Si bien la salud es un derecho básico para la humanidad, cada sociedad
decide la organización de su sistema de salud. Como bien lo constatamos en el documental SICKO (Michel Moore, 2007), las diversas culturas poseen enormes brechas respecto a la concepción y uso de este derecho universal. En consecuencia, cada organización social responderá a sus necesidades de salud en función de su organización política, económica y social. Sin embargo, desde ya, y a partir de lo expuesto por Moore, advertimos las discrepancias y efectos sociales que conlleva la administración y gestión de la salud pública en desconocimiento de otras culturas que lo podrían hacer mejor; esto a la luz del sistema de Salud Pública de Estados Unidos en manos de asociaciones privadas, a diferencia de otros sistemas de salud en manos del Estado en países como Canadá, Inglaterra, Cuba o Francia.
Ahora, si pensamos que cada sociedad debe gestionar la organización de
su sistema de salud es claro que también, y de la mano, debiera haber regulación externa a cada organización, respecto del cumplimiento de la aplicación de una Gestión del servicio sanitario interno de cada país, y en función de no vulnerar los derechos básicos de las personas; ya sea, en cuanto a la efectividad y funcionamiento de los servicios sanitarios, la calidad de atención sanitaria y la percepción de los usuarios de la salud pública. De lo contrario pueden ocurrir negligencias en el trato urgente con las personas vulnerables de cada sociedad, principalmente aquellas que son parte de una sociedad en que la Salud está en manos de sistemas privados maniobrados a favor del lucro; como así se baten millones de personas entre su condición de salud y los seguros médicos que rechazan a potenciales y costosos riesgos entre su clientela en los Estados Unidos. A un Estado que permita o traiga ciego andar a este tipo de irregularidades, no podríamos sino sugerir la condición de un Estado de alerta, puesto que no es saludable con lo que lo constituye: el patrimonio humano. Respecto a los derechos básicos de la sociedad, las distintas culturas no deben centrarse ni cerrarse en mantener sus propios modelos de acción cuando estos no son efectivos. Estas deben aprender a observar y rescatar las fortalezas de otras culturas en función de las propias debilidades. Por ello, creemos precisa tareas de la envergadura de una Reforma de Salud como la que pretende Barack Obama en Estados Unidos, puesto que demuestra la madurez de los gobiernos en cuanto a que logran una regulación necesaria en el balance posible entre sus capacidades de cobertura y necesidades poblacionales. Esta, entre otras cosas, pretende mantener el acceso a la atención médica a aquellos que les es rechazada por su condición, ya sea de desempleado, cambio de empleo o de ciudad y enfermedades preexistentes; la creación de una aseguradora pública; y el otorgar mayor poder al Estado para regular a las aseguradoras privadas y así, este, velar por sus ciudadanos. Práctica que, en el fondo, en algunas características es similar a la chilena, por ejemplo en cuanto al FONASA donde se dirige un porcentaje de los ciudadanos a paliar los costes de salud de los chilenos sin un ánimo de lucro; versus las compañías privadas de aseguradoras médicas como las ISAPRES que representarían el caso de las intenciones lucrativas tras la necesidad de la estabilidad en salud. Dicha reforma apuesta por lo siguiente: Acceso universal a la salud, sin exclusiones, la creación de un fondo público (aseguradora pública como FONASA en Chile) y la creación de un ente regulador de la transparencia y eficacia de las aseguradoras. En resumen, lo que propondría Barak Obama iría en función de restar poder al sector privado en favor de otorgar mayores conductos de control y poder al Estado en temas que están en armonía y competen a los ciudadanos como parte del Estado y no como entes privados aparte del mismo.
Así, nosotros creemos que siempre que se trate de necesidades básicas en
relación con su cobertura en la población de una cultura determinada, esta debe estar en manos del único ente que velará siempre por el patrimonio humano de cada sociedad, a saber, el Estado. De otra forma, dígase privadamente, ocurrirán fracasos en la aplicación y respuesta de políticas públicas puesto que estarán atravesadas por el interés lucrativo y ostentoso poderío que terminarán por desvirtuar el aval que la cuna estatal debiera asegurar para sus ciudadanos – hablando de necesidades básicas como: vivienda, salud, alimentación y educación. Particularmente en salud, una gestión saludable en cuanto a la administración de Salud Pública sería la promoción de políticas preventivas en pro del cuidado de las personas y no negociar con estas lo que merecen por naturaleza. A este decir podemos traer sobre la mesa ejemplos como el chileno en que la discusión en boga respecto a temas de salud pública se enfoca generalmente el tareas preventivas y no puramente de cobertura; aunque, si bien existen problemas respecto a la eficacia-efectividad de la cobertura, en términos temporales, la población tiene un acceso asegurado a la atención médica; sea por un mínimo coste o por la pudiente condición de otros Estados desarrollados. Aún así, podremos inferir que el Estado chileno no se quedará atrás en estos temas. Como bien lo muestran los índices de salud Chile adquiere con mayor firmeza un perfil epidemiológico de país desarrollado, pero ahora faltaría tomar carta y actuar en conjunto con dicho perfil, actuar como país desarrollado y asegurar la cobertura de necesidades básicas en la población. Y como mencionábamos al comienzo, si cada sociedad decide la organización de su sistema de salud, es plausible reconocer e incluir que esta organización no debe vulnerar los derechos universales de la gente y que, un diseño de tal, debe efectuarse con madurez. Es decir, debe ser capaz de detectar las propias y externar fortalezas y debilidades para lograr un mejor equilibrio. AUTORES: Manuel Bravo y Christopher Rauld