tomaron la delantera con la camilla,
nosotros los seguíamos a una prudente distancia. Clara me miraba
de vez en cuando con ojos interrogantes, pero ya tendría tiempo
para explicarle todo más tarde; probablemente no aprobaría lo
que había hecho, pero seguro que entendería mis motivos. No me
sentí libre de la atmósfera opresiva que para mí tenía ese lugar
hasta que salimos. El aire fresco de la noche me sentó muy bien.
Antes de subir al coche eché un último vistazo al edificio, se veía
tan tranquilo. ¿Quince a veinte minutos? Perfecto. Sólo espero que
el cabrón haya sentido suficiente miedo cuando lo maté.
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LAS AVENTURAS DE ROBBIE
Primera parte: Robbie se levanta.
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Roberto Acosta Gutierrez, conocido entre sus amigos y seres
queridos como “Robbie” era un tipo afortunado, era el prototipo
del American dream hecho realidad. Había estudiado mercado-
tecnia en una universidad privada de la ciudad de Guadalajara y
había entrado a trabajar a Great Ensamble Corps (GEC), una de
esas empresas transnacionales que manejaban diversos productos
en el mercado, desde artículos para el hogar hasta aceite para
automóviles. En tan solo seis meses logró multiplicar la venta de
aromatizantes para excusados cuando le ofrecieron la gerencia
del producto (el más bajo en ventas y que obviamente ningún otro
ejecutivo quería manejar), superando incluso la venta del papel
higiénico del “Elefantito”, todo esto gracias a una ingeniosa cam-
paña de publicidad que organizó con uno de sus amigos de la
infancia; tal vez vieron el anuncio, era ese del tipo simpático que
llegaba malhumorado a su casa, discutía brevemente con su espo-
sa y al entrar al baño salía cantando. Bobo, pero muy efectivo.
Por este éxito logró que lo invitaran a trabajar a las oficinas
matriz en Nueva York para que les enseñara a los jóvenes ejecuti-
vos su técnica mercadológica y de dirección, un año después era
el gerente de “Spring”, bebida gaseosa sabor limón que era el
producto número uno de GEC, detrás de dos refrescos de cola de
la competencia.
Roberto, Robbie, vivía en un penthouse en la avenida Madison,
y pese a ser mexicano rara vez percibió actitudes racistas, no era
lo que propiamente denominaban un “Chicano”, era parte de ese
multiculturalismo que impregnaba a la gran manzana y que sin
embargo, nunca olvidó a sus co-nacionales (siempre que podía
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CUANDO ALGO MÁS MURIÓ - LAS AVENTURAS DE ROBBIE I
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su barba sin rasurar, aunada a los días sin baño casi lo hacían
confundirse con los cadáveres ambulantes, nadie creería que ha-
bía sido un alto ejecutivo.
Robbie no podía darse el lujo de llorar, eso significaría perder
tiempo y aceptar que Stella podría estar muerta.
Al llegar a Indiana, tras dos días de no descansar descubrió un
cobertizo en un henar en donde se dispuso a descansar. Durmió
bien esa noche y soñó que hacía el amor con su esposa.
Al despertar encontró un pozo y llenó una cubeta con agua
para darse un baño, se desnudó completamente cuando escuchó
pasos detrás de él, con pánico trató de correr hacia su escopeta
pensando que se trataba de muertos andantes. No fue así, de
haber sido muertos le hubiera dado tiempo perfecto de alcanzar
el arma y los hubiera rematado ya que estos eran muy lentos. No,
se trató de una patrulla de aldeanos que al verlo en esa facha lo
confundieron con un muerto y sin tratar de averiguar siquiera le
dispararon varias veces, tres balas en la rodilla izquierda, una en
el muslo derecho, dos en el pecho, una le rozó la cabeza y otra le
destrozó el lóbulo izquierdo de la oreja. Otra más se incrustó en
su plumón derecho.
Y ahí estuvo Robbie cerca de hora y media agonizando, no se
cuestionó lo injusto que era eso, había tenido una buena vida y an-
tes de que perdiera la conciencia para siempre, como último deseo
conjuró la imagen de Stella, su hermosa cabellera y sus ojos verdes
lo contemplaban; ya no lo sintió, pero una lágrima escurrió por su
mejilla derecha limpiando lo que el agua del baño negado ya no
le concedió. Sonrió, le hizo el amor a su esposa con la mente por
última vez y en un simulacro de orgasmo se apagó.
Tres horas después, Robbie se levantó.
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SOBRE LA NOCHE
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El 30 de agosto del 20…, en las instalaciones de la Cineteca
Nacional y como parte de las actividades del festival “Macabro
20…”, se efectuó una proyección especial que culminó en una
revuelta, cobrando la vida de varias personas y severos daños
al inmueble. Las autoridades no han revelado los motivos detrás
del incidente y la exacta cantidad de muertos y heridos. Algunas
opiniones revelan...
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CUANDO ALGO MÁS MURIÓ - SOBRE LA NOCHE
cargado en el muro junto a los baños y con las manos en los bolsillos
de la chamarra. Yo asentí con educación y esquive su mirada...
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CUANDO ALGO MÁS MURIÓ - SOBRE LA NOCHE
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cas de sangre y tierra, pero lo más impresionante eran sus miradas
desorbitadas y los pedazos sangrientos de carne que colgaban de
sus bocas. Entre los gritos empezó el pánico y la gente corrió des-
esperadamente de un lado a otro de la sala, buscando las salidas
de emergencia. Voltee a mi alrededor buscando a Martín o a Ma-
rio, pero me vi arrastrada entre la oleada de gente. Vi a Martín co-
rriendo hacia la entrada, grité su nombre e intenté moverme hacia
él, choqué contra una hilera de butacas y caí sobre ellas. Tal vez
me golpeé la cabeza, no sé, pero me costó trabajo levantarme.
Resbalé hasta el suelo y al girarme vi a esa cosa frente a mí.
Se sostenía tambaleante sobre sus pies. Su traje estaba raído
y desgastado por la oscura tierra que lo cubría. Su cabello de las
sienes caía hasta sus hombros y la piel de su rostro se había des-
compuesto, enmarcando la forma de su cráneo y sus ojos blancos
y acuosos. Abrió su boca emitiendo un gruñido estridente y se
lanzó sobre mí, dándome sólo tiempo de gritar.
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EL DÍA DESPUÉS
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CUANDO ALGO MÁS MURIÓ - EL DÍA DESPUES
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- Tenía una cicatriz en el abdomen.
- No sirve – le aclaro –, los cadáveres no son desvestidos cuan-
do llegan aquí.
Sigo preguntando características como tamaño de boca, color
de ojos, edad y cosas así pero cada una de las respuestas que me
da el hombre frente a mi no logran que la base de datos disminuya
significativamente el numero de coincidencias encontradas, la hija
de este hombre tenia las características físicas de la mayor parte
de mujeres en el país y la edad de su padre parece afectar el re-
cuerdo exacto de algunos datos.
- 629 fotos Sr. Juan – le digo sin poder evitar una tono de des-
agrado en mi voz –.
- Son muchísimas señorita.
- Si no recuerda datos más exactos no puedo hacer nada.
- Tengo una foto –me dice apresuradamente mientras empieza
a buscar entre los bolsillos de su chamarra y me la muestra al en-
contrarla: se trata de una chica regordeta que sonríe y esta parada
frente a algún parque de la ciudad, físicamente es tal y como la
ha descrito.
- No la recuerdo Señor Juan, la mayoría de los cuerpos han
sufrido daños al ser recuperados por nosotros, muchos se ven muy
distintos a las fotos o a la última vez que ustedes los vieron.
- ¿Que me recomienda hacer señorita?
- La ropa nos ayuda mucho Señor Juan, trate de recordar que
era lo que ella vestía
- Ya traté de hacerlo, pero no puedo acordarme – El anciano
esta a punto de llorar frente a mi –. No sé que traía puesto el último
día que la vi, no lo recuerdo.
- Vea entonces las fotos Señor Juan, tal vez la distinga – inicio el
protocolo de siempre a quienes usan la base para reconocer cuer-
pos –. Solo recuerde que son fotos muy crudas, cuando sienta que
no puede seguir dígame y lo intentaremos más tarde, si reconoce a
algún conocido notifíqueme por favor, si cree reconocer a su hija,
aunque no este seguro hábleme y le mostraré más fotos del mismo
cuerpo, si encuentra a su hija, ya sea viva o reanimada, repórtelo
a esta unidad federal.
- Está bien – responde mientras pido a la computadora que
proyecte la primera fotografía: una chica cuyo cráneo esta partido
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CUANDO ALGO MÁS MURIÓ - EL DÍA DESPUES
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dos implicados, lo único que los distinguía mas allá de lo ordinario
era que en un trayecto de 30 minutos, había 5 o 6 choques, llegué
a la universidad solo para darme cuenta que al parecer yo era la
única persona que no tomaba en serio las advertencias, todos los
demás se estaban retirando rápidamente.
De pronto, Martha salió de entre la gente.
- ¿No has oído nada verdad? – Me preguntó sin más preámbulos –.
- ¿De la enfermedad? – le pregunté haciendo evidente que era
una incrédula estúpida, yo empezaba a sentirme nerviosa e inse-
gura por que todo el mundo actuaba de una forma contraria a lo
que había hecho en los últimos minutos; Martha me explicó que,
de acuerdo a lo que ella entendía, era un brote viral que se trans-
mitía por contacto físico. Martha había decidido quedarse en uno
de los edificios de investigación del campus hasta que la alarma
pasara, su familia estaba enterada y lo habían preferido para no
exponerla al viaje de regreso a casa, en ese momento mamá habló
nuevamente a mi teléfono celular y cuando le expliqué mi situación
y la de mi amiga me pidió que tratara de quedarme con ella.
- En la tele están diciendo que no debemos salir de nuestra
casa – me indicó asustada –, lo esta diciendo el secretario de
gobernación ahorita en la tele, es una epidemia Delia, piden que
te encierres hasta que ellos den nuevo aviso.
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CUANDO ALGO MÁS MURIÓ - EL DÍA DESPUES
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Cada día que llegamos al patio del museo doy un vistazo rápi-
do a los cuerpos, tengo mi búsqueda personal, sé que mamá murió
e ignoro lo que haya sucedido con papá, pero deseo con toda mi
alma tener alguna certeza sobre Martha, sobre todo saber que es
lo que piensa de mi.
Cuando nos escondimos en la facultad, en el edificio de Cien-
cias, no tardamos mucho en empezar a darnos cuenta de que la
epidemia era una realidad que golpeaba al mundo; al principio
solo oíamos gritos y a mucha gente correr de un lado a otro, dis-
paros y más gritos, día y noche el caos se escuchaba a nuestro
alrededor, aquel edificio guardaba una pequeña cafetería que nos
permitió acumular alimentos y mal comer por cinco o seis días y
tener agua durante todo el tiempo que estuvimos escondidas, al
principio no salíamos de un solo cubículo en el cuarto piso y per-
manecíamos en silencio durante muchas horas, solo comunicándo-
nos por murmullos, temerosas de todo lo que se escuchaba fuera
del edificio, ni siquiera nos asomábamos a las ventanas para ver
lo que pasaba afuera, todos esos días conocí a mi amiga más de
lo que hice durante años y entendí su mundo mucho mejor de lo
que pude hacer antes.
Sólo después de tres o cuatro días nos aventuramos a asomar-
nos por las ventanas, primero con extrema precaución para evitar
que delatáramos nuestra presencia en aquel edificio que hasta ese
momento, aparentemente, había pasado inadvertido para todos
en el exterior
Cuando vimos el panorama fuera de nuestro escondite no nos
pareció extraordinario sino una consecuencia lógica de lo que es-
taba pasando, era el mismo mundo de cada día pero sin gente en
él, la universidad permanecía sin cambios, igual al primer día que
habíamos llegado a ella pero sin sus residentes habituales.
Solo cuando la comida se terminó decidimos tratar de buscar
alimentos en otro lugar, pero el miedo nos mantuvo recluidas y
hambrientas un tiempo más, después el ansia de buscar alimento
fue insoportable y acordamos bajar a otra cafetería a unos metros
fuera del edificio, nos armamos solo con algunos palos y tuvimos
tanta precaución de no ser notadas en nuestra incursión al exterior
que un pequeño viaje que normalmente tardaría tres minutos a ca-
minata normal demoró dos horas porque permanecíamos atentas
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CUANDO ALGO MÁS MURIÓ - EL DÍA DESPUES
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ellos, en nuestro pútrido presente, Tepito representa la segunda
fuerza nacional: La epidemia golpeó al país como una amenaza
letal; a pesar de lo que se creería, el gobierno conservó la cohe-
rencia interna necesaria para resurgir con pocos recursos y empe-
zará a reconstruir nuevamente el país con los restos de lo que los
reanimados habían dejado, en parte era algo lógico, los federales
tenían la infraestructura, las herramientas y armas para sobrevivir
como organización a un desastre.
Desde hace algún tiempo y con el endurecimiento de los grin-
gos en los estados del norte, muchas cabezas delictivas habían
emigrado secretamente al centro del país, ninguna residía en Te-
pito, pero todas se apoyaban en el barrio para continuar sus ope-
raciones por lo que el lugar adquirió una importancia estratégica
y se llenó de armas, provisiones, telecomunicaciones y de forma
invisible para el gobierno civil, adoptó una estructura paramilitar
para defender sus intereses; cuando la epidemia llegó, ellos tenían
la fuerza para repeler un ataque federal y la amenaza de los reani-
mados les pareció algo que podían fácilmente soportar, el barrio
pudo organizarse para defenderse y permanecer aislado del resto
del Distrito Federal para finalmente sobrevivir.
Cuando los restos del antiguo orden apenas se erguían sobre
lo derruido, Tepito llamaba la atención como punto de mando a
aquellos que ahora veían una oportunidad de reorganizar al mun-
do, las fuerzas sudamericanas de izquierda iniciaron la inyección
de recursos de todo tipo para invertir en un cambio de poderes en
nuestro país, los gringos por su parte apoyaron a los federales tan-
to como su nueva guerra interna se los permitía: EUA sufría ahora
porque había fuerzas que también buscaban un nuevo balance
interior. Tebo no comulgaba con los yanquis, pero le parecían
menos peligrosos que las fuerzas del otro hemisferio que a su vez
recibían recursos del narcotráfico.
- El mundo se acabó – dice Tebo mientras se levanta y mira al cielo –.
Si está tan seguro de ello no entiendo porque pretende luchar
por la mierda de nación que ha quedado, dudo que su melanco-
lía sea real, tampoco creo en sus convicciones políticas, aunque
él mismo no lo sepa, solo quiere darle un poco de importancia y
sentido a su vida, me mira con amor mientras sigue argumentando
y prende un cigarro, yo desvío la mirada.
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mor porque aunque la actividad de los reanimados ha disminuido,
los muertos en estos días están más vivos que nunca en nuestras
mentes, yo preparo la cámara y me acerco a los cuerpos, por mi
visión periférica alcanzo a distinguir a mi derecha, a lo lejos que
el reanimado que días anteriores vi inmóvil sigue ahí pero ahora
esta arrodillado, estoy segura que Tebo lo ha visto antes de que
yo lo hiciera, sé que los cargadores también lo han notado, todos
sabemos que no es un peligro, un cuerpo reanimado solo perma-
nece activo unos cuantos días, la descomposición orgánica nunca
se detiene aún en un zombi, poco a poco e independientemente
de aquello que volvió a los muertos a la vida, la entropía acaba
con todo.
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Ayer durante la noche, muchas de las armas que los hombres
a mi alrededor ahora cargan fueron utilizadas, ayer un grupo de
tres reanimados fueron vistos a unos kilómetros de aquí y los nue-
vos contingentes de ataque salieron a cazarlos, dos horas después
regresaron con los cuerpos perforados, al menos quince o veinte
orificios en cada uno de ellos cuando todo mundo sabe que solo es
necesario un disparo en la cabeza para dejarlos nuevamente iner-
tes, todo el suceso solo fue un pretexto, cada día que paso en este
lugar y en esta situación esa idea aparece con más frecuencia, en
nuestro mundo actual, en el que algo, no sé exactamente que, revi-
vió a los muertos, la crisis que hoy vivimos, la guerra, las muertes y
nuestras roídas vidas están construidas alrededor de un pretexto.
El mundo anterior se terminó porque sus estructuras no sopor-
taron un golpe relativamente pequeño que le dio un grupo de ca-
dáveres, los enfrentamientos de hoy solo representan las mismas
ambiciones de ayer pero puestas en acción, las locuras que come-
timos durante y después de la crisis no tienen ninguna causa justi-
ficada ni mucho menos fueron causadas por muertos vivientes y mi
vida sin sentido, claro, antes y después de todo esto ha seguido
igual, la epidemia es un pretexto para tratar dar sentido a todo,
pero no fue la causa, solo un catalizador.
Desde hace tiempo este pensamiento ha rondado mi mente,
desde hace dos días empaqué varias de mis pertenencias, sólo lo
indispensable para poder viajar con un backpack y cobardemente
he estado demorando el momento para decirle a Tebo que estoy
harta de todo esto, que debo dejar de verlo porque lo nuestro es
solo un pretexto para olvidar a quien realmente ocupa mi mente,
pero esta tarde mientras lo veo prepararse para salir y mientras
otros hombres preparan algunos vehículos en el patio del museo
para movilizarse hacia el centro de la ciudad, sé que no tengo el
valor para decirle a la cara que todo se acabo.
- ¿Sabes? – Me dice mientras me abraza y me besa la frente –
La mejor forma de soportar mi miedo en este momento es pensar
en que solo se trata de un pequeño lapso de tiempo antes de volver
a estar contigo.
Yo miro su rostro tratando de memorizar sus rasgos, quiero con-
servar su imagen por mucho tiempo en mi mente porque en verdad
lo quiero, no en la misma forma que él lo hace conmigo, pero lo
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CUANDO ALGO MÁS MURIÓ - EL DÍA DESPUES
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LAS AVENTURAS DE ROBBIE.
Segunda parte: Robbie busca algo de comer
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Aunque hacía un frío de los mil carajos y a pesar de que su
cuerpo desnudo estaba a la intemperie, Robbie no lo sentía, de he-
cho, no le importaba, solo sintió un hambre atroz, tan fuerte era su
apetito que dolía más allá de su estómago, le dolía el mero hecho
de existir y solo podía pensar en comer (si es que a ese instinto de
buscar alimento se le pudiera llamar pensar).
Robbie echó a andar hacia la carretera y avanzó buscando algo
que comer, caminó entre varios vehículos abandonados sin impor-
tarle un comino lo que eran, finalmente encontró un cadáver con las
vísceras abiertas, dorándose muy lentamente por el efecto del sol,
la descomposición lograría algo antes de que el sol las cociera.
Robbie se inclinó y empezó a comer las vísceras que asomaban,
otro cadáver ambulante pasó a su lado sin inmutarse siquiera; Rob-
bie escupió la comida, se percató que la carne muerta desde hacía
tiempo no era buena, sintió una nausea terrible que lo hizo vomitar
lo último que había comido cuando había estado vivo. El cadáver
que había pasado a su lado parecía burlarse de él con una sonri-
sa descarnada que mostraba una dentadura limpia (ciertamente en
vida había sido un hombre muy sano). Pero no se burlaba de él, no
le importaba de hecho, apenas había tenido conciencia de Robbie y
su sonrisa era simplemente el testimonio de su putrefacta condición.
Robbie lo siguió por instinto, debía buscar carne fresca, carne
viva, no podía pensar en otra cosa más.
Caminó detrás del cadáver por más de una hora, misma en la
que se les unieron otros diez cuerpos. Ya el sol se encontraba en su
cenit cuando la patrulla que lo había matado se acercó y empezó
a dispararles en la cabeza a sus nuevos compañeros.
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CUANDO ALGO MÁS MURIÓ - LAS AVENTURAS DE ROBBIE II
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El auto siguió su camino.
No le dolió, no sintió nada, solo que su andar se hizo más torpe aún.
Conforme el auto se alejaba sus compañeros empezaron a andar
tras él inútilmente, dos de sus compañeros, que el auto había arrolla-
do, se habían partido a la mitad y el torso de uno empezó a arras-
trase tras la luz que escapaba a más de cien kilómetros por hora.
Robbie observó la luz que se alejaba y que se tornaba amarilla,
entonces un resquicio de su vida pasada apareció en su mente,
el amarillo de la luz le hizo recordar el amarillo del pelo de una
mujer, de una hermosa mujer que lo llamaba: Robbie.
Robbie no entendía nada de esto, pero algo le decía que debía
continuar avanzando hacia donde el auto se había ido. Y satisfe-
cho por el momento, Robbie continuó su camino siguiendo la luz,
la imagen de esa mujer rubia que lo llamaba. Persiguiendo su
último resquicio de humanidad…
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HUÉRFANOS
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Están en todas partes. Cambio los canales y en todos aparecen.
En las noticias no dejan de anunciarlo. En sus ojos se dibuja la
incertidumbre. Es una epidemia, una plaga que se expande por
todos los rincones del país. Una enfermedad que avanza lenta
pero firmemente.
“Colores, muchos colores. Soy un arco iris. Voy a pintar el mun-
do de colores” fue lo último que dijo la Madre Superiora antes de
poner en sus labios una pistola y darse un tiro. Quedó ahí, tendida
en el suelo, con su hábito manchado de sangre, sus calcetas arru-
gadas y el cabello revuelto. Una muñeca con sus brazos delgados,
viejos, como un títere al que han cortado los hilos.
No pudimos hacer nada por ella. Escuché el disparo mientras
estaba en la cochera poniendo las rejas en las ventanas del ca-
mión. Los niños lloraron. No los dejaron verla. Quisimos sepultar-
la, pero ellos ya estaban por llegar. No había tiempo que perder.
Infectados.
Odio a los infectados.
Por suerte soy un hombre precavido.
Botes con gasolina, escopetas, municiones, la pistola de la Ma-
dre Superiora, un costal con granos de sal, un mazo y lo mejor de
todo: una sierra eléctrica. Me siento como un niño. Siempre supe
que este día iba a llegar.
En el televisor pasan imágenes de la ciudad cubierta de fuego,
de campos sembrados con muertos vivientes que caminan sin rum-
bo fijo. Miro que el tiempo pasa y los canales que transmiten son
cada vez menos. Las pocas noticias no cambian. Caos. Destruc-
ción. Tenemos que salir de aquí.
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CUANDO ALGO MÁS MURIÓ - HUÉRFANOS
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- No lo creo.
- Entonces ¿Por qué nos persiguen?
- No lo sé, pequeño. No lo sé.
Hay fuego por todas partes, autos con las llantas para arriba,
personas en grupo corriendo de un lado para otro, la policía in-
tentando poner orden. A lo lejos veo tanques y soldados con sus
cascos poniendo costales, todos llevan el arma apuntando hacia
enfrente, hacia un lugar que no puedo ver. La gente corre en sen-
tido contrario.
En la radio dicen que se expande rápido, recomiendan que no
nos acerquemos a las zonas infectadas, dicen que todo va a estar
bien, que no hay de qué preocuparse. Todos sabemos que eso no
es cierto.
- ¡Por allá, Gabriel! De ese lado no hay tantos carros.
Puedo ver las columnas de humo que se elevan por encima de
casas y edificios, como si una pandilla de tornados hubiera llega-
do a la ciudad. Anochece. El cielo es rojo y amarillo.
Al llegar a una calle tranquila, detengo el camión; me doy cuen-
ta que varios de los niños llevan la cabeza cubierta con cascos,
les pregunto por qué están vestidos así. “Para que no nos coman
el cerebro” contestan.
Les explico entonces que la única forma de matar a un infectado
es destruyendo su cabeza. Los infectados tienen poca inteligencia;
sólo la suficiente como para trabajar de mensajeros o jugar video-
juegos, digo. Ellos se ríen. También les digo que no me gustaría
que se acercaran mucho. Les digo que otra forma de eliminar a
un infectado es con granos de sal, pues cuando los tocan pueden
recordar que están muertos y regresan a su tumba. Le doy a cada
niño una bolsa con granos de sal.
- Recuerden: Por nada del mundo dejen que uno de ellos se
acerque a ustedes.
De nuevo pongo en marcha el camión y salimos rumbo a la ori-
lla de la ciudad. Recuerdo un camino no muy conocido, confío que
no haya tráfico ni gente que nos pueda detener, es una pequeña
ruta que atraviesa un terreno sin pavimento; confío que el camión
pueda pasarlo sin problema.
Por este rumbo la ciudad comienza a lucir desierta. Sólo veo
fuego, vidrios rotos, puertas derribadas y mucha basura; mucho
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CUANDO ALGO MÁS MURIÓ - HUÉRFANOS
humo. Los disparos suenan a lo lejos, creo que eso es una buena
señal. Miguel viaja en el estribo con los ojos muy abiertos, veo
que respira con la boca abierta, que sujeta con fuerza la culata
de la pistola. Por el espejo retrovisor veo que el resto de los niños
también miran por las ventanas.
Es entonces cuando aparece el primero de los infectados delan-
te de nosotros. ¡Aprieto el acelerador y lo embisto con fuerza! Los
niños gritan asustados.
- ¡Tengan preparadas sus bolsas con sal! – les grito –. ¡Y tú,
Miguel, no quiero que separes tu dedo del gatillo! No me gustaría
que nos sorprendieran.
No sé de dónde han salido tantos, pero en un segundo tenemos
rodeado el camión. Los infectados están por todas partes. Yo sigo
avanzando, pero ya no puedo hacerlo con la velocidad que qui-
siera, tenemos que enfrentarlos.
Escucho que un vidrio se rompe y miro por el retrovisor que
algunos niños se han escondido bajo los asientos. Les grito que
deben echarles puñados de sal, que no dejen que ninguna de esas
cosas los toque por nada del mundo. Los niños comienzan a atacar
con sal a los infectados.
- Funciona – me gritan ellos –, ¡Funciona!
Le digo a Miguel que si alguna de esas cosas se quiere meter
por la puerta que no dude, que le meta una bala mero en medio de
los ojos. No hay forma más rápida de encargarse de ellos.
Los infectados gruñen y golpean los costados del camión. Estiran
las manos, quieren devorarnos. Los miro con sus ropas desaliña-
das, con sus ojos vacíos y su andar tambaleante. Siento pena por
ellos, pero no hay nada que pueda hacer para salvarlos. Nada
excepto convertir su cabeza en picadillo.
Uno de ellos logra romper el vidrio que está a mi mano dere-
cha. Se cuelga del marco de la ventanilla. Recuerdo que llevo una
escopeta cargada en los pies. La tomo, meto el cañón del arma en
su boca y jalo el gatillo. ¡Dios. No pensé que esto fuera a sentirse
tan bien! Disparo la siguiente carga a otro de los infectados que se
acerca y le pido a Miguel que me ayude a cargar la escopeta. Yo
sigo intentando sacarnos de aquí.
Escucho que en la parte trasera del camión otro vidrio se rom-
pe, los niños que están ahí gritan y se acurrucan, otros corren
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hacia delante. Le pido a Miguel que vaya atrás y nos cubra, que
tiene el permiso de disparar todo lo que quiera y escucho las
detonaciones, una tras otra, por el espejo retrovisor miro cómo
los infectados se van quedando atrás. El camino sembrado con
sus cuerpos.
Doy vuelta en una esquina y me salgo del camino. Entro en la
terracería que nos saca directamente a la carretera evitando los
retenes y lugares concurridos. Le disparo al último de los infectados
que va trepado delante del camión, los niños brincan, gritan hurras
y se abrazan. Dejamos atrás al resto.
- ¿Todos bien? – pregunto –.
- Creo que sí – contesta Miguel –. Todos completos.
Miro la ciudad brillando en medio de las explosiones y dispa-
ros. Manejo con rapidez, atrás queda el sonido de la guerra que
seguramente no vamos a ganar. El pequeño camino que hemos
tomado no está muy concurrido.
En la radio escucho que todo el centro de México ya es zona
desierta. Territorio de los muertos vivientes. Dicen que el mal se
expande más rápido de lo que los científicos predijeron en un prin-
cipio, también dicen que ya se está trabajando en encontrar una
solución para todo. Sé que es mentira, estaremos muertos antes de
que puedan encontrar una cura.
- Miguel, acércate.
El jovencito se sienta tras de mí. Su rostro bañado en sudor, su
cabello desaliñado, respira con dificultad, aún no se le pasa la
excitación. Le digo la verdad, que seguramente tendremos más
sorpresas antes de llegar a un lugar seguro.
No se habla de otra cosa en la radio. La epidemia ha llegado a
todo el país: Monterrey, Guadalajara, Veracruz, Tijuana. Ciudades
y pueblos han comenzado a presentar casos de infección, las auto-
ridades recomiendan mantenerse alejados de los focos de contami-
nación, dicen que es mejor acudir a uno de los cientos de refugios
que se han instalado, lo que no dicen es en dónde encontrarlos.
Sigo manejando a toda velocidad. La luna ilumina la noche.
Aprieto el acelerador y sujeto el volante con ambas manos, sin
separar la vista del camino, después de treinta minutos logro ver la
entrada a Valle de Bravo.
- Niños, despierten. Ya llegamos.
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CUANDO ALGO MÁS MURIÓ - HUÉRFANOS
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CUANDO ALGO MÁS MURIÓ - HUÉRFANOS
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Veo que la pistola tiembla en sus manos. Los labios. No es más
que un niño. La luna brilla sobre nosotros, iluminando la casa, el
terreno y el lago más allá; el último de los infectados cae a mis
pies, la cabeza separada de su cuerpo.
- ¿Todos están bien? – digo –.
Los niños mueven la cabeza, asustados.
- Ahora suban, vamos – les señalo la Combi –. Miguel, seguro
que adentro están las llaves.
- ¿Qué vas a hacer? – dice Miguel antes de subir –.
- Cuidarles la espalda.
Miguel extiende la mano y me da el arma con que se mató la
Madre Superiora. Me da el resto de las balas. Me dice que es
para que me cuide. Luego enciende las luces y el motor, me mira
unos segundos y pone en marcha la camioneta. Veo al resto de los
niños despedirse moviendo sus manos, uno de ellos pregunta por-
qué no voy con ellos, pero no alcanzo a escuchar la respuesta.
Me llevo una mano al cuello, no había notado lo mucho que
esto duele. Camino hasta el roble al centro del jardín y me dejo
caer en la tierra, jadeando; la Madre Superiora tenía razón, se
ven muchos colores. Lo que nunca dijo es que esto doliera tanto.
Me pongo la pistola en los labios.
Lo último que veo antes de jalar el gatillo es a los niños desapa-
recer tras la colina a toda velocidad y a un montón de muertos vi-
vientes salir de los arbustos caminando en mi dirección, gruñendo
como perros heridos.
Miro la luna brillar sobre el lago y cierro los ojos.
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LAS AVENTURAS DE ROBBIE
Tercera Parte: Robbie, ídolo de multitudes.
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Ya el sol despuntaba en el horizonte cuando Robbie sintió ham-
bre una vez más, solo había pensado en la mujer de cabellera
rubia y nada más; así que con la sensación de hambre, a cada
paso que daba, se olvidaba de esa angelical imagen.
Caminó entre otros compañeros de obsesión e incluso pensó en
devorarse a uno de ellos pero recordó que días atrás había comi-
do carne vieja y le provocó un dolor terrible, comprendió que solo
podría comer carne fresca.
Continuó avanzando así hasta el medio día, no se percató de
cuando empezó a gemir del dolor que el hambre le ocasionaba;
el coro que él y de sus compañeros de infortunio iniciaron parecía
una loa al sol, más bien, una oración de petición que podía escu-
charse por toda la carretera.
Sólo les quedaba avanzar, avanzar y avanzar con la leve espe-
ranza de encontrar algo que comer.
Inesperadamente, un niño de unos diez años se atravesó en su
camino, Robbie se dirigió hacia él, pero sus demás compañeros se
interpusieron en su paso; el niño corría entre los cuerpos reanimados
gritando, como retándolos, incluso pasó al lado de Robbie más de
una vez; el pobre Robbie dio vuelta una y otra vez al igual que sus
compañeros, ninguno se daba cuenta que los estaba agrupando.
De inmediato, un jeep salió de entre los matorrales y un grupo de
tres hombres empezaron a dispararles en la cabeza rodeando al
grupo que el niño, que había fungido como carnada, había reuni-
do. El vehículo daba vueltas alrededor de Robbie y sus compañeros
en medio de una conmoción, Robbie solo veía como sus compañe-
ros caían a su lado como si fueran insectos recién fumigados.
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CUANDO ALGO MÁS MURIÓ - LAS AVENTURAS DE ROBBIE III
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de brillante atuendo que hablaba a través de un micrófono, Robbie
no comprendía que ocurría, solo sabía que tenía mucha hambre y
que la comida estaba muy cerca.
De inmediato, colgada de una grúa, una muchacha rubia ves-
tida con un short de mezclilla y amarrada descendió a la mitad
del parque, quedando entre Robbie y su compañero, la muchacha
estaba atada por las manos y colgada totalmente indefensa, ella
gritaba con desesperación, Robbie se acercó hacia ella antes que
su ex-compañero, ahora rival de tan preciado trozo de carne, éste
último apenas y se percató de la muchacha al estar distraído con
la multitud que tenía a su lado.
Robbie se acercó a la muchacha y medio metro antes de alcan-
zarla la grúa la levantó, poco después se acercó su rival, la mu-
chacha estaba a un metro de alto de distancia de ellos, no dejaba
de gritar ni de dar patadas al aire, Robbie y su compañero solo se
miraron desconcertados.
La grúa descendió a la muchacha medio metro más y Robbie
y su rival empezaron a arañarla tratando de alcanzarla, ya que
la tenía casi fija la volvieron a levantar, el rival de Robbie seguía
lanzando zarpazos, mismos que le dieron a robbie en su cara, así
que este para defenderse empezó a arañarlo también.
Al darse cuenta que no estaba la muchacha entre ellos se detuvie-
ron, así que bajaron de nuevo a la muchacha para incitarlos a pe-
lear una vez más, la multitud enloquecía y las apuestas empezaron
a correr. Por segunda ocasión los zombis empezaron a golpearse
hasta que en una tercera ocasión ya no dejaron de atacarse.
El zombi azul estaba realmente desesperado, pero Robbie aún
más, así que empezó a morder primero a su rival, la lucha duró
unos quince minutos, los trajes se rasgaban y ensuciaban y el con-
ductor de la grúa descendió a la muchacha un par de veces más
para provocarles la ira.
Finalmente Robbie mordió el cuello de su enemigo hasta de-
bilitarlo y con sus manos pudo arrancarle la cabeza al debilitar
sus tendones.
La gente gritó animada y los que habían apostado contra Ro-
bbie se maldecían. La grúa descendió a la muchacha pero no
mucho, Robbie solo pudo sujetarle una pierna a la que mordió con
fruición, esa fue su recompensa, un bocado antes de la siguiente
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CUANDO ALGO MÁS MURIÓ - LAS AVENTURAS DE ROBBIE III
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TRAYECTO
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México D.F., la ciudad más grande del mundo...
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CUANDO ALGO MÁS MURIÓ - TRAYECTO
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y abrir igual número de cabezas y torsos, no podía darse el lujo
de hacerlo bien, salir de ahí era necesario.
Ya no podía pasar inadvertido, ahora todo ente iría tras su perso-
na. Tomó la primera calle que estaba cerca, perdería mucho tiempo
buscando la mejor opción; solo miró el camino frente a sí, nada ex-
traordinario, solo una calle larga y llena de autos abiertos, lo mejor,
ninguno de los resucitados. Lo cruzaría a toda prisa, le pisaban los
talones, al parecer sabían cuando un ser vivo sano estaba cerca.
Brincó sobre algunos cofres de autos echando miradas fugaces para
ubicar cualquier obstáculo escuchando los sonidos en el ambiente,
cualquier detalle que denotara peligro, cualquier cosa...
Las campanas, ¡malditas campanas, repican por sobre todo...
Llegó tropezando a la Avenida Reforma, comenzaba la oscuri-
dad, el cielo rojizo por el atardecer; lo brusco del movimiento le
hizo soltar el machete cayendo unos metros delante. Al recogerlo
vio unos cuerpos sin vida demasiado descompuestos para ser de
los reanimados. Apestaban, algunos gusanos entraban y salían
por los huecos en la carne podrida, costras de sangre y pus seca
donde los resucitados habían mordido para saciar su hambre.
Gruñidos, pies arrastrándose, estaban por alcanzarlo... pero
ahora venían otros entes sobre la avenida Reforma, no solo aque-
llos que dejara atrás.
- ¡Con una chingada!...- exclamó al ver con más detalle la avenida.
A donde mirara, cualquier lugar, sin falta, había un resucitado.
Cientos caminando, dando tumbos, estirando los brazos, acercán-
dose, buscándole. Niños, adultos, jóvenes... resucitados, entes
vueltos a la vida por solo el infierno sabia que insano poder. Ros-
tros sin expresión alguna de la humanidad originaria; ojos de mi-
rada perdida, si aún conservaban los mismos. Pálida la piel, seca
al perder la fluidez de la sangre…
No dejaba de verlos, nunca se había encontrado con tal cantidad.
En la mano derecha colgaba el machete, un pedazo de metal afila-
do que le había ayudado a sobrevivir los últimos tiempos, pero en
este momento se sintió abatido, sin fuerzas, por más hábil, más veloz
que pudiera ser, ellos le superarían. Demasiados para vencer.
Las campanas, ese sonido era el que les atraía, buscó la iglesia;
no estaba cerca, no sobre la avenida. Vio una casa con una reja
alta. Una idea tomaba forma rápidamente.
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CUANDO ALGO MÁS MURIÓ - TRAYECTO
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un resucitado le estaba sujetando por la mochila en su espalda.
Sintió algo corriendo por su cuerpo, dio una muy profunda inha-
lación, el terror, la conciencia de su cercano fin hizo que desde lo
más profundo de sí surgiera un alarido como nunca creyó podría
emitir su garganta.
Tomó con ambas manos el machete y arrastró a la resucitada
hasta derribarla separando el brazo a medias pero logro librar
el metal. Giró sacando de balance a quien lo sujetaba y logró
sacarle la cabeza de un solo tajo. No se detuvo, había otros que
estaban cerca, también logró despacharlos. Sangre coagulada le
salpicaba, sesos también, no le importaba mientras no lo mordie-
ran, evitaría que se acercaran más.
Los cuerpos caídos entorpecían al resto, lo cual aprovechó para
correr hacia la casa de reja alta. Se abrió paso rápidamente, no
sin antes dejar desmembrados a algunos entes.
Por fin llegó al frente de la casa, la reja realmente era alta pero
permitiría el ascenso. Solo tenia que escalar. Se aseguró que del
otro lado en el patio no hubiera nadie que pudiera sorprender-
lo; aparentemente nada de que preocuparse. Los resucitados se
acercaban otra vez, así que ya no dudó y comenzó a trepar. Ha-
bía una gran enredadera del otro lado, en su tiempo había sido
tratada con cuidado, ahora solo era un recuerdo marchito que se
desmoronaba conforme ascendía.
Sintió que le aferraban por el tobillo, no por mucho, su ventaja,
el grueso cuero de las botas; de cualquier forma bajó un poco
para partirle la nariz con el tacón a su agresor.
Tuvo que cortar los delgados alambres en la parte superior,
esos por donde la energía corría a modo de seguridad; en estos
días la electricidad no servia en muchos lados. Bajó para llegar al
patio, los resucitados buscaban entre las rejas sin alcanzarlo. Ver
los brazos entre las ramas secas de la enredadera le provocó an-
siedad, estaba relativamente a salvo, se había alejado del peligro
a la vez que quedaba atrapado.
El patio era grande con un jardín que lo cubría todo, ahora
también seco. La campana ya no tañía, ¿por qué?. Ninguna
señal de los dueños. La puerta de entrada estaba cerrada, las
ventanas cubiertas por cortinas no permitían la vista interior.
Quebró el vidrio de una y abrió el seguro. Entró sin problemas,
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CUANDO ALGO MÁS MURIÓ - TRAYECTO
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No se sentía tranquilo en ese lugar, la casa estaba rodeada,
ya eran demasiados resucitados. El ventanal de la recamara prin-
cipal tenia amplia vista de la calle, veía la avenida repleta de
seres, chocaban unos con otros, torpes, rozándose, era un espec-
táculo que le recordó viejos tiempos, cuando la gente protestaba,
reuniéndose...
La presión en el tobillo le tomó por sorpresa, un jalón y perdió
el equilibrio, cayó sobre su costado izquierdo, pataleó, buscaba
zafarse. Una mano le aferraba desde las sombras, no veía a quien
pertenecía, pateó sin mirar a que sin éxito. Otra mano le alcanzó
jalándole por las valencianas de su pantalón, intentó levantarse,
no podía; arrastrándose hacia vio a una anciana con quien fuerte-
mente forcejeaba.
Era poca la iluminación que entraba por la ventana, la luna no
era llena pero algo ayudaba, su luz le dejó ver un rostro arrugado,
la boca abriéndose para dejar escapar sonidos asquerosos y gutu-
rales, sus ojos cubiertos de una tela lechosa le miraban fijamente,
como si ello le ayudara a controlarlo; demasiado fuerte para al-
guien de esa edad.
El machete en su mochila estaba en el piso inferior. Trató de za-
farse agitando los pies, la anciana no lo soltó. El pánico le impedía
pensar claramente, la espalda contra el piso, nada que pudiera
usar como arma. Sintió la pared tras de sí, se apoyó en ella y
librando una pierna logró empujar a la anciana alejándola. Junto
a la cama vio una silla de ruedas, eso explicaba que la mujer se
arrastrara y la fuerza en sus brazos. No esperó a que lo siguiera,
tampoco quiso eliminarla, solo salió de la recámara, arrastró unos
muebles con los que bloqueo la puerta, eso seria suficiente.
No quería más sorpresas, saldría de la casa lo más pronto posi-
ble. Había visto que el techo de la casa estaba cerca de la cornisa
de otro edificio, intentaría llegar a ella desplazándose hacia las
calles paralelas a la avenida Reforma.
La mejor forma de alcanzar la cornisa sería trepar desde la par-
te externa de la casa por la fachada. Sacó su mochila y la maleta
donde metió las botellas con gasolina, las subiría con unos cordo-
nes de las cortinas que ató a modo de cuerdas. Le resultó sencillo
el trepar, tenia cierta experiencia. Comprobó que la cornisa sopor-
taría su peso, luego subió con cuidado sus pertenencias.
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La cornisa conectaba con un balcón, era un edificio de depar-
tamentos. Las cortinas estaban corridas, nada podía ver en el inte-
rior. Estaba atento a cualquier detalle, había aprendido la lección
de mala forma. Pasó por dos balcones más y la vista no mejoraba,
había demasiados resucitados aún.
Sacó una de las botellas, encendió el trapo húmedo y la arrojó
a la multitud, golpeó a uno en plena cabeza, el vidrio se quebró,
las llamas se esparcieron rápidamente. Los resucitados chillaban
por el fuego que les quemaba, caían al piso y hacían que otros
cayeran también propagando las llamas.
Arrojó otras botellas produciendo efectos parecidos, la calle se
llenó de un olor a carne quemada y otras impurezas; no impor-
taba, solo quería distraerlos para lograr su escape. La noche se
iluminaba y el silencio desaparecía por los alaridos de los que re-
gresaron de la muerte. Los que no fueron alcanzados por el fuego
se alejaron, evitarían el fuego por temor.
Él ultimo balcón quedaba sobre el toldo de un local, en esta par-
te era menor la cantidad de resucitados, aun así arrojó las ultimas
botellas para abrirse paso. El fuego cumplió su cometido.
Saltó al toldo y de ahí se deslizó suavemente a la acera. Sacó
el machete dispuesto a cualquier cosa con tal de escapar; eran me-
nos que los que estaban atrás, en la avenida Reforma, pero debía
cuidarse. Caminaba, casi corría, entre los resucitados, asustados
por el fuego, no se le acercaban, solo empujó a unos cuantos cuan-
do le estorbaban para avanzar. El resto del camino hacia la Zona
Rosa no presentó problema alguno.
Tenían retenes para asegurar que no serian invadidos por los
resucitados, usaban autos y muebles amontonados de tal forma
que ninguno podría pasar y de intentarlo lo eliminarían rápida-
mente. Un vigilante le permitió el acceso, sólo cuidaba que los
resucitados no pasaran; portaba una escopeta, un arma eficiente
hasta que se terminaran las balas. Por eso prefería el machete,
sólo al cansarse perdería y antes de que eso pasara habría encon-
trado otra salida.
- Te esperábamos hace horas - comentó el guardia.
- Unos... amigos me entretuvieron - aclaró con una sonrisa - te-
nían una fiesta y querían que me quedara a comer, pero no acep-
té, el menú nada tenia que me apeteciera.
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CUANDO ALGO MÁS MURIÓ - TRAYECTO
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- Cuiden el fuerte, si todo sale bien no regresaré solo; y si sale
mal... tampoco.
Eso no le gustó mucho al chico pero ya no pudo decir más. Se
alejaba entre las calles vacías con rumbo a la Avenida Reforma.
El machete brilló por el sol; después de todo, era un bello día.
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LAS AVENTURAS DE ROBBIE
Cuarta Parte: Robbie sigue caminando.
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Nadie Supo que pasó exactamente, pero mientras Robbie pe-
leaba por comerse a un niño gordito que los hombres “civilizados”
había colgado de la grúa, una de las bardas que rodeaban a la
pequeña población se rompió y una enorme multitud de levanta-
dos se metió provocando un pandemónium.
Robbie no notó siquiera que entre el pánico su cadena se había
roto, él solo se quedó mirando hacia lo alto, esperando que el
suculento niño gordito descendiera mientras el pobre crío gritaba
con pánico meciéndose en lo alto; su rival, otro zombi vestido de
azul (y menos descompuesto que Robbie a esas alturas) también se
quedó contemplando hacia lo alto.
Pasaron las horas y todo alrededor de ellos era ya una sucur-
sal del infierno de Dante, los muertos se comían los trozos de los
vivos hasta dejarlos en los huesos mientras Robbie y su rival solo
miraban hacia lo alto esperando inútilmente a que el niño (que no
paraba de gritar desesperado) descendiera.
Robbie dio un par de pasos más y descubrió que era libre, pero
el hambre era tan inmensa que no se percató de ello y caminó por
puro instinto, entre los restos y demás zombis que comían se encon-
tró un brazo con todo y mano de mujer con muchos anillos y con
eso pudo satisfacer su hambre. Escupió dos anillos (uno de oro con
una esmeralda engarzada y el otro de diamante), regresó debajo
de la grúa y continuó esperando a que el niño bajara.
Pasaron así varios días, los demás levantados de la zona ya se
habían ido y no quedaba ningún vivo, salvo el niño gordito, que
colgado, ya no gritaba siquiera. Cuando el hambre era insopor-
table, Robbie caminaba por los alrededores buscando algo que
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CUANDO ALGO MÁS MURIÓ - LAS AVENTURAS DE ROBBIE IV
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SEGUIREMOS INFORMANDO
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La primera vez que vi una de esas cosas fue hace dos días cuan-
do iba a mi casa luego de la Universidad, las puertas del vagón
del metro en la estación Hidalgo se empezaron a cerrar cuando vi
a ese zombi caer de las escaleras, un par de personas se inclina-
ron para ayudarle a ponerse en pie, pero sin más, ese monstruo se
abalanzó contra el primero que le tendió la mano mordiéndola con
saña; un niño de la calle pensé, de esos que viven en las coladeras
de la Alameda Central; fue lo poco que alcancé a ver antes de que
el tren comenzara a moverse. No le di importancia al suceso, des-
pués de todo la estación Hidalgo es muy conflictiva y más en horas
pico; llegué a mi casa y no hice ningún comentario al respecto, mi
mamá estaba por servir la comida y presté más atención al aroma
de su guiso que aquello que presencie en el metro.
Solemos comer en el comedor de la cocina con la tele encen-
dida, mi mamá tenia puesto el noticiero de la tarde, pero mi her-
mano de quince años y yo decidimos mejor ver una peli en otro
canal, después de todo sabíamos que siempre dicen lo mismo: que
si el gobierno no hizo tal cosa, que si asesinaron a fulanito, que los
chismes del espectáculo y los goles de la semana; ahora pienso (si
es que puedo por el miedo que siento ahora) que de estar informa-
dos ahora estaría en otra situación.
Al cabo de unas horas escuchamos gritos en la casa de a lado,
mi mamá me mandó a ver que sucedía ya que nuestros vecinos
eran personas mayores y su alboroto nos asustó, pensamos que
tal vez el señor Rodríguez estaba sufriendo otro infarto; toqué la
puerta muchas veces pero sólo seguía escuchando los gritos de
su esposa, la ambulancia que seguramente pidió mi mamá llegó
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CUANDO ALGO MÁS MURIÓ - SEGUIREMOS INFORMANDO
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- Seguimos transmitiendo – decían en la tele y mostraban imáge-
nes de CNN en Estados Unidos, de los tanques y aviones bombar-
deando ciudades, de gente muerta y de muertos vivientes –.
Un boletín especial fue recibido por la conductora: “El Depar-
tamento de Defensa recomienda que no salga de su casa, y si por
alguna razón se enfrenta con alguien que padezca este virus gol-
peé, destruya o separe su cabeza del resto del cuerpo, repetimos,
destruya la cabeza.”
La simple idea era estúpida, ¿quién en su sano juicio dice en
las noticias que prácticamente mates a alguien? (lo que no sabía
era que ya estaban muertos). En ese instante mi papá abrió los
ojos y se levantó abruptamente del sillón, mi mamá le comentó
que estaba muy pálido y él contestó con un gruñido que nos des-
concertó a todos, la mirada de mi padre era vacía y trataba de
reconocer el lugar volteando a ambos lados, mi mamá se acercó a
él extendiéndole un vaso con Coca Cola, la mirada de él se centró
en mamá, inclino un poco su cabeza como si quisiera reconocerla,
ella le sonrió y al instante la sujeto violentamente por los brazos y
le mordió el cuello, un poco de la sangre me salpicó la cara, mi
hermano comenzó a gritar y a llorar mientras aterrorizados veía-
mos como mi papá seguía mordiendo el cuerpo de la mujer que
me dio la vida.
Subimos las escaleras corriendo, mi hermano tropezó a la mitad
del camino, el miedo le había paralizado las piernas, yo también
estaba aterrorizado, me hice de un poco de fuerza para poderlo
levantar y casi a rastras logramos entrar en mi cuarto, por la ven-
tana grité a los vecinos de enfrente, la familia Reyes, que nos ayu-
daran, pero estaban muy ocupados cargando su camioneta Quest
Nissan con maletas y bolsas del súper, la hija mayor de ellos me
miró con angustia, su padre le dijo: “No te distraigas, tenemos que
irnos ya”, los golpes en la puerta de mi cuarto eran insistentes y
por desgracia las puertas de mi casa no eran de una madera muy
sólida; mi hermano me gritaba: “!Está entrando, está entrando!”.
De nuevo me dirigí a los vecinos cuando escuché como tronaba la
débil madera, al voltear vi como mi hermano se agazapaba ha-
ciendo las cosas más sencillas al monstruo que antes llamé papá,
antes de saltar por la ventana alcancé a escuchar los dientes des-
truyendo el cráneo de Chucho mi hermano menor.
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CUANDO ALGO MÁS MURIÓ - SEGUIREMOS INFORMANDO
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una pierna, el resto de la familia Reyes se volteó a ver el suceso;
de pronto comenzaron a discutir con ella, con su marido (supuse)
y tres soldados, uno de éstos desenfundó su pistola y al instante
disparó volándole los sesos a la señora, el señor Reyes (deshuma-
nizado, el cabrón) solamente hizo un gesto ante la detonación y
siguió de frente.
Hilda me ayudó a salir del vehículo mientras todos bajaban el
equipaje y provisiones, en aquella colonia de gente rica parecía
que nada había sucedido, daba la impresión de que todos los
que veníamos llegando estábamos por celebrar la pinche navidad
o algo así, los abuelos de aquella casa enorme nos abrieron las
puertas con cierta preocupación pero aún sonrientes, la señora
Dolores, abuela de mis vecinos me barrió con la mirada
- ¿Y éste quién es?
Hilda, que aún me ayudaba a mantenerme en pie alzó su voz
con enojo:
- Es Raúl, mi vecino, y a sufrido mucho abuela – me hubiera
matado mi papá a mí –.
Me recostaron en la cama de una recamara para huéspedes,
la señora Alfonsina me subió algo de comer pero aún tenía mucho
asco, estando conmigo se disculpó por la forma en que me habían
tratado, me dijo que eran tiempos difíciles y todo mundo esta asus-
tado, el mentón le comenzó a temblar y le vino el llanto, me dejó
la comida en el buró a un costado de la cama y cerró por fuera.
Minutos más tarde Hilda entró
- ¿No haz comido? – se quedó inmóvil en la entrada mientras
nos mirábamos – …perdón, no sé que decir, me siento mal por
todo esto – tardó en pensar su siguiente oración cuando su padre
la apartó de la entrada, me lanzó una mirada de disculpa y cerró
la puerta –.
El calor de la luz solar me hizo abrir los ojos, me levanté de la
cama y me dispuse a salir de la habitación, escuchaba ruido en
la cocina, pensé que podría ser Hilda y bajé las escaleras hasta
la estancia, caminé por el pasillo para llegar a la cocina y hablé
bajito, no quería darle más molestias a mis vecinos.
- ¿Hilda, estás ahí? – seguía escuchando cosas, parecía que es-
taban lavando trastes ya que el agua de la llave estaba corriendo,
la puerta estaba abierta y antes de entrar me asomé, no quería
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militares recuperamos del cinturón de uno de ellos una pistola tipo
escuadra y dos cargadores, subí la mirada hacía la ventana princi-
pal y vi a Hilda, Karla, Alfonsina y Dolores ver con terror la caída
de la colonia que nos daba esperanza y protección. En seguida
aseguramos todas las puertas y Don Federico activó las alarmas y
cámaras de seguridad (a güevo, eran ricos), mi vecino se acercó a
mí con otra actitud.
- Perdóname Raúl, si no nos hubieras alertado… aunque fue
tarde para mi Gustavo – y lloró –.
Mientras asegurábamos la casa y revisábamos con cautela en la
parte de arriba, Hilda se hacía la fuerte y daba ánimos a su madre
para sacar el cuerpo de su hermano menor, entraron juntas a la
recamara, vieron sangre salpicada en la pared y cabecera, en la
cama batida de sangre yacía el cuerpo de Gustavo partido en dos,
Alfonsina pidió a Hilda que lo tomara de los brazos mientras ella
sujetaría lo que quedó del torso pero al intentar moverlo la señora
no resistió más y se lamentó de nuevo, tenían que sacar y enterrar
el cuerpo lo antes posible, Hilda propuso cambiar de lugares, su
mamá asintió y se dispusieron a mover los restos a otra sabana
extendida ahí mismo para manipularlo fácilmente; Alfonsina seguía
impactada tanto que no pudo con la difícil tarea y soltó los brazos
del cuerpo provocando que también su hija lo soltara, se miraron un
momento y se hicieron de fuerza moral para levantarlo de nuevo.
- ¡Ah se esta moviendo! – gritó alarmada Alfonsina mientras el
muerto viviente se retorcía y movía los brazos –.
Todos corrimos al lugar, Karla y su abuela no pudieron soportar
la nauseabunda imagen y se echaron atrás, el señor Reyes abrazó
a su esposa e Hilda se agazapó en un rincón cerca del closet mirán-
dome con lagrimas en su rostro; Don Federico, suegro de mi vecino
sacó la pistola que llevaba el soldado y con un tiro certero a la
frente acabó con el sufrimiento de su nieto (seguramente y por todo
lo que les seguiré contando, el abuelo de mis vecinos fue militar).
Don Federico, un señor como de setenta y algo, fuerte aún y de
voz firme sugirió sacar las armas que guardaba en su closet
- No voy a permitir que a alguien más se lo cargue la chinga-
da – dijo –.
La idea era nuestra única oportunidad de mantenernos vivos
y resistir.
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Lupita se justificó explicando que igual paso en la casa de sus
patrones, pero Reyes estaba enloquecido, apunto la escopeta y
disparó a la sirvienta a quema ropa, el cuerpo de ésta fue a dar
hasta el muro del final de la estancia.
Alfonsina era un zombi debió haberla mordido Gustavo cuando
trataron de moverlo, a paso lento se acercaba hacia nosotros, les
imploré que le disparan pero nadie se atrevía.
-¡Es mi esposa no puedo hacerlo! – dijo Reyes –.
La victima más próxima era doña Dolores, su hija convertida
en monstruo estaba aún más cerca, Dolores sólo movía la cabeza
negando y susurrando: “No hija, no, no por favor…”.
Federico su esposo se dispuso a ir por ella pero su intento fue en
vano, Alfonsina tomo a su madre y acometió en el rostro de ella,
los lamentos de Dolores estremecieron a todos obligándonos a per-
manecer inmóviles, tenía la imagen de mi hermano en la cabeza y
luego reaccioné y arrebaté el arma a Hilda, di dos pasos al frente
y la disparé un poco más arriba de la oreja de Alfonsina.
Don Federico me miró con frialdad, sacó de su cintura la pis-
tola que le quitaron al soldado y me apuntó, me quedé paraliza-
do mientras soltaba el revolver de Hilda y veía como Dolores se
aproximaba a su marido sangrando de su cara debido a que le
arrancaron el labio inferior; no podía hablar, aquel hombre estaba
furioso conmigo por haber matado a su hija, Hilda trataba de dar
consuelo a su padre, Dolores sufría y la mirada de todos apunta-
ba a mí; sentía que me culpaban de todo, que de no haber sido
por mí ningún familiar suyo habría muerto y ahí estaba la mirada
dispuesta de Federico que finalmente jaló el gatillo; sentí un roce
calido pasar cerca de mi cara y por instinto me hizo voltear atrás
para ver la bala que era para mí en la frente de Karla, su trans-
formación fue rápida debido a que murió de inmediato cuando la
sirvienta disparó.
Estaba oscureciendo cuando atendimos la herida en el rostro de
Dolores, sabíamos que en cualquier momento se iba a transformar
y era peligrosa para nosotros, los zombies de afuera comenzaron
a golpear el zaguán, Hilda, asustada, le gritó a su papá que había
matado a Lupita.
- ¡Asesino! – le dijo –.
Él trató de justificarse diciendo que reaccionó con ira después
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del Hummer del cajón de su buró, Hilda y su papá se abrazaban
conmovidos, en la cara de mi vecino se notaba esa envidia ha-
cía su suegro, después de todo, él ya no pudo despedirse de su
esposa Alfonsina.
De inmediato cargamos algunos alimentos, agua y municiones
para las armas, la zona de seguridad que mencionó el helicóptero
estaba a un par de kilómetros pero queríamos ser precavidos, su-
bimos a la camioneta Hummer de Federico y desde afuera Dolores
dijo, a manera de despedida, las últimas palabras de amor a su
familia; después de sacudir la mano y enviar besos activó con el
control remoto la puerta del zaguán, ésta comenzó a abrirse y al-
gunos monstruos cayeron al piso, nosotros permanecimos ocultos
y en silencio para no atraer zombies, cuando el zaguán se abrió
por completo una treintena de esos monstruos entraron al patio al
mismo tiempo que don Federico encendía el motor. Los faros de
la camioneta iluminaron a los zombies que comenzaron a rodear
a Dolores y yo di un último vistazo por la ventana del auto, ella
me hizo un ademán de despedida y de inmediato comenzaron a
comérsela (al final se reivindicó conmigo la vieja), trozos de carne
ensangrentada eran arrancados por los dientes de los zombies,
Dolores dejó de gritar luego de algunos segundos en que comen-
zaran a atacarla, de haber visto más sería descriptivo pero Federi-
co pisó el acelerador y arrancamos.
Antes de salir por el zaguán Federico destrozó algunos zom-
bies arrollándolos, una cabeza voló y quedó posada en el cofre
de su Hummer gris, activó los limpia parabrisas pero la cabeza
que aún parpadeaba y gemía permaneció allí; en el camino el
abuelo de Hilda siguió llevándose monstruos (debo confesar que
ese instante me pareció divertido, digo, uno no siempre ve a
un abuelito matando o “rematando” gente mientras maneja, eso
sólo es de caricaturas y en ese momento me sentía en una), era
tal su ira que no advirtió los coches varados de enfrente; Reyes,
que iba como copiloto le pidió a su suegro que se concentrara,
cuando lo hizo fue demasiado tarde, nos impactamos con un
BMW, la llanta del lado de Federico golpeo la cajuela del auto-
móvil, el impacto fue tan fuerte que provocó que nos volcáramos;
no sé bien cuantos vuelcos dimos, tampoco sé cuanto me tarde en
abrir los ojos pero cuando lo hice todo estaba de cabeza, hice
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- Si nos escuchan saldrán más de donde ésta salió, mejor la
rodeamos – me hizo caso y dimos vuelta en esa esquina –.
Frente a nosotros estaba la tierra prometida: Sumesa, estaba
rodeado por una reja de alambre y en el estacionamiento había
vehículos militares, soldados armados que resguardaban el lugar
y tres ambulancias, detrás de la reja zombies queriendo entrar,
pero los militares, a manera de juego, disparaban a los monstruos
una vez que estuvieran al alcance de sus armas, realmente era una
forma muy estúpida de gastar balas, seguramente los zombies de
la calle donde vivieron los papás de Alfonsina venían en camino
luego de escuchar el alboroto. Y era cierto, algunos muertos vivien-
tes nos empezaron a cerrar el paso a Hilda y a mí, yo me chingué
a tres e Hilda a dos cuando se nos acabaron las balas, pero no
fueron suficientes para lograr abrir un hueco por donde escapar de
ellos, se estaban aproximando por todos los frentes, en un breve
instante ya estábamos siendo rodeados, los ojos brillosos de estas
cosas muertas se apoderaron de nuestra lucidez y entramos en pá-
nico, a nuestro alrededor sólo veíamos rostros descarnados, brazos
y piernas mutilados, entrañas que se asomaban por los vientres de
estos seres, gemidos terroríficos y olor a podredumbre.
- Hasta aquí llegamos – me dijo Hilda mientras me abrazaba
con fuerza –.
- ¡Tírense al suelo! – nos gritaron y no tardamos en obedecer –.
De inmediato, múltiples disparos de ametralladora se escucha-
ron mientras los zombies caían cerca de nosotros, cuando levan-
tamos la vista un convoy militar nos invitaba a subir al vehículo,
corrimos hacía ellos, abordamos el jeep y salimos de ahí.
- Tenemos que regresar por mi abuelo – les pidió Hilda, pero
ellos negaron argumentando que era peligroso y que posiblemente
el señor ya estaba muerto –.
Hilda echo una mirada atrás en busca de su abuelo pero estaba
muy oscuro para reconocer a alguien vivo de alguien muerto. La
reja se abrió para nosotros, bajamos del jeep y de inmediato nos
llevaron a la parte trasera de la tienda, ahí había un sanatorio im-
provisado, como los que hay en las películas de guerra en los cam-
pos de batalla, nos revisaron las heridas que teníamos provocadas
cuando la Hummer se volcó, checaron y nos cuestionaron hasta el
cansancio que no tuviéramos mordeduras o rasguños de zombies;
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que había monstruos queriendo entrar por atrás, los soldados pre-
pararon sus armas y destruyeron el cuerpo de don Federico a tiros,
mientras yo llevaba a Hilda a dentro.
- ¡Doctor, doctor está herida!
El médico se acercó angustiado.
- ¿Qué le pasó?
- ¡La acaban de morder, allá afuera llegó su abuelo y la mordió,
tiene que salvarla! – le rogué –.
El Doctor pidió a un guardia que me sacaran y que de inmedia-
to evacuaran el lugar. Un par de soldados ayudaron a pasar a la
gente al lado de la tienda en donde se resguardan los alimentos,
yo forcejeaba con el soldado que quería sacarme a la fuerza hasta
que una enfermera llegó y me puso una inyección, el liquido co-
menzó a hacer efecto al poco tiempo que me lo introdujeron y con
la vista nublada veía como amarraron a Hilda a uno de los catres
para luego fusilarla.
Cuando recuperé el sentido estaba aquí, recostado en está
cama de este hospital… Y es todo lo que recuerdo antes de que
llegaran con esa cámara.
- Interesante historia la que nos haz relatado Raúl, lamento mucho
las perdidas que sufriste, pero ahora estas bien, todo estará bien.
El conductor se voltea hacia la cámara y dice:
“Está fue la entrevista exclusiva con uno de los sobrevivientes
de ciudad Satélite, dentro de media hora daremos otro reporte
informativo, no pierda las esperanzas, no importa en donde esté,
usted, como Raúl, pronto será rescatado, nosotros seguiremos in-
formando”.
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- ¿De verdad?
- Si Raúl, se sabe que en los Estados Unidos los zombies han sido
casi exterminados, bueno hijo te dejo, tenemos que seguir trabajando.
Finalmente la gente del canal de noticias se fue, Raúl cierra
los ojos y se empieza a quedar dormido, en su mente repasa los
últimos momentos que pasó con Hilda combinados con los deseos
reprimidos que existen en los sueños, estas imágenes están llenas
de amor, caricias y palabras de aliento ente los dos jóvenes. Él
sueña que la besa y mientras despegan en el helicóptero junto con
las otras personas el escenario cambia y ya no van volando en la
nave militar sino que están sentados en la sala de la casa de Raúl
viendo una película cómica, el papá de Raúl entra a su casa con
el portafolio en la mano y saluda sonriente a toda la familia inclu-
yendo a Hilda que toma a Raúl de la mano; el señor se sienta en
el sillón individual mientras su esposa le ofrece un vaso con Coca
Cola; de pronto, el escenario se torna oscuro y ve a su padre levan-
tarse violentamente transformado en zombi, su madre, hermano e
Hilda le gruñen transformados en zombies y se van contra él.
Asustado abre los ojos, se levanta de la cama, camina hasta la
ventana y abre la cortina, al fondo ha caído otra noche sobre la
ciudad, hay poca iluminación; a lo lejos se ven llamas y humo de
algunos lugares que se están incendiando, helicópteros y aviones
sobrevuelan todo el lugar, la cara de Raúl muestra el trauma de un
joven que vivió de milagro a la barbarie de los zombis, es el trau-
ma de un chico que tuvo que madurar rápido y tomar decisiones
que le ayudarían a sobrevivir, su mirada se pierde en ese horizon-
te lleno de incertidumbre hacia el futuro, ¿qué planes puede hacer
ahora si ya no queda nada?
Una enfermera entra a su cuarto
- ¿Me va a poner mi suero? – pregunta el joven, pero la en-
fermera de piel verdosa y con el cuello y cara destrozados sólo
responde con un gruñido…
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LAS AVENTURAS DE ROBBIE
Quinta Parte: Robbie y el perrito.
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Saliendo de la población, Robbie vio a un hombre que corría
despavorido hacia él; Robbie extendió sus manos para tratar de
sujetarlo, pero el tipo trató de esquivarlo, resbaló y cayó al suelo
golpeándose la cabeza, el golpe fue tan duro que empezó a con-
vulsionarse, Robbie se acercó al cuello y empezó a masticar, el
pobre tipo murió al poco tiempo y Robbie se dio un festín.
Un perrito mestizo se acercó temeroso a Robbie atraído por el
olor de la carne fresca, Robbie estaba ya satisfecho en ese momen-
to y no le importó que el perro empezara a comer también, las
vísceras le cayeron bastante bien al cánido, y más que el pobre
animal no había comido en días.
Una vez satisfecho, Robbie se levantó y miró de nuevo la puesta
de sol recordando una vez más a esa hermosa mujer, así que con-
tinuó su camino, el perrito empezó a seguirlo y mientras se sintiera
satisfecho, a Robbie le agradaba su compañía.
Así anduvieron deambulando por varios días, más de una vez
se integró a algún grupo de zombis que perseguían a grupos de
personas “frescas” y de esa manera podía comer, el fiel can no lo
dejaba solo ni por un instante.
Tras varias semanas de deambular y tres días sin comer, Robbie
sentía un hambre cada vez más intensa, el dolor era insoportable
y empezó a gemir una vez más de manera inconsciente, si sus la-
grimales funcionasen habría derramado más de una lágrima.
Robbie gemía y el perrito empezó a aullar también. Robbie
se percató una vez más de su compañía y desesperado sujetó al
chucho por el cuello y se lo quebró. Desesperado, Robbie se sentó
en el suelo a mitad de la carretera y empezó a comérselo, la carne
jugosa y la sangre de su compañero le escurrían por los dientes,
ya que sus labios prácticamente ya no existían.
Los trozos de carne descendieron hacia su estómago satisfacién-
dolo, estuvo así tres horas devorándose a su compañero de viaje
hasta que se sintió satisfecho. Se levantó de entre los restos san-
guinolentos del can que se confundían con el rojo de su vestimenta
de cuando había sido “El Rojo” y continuó su camino. No llevaba
siquiera cinco pasos dados cuando sintió otro vacio, otro enorme
vacio, solo que ése, por mucho que comiera, no podría llenarlo
con nada más.
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LO QUE EL ZOMBI
ME SUSURRÓ AL OÍDO
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Lo último que hice fue soltarle todas las balas de mi cargador
antes de desmayarme.
Creí que moría. Y eso hubiera sido lo mejor. Aunque hoy en día
no sé si morir sea bueno o malo. Sólo hay que echar un ojo alre-
dedor para entenderme. ¿No es así… Claudio? ¿Me dijiste que tu
nombre es Claudio, verdad? No puede ser… disculparás esta cara
burlona, pero me parece una ironía tu nombre al ver que tienes esa
pierna casi destrozada. Claudio. El que cojea. Eso es lo que signi-
fica tu nombre. ¿Lo sabias? Apostaría mi meñique a que si. Todos
buscan lo que quiere decir su nombre cuando son niños…
¡Oh, vamos viejo! ¡No te vayas! Sólo me pareció jodidamente
chistoso. No te encabrones, ¿Qué no ves que estoy sangrando el
maldito Mar Rojo aquí? Si, eso es, siéntate a mi lado mientras
llega tu escuadrón de rescate; esperemos que no tarden mucho en
reconocer el área. O que se topen con más de ellos. Aunque eso
no se sabe, nosotros pensamos que este lugar estaría desierto.
¿Quién iba a decir que una escuela estaría repleta de zombis?
Pobre Alex, bromeó con eso justo antes de morir. Él estudiaba en
este lugar antes de que “los muertos caminaran de nuevo sobre la
tierra”, como señalaba el periódico. Dijo que siempre le parecía
cagado como se desplazaban los que estudiaban a las siete de
la mañana. Un caminar lento, arrastrando los pies y balbuceando
algunas palabras mientras se dirigían a sus clases. Mientras él los
veía desde el pasillo superior del edificio donde tomaba clase.
Alex estaba justo en ese mismo lugar mientras buscaba desde lo
alto donde protegernos. Veía hacia nosotros, nunca notó al par
de sarnosos que salieron de un salón y lo atacaron por la espalda;
lo arrastraron prácticamente al interior. Por sus gritos supimos
que había más de dos con él. Devorándolo. Arrancando su carne
de los huesos mientras se retorcía, disparaba y suplicaba al Todo-
poderoso por su vida.
No se tú, pero para mi eso también fue una ironía.
Bueno, como tus amigos van a tardar un poco más en regresar,
y eso si regresan, te contare desde el principio:
Nosotros pertenecemos, o pertenecíamos, a un grupo de re-
fugiados del Metro Aquiles Serdán. Ya sabes, se nos ocurrió ta-
piar las salidas y aprovechar que es una estación muy profunda.
Recuerdo que de niño decía que si alguna vez había un ataque
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entiendes del mismo modo que le entiendes al tipo más borracho
de la fiesta. ¿También lo has pensado verdad? ¿Crees que hay
palabras en esos quejidos? Bien, pues yo sé lo que dicen…
Hubo un momento en que teníamos a un grupo numeroso de
ellos sobre nosotros, hasta pensamos que de alguna forma sabían
que estábamos ahí y buscaban el modo de entrar por nosotros.
Fueron momentos muy angustiosos, podíamos escucharlos clara-
mente por los respiraderos, a veces hasta parecía que estaban
adentro, con nosotros. Por eso nadie quería estar cerca de los
túneles, pero nunca se abalanzaron sobre las puertas. Eso nos
tranquilizó. A los pocos días se iban esfumando, no sabíamos que
los alejaba, quizás la falta de alimento. Lo que sí sabíamos era
que mucha gente abandonaba la ciudad, eso estaba claro cuando
aun estábamos refugiados en mi edificio, pero eso tú lo sabes y no
tiene caso recordártelo.
Total, se decidió mandar a un grupo para conseguir la comida
y explorar la zona para el día de hoy. Fue un sorteo, nadie quería
abandonar la seguridad del nido. Bola de maricas. Solo dos nos
ofrecimos voluntariamente. Aparte de mí, un tipo al que apodamos
El Perro, un moreno malencarado, con tantas cicatrices como tatua-
jes, que llegó con uno de los grupos de los túneles y que juraba,
tenía tan buen olfato, que sabia cuando estaban cerca los zombis.
No se si el Perro lo hizo por valiente y ser un buen samaritano o
porque al igual que yo, quería que esta madre terminara rápido y
estar en primera fila cuando eso sucediera.
El resto del equipo lo formaron Ezequiel, un don que afilaba
cuchillos afuera de mi edificio, Dani, una edecán que trabajó en la
tienda departamental a donde nos dirigíamos, Guillén, un fresón
de Satélite que sólo Dios sabe como llegó con nosotros; Judith, una
lesbiana de enormes tetas y redondo trasero que vivía en uno de
los departamentos de mi piso y Alex, un chavito del que ya te di un
adelanto. Me dio un gozo cuando los nombres de cada uno de esos
cobardes fueron apareciendo en el sorteo. Pero fue un placer mayor
cuando el nombre del putito sateluco apareció en el papel.
Ese sorteo se hizo anoche. Teníamos pensado salir cuando los
rayos del Sol estuvieran a su máximo. Si, ríete. Sé que fue un pen-
samiento pendejo e infantil, porque de niños creemos que los mons-
truos solo salen de noche o en lugares oscuros. Como si fuéramos
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de carne putrefacta. Traía desgarrada la piel de su abdomen por
donde colgaban sus intestinos. Pese a su estado, se movía rápido
para forcejear hasta que uno alcanzó a meter la mano en su vientre
y tiró de él; enseguida hubo gran parte de sus órganos regados
a media calle y el agua de la lluvia que la cubría se tiñó de rojo.
Mientras seguía el forcejeo, el otro se tiró al suelo para degustar un
pequeño pedazo de carne negra. Fue entonces que don Eze corrió
hacia ellos, seguido por el Perro. Sólo fue necesario un golpe de
tajo con el hacha para decapitar al que se encontraba tragando
en el suelo. El Perro, aprovechando que estaban desprevenidos,
golpeó a los otros dos con la culata de la escopeta tan fuerte que
los derribó. Uno de ellos comenzó a dar manotazos en el aire, pero
dejó de hacerlo cuando su cráneo fue machacado a culatazos. El
otro zombi que se revolcaba en sus propios intestinos ni se inmutó,
pues devoraba su misma carne sin importarle nada más. Fue una
imagen grotesca, este monstruo que se comía así mismo jamás notó
que una de las hachas de don Eze caía sobre su cuello. Todo fue
tan rápido que un segundo después habíamos dejado atrás esa
calle y con ella la lluvia.
Unas cuantas calles más adelante, Alex giró hacia nosotros y
con una sonrisa maliciosa dijo: “Ya estamos cerca. Esa que esta
ahí era mi escuela, una calle más y habremos llegado.”
Y así fue, aunque su escuela me había dado escalofrió me sentí
más tranquilo cuando la pasamos. Así que les pedí que pasáramos
agachados por completo por el costado de los autos. Nadie se
negó, yo iba al final del grupo y delante de mí estaban Judith y sus
hermosas-bien-redondeadas-nalgas. Era imposible no verlas, esta-
ba agradecido por la vista. No fue difícil notar que tenia sangre
en su pantalón; no sé en que momento se habría manchado con
la sangre de aquel tipo, nunca la vi pasar sobre el charco sangui-
nolento. De hecho, nunca se acercó a los cuerpos. Su rostro aver-
gonzado me confirmo esto cuando le dije que estaba manchada,
solo se quito la sudadera y se cubrió con ella sin decir nada; no se
me había ocurrido que la sangre podría ser suya. Justo tenia que
brotarle “Carrie” en este día.
Finalmente lo conseguimos. Llegamos al estacionamiento de la
tienda y había sido más fácil de lo que habíamos creído, aunque
estábamos agotados nos sentíamos muy bien. Ya solo quedaba
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mi respeto. Además, no creí que esa imagen fuera algo que ten-
dría que ver Dani. ¿Ya te mencione que era yo quien traía a Dani
recargada sobre mi hombro, mientras con un brazo rodeaba su
cintura y con el otro apuntaba la calibre 45? Aunque iba cons-
ciente, parecía que en cualquier momento entraría en shock, cada
paso que dábamos temblaba y se ponía más y más pálida. Ya no
tenia caso seguirla cargando, pensé en dejarla ahí y correr lo mas
aprisa sin traer ese peso muerto.
Antes de decidirme, escuché gritar al viejo Ezequiel, quien de
alguna forma traía una cabeza sin cuerpo pegada a su brazo
derecho. Sacudió el brazo y un chorro negro comenzó a mojar su
camisa. Con la otra mano tomó la cabeza por el cabello y tiró de
ella para desprenderla. Tiras de piel iban de su carne a la boca
de esa cosa, antes de arrancarla por completo, fue derribado por
un par de zombis. Aún en el suelo, tomó fuerzas no se de donde
y sacó un enorme cuchillo de su bota con el cual dio batalla a
sus atacantes quienes cayeron decapitados. Pudo eliminarlos, pero
antes de ponerse de pie, varios más le cayeron encima. El viejo
siguió repartiendo golpes y estocadas hasta el final. Esto ocurrió a
unos cuantos metros delante de mí, y creo que sacó fortaleza para
que Dani y yo pudiéramos seguir avanzando.
- ¡Apresúrate! – me gritó el Perro. Estaba parado frente a una
reja. No era una salida, pero si un edificio bardeado dentro de la
misma escuela. Por la seguridad, era obvio que eran laboratorios.
En cuanto llegué a su lado dio dos tiros, soltó la escopeta y
ofreció sus manos como apoyo. Yo recargue a Dani en la pared y
escalé el muro con ayuda del Perro. Desde arriba comencé a dis-
parar, hasta que el Perro me ofreció el cuerpo casi inerte de Dani.
La tomé de sus brazos y jalé hacia arriba mientras el Perro volvía
a dar escopetazos. Como una respuesta, a lo lejos se escucharon
varios tiros, perdí el equilibrio y caí hacia atrás junto con Dani.
Fue un duro golpe, pero fue más doloroso escuchar la escopeta del
Perro echando tiros mientras se alejaba de la pared hasta que de
pronto dejó de escucharse. Tampoco escuché ningún grito.
Dani comenzó a retorcerse violentamente y murmuraba algo
que no entendía. Me arrastre para atenderla, pues temía que con
la caída se hubiera roto algo más. La tomé en mis brazos y empe-
zó a quejarse. Abrió los ojos y tenia una mirada indiferente. Como
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MIENTRAS TODOS DUERMEN
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No hay nada más terrible que, tras un día de agotador trabajo,
lo despierten a uno a las tres de la mañana de forma inesperada y
además por una pendejada. En casa vivo con mi hermano mayor,
Edgard, de dieciocho años, mi mamá y nuestro perro Spot quien
duerme a los pies de Edgard, y es que nuestro “lindo perrito” quiso
ir al baño algunas horas antes de lo acostumbrado y mi hermano
le abrió la puerta de atrás de la cocina y la dejó abierta, de veras
hay que ser…
Pues como a eso de las tres de la mañana, les decía, se levantó
mi mamá por un vaso con agua y lanzó un terrible alarido que
hizo que me levantara de golpe (y mi hermano, en la cama de al
lado, bien jetón, no entiendo como pudo despertarlo el perro pero
no los gritos de terror de mamá).
En fin, pues lo que pasa es que un zombi se metió a la casa,
¡puta madre, que pinche susto!, lo bueno es que los culeros son
más lentos que nada. El cabrón ya llevaba bastante tiempo muerto,
apestaba bien ojete y ya ni piel tenía, estaba totalmente gris, los
dientes le asomaban en una eterna sonrisa macabra y apenas si
tenía algo de pelo.
La ventaja es que cojeaba el muy puto, así que tomé el bate de
metal de mi hermano ¡Y que me lo agarro a chingadazos en la jeta
y en la cabeza, vaya que aguantaba el culero!, trató de agarrarme
más de una vez, pero Spot lo mordió de un pie por atrás y lo jaló, se
cayó al piso y ahí terminé de machacarlo, lo dejé hecho mierda.
Después tuve que sacarlo a la entrada de la casa para que se lo
llevara el de la basura mañana temprano, ¡y yo en chones, carajo!
Cerré bien la cocina, le di un beso a mi mamá en la mejilla
mientras se preparaba un té de Tila para los nervios, me fui a acos-
tar y ya que empezaba a conciliar el sueño que mi mamá pega
otro grito, ahí vamos de nuevo…
“¡Una cucaracha salió de la alacena!” Gritó desesperada.
¡Puta madre, me cae que mañana me reporto enfermo al trabajo!
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LAS AVENTURAS DE ROBBIE
Sexta Parte: Robbie y el bebé.
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Un anuncio espectacular de refresco de limón “Spring” (con
su respectivo logo de empresas GEC) con la imagen de un niño
“ñoño” trataba de convencer a los transeúntes que recorrían la ca-
rretera a los Ángeles que era la mejor bebida para el camino, de-
bajo de éste, un automóvil había chocado matando a un matrimo-
nio joven. Él murió en el acto cuando una barra del mismo anuncio
espectacular le había atravesado la cabeza pasándole por el ojo
izquierdo, impidiendo así que resucitara y ella quedó prensada;
tardó un poco en morir, pero menos en “levantarse”, estaba entre
su asiento y el frente del auto, había perdido su brazo derecho y
el izquierdo había formado parte de un amasijo de metal, ya tenía
más de tres horas de haber “resucitado” y con desesperación y
hambre trataba inútilmente de zafarse de su estado.
Milagrosamente, a tres metros del accidente, el bebé de la pa-
reja lloraba desconsolado, sin comprender que ocurría, apenas y
tenía cuatro meses y medio y quería el pezón de su mamá, pero
nadie parecía hacerle caso.
Robbie acababa de comer, había encontrado a un motociclista
agonizando entre los restos de su moto a unos metros antes del auto
(él mismo había provocado el accidente y al igual que la mujer, se
fusionó con su vehículo), Robbie se lo comió y continuó andando.
En eso, Robbie se encontró al bebé y como estaba satisfecho en
ese momento recordó a su perrito, el bebé le inspiró mucha ternura
y lo levantó entre sus brazos; el pelo de la criatura era rubio, como
el de la mujer que veía siempre que terminaba de comer y que le
impulsaba a caminar hacia el oeste.
El bebé empezó a llorar ante el putrefacto olor de Robbie, pero
éste seguía deambulando como el zombi que era, con la mirada
perdida en el horizonte.
Pasaron varias horas, el bebé no dejaba de llorar mientras el
recuerdo de la mujer de la rubia cabellera se desvanecía poco a
poco, al igual que el sol se ocultaba en el horizonte. Finalmente la
noche se apropió de la carretera y Robbie tuvo hambre una vez
más, sintió al suave bebé entre sus manos y lo levantó para darle
un jugoso mordisco…
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¡¡¡VIVA MÉXICO CA…. ZOMBIS!!!
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Siempre que me encontraba a mi compadre Filemón nos ponía-
mos una borrachera como cuando teníamos dieciocho años, pero
con el paso del tiempo, tanto él como yo ya no aguantábamos mu-
cho; poco a poco las épocas de parrandas se fueron haciendo más
distantes, ya no tan seguidas como antes, podríamos decir que era
por la edad o porque nos volvíamos más responsables; para ser
francos, no fue esa la razón por la que disminuimos nuestra bebe-
recua, sino que como el D. F. se fue a la chingada, pos como que
las ganas de celebrar también. Ya saben a que me refiero, desde
el día en que los malditos zombis empezaron a aparecer en la
ciudad todo se fue al demonio, aunque al principio no fue una mo-
lestia tan grande, ya que nunca creí que los zombis arreglarían el
trafico del periférico, las horas pico ya no existían ya que más de
la mitad de la población se volvió zombie, al ver con la facilidad
con la que nos movíamos en el D.F nadie se quejó por la presencia
de “Ellos”, ya que por ser tan lentos los podíamos esquivar de ma-
nera rápida, y luego con la idea que tuvieron en Tepito de vender
sexo servidoras zombis… ¡no, pos terminamos amándolos, mejor
dicha amándolas! Claro, cortándoles las manos y poniéndoles un
bozal – digo, por eso de las mordidas –, podríamos tener a las
viejas mas buenas que uno se imaginaba, desde luego, con su res-
pectivo varo para conseguir a la que querías, incluso se creó una
ley de trafico de zombis para evitar que de pronto secuestraran a
las viejotas para morderlas por un zombi para que después te la
vendieran y después… ¡a coger se a dicho!; dándole con ganas,
ya que como legalmente estaban muertas el único delito que come-
tías era la explotación de cadáveres y ese es un delito menor por
lo que se convertía en un deleite. Y a estas alturas del partido no
le importaba ya a nadie.
Después, cuando fueron demasiados se tuvo la grandiosa idea
– claro de un diputado no se si del PRD o del PRI o que chingados
importa eso – de meterlos a todos en Chapultepec, como estaba
cercado y de por si a la gente ya le daba miedo entrar al bosque,
pos que se clausura y a meter a los canijos “mordelones” ahí.
¡Que lastima, como extraño el remar y el viaje en globo!, en fin,
cada vez que una pasaba por afuera de Chapultepec los veíamos
deambulando de aquí por allá.
Para poderlos recolectar y llevarlos a todos se creó una nueva
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CUANDO ALGO MÁS MURIÓ - ¡¡¡VIVA MÉXICO CA... ZOMBIES!!!
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cosa nueva me encontraba, como no había nada nuevo de ahí fui
a la Alameda Central de la que ya casi no quedan árboles por-
que hace unos meses se quemaron para detener a unas cuantas
“Marías-zombi” que se juntaron de pronto ahí, tal vez recordando
de forma inconsciente que los domingos tenían que ir a “gatear”
con sus albañiles y soldados.
Al estar ahí me acordé de mi nueva compañera, ¡nombre! a
pesar de ser una zombi aún mantenía su cuerpazo firme y toda-
vía olía a su crema de noche, yo creo que no tenia mucho que la
“mordieron” por que su piel se conservaba tibia, digo, no caliente
como un ser vivo sino como todos los muertos vivientes con tempe-
ratura media, nunca entendí bien porque pasaba eso; al principio,
cuando comenzaron a aparecer hubo varios científicos queriendo
explicar su origen y como llegaron al D.F. incluso hubo uno que
harta risa me dio ya que presentó su “Teoría de la propagación
del zombi”, me acuerdo bien porque fue una enorme idiotez su
explicación, ya ni me acuerdo de su teoría pero el titulo nunca se
me olvidó, tenía que ver desde con extraterrestres pasando hasta
por la ira de Dios y no se que tanta mafufada más.
De veras que los mexicanos si que nos adaptábamos a todo,
aún teniendo zombis, ya que el otro día vi una manifestación de
mordelones sobre la avenida Juárez; no imagino por que un zombi
haría una manifestación ¿que pedirían, más sesos y carne?, incluso
vi algunos de ellos deambulando por el Ángel de la Independencia
como si celebraran el triunfo del Tri, equipo de fútbol que tenia ya
mas de tres años que no existía, bueno ninguno en realidad.
Sobre las paredes los grafitos también habían cambiado, ya
no veías imágenes de el Che, bueno no exactamente, ya que lo
que si vi es uno que decía “¡¡¡Viva Zapata zombie!!!”. ¡Cabrones
mexicanos, no cambiamos de verdad!, aún en estos días el humor
negro seguía saliéndonos.
Cuando empezó a caer la tarde me regresé a mi casa ya que te-
nia que pasar a la “Comer” para comprar el mandado; la Comer es-
taba vacía invariablemente en estos días, compré lo de siempre, todo
enlatado, ya que el servicio de luz era muy pero muy defectuoso,
había días en que la luz se cortaba y no teníamos electricidad por lo
que la comida enlatada tenia que ser la obligada para que aguante
hasta que se restablecía el servicio; de regreso de las compras que
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Pero se puso, ya que al otro día me despidieron, ¡de veras que no
lo entiendo! ¿Cómo era posible que me corrieren diciendo que había
recorte de personal?, ¿Cómo podían despedirme los hijos de su…
Pero ni modo, no quedaba más que buscar otra chamba, pero
antes me fui a chingar el tequila que guardaba para celebrar con
mi compadre Filemón por la adquisición de mi vecina, pero como
ya no tenía a ninguno de los dos, pos me la tuve que echar solo.
Al otro día fui a ver donde encontraba trabajo y con la falta de
gente el encontrar otra chamba no fue difícil, sobre todo si no te
da asco o miedo recoger los restos de cadáveres para enterrarlos
y con ello tratar de evitar la peste a muerte que hay en varias calles
de la ciudad como la de Moneda y Corregidora que se han con-
vertido en tiraderos de cadáveres por lo que hay que limpiarlos y
llevarlos a los contenedores para incinerarlos, cosa muy común en
estos días ya que algunos los utilizan para calentar algunas casas
de la gente que tienen bajos presupuestos y que no pueden pagar
por gas para calentar los alimentos o para iluminar las calles cuan-
do se pierde el suministro de energía.
Como imaginaran, hay ocasiones en que te encuentras a un
“mordelón” todavía activo y si te pescaba un mordisco te chinga-
bas, por lo que en estos empleos siempre necesitaban personal,
pero también era una labor que realizabas solo un tiempo, digo,
para no estártela jugando en lo que encontrabas uno mejor y esta-
ble, estos si que eran trabajos temporales.
A las dos semanas de estar de recolector encontré un trabajo
dentro de una empresa de fabricación de armas, cosa que se
imaginaran se siguen vendiendo mucho, así que adiós a los
malditos montones de cadáveres y hola a los ingresos altos; y
créanme no les exagero, que en la época de vacas flacas que
al parecer estábamos pasando, con un mes de trabajar en la
fabrica de armas tenia el dinero suficiente para comprarme otra
“muñeca”, aunque no creo encontrarme otra como la que tenia;
en fin, a ver que me encontraba en mi centro de distribución
favorito en Tepis.
Como tenia tiempo que no venia a comprar nada me friquié
al ver que ya no había tantos puestos como antes, que de por si
ya eran pocos… Ver las calles tan vacías cuando antes era casi
imposible pasar caminando por aquí, ahora tenias todo el espacio
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CUANDO ALGO MÁS MURIÓ - ¡¡¡VIVA MÉXICO CA... ZOMBIES!!!
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la sabiduría sino una típica platica de hombres, ya saben, cosas
como ¿cuántas viejas tienes?, ¿y con cuántas te has acostado?,
¿cuánto aguantas chupando? y de lo que tus hijos han logrado,
cosa que me excluía ya que yo era el único que no tenia hijos,
bueno, ni siquiera estaba casado y todos mis nuevos compañeros
ya lo estaban; su compañía me hizo sentir tan bien y los chistes
misóginos fueron geniales, a tal grado de confianza me sentí que
estuve a punto de contarles sobre mi palidita, pero antes de decir
una palabra uno de ellos comentó que vio a una persona compran-
do una de las sexy zombis y comenzaron los comentarios todos en
contra de la compra de éstas, por lo que me reservé el comentario
acerca de mi pálida.
Las horas pasaron y las visitas al baño también, cuando terminó
la reunión cada uno se fue a su casa y a mi casi se me olvida en la
cantina el uniforme que conseguí hacía unas horas ya que la tenia
guardada en mi mochila y ésta la dejé debajo de la mesa donde
estábamos chupando. Me regresé corriendo y la encontré a tiempo
antes de que el mesero se la llevara, ¡que susto me metí yo solo,
ya que la creía perdida!
Cuando llegue a mi casa me recibieron los quejidos de mi pá-
lida, ya que sus dientes eran mas agudos que los de la vecina y
rompieron el bozal que le puse para que no hiciera ruido, cuando
estaba quitándole los restos del anterior tocaron a mi puerta, cuan-
do me asomé por la perilla me di cuenta que era mi otra vecina,
la vieja señora Rodríguez, una viuda metiche, que como su marido
fue miembro del ejercito, ella se creía la cuidadora de todo el
barrio y además era la más chismosa de toda la cuadra, seguro
escuchó los lamentos y venia a ver que pasaba, el problema era
que si se daba cuenta que tenia una sexy zombi no tardaría en
comunicarlo a la PGR y entonces me chingarían, ¡no quería que
me la quitaran y me multaran, no tenia dinero para eso, así que
tuve que actuar rápido!
Primero le cubrí la boca de nuevo y fui a atender a la señora
Rodríguez, como supuse, escuchó los ruidos y quería saber que pa-
saba, le conté que un gato se metió a mi casa y se quedó atorado
en la reja de la ventana y el pobre animal estaba medio muerto
y medio destajado, cosa que le produjo mucho asco y se fue, así
pude por fin quedarme a solas de nuevo.
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Después de comer un poco y darme un baño fui con mi prenda
a la lavadora y después a la secadora para poder usarla con mi
niña-mujer zombi, la falda le quedó bien pero la blusa un poco
apretada de los senos ya que no esta diseñada para cubrir pechos
tan desarrollados, los botones le quedaron a presión, cosa que me
éxito mucho, no le quité la falda, sólo se la subí y como no le puse
ropa interior el fetiche me puso como nazi frente a Hitler, o sea bien
firme; con un suave movimiento la blusa se le abrió dejando ver sus
pechos y con la falda enredada en su cintura fue como si me cogie-
ra a una colegiala con un cuerpo de una vieja de veinticinco años,
esto me éxito mucho y nada más le puse lubricante a su vagina
comencé a cogérmela; estaba tan excitado y con los gemidos apa-
gados que hacia por el hecho de tener hambre y no poder comer le
daba el efecto de que gemía por placer que me provocó un orgas-
mo de manera muy rápido pero dándome unos minutos de descan-
so pude continuar, esa noche me la cogí como cuatro veces.
Al otro día las piernas me dolían, necesitaba descansar ya que
además con sus quejidos no me dejó dormir, pero ni modo, había
que trabajar; el día se me hizo eterno, y cuando por fin salí del
trabajo lo único que quería era irme a dormir. Y fue lo que hice.
Así continuaron los días hasta que empezó a descomponerse y
a oler mal mi palidita, tenia que remplazarla; fui por mi pistola y le
volé los sesos, después fui a tirarla al callejón de la esquina.
Con los demás muertos que había por la calle tanto tirados
como caminando nadie se percató de otro más. Después de que
la deje me daba comezón entre los testículos, pensé que me había
irritado por tanto sexo que había tenido, así que me di un descan-
so para adquirir una nueva muñeca, pasaron los días y vi como el
D.F. poco a poco se estaba vaciando cada vez más, y más zombis
aparecían en la calle.
Después de tres semanas de no tener sexo ya estaba listo para
comprar a otra de mis compañeras, así que me fui a Tepito; cuan-
do llegué me percaté que había una redada, como unos sesenta o
cien polis sitiaban la calle que quedaba de vendedores de Tepito,
algunos llevaban arrestados a los que me vendieron a mis dos mu-
ñecas y otros estaban disparándoles a las sexy zombis que estaba
amarradas en el piso y en los tubos de las puestos que estaban ya
soldados firmemente en el piso.
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LAS AVENTURAS DE ROBBIE
Última Parte: Robbie llega a su destino
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La ciudad de los Ángeles estaba amurallada, ningún “Levanta-
do” podía entrar en ella, los zombis se agolpaban al muro que la
rodeaba tratando inútilmente de comer por asalto.
Robbie llegó poco después de haberse comido al bebé, así que
no tenía hambre en ese momento, deambuló por los alrededores
mirando el sol, su piel ya era totalmente gris, sin labios, cojeaba
y una mano era prácticamente inservible, su peste era realmente
nauseabunda, pero eso a él no le importaba, miró al sol que se
ocultaba lentamente y continuó siguiéndolo, como había hecho
desde siempre, viendo en su dorado destello a la mujer que una
vez amó en vida.
Sin proponérselo se alejó de los demás zombis, deambuló por
unos suburbios abandonados. El pasto de afuera de cada casa
estaba seco ya en unas casas y en otras era maleza en que otras
criaturas habían reclamado como su hogar. Robbie era una man-
cha roja en medio del pavimento, un blanco fácil si algún francoti-
rador hubiese estado ahí para dispararle.
El sol estaba ya apunto de ocultarse cuando escuchó una voz
detrás de él.
“¿Robbie?”
Y volteó lo más rápido que pudo y ahí estaba ella, Stella lo
miró con ojos llorosos, apenas y si podía distinguir el rostro de su
esposo por las lágrimas y por primera vez Robbie hizo algo que no
había hecho desde que se había levantado, empezó a recordar y
a murmurar, a pesar de la falta de labios: ¿Stella?
Ella, catatónica, lo abrazó; salía de la ciudad con una patrulla
todos los días buscando sobrevivientes y aunque le habían dicho
que nunca estuviera sola, en esa ocasión se desprendió del grupo
de búsqueda, no le importó, era su hombre que finalmente regresa-
ba, Robbie la abrazó y ella clavó su rostro en su pecho, solo unos
segundos después Stella se empezó a percatar del aroma de su
marido y finalmente lo miró al rostro llena de terror.
Pero Robbie tuvo hambre una vez más…
FIN
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SOBRE LOS AUTORES
DE ESTA ANTOLOGÍA...
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ARTURO ANAYA (NIÑO RUFFIAN)
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VICENTE CABRERA
Creció leyendo todo material fantástico que cayera entre sus ma-
nos e imitando los dibujos que veía en las historietas, motor que
lo impulso a estudiar Diseño de la Comunicación Gráfica. Desde
que vio El retorno del Jedi a los 7 años, quedo fascinado con la
experiencia cinematográfica y desde entonces procura pasar cada
fin de semana sentado en una butaca. Miembro fundador del club
Arkham y editor de la revista Fantasci. Para él, la fuente de la eter-
na juventud sería mucho más rica si el vital elixir fuera vodka.
NASH GAARDER
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ARMANDO HERNÁNDEZ ESCOBAR
IGNACIO LORANCA
140
JUAN ANTONIO ONTIVEROS
ERICK TEJEDA
141
CARLOS WILFREDO TREJO
ÁNGEL ZUARE
142