Sei sulla pagina 1di 305

Colección

Escuela de
oración

ANDREA GASPARINO

MAESTRO,
ENSÉÑANOS A ORAR

Curso de iniciación a la oración

EDITORIAL CCS
Título de la obra original: Maestro insegnaci a pregare
Elle Di Ci, Leumann CTurín) 1993.
Traducción de Jesús Carilla.

© 1993. Andrea Gasparino. © 1995. EDITORIAL CCS, Alcalá,


164 / 28028 MADRID
No está permitida la reproducción total o parcial de este
libro, ni su tratamiento informático, ni ta transmisión por
cualquier medio, ya sea electrónico, mecánico, por
fotocopia u otros métodos, sin el permiso previo y por
escrito de los titulares del Copyright.
Fotografía de portada: José Luis Mena.
ISBN: 84-7043-816-6
Depósito legal: M-139-1995
Imprime: CAMPILLO NEVADO, S.A. - 28019 MADRID
Presentación

En estos últimos años en Italia, el P. Gasparino y el


Movimiento Contemplativo Misionero «Padre de
Foucauíd» se han convertido para muchos jóvenes en
punto seguro de referencia. Y no sólo para los jóvenes,
sino para cuantos se preocupan por la formación
espiritual de las nuevas generaciones, especialmente los
sacerdotes, religiosos y educadores de la fe.
Un tema, sobre todo, parece central en el camino
espiritual trazado y propuesto por el Padre Gasparino: la
educación y el gusto por la oración. Sus emisiones de
radio y sus publicaciones han dado a conocer por todas
partes la experiencia de oración del Centro «Padre de
Foucauíd».
Cualquier «novedad» del Padre Gasparino es
esperada y acogida como un regalo por muchísimos
jóvenes y educadores.
Es un verdadero regalo el que ofrecemos con la
publicación de este libro.
Cierto que no es una «novedad» en sentido absoluto.
En este libro vuelven, no podía ser de otro modo, los
temas preferidos del Padre Gasparino
Sin embargo se trata de un libro «nuevo» en la
estructura, el planteamiento de fondo y la articulación
de sus partes. No tiene nada de «tratado» (aun-

-5-
que los aspectos teóricos y generales sobre la oración se
evocan ampliamente). Se trata más bien de una
propuesta de «ejercicio» de oración en el que se aprende
a orar sobre todo «orando».
Un libro y un método que a alguno podrán parecer
demasiado exigentes: pide tiempo, continuidad y, sobre
todo, resolución y constancia. No podía ser de otro
modo: el Padre Gasparino no se contenta con introducir
en el atrio de la oración, invita decididamente a entrar
en el santuario de la oración, donde se encuentra a Dios
en el silencio, en el alejamiento del mundo, en el
reconocimiento de nuestra pobreza y de nuestra absoluta
necesidad de la gracia de Dios.
En la Introducción el Padre Gasparino traza bre-
vemente las sencillísimas, pero exigentes, líneas del
método: son una preciosa clave para la lectura del libro.
Los resultados dependen, además de la gracia de Dios,
de una firme fidelidad a tal método.
No nos resta sino desear que todos los que tomen en
sus manos este libro descubran, o redescubran, el gusto
de la oración y se dejen arrastrar por la magnífica
aventura de hacer de su propia vida un continuo,
intenso, laborioso y gozoso «coloquio» con el Dios
vivo.
El Editor

-6
Introducción

EL MES DE ORACIÓN

Orar es un don grande y exigente. La cuestión no es


aprender unas nociones: la oración es vida. Pero en un
mes se pueden poner los cimientos de un serio
comenzar.
Estas son las cosas que nos urge aconsejar:
• Quien se decide a comenzar el mes de oración debe
comprometerse a no hacer las cosas a medias: debe
dedicar a la oración, al menos, una hora cada día.
• No basta teorizar acerca de la oración, hay que
esforzarse en orar. Por eso proponemos dedicar cada día
media hora a la teoría y media a la práctica. Hay que
saber algunas cosas para orar bien, pero es urgente
practicar todo lo que cada día se aprende.
• El inconstante, el que no se siente con ánimo de
hacer este camino intensivo de un mes, mejor que
espere: ya le vendrá el momento. Dios quiere hacer a
todos el regalo de la oración.
• Hemos dividido el curso en cuatro semanas con
estos temas progresivos:

-7-
• Primera semana: Ja importancia de la oración.
• Segunda semana: /a oración vocal.
• Tercera semana: /a oración de escucha.
• Cuarta semana: /a oración del corazón.
• Cada semana está dividida en siete capítulos,
correspondientes a cada día de la semana.
• Cada día se propone una invocación sacada de un
salmo, para repetir con frecuencia durante el día, para
mantener vivo el clima de oración.
• Cada día se propone un salmo como oración para un
momento de calma, casi siempre apropiado al tema del
día.
• Se sugiere la oración de los salmos, por ser oración
«inspirada» y para, poco a poco, introducir al gusto de la
oración litúrgica.
• Quien hace de guía en el mes de oración debe
obviamente haber experimentado el método perso-
nalmente, antes de proponerlo a otro. Es bueno que, al
acabar el mes, se invite al que lo ha hecho a
proponérselo a otro o a otros con los que repetir la
experiencia. Se aprende enseñando. No tenemos derecho
a mantener para nosotros los dones de Dios.
Este curso de iniciación a la oración es fruto de
treinta, años de experiencia en nuestras «escuelas de
oración».
El que lleva una persona a la oración se acerca
directamente a Dios. Pensamos que hoy no existe
problema más urgente que éste. Es urgente para todos,
para los jóvenes y los adultos.
María, la Madre del Señor, anime vuestra resolución
y vuestra constancia.

-8-
PRIMERA SEMANA

LA IMPORTANCIA
DE
LA ORACIÓN
____]]____
Necesidad de la oración

«Orad para que no caigáis en fa tentación. E¡ espíritu


está pronto, pero la carne es débil» (Mt 26,41).

Jesús habló mucho de la oración


Habló con palabras y con hechos. Casi cada palabra
del Evangelio es una lección sobre la oración. Cada
encuentro de un hombre o una mujer con Cristo se
puede decir que es una lección de oración.
Jesús había asegurado que Dios responde siempre a
una petición hecha con fe: su vida toda documenta esta
verdad. Jesús responde siempre, aun con un milagro, al
hombre que recurre a él con un grito de fe: el ciego de
Jericó, el centurión, la cana-nea, Jairo, la hemorroísa,
Marta, la hermana de Lázaro, la viuda que llora a su
hijo, el padre del muchacho epiléptico, María en Cana.
Son todas páginas maravillosas acerca de la eficacia
de la oración.
Además Jesús ha dado verdaderas lecciones sobre la
oración.

-11-
Nos enseñó a ahorrar palabras cuando oramos, no le
va el verbalismo vacio:
«Cuando recéis no seáis palabreros como los
paganos, que se imaginan que por hablar mucho les
harán más caso...» (Mí 6,7).
Nos enseñó que no hemos de rezar para hacernos
ver:
«Cuando recéis, no hagáis como los hipócritas...
para exhibirse ante la gente» (Mt 6,59).
Nos enseñó a perdonar antes de la oración:
«Cuando os pongáis en pie para orar, perdonad, si
tenéis algo contra alguno, para que también vuestro
Padre que está en los cielos, os perdone vuestra
ofensas» (Me 11,25).
Nos enseñó a ser constantes en la oración:
«...que tenían que orar siempre y no desanimarse»
(Le 18,1).
Nos enseñó a rezar con fe:
«Todo /o que pidáis a Dios con fe lo recibiréis» (Mt
21,22).

Jesús recomendó mucho la oración


Jesucristo recomendó la oración para hacer frente a
las luchas de la vida. Sabia lo que nos pesan ciertos
problemas. Por nuestra flaqueza nos ha recomendado la
oración:
«Pedid y se os dará; buscad y hallaréis; llamad y se
os abrirá. Porque todo el que pide, recibe; el que busca
halla y al que llama, se le abrirá.
¿O hay acaso alguno de vosotros que al hijo que le
pide pan, le dé una piedra; o si le pide un pescado, le
dé una culebra?

-12-
Si, pues, uosoíros, siendo ma?os, sabéis dar cosas
buenas a nuestros hijos, ¡cuánto más vuestro Padre que
está en los cielos dará cosas buenas a los que se las
pidan!» (Mt 7,7-11).
Jesús no nos ha enseñado ha esquivar los problemas
refugiándonos en la oración. Lo que nos dice de la
oración hay que entenderlo dentro de su enseñanza
global.
La parábola de los talentos dice claro que el hombre
debe hacer rendir todos sus recursos y, que si entierra
uno solo de sus talentos, se hace responsable delante de
Dios.
Cristo reprueba también al que se refugia en la
oración para rehuir su obligación. Ha dicho:
«No todo el que me diga: "Señor, Señor", entrará en
el Reino de los Cielos, sino el que haga la voluntad de
mi Padre celestial» (Mt 7,21).

Jesús nos mandó orar


para defendernos del mal
Dijo Jesús: «Pedid que no caigáis en la tentación»
(Le 22,40).
Cristo nos dice que en determinados trances de la
vida hemos de rezar, que sólo la oración nos libra de la
caída. Tristemente muchos no se dan cuenta hasta que
no se ven en la ruina. Tampoco lo entendieron los doce
que se durmieron en vez de rezar.
Si Cristo ha mandado rezar, señal de que la oración
nos es indispensable. No se puede vivir sin oración: hay
situaciones en que no basta la fuerza del hombre, no
resiste su buena voluntad. Hay

-13-
momentos en la vida en que el hombre, si quiere
sobrevivir, tiene necesidad del encuentro directo con la
fuerza de Dios.

Jesús nos ha dado un


modelo de oración: el
«Padre nuestro»
Nos ha enseñado así el esquema válido de orar como
él quiere, para todos los tiempos.
El «Padre nuestro» es por sí mismo un instrumento
completo para aprender a rezar. Es la oración más usada
por los cristianos: cerca de 850 millones de católicos,
450 millones de protestantes, 200 millones de ortodoxos
rezan esa oración casi cada día.
Es la oración más conocida y más difundida, pero
también es una oración maltratada, porque se la
entiende poco. Es un centón de hebraísmos que habría
que explicar e, incluso, traducir mejor. Pero es una
oración admirable. La mejor de todas las oraciones. No
es una oración para decir, es una oración para meditar.
Incluso, deberíamos tenerla, más que como una oración,
como una guía y pauta de nuestra oración.
Si Jesús quiso enseñarnos expresamente cómo
hemos de rezar, si nos a ofrecido una oración compuesta
por él mismo para nosotros, es señal clara de que la
oración es algo importante.
El Evangelio dice que Jesús enseñó el padrenuestro
rogado por sus discípulos, quizá impresionados por el
tiempo que Jesús dedicaba a la oración y por la
intensidad de su misma oración.
Dice San Lucas:

-14-
«Estando él orando en cierto lugar, cuanto terminó,
le dijo uno de sus discípulos: "Maestro, enséñanos a
orar, como enseñó Juan a sus discípulos". El les dijo:
"Cuando oréis decid: Padre..."» (Le 11,1).

Jesús pasaba noches en oración


Jesús dedicaba mucho tiempo a la oración. ¡Y tenía
tantas cosas que hacer! Las gentes hambrientas de
instrucción, enfermos, pobres que lo asediaban, venían
de toda Palestina..., pero Jesús se retiraba a orar.
«...se levantó, salió y fue a un lugar solitario donde
se puso a orar» (Me 1,35).
Y hasta noches enteras pasaba en oración:
«Por aquellos días se fue él al monte a orar, y se
pasó la noche en la oración de Dios» (Le 6,12).
Para él la oración era tan importante que escogía
cuidadosamente el lugar, el tiempo más conveniente,
apartándose de cualquier otra ocupación.
"...subió al monte a orar» (Me 1,35). «...tomó consigo a
Pedro, Juan y Santiago y subió al monte a orar» (Le
9,28).
«De mañana, cuando todavía estaba muy oscuro, se
levantó, salió y fue a un lugar solitario, donde se puso a
orar» (Me 1,35).
Pero la estampa más conmovedora de Jesús en
oración es la de Getsemaní. Es el momento de la lucha.
Jesús invita a todos a rezar y él se sumerge en
angustiosa oración:
«Y adelantándose un poco, cayó rostra.^^tie-rra, y
se puso a orar...» (Mt 26,39). r

r:-- _-i5-
«Se acercó a los discípulos. Los encontró ador-
milados... Se apartó por segunda vez y oró diciendo...
Al volver los encontró otra vez dormidos. Los dejó, se
alejó de ellos y oró por tercera vez...» (Mt 26,42).
Jesús ora en la cruz. En la desolación de la cruz reza
por los otros:
«Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen»
(Le 23,34).
Ora gritando su terrible soledad:
«Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abando-
nado?» Reza el salmo 22, la plegaria del piadoso
israelita en los momentos difíciles.
Jesús muere rezando: «Padre, a tus manos enco-
miendo tu espíritu». Es el salmo 31.
Con estos ejemplos de Cristo, ¿es posible tener en
poco la oración? ¿Podrá el cristiano descuidarla? ¿Podrá
vivir sin rezar?
Una contraprueba de la necesidad de la oración Sin ella
no es posible la vida cristiana. El cristiano no se
mantiene en pie sin oración. Lo confirma la experiencia
cotidiana de todos.
La caridad que Jesús nos manda no es posible sin la
fuerza de la oración:
«Este es mi mandato: que os améis unos a otros
como yo os he amado» (Jn 15,12).
Nadie es capaz con sus solas fuerzas de cumplir este
mandamiento. Y es ésta la señal del cristiano.
El mandamiento de la caridad nos supera, implica
toda nuestra existencia: pensamientos, palabras, obras.
Es superior a las fuerzas del hombre. Ningún héroe es
capaz de cumplir este mandamiento de

-16-
Cristo con constancia y hasta el fondo como quiere él.
Los hombres que rezan, sí. Los santos son la prueba,
porque el hombre que reza ha aprendido a utilizar en su
vida la fuerza de Dios.

Dos testimonios
Son palabras de dos hombres bien dignos de ser
oídos.
Alexis Carrel, premio Nobel por sus estudios
fisiológicos, ha escrito: «El influjo de la oración en el
espíritu y en el cuerpo es tan demostrable como la
secreción glandular. Como médico he visto hombres
superar la enfermedad y la depresión a través del
esfuerzo sereno de la oración cuando toda medicina
resultaba inútil...».
Y añade: «La oración es un acto de madurez
indispensable para el completo desarrollo de la per-
sonalidad, la última integración de las facultades más
íntimas del hombre. Sólo orando nosotros logramos la
unidad completa y armoniosa del cuerpo, de la
inteligencia y del alma, que robustece la estructura del
hombre».
William Parker, el psicólogo que se dedicó a
demostrar desde el punto de vista científico la eficacia
de la oración en el hombre, llegó a esta conclusión: «La
oración es el medio más importante para la
reconstrucción y rehabilitación de la personalidad del
hombre».
Como conclusión de sus experimentos escribió un
famoso libro para demostrar que «la oración puede
cambiar tu vida en cualquier situación en que te.
encuentres, a cualquier edad».
-17
EJERCICIO PRÁCTICO
DE ORACIÓN
• Dedica al menos media hora a este ejercicio.
Escoge el momento en que tu mente esté descansada y
serena.
• Elige un lugar adecuado: un lugar recogido en
casa, una iglesia silenciosa, si puedes ponte delante de
la Eucaristía, de un crucifijo u otra imagen sagrada.
• Ponte de rodillas con el busto erguido y los brazos
relajados. También tu cuerpo debe orar, si no distraerá
tu oración.
• Divide la media hora en tres partes: si organizas
bien tu tiempo, la oración te será más fácil.
• Concéntrate en la presencia del Espíritu Santo en
tí: «Sois templo del Espíritu Santo, el Espíritu habita en
vosotros», dice San Pablo de los cristianos.
• Dedica diez minutos a un diálogo sencillo, cordial
con el Espíritu Santo. Preséntale el problema que más te
pesa. Si quieres, repite de cuando en cuando:
• «Ven, Espíritu creador».
• «Ven, padre de los pobres».
• «Ven, luz de los corazones».
• Dedica otros diez minutos a escuchar. Vuélvete a
Jesús, lee y vuelve a leer con toda atención las palabras
de Jesús que se te han propuesto.
• Dedica diez minutos de atención al Padre: el Padre
te envuelve en su amor, habita en ti.
• Jesús ha dicho: «Si alguno me ama guardará mi
palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él y
haremos morada en él» (Jn 14,23).

-18-
Quédate en silencio, intenta ayudar tu concentración
diciendo de cuando en cuando. «¡Padre! ¡Padre mío! Te
quiero amar sobre todas las cosas».
Y decide hacer algo hermoso por Dios después de la
oración.
• Reza lentamente un Avemaria para que la Virgen
interceda por ti y te consiga la gracia de aprender a orar.
ORACIÓN
POARA LA JORNADA
Sé tenaz en orar lo más posible durante el dia, llena de
oración todos los momentos que te dejen libre tus
ocupaciones. Pide con frecuencia: «Maestro, enséñame a
orar».

Salmo 138
Señor, tú me sondeas y me conoces;
me conoces cuando me siento o me levanto, de
lejos penetras mis pensamientos;
distingues mi camino y mi descanso, todas mis sendas
te son familiares. No ha llegado la palabra a mi lengua,
y ya, Señor, te la sabes toda. Me estrechas detrás y
delante, me cubres con tu palma. Tanto saber me
sobrepasa, es sublime y no lo abarco. gAdónde iré lejos
de tu aliento, adonde escaparé de tu mirada?... Ni la
tiniebla es oscura para ti, la noche es clara como el día.

-19-
Estoy a la puerta
llamando
«Mira que estoy a ¡a puerta llamando, si uno
me oye y me abre, entraré en su casa y
cenaremos juntos» (Ap 3,20).

«Entraré en su casa...»
Es interesante el contexto de este texto del
Apocalipsis: es parte de la séptima carta que el Señor
dicta para el Ángel de la Iglesia de Laodicea. Las
primeras frases de la carta son muy duras:
«Conozco tus obras y no eres ni frío ni caliente.
Ojalá fueras o frío o caliente, pero como estás tibio y no
eres ni frío ni caliente, voy a escupirte de mi boca».
Y después sigue:
«A /os que yo amo los reprendo y los corrijo: sé
ferviente y enmiéndate» (Ap 3,19).
¿Qué hacer en la tibieza cuando el fervor se ha
desvanecido culpable y totalmente? El único remedio es
precisamente la oración cordial y renovada.

-20-
La tibieza es un mal tremendo porque ciega. Puede
uno llegar a decir: «Soy rico, no tengo necesidad de
nada».
No hablamos de la tibieza ya incurable, cancerosa;
hablamos de los «períodos de tibieza», cuando seguimos
al Señor sin ánimo, de mala gana.
¿Qué hacer? Hay un remedio: la renovada oración
del corazón.
La tibieza le repugna al Señor, la expresión del
Apocalipsis es fuerte: me da vómito. La cosa es
gravísima. Pero hay remedio y es fácil: ¡la oración del
corazón!
El Señor nos dice que se preocupa del tibio. ¿Qué
hace? «Estoy a la puerta llamando».
El Señor llama con la desazón, el remordimiento, la
incomodidad, hasta incluso con el asco de uno mismo.
Dios llama. No hay que tardar: ¡voy y le abro!
Abrir al Señor que llama es el arrepentimiento.
Cuando se tiene el valor de decir: soy un pecador, es el
momento en que estamos acercándonos a la puerta para
abrir.
En la tibieza la primera reacción es lamentarse. No.
La primera reacción ha de ser el arrepentirse, reconocer
el propio pecado e invocar piedad a gritos.
Sin sinceridad, nuestra puerta está atrancada para
Dios. La sinceridad y el arrepentimiento la abren de par
en par, y Dios entra. No basta el inquieto descontento
¡se requiere el arrepentimiento!
¿Y qué hace el Señor? «Entraré en su casa y
cenaremos juntos». Es el principio de la intimidad, de la
amistad, de la nueva vida.

21-
Naturalmente que, si viene a cenar, habrá que
preparar la mesa. El arrepentimiento no es cuestión de
palabras, es cuestión de cosas concretas.
Pero el invitado no viene con las manos vacías;
lo suyo es siempre dar.
Podemos decir que es él quien llena la mesa: su amor
es tan grande que lo que nosotros aportamos resulta
ridiculo ante los regalos que él nos trae.
Y comienza la fase profunda de la oración del
corazón: estamos con él, gozamos de su presencia, le
damos gracias, le escuchamos, nos sentimos felices. Nos
dejamos amar.
¿También pedimos? Sí, y sobre todo la fidelidad de
hoy. «Dame un corazón grande y generoso», para hoy,
porque para mañana ya vendrá la oración de mañana.
Nuestro amor ha de hacerse concreto. Si el
arrepentimiento era verdadero, el don de la conversión
está pronto. Seamos realistas: pidamos la conversión de
hoy, no la de mañana.
La oración del corazón que se hace conversión para
hoy es la más segura, la decisiva.
Hay un arrepentimiento «según Dios»: confiar.
Y un arrepentimiento «según el diablo»: torturarse
rumiando ensimismado.
No hay pecado que no pueda ser reparado, cuando
Jesús ha pagado por nosotros.

Los tres resortes


Podríamos decir que la oración se maneja con tres
resortes. Aprende a rezar quien sabe activarlos bien.

- 22 -
1. El primer resorte es la humildad que me
gusta describir así: aceptar la verdad de nosotros
mismos como primer acto de oración.
Ponernos ante Dios como somos, no como desearíamos
^ ser: sinceros, en nuestra situación concreta, con una
sinceridad hasta tosca, profunda, sin medias tintas, sin
máscara, presentarnos ante Dios tal como somos.
No olvidemos la importante lección de Jesús cuando
contó la parábola del fariseo y del publica-no en el
templo. Notémoslo: el pobre publicano no promete nada
a Dios, no tiene ni siquiera ánimos para levantar los
ojos, sólo se confiesa pecador. No hace más, acepta y
presenta a Dios toda su miseria, como el mendigo que
presenta a los transeúntes sus harapos... Y sucede el
milagro.
No hace falta mucho para conmover el corazón de Dios,
parece decir Jesús, le basta tu sinceridad, basta que te
quites el antifaz y Dios te colma de su gracia.
No temas perder tiempo en este trabajo de disposición a
la oración: no es que te dispongas a rezar, ya haces
verdadera oración, pues ya es amor. Los otros dos
resortes son abrirse al amor de Dios y amar.
2. Hemos hablado de la oración como amor, pero antes
hemos de hablar más detenidamente de la necesidad de
que te des cuenta del amor que Dios te tiene.
Diría que es el resorte decisivo. Si es fuerte tu
convicción de que Dios te ama personalmente,
constantemente, sinceramente, fielmente; si es firme tu
convicción de que Dios te ama, aunque tú no
correspondas (pero fíjate, ha de ser una convic-

-23-
ción profunda, no una idea peregrina que te ha pasado
por la cabeza); si de veras estás convencido del amor
que Dios te tiene, entonces la oración brota espontánea,
sin esfuerzo.
¡Dios me quiere! Es el punto focal de la oración,
punto focal que debe cambiar en fuego tu relación con
El.
Las personas con oración débil o enferma no han
comprendido aún que Dios les ama, o lo han entendido
muy superficialmente.
Debéis luchar con todas las fuerzas para construir en
vosotros esa convicción. Se precisa no poco esfuerzo...
Entender que Dios nos ama es como entrar en la
realidad profunda de Dios, en el corazón de Dios.
Los medios más sencillos son dos: la acción de gracias y
la Palabra de Dios leída en clave de amor.
Acción de gracias. Construios vuestro gimnasio,
escoged los momentos precisos de la jornada para
entrenaros: al levantaros por la mañana, viajando,
cuando el trabajo manual os lo permita. El gimnasio
endurece los músculos del atleta, el ejercicio sistemático
del agradecimiento hará que toda vuestra jornada sea
una acción de gracias. «Dad gracias a Dios en toda
circunstancia, porque esto quiere Dios de vosotros
como cristianos» (1 Tes 5,18).
Pablo exigía esta actitud a los primeros cristianos, a
los paganos recién convertidos. Ponía alto el listón del
vivir cristiano.
La Palabra de Dios ayuda, y mucho, a pensar en el
amor de Dios.
Pero hay que corregir un defecto de lectura muy
común. Estamos demasiado acostumbrados a leer la

24-
Palabra de Dios sólo en clave moralista. Es un grave
error. Hay que aprender a leerla en clave de amor.
¡Nos hemos de acostumbrar a leer la Palabra con
lectura tridimensional Es muy interesante. Se hace asi.
Primera dimensión. La lectura tal como suena, hecha
con fe, con veneración, con la máxima atención,
ayudándonos de introducciones y notas. No os
aventuréis nunca a leer sin la ayuda de un experto,
inteligente y lleno de fe.
Segunda dimensión. Leer de nuevo preguntándonos
qué nos dice esa página acerca del amor de Jesús por
nosotros, por mí.
Tercera dimensión. Volver a leer preguntándome qué
me dice esta página acerca del amor del Padre.
Toda página de la Escritura es una lección sobre el
amor de Dios, pero quien no aprende a leer el amor, se
queda analfabeto en amor.
Quien no hace este esfuerzo será sólo un turista de la
Palabra. El oro está debajo, está hondo: sólo el que
profundiza lo descubre.
3. Viene, por fin, el tercer resorte: jamar!
¿Cómo se ama en la oración? Difícil de decir, quizá
todo consiste en algo sencillísimo, todo está en aprender
a ofrecernos a Dios.
De esto hablaremos detenidamente cuando entremos
en lo vivo de la «oración del corazón».
La oración bien estructurada debe pasar a través de
tres etapas de maduración:
- curar la oración vocal;
- llegar a la oración de escucha;

-25-
- orientarse a la oración de amor (oración del
corazón).
En síntesis: el camino de la oración pasa por tres
tramos:
- hablar (oración vocal),
- escuchar (oración de escucha),
- responder (oración de amor).

EJERCICIO PRÁCTICO
DE ORACIÓN
• Dedica al menos media hora a tu oración, escoge el
lugar adecuado, y la hora mejor, ponte de rodillas, haz
rezar a tu cuerpo: te ayudará a rezar.
• Divide el tiempo en tres partes: cuanto más
organices tu oración, más fácil te resultará y será mayor
el fruto.
• El primer espacio (diez minutos) conságralo al
Espíritu Santo presente en ti. Pregúntate, pregunta al
Espíritu, cuál es la última falta que has cometido.
Presenta tu arrepentimiento al Espíritu Santo.
Después puedes orar asi: «Espíritu Santo, Espíritu
de verdad, haz ¡a verdad dentro de mí».
• Después dirige a Jesús tu atención: ejercítate en la
oración de escucha. Vuelve a leer con gran atención el
texto propuesto del Apocalipsis. Repite una y otra vez:
«Habla, Señor, que tu siervo escucha».
Recuerda que arrepentirse significa cambiar. Pide
luz a Jesús: «Señor, ¿cuál es el primer paso de mi
conversión?».
Y toma una decisión clara y precisa para hoy.

-26-
• Después vuélvete al Padre. Haz silencio. Busca
sólo quedar en su presencia y amarlo.
Procura repasar los dones de la jornada y repite:
«/Gracias, Padre!».
Después repasa los dones más grandes que has
recibido en la vida y di: «¡Padre mío, mi todo!».
• Acaba con el Avemaria dicho atentamente
pidiendo el gusto por la oración y la perseverancia.

(om(£^
[?a^\ ^ MW\W
Todos sabemos «dar las gracias», pero lo hacemos poco
con Dios. Procura hacerlo hoy en tus momentos libres.
«Padre, por Jesucristo, te doy gracias».
En un momento de recogimiento medita este salmo:

Salmo 138
Señor,
tú has creado mis entrañas
me has tejido en el seno materno.
Te doy gracias
porque me has escogido portentosamente,
porque son admirables tus obras;
me conoces hasta el fondo...
Cuando en lo oculto me ibas formando,
tus ojos veían mis acciones,
se escribían todas en tu libro,
calculados estaban mis días
antes que llegara el primero.

27-
/Qué incomparables encuentro tus designios, Dios mío, qué
inmenso es su conjunto! Señor, sondéame y conoce mi
corazón, mira si mi camino se desvía, guíame por el camino
eterno.

«La oración es un bien excelso, es una


comunión intima con Dios, debe salir del
corazón, debe florecer continuamente, noche
y día. , ,,. ;,: ; :
Es luz del alma,
verdadero conocimiento de Dios,
mediadora entre Dios y el hombre;
es un ansia de Dios, es un inefable
amor producto de la divina gracia».
San Juan Crisóstomo

28-
Orar es amar
«Padre, que no se haga mi voluntad,
sino 1a tuya» (Le 22,42).

Pero... ¿qué es orar?


Hemos de preguntárselo a Cristo, que es el maestro de
oración. Nadie puede responder mejor.
La luz sobre la esencia de la oración hemos de
buscarla en la revelación. Debemos escrutar la Palabra
de Dios: todo maestro cristiano ha aprendido allí.
Quizá el camino más rápido para entender la esencia
de la oración en el pensamiento de Cristo sea éste:
examinar la oración-modelo que Cristo nos enseñó, el
Padrenuestro y, partiendo de allí, entender qué es la
oración.
He aquí las observaciones que saltan a la vista
apenas nos acercamos al Padrenuestro.
Es una oración de amor.
El Padrenuestro está formado por siete peticiones,
cada petición es un acto de amor. Véannoslo desde más
cerca.

-29-
• Padre nuestro:
Jesús nos presenta la oración como una relación
amorosa de un hijo con su padre.
• Santificado sea tu nombre:
Padre, que tu persona sea acogida, bendecida, amada
por todos.
• Venga a nosotros tu reino:
Padre, habita, reina en el corazón de cada uno de los
hombres.
• Hágase tu voluntad en la tierra como en e¡ cielo:
Padre, que nuestro amor sea práctico, modelado en
el de Cristo: «Que no se haga mi voluntad, sino la
tuya».
• Danos hoy nuestro pan de cada día:
Padre, danos el alimento material y espiritual, a mí y
a todos mis hermanos.
• Perdona nuestras ofensas como también nosotros
perdonamos a los que nos ofenden:
Padre, perdónanos y dispon nuestro corazón al
perdón de nuestros hermanos.
• No nos dejes caer en la tentación:
Padre, guárdanos del peligro de traicionarte,
queremos amarte con todas las fuerzas.
• Líbranos del mal:
Padre, líbranos de todo lo que nos aparta de tu amor.
No hay duda. Si Jesús nos ha dado este modelo de
oración, la oración debe ser amor.

-30
Orar es amar. Es la primera y quizá la más
importante definición de la oración según la enseñanza
de Jesús.

Miremos a Cristo en oración


A lo mejor estudiando a Cristo en oración logramos
entender algo más sobre la esencia de la oración.
• ORAR ES TAMBIÉN PEDIR
Jesús, en Getsemani pide, implora, suplica:
«Padre, si quieres, aparta de mí este cáliz. Sin
embargo, que no se haga mi voluntad, sino la tuya».
Jesús en la cruz suplica y pide:
«Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen»
(Le 23,34).
También el salmo 22 que Jesús reza en la cruz es una
dolorida oración de súplica: «Dios mío, Dios mío, ¿por
qué me has abandonado?» (Mt 15,34).
La oración más larga que conocemos de Jesús es la
de la última cena. Es la oración de la unidad. Es también
una oración de petición.
Por tanto, del ejemplo de Jesús, hemos de concluir
que rezar es dirigirnos a Dios como Padre, pidiéndole lo
que necesitamos.
• ORAR ES TAMBIÉN AGRADECER
Cuando los apóstoles vuelven de su primera misión
evangelizadora, Jesús ora así:
«Bendito seas, Padre, Señor de cielo y tierra,
porque, has escondido estas cosas a ¡os sabios y
entendidos y se las has revelado a la gente sencilla;

-31-
sí. Padre, bendito seas, por haberte parecido eso bien»
(Mí 11,25-26).
Jesús, por tanto, ora agradeciendo.
Cuando se dice que, en la multiplicación de los
panes, Jesús «elevando los ojos al cielo pronunció ¡a
bendición» (Mí 14,19) quiere decir el evangelista que
Jesús dijo la oración de acción de gracias sobre el pan,
tal como hacían los judíos antes de la comida.
La oración de acción de gracias era práctica
constante entre los judíos. Las madres enseñaban a sus
pequeños a no comer ni una oliva sin dar gracias a Dios.
Jesús, educado en la genuina piedad hebrea, seguía las
normas religiosas de los piadosos israelitas.
• HOJEEMOS LA ESCRITURA
La Biblia está llena de hombres de oración. De sus
labios y de su conducta podemos aprender qué es la
oración.
Ante todo en la Biblia hay un libro entero de ora-
ciones. Es el libro de los Salmos que recoge 150 ora-
ciones. Es el libro oficial de la oración de Israel. Con-
tiene plegarias antiquísimas. Es oración inspirada.
El libro de los Salmos puede darnos mucha luz
acerca de lo que es la oración. Podemos catalogar en
cuatro clases los 150 salmos bíblicos:
- salmos de alabanza y agradecimiento;
- salmos de adoración;
- salmos de petición;
- salmos penitenciales.
La Biblia, este maravilloso libro inspirado, nos dice
que la oración, no sólo es pedir y no sólo es

-32
dar gracias y alabar; también es adorar e implorar
perdón.
Es también interesante examinar los grandes
personajes de la Escritura mientras oran: también de sus
palabras podemos recabar luz acerca de la oración.
Moisés ora así:
«Desiste de tu indignación, renuncia a hacer mal a
tu pueblo. Acuérdate de tus siervos Abra-hán, Isaac e
Israel a quienes juraste por tí mismo:
Multiplicaré vuestra descendencia como las estrellas
del cielo y toda esta tierra se la daré a vuestra
descendencia» (Ex 32,12-13).
«Perdona la culpa de este pueblo por tu gran
misericordia, ya que lo has traído desde Egipto hasta
aquí» (1^1 m 14,19).
David adora a Dios así:
«Tú eres grande, Señor. No hay nadie como tú, no
hay Dios fuera de ti» (2 Sam 7,22).
Salomón ora:
«Señor.. soy un muchacho que no sé valerme...
enséñame a escuchar para que pueda gobernar a tu
pueblo y discernir entre el bien y el mal» (1 Re 3,7).
Y Salomón adora así:
«¡Señor, Dios de Israel! Ni arriba en el cielo ni
abajo en la tierra no hay un Dios como tú, fiel a la
alianza... Si no cabes en el cielo, ¡cuánto menos en este
templo que he construido! Día y noche estén tus ojos
abiertos sobre este templo, sobre el sitio donde quisiste
que residiera tu nombre. Escucha la oración de tu
siervo y de tu pueblo Israel cuando recen en este sitio;
escucha tú desde tu morada, escucha y perdona» (1 Re
8,23-30).

-33-
Judit se dirige a Dios con estas palabras:
«Tú eres el Dios de los humildes, socorredor de los
pequeños, protector de los débiles, defensor de los
desanimados, salvador de los desesperados. Sí, sí, Dios
de mi padre, Dios de la heredad de Israel, rey de toda la
creación, escucha mi súplica. Haz que todo tu pueblo
vea y conozca que tú eres el único Dios, Dios de toda
fuerza y de todo poder, y que no hay nadie que proteja
a la raza israelita /ueradeíi»(Jdt9,ll-14).
Isaías implora asi:
«Señor, tú eres nuestro padre, nosotros la arcilla y
tú el alfarero: somos todos obra de tu mano. No te
excedas en la ira, Señor, no recuerdes siempre nuestra
culpa: mira que somos tu pueblo» (Is 64,7-8).
En la Biblia también se encuentra la oración del
silencio, como la oración de Ana, madre de Samuel.
En conclusión, repasando la Biblia podemos
concluir que la esencia de la oración es hablar con Dios
de la forma más natural y espontánea como surge de la
situación en que el hombre se encuentra: el que se
siente pecador, implora perdón; el que alegre, le
expresa su agradecimiento; el que sufre, invoca auxilio;
el que contempla la grandeza y la bondad de Dios, lo
adora.
La oración es una relación íntima, viva, sincera,
profunda con Dios. Relación que se expresa con gestos
y palabras, o más sencillamente, con el silencio.

-34-
EJERCICIO PRÁCTICO
DE ORACIÓN
• Comienza haciendo bien la señal de la cruz:
como envolviendo todo tu ser en el amor de la
Santísima Trinidad.
• Dedica media hora, elige bien el lugar y la mejor
hora, póstrate de rodillas que así rezará también tu
cuerpo.
• Los primeros diez minutos conságralos al Espíritu
Santo, concéntrate: está presente en tí. Cierra los ojos,
piensa sólo en él que es «e/ amor de Dios derramado en
nuestros corazones» (Rm 5,5). Pídele amor. Pídele con
fervor saber amar a Dios con todas las fuerzas, saber
amar a las personas que no amas bastante.
• Dedica un tiempo a Jesús y haz oración de escucha.
Toma en las manos el texto del Padrenuestro y vete
preguntando: «Jesús, ¿qué quieres decirme con esta
palabra?».
• Los diez últimos minutos están reservados para el
Padre que te envuelve en su amor y te es «más intimo
que tu misma intimidad» como dice San Agustín.
Ama en silencio. Si estás contento en su presencia,
estás amando. Cuanto menos palabras necesites, más
progresas en la oración. Al final ofrécele, en prenda de
amor, una resolución precisa para cumplir lo más pronto
posible en ese día.
• Termina con un Avemaria bien rezado pidiendo el
don de aprender a rezar.

35
@^€^[N)
m^\ ^ .0@W\©A
Debes acostumbrarte a repetir durante la jornada una
oración breve y fervorosa. Hoy podría ser esta: «¡Padre, que
yo te ame con todas mis fuerzas!».
El shemá es la oración que Jesús rezaba tres veces al día
volviéndose hacia Jerusalén. Era lo que para nosotros es el
Padrenuestro. Muchos hebreos avanzaron a la muerte en la
persecución cantando esta oración. Apréndela de memoria.

«Escucha, Israel,
el Señor nuestro Dios es solamente uno.
Amarás al Señor tu Dios con todo el corazón,
con toda el alma, con todas las fuerzas.
Las palabras que hoy te digo quedarán en fu
memoria,
se las inculcarás a tus hijos
y hablarás de ellas estando en casa y yendo de
camino,
acostado y levantado.
Las atarás a tu muñeca como un signo,
serán en tu frente una señal;
las escribirás en las jambas de tu casa y en tus portales».
(Deuteronomio 6,5-9)

-36-

Arrepentirse
^
«No basta decirme: ¡Señor, Señor! para
entrar en el Reino de Dios; no, hay que
cumplir la voluntad de mi Padre del cielo»
(Mt 7,21).

La oración de arrepentimiento
El problema fundamental de mi existencia es éste:
hacer la voluntad de Dios, esto es, ser como él me
quiere.
En concreto, es quitar de mi vida todo lo que le
desagrada, modelando mi vida en absoluta fidelidad a
los planes de Dios.
Para llegar a eso, es preciso que yo me conozca
profundamente a mí mismo, que me quite todo antifaz,
que rectifique todo lo tortuoso que hay en mí.
En un palabra: debo conocerme para convertirme. Es
una exigencia del amor, una etapa que debo alcanzar, si
quiero ser fiel a la voluntad de Dios. Asi se inicia la
oración de arrepentimiento.

- 37 -
Una exploración de mí mismo
Debo hacer la verdad dentro de mi mismo, si quiero
conocerme y quiero corregirme. Hay en mí tantas zonas
de sombra, rincones oscuros a los que no llega nunca mi
mirada o por complicidad, o por ingenuidad, o por
costumbre. Rincones que, si no me decido a explorar,
hacen inútil cualquier voluntad de conversión.
La oración debe ser ante todo un pacto de honradez
conmigo mismo. Debe ayudarme a ver de frente mis
males, para reprobarlos y ver el modo de corregirlos.
La oración, relación íntima filial con Dios, se me
concede precisamente para esto: para llegar a ser como
Dios quiere que sea.
Con la ayuda de la psicología intentemos iluminar
los males que arrastramos dentro.
El hombre no es un ser armónico. En nosotros hay
un triple principio que, para la felicidad del hombre,
debería conjuntarse y, en cambio, demasiadas veces está
en contraste disonante.
Está la esfera biológica, la realidad física, el cuerpo,
que hace como de corteza de los tesoros más profundos
del hombre.
Está la esfera psíquica, que hace como de puente
entre el cuerpo y el espíritu.
Está la esfera espiritual, la parte más elevada del
hombre, la sede de su dominio interior y exterior, su
tesoro más valioso, el principio por el que piensa, quiere
y ama.
Dejemos a un lado los males y condicionamientos
físicos, esto es, los obstáculos que actúan desde

-38-
lo exterior del hombre. No es que no tengan
importancia, pero de por sí, no dañan la conducta moral
del hombre ante Dios.
Examinemos en cambio los males que afectan la
psique y los que insidian la esfera espiritual. Son males
muy preocupantes, porque condicionan nuestro
comportamiento moral, nuestra conducta respecto a la
voluntad de Dios.
Nos atrevemos a afirmar que mientras estos males
no nos sean bien conocidos, nunca nuestra oración
estará bien fundamentada, porque no afrontaremos los
problemas de fondo, esto es, nuestro práctico
comportamiento ante la voluntad de Dios.
Son estos males, ante los que fácilmente contem-
poralizamos, los que bloquean nuestra libertad y nos
impiden la fidelidad a Dios. Estos males han de ser el
primer objeto de nuestra oración. En ellos anidan todas
nuestras mezquindades y nuestras traiciones.
Sobre ellos hay que actuar con la oración. A partir de
alli puedo emprender una maduración espiritual
auténtica, una verdadera conversión a Dios.

Cinco demonios
Comencemos por los males que acechan nor-
malmente la psique.
El psicólogo William Parker afirma que nuestra
psique está asediada por cinco males que él se atreve a
llamar demonios. Son como cinco focos infecciosos.
Son males molestos, opresiones contra las que el
hombre pone en acción sus mecanismos de defensa unas
veces consciente, otras inconscientemente.

-39
La primera victoria contra estos males es desen-
mascararlos, la segunda descubrir los mecanismos de
defensa, a veces demasiado ingenuos con que nos
defendemos de ellos, y buscar otros mecanismos
eficaces.
Los cinco males son: el odio, el miedo, el sentido de
culpa, el sentido de inferioridad y el victimismo.
William Parker llega a afirmar que todos los males
que perturban nuestra psique y nos causan graves
problemas de sufrimiento tienen su origen en estos
cinco focos de infección.
Naturalmente nosotros reaccionamos. El principio de
conservación nos obliga a ello. Pero muchas veces los
instrumentos de defensa son inadecuados. La defensa a
veces se reduce a apartar imaginativamente el mal, sin ir
a la raíz del problema.
Estos son nuestros principales mecanismos de
defensa: la negación del mal, la racionalización, la
proyección del mal a otros, la reacción violenta y, por
tanto, irracional.
Frecuentemente nuestros mecanismos de defensa son
tan inadecuados que los males nos afectan hasta
físicamente con efectos nocivos en nuestro cuerpo.
William Parker los ha analizado así: depresión
psíquica, ansiedad, desórdenes psicosomáticos.
En sus pacientes ha notado que estos transtornos han
llegado a producir úlceras, asma, hemicra-nias, artritis,
cardiopatías.
Si no atacamos las raices de estos males que
amenazan nuestra psique, inútil combatir los síntomas.
La oración tiene esta fuerza: controlar los males
profundos de la psique. William Parker lo ha

-40-
demostrado científicamente a través de experimentos de
gran seriedad científica y espiritual.
Comencemos pues desenmascarando los males que
más nos molestan, nos hacen infelices y nos cortan el
camino para ser lo que ante Dios debemos ser. He aquí
algunos test sencillos y bastante completos para un
trabajo serio de conocimiento de nosotros mismos.
• ODIO
¿Cultivo sentimientos de venganza cuando me siento
ofendido?
¿Critico sistemáticamente a los demás? ¿Me
considero superior a los demás?
¿Disfruto cuando sobreviene una desgracia a algún
vecino?
¿Siento satisfacción cuando otro queda eviden-
temente mal?
¿Me impaciento ante los semáforos? ¿Me irrito
contra los conductores imprudentes?
¿Me impongo autoritariamente al que es más débil
que yo?
¿Me gusta tener gente que me esté sometida?
¿Disfruto humillando, poniendo a los otros «en su
sitio»?
¿Culpo de mis dificultades a los otros?
¿Tengo la convicción de que los otros la tienen
contra mí?
¿Sospecho de que los otros se rían de mí, que me
critiquen, que no me aprecien?
¿Tengo prejuicios racistas? ¿Soy
suspicaz, envidioso?

-41-
¿Encuentro fácilmente fallos en el comportamiento
de los otros?
¿Soy propenso al sarcasmo?
¿Me muestro agresivo en pensamientos, palabras,
actitudes?
¿Soy intolerante ante opiniones distintas de las
mías?
• MIEDO
Como primera reacción, ¿me echo atrás cuando se
me encarga algo?
¿Me siento tentado de dejar para mejor ocasión, o de
renunciar sin más a una intervención en la que me
expondría a quedar mal?
¿Me siento cohibido ante los superiores o personas
importantes?
Cuando se me oponen, ¿prefiero callarme a exponer
serenamente mi parecer?
¿Tengo miedo de depender de otros?
¿Rehuso colaborar con otros?
¿Prefiero arreglármelas solo?
¿Quedar mal ante los demás, me representa un
drama?
¿Busco siempre el apoyo de los otros? ¿Necesito la
radio o la TV para poderme distraer? ¿Me horroriza
el futuro? ¿Soy supersticioso? ¿Imagino desgracias y
sufro por las que podrían
sobrevenirme a mi o a los míos?
• SENTIDO DE CULPABILIDAD
¿Temo que haya algo en mí que no haya sido
perdonado?

•42-
¿Hay en mi pasado algo que no me he atrevido a
confesar a nadie y que trato siempre de apartar de mi
pensamiento?
¿Hay temas sobre los que en absoluto no quiero
pensar ni quiero tratar con nadie?
¿Busco el anonimato cuando estoy con otros? ¿Lo
procuro también cuando estoy solo?
¿Hago o advierto estar haciendo cosas que son
contrarias a mis convicciones o a mi naturaleza?
¿Tengo frecuentemente dudas sobre mi respon-
sabilidad moral?
¿Me agitan los escrúpulos en mi vida moral?
¿Temo continuamente haber dañado a mis prójimos?
• SENTIDO DE INFERIORIDAD
¿Prefiero estar solo a estar con los demás?
¿Me encuentro inquieto delante de los demás, o
demasiado reservado?
¿Temo ser poco apreciado, desestimado? ¿Hablo con
frecuencia de injusticias, agravios verdaderos o
imaginarios que recibo o he recibido?
¿Me comparo siempre con quien hace las cosas
mejor que yo?
¿Tengo la costumbre de quejarme del trabajo, de las
personas, las ocupaciones, las situaciones?
¿Me quejo de no recibir la consideración que
merezco?
¿Pienso con frecuencia en mis méritos? ¿Hablo a
menudo de ellos?
¿Pienso que soy una persona poco afortunada y poco
dotada?

- 43 -
Los males del espíritu
Pero para conocernos a nosotros mismos no
podemos pararnos aquí. Después de los males que
afligen la esfera psíquica del hombre, hay que examinar
los males que atacan directamente el mundo del espíritu.
Podríamos decir que toda la vida del espíritu
humano se despliega en estas tres operaciones:
pensar, querer, amar.
Operaciones del espíritu que nosotros generalmente
las referimos a la mente, voluntad y corazón.
Estas tres admirables facultades elevan al hombre
sobre todo, constituyen su suprema grandeza. También
en estas altas zonas el hombre tiene sus luchas. Dios nos
ha hecho asi. Pero nos ha dado también los medios para
combatir.
La oración es el más poderoso de los medios. La
oración es el reconstituyente más profundo del espíritu
con el que el hombre vigoriza la mente, la voluntad y el
corazón para llegar a ser lo que Dios quiere que seamos.
Podríamos decir que los males fundamentales del
espíritu humano son la irreflexión o falta de
concentración, la debilidad de la voluntad y la insu-
ficiencia e inconstancia del amor.
Son tres males muy graves, porque amenazan los
tesoros más grandes del hombre.
Podríamos casi decir que si estos tres males que
amenazan la mente, la voluntad y el corazón desa-
parecieran, quedarían eliminados en gran parte todos los
males de nuestra psique. Es más: los males de la esfera
psíquica se crecen precisamente

-44-
apoyados en nuestra distraída reflexión, en la voluntad
débil y en nuestro escaso amor.
¿Qué papel tiene en todo esto la oración? Debe curar
nuestra irreflexión, fortalecer nuestra débil voluntad,
sanar el corazón poco generoso.
¿Quién no ve que nuestra vida depende casi por
entero de la fuerza de nuestro pensamiento, de la
energía de nuestra voluntad, del empeño de nuestro
amor?
¿Quién no sabe que el santo no es más que un
hombre con fuerte capacidad de reflexión, fuerte
capacidad volitiva, fuerte capacidad de donación?
Convertirnos con la fuerza de Dios.
En el fondo, sólo es esto la oración de arrepenti-
miento. La oración es el instrumento de conversión.
Sólo con la fuerza de Dios podemos esperar
convertirnos. La fuerza de Dios, normalmente, nos
viene con la oración.

EJERCICIO PRACTICO
DE ORACIÓN
• Comienza haciendo bien la señal de la cruz. Al
tocar la frente consagra al Padre toda tu capacidad de
pensar. Al tocar el pecho consagra tu corazón a Cristo.
Al tocar los hombros consagra tu obrar, tu voluntad al
Espíritu Santo.
• Debes acostumbrarte a la oración trinitaria:
toda oración litúrgica es trinitaria, sin embargo los
cristianos somos lentos en aprenderla y practicarla.

-45-
Los moles del espíritu
Pero para conocernos a nosotros mismos no
podemos pararnos aquí. Después de los males que
afligen la esfera psíquica del hombre, hay que examinar
los males que atacan directamente el mundo del espíritu.
Podríamos decir que toda la vida del espíritu
humano se despliega en estas tres operaciones:
pensar, querer, amar.
Operaciones del espíritu que nosotros generalmente
las referimos a la mente, voluntad y corazón.
Estas tres admirables facultades elevan al hombre
sobre todo, constituyen su suprema grandeza. También
en estas altas zonas el hombre tiene sus luchas. Dios nos
ha hecho así. Pero nos ha dado también los medios para
combatir.
La oración es el más poderoso de los medios. La
oración es el reconstituyente más profundo del espíritu
con el que el hombre vigoriza la mente, la voluntad y el
corazón para llegar a ser lo que Dios quiere que seamos.
Podríamos decir que los males fundamentales del
espíritu humano son la irreflexión o falta de
concentración, la debilidad de la voluntad y la insu-
ficiencia e inconstancia del amor.
Son tres males muy graves, porque amenazan los
tesoros más grandes del hombre.
Podríamos casi decir que si estos tres males que
amenazan la mente, la voluntad y el corazón desa-
parecieran, quedarían eliminados en gran parte todos los
males de nuestra psique. Es más: los males de la esfera
psíquica se crecen precisamente

-44-
apoyados en nuestra distraída reflexión, en la voluntad
débil y en nuestro escaso amor.
¿Qué papel tiene en todo esto la oración? Debe curar
nuestra irreflexión, fortalecer nuestra débil voluntad,
sanar el corazón poco generoso.
¿Quién no ve que nuestra vida depende casi por
entero de la fuerza de nuestro pensamiento, de la
energía de nuestra voluntad, del empeño de nuestro
amor?
¿Quién no sabe que el santo no es más que un
hombre con fuerte capacidad de reflexión, fuerte
capacidad volitiva, fuerte capacidad de donación?
Convertirnos con la fuerza de Dios.
En el fondo, sólo es esto la oración de arrepenti-
miento. La oración es el instrumento de conversión.
Sólo con la fuerza de Dios podemos esperar
convertirnos. La fuerza de Dios, normalmente, nos
viene con la oración.

EJERCICIO PRACTICO
DE ORACIÓN
• Comienza haciendo bien la señal de la cruz. Al
tocar la frente consagra al Padre toda tu capacidad de
pensar. Al tocar el pecho consagra tu corazón a Cristo.
Al tocar los hombros consagra tu obrar, tu voluntad al
Espíritu Santo.
• Debes acostumbrarte a la oración trinitaria:
toda oración litúrgica es trinitaria, sin embargo los
cristianos somos lentos en aprenderla y practicarla.

-45-
• Ofrece el primer espacio de tu oración al Espíritu
Santo, sumerge en él tu voluntad y reza:
«Espíritu de fortaleza, educa y robustece mi
voluntad».
Repite:
«Espíritu Santo, ejercítame en la oración de arre-
pentimiento».
• El segundo espacio ofrécelo a Jesús. Reza:
«Jesús, revelación del Padre, llena mi inteligencia
con tu divina luz».
«Jesús, camino, verdad y vida, a ti me entrego, toma
posesión de mí».
Repite:
«Jesús, entréname en la oración de arrepenti-
miento».
• En el tercer espacio vuélvete al Padre y reza:
«Padre, amor infinito, fórmame en el amor»
«Padre, fórmame en el arrepentimiento sincero y
filial».
• Relee con atención las sugerencias de la página
278: «Si quieres rezar bien».

(omaw
5^m ^ ¿i@^m©A
En todo momento libre repite esta invocación:
«Padre, hágase tu voluntad, no la mía».
En un rato libre reza con profundidad este salmo de
arrepentimiento:

-46-
Salmo 102
Bendice, alma mía, al Señor
y todo mi ser a su santo nombre.
Bendice, alma mía, a! Señor
y no olvides sus beneficios.
El perdona todas tus culpas
y cura todas tus enfermedades...
No nos trata como merecen nuestros pecados,
n¡ nos paga según nuestras culpas.
Como se levanta el cielo sobre la tierra,
le levanta su piedad sobre sus fieles;
como dista el oriente del ocaso, así aleja de nosotros
nuestros delitos. Como un padre tiene ternura por sus
hijos, tiene el Señor ternura por sus fieles;
porque él conoce nuestra masa, se acuerda de que
somos barro... La misericordia del Señor dura siempre
para los que guardan su alianza... ¡Bendice, alma mía,
al Señor!
Dar gracias
«¿No han sido diez /os curados? ¿Dónde están ¡os
otros nueve?» (Le 17,17).

Jesús lo ha denunciado
Jesús denuncia al hombre que no da las gracias. En
el evangelio de Lucas cuando vio que de los diez
leprosos curados sólo uno habia vuelto a agradecérselo
exclamó: «¿No han sido diez ¡os curados? ¿Dónde
están los otros nueue?».
«¿Dónde están los otros nueve?» Es grave esta
denuncia. ¿Será siempre tan reducido el porcentaje de
los agradecidos? ¿No tiene remedio el egoísmo del
hombre? Tenemos la lepra de la ingratitud.
El Señor espera nuestro agradecimiento según la
lógica de los hechos: si hemos recibido de Dios, es
lógico que lo reconozcamos y, si lo reconocemos, es
lógico que nos abramos a la gratitud. El Señor no les dio
a los nueve ninguna orden, pero esperaba que ellos se la
dieran a si mismos.
La gratitud es la lógica de la inteligencia y del
corazón recto. Al que entiende y tiene limpio el

-48-
corazón le sale espontánea la acción de gracias. Por eso
no hay ningún mandamiento específico sobre el
agradecimiento, porque el agradecimiento ha de salir de
uno mismo.
«¿Dónde están los otros nueue?» En aquellos nueve
estamos incluidos todos, porque son incontables
nuestras negligencias para con la bondad de Dios, todos
somos culpables de ingratitud. El hombre nunca logrará
corresponder dignamente a los dones de Dios. Los
beneficios de Dios son más numerosos que la arenas del
mar, incontables como las gotas del océano.
Pero el hombre, aunque no pueda resolver el
problema de su insolvencia, debe al menos reconocer
que existe la deuda.
«¿Dónde están los otros nueve?» La amarga
denuncia de Cristo debe impulsarme a representar a los
ausentes. Cuando lo entendemos y somos curados de la
lepra de la ingratitud, debemos presentarnos a Dios
también en nombre de nuestros hermanos que no caen
en la cuenta: «Señor, perdónalos, porque no saben lo
que hacen. Yo estoy aqui para agradecer tu amor, dame
capacidad de hacerlo en nombre de tantos ausentes...»

Toda la Biblia llama a la gratitud


Los diez mandamientos ocupan poco espacio en la
Biblia, pero la invitación de Dios al agradecimiento
invade toda la Escritura. Es difícil encontrar en ella dos
o tres páginas seguidas en que no aparezca esa llamada.
Es incesante ese martilleo de Dios para que tengamos en
cuenta lo que él ha

-49-
hecho por nosotros, las maravillas que ha obrado por su
pueblo. ,^,,| ,^
El libro de los Salmos, libro clásico de la oración
hebrea, es todo un tejido de oración de acción de
gracias.
Estos datos de la revelación nos ponen ante un
problema: si Dios insiste tanto sobre el deber de dar
gracias, es señal de que es una gran necesidad para el
hombre, señal de que lo necesita para ser y sentirse feliz,
para realizarse. Agradeciendo, el hombre encuentra el
propio equilibrio: se pone a sí mismo en dependencia de
Dios, reconoce el sitio preeminente que Dios ocupa
sobre todo.
Si toda la Biblia es un continuo reclamo al agra-
decimiento, es porque el hombre corre el riesgo de
olvidarlo demasiado fácilmente, cuando tanta necesidad
tiene de recordarlo. Si toda la Biblia invita al
agradecimiento, quizá es señal de que Dios ve en el
agradecimiento el medio más fácil que tiene el hombre
para dirigirse derechamente a El, el medio más
inmediato para realizar el ideal religioso del hombre. Si
toda la Biblia habla de esto, quizá es para señalar una
vía fácil hacia la fe.
Si toda la Biblia reclama agradecimiento, es quizá
porque aprender a agradecer significa aprender a vivir
!
nuestra relación con Dios de manera vital.
ill
,í:lWtf^Íi •n^
Si toda la Biblia reclama nuestro agradecimiento, es
quizá porque pocas cosas como ésta dan al hombre la
posibilidad de prepararse a la gran revelación de Cristo,
la revelación de la bondad infinita del Padre y de
nuestra adopción como hijos.

50-
La oración abierta a todos
Todos son capaces de agradecer y todos entienden el
porqué. En cambio no todos son capaces de contemplar
ni captan el motivo.
Se agradece con palabras y se agradece sin ellas.
Para agradecer no hacen falta fórmulas, bastan pocas
palabras, pocas palabras y cierta idea de la bondad de
Dios. Es una oración sencilla para gente sencilla, pero
una oración bien rica.
Cuando rezamos tenemos necesidad de instrumentos
como son las palabras, las ideas, los libros. Para
agradecer bastan pocas palabras, los libros estorban.
Dar gracias es la oración de los pobres. Cualquier
tipo de oración exige preparación, entrenamiento,
esfuerzo, ambiente apto y muy buena voluntad. Para
agradecer, en cambio, no se requiere preparación, no
hay nada que aprender. Todos saben hacerlo. Hasta el
ateo que se abre a Dios puede entrar directamente por
este camino de oración y recorrerlo hasta el final a partir
del primer momento de su búsqueda de Dios.
No se requieren palabras, sólo una idea: Dios es un
Padre bueno que me ama. Todo lo demás viene solo.
Para enseñar a rezar a un convertido basta enseñarle
a dar gracias. Aunque nunca haya rezado, asi ya sabe
rezar.
La oración de agradecimiento es un camino variado
y ameno: es como ir cogiendo flores en un prado.
Cogida una, ya nos llama la atención otra más hermosa
y así vamos formando todo un ramo.

-51-
Comenzar a dar gracias es ponerse en trance de
descubrir nuevos dones de Dios hasta que desistimos
ante la incapacidad de abarcarlos todos.
Para que los niños saboreen la oración basta lle-
varlos de la mano a la entrada de la oración de
agradecimiento y dejarles allí: si se meten por allí ya no
tienen necesidad de nuestra ayuda, caminarán solos con
soltura.
Agradecer es una oración que no cansa. Siempre hay
materia nueva y hermosa que pensar y decir. Por eso es
la oración adaptada a todos, a todas las edades, a todo
tipo de personas, de cualquier preparación espiritual.
Agradecer es oración sin estructura, porque la gratitud
se salta todas las estructuras. Cuanto más sencillo es
uno, más capacidad tiene de agradecer. Es también la
oración más tranquilizadora, reposa la mente y ensancha
el corazón. Cuando la mente está cansada, la oración
más adaptada es la acción de gracias, porque no
absorbe, no oprime, no pesa.

Entrenamiento
Entrenarse para la acción de gracias necesita cierto
método razonable. Se comienza por lo fácil para llegar a
lo difícil, como en cualquier entrenamiento. Hay que
apuntar alto: llegar a dar gracias por lo que más nos
cuesta, pero esa es la cumbre de la montaña. Para
conquistarla hay que enfilar el camino con sus rodeos:
hay que comenzar por lo fácil.
Digamos enseguida que es impropio, y hasta
irracional, catalogar las cosas en agradables y desa-

-52-
gradables, las que me gustan y las que no me gustan.
Para el que tiene fe, existen cosas «difíciles», no cosas
que no me gustan. Todo está guiado por Dios: la noche
y el día, el buen tiempo y la tormenta. Evidentemente
que, si sabemos abrir los ojos, hay momentos muy
hermosos en nuestra vida, cosas muy agradables en
nuestra jornada. Desde allí comienza un entrenamiento
racional al agradecimiento. ¡No dejar pasar ninguna
alegría de la vida sin agradecerla! Es esta la primera
etapa del agradecimiento.
Asi comenzamos a enraizamos en una convicción del
todo necesaria: Dios es bueno. ¡Dios es un padre! ¡Dios
piensa en nosotros con una delicadeza infinita!
Intentad pasar el día decididos a cumplir esta
resolución: santificaré con una acción de gracias
cualquier alegría del día de hoy. Llegaréis a la noche
con una nueva idea de la bondad de Dios. Abriréis los
ojos sobre algunos aspectos de vuestra vida en que
nunca habíais pensado, crecerá en vosotros el deseo de
entregaros confiadamente a él cada vez más, de confiar
en él con más completo abandono, saldrá robustecido
vuestro espíritu de fe.
Este ejercicio hace madurar la fe, y la fe siempre
abre los horizontes de la generosidad. La fe es siempre
el tallo que sostiene la flor, la fe prepara el amor. Si la
fe es viva, brota como respuesta el amor.
Es humillante, pero la mayoría de los cristianos se
acuerda de Dios sólo para tenderle la mano o cuando
está ante una situación que le asusta. Aun la gente de
iglesia apenas no saben, sino hacer de «pordioseros»
cuando rezan, piden las cosas más

-53-
extravagantes, piden continuamente, sin pensar si lo que
piden les es útil o perjudicial. Esta mendicidad colectiva
obedece con frecuencia a leyes bien irracionales. Nos
portamos como mendigos tontos a los que Dios llena de
todo bien la talega, mendigos a quienes Dios da ropa,
comida y techo; pero ellos siguen con su cantinela de
quejidos y miserias tendiendo la mano a la triste
calderilla: para ellos, todo un tesoro.
Es humillante vivir como pordioseros, cuando Dios
espera que nos comportemos como hijos.
La oración de agradecimiento nos puede cambiar de
mendigos en hijos. Quien se acostumbra a dar gracias, a
un cierto momento, se avergüenza de imponer sus
proyectos a Dios. Sabe que Dios es padre, sabe que
conoce mejor que nosotros lo que nos pasa y conviene;
piensa sólo en dar gracias, porque está seguro de que es
esto sobre todo lo que Dios espera de él. Esto es fe, esto
es amor, esto es vivir en concreto la realidad de Dios
padre.
Pero el entrenamiento necesita precisión. ¿Por qué
no pactar con nosotros mismos dedicar cada día una
hora para agradecer a Dios todas las cosas hermosas que
nos da? Para agradecer así, una hora cada día, no hace
falta interrumpir el trabajo, no hace falta ir a la iglesia,
basta elegir un trabajo que lo consienta. Casi todos los
trabajos materiales que no absorben por completo
nuestra mente podrían convertirse en oración de
agradecimiento.
Pensamos continuamente, cuando no pensamos
vuela nuestra imaginación. Lo hacemos caminando,
trabajando, antes de dormirnos, cuando nos
despertamos. Cuando el trabajo no nos absorbe, fluye la
torrentera del pensamiento. Pues basta-

•54.
ría una cosa bien sencilla, bastaría encauzar el torrente
dirigiendo nuestro pensamiento en la dirección al
agradecimiento a Dios, pondríamos un poco de orden y
justicia en nuestra relación con él.

Apuntar alto
• Pero... ¡es fácil agradecer las cosas agradables! Todos
son capaces, aunque muchos no lo hagan.
Pero lo importante, más aún, lo esencial es llegar a
agradecer las espinas, las contrariedades, las penas e,
incluso, los propios errores. Llegando a este punto,
hemos conquistado la cumbre. Porque el que llega a dar
gracias de las cosas desagradables, incluso de las cruces,
ha aprendido a vivir. La vida es siempre una mezcla de
cosas que nos van y de cosas que nos fastidian, de
alegrías y espinas, de logros y frustraciones.
Cristiano es quien sabe convivir con las alegrías y
con las penas, con el calor y el frío, con la calma y la
tormenta. Cristiano es el que no se hunde en las
situaciones borrascosas o, si se hunde, es capaz de
volver a la superficie.
El agradecimiento debe llevarnos a esta meta y
hacernos capaces de sobrevivir a cualquier desgracia.
¿Cómo se logra? Será bueno advertir que no es fácil,
es una lucha que a veces parece imposible, una lucha
desproporcionada contra unas fuerzas que nos aplastan.
Exige cierto conocimiento del corazón humano. Por
ejemplo nadie puede convencerse de que debe agradecer
a Dios una contrariedad: es como darse de cabeza contra
la pared.
Pero hay otra táctica para derribar una pared:
en lugar de dar con la cabeza, coger un pico, ase-

-55-
gurarse bien los pies y dar con el pico en vez de con la
cabeza. Es probable que la pared se venga abajo sin
que nos hayamos roto la cabeza.
Para entendernos: ante ciertas contrariedades suena
a hueco dar gracias, no resulta convincente, aunque sea
admirable. Pero si, antes de agradecer nos paramos a
mirar con sosiego la contrariedad y, visto que no
podemos hacer nada, la ponemos en las manos de Dios
con la sencillez de un niño, entonces es como recurrir a
la táctica del pico.
Cuando hemos confiado a Dios un problema
insoluble y lo hacemos con confianza, con humildad,
con verdadero abandono, entonces y sólo entonces
podemos ponernos a darle gracias. Y en aquel momento
es cuando ponemos en acción el pico. No bastará con un
golpe. No bastará agradecer una vez. Agradeceremos
cien veces, agradeceremos mil veces y la pared, con
toda seguridad, se vendrá abajo. Hay que
experimentarlo para convencerse.
La primera impresión será de que nuestro ¡gracias!
suena a hueco. Es lógico. Pero si seguimos dando
gracias, llegará el momento en que la pared se
resquebrajará, llegará un momento en que des-
cubriremos el hiío de ¡a providencia, descubriremos
ciertos repliegues positivos en aquella situación tan
negativa.
Si somos constantes en agradecer, llegaremos a
encontrar uno, diez y cien motivos para agradecer a
Dios aquella contrariedad y, al fin, la gracia triunfará y
aquel muro se vendrá abajo. ¡Un gracias verdadero,
convencido, quizá sangrante, brotará de lo más hondo
de nuestro ser y nos sentiremos libres!
Es el momento en que se entiende el poder de la
acción de gracias.
-56-
No nos convenceremos de ello hasta que no lo
hayamos experimentado en los trances difíciles de la
vida.
Entonces se entenderá que aprender a agradecer es
aprender a vivir, porque significa aprender a afrontar las
situaciones de la vida, aun las más dramáticas,
proyectándolas en el amor de Dios.
Entonces tal vez, y sólo entonces, se nace a la fe,
porque se experimenta toda su fuerza, se experimenta el
amor de Dios.
Cuando ya no nos escandalizamos de Dios, hemos
llegado a la fe.
Cuando para nosotros cuenta más la voluntad de
Dios que cualquier otro proyecto, entonces hemos
llegado al amor.
También aquí es bueno proceder gradualmente. No
somos capaces de afrontar los grandes problemas de la
vida si no nos entrenamos con las pequeñas
contrariedades de cada día.
Habría que comenzar por el compromiso de no
perder nunca la paz en las contrariedades cotidianas,
sino hacerlas servir como ejercicio de nuestro
agradecimiento.
¿Se os ha roto un vaso? ¿Una persona ha herido
vuestro amor propio? ¿Habéis metido la pata? No
perdamos los nervios. Pongámonos ante ese pequeño
accidente y examinémoslo con calma. Si esa pequeña
calamidad no tiene remedio, ¿por qué no ponerla con
sencillez en las manos de Dios? Si Dios tiene cuidado
del pajarillo que cae a tierra, ¿no atenderá nuestra pena?
Y... no pensemos más; dejemos que Dios lleve él
adelante el problema en el que nosotros no

-57-
podemos hacer nada. Y después, enseguida, darle
gracias. Agradecerle de todo corazón no tanto por la
contrariedad y la espina, sino por las variantes positivas
que han seguido.
La primera variante positiva es que ya no lo ves
como una tragedia, queda reducida la cosa a su real
dimensión y, ¿no es éste un regalo que debes agradecer
a Dios?
Después de ese accidente te conocerás mejor, o
conocerás mejor a los otros o la situación: otro motivo
de agradecimiento...
Agradecer también porque habéis ejercitado la fe
cuando normalmente perdíais los nervios.
Y aún encontraréis pensando otros motivos de
agradecimiento.

EJERCICIO PRACTICO
DE ORACIÓN
• Dirígete al Espíritu presente en ti y pídele con fe el
don de la gratitud:
«Espíritu Santo, enséñame a dar gracias».
• Vuélvete a Jesús y pídele que te cure de la
irreflexión y de la ingratitud:
«Jesús, cura mi ingratitud». «Jesús, Salvador, sál-
vame».
• Dirígete al Padre. Sintiéndote inmerso en su
infinito amor, ruégale:
«¡Padre mío, mi Dios y mi todo!».
«¡Podre, cúrame este duro corazón que no ve tus
dones y no sabe agradecértelos!».

-58-
• Relee y sigue fielmente los consejos de la página
278: «Si quieres rezar bien».

ORACIÓN PARA
LA JORNADA
Santifica hoy cualquier alegría de la jornada con esta
invocación: «Padre, te doy gracias, también por ¡os que no ¡o
hacen».
En un momento oportuno medita este salmo lleno de
sentimientos de gratitud.

Salmo 144
Te ensalzaré. Dios mío, mi Rey,
bendeciré tu nombre por siempre ¡amas.
Día tras día te bendeciré
y alabaré fu nombre por siempre...
El Señor es bueno con todos
es cariñoso con todas sus criaturas...
El Señor sostiene a los que van a caer,
endereza a los que ya se doblan...
Abres tú la mano,
y sacias de favores a todo viviente.
Cerca está el Señor de los que le invocan,
de los que le invocan sinceramente.
Todo viviente bendiga su santo nombre...

59-
Pedir
«Lo que pidáis a Dios con fe lo
recibiréis» (Mt 21,22).

La oración de petición y
de intercesión
Jesús ha dicho cosas del todo extraordinarias con
relación a la oración de petición y de intercesión. Las
promesas de Jesús acerca de la oración de petición son
grandiosas, únicas y tan fuertes que examinadas
superficialmente parecen incluso exageradas.
Y no se trata de alguna frase perdida por ahí en el
evangelio. No, es toda una teología de la oración de
petición y de intercesión. En los evangelios hay todo un
entramado de doctrina con hechos bien precisos que
convalidan la enseñanza de Jesús.
Podemos agrupar en siete apartados las enseñanzas
de Jesús sobre este tema.

-60-
Orar con fe
Jesús pide, ante todo, fe. Pedir, todos sabemos
hacerlo, pero pedir con fe ya es otra cuestión.
Jesús dice. «Lo que pidáis a Dios con fe, lo reci-
biréis» (Mt 21,22).
Examinemos atentamente la promesa de Jesús. Es
importante sopesar bien las palabras y es importante
ahondar en los conceptos que estas palabras expresan.
Jesús enseña que la respuesta de Dios es segura
cuando la oración está llena de fe. La fe es la llave de la
oración.
«Lo que pidáis con fe» es precisamente lo que casi
siempre falta en nuestra oración. Nosotros pedimos
mucho, quizá demasiado, pero con muy poca fe, a veces
hasta sin fe.
Si enviamos una carta, procuramos poner bien la
dirección y el franqueo. Todos sabemos lo que pasa si
descuidamos esos detalles. Una dirección legible y los
sellos de correos son necesarios para que una carta
llegue a su destino.
Pues la fe es elemento esencial. No basta pedir,
como no basta escribir la carta. Hay que pedir con fe. La
fe es la esencia de la oración.
Jesús subraya con tal insistencia la importancia de la
fe, que llega a cansarnos. Lo hace precisamente porque
la fe, el elemento más difícil de la oración, es el que con
demasiada frecuencia descuidamos.
Para rezar con fe, no basta decir palabras. Para rezar
con fe, no bastan pocos minutos.

-61-
Para pedir con fe se requiere toda una honda
reflexión, toda una atmósfera de intimidad con Dios.
Para pedir con fe se requiere una serie de convicciones
profundas acerca de Dios y de nuestra debilidad e
impotencia. Para pedir con fe se requiere humildad
profunda.
Así entendemos por qué Jesús habla tanto de la
oración de petición. Porque la oración de petición, como
Jesús la enseña, es una potente educación a la fe.
Supone la fe y educa a la fe. Quien se acostumbra a
eliminar de sus habituales oraciones las peticiones
hechas sin fe, por fuerza se educa a la fe.
Jesús no podía sugerirnos un medio más sencillo y
perfecto para abrirnos a la fe, un medio al alcance de
todos, santos y pecadores, ascetas y principiantes.
Jesús no es un teorizante, sabe adonde quiere llegar.
La fe ha de ser un camino que todos puedan recorrer:
Jesús nos lo abre, con un mínimo de buena voluntad
podemos avanzar por él hasta el final.
Jesús es tajante: «Lo que pidáis a Dios con fe, lo
obtendréis».
No pone limites al éxito de la oración.
Jesús incluye en el padrenuestro la súplica del pan
de cada día y cuando cuente la parábola más hermosa de
la oración, la del amigo inoportuno, hablará de nuevo
del pan, después del niño que pide un huevo o un
pescado a su padre, después mostrará la omnipotencia
de la oración frente a cualquier enfermedad (ceguera,
lepra) y frente a cualquier miseria moral.
También un delincuente, con la oración, se salva. Es
la última lección de Jesús crucificado sobre

-62-
la oración: su respuesta al buen ladrón que le pide se
acuerde de él.
Jesús dice «todo», y todo significa todo. Claro que en
nuestras necesidades materiales hay sectores en los que
no podemos estar seguros de que nuestra oración sea
atendida aunque la hagamos con fe. ¡Ciertas cruces nos
son tan necesarias como el pan! Y Dios que nos ama, no
nos responde. Así le sucedió a Jesús en Getsemaní que
pedía ser librado de la humillación de la cruz.
Pero hay inmensas zonas de necesidades espirituales
de las que sabemos con certeza que Dios quiere atender
nuestra oración si la hacemos con fe. Lo quiere más
intensamente él que nosotros:
curar las enfermedades de nuestro espíritu, librarnos de
malas costumbres, de graves negligencias habituales, de
la pereza, del orgullo...
Somos responsables si ponemos límites a la
omnipotencia de Dios, Jesús nos lo prohibe. Sus
palabras suenan clarísimas y Marcos añade un precioso
detalle para entender cuándo realmente pedimos con fe:
«Cualquier cosa que pidáis en la oración, creed que os
¡a han concedido, y ¡a obtendréis» (Me 11,24).
¡Texto fuerte!
Pedir con fe es comportarse con Dios como con un
padre, excluyendo toda vacilación, porque un padre es...
¡un padre!
Se le preguntó a Catherine Khulman cómo se hacía
para pedir una curación, respondió: «No miréis vuestro
mal, mirad a Dios. Levantad la mirada a Dios, no la
fijéis en vuestro mal. Casi siempre el centro de nuestra
atención, cuando pedimos, no

-63-
es Dios, sino nuestro problema. Si el problema por el
que rezamos nos resulta más importante que Dios, es
casi seguro que nuestra fe falla».
George Müller cuenta esta historieta. Un muchacho
iba por un camino con un abultado fardo. Pasa un carro
vacio y se atreve a pedir al carretero que le deje subir.
El buen hombre acepta. Al cabo de un rato el muchacho
pensó: Este hombre ha sido tan bueno conmigo que no
quiero que se canse tanto su caballo. Y, sin bajarse del
carro, se cargó al hombro su fardo... Müller dice que,
con frecuencia, cuando hemos confiado un problema a
Dios, hacemos nosotros lo mismo: seguimos cargando
con nuestra preocupación.
No. Un problema confiado a Dios, no se toca más.
Esto es fe.
Cuando recéis comportaos como si hubierais
obtenido ya lo que pedís, y lo obtendréis.

Pedid con constancia


Jesús ha dicho: «Pedid y se os dará, buscad y
hallaréis, llamad y se os abrirá» (Le 11,9).
La constancia es expresión de fe. Cuando somos
constantes en la oración, casi siempre es porque
creemos que Dios nos puede escuchar.
La constancia es expresión de esperanza. Cuando
persistimos en la oración, casi siempre es porque
esperamos que Dios nos escuchará.
Casi siempre la constancia es expresión de buena
voluntad y, por tanto, de amor.
Pero alguna vez Dios tarda en responder.

-64-
Los retrasos de Dios en escucharnos son muy
importantes: permiten que los problemas maduren y que
nosotros maduremos en los problemas, nos hacen crecer
en humildad y en el abandono a Dios, nos obligan a
poner de nuestra parte cuanto podemos en la solución de
los problemas, nos iluminan sobre nuestra
responsabilidad, entrenan nuestra buena voluntad,
vigorizan nuestra fe.
Se cuenta que Lulero había rezado mucho por la
curación de un querido amigo, Felipe Melancht-hon.
Visto que la enfermedad seguía, comenzó a rezar así:
«Señor, yo ya no puedo creer en tu bondad y tu
omnipotencia si no curas a Felipe». El enfermo se curó,
pero lo que es más importante aumentó la confianza de
Lulero en Dios y su abandono en él.
No es Dios el que tiene necesidad de nuestra
insistencia, somos nosotros los que la necesitamos para
eliminar aquello que impide que Dios venga en nuestra
ayuda. Debemos curarnos de nuestra superficialidad, de
nuestra irreflexión y de la poca hondura de nuestra fe.
Frecuentemente es del orgullo, de lo que debemos
curarnos: debemos convencernos de que somos nada sin
Dios. Sólo el choque con nuestra impotencia nos ayuda
a curar.
La del amigo inoportuno es la mejor parábola de
Jesús sobre la constancia en la oración.

Pedir al Padre en el nombre de Jesús


Jesús insiste en que pidamos al Padre en su nombre.
Vuelve continuamente sobre el tema. Hemos de darle
importancia.

-65-
La Iglesia siempre lo ha hecho. No hay oración
litúrgica importante que no siga esta indicación de
Jesús: pedir al Padre en el nombre de Jesús.
Pero es importante que nos preguntemos cuál es el
significado exacto del pensamiento de Jesús.
Estos son los principales textos:
«No me elegisteis vosotros a mí, fui yo quien os
elegí a vosotros y os destiné a que os pongáis en
camino y deis fruto, y un fruto que dure; así, lo que
pidáis al Padre en mi nombre, os lo dará» (Jn 15,16).
«En verdad os digo: si pedís algo al Padre en mi
nombre, os lo concederá. Hasta ahora no habéis pedido
nada en mi nombre. Pedid y recibiréis para que vuestro
gozo sea completo» (Jn 16,23-24).
«Os lo aseguro: el que cree en mí, también hará las
obras que yo hago y las hará mayores, porque yo me
voy al Padre. Todo lo que pidáis al Padre en mi
nombre, yo lo haré para que el Padre sea glorificado en
el Hijo. Siempre que pidáis alguna cosa en mi nombre,
yo la haré» (Jn 14,12-14).
«...vendrá un día en que ya no os hablaré en
parábolas... aquel día pediréis en mi nombre y no os
digo que rogaré al Padre por vosotros: el mismo Padre
os ama, porque vosotros me amáis y habéis creído que
vine de Dios» (Jn 16, 26-27).
Del examen de estos textos y de su contexto se
puede deducir que pedir en nombre de Jesús puede tener
estos significados: con la fuerza de Jesús, por mandato
de Jesús, en la persona de Jesús, unidos a él, revestidos
de él, por la mediación de Jesús.
¿Por qué la liturgia ha entendido siempre la
importancia de pedir en nombre de Jesús y a noso-

-66-
tros nos cuesta y estamos tan poco acostumbrados a
seguir este consejo de Jesús cuando rezamos? Anda por
medio nuestra gran ignorancia y ligereza.
• PORQUE SOMOS HERMANOS E HIJOS
Mientras esta sea una realidad tan difuminada que
nos quede reducida a pura palabra y nada más, es
natural que no entendamos la necesidad de rezar unidos
vitalmente a Jesús, nuestro hermano.
Cuando entendamos y vivamos la enseñanza de
Jesús: que Dios nos es en verdad Padre y que nosotros
somos verdaderamente hijos; entonces nos vendrá
lógico presentarnos ante Dios como hijos, unidos a
Cristo, el Hijo único, gloria del Padre.
• LO QUE PEDIRÍA CRISTO
«En verdad os digo: si pedís al Padre algo en mi
nombre, os lo concederá» (Jn 16,23). '"' '' "
Con el solemne preámbulo que suena a juramento, la
afirmación es rotunda. Parece que Cristo quiera decir:
«Ánimo, haced la prueba: comprobaréis la eficacia de
pedir en mi nombre, unidos e incorporados a mí».
La primera cosa que salta con evidencia es ésta:
pedid al Padre unidos, incorporados a Cristo, exige, ante
todo, profundidad en la relación con Cristo y esto ya
excluye cualquier ligereza y superficialidad en nuestra
petición.
Unidos, incorporados a Cristo, significa al menos
esto: tener la mentalidad de Cristo, tener la amistad de
Cristo y, por tanto, pedir lo que Cristo pediría, no otra
cosa, y pedirlo como Cristo lo pediría.

-67-
He aquí por qué es tan eficaz la oración hecha en
nombre de Jesús, es como decir: «Padre, te ruego con la
boca de Cristo, con el corazón de Cristo, con el
pensamiento de Cristo, con la confianza de Cristo».
La primera conclusión que hemos de sacar es que
pedir al Padre en nombre de Jesús exige mucha
interioridad, no es un juego de palabras.
«Hasta hora no habéis pedido nada al Padre en mi
nombre, pedid...» (Jn 16,24).
Es una novedad que nos ha traído Cristo. Podemos
decir que eso es lo que hace «cristiana» la oración.
Los no cristianos rezan solos, ¡nosotros, nunca!
Nosotros, cuando rezamos, estamos siempre injertados
en Cristo y unidos, mediante él, a todos los hombres de
buena voluntad. Por eso cuando Cristo nos enseña el
Padrenuestro pone en nuestros labios una oración toda
en plural.
Debemos darnos cuenta de la novedad traída por
Cristo y vivir la oración nueva, de cuño cristiano. Jesús
nos invita a experimentarla. Obedezcá-mosle.
Comparemos la oración que brota de nuestra soledad y
la oración unida y radicada completamente en Cristo,
veremos la diferencia abismal, absoluta que hay entre
una y otra oración: son dos mundos distintos.
• PARA QUE VUESTRO GOZO SEA COMPLETO
«Pedid y recibiréis para que vuestro gozo sea
completo» (Jn 16,24).
Jesús parece decir: He venido a enseñar un nuevo
modo de rezar para derramar sobre la tierra

-68-
un gozo y una alegría completa. A Cristo le interesa
mucho nuestra alegría, el problema de la felicidad del
hombre.
El pecado es el primer ladrón de nuestra alegría. El
egoísmo, el orgullo, la debilidad, las malas costumbres,
esas son los grandes y continuos obstáculos a nuestra
alegría. Pues bien, nos dice Jesús, haced la prueba,
pedid en mi nombre: quedarán barridas todas las
miserias que amargan en lo hondo vuestra vida.
Pero entonces hemos de preguntarnos si en verdad la
solución radical de nuestros problemas es pedir en el
nombre de Jesús.
Quizá Jesús alude a algo más profundo, que no
aparece a primera vista. Sí, quizá Cristo al decirnos que
pidamos en su nombre, quiere decir: rezad como yo os
he enseñado y conmigo veréis la eficacia de vuestra
oración. ¡Pedid y recibiréis!
En resumen, Jesús repite que la oración lo puede
todo. ¿No es ésta la máxima alegría para el hombre
saber que no existen problemas insuperables, porque la
fuerza de Cristo está a su disposición gracias a la
oración hecha con él?
• PODER DE LA FE
«Os aseguro: el que cree en mi hará las cosas que
yo hago, y las hará mayores» (Jn 14,12).
La fe revolucionará el mundo. El destino que se abre
al hombre es extraordinario: con la fe el hombre será
incluso capaz de superar lo que ha hecho Jesús.
Sí, ya lo entrevemos. Con la fe los hombres han
llevado la salvación mucho más lejos de lo que

-69-
Jesús la había propagado, la han introducido en
ambientes mucho más hostiles que el mundo hebreo, la
han llevado a pueblos que Cristo jamás nombró en su
vida, han revolucionado enteras civilizaciones.
Con la fe y por la fe millones de mártires han dado la
vida. En su tiempo sólo Cristo fue sacrificado: todos los
demás huyeron. Con la fe se han obrado prodigios
mucho más grandes y de mayor influjo que los obrados
por Cristo en Palestina:
basta pensar en los vastos movimientos de caridad que
han nacido en la historia después de Cristo.
Y así seguirá sucediendo... porque el que cree en
Cristo tiene la promesa de hacer cosas más grandes de
las que él hizo. ¿Cómo puede ser eso? «Porque me uoy
al Padre». Porque a través de su resurrección, Cristo
ahora está vivo y operante aquí y en todos los rincones
del mundo, en cualquier situación humana. Siempre está
a disposición del hombre, si el hombre lo quiere:
«Siempre que pidáis alguna cosa en mi nombre, yo la
haré».
• PEDIR TAMBIÉN A CRISTO
«Siempre que pidáis alguna cosa en mi nombre, yo
¡a haré» (Jn 14,12).
Aqui «en mi nombre» tiene también un matiz que hay
que destacar. Probablemente quiere decir:
cualquier cosa que pidáis, basándoos en mis promesas y
obedeciendo a lo que os he enseñado acerca de la
oración, yo lo haré.
Pedir a Cristo es como pedir al Padre, enseña Jesús,
pero hay que pedir como él nos ha enseñado. Parece que
Jesús alude sobre todo a la fe, porque de la fe habla todo
el contexto.

-70-
En palabras pobres, Jesús quizá nos quiere decir: si
me pedís apoyándoos en lo que yo os he enseñado, estad
seguros, responderé. Os he dado garantía de que, si
pedís con fe, el Padre responderá; por eso cuando me
pidáis con fe, también responderé prontamente. Mi
respuesta será la gloria del Padre, el Padre será feliz con
esta intimidad profunda entre vosotros y yo.
• EL VISTO BUENO DE CRISTO
Pedir en nombre de Jesús implica ciertamente otro
significado. Antes de presentar al Padre nuestras
peticiones debemos contar con el visto bueno de Cristo.
Hay peticiones a las que Jesús difícilmente daría su
beneplácito. Otras en cambio las tiene tan en el corazón,
que estaría dispuesto a rubricarlas con su sangre.
Cuando acerca de una petición al Padre estoy seguro del
apoyo incondicional de Cristo, debo presentarla con una
fe de aquellas que trasladan montañas.
Acostumbrémonos a sopesar nuestras peticiones así:
¿Pediría esto Cristo para mi? ¿Aprobaría, introduciría
esta petición?
Da mucha energía a la fe tener clara conciencia de
pedir según el corazón de Cristo. Hay problemas en los
que Cristo ha insistido tanto, como la unidad de la
Iglesia, la caridad entre nosotros, que podemos
presentarlos al Padre casi como comisionados por
Cristo.
Cristo no pondrá su visto-bueno, si pedimos sin
prestar nuestra leal colaboración a Dios, sin hacer lo que
nos toca hacer. ¿Cómo podría avalar la petición

-71-
de liberarnos de una mala costumbre o de un viejo
defecto, si no moviéramos un dedo para combatirlo?
Cristo no estampa su visto-bueno en peticiones
mágicas, sólo lo pone en oraciones responsables.

EJERCICIO PRÁCTICO
DE ORACIÓN
• Invoca al Espíritu Santo pidiéndole luz sobre los
defectos de tu oración. Implora:
«Espíritu Santo, dame una fe viva». «Ven,
Espíritu creador».
• Invoca a Cristo pidiendo constancia en la oración.
Implora:
«Jesús, Maestro, enséñame a orar».
«Jesús, Maestro, concédeme la perseverancia en la
oración».
• Invoca al Padre:
«Padre, amor infinito, que yo aprenda a amar».
«Padre mío, mi todo».
«Padre, no se haga mi voluntad, sino la tuya».
• Invoca a María. Pídele interceda para que aprendas
a rezar, le tomes gusto a la oración y perseveres en ella.
II Lee una vez más las instrucciones de la página
278: «Si quieres rezar bien» y obsérvalas con fidelidad.

-72-
@\^@m ms^ ^
«w®^
«Quien aprende a rezar, aprende a vivir», dice San
Agustín. Suplica con frecuencia: «Padre mío, mi todo».
«Padre, no se haga mi noluntad, sino la tuya».
En el momento más oportuno medita este salmo:

Salmo 114
Amo al Señor, porque escucha
mi voz suplicante,
porque inclina su oído hacia mí
el día que lo invoco...
Caí en tristeza y angustia,
invoqué el nombre del Señor:
Señor, salva mi vida.
El Señor es benigno y justo,
nuestro Dios es compasivo;
el Señor guarda a los sencillos:
estando yo sin fuerzas, me salvó. Alma mía,
recobra tu calma, que el Señor fue bueno
contigo:
arrancó mi alma de la muerte, mis ojos de las
lágrimas, mis pies de la caída. Caminaré en
presencia del Señor en el país de la vida.

-73-
y
Rezar con los salmos
«Gustad y ved qué bueno es el Señor,
dichoso el que se acoge a él" (Sal 33,9).

Como los papagayos...


Lo dice San Agustín: no le es lícito a un cristiano usar
los salmos para una oración de papagayo:
«Los papagayos y las cotorras aprenden a decir palabras
que no entienden. Pero el hombre tiene el privilegio de
ser inteligente. Debemos gustar los salmos que
cantamos, asi el canto se hace oración y nuestra oración
merece ser oída».
Ponemos el corazón en la oración cuando la gus-
tamos. Y sólo la gustamos cuando la entendemos.
Desdichadamente reina una ignorancia grande
acerca de los salmos y, siendo tan frecuente su uso en la
liturgia, hay que tomar en serio el problema para no
quedar al margen de una gran parte de la oración de la
Iglesia.
«Nacemos con este libro en las venas», ha dicho
Chouraqui, famoso estudioso de los Salmos.
-74-
Es verdad, pero... ¡los salmos reflejan también una
mentalidad lejana de, al menos, tres mil años! Han
nacido en un tronco religioso que ha dado origen a la fe
cristiana, pero ¡qué lejano!
Todo el revestimiento literario de los salmos:
expresiones, conceptos, comparaciones, vocabulario es
extraño a nuestros hábitos mentales.
Todas estas dificultades no son de poca monta:
o se afrontan o se desconocen.
Si las afrontamos, los salmos se hacen oración
asimilable y nutritiva; si se prefiere ignorarlas, los
salmos nunca podrán ser oración nuestra.

No es uno colección cualquiera


El salterio, según la tradición unánime de la Iglesia,
no es una colección cualquiera de oraciones. La Iglesia
los considera inspirados. Quizá sea esta la única razón
que explica su vitalidad. No son poesía humana. Y por
este motivo es absurdo quererlos sustituir por otra cosa.
La poesía humana y la inspirada son cosas totalmente
diversas, como son distintos el fuego verdadero y el
fuego pintado. Entre la Palabra de Dios y la palabra
humana hay la misma diferencia que entre el día y la
noche.
Además son cantos comunitarios. Sólo en comu-
nidad descubren, según Drijvers, su pleno sentido y su
sonoridad. Para daros cuenta de la importancia de esta
observación haced esta prueba. Tomad un canto alpino
y en vez de cantarlo, leedlo bisbiseando: os dais cuenta
de que «aquello no es», lo estáis estropeando.
Los salmos son cantos de pueblos, y de pueblos en
oración: quitadles este elemento y son irreconocibles.

-75-
Son además cantos impregnados de revelación:
son como una síntesis de la historia de la salvación. Es
posible que por eso los autores del Salterio (siglo III a.
C.) lo dividieron en cinco libros, como el Pentateuco.
Encierran un mensaje de salvación, un mensaje de
revelación universal y contienen un mensaje personal.
Dios habla a todos y habla a cada uno. Cuando me
acerco a un salmo, debo atender a este doble aspecto: es
un mensaje universal y es un mensaje personal dirigido
a mí. Tanto uno como otro exigen profundización y
competencia, porque es preciso captar el salmo en su
sentido genuino, no en un sentido acomodaticio,
aproximatívo o falso.
Y el salterio es sólo comprensible en Jesús. Ya
Orígenes advertía: «Antes de Jesucristo el Antiguo
Testamento era agua, ahora es vino». El sentido pleno y
profundo del salmo se obtiene iluminándolo con la luz
del misterio de Cristo y sólo al final de los tiempos la
luz será plena. El sentido pleno de la Escritura no se
logra sino después de Cristo y será captado por
completo al final de los tiempos.
Si los salmos no son referidos a Cristo, son apenas
fragmentos sin sentido profundo, porque sólo Cristo da
sentido y cumplimiento a la historia de la salvación. Los
salmos sin Cristo son un contrasentido religioso, además
de un contrasentido histórico.

Los salmos son poesía


No hay que olvidarlo. Evocan estados de ánimo que
el poeta quiere comunicar. Por eso el lenguaje con que
viste su composición es siempre secundario, es sólo la
forma, el colorido; su mensaje no

-76-
está tanto en las palabras, cuanto en los sentimientos
que las palabras intentan evocar.
Por tanto, el salmo necesita siempre espacio vital
para expresarse: la prisa lo mata, la superficialidad lo
debilita y enferma. Las emociones ante Dios no se
producen sino en un clima de silencio y de amor que les
permita abrirse y expresarse.
Para usar razonablemente los salmos como oración,
es indispensable darles un espacio de silencio y
reflexión que consienta la oración personal o revestirlos
de reflexiones espontáneas que estimulen la oración.
Además los salmos son poesía semítica. El semita no
tiene la mentalidad del occidental: nunca conceptualiza,
contempla. El poeta semita es un pintor que extiende
sobre la tela del salmo las emociones que intenta
comunicar. No expone lo que ve de modo discursivo,
sino que procede ampliando y retocando lo que siente.
Su poesía es un rosetón que se ensancha. El paralelismo
es continuo: es el elemento básico del retoque. Es por
tanto muy oportuno después del canto del salmo la
plegaria espontánea porque es un elemento que
acompaña el retoque. Si florece a propósito del salmo
un comentario fraterno, su cuadro emotivo cobra vida
en la comunidad.
La poesía semita tiene como elemento sustentador la
estrofa y el ritmo. La estrofa delimita el pensamiento y
puede reproducirse en las traducciones. El ritmo nunca.
El ritmo es el elemento que acompaña la emoción de los
pensamientos y les da fuerza.
El salmo no debería nunca prescindir del canto.
Dicen los expertos presentando las «normas» de la

-77-
Liturgia de las Horas según las cuales habría que usar
los salmos.
«Los salmos no son lecturas, ni oraciones escritas, ni
prosa, sino poemas de alabanza... Todos los salmos
tienen un cierto carácter musical por lo que, aunque un
salmo se recite sin canto, debe siempre conservar su
carácter musical».
«El carácter poético y musical de los salmos pide
que sean cantados ante Dios, más que dirigidos
directamente a El».

Algunos pedruscos
en el camino de los salmos.
La pobreza de la lengua hebrea
El hebreo es una lengua escueta, con pocos sinó-
nimos. En cambio cada palabra tiene muchas facetas lo
que crea un cúmulo de dificultades a los traductores,
pero al mismo tiempo abre luces insospechadas a los
conceptos. La lengua hebrea yuxtapone y coordina en
vez de subordinar, pierde así en precisión, pero gana
fuerza. Tiene pocas preposiciones y por eso pocos
elementos de clarificación. Es pobre en conjunciones.
Los verbos tienen sólo dos tiempos, no sitúan la acción
en el tiempo, sólo dicen si la acción ya se ha realizado o
ha de realizarse aún.
En resumen: Dios nos ofrece este instrumento de
oración, el salterio, de tan pobre atractivo, porque quiere
que construyamos nuestra oración, la profundicemos y
la personalicemos; no nos ofrece un alimento ya
cocinado.
Los salmos son arenas auríferas, contienen el oro de
Dios, pero hay que buscarlo; las arenas que
-78-
llevan oro no se encuentran nunca cerca de casa, hay
que fatigarse, renunciar, ir lejos... Después hay que
romperse la espalda cribando arena hasta sacar el oro.
Los salmos no son pan de oración para los super-
ficiales. Es hermoso que Dios haya elegido para los
salmos esta corteza de lenguaje pobre y de limitaciones
humanas: nos obliga a emplear nuestro esfuerzo. Los
salmos no son oración para mentes perezosas y
corazones raquíticos: el perezoso no encuentra nada, los
mezquinos se pierden...

La poesía hebrea es canto


No es declamación. Es canto casi siempre acom-
pañado de danza. El paralelismo ayuda el movimiento
del cuerpo que acompaña el salmo, es como el ritmo de
la danza. Frecuentemente el paralelismo está
acompasado por el batir de las manos y los pies.
La poesía hebrea es canto, expresión comunicativa.
En los salmos debe participar la comunidad. Aunque
recemos un salmo solos, debería darle fuerza el eco de
la comunidad: el salmo se reza con los otros y para los
otros. Los salmos son un poderoso medio de educación
comunitaria, educan al sentido de Iglesia.
En fin, lo más importante en el uso de los salmos es
esto: los salmos no son oración hecha, son oración que
hay que preparar y hacer. Si queréis son semilla de
oración, estimulo para rezar. Por tanto se corre el riesgo
de que no sean nada, si no llegan a provocar oración y
normalmente no lo logran si no se entienden y no se
usan correctamente.

-79-
Los salmos o se hacen oración o no son nada;
incluso pueden convertirse en obstáculo para la oración.
Es indispensable entender que los salmos necesitan
un terreno abonado en el que todo esté ya preparado
para la oración: la leña cortada y dispuesta con la
necesaria hojarasca bien seca a la que baste aplicar el
fuego. Asi pronto crepitará la llama de la oración.

Una respuesta
Intentemos responder a una objeción que nace
espontánea para el uso de los salmos en la oración.
¿Qué falta hace que la oración sea inspirada? ¿No ha
rezado siempre el hombre? ¿Para qué aprisionar nuestra
oración en fórmulas que reflejan una mentalidad tan
lejana?
Hay mucha diferencia entre oración inspirada (como
los salmos) y la oración personal, por la sencilla razón
de que la oración inspirada viene de Dios y la humana
viene del hombre.
Es como si un obrero en paro que solicita del amo de
la empresa un puesto de trabajo, en vez de exponer con
sus palabras su necesidad y su deseo, presenta una
recomendación de un amigo íntimo del empresario: las
posibilidades de encontrar trabajo son bien distintas.
La comparación no es muy feliz, pero vale para
ilustrar que, sirviéndonos en la oración de la Palabra
misma de Dios, ya ésta no es un balbuceo humano: se
ha producido un salto total de calidad.
Es curioso que los apóstoles sintieran la necesidad de
que Jesús les diera una oración. Jesús les

-80-
dio el Padrenuestro. Podría haberles dicho: «Rezad
espontáneamente, rezad como os parezca». Prefirió
darles una fórmula de oración, poner en sus manos una
«oración inspirada».
Jesús mismo, que pasaba noches enteras en oración
personal en intimidad con el Padre, se adapta al uso
judio de la oración de la sinagoga y el templo, al uso de
los salmos. Jesús muere en la cruz con los salmos en los
labios.
La tradición judia y cristiana no ha dejado nunca, en
los siglos, de rezar con la oración inspirada, aun
educando a la oración personal. Tras una tradición tan
constante, no interrumpida en tres milenios, está
ciertamente la acción del Espíritu.
Pero es necesario puntualizar que nosotros los
cristianos hemos de rezar los salmos como cristianos,
hemos de rezarlos en Cristo.
«Es una gracia grande —dice Bonhoeffer— que
Dios nos diga cómo podemos hablarle y cómo podemos
entrar en contacto con él y que lo podamos hacer por
medio de Jesucristo: los salmos se nos dan para que
aprendamos a orar en el nombre de Jesucristo». Y nota:
«San Jerónimo cuenta que en su tiempo se podían oír
cantar salmos en los campos y en los talleres de los
artesanos».
«El salterio ha llenado la vida de la joven cris-
tiandad. Pero, lo que es más importante: Jesús mismo
murió en la cruz teniendo en los labios las palabras de
los salmos. Si una comunidad cristiana perdiese el
salterio, perdería un tesoro incomparable, pero si lo
redescubriera podría encontrar fuerzas inesperadas».

-81-
EJERCICIO PRÁCTICO
DE ORACIÓN
• Pide al Espíritu Santo que te enseñe a rezar los
salmos «en Cristo», unido a Cristo, como reza Jesús,
con el corazón de Jesús.
«Ven, Espíritu creador».
• Invoca a Cristo para que te adiestre en la oración
de los salmos. Pide apreciar los salmos como oración
inspirada, identificarte con los sentimientos de Cristo,
procurando leer las palabras inspiradas como él las
leía:
«Jesús, Maestro, enséñame a rezar como rezabas tú».
• Ama al Padre entrando en comunicación con él
con alguna invocación sálmica. Intenta orar al Padre
con Cristo, en Cristo y por Cristo.
«Padre, ¡hágase tu voluntad!».
2S Implora de María la gracia de rezar los salmos
como ella lo hacía.
• Relee en la página 278: «Si quieres rezar bien» y
obedece a los consejos que se te dan allí para hacer
buena oración.
ORACIÓN
PARA LA JORNADA
Procura rezar en cualquier tiempo libre con esta
invocación sálmica que cierra el salterio: «Todo ser que
alienta alabe al Señor».
En un momento de recogimiento reza este salmo que ha
sido llamado el «salmo cósmico».

-82-
Salmo 148
Alabad al Señor en el cielo, alabad al Señor
en lo alto. Alabadlo todos sus ángeles...
Alabadlo sol y luna;
alabadlo estrellas lucientes.
Alaben el nombre del Señor,
porque él lo mandó y existieron...
Alabad al Señor en la tierra,
rayos, granizo, nieve y bruma,
viento huracanado que cumple sus órdenes,
montes y todas las fierras,
árboles frutales y cedros,
fieras y animales domésticos,
reptiles y pájaros que vuelan.
Reyes y pueblos del orbe...
los jóvenes y también las doncellas,
los viejos junto con los niños
alaben el nombre del Señor,
el único nombre sublime,
su majestad sobre el cielo y la tierra.
Segunda Semana

LA ORACIÓN VOCAL
^
La montaña
«Cuando recéis, no seáis palabreros como los
paganos, que se imaginan que por hablar mucho
les harán más caso» (Mt 6,7).

La experiencia parece indicarnos que la oración


tiene etapas progresivas, que es como una montaña que
hay que escalar.

Primera etapa: las «palabras vacías»


Es la oración «deforme», esto es la no-oración.
Podríamos no considerarla oración, pues no merece este
nombre, pero como es un tipo de oración tan difundido,
nos vemos obligados a hablar de ella.
Jesús la condenó, la rechazó. «Cuando recéis, no
seáis palabreros como los paganos, que se imaginan
que por hablar mucho les harán más caso» (Mt 6,7).
Desgraciadamente es muy frecuente: rosarios
maltratados, sacramentos convertidos en pura rutina y
hasta misas a la carrera, se estilan mucho.
Es una desolación. Es un contrasentido. Una herejía.
Y muchas personas viven un tipo de oración así durante
toda la vida.

-87-
¿Admite cura? ¡Sí! Pero es como curar un cáncer.
El infantil verbalismo, en efecto, es el cáncer de la
oración. El cáncer no se cura con unas friegas: hay que
intervenir quirúrgicamente y después el cobalto ha de
quemar los tejidos afectados.
Hay que tener valor. La primera condición es
asustarse. Quien no se reconoce enfermo, no se cura.

Segunda etapa:
cuando la oración se hace monólogo
Cuando se reza, y sólo de tanto en tanto nos damos
cuenta de que estamos hablando con Dios y se advierte
algo de lo que le estamos diciendo, pero Dios está aún a
mil leguas y Dios es una realidad de la estratosfera, no
una presencia viva, entonces estamos en el monólogo.
Monólogo es hablarse a sí mismo, dialogar con uno
mismo; no es comunicar. ¿Qué va a comunicar quien
sólo habla consigo mismo?
Ese tipo raro no entra en comunicación ni siquiera
consigo mismo. Da vueltas en el vacío.
Es muy frecuente este modo de rezar. Y es peli-
groso, porque el que reza así tiene la ilusión de hacer,
cuando no hace nada. Si no rezaras en absoluto, quizá
sería mejor, porque tal vez, pronto o tarde, buscarías un
remedio.
Este tipo de oración no nos mejora. Todo queda
igual.
No remedia nuestros males. Adormece la conciencia.

-88-
Tercera etapa: el diálogo
Ahora si, hemos llegado a la oración. Cuando
entablamos diálogo con Dios, rezamos.
Cuando Dios es persona, persona viva que sien-Ití,
nos ve, nos ama, participa... Dios siempre ve, cima y
participa, pero nuestra superficialidad hace que nosotros
no entremos en juego. Lo hacemos, cuando de veras
rezamos y también nosotros pasamos a ser personas
vivas que comunican verdaderamente con él y él puede
en verdad comunicarse con nosotros.
La oración se hace cálida, le presentamos y le
abrimos nuestros problemas con fe y lo escuchamos.
La diferencia con las otras dos etapas anteriores es
enorme. Antes el centro de la oración éramos nosotros,
ahora comienza a ser también él, nosotros y él, él y
nosotros. Nace la amistad. Se ahonda la personal
consciencia y queda abierto y tendido un puente a Dios.
Ahora nuestros problemas pueden recibir el influjo de
Dios.
Dios puedo tocarnos, Dios puede curarnos, puede
transformarnos.
Hemos llegado a la oración. Si permanecemos
establemente en este grado de oración hacemos grandes
progresos en la caridad, en la fidelidad al deber, en el
desasimiento del mal.
Pero hay que aprender a vivir establemente así.
Exige esfuerzo y, también, método: hay que aprender a
concentrarse. Este es el problema.
A Dios no se le aferra con los sentidos.
Dios es espíritu, es puro pensamiento; sólo, si yo me
hago pensamiento, tengo modo de alcanzarlo.

-89-
Exige esfuerzo, pero la oración da los primeros
resultados sorprendentes.

EJERCICIO PRÁCTICO
DE ORACIÓN
• Ponte en la presencia de Dios. No te permitas
hablar al vacio. Todo lo que le digas a Dios ha de salir
de la mente y del corazón. Implora al Espíritu de la
verdad para que tu oración sea verdadera:
«Ven Espíritu Creador, crea en mí una oración
verdadera».
• Implora la luz de Cristo sobre tu oración. Trata de
derramar todo tu corazón en Cristo habiéndole con
sencillez de tus problemas. Cada poco, interrumpe tus
palabras y pídele:
«Habla, Señor, que tu siervo escucha». «Señor,
¿qué quieres que haga?».
H Entra en contacto con el Padre. Su amor te
envuelve más que la atmósfera todo tu físico. Haz
silencio y ama. Si ya ha despuntado en el corazón
alguna resolución, algo concreto que puede agradar a
Dios, es el momento para ofrecer tu obsequio al Padre.
«Padre, que no se haga mi voluntad, sino ¡a tuya».
• Lee con mucha atención en la página 278:
«Si quieres rezar bien», cumple fiel y humildemente las
sugerencias que alli se te dan.

-90-
©w^^m ^^\ ^
^@w^\
En cualquier momento que puedas, reza. Aquí tienes una
invocación preciosa: «Maestro, enséñame a rezar».
En el momento más adecuado medita este salmo. El alma,
desde el fondo de su nada, grita su fe en Dios, siente su
indignidad, espera la respuesta de Dios. La oración espera...
Cuando encuentres la palabra «Israel», piensa en la Iglesia, en
tu comunidad, en tu familia, pequeña iglesia.

Salmo 129
Desde lo hondo a f¡ grito, Señor;
Señor, escucha mí voz,
estén tus oídos atentos
a la voz de mi súplica.
Si llevas cuenta de los delitos, Señor,
¿quién podrá resistir?
Pero de t¡ procede el perdón
y así infundes respeto.
Mi alma espera en el Señor,
espera en su palabra;
mi alma aguarda al Señor, más que el centinela la
aurora. Aguarde Israel al Señor, como el centinela la
aurora;
porque del Señor viene la misericordia, la redención
copiosa;
y él redimirá Israel de todos
sus delitos.

- 91 -
Comenzar bien
«No todo el que me diga "Señor, Señor" entrará en el Reino de
los Cielos, sino el que haga la voluntad de mi Padre celestial»
(Mt 7,21).

Con pie derecho


Para comenzar bien la oración hay que hacer lo
posible por comenzar con pie derecho.
Ante todo plantea bien el problema, fija el punto de
continua referencia, el alma de la oración, su punto de
apoyo, su realidad fundamental. La oración es
fundamentalmente amor. Cuando he asimilado esto,
estoy en el núcleo de la oración y tengo un test infalible
al que hacer continua referencia.
¿Estoy amando? Entonces, hago oración. ¿He amado?
He hecho verdadera oración. ¿Progreso en el amor?
Mi oración progresa.
Si no amo, llevo mal camino, sigo ruta equivocada.
En segundo lugar, comienza siempre la oración
haciendo en ti /a verdad.

-92-
Dios es la verdad, no soporta la mentira. Cuando te
presentas ante él, ponte en estado de verdad;
preséntate ante él como eres: desganado, débil,
distraído...
La sinceridad es humildad. Tiene una importancia
psicológica enorme comenzar con humildad:
nos lo enseñó Jesús al presentarnos el cuadro del fariseo
y el publicano.
La humildad es el primer componente del amor: el
amor humilde tiene el marchamo del verdadero amor.

El camino que haremos juntos


Para aprender a rezar seguiremos este camino:
- ante todo sanar la oración vocal;
- llegar a la oración de escucha;
- apuntar decididamente a la oración de amor
(oración del corazón).
Una etapa está unida a la otra, la una prepara la
siguiente y una se integra en otra, aunque pueden estar
separadas. ^,7"1' ~;
La oración vocal, si es sana, debe tener un contenido
de amor. Si me dirijo a él, abriéndole mi corazón es
porque le amo y sé que me quiere.
La oración de escucha es ya toda ella amor, pues la
escucha obliga a la respuesta, toda está ordenada a la
respuesta, esto es el amor.
La oración bien estructurada debería siempre tener
estas tres componentes:
- oración vocal atenta,
- oración de escucha,
- oración de amor.

-93-
Volver al núcleo
Para aprender a rezar es necesario volver siempre al
núcleo, es necesario repetirlo hasta la saciedad: Orar es
amar.
Pero ahora hay que añadir: Amar es cambiar.
Si esto no se asimila, no se capta el alma de la
oración, su dinamismo, su potencia dinámica.
La oración es partir, no quedarse; la oración es
acción, es darse, es sacrificarse; es también corregirse,
purificarse; orar es convertirse en personas libres y
realizadas en Dios.
No se llega de golpe, pero alli apuntamos, allá
vamos. Si la oración no desbarata tus egoísmos está mal
planteada; si la oración no te dice la verdad, si no te
obliga a mirar de frente tus incoherencias y no te da la
fuerza para librarte de ellas, es mentira.
La oración es una lupa sobre tu vida.
Debe agrandar, hacer bien visibles a tus ojos los
dones de Dios, debe hacer nacer en ti una gratitud
inmensa por la inmensa ternura de Dios para contigo.
Después debe hacerte ver todas tus miserias, a fin de
que puedas luchar denodadamente contra ellas con la
fuerza que Dios te da, hasta quitar de tu corazón todo lo
que desagrada a Dios, y tu vida pueda resultar una
verdadera obra maestra de Dios.
Cuando en vuestra casa alguno os pregunte por qué
tanto rezar, responded prontamente: «Quiero que Dios
esté contento de mi y que estéis contentos también
vosotros». Y cuando en la familia una palabra te hiere,
ahora que haces oración, no debes sentirte ofendido,
sino llevar esa palabra a la oración y preguntarte: ¿Qué
parte de verdad tiene esa palabra que me ha herido?

94-
Toda palabra que hiere tiene algo de verdad y arroja
un poco de luz sobre tu conciencia. Es una pequeña
ayuda, una lupa que exagera algo que está allí.
Ahora comenzáis a entender por qué en la oración
pedimos silencio y educamos al silencio. ¿Cómo
podríamos calar en lo profundo de la conciencia sin
hacer silencio?
No os hagáis ilusiones: cuanto más progreséis en la
oración, más pecadores os sentiréis, porque la lupa
funcionará... Pero no os desanimaréis, porque habréis
entendido que orar es amar y amar es cambiar y cuando
lucháis estáis ya cambiando.

EJERCICIO PRÁCTICO
DE ORACIÓN
• El Espíritu Santo presente en ti es tu gran maestro
de oración. Él es «e/ amor de Dios derramado en
nuestros corazones» (Rm 5,5), es por tanto él quien te
educa al amor. Invócalo con fe:
«Ven, Espíritu de Amor, enséñame a amar en mi
oración».
«Espíritu de amor, guíame, líbrame de la oración
palabrera y también de la oración intimista que busca
gratificación, llévame a la oración que es vida nueva,
que es amor, porque amar es cambiar».
• En el tiempo que dedicas a Jesús haz que la oración
sea un sumergirte en su presencia, pídele con fe que te
libre de la oración palabrera y que te forme a la escucha.
Repítete con insistencia: No el que dice: Señor, Señor...
Y añade: Jesús, hazme ver los defectos de mi oración y
edúcame a escuchar.

-95-
Intenta escuchar a tu conciencia: ¿cuál es el peor mal
de mi oración?
• Después entra en comunión profunda con el Padre
que te envuelve en su amor: haz silencio, esfuérzate por
quedar en su presencia, aun sin pronunciar palabra;
procura estar en su presencia con alegría, esto es ya
amor. Repite: «Padre, orar es amar, fórmame a! amor,
amar es cambiar».
O repite simplemente y largamente las palabras:
«Padre, fórmame al amor».
• Lee con mucha atención las instrucciones del la
página 278: «Si quieres rezar bien».
ORACIÓN
PARA LA JORNADA
En todo espacio libre reposa ante Dios que te envuelve con
su presencia y dile:
«Señor, eres como una sombra que me cubre;
Señor, eres mi defensa de noche y de día».
En momentos de mayor calma reza este salmo. El monte a
que alude es probablemente la santa montaña de Dios en que
se alza el templo. Tú piensa en el sagrario de la iglesia más
cercana.

Salmo 120
Levando los ojos a los montes:
¿de dónde me vendrá el auxilio? El auxilio me
viene del Señor que hizo el cielo y la tierra. No
permitirá que resbale tu pie,

-96-
tu guardián no duerme;
no duerme ni reposa
el guardián de Israel.
El Señor te guarda a su sombra,
el Señor está a tu derecha;
de día el sol no te hará daño, ni la luna de noche. El
Señor te guarda de todo mal, él guarda tu alma;
el Señor guarda tus entradas y salidas, ahora y por
siempre.
Distracciones
«Cuando vayas a orar,
entra en tu aposento y, después de cerrar la puerta, ora a tu Padre
que está allí, en ¡o secreto» (Mt 6,6).

Los principiantes
¿Quiénes son los principiantes?
No es fácil aceptar que uno sea principiante. A nadie
le gusta quedarse en la clase inferior. Sin embargo es
táctica equivocada querer ser adulto, mientras aún se es
chiquillo, ponerse un traje de adulto, siendo aún niño. El
que en la oración quiere correr más de lo que puede,
tropieza, cae y después no puede andar. Mala cosa
crearse frustraciones en la oración.
Entonces, ¿quién es principiante en la oración? Es
principiante el que aún no ha entendido la importancia
de la oración;
- el que se aburre tremendamente cuando reza;
- el que se pierde cuando no tiene la fórmula escrita
o las palabras que recitar de memoria;
- el que piensa que la oración es una de tantas cosas
y no la primera en la vida cristiana;

-98-
- el que la siente sólo como obligación y no como
necesidad; „ .M-yí;
- el que fácilmente la omite;
- el que la siente como peso insoportable;
- el que la usa como amuleto o como moneda para
comerciar con Dios;
- el que la busca como escapatoria a sus deberes;
- el que busca con avidez la consolación.

Las distracciones
Plaga eterna de la oración vocal son las distrac-
ciones.
Es algo que siempre nos acompañará, hasta la
tumba. Sólo en el cielo no tendremos ya distracciones
porque el centro de interés será sólo Dios.
Es preciso acostumbrarnos a convivir con las
distracciones, pero sin dejar de combatirlas.
Es una pena ver cuánta oración vocal desperdi-
ciamos. Pero lo malo no es la distracción, lo malo, el
cáncer de la oración, es la costumbre de estar distraídos.
No lo debemos tolerar.
¡Primero hay que alarmarse! Quien se aletarga
pacifico ante el problema, sin preocuparse, se acomoda
en una costumbre preocupante.
Es una costumbre indecente que va contra la honra
de Dios, y tiene que disgustarnos. Imaginaos un fulano
que en la ventanilla de una oficina no sabe qué quiere y
que, en vez de responder al oficinista, charla con otro y
no escucha lo que le dicen. Le enviarán al cuerno.

-.99-
Es irrespetuoso, indigno de Dios estar distraídos.
Antes que hablar con Dios distraído, cállate.
La oración vocal es como una pasarela hacia Dios.
Sus riesgos son dos:
- quedarse sin entrar: es la oración distraída;
- sentarse en la pasarela y no atravesarla: es el caso
de la oración vocal en que se atiende a las palabras, pero
sin ir hacia Dios.
Sucede como a los niños que aprenden a leer:
silabean tanto las palabras que no entienden lo que leen.
La oración vocal debe unirme a Dios, no separarme
de él. No es suficiente que yo ponga mi atención en un
salmo para gozarlo; si el salmo no me lleva a Dios,
¿puedo decir que he rezado?
La atención demasiado mecánica a las palabras
puede jugarme una mala partida: impedirme el contacto
intimo con Dios.
Es curioso este hecho: los grandes expertos de la
oración vocal como eran los padres del desierto, usaban
con frecuencia muchas oraciones brevísimas.
¿Cómo medicar la oración vocal enferma? He aquí
algunos medios para curarla:
- usar mucho las oraciones espontáneas, más que las
fórmulas;
- en la oración vocal «aparcar» muchas veces,
volcando el corazón en Dios, hacer frecuentemente
«stop» y, sin palabras, dejar que respire el alma pro-
fundizando, pensando;
- lanzar a Dios un «grito de fe» en la misma oración
vocal (¡son preciosos los desahogos con Dios!);
- acostumbrarse a rezar con pocas palabras,
recalcándolas con insistencia;

-100-
- rezar usando alguna vez la técnica de la respi-
ración;
- rezar escribiendo;
- en la liturgia, en el uso de los salmos: subrayar
aquellas palabras que se prestan a entrar en comunión
con Dios, subrayar la frase-clave del salmo.

El control de lo inmediato
Hay un problema importante en la oración. Si la
oración es amor, debes acostumbrarte a evaluarla en el
amor. Pero el amor está en los hechos, evalúa pues tu
oración en los hechos.
Existe el riesgo nada hipotético de que la oración
sea una acrobacia aérea, una fuga de la realidad.
Somos muy capaces de contarnos historias, muy
propensos a engañarnos a nosotros mismos; lo hacemos
también con la oración.
Si la oración es amor, la conclusión natural de la
oración debe ser la búsqueda humilde de la voluntad de
Dios y la completa adhesión a la misma.
Por tanto, la oración es entrar en los problemas que
más nos inquietan y entrar en ellos con la fuerza de
Dios: clarificar el problema a la luz de Dios y afrontarlo
con la fuerza que él nos da.
Es muy importante adquirir esta costumbre: no
acabar nunca la oración sin aterrizar en alguna decisión
práctica y, posiblemente, inmediata.
Es muy importante que las decisiones:
- sean bien ponderadas y precisas. La precisión es
garantía de que la voluntad quiere de veras;
- se refieran a los problemas personales que más
escuecen;
-101-
- no salgan de la cabeza, sino de la luz que viene de
Dios, nazcan de la búsqueda humilde de la voluntad de
Dios;
- salgan del corazón, sean expresión concreta de
nuestro amor a Dios y se viertan al corazón de Dios,
para que no resulten sólo bonitas palabras y delicados
sentimientos;
- sean inmediatas, asi podréis siempre realizarlas. Y
cuando se trate de algo no inmediato, preparaos
inmediatamente para hacerlo y comenzad enseguida.
La oración debe ser un «Señor te amo, y ahora con tu
fuerza comienzo. ¡Ahora te lo demuestro!»
Esta es la formación sólida a la oración, es la oración
con los pies en el suelo, que no te decepciona a tí, ni a
Dios.
La oración es repostar al completo la buena
voluntad.
Cuando un coche se para en la gasolinera para
repostar, lo natural es que, enseguida, se ponga en
marcha, no entra allí para aparcar. Cuando de nuevo
falte gasolina, buscará otra estación de servicio y, de
nuevo, a la carretera.
Acostúmbrate, después de la oración, a arrancar con
alguna resolución generosa; el bien te produce un nuevo
bien, el bien te capacita para una nueva victoria, otro
gesto concreto de amor.
Quizá hemos crecido con una equivocada formación:
la oración que acaba en la oración. En cambio la oración
debe preparar para la acción, porque la oración es amor,
por eso prepara para la acción y desemboca en la
acción.

102-
EJERCICIO PRÁCTICO
DE ORACIÓN
• Es el Espíritu quien atrae a la oración. Es el
Espíritu quien sostiene tu oración. Abandónate a él.
El Espíritu ora en tí, ora contigo, ora por tí. Con-
centra toda tu atención en el Espíritu Santo, pídele:
«Espíritu Santo, forma mi mente en la concen-
tración, cura mi oración vocal enferma».
«¡Ven, Espíritu creador!».
9 El tiempo dedicado a estar con tu mente en Jesús
es precioso para curar tu superficialidad. Suplica:
«Jesús, dame la voluntad de crecer en la oración
atenta».
«Jesús, llévame a decisiones concretas en el amor".
Haz pasar delante de tí tus deberes principales de la
jornada y pregunta al Señor: «Jesús, ¿qué he de
cambiar en mí para realizar bien ese trabajo? ¿Qué
decisión he de tomar?».
• Ruega al Padre poniéndote en silencio ante él,
esforzándote en amar, quédate en su presencia con
humildad y fe, pídele sólo:
«Padre, enséñame a amar». «Padre, cura mi
oración palabrera».
• Lee con atención las instrucciones contenidas en la
página 278: «Si quieres rezar bien». Sigue fielmente los
consejos que allí se te dan.

-103
(sma^ w^ ^
«W©A
Ora frecuentemente con esta invocación:
«£7 Señor es mi Pastor, nada me falta».
Medita este salmo maravilloso. Puede ser una hermosa
oración de acción de gracias después de la Eucaristía. La mesa
preparada y el cáliz a rebosar pueden hacerte pensar en las
gracias de la Eucaristía.

Salmo 22
El Señor es mi Pastor, nada me falta:
en verdes praderas me hace recostar;
me conduce hacia fuentes tranquilas y repara mis fuerzas;
me guía por el sendero justo, por el amor de su nombre.
Aunque camine por cañadas oscuras, nada temo, porque tú
vas conmigo:
tu vara y tu cayado me sosiegan. Preparas una mesa ante
mí, enfrente de mis enemigos;
me unges la cabeza con perfume,
y mi copa rebosa.
Tu bondad y tu misericordia me acompañan
todos los días de mi vida,
y habitaré en la casa del Señor
por años sin término.

-104-
4}
El contexto
"Se retiró a un lugar desierto y allí
oraba» (Me 1,35).
I

El lugar, el tiempo, nuestro cuerpo, son


tres elementos exteriores a la oración
que inciden decisivamente en su
interioridad
«Jesús se fue a orar a ¡a montaña» (Le 6,12). «De
madrugada, cuando aún estaba muy oscuro, se levantó,
salió y fue a un lugar solitario donde se puso a orar»
(Me 1,35).
«Pasó la noche en oración» (Le 6,12). «Se postró con el
rostro en tierra y oraba...» (Mt 26,39).
Si Jesús ha dado tanta importancia al lugar y al
tiempo para su oración, es buena señal de que nosotros
no debemos descuidar el lugar que escogemos, el
tiempo y la posición corporal. No todos los lugares
sagrados ayudan a la concentración, unas iglesias
ayudan más, otras menos. Debo crearme un rincón de
oración en mi misma casa o en otro lugar fácilmente
accesible.

-105-
Naturalmente que puedo rezar en cualquier lugar,
pero no en cualquier lugar puedo concentrarme con la
misma facilidad.
Igualmente hay que elegir con cuidado el tiempo;
no todas las horas del dia facilitan una profunda con-
centración. La mañana, la tarde, la noche son los
tiempos en que normalmente la concentración resulta
más fácil. Es importante acostumbrarse a una hora fija
para la oración. La hora acostumbrada es un reclamo
para la oración. Es importante comenzar con decisión,
orar desde el primer momento.

Consejos prácticos
Seamos dueños de nuestras costumbres.
Nuestro físico crea sus leyes y también se adapta a
las leyes que nosotros le proponemos.
Unas buenas costumbres no suprimen todas las
dificultades de la oración, pero facilitan mucho la
oración, i
Cuando tenemos un malestar, hay que respetarlo: no
debe dejarse la oración, pero hay que cambiar el modo
de hacerla.
La experiencia es la mejor maestra para escoger
nuestras costumbres de oración.

También el cuerpo ha de aprender a rezar


«Jesús se postró en tierra y oraba...» (Me 14,35).
No podemos prescindir del cuerpo cuando oramos.
El cuerpo influye siempre en la oración, porque influye
en todo acto humano, aún el más íntimo. El cuerpo o es
instrumento para orar o es un
-106-
obstáculo. El cuerpo tiene sus exigencias y las hace
sentir, tiene sus límites; con frecuencia puede impedir la
concentración y obstaculizar la voluntad.
Todas las grandes religiones han dado una
importancia grandísima al cuerpo, sugiriendo pos-
traciones, genuflexiones, gestos. El Islam ha difundido
profundamente la oración en multitudes retrasadas sobre
todo enseñando a orar con el cuerpo. La tradición
cristiana ha tenido muy en cuenta siempre el cuerpo en
la oración: es imprudente infravalorar esta experiencia
milenaria de la Iglesia.
Cuando reza el cuerpo, el espíritu sintoniza
enseguida con él. No sucede tan fácilmente lo contrario:
el cuerpo, con frecuencia, se resiste al espíritu que
quiere orar. Es por eso importante comenzar la oración
pidiendo al cuerpo una posición que ayude a la
concentración. Puede ser útil esta norma: poneos de
rodillas manteniendo el busto bien erguido, los hombros
hacia atrás (la respiración regular y plena facilita la
concentración), los brazos relajadas a lo largo del
cuerpo, los ojos cerrados o fijos en la Eucaristía, en el
Crucifijo o en una imagen sagrada.

Más consejos prácticos


Cuando se está solo es bueno rezar en voz alta.
Levantando los brazos. También la postración profunda
ayuda mucho a la concentración.
Ciertas posiciones dolorosas no ayudan a la oración,
como no la ayudan las posiciones demasiado cómodas.
No excuséis nunca la pereza, más bien buscad sus
causas.

-107-
La posición no es la oración, pero ayuda u obstaculiza
la oración: hay que cuidarla.

Atención a la respiración
Todos los maestros orientales insisten en la utilidad
de concentrarse en la respiración para producir en
nosotros un profundo recogimiento.
Es una técnica que usaban los padres del desierto.
Es una técnica que es bueno redescubrir.
Es necesario ponerse en posición que consienta la
respiración regular y amplia. No aconsejamos la
posición yoga, porque hoy hay demasiada inflación de
yoga entre los jóvenes y también porque las técnicas
yoga aparecen un poco extrañas entre nosotros.
Aconsejamos una posición alternativa: arrodillados con
la espalda perfectamente erguida, los hombros echados
atrás, los brazos tendidos relajados a lo largo del cuerpo;
o bien sentados en un taburete sin respaldo, con la
espalda perfectamente recta de forma que permita tener
el busto erguido. Si la respiración es regular y amplia, la
concentración en más fácil.
Después se aconseja concentrar la mente en la
respiración acompañándola con la palabra que más nos
ayude: «¡Padre!» o «¡Jesús!».
Es útil hacer el ejercicio con los ojos cerrados.
Un maestro oriental dice: «La respiración es tu
mejor amiga: concentrándote en ella serás siempre
capaz de relajarte perfectamente y de apagar en ti toda
tensión».
Hay quien sonríe irónico ante tales técnicas, pero si
las usaban los grandes ascetas cristianos del

108
desierto, podrán también ayudarnos a nosotros,
cristianos superficiales.
De todas formas, la técnica de la oración a ritmo de
respiración es bueno usarla si ayuda, dejarla si no sirve.
Pero no hay por qué despreciarla. Todo lo que sirve de
apoyo a nuestra enferma oración ha de tomarse en
mucha consideración.

EJERCICIO PRÁCTICO
DE ORACIÓN
• La oración vocal atenta necesita adecuadas
circunstancias. Orar es como estudiar. No se puede
estudiar en el barullo de la plaza pública. Vuélvete al
Espíritu, intenta comunicarte con él acompasando a tu
respiración una invocación de amor:
«Espíritu Santo, Espíritu de amor, sana mi oración»
o «¡Ven, Espíritu de amor!»
U Dirígete a Jesús y experimenta la importancia de
rezar con el cuerpo, sobre todo cuando te sientes
perezoso y falto de voluntad. Cierra los ojos o fíjalos en
la Eucaristía o en el Crucifijo. Haz pasar ante ti a cada
persona de tu familia y pregunta asi al Señor:
«Jesús, ¿qué quieres que haga? ¿Amo bastante? ¿Sé
escuchar? ¿Sé dar? ¿Qué me pides?».
• Dirígete al Padre, entra en silencio profundo y
repite al ritmo de la respiración:
«Padre, te amo». Después elige una prueba concreta
de amor.
• Vuelve a leer con atención los consejos de la
página 278: «Si quieres rezar bien».
-109
ORACIÓN
PARA LA JORNADA
Repite hoy con frecuencia:
«Señor, en tus manos está mi vida». Reza este salmo
lleno de confianza.

Salmo 15
Protégeme, Dios mío, me refugio en t¡;
yo digo al Señor: «Tú eres m¡ bien». Los dioses y
señores de la tierra no me satisfacen. Multiplican las
estatuas de dioses extraños;
no derramaré sus libaciones con mis manos,
ni tomaré sus nombres en mis labios.
El Señor es el lote de mi heredad y mi copa;
mi suerte está en tu mano:
me ha tocado un lote hermoso,
me encanta mi heredad.
Bendeciré al Señor, que me aconseja,
hasta de noche me instruye internamente.
Tengo siempre presente al Señor,
con él a mi derecha no vacilaré.
Por eso se me alegra el corazón,
se gozan mis entrañas,
y mi carne descansa serena.
Porque no me entregarás a la muerte,
ni dejarás a tu fiel conocer la corrupción.
Me enseñarás el sendero de la vida,
me saciarás de gozo en tu presencia,
de alegría perpetua a tu derecha.

-110-
Crear la relación
«Vuestro Padre sabe lo que
necesitáis antes de pedírselo» (Mí
6,8).

La oración es una relación interpersonal


con Dios: una relación «Yo-Tú»
Jesús ha dicho: «Cuando oréis, decid: Padre...» (Le
11,2).
La primera regla de la oración es, pues, realizar un
encuentro, un encuentro de mi persona con la persona
de Dios. Un encuentro de verdaderas personas. Yo,
verdadera persona y Dios, visto como verdadera
persona. Yo, verdadera persona, no autónoma.
La oración es, por tanto, un sumergirme en la
realidad de Dios: Dios vivo, Dios presente, Dios
cercano, Dios persona.
¿Por qué a veces rezar es pesado? ¿Por qué no
resuelve los problemas? Muchas veces la causa es
sencillísima: en la oración no se da el encuentro de dos
personas. Muchas veces yo estoy ausente,

-111
como un autómata; y Dios se hace lejano, realidad
demasiado difuminada, demasiado lejana con la que no
me comunico en absoluto.
Hasta que en mi oración no se dé el esfuerzo para
lograr una relación «Yo-Tú», hay falsedad, hay vacío,
no hay oración. Es un juego de palabras. Es una farsa.
La relación «Yo-Tú» es fe.

Lo oración es una comunicación


afectuosa con Dios, obrada por el
Espíritu y sostenida por él
Jesús dijo: «Vuestro Padre sabe lo que necesitáis
antes de pedírselo...» (Mt 6,8).
Dios es pensamiento puro, es puro espíritu; no puedo
comunicarme con él sino con el pensamiento, a través
del Espíritu. No hay otro modo de comunicar con Dios:
no puedo imaginarme a Dios, si me creo una imagen de
Dios, creo un ídolo.
La oración no es un esfuerzo de fantasía, es un
trabajo de concepto. La mente y el corazón son los
instrumentos directos para comunicarme con Dios. Si
imagino, si me repliego en mis problemas, si digo
palabras vacías, si leo, no comunico con él. Comunico
cuando pienso, cuando amo. Cuando pienso y amo en el
Espíritu.
San Pablo enseña que el Espíritu es quien nos ayuda
en este trabajo interior. Dice:
«£7 Espíritu viene en ayuda de nuestra flaqueza,
pues nosotros no sabemos pedir como conuie-

-112-
ne; mas el Espíritu mismo intercede por nosotros con
gemidos inefables» [Rm 8,26).
«Dios ha enviado a nuestros corazones el Espíritu
de su Hijo que dama: «¡Abbá, Padre!» (Gá 4,6).

Consejos prácticos
Es importante que en la oración nuestra mirada se
dirija más a él que a nosotros.
No dejar caer el contacto del pensamiento:
cuando «se pierde la linea» tratar de conectar de nuevo
con calma y paz. Cada esfuerzo por intentarlo es un acto
de buena voluntad, es amor.
Pocas palabras, mucho corazón, la atención tensa en
él, pero en la serenidad y la calma.

Aprender a gozar
Aprender a gozar de Dios en la oración es importante
para madurar en la oración profunda. Es una profunda
terapia.
Muchas veces no se tiene gusto por la oración,
porque se la considera un plomo o, al menos, como un
deber.
Es un error: orar no es un deber, es una necesidad, es
un gozo.
¿No sería tonto decir que respirar es una obligación?
Si la oración es amor, no hablemos tanto de
obligación, hablemos de necesidad, hablemos de
satisfacción y de alegría.

-113-
Mucha gente no llega a la oración profunda y no reza
bastante porque tiene la «fijación del deber».
Quien tiene tal fijación no gustará nunca pro-
fundamente la oración. Para llegar a lo hondo de la
oración, hay que descubrirla como alegría.
Éste es un consejo importante: reservaos un espacio
de oración para gozar de Dios.
¿Para qué? Pues para corregir las deformaciones
mentales innatas o adquiridas, para así llegar a la
oración prolongada y cordial.
Dos enamorados no pueden citarse por obligación.
¡Sería bien curioso!
¿Por qué contamos los minutos cuando rezamos?
Porque no sentimos aún la pasión por la oración.
Si tenéis pasión por la música, vuela el tiempo que le
dedicáis. Si tenéis pasión por la lectura, sumergiros en
ella es el premio de la jornada: ya no sentís el cansancio,
al contrario, descansáis leyendo. Si tenéis pasión por el
deporte, le dedicáis el tiempo libre aunque os suponga
fatiga.
Ejercitaos, pues, en reservar un rato de vuestra
oración para gozar de Dios.
Y, ¿por qué sólo un rato?
Porque en la oración tenéis que ir a lo duro. Entrar
en los problemas que queman, deciros la verdad,
quitaros la máscara. Obras son amores y no...
consolaciones.
Pero cuando habéis hecho todo esto, adquirir la
costumbre de gozar un poco de Dios. ¿Cómo?
Buen campo para la creatividad y la libertad.
Prescindid de esquemas, relajaos. Hay quien se está allí
y basta... sin hablar, sin imaginar. ¡Está allí

-114-
con el Señor y basta! ¡Es hermoso estar un poco, en
paz, a los pies del Señor!
Sed libres y creativos: el corazón os enseñará.

EJERCICIO PRÁCTICO
DE ORACIÓN
• Orar es dejarse mirar en los ojos por Dios y mirarle
a los ojos, con amor. Intenta hacerlo hoy, procura
centrarte en el Espíritu Santo presente e invoca:
«Espíritu Santo, ven en ayuda de mi debilidad».
• Jesús «/o miró y lo amó»; es lo que hace Jesús
contigo cada vez que estás ante él en oración. ¡Déjate
!
amar! ¡Déjate mirar en los ojos! Implora:
i i i
•^^9• ..,
«Jesús, ¿qué quieres de mí?».
«Jesús, ¿qué puedo hacer para que tú estés contento
de mí?».
• Intenta sumergirte en la realidad del Padre que te
envuelve con su amor y quédate ante él, sencillamente
gozando de su presencia. Ora con la sola palabra
«Padre».
• Sigue con fidelidad los consejos de la página 278:
«Si quieres rezar bien».
-115
^\^ ^ J@5W\©A
Repite con frecuencia: «Padre, en ti confío». Medita este
salmo sapiencial.

Salmo 24

A ti, Señor, levanto mi alma;


Dios mío, en ti confío, no quede yo defraudado... Señor,
enséñame tus caminos, instruyeme en fus sendas:
haz que camine con lealtad;
enséñame, porque tú eres mi Dios y Salvador, y todo el
día te estoy esperando. Recuerda, Señor, que tu ternura
y fu misericordia son eternas;
no te acuerdes de los pecados ni de las maldades
de mi juventud;
acuérdate de mí con misericordia,
por fu bondad. Señor...
Tengo lo ojos puestos en el Señor,
porque él saca mis pies de la red.
Mírame, oh Dios, y ten piedad de mí...
Ensancha mi corazón oprimido
y sácame de mis tribulaciones;
mira mis trabajos y mis penas y
perdona todos mis pecados.

-116-
á

La liturgia:
la oración de Jesús
«La Liturgia es el ejercicio del
sacerdocio de Jesús» (SC II).

La Liturgia es Jesús que ruega, alaba, agradece, y es


Jesús que asocia a todos consigo para implorar,
glorificar y dar gracias. Nuestra oración se sumerge en
la suya como la gota de agua que se diluye en el cáliz
de la misa, se diluye pero está presente.
La Liturgia, ¡el culto público integral! La dignidad
de esta oración es infinita, como infinita es la dignidad
de la oración de Cristo: no me es lícito participar con
vulgar superficialidad.
Mi oración debe ser verdadera, consciente y fer-
vorosa. Cristo no puede hacer suya una oración que no
sea oración.
¿Estoy ausente?, ¿lejano?, ¿vacío?, ¿pasivo? Soy
peso muerto en la oración de Cristo, más aún, soy un
elemento perturbador en la oración de Cristo. La Iglesia
está muy preocupada por este problema. La
Constitución sobre la Liturgia dice: «La Iglesia, con
solícito cuidado, procura que ¡os cristianos no asistan
a este misterio de fe como extraños y mudos
-117-
espectadores, sino que, comprendiéndolo bien a través
de los ritos y oraciones, participen consciente, piadosa
y activamente» (SC 48).
Bastaría profundizar en estos tres adverbios y nuestra
vida litúrgica tendría ya fundamento bien sólido:
consciente, piadosa y activamente.
Queda implicada mi mente, mi corazón y mi
voluntad.
Se nos pide toda nuestra presencia con toda su fuerza
de participación y adhesión.
Responsabilicémonos, por ejemplo, del problema de
la participación en los signos y gestos litúrgicos que
tantas veces hacemos como autómatas: la señal de la
cruz, ponernos en pie, inclinarnos, besar, levantar las
manos, mirar los gestos sacerdotales más importantes...
¡Cuántas cosas sistemáticamente descuidadas o
totalmente desdibujadas por la costumbre!
Comencemos por querer salvar cada dia, en todo
acto litúrgico, un gesto. El más frecuente, la señal de la
cruz. La fuerza de la cruz que me envuelve, la
glorificación de la Trinidad que hago en nombre de toda
la Iglesia recordando la muerte redentora de Cristo.
¿Por qué ese levantarme para el Evangelio? Para
proclamar mi voluntad de servicio, mi respeto a la
palabra directa de Cristo.
Pongamos alma a nuestras genuflexiones: doble-
guemos nuestro orgullo delante de Cristo para que él
asuma y redima toda nuestra miseria y debilidad.
Demos sentido a las manos levantadas: sean un
rendimiento de nuestra indignidad ante Dios, impli-

118-
cando en «el acto de culto de Cristo» a todos nuestros
hermanos ausentes.
Cualquier gesto reavivado por la mente, el corazón y
la voluntad adquiere una nueva fuerza y una riqueza
interior grandísima.
Seamos fieles a la Iglesia que nos pide creatividad y
pasión en esos gestos litúrgicos que no los ha
introducido en el «culto de Cristo», en el «culto público
integral» de Cristo y de la Iglesia para que sean
elementos sin sentido y sin vida.
Cómo nos hiere una persona que nos saluda
distraída, que nos responde mecánicamente pensando o
haciendo otra cosa; así tienen que herir el corazón del
Padre nuestros gestos litúrgicos sin vida, sin alma. Es
como decir que no nos interesa y así el culto resulta
poco menos que un insulto.
Adquiere un nueva profundidad la advertencia de
Pablo en su carta a los Romanos: «Os exhorto,
hermanos, por la misericordia de Dios, a que ofrezcáis
vuestros cuerpos como una víctima viva, santa
agradable a Dios: tal será vuestro culto espiritual» (Rm
12,1-2).

EJERCICIO PRACTICO
DE ORACIÓN
• Hoy dedícate con la oración a preparar tu corazón
para la Liturgia Eucarística, para la misa del domingo.
• Invoca al Espíritu Santo asi:
«¡Ven, Espíritu Creador! Prepara mi mente, mi
corazón, mi voluntad para la próxima Eucaristía».

-119-
«Abre mi mente para entender que ¡a Liturgia es
Cristo que ora; no puedo participar distraída y
maquinalmente en la oración litúrgica».
«Que la costumbre de mi oración vocal distraída no
contamine la Liturgia».
• En el espacio que reservas a Cristo, pídele con fe
hacer una experiencia viva y nueva de participación en
la oración de Cristo. Ruega:
«Jesús, sumerge mi pobre oración en la tuya».
• En el tiempo dedicado al Padre, calla, ama,
esfuérzate en amar. Ha llegado el momento de decidir:
«Que yo participe en la próxima Liturgia como en
una fiesta».
Decide ir a la Eucaristía llevando dos dones: un
punto concreto de conversión y el sufrimiento de alguna
persona. Repite en silencio:
«Padre, gracias. Gracias por la Eucaristía que es ¡a
fiesta del agradecimiento de Jesús».
• Vuelve a leer y sigue con constancia los consejos
de la página 278: «Si quieres rezar bien».

5^m ^ J@W\©^
Repite con frecuencia esta invocación que es muy buena
preparación para la Liturgia:
«El Señor es mi luz y mi salvación».
En un momento de paz medita este salmo que te prepara
bien para la Eucaristía.

-120-
«Habítar en la casa del Señor» es asistir y participar en la
Eucaristía. «Sacrificios de aclamación», «cantaré y tocaré»,
«tu rostro buscaré» pueden ser bellas alusiones a la
celebración.

Salmo 26
El Señor es mi luz y mi salvación,
¿a quién temeré?
El Señor es la defensa de mi vida,
¿quién me hará temblar?
Si un ejército acampa contra mí,
mi corazón no tiembla...
Una cosa pido al Señor,
eso buscaré:
habitar en la casa del Señor por los días de mi vida;
gozar de la dulzura del Señor contemplando su templo...
El me esconderá en lo escondido de su morada, me
alzará sobre la roca... en su tienda ofreceré sacrificios
de aclamación, cantaré y tocaré para el Señor... Oigo en
mi corazón: «Buscad mi rostro». Tu rostro buscaré,
Señor, no me escondas tu rostro. Señor, enséñame el
camino, guíame por la senda llana... Espera en el
Señor, sé valiente, ten ánimo, espera en el Señor.

-T21-
^
La liturgia, cumbre
de la oración y
fuente de vida ^;.í ^'v'.';,' '

«La Liturgia es ¡a cumbre a la cual tiende ¡a


actividad de la Iglesia y, al mismo tiempo, la
fuente de donde mana toda su fuerza» (SC, 10).

La liturgia es cumbre en la
actividad de la Iglesia
La Iglesia nunca había hablado así: ha esperado dos
mil años para pronunciar estas palabras. Mejor, la
Iglesia ha gestado en su corazón durante dos mil años
estas palabras que han visto la luz en el Concilio
Vaticano II.
Son palabras preparadas por siglos de reflexión y
búsqueda a través de movimientos litúrgicos, pero son
palabras que corren el riesgo de quedar allí escritas, si
no se produce la conversión litúrgica en las
comunidades y en los corazones.
La Liturgia, cumbre de la vida de la Iglesia y fin
último de su actividad, pero, ¿cumbre también de
-122-
nuestra vida espiritual? ¿Nuestra vida espiritual camina
y se dirige derechamente hacia esa meta?
«Toda la actividad pastoral de la Iglesia debe nacer
de la Eucaristía para volver a la Eucaristía», dice el
Concilio.
Por tanto a la Liturgia le corresponde el primer
lugar: el primer lugar en los medios que Dios nos da
para nuestra vida espiritual; el primer lugar en los
esfuerzos que debemos hacer en la vida espiritual.
Podemos acostumbrarnos a una Liturgia sin
preparación. El mal uso que hemos hecho en la vida de
tantas misas es la prueba de que podemos acomodar
nuestra voluntad en una costumbre que anula, para
nosotros, el milagro eucarístico: podemos neutralizar la
Eucaristía.

Prepararse a la liturgia.
Preparar la liturgia
La liturgia sin preparación es el primer paso
equivocado, se seguirá casi fatalmente el segundo:
no dejarnos calentar por el misterio de Cristo, entrar
tranquilamente en la profanación práctica del misterio.
San Julián Eymard decía: «Tenéis la Eucaristía, ¿qué
más queréis?».
Jesús no podía inventar algo más convincente para
sacudir nuestra indiferencia. Pero nosotros sesteamos en
nuestra superficialidad.
San Ignacio, ordenado de sacerdote, tardó año y
medio en celebrar la Eucaristía y en su autobiografía
escribe que celebraba siempre «entre muchas lágrimas».

-123-
¿Somos ciegos ante el don que Cristo nos ofrece en
la Eucaristía?
San Julián Eymard dice que Jesús, para estar
plenamente disponible para nosotros, con el misterio
eucarístico no se ha hecho persona, «se ha reducido a
ser cosa», se ha entregado a nuestra inconsciencia asi,
como un objeto. ¿No tendríamos que temblar ante la
responsabilidad que tenemos ante el don de Cristo?
Quien se acerca a la Eucaristía sin preparación se
parece al que va a la fuente con un cubo agujereado y
hasta sin fondo: pierde el tiempo y el esfuerzo.
Quien no se prepara a la Liturgia bloquea al Espíritu.
«El corazón debe estar despierto, debe estar
preparado al encuentro». La fe y la apertura de corazón
no se han de dar por supuestas. No se dan por el solo
hecho de que yo asista a la celebración.
La oración litúrgica comienza, al menos, diez
minutos antes que la Liturgia.
Tenemos necesidad de un principio que unifique y
simplifique toda nuestra vida espiritual: la Iglesia
acierta al indicarme la Liturgia como gozne de toda vida
espiritual. ¿Seguro que lo es en mi?
Un indicador seguro es este: ¿Cuánto tiempo dedico
a preparar la Eucaristía? ¿Me conformo con lo que
hacen los otros? ¿Es un esfuerzo constante o depende de
los altibajos de mi entusiasmo? ¿Tengo convicciones
serias acerca de la urgencia e importancia de este
problema práctico?
San Leopoldo hacia siempre una hora de adoración
antes de la misa, como preparación. ¿He tomado yo la
decisión de dedicar un tiempo bien

-124-
determinado a esta preparación? ¿O es un buen deseo
que flota en el vacío?
Una cosa es cierta: lo que hago para dar vitalidad a
mi Liturgia, da la medida exacta del aprecio que tengo
por ella. Si la Liturgia es una de tantas cosas de la
jornada o de la semana, estará a merced de mi debilidad.
Si, en cambio, la Liturgia concentra mi mayor interés, la
preparación será el primer paso de mi conversión
eucaristica.
La Iglesia en sus constituciones conciliares no habla
a tontas y a locas. Si se atreve a decir que «de la
Litúrgica se obtiene con la máxima eficacia la
santificación de los hombres en Cristo y la glorificación
de Dios» (SC 10), significa que la Liturgia es la vía
maestra de la santidad.
Significa también que todas las otras actividades
deben estar orientadas y jerarquizadas a la Liturgia.
Más aún en el n. 14 de la Sacrosanctum Conci-lium,
gran documento del Concilio, la Iglesia no duda en
afirmar que «la Liturgia es la fuente primaria y
necesaria en la que han de beber los fieles el verdadero
espíritu cristiano».
¡Amarla! Este es el primer requisito para vivir la
Liturgia.
El Espíritu Santo debe despertarnos del letargo, de la
indiferencia, de la tibieza.
Jesús dijo: «Donde está vuestro tesoro, allí estará
vuestro corazón» (Mí 6,21).
Es un principio de una claridad meridiana, hay que
aplicarlo a nuestra formación litúrgica.
No se trata de hacer teorías, se trata de tomar
decisiones precisas, concretas, proporcionadas a nuestra
inercia.

-125-
EJERCICIO PRACTICO
DE ORACIÓN
Hoy dedica tu tiempo de oración a preparar la
Liturgia Eucarística o a dar gracias por ella.
• Pide al Espíritu Santo que abra tu mente a la
grandeza de la oración litúrgica: Cristo orante te invita a
entrar en su oración.
«Espíritu Santo, ¡prepárame!»
«Espíritu Santo, agradece conmigo y por mí la
Liturgia en que he participado».
• Dirígete a Jesús y pídele no ir nunca a la Liturgia
sin preparación. Intenta rogar asi:
«¡Jesús, dame tu corazón!».
Porque es eso precisamente lo que sucede en la
Liturgia eucarística; pero si estás distraído, ausente,
apático: ¿cómo se logrará semejante unión?
• En la oración al Padre, ponte en silencio delante de
él y reza humildemente:
«Padre que yo no profane la liturgia, la oración de
Cristo».
No digas muchas palabras. Ama y repite:
«Padre mío, mi todo».
Y procura meter en este «todo» el agradecimiento
por la Eucaristía, el máximo don del amor del Padre, del
Hijo y del Espíritu Santo.
• Lee y obedece los consejos de la página 278: «Si
quieres rezar bien».

•126-
©^a^
^\^ ^ «w\©^
Repite con constancia: «Amarás al Señor tu Dios con
todas tus fuerzas».
El Shemá (Escucha, Israel) debe convertirse en tu oración
favorita sobre todo en el momento más solemne de la Liturgia,
en el momento de la comunión. Apréndelo de memoria apenas
puedas.

Deuteronomio 6, 4-9
Escucha, Israel:
El Señor nuestro Dios es solamente uno.
Amarás al Señor tu Dios con todo el corazón,
con toda el alma, con todas las fuerzas.
Las palabras que hoy te digo quedarán en tu
memoria,
se las repetirás a tus hijos y hablarás de ellas
estando en casa y yendo de camino, acostado y
levantado.
Las atarás a tu muñeca como un signo,
serán en tu frente una señal;
las escribirás en las jambas de tu casa y en sus
portales.

-127.
Tercera Semana

LA ORACIÓN DE
ESCUCHA
13 Escuchar es
amar

"No el que dice: Señor, Señor... sino el que hace la


uoluntad de mi Padre, entrará en el Reino» (Mt 7,21).

Descubrir la voluntad de Dios


No basta la oración vocal que repite: «Señor,
Señor», hay que aterrizar en el cumplimiento de la
voluntad de Dios, decidirse a ello e implorar la fuerza
necesaria. Esto es, hay que pasar a la oración de
escucha.
«Escuchar» es palabra clave en la Biblia: la encon-
tramos 1.100 veces en el Antiguo Testamento y 445 en
el Nuevo.
En su profesión de fe el israelita no dice: «Creo...»,
sino que se repite a si mismo la Palabra de Dios y
proclama: «Escucha, Israel, el Señor tu Dios es uno
solo... amarás al Señor tu Dios con todo el corazón...».
La escucha de Dios es el corazón de la oración. Si la
oración no lleva a la escucha, nos quedamos en la
corteza de la oración. No podemos alimentarnos de
cortezas.
-131-
Cuando estamos acostumbrados a la oración de
escucha comienza a crecer en nosotros el verdadero
cristiano. Porque la oración de escucha es sus-
tancialmente aprender a sumergirnos dentro de la
profundidad de nuestra conciencia, en la profundidad de
la voluntad de Dios sobre nosotros.
¿Cómo definir la oración de escucha? Quizá así:
«Es la búsqueda humilde y confiada de la voluntad de
Dios en nuestros problemas personales, comenzando
por los problemas que más nos apremian».
Todos tenemos problemas que nos escuecen. De
ellos debe partir la oración de escucha.
Es búsqueda humilde de la voluntad de Dios:
Dios no habla al corazón orgulloso. El «todo lo sabe»
no comunica con Dios.
Es búsqueda confiada: es un acercarse, corazón a
corazón, a Dios. Cuanto más amor hay en esta bús-
queda, mayor profundidad de comunión con Dios.
Es búsqueda sobre los problemas personales, es
preguntar a Dios qué tenemos que hacer, pedirle
humildemente que nos diga cuáles son sus deseos, es
decirnos la verdad y dejar a Dios que nos la diga, es
quitarnos toda máscara ante Dios, con la fuerza que de
él nos viene.
Es búsqueda de la voluntad de Dios sobre los problemas
personales que más nos preocupan:
toda la voluntad de Dios nos interesa, pero hay en la
vida problemas que apremian y ante los cuales no
podemos dormirnos beatíficamente.
De estos problemas debemos precisamente arrancar.
«Cada día tiene su afán», dice Jesús, cada día me trae un
problema que destaca y al que debo dar respuesta a la
luz de Dios.
-132-
La oración de escucha es aprender a vivir la propia
vida a la luz de la voluntad de Dios. Es un trabajo de
educación espiritual profunda.
¿Cómo se hace oración de escucha?
1. Ante todo hay que crear el clima de escucha.
Es necesario querer escuchar. Sin esta voluntad no se
puede comenzar. Si quieres repostar y no te paras en la
estación de servicio, es señal clara de que no quieres
poner gasolina.
Debes querer escuchar, querer interpelar a Dios.
Atento al juego y a las trampas de tu voluntad. A
veces ante Dios «hacemos como si...», pero de hecho no
hacemos nada, porque Dios es tan discreto y humilde
contigo, que no protesta si te haces trampa en el juego.
Pídele, pues, voluntad de escucha. Y confiesa tu
dureza de corazón.
Dios se conmueve siempre ante un acto de humildad
y responde siempre.
2. Usa los instrumentos convenientes para la
escucha. Sobre todo dos:
- la Palabra de Dios
- y la voz de tu conciencia.

La palabra de Dios
1. No tomes en tus manos la Palabra de Dios sin
implorar humilde y prolongadamente al Espíritu Santo.
Dice Enzo Bianchi: «Sin el Espíritu, un velo cubre
la escritura e impide entenderla». Por tanto, ¡destápala!

-133 -
¿Podrías leer la Biblia sin abrirla? ¿Sin sacarla del
estuche?
Por tanto, implora humilde y largamente al Espi-ritu
hasta que te des cuenta de que se ha reblandecido un
poco tu duro corazón y sientes en ti una vibración de fe.
2. Procura leer no con los ojos, sino con el corazón.
No podemos profanar la Palabra de Dios y leerla como
quien lee el periódico.
3. Nuestros defectos de lectura son, casi siempre, la
prisa, la curiosidad, la avidez. Contrólalos. No es la
cantidad lo que interesa, sino el leer en profundidad, con
el corazón en el Espíritu Santo.
Dice san Jerónimo: «Comemos la carne de Cristo y
bebemos su sangre en la Eucaristía, pero también en la
lectura de la Palabra de Dios».
Por tanto tu lectura es una comunión, deja la
superficialidad, las prisas, la distracción.
Elimina la avidez, toma el sorbo que te basta y deja
correr el resto. No puedes agotar el manantial, te basta
con el sorbo que te quita la sed.
4. Sé honrado con la Palabra: no le hagas decir lo
que no dice.
Debes tener cierta seguridad de entender bien. Pasa
con sosiego del texto a las notas y de las notas al texto.
Sobre todo invoca mucho al Espíritu mientras lees. «El
mismo Espíritu que ha tocado el alma del profeta, tocará
el alma del lector» (San Gregorio Magno).
El trasfondo de tu lectura sea siempre: «Habla,
Señor, que tu siervo escucha» (I Sam 3,10).
5. Lee y vuelve a leer la frase que te ha afectado
especialmente. Quizá contiene el mensaje de

-134-
Dios para ti y para hoy. Volver a leer aviva el deseo de
ser instruidos por Dios.
Estáte quieto y tranquilo, no impaciente por recibir la
iluminación de Dios. Dios habla aun sin palabras, en el
momento apto se hará la luz.
Un monje del Monte Athos dijo un día a Enzo
Bianchi: «El Espíritu es como esa paloma blanca que se
nos acerca... si te mueves, se vuela... Si quedas
tranquilo, se te acerca".
6. Basta una nonada para perder línea con Dios,
basta un poco de orgullo.
Necesitas mucha humildad antes, durante y después
de la lectura de la Palabra.
No fuerces la luz de Dios, implórala con humildad.

La voz de la conciencia
A la escucha de la Palabra con frecuencia has de
acompañar la escucha de tu conciencia.
A veces, la Palabra es una luz difusa que despierta tu
voluntad e ilumina tu inteligencia, pero puedes tener la
impresión de que, alguna vez, los problemas que más te
escuecen quedan marginados.
No seas superficial: la escucha de Dios prepara
siempre a la escucha de la conciencia.
Te sucederá alguna vez que la Palabra de Dios te
deslumbre precisamente en lo más vivo de tu problema;
otras, en cambio, te prepara para afrontarlo.
Pregunta a tu conciencia, interrogando a Dios con
preguntas bien concretas.
- Dios siempre está en la parte del bien, de lo
justo y verdadero.

-135-
- Dios nunca toma partido contra nuestros deberes de
estado.
- Dios no avala nunca nuestra vileza y nuestros
egoísmos.
- Dios no acaricia nuestras ilusiones, nuestro orgullo
y sueños de grandeza.
- Dios, con frecuencia, habla contrariando nuestra
voluntad.
- Dios nos dice también las cosas desagradables.
- Dios frecuentemente nos habla cuando querríamos
que callara.
- Dios habla también callando.
Hemos de acostumbrarnos a la escucha de Dios,
hemos de crearnos costumbre de escucharle. Quien no
tiene costumbre de escuchar a Dios, corre el peligro de
no oírlo, ni siquiera cuando truena.
Dios normalmente no sigue otro camino para
hacernos oír su voz que nuestra inteligencia, nuestro
sentido común, la voz de nuestra conciencia.
El problema importante es nuestra sinceridad al
interpelar su voluntad. Es relativamente sencillo
conocer su voluntad con relación a nuestros deberes.
Otra cosa son los problemas que implican graves
responsabilidades y grandes decisiones. Entonces la
prudencia pide que la voz de la conciencia sea avalada
también por personas de confianza y competentes, de
buen sentido y de fe.
Y no hay que descuidar la voz de aquellos que el
Señor ha puesto a nuestro lado. El mejor consejero es, a
veces, el que nos pisa los pies y al que no podemos
falsear el problema cuando le pedimos consejo.

136-
Dios se comporta siempre con mucha delicadeza y
sabiduría. En su respuesta hay siempre, casi siempre,
luz suficiente para quien tiene buena voluntad y bastante
oscuridad para quien quiere seguir su capricho. Dios es
extremadamente respetuoso con nuestra persona y
nuestra libertad. No fuerza la puerta. Dios es muy
educado.

EJERCICIO PRÁCTICO
DE ORACIÓN
• La oración de escucha es un trecho nuevo e
importante en el camino de la oración. Dedícate en el
rato que destinas al Espíritu a pedir buena voluntad.
Invoca:
«Espíritu de verdad, ayúdame a hacer en mí la
verdad».
• Después dirígete a Jesucristo preguntándote:
«¿Qué problema me preocupa? ¿Qué deseas de mi,
Señor?». Si bajas profundamente a tu conciencia, estás
en oración de escucha.
La Palabra de Dios hoy puede ser un trozo de
Evangelio que te ha llamado especialmente la atención.
Intenta leerlo como si fuera la primera vez que lo lees.
Pide luz al Señor mientras lo lees. Imagínate que Cristo
habla precisamente sólo para ti.
• Después entretente con el Padre en un silencio
lleno de amor. Reza con pocas palabras. Basta con la
sola palabra: «Padre».
• Vuelve a leer en la página 278: «Sí quieres rezar
bien» y atiende a los consejos que allí se te sugieren.

-137
^\^\ ^ J)(MW^
Procura hoy rezar así: «Ojalá escuchéis hoy su voz, no
endurezcáis vuestro corazón».
Reza con este salmo que invita a la oración de escucha:

Salmo 94
Venid, aclamemos al Señor, demos vítores a la Roca
que nos salva;
entremos en su presencia dándole gracias,
aclamándolo con cantos. Porque el Señor es un Dios
grande, tiene en su mano las simas de la tierra, son
suyas las cumbres de los montes;
suyo es el mar, porque él lo hizo,
la tierra firme que modelaron sus manos.
Entrad, póstremenos por tierra,
bendiciendo al Señor creador nuestro.
Porque él es nuestro Dios,
y nosotros su pueblo,
el rebaño que él guía.
Ojalá escuchéis hoy su voz,
no endurezcáis vuestro corazón.

-138-
Una advertencia
del Maestro
«Marta, Marta, andas nerviosa e inquieta por tantas
cosas:
sólo una es necesaria» (Le 10,41).

Una deliciosa escena


«Por el camino entró Jesús en una aldea, y una
mujer de nombre Marta lo recibió en su casa. Ésta tenía
una hermana llamada María, que se sentó a los pies del
Señor para escuchar sus palabras. Marta, en cambio,
se distraía con el mucho trajín;
hasta que se paró delante y dijo: "Señor, ¿no te da nada
que mi hermana me deje trajinar sola? Dile que me
eche una mano". Pero el Señor le contestó: "Marta,
Marta, andas nerviosa e inquieta por tantas cosas: sólo
una es necesaria. Sí, María ha escogido la mejor parte,
y esa no se le quitará"» (Le 10, 38-42).
En esta página está bien enfocada la oración de
escucha.
Una mujer de nombre Marta lo recibió. Marta
aparece como mujer decidida y generosa, muy

-139-
hecha a dar y a darse; pero para la oración de escucha se
requiere algo más.
Tenía una hermana llamada María, que se sentó a
sus pies para escuchar sus palabras. María es un tipo
diferente: serena, reflexiva, respetuosa. No censura la
agitación de su hermana, absorta como está ante Jesús
presente en su casa. Está sentada a sus pies como hacían
los discípulos a los pies de los maestros. Le interesa la
persona de Jesús, nada más.
Marta, en cambio, se distraía con el mucho trajín.
Completamente dominada, preocupada por las cosas,
preparando todos los detalles de una buena acogida,
queriendo quedar bien ante Jesús, los doce y los vecinos
que no se le habían adelantado a ella en invitar a Jesús.
Todo muy hermoso y laudable.
Marta se muestra toda una mujer admirable,
animosa; pero esclava de las cosas y en peligro de
perder o comprometer lo esencial.
Di/e que me eche una mano. Aconseja a Jesús.
Quien es superficial da consejos a Dios en la oración y
fuera de ella. Ella se coloca en el centro: si ella no
consigue lo que pretende, todo se viene abajo...
Marta, Marta... Es una corrección bien cariñosa. Jesús
no corrige con aspereza, parece decir:
«¿No te das cuenta...?».
Andas inquieta y nerviosa... Vas de una parte a otra.
¡Párate! Has perdido el equilibrio y el dominio de las
cosas.
Por tantas cosas... por cosas que te van a hacer
quedar bien. No logras distinguir.

-140-
Só/o una es necesaria: la atención al don de Dios,
para llevarlo a sus últimas consecuencias.
María ha escogido la mejor parte: os habéis repar-
tido mal los oficios, tú a afanarte con las cosas, ella a
recibir y acoger. Lo mejor era esto. Jesús no rehusa los
servicios de Marta, pero subraya que hay algo más
importante, menos gratificante, pero más útil.
Esa mejor parte no se le quitará. Es lo definitivo:
dar amor y corresponder al amor.
En la oración del corazón hay siempre que escoger:
hay cosas más gratificantes que el silencio, como leer,
meditar, escribir, instruirse, hablar, dialogar.
Son todo cosas buenas y en ocasiones muy con-
venientes, pero eso no es lo mejor: lo mejor es poner en
el centro de nuestra atención la persona de Jesús y
basta; no las cosas, no las gratificaciones aun santas,
sino Jesús. Dejar a un lado incluso lo útil, por lo mejor.
¡Quedar completamente poseídos por la presencia de
Dios! Esto es lo importante en la oración, todo lo demás
es secundario. En este estar presentes hay amor,
agradecimiento, escucha, veneración, adoración.
No tener miedo de perder tiempo estando en la
presencia de Dios, porque en realidad nada se pierde, se
gana todo.
Dejar lo que es más fácil y escoger lo difícil. ¡Gra-
cias porque estás ahí y gracias porque estoy aquí!
Marta lo recibió en su casa..., pero quien de veras lo
recibe no es Marta, es María.

-141-
El arco de la verdad
Hay un riesgo en la oración del corazón: el inti-
mismo. Después de las primeras dificultades, se está tan
bien con Dios, que es fácil repetir con Pedro: «Hagamos
aquí tres tiendas...». Y se puede olvidar un problema
muy importante.
Por ejemplo, el problema de aclarar primero las
cuentas con Dios, de ver claro las cosas que no van, de
quitarnos la careta de fariseo, de poner orden en todo lo
que no agrada a Dios.
El riesgo del intimismo existe, aunque no hay que
exagerarlo. El motivo de fondo es que el estar en
silencio ante Dios procurando amarlo es una situación
que no nos deja convivir con nuestras miserias. Apenas
entramos en el mundo de la luz, aparecen nuestras
sombras y sentimos el horror de nuestra indignidad.
Pero para los principiantes, el peligro es querer pasar
enseguida a la oración del corazón sin pagar el peaje.
Sucede cuando la oración del corazón es aún muy
superficial, aunque dé mucha satisfacción.
Hay que comenzar bien y, para entrar en la oración
del corazón hay que pasar por el arco de la verdad.
Hemos de hacer la verdad en nosotros, hay que poner el
dedo en la llaga, hay que purificarse, afrontar los
problemas que duelen y poner las cosas en orden.

Aceptarse, arrepentirse, reparar


Hemos de aceptar nuestras miserias. Sin este paso
preliminar no hay arrepentimiento, no hay

-142-
purificación. Debo ser claro, transparente, ante todo
conmigo mismo, si quiero serlo con Dios. Entonces
debo bucear en mis aspectos negativos con
objetividad y también con confianza. Estoy delante de
Dios para mostrarle mi corazón, ¿no va ayudarme él a
liberarme de mi miseria?
Hecha la verdad en mí, no basta: debo arrepen-
tírme. No es cuestión de palabras, aunque las palabras
están bien para expresar mi arrepentimiento. Pero una
vez vista la miseria que hay en mí, la tentación es
rechazar el problema, ignorarlo, darle vuelta y
proyectarlo fuera de mí o, si no, lamentar
mi debilidad y lloriquear. Esto es fácil, pero no es
arrepentirse.
Arrepentirse es salir. Arrepentirse significa volun-
tad de combatir. Y entonces ya estamos en la tercera
fase: reparar.
Cierto, casi nunca se puede reparar un falta de
modo completo. La cosa puede ser muy compleja.
Exige ponderación, sentido de responsabilidad,
prudencia.
Pero una cosa es segura: si no puedo reparar
completamente, puedo siempre comenzar con
decisión a dar los primeros pasos concretos de
reparación.
El primero es ciertamente la oración. Si he cau-
sado daños, si he cumplido mal mi obligación, lo pri-
mero es poner en las manos de Dios las personas a
quienes he perjudicado, implorar de Dios la fuerza
para una completa reparación, pedirle luz y sentido de
responsabilidad. Esto ya es comenzar a reparar.
Después urge planificar con la luz de Dios un
programa de reparación concreto, inmediato, deci-
-143 -
dido. Trazar un camino. Claro que un viaje requiere
tiempo, pero preparar el equipaje, comprar el billete es
ya comenzar el viaje. Lo importante es ser honrados y
claros.
La oración del corazón no se puede emprender
jugando al escondite con nuestras responsabilidades. La
oración del corazón es un lanzarse al amor de Dios.
¿Cómo es posible esto sin la voluntad de ponerse en paz
con él?
Al principio es bueno no comenzar nunca la oración
del corazón sin este control: sin pasar bajo el arco de la
verdad.
Más adelante quizá todo será más sencillo. Se
pueden afrontar los problemas que obstaculizan nuestra
relación con Dios examinándonos, haciendo verdad en
nosotros, antes, durante y después de la oración del
corazón. Puede suceder también que quien se
acostumbra a la oración del corazón adquiera poco a
poco una luz tan viva sobre sus miserias que en mucho
tiempo no tenga necesidad de examinarse y
concentrarse.
Entonces, apenas despunta una falta, se enciende la
alarma y la buena voluntad responde y asi toda la
jornada, aún fuera de la oración, es buena ocasión para
la purificación.

EJERCICIO PRACTICO
DE ORACIÓN
• Haz atenta oración vocal dirigida al Espíritu.
Puedes leer, por ejemplo, el salmo del día anterior. Pide
que el Espíritu te lleve a hacer la verdad en ti.
-144-
• Después dirígete a Jesucristo y revive la escena de
Marta y María. Imagina la escena con todos sus
particulares. San Ignacio lo aconsejaba mucho para la
meditación profunda del Evangelio, lo llamaba «hacer la
composición de lugar». Lo importante es que te ejercites
en la oración de escucha y que apuntes a lo práctico:
«Maestro, ¿qué quieres decirme con esta página?».
«Maestro, ¿te escucho de veras?».
Toma resoluciones prácticas.
• Después orienta tu corazón al Padre. Ama y guarda
silencio. Di sencillamente:
«Padre, ¿qué quieres de mí? No se haga mi volun-
tad, sino /a tuya».
Lee en la página 278: «Si quieres rezar bien» y sigue
los consejos que se te dan.

ORACIÓN PARA
LA JORNADA
Repite con frecuencia en la jornada esta invocación del
salmo:
«Fija en mí tus ojos y enséñame el camino».

Salmo 31
Dichoso el que está absuelto de su culpa, a quien le
han sepultado su pecado;
dichoso el hombre a quien el Señor
no le apunta el delito...
Propuse: «Confesaré al Señor m¡ culpa»

-145-
y tú perdonaste mi culpa y m¡ pecado... Tú eres mi
refugio, me libras del peligro, me rodeas de cantos de
liberación. Dice el Señor:
«Te instruiré y te enseñaré el camino que has de
seguir,
fijaré en t¡ mis ojos».
No seáis irracionales como caballos y mulos...
Los malvados sufren muchas penas
al que confía en el Señor,
la misericordia lo rodea.

-146-
Los cinco canales
«Habla, Señor, que tu siervo escucha» (1 Sam
3,10).

Compromiso constante
Cuando la oración se hace escucha, hemos
avanzado. Pero es preciso que la escucha sea constante,
no a intervalos.
El que no está acostumbrado a orar puede asomarse
a este grado de oración, pero pronto decae. Es fatigoso.
¿Qué hacer?
Hay que partir de la purificación, hay que aprender a
descortezar el orgullo.
Es preciso hacerse verdad. Llegar a ser verdad. Dios
no logra hablarnos hasta que no nos hemos quitado la
máscara.
Esta es la primera operación importante: decirnos la
verdad, sumergirnos en la verdad, hacer la verdad
dentro de nosotros.
Ponernos ante nuestras miserias con toda valentía,
decir al pan pan y al vino vino.

-147-
Vivimos de apaños y subterfugios. Antes de entrar
en contacto con Dios, hay que cambiar de arriba abajo
toda situación de falsa componenda, ver lo tenebroso de
nuestra miseria, ponernos en pobreza absoluta ante
Dios. Cuando nos hemos convertido en sinceridad,
entonces Dios puede irrumpir... y hablar.
Dios habla.
¿Por qué medios nos habla? Normalmente usa cuatro
canales para transmitir y comunicarse con el hombre de
buena voluntad.
• LAMENTE
Dios nos hace entender.
Nos hace entender los problemas a una nueva luz,
frecuentemente de modo tan claro que se vienen abajo
muchas ilusiones y nos cuesta recobrar la paz.
Pero Dios no agita. El diablo es el que agita, Dios
no. La voz de Dios siempre es tan delicada, que basta
una nonada para silenciarla.
• LA VOLUNTAD
Dios nos hace querer.
La voluntad se siente movida claramente en una
dirección. Como la limadura de hierro que entra en un
campo magnético: la voluntad se orienta a Dios, se hace
dócil como el hierro ante el imán.
Se siente lo que se debe hacer y se tiene la fuerza de
hacerlo. Es Dios que nos ha tocado.
• LAS EMOCIONES
Todos a lo mejor han experimentado momentos de
intensa alegría después de una prolongada ora-

-148-
ción. Es algo difícil de explicar: a veces es alegría, a
veces sólo profunda paz, a veces conmoción. Es
probable que Dios haya tocado nuestra sensibilidad.
Si se siguen buenos frutos concretos, es casi seguro
que aquella emoción es el resultado de un verdadero
contacto con Dios. Decimos que es «casi seguro», sólo
porque el mundo del espíritu no puede ser controlado.
Pero «por los frutos se conoce el árbol», dijo el
Señor. Si estos momentos de intimidad con Dios
desencadenan nuestra generosidad, nos maduran en la
caridad, nos despegan del egoísmo, nos hacen humildes,
hay buenos frutos.
Hay que añadir que Dios no habla a nuestra
sensibilidad siempre en tono agradable; cuando nos
habla con el remordimiento, el descontento, el vacio, no
nos resulta agradable, pero Dios espera que
respondamos. Experimentar nuestros límites es ya una
acción de Dios en nosotros, es ya un verdadero don de
la gracia. Dios espera una respuesta.
• LA IMAGINACIÓN
En el Diálogo de Juana de Arco de Bernard Shaw, el
juez dice a la muchacha: «Las voces que oyes vienen de
tu imaginación». «Natural, responde Juana al inquisidor,
Dios no tiene otro camino para hablarnos que nuestra
imaginación. ¡Pero es Dios quien habla!»
En nuestra vida hay momentos de gran lucidez en
que Dios habla de modo clarísimo. Casi todos lo han
experimentado.
Claro que esto no hay que decirlo a los soñadores.
En ciertos momentos la voz de la conciencia es

-149 -
tan clara, tan en contraste con lo que nosotros que-
rríamos, que no se puede dudar de una presencia divina
que «tiene contados los cabellos de nuestra cabeza» e
interviene en momentos concretos de nuestra existencia
influyendo en nuestras decisiones.
• LA MEMORIA
Dios a veces nos habla recordándonos los pasos
equivocados que hemos dado, nos mueve con los
recuerdos de lo pasado: penas o alegrías, éxitos y
fracasos, avisos, palabras, consejos recibidos, testi-
monios que habíamos ya olvidado. A veces evocamos
con nostalgia el pasado, o recordamos la amargura de un
error o de un pecado.
¡Dios habla! ¡Habla mucho! El
problema es sólo responderle.
Y además tenemos su palabra escrita, la Sagrada
Escritura. Es tema que merece tratamiento aparte: tan
importante es para la oración.

EJERCICIO PRÁCTICO
DE ORACIÓN
• El Espíritu te invita a un ejercicio eficaz de
escucha. Lee un salmo con mucha atención refiriéndolo
al Espíritu. Ora:
«Espíritu de verdad, quítame ¡as máscaras para que
yo haga en mí ¡a verdad».
• Dirígete ahora a Cristo y escúchalo humildemente.
Intenta experimentar el modo con el que Cristo
frecuentemente te habla:
• la inteligencia. ¿Cuándo Cristo te ha sorprendido
con un pensamiento profundo?

-150-
- la voluntad. El perseverar en la oración, ¿no es ya
señal de que tu voluntad ha sido tocada?
- la memoria de lo pasado. Una desilusión, un éxito,
¿no han provocado en ti alguna vez una situación
nueva?
Baja a la práctica:
«[Habla, Señor, que tu siervo escucha! ¿Qué es lo
que en mí no apruebas? ¿Qué deseas de mí?».
• Después sumerge tu mente en la presencia del
Padre, haz silencio y quédate en su presencia. Procura
decir: «¡Padre mío, mi todo!».
Toma una resolución práctica y dale una prueba
concreta de amor.
• No te canses de volver a leer en la página 278: «Si
quieres rezar bien» y obedece los consejos que allí se te
dan.
ORACIÓN PARA
LA JORNADA
Con frecuencia recuerda esta advertencia de Dios: «Servid
al Señor con alegría».
El salmo 99 es emocionante, no nos debería pasar ni un
día sin repetirlo:

Salmo 99
Aclama al Señor, tierra entera, servid al Señor
con alegría, entrad en su presencia con vítores.
Sabed que el Señor es Dios:

-151-
que él nos hizo y somos suyos,
su pueblo y ovejas de su rebaño.
Entrad por sus puertas con acción de gracias,
por sus atrios con himnos,
dándole gracias y bendiciendo su nombre:
«El Señor es bueno,
su misericordia es eterna,
su fidelidad por todas las edades».
-152

Dad a Dios la alegría
de escucharía
«Si no me escuchas, seré igual que ¡os que bajan
a ¡a fosa» (Sal 27).

El descubrimiento de la
Biblia
En estos últimos treinta años muchos cristianos,
jóvenes y adultos, se han abierto de un modo nuevo a la
Palabra de Dios. Se puede decir que el Espíritu Santo ha
despertado y está despertando en muchos corazones un
auténtico amor a la Sagrada Escritura. Es algo que llena
de alegría y esperanza.
Hay también peligros que es preciso denunciar, ya
que, como sabemos, no basta con saber leer para poder
entender la Biblia correctamente. Saber muchas
palabras, no es aún hablar una lengua; leer la Biblia no
es aún comprenderla en su verdad.
Quizá los peligros más frecuentes y más graves son
el mal uso de la inteligencia y la lectura individualista
de la Biblia.
•153-
Renunciar a la inteligencia
Primer peligro: prescindir de la inteligencia al
acercarse a la Palabra de Dios. Claro que entender es
sólo el primer paso, pero sin ese primer paso se puede
acabar en el fanatismo y, en el mejor de los casos, en
una interpretación torcida del texto sagrado.
Es como en la relación con las personas: no basta la
inteligencia para una auténtica comunicación, pero la
comunicación profunda requiere el concurso de la
inteligencia.
No es preciso que todos los cristianos sean doctores
por el Bíblico para estar en condiciones de leer la
Biblia, pero es esencial sentir el problema del
conocimiento de la Escritura por respeto y amor a la
Palabra.

Pararse en la inteligencia
El peligro opuesto es el intelectualismo. Es un mal
uso de la inteligencia. Es quedarse sólo en el estudio,
hasta la exasperación, de este o aquel aspecto de la
Biblia. Entonces la Sagrada Escritura aparece como un
laberinto reservado a pocos especialistas profesionales.
Es un peligro que amenaza siempre. Satanás lo
intenta todo para apartar a la gente del fin único de la
Palabra: entrar en contacto con el fuego de Dios para
convertirse al amor.
Debemos pedir una inteligencia sencilla para
abrirnos al misterio maravilloso de la Palabra. No es
verdad que inteligencia y sencillez no puedan
hermanarse.

-154-
Miremos a Jesús, hombre inteligente y sencillo como
ninguno.
Miremos al Evangelio. Está empapado de inteli-
gencia y sencillez.
Miremos a los santos. Son hombres inteligentes y
sencillos.
Dios es amor inteligente y sencillo y se revela a las
inteligencias que saben amar, esto es, que son sencillas.
; ^,' ''
La síntesis entre inteligencia y sencillez se da en el
amor. Donde falta el amor, la inteligencia se hace
complicada, retorcida y la sencillez resulta ingenuo
simplismo, ••"•fl <'

Lectura desenraizada de la Iglesia


Es leer la Biblia solos o en grupo, con la pretensión
de entender o incluso de juzgar a la Iglesia desde la
propia suficiencia. Es no darse cuenta de que la Biblia y
la Iglesia no viven sino la una para la otra.
El cristiano no es un individuo aislado ante Dios, de
quien recibe directamente la Palabra por inspiración
interior o mediante la lectura de la Biblia.
El cristiano, por el bautismo, entra en una comunión
en la que Cristo vive, habla y se comunica. En esta
comunión cada cristiano aprende a escuchar y vivir la
Palabra. La Biblia es un medio esencial de esta escucha
y la Iglesia es el «clima» indispensable. A ella ha sido
confiada la Palabra de Dios para que la escuche, la
conserve y comunique fielmente.
El Concilio Vaticano II (1962-1965) nos ha
entregado un documento excepcional para enten-
der sencilla y eclesialmente la Palabra de Dios: la
constitución Dei Verbum. Todo cristiano debiera sentir
la necesidad de conocer este documento, fruto de un
siglo de estudios de la Biblia. Un verdadero regalo del
Espíritu Santo.

Leer el amor de Dios en la Palabra


La verdadera lengua de la Biblia no es el hebreo o el
griego, sino el amor. Dios conoce sólo este lenguaje,
aunque entienda todas las lenguas de la tierra.
La Palabra de Dios, toda, es una Palabra de amor.
Tiene una sola cosa que decirnos: «Como el Padre me
ha amado —es Jesús quien habla— así os he amado yo
también a vosotros» (Jn 15,9).
«Dios es amor» (1 Jn 4,16) y cuando habla no puede
sino comunicar amor.
Todos conocemos personas que nos impresionan por
su profunda bondad. De todo cuanto hacen, de todo
cuanto dicen emana bondad. No puede ser de otra
forma, porque las palabras y las acciones reflejan la
profundidad del corazón.
Dios es amor, sólo amor, por eso toda palabra que
brote de su corazón desbordará amor. Decir «Palabra de
Dios» y «Palabra del Amor» es lo mismo. Por eso la
clave fundamental para comprender la Biblia es el
amor.
Por tanto, si no aprendemos a leer el amor de Dios,
rezando la Palabra, nos quedamos por completo en lo
exterior. Leemos, pero no entendemos. Somos turistas
distraídos, mientras la Palabra de Dios pide tenaces
excavadores.

-156-
Cuando leemos la Palabra, demasiadas veces nuestra
primera preocupación es de tipo moral:
¿Qué espera de mí el Señor con esta Palabra? Está bien,
pero esta preocupación no debe ser la primera y menos
la única.
Nuestra atención debe fijarse ante todo en el amor
que Dios manifiesta y nos comunica en esa página de la
Escritura. En la medida en que reconocemos ese amor y
creemos en ese amor, podremos responder. Dios espera
nuestra respuesta, porque el amor no ha de tener nunca
una sola dirección. El amor quiere ser correspondido.
Acerquémonos, pues, siempre a la Palabra de Dios
con ardiente deseo de conocer y experimentar siempre
dimensiones nuevas de su amor. Nuestra respuesta será
tanto más rica y concreta, cuanto más hayamos
experimentado el amor de Dios.

Sed y paciencia
En los dichos de los Padres del desierto se narra este
episodio. Un día un monje joven, brillante y muy
presuntuoso, fue a consultar a un santo monje anciano
que lo acogió con gran amabilidad. El joven comenzó:
«Padre, hace doscientas semanas que ayuno varias veces
por semana y me he aprendido de memoria el Antiguo y
el Nuevo Testamento. ¿Qué debo hacer ahora?» El
anciano respondió con una pregunta: ¿Sabes aceptar
igual una humillación que una alabanza? El joven monje
contestó sincero: «No, padre». «Pues siendo así —
sentenció con benévola firmeza el anciano— en esos
cuatro años no has hecho más que engañar a tu alma».

-157-
La cosa es clara. Muy buena es la sed de conocer la
Palabra de Dios y de tener cada vez mayor luz sobre
tantas cosas que aparecen difíciles y oscuras. Pero esta
sed debe ir aparejada con una sabia paciencia: el
problema no es entenderlo todo, sino comenzar a vivir
algo. Comprender para vivir la Palabra. Vivirla nos
ayudará a comprenderla mejor.
Como en la relación con una persona amiga:
creciendo el conocimiento, crece el amor. A su vez el
amor ahonda en el conocimiento para avanzar en el
amor. Asi debe ser nuestra la relación con la Palabra
mientras nos dure la vida.

Presentarse desarmados
En el reino de la Palabra hay que entrar desarmados,
revestidos de humildad: «Si no os hacéis como niños,
no entraréis en el Reino de los cielos» (Mt 18,3).
Esta palabra de Jesús es la regla de oro para
acercarnos a la Palabra. La Palabra es infinitamente más
grande que nosotros, porque es la presencia misma de
Dios. No somos nosotros los que medimos la Palabra, es
la Palabra la que «nos mide», o sea, dice la verdad
acerca de nosotros.
«Las palabras de los libros humanos se comprenden
y se sopesan: la Palabra de Dios nos juzga y pide
obediencia. Entre la Palabra de Dios y nuestra voluntad
debe establecerse un pacto de vida» (Madaleine
Delbrel).
Vayamos pues a la Palabra sin pretensiones ni
presunción. Si no nos despojamos de nuestro orgullo,
encontraremos la puerta cerrada y la Palabra quedará
muda para nosotros.

-158-
Desarmarse. Es el santo y seña para entrar en el
Reino de la Palabra. Significa: humildad - sed de
escucha - adoración - disponibilidad a obedecer. La
Palabra exige obediencia, esto es, amor. Volvemos
siempre al centro: el Amor —de que está impregnada la
Palabra— se entrega totalmente y espera ser
correspondido.
¿Quién no ha experimentado que, cuando negamos a
Dios algo que nos está pidiendo, su Palabra y la
oración, resultan sendero cerrado e impracticable?
El Dios vivo nos toma en serio. Su amor es fuerte y
exigente. Cada vez que nosotros no nos lo tomamos en
serio, calla y se retira en silencio. El silencio de Dios es
siempre una llamada a tomarnos a Dios más en serio.
Por el contrario, todo acto de disponibilidad para con
Dios abre nuestro corazón a la luz y a la profundidad de
su Palabra. Es una experiencia al alcance de todos.
Crea en mí, oh Dios, un corazón puro.
La Palabra de Dios exige purificación. Es ineludible
exigencia de lo dicho. La misma Palabra purifica y
cura, pero exige para ello que nos demos cuenta de
nuestra indignidad y de la necesidad que tenemos del
perdón de Dios.
¿Por qué es tan esencial purificarse para entrar en el
reino de la Palabra? Porque el pecado impide la
comunión. El pecado es siempre mentira y orgullo, dos
obstáculos que paralizan cualquier relación.
Aun cuando el pecado no sea grave, es siempre una
impureza que obstaculiza el amor. En otras palabras, el
pecado vuelve opacos nuestros ojos ante la Palabra de
Dios y endurece nuestro corazón. También la voluntad
se debilita y disminuye la capacidad de obedecer.

-159-
Dios nos espera siempre y viene a nuestro encuentro
con una fidelidad indefectible para podernos purificar.
Espera sólo de nosotros un gesto de sinceridad, un grito
pidiendo ayuda. Dediquemos siempre conveniente
espacio para pedir el perdón de Dios antes de tomar en
las manos la Palabra. Sólo dejar las tinieblas nos abre a
la luz clara de la Palabra.

EJERCICIO PRACTICO
DE ORACIÓN
• Dirígete al Espíritu para que hoy te haga gustar
profundamente la Palabra de Dios. Toma el Evangelio
del último domingo o, si lo prefieres, abre el Evangelio
en una página que te impresiona. Reza:
«Espíritu Santo, que yo guste de modo nuevo la
Palabra».
Repite largamente:
«¡Ven, Espíritu de la Verdad! ¡Ven, Espíritu de
Amor!».
• Ponte ahora delante de Jesucristo y escúchalo con
el corazón. La Palabra de Dios no se lee con los ojos, se
lee con el corazón. Lee como si la leyeras por primera
vez. Intenta preguntarte: «¿Qué me enseña esta página
sobre el amor de Dios?». Si no perforas hasta el amor,
pasas ante la Palabra' como un turista. ¡No! Debes
excavar la Palabra: cada versículo contiene un mensaje
de amor, pero el superficial no lo capta. Escoge
enseguida una frase para vivirla hoy.

-160-
• Después abandónate al amor del Padre. Quédate en
silencio y ama. Pensando en la frase elegida para la
jornada, reza asi: «Padre, no se haga mi voluntad, sino
/a tuya».
• Vuelve a leer en la página 278: «Si quieres rezar
bien».
ORACIÓN PARA
LA JORNADA
Repite esta invocación salmódica: «Para mi lo bueno es
estar junto a Dios».
Medita hoy, cuando puedas, este salmo que invita a la
escucha afectuosa de Dios.

Salmo 72
«¡Qué bueno es Dios para el justo,
el Señor para los limpios de corazón!...
Cuando mi corazón se agriaba
y me punzaba mi interior,
yo era un necio y un ignorante,
yo era un animal ante t¡.
Pero yo siempre estaré contigo,
tú agarras mi mano derecha,
me guías según tus planes
y me llevas a un destino glorioso...
Contigo, ¿qué me importa la tierra?
Para mí lo bueno es estar ¡unto a Dios,
hacer del Señor mi refugio».

-161-
Escuchar con la
Palabra
«Lámpara es tu Palabra para mis pasos, luz en
mi sendero» (Sal 118).

En la presencia de Dios
Al leer la Escritura se corre el riesgo de quedarse en
el nivel de la reflexión, eso es, moverse entre las ideas,
conceptos e, incluso, en resoluciones prácticas. Es
demasiado poco. La Palabra de Dios quiere darnos
mucho más.
La Palabra es una Presencia, es una Persona. Nos
invita a entrar en comunión a través de la fe y el amor.
La reflexión no es inútil. Es esencial, pero ha de ser
superada con un paso decisivo: la fe.
Sirva esta comparación. Estoy leyendo una carta de
una persona amiga que está lejos. Viene con una
fotografía que hace el mensaje extremadamente vivo.
Me paro: leo, miro, vuelvo a leer. ¡Cuántos recuerdos de
los años que hemos vivido juntos, compartiendo trabajo,
alegrías, problemas! Cada expresión de la carta me
evoca momentos, situaciones y rasgos de la
personalidad de mi amigo. De pronto suena el timbre.
Me contraría verme interrumpido precisamente en este
instante. Voy a

-162-
abrir... ¡Increíble! Me encuentro delante... ¡precisamente
al amigo que me escribía hace unos días...! Aún no
había leído la posdata en que me anunciaba su próxima
visita. Una alegría indescriptible. Dejo la carta que tenía
en las manos, porque ahora lo tengo a él en persona.
Vamos a la realidad. Cuando nos paramos a «rezar
la Palabra» estamos en modo especial ante Dios. El está
aquí para comunicarse. Espera que, a través de las
palabras escritas, le abramos el corazón y la vida a él
que habla en lo hondo de nosotros mismos y nos enseña
a «leer» todo, lo nuestro y lo de los otros, con la
profundidad de su Palabra.
Las palabras que leo deben apresarme y conducirme
a la presencia de quien las ha pronunciado y las
pronuncia ahora para mi. Las palabras de la Escritura
son, por tanto, caminos que desembocan en el corazón
de Dios. De alli han salido para llegar a nosotros.
Aprendamos a caminar por esos senderos para llegar al
lugar del encuentro.
Atención. Hemos descrito una experiencia de fe y
amor. Guardémonos de reducirla a un juego emotivo.
Dios es libre de todo. Puede tocar también nuestra
sensibilidad, pero hemos de aprender a no dar
demasiada importancia a las impresiones emotivas en
nuestra relación con él. El amor y la fe se sitúan en un
nivel más profundo.

Oración, mucha oración


La oración es el secreto de toda profundidad. Lo
experimentamos sobre todo en relación con la Palabra
de Dios. Sin oración nos quedamos en la superficie o, si
profundizamos, es sólo con la inteligencia.

-163-
La Palabra de Dios supera infinitamente los recursos
de la inteligencia humana, aun la más brillante. Sólo el
Espíritu puede abrirnos a la profundidad de la Palabra.
Y el Espíritu se da y actúa cuando lo invocamos y lo
deseamos.
En los periodos más intensos de oración nor-
malmente hacemos experiencia de que la Palabra de
Dios es fuego. La razón es sencilla: el silencio en
contacto con Dios prepara el terreno para acoger la
Palabra.
El terreno preparado es el corazón que reza:
¡Ven, Espíritu Creador; ven, Padre de los pobres;
ven, luz de los corazones...!
No son las inteligencias más brillantes las que mejor
entienden la Palabra de Dios; son los corazones más
humildes y más purificados por la oración constante.
Acostumbrémonos a invocar prolongadamente al
Espíritu antes de abrir la Sagrada Escritura, leámosla
rezando y sigamos rezando acabada la lectura. El
Espíritu es el sol que disipa la niebla que envuelve la
Palabra (¡en realidad son nuestros ojos los que están
nublados!) y entonces comienza a brillar e iluminar.
Cada vez que la Palabra nos invade con su luz y
enciende en nosotros la voluntad de hacer el bien,
detengámonos: estamos bajo la acción del Espíritu
Santo. Démosle gracias, obedezcamos a su luz.

Cuando una palabra


prende fuego en nosotros
¿No os ha pasado nunca? De improviso una palabra
del Evangelio o de un salmo misteriosamente se ha
hecho viva en vosotros. Asi, gratuita-

-164
mente, sin que hayáis hecho nada especial, aquella
palabra se os ha hecho intensamente luminosa.
Recuerdo con alegría la frase del salmo 127: «Si el
Señor no construye la casa en uano se cansan los
albañiles». Durante varios meses me sucedió, hace más
de diez años, que me duró en el corazón con una fuerza
especial. Y asi otras palabras, en otras circunstancias.
Cuando esto nos pasa, abrámonos ante todo al
agradecimiento. Dios conoce nuestras necesidades y
sabe abordarnos con estos recursos para convertirnos y
hacernos madurar. Después hagamos todo lo posible por
respetar y responder a esa llamada del Espíritu.
Dos consejos:
Custodiar. Volvamos en cuanto podamos a esa
frase con la reflexión y la oración. Ahondemos en ella
implorando al Espíritu, relacionémosla con otras
palabras de la Escritura, hagamos todo lo posible para
adentrarnos en su luz.
«María conseruaba todas estas cosas meditándolas
en su corazón» (Le 2,19).
Practicar. Comprométamenos a vivir lo cotidiano a
la luz de esa palabra que resuena en nosotros. Cuando
nos sentimos especialmente tocados por una palabra nos
resulta connatural el esfuerzo para traducirla a lo
concreto. Hagamos palanca en esa «facilidad» y
experimentemos la alegría que procede de obedecer a la
Palabra.

Cuando la Palabra no habla


¿Y cuando sucede precisamente lo contrario?
¿Cuando abrimos la Escritura, ponemos esfuerzo y

-165-
oración... y tenemos la impresión de no conectar con la
Palabra? Es como si una barrera de indiferencia nos
cortara el paso a la luz y al fervor que habíamos
experimentado en otros momentos.
Hay quien, enseguida, habla de aridez y de prueba de
Dios. Vayamos despacio. La tentación de creerse
demasiado deprisa una Santa Teresa de Jesús o un San
Juan de la Cruz, es tentación.
Es verdad que Dios es libre, en su amor, de dosificar
la luz y la obscuridad para hacernos madurar. Es
hermoso que Dios tenga esa libertad al servicio de
nuestro crecimiento. La sensatez nos invita a
comprobar, si no somos nosotros los responsables.
Pueden ser éstas las causas:
La prisa. Sabemos que la prisa dificulta, e incluso
impide, la comunicación. Si me acerco a una persona y
le digo: «Mira, sólo cinco minutos, pero tengo algo
importante de que hablarte...». No es la mejor forma de
plantear la comunicación. ¡Con la Palabra de Dios
podemos comportarnos asi! Tenemos prisa de entender,
de que se haga la luz en nuestra vida, pero todo en
pocos minutos. La prisa es la primera cosa que hay que
eliminar para escuchar la Palabra de Dios.
El desorden. Si entre mi y Dios, entre mi y mis
hermanos, entre mi y mis deberes reina el desorden, la
relación con la Palabra queda paralizada. Todo
desorden, esto es, todo pecado es una cadena que cierra
el corazón, un soplo que apaga la luz, una estridencia
que hace que la Palabra enmudezca. Ya lo hemos
dicho: la relación con la Palabra exige desapego del mal
y la voluntad de luchar por la verdad. Con frecuencia la
sequedad al leer la Palabra tiene su causa en un corazón
no purificado.

-166 -
Falta de clima. La Palabra necesita un clima de fe y
amor. Clima que no se improvisa. Es un don de Dios y
exige un paciente camino para pasar de la
superficialidad de lo inmediato a la hondura de nosotros
mismos. Estamos creados para la hondura, no para las
apariencias. Dios habita la profundidad de nuestro
corazón y allí nos espera amoroso siempre. El mismo es
el clima para escuchar la palabra. A nosotros se nos pide
que renunciemos a la superficialidad que nos asedia
noche y día. Sólo si entramos en la «zona de silencio»
creada por Dios en nuestro corazón, podemos
experimentar la luz de su Palabra. • S^ ff
Deja que el manantial siga manando
El que comienza a entusiasmarse por la Palabra de
Dios puede correr el peligro que podemos llamar de la
«voracidad», de querer llegar a todo, entenderlo todo,
vivirlo todo... y quedarse con cierta amargura por la
abundancia de luz que no se alcanza a utilizar.
Esta experiencia puede valorarse positivamente al
menos de dos modos: ante todo porque nos hace
entender que la Palabra de Dios nos supera
infinitamente. Es grande como Dios. Por esto es bien
natural que comprobemos nuestra pequenez. Y sin
embargo estamos hechos para la grandeza de la Palabra
que día a día nos moldea y nos hace crecer.. Si la
Palabra de Dios nos viniera a medida, seria bien triste...
ya no sería Palabra de Dios.
En segundo lugar debemos aprender una regla de
sabiduría que san Efrén formulaba asi: «¿Quién es
capaz, Señor, de comprender ¡a riqueza de una

-167-
so/a de tus palabras? Es mucho más lo que se nos
escapa que lo que acertamos a comprender. Pero,
alegrémonos... Quien tiene sed está contento de beber y
no se entristece por no llegar a agotar el manantial».
Sí, la Palabra de Dios es el manantial de vida eterna
y mana para la eternidad. No se nos pide que agotemos
el manantial, sino que bebamos para caminar según
Dios. Atentos, pues, con la manía de la cantidad.
Poco, pero bien.
Poco, pero con constancia.
Poco, pero hecho vida.
¿No es bastante alegría la certeza de que el manantial
seguirá manando? Todos los dias de la vida
encontraremos en la Palabra de Dios la luz y la fuerza
que necesitemos.
«Danos hoy nuestro pan de cada día» (Mt 6,11).
«No só/o de pan vive el hombre, sino de toda
palabra que sale de la boca de Dios» (Mí 4,4).

EJERCICIO PRÁCTICO
DE ORACIÓN
• Invoca prolongadamente al Espíritu. Si quieres usa
el salmo que hoy se te sugiere. Pide lograr entender qué
precioso es escuchar a Dios a través de su Palabra.
• Ponte delante de Jesucristo y escúchalo. Abre la
página de Zaqueo (Le 19,1-10) y revive el encuentro de
aquel pecador con Cristo. Haz que Cristo hable a tu
corazón. Mírale a los ojos. Si hubieras estado presente,
¿qué te habría dicho? ¿Qué le habrías dicho tú?

-168-
• En la oración al Padre vuelve a oír la palabra que
te ha impresionado. Quédate en silencio, ama y suplica:
«Padre, hágase tu voluntad, no la mía».
• Vuelve a la página 278 y lee «Si quieres rezar
bien». La constancia es pieza clave de tu oración.

ORACIÓN PARA
LA JORNADA
Repite con frecuencia: «Te busco de iodo corazón,
Señor».

Salmo 118
Salmo maravilloso dedicado todo a admirar la Palabra de
Dios. Es el más largo del salterio: 176 versículos. Baste un
fragmento.
Bendito eres. Señor,
enséñame tus leyes...
Mi alegría es el camino de tus preceptos, más
que todas las riquezas. Medito tus decretos, y
me fijo en tus sendas fu voluntad es mi delicia,
no olvidaré fus palabras... Enséñame a cumplir
tu voluntad y a guardarla de todo corazón.
Guíame por la senda de fus mandatos porque
ella es mi gozo. Inclina mi corazón a tus
preceptos, y no al interés;
aparta mis ojos de las vanidades,
dame vida con tu palabra.

-169-
á
Reconoce tus dones
"Te doy gracias por tan grandes maravillas, prodigio
soy, prodigios son tus obras" (Saf 138).

Un prodigio viviente
Nuestra vida está inmersa en los dones de Dios. El
primer regalo somos nosotros mismos, tal como hemos
sido pensados por su amor desde la eternidad y después
llamados a la existencia a través de nuestros padres, en
este momento de la historia.
¿Eres consciente de que tú eres un regalo extra-
ordinario de Dios?
¿Has rezado ya muchas veces con el salmista «Te
doy gracias, Señor, porque me has creado por-
tentosamente»?
¿Yo, un milagro? Si y aún una cadena de prodigios
y no por tus méritos, sino por Dios que así lo ha
querido, lo quiere. Dios hace las cosas bien, sólo él hace
prodigios. Debemos reconocerlo asi y acogernos a su
mano con fe y reconocimiento.
Es esencial aprender a conocer los dones más
hermosos que constituyen nuestra persona, para
-170-
desarrollarlos, purificarlos y ponerlos al servicio de los
demás con amor.
Es aquí donde Dios nos espera: que todo en nuestra
vida sea don para los otros. En nosotros todo es regalo y
todo debe volverse regalo. Dios nos ha pensado así.
Da pena ver personas con dones maravillosos que
viven persuadidos de que no valen nada. Son personas
deprimidas que sufren y no pueden dar lo mejor de si
mismas, en la libertad. '" '^. i^r"'"';
¿Por qué? Porque no se les ha ayudado a ver los
milagros de Dios, el milagro que son ellas mismas.
Quizá conocen todos sus defectos y luchan tenazmente
por combatirlos, pero no se atreven a mirar los dones
estupendos que Dios ha depositado en ellas.
Están convencidas de ser las personas más inútiles
del mundo. ¡Qué lástima!
Sólo si alguno las ama mucho y las aprecia de veras,
tales personas aprenderán a mirarse con mejores ojos.

¿A quién te pareces?
Cuando nace un niño los padres y familiares hacen
sus comentarios: «Es igual que su madre». «Si, pero los
ojos y la frente son de su padre...». Nunca he entendido
cómo se puedan encontrar parecidos asi en un recién
nacido. Pero una cosa se puede afirmar decididamente
(y nunca la he oído): «Se parece a Dios».
Seguro, todo hombre, toda mujer de la tierra se
parecen a Dios.

-171-
«Dyb Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen y
semejanza y domine... Dios creó al hombre a su imagen
y semejanza: varón y hembra los creó, y los bendijo»
(Gn l,26ss).
Llevamos impresa en nuestro rostro la imagen del
rostro de Dios. Nuestro ser está marcado con esta
imagen de Dios. La inteligencia, la voluntad, el amor, el
cuerpo todo es una reflejo del Misterio de Dios.
¿Has pensado en eso en serio al menos una vez en la
vida? Te pareces a Dios mucho más de lo que puedes
parecerte a tu padre o a tu madre... Y también ellos se le
asemejan. ¡Es maravilloso!
Y la maravilla se hace gratitud y adoración si
pensamos que cada uno es único. Todos nos parecemos
a Dios, pero somos muy distintos unos de otros, incluso
los gemelos. Cada uno somos un milagro único, un
mensaje irrepetible que Dios lanza al mundo. Cómo no
exclamar con el salmista: «Te doy gracias por tan
grandes maravillas, prodigio soy, prodigios son tus
obras».
Pensemos juntos acerca de los dones que Dios ha
depositado en nosotros y que constituyen una gran
responsabilidad. Es un pensamiento que, por una parte,
nos abre a la gratitud y, por otra, nos obliga a un
responsable trabajo sobre nosotros mismos para que
todo en nosotros madure hasta el don completo.
Es un trabajo apasionante que exige esfuerzo y
conduce a la libertad y a la alegría.

La humildad es verdad
Quizá alguno piense que sea presunción hablar de
las propias cualidades. Si uno nos preguntase a
quemarropa: ¿Cuáles son las cinco características
-172-
más hermosas de tu personalidad? Casi todos nos
sentiríamos embarazados. ¿Por qué? ¿Porque somos
humildes? Quizá, pero el motivo podría ser otro.
Quien comienza un camino profundo de fe siente la
necesidad de fijar la mirada en su miseria para
escudriñar todos sus recovecos. Y parece que en él todo
sea miseria.
Huyamos de semejante error: eso no es evangelio,
no es la libertad que nos ha traído Jesús. Cierto,
debemos mirar nuestras tinieblas para convertirnos, pero
no estamos menos llamados a descubrir los dones y las
energías positivas que Dios deposita en nosotros para
que las desarrollemos para nuestro crecimiento y el de
los demás.
Imaginad que durante los años de carrera sólo se
enseñase a los aparejadores o técnicos de la
construcción a derribar edificios y acarrear sus
escombros. No estudian para destruir (también eso
tendrán que hacerlo), estudian para construir.
Se aplica a nuestra vida espiritual. Liberémonos de
toda falsa humildad. Mirar de frente los dones de Dios
es educarnos a la verdadera humildad, porque nos educa
a la gratitud, a la dependencia de Dios y al don de
nosotros mismos a los hermanos.

Un trabajo esencial
Hace tiempo, preguntando a un joven cuál era el
deseo que querría ver cumplido, éste respondió. «No
desperdiciar ni un momento de mi vida».
¡Estupendo! Veía que la vida es algo extremada-
mente precioso y que no nos podemos permitir el lujo
de menospreciarla.

-173-
Tomo de aquí pie para responder a una objeción que
alguno pudiera formular: ¿Tan importante es descubrir
los dones de Dios? Es fundamental. He aqui algunas
razones:
• Para no desperdiciar nuestra vida. Si no
me conozco, es fácil que deje dormir cantidad de
recursos que debiera hacer rendir. Sería perder un tesoro
que Dios ha puesto en nuestras manos.
• Por honradez para con Dios. Dios no hace las
cosas a la buena, en cada uno hace prodigios: «Te doy
gracias por tan grandes maravillas, prodigio soy» (Sai
138).
Deberíamos acostumbrarnos a despertar cada
mañana con este versículo en los labios. Dios nos quiere
en la verdad y la verdad es ésta: mi persona vive
inmersa en los dones de su amor infinito. Mi físico, mi
vida intelectual y afectiva, mi vida espiritual es una
cadena de innumerables anillos, misteriosamente unidos
unos a otros. Cada anillo es un don, un milagro.
Es verdad, existe el pecado que hiere y perturba la
armonía, pero el milagro persiste en su conjunto.
• Para pedir perdón a Dios por mi y por
todos los hombres que viven demasiado hundidos en el
pesimismo. Es una ofensa a Dios. Demasiadas personas
parecen sauces llorones, siempre quejándose de todo y
de todos. Se quejan porque están descontentos de si
mismos. Hay personas que se diría nacidas para
embadurnar de negro el mundo.
Debemos pedir perdón a Dios y reaccionar,
comenzando nosotros, hasta convertirnos en espe-
cialistas en descubrir lo positivo en todo y en todos.

-174 -
• Porque nos jugamos nuestro crecimiento y
nuestra maduración. El Evangelio, acogido en
profundidad, crea personas maduras. No maduramos si
nos limitamos a luchar con lo negativo que hay en
nosotros. La lucha contra el mal es esencial, pero es sólo
un aspecto de la vida según el Evangelio. Es preciso
abrir los ojos ante los talentos de Dios, esto es, ante los
dones que forman el tejido de nuestro ser: conocerlos,
desarrollarlos, hacerlos rendir.
Porque los demás, comenzando por cuantos viven
con nosotros, tienen derecho a que nosotros seamos
personas libres, capaces de servir, acoger, entregarse.

Un peligro
Cuando se habla de dones, es fácil caer en una
trampa: la manía de compararnos con los otros.
Enseguida se nos representa esta o aquella cualidad
que tiene tal persona... y que nosotros no tenemos, o nos
parece no tener, y quedamos por los suelos. También
esto es fruto de la mala educación. A veces es una
verdadera tentación.
¿Dónde está el respeto por nosotros mismos? ¿Y por
los prodigios que Dios obra en nosotros?
Leo Buscaglia, un famoso profesor de pedagogía en
la University of Southern California, ha escrito algo
interesante: «Me da pena ver qué poca confianza
tenemos en nosotros mismos. En el curso, a un cierto
punto, pregunto a mis alumnos quién querrían ser, si
pudieran elegir ser alguna otra persona. Es sorprendente
que más del 80%

-175-
responda que querrían ser algún otro». Este hombre,
entusiasta de la vida, concluye diciendo que debemos
estar no sólo contentos, sino entusiasmados por ser
quienes somos: ¡nosotros mismos!
No perdamos tiempo y energía comparándonos con
los otros: es la mejor manera de sentirnos derrotados y
acumular pesimismo. Aprendamos a descubrir los dones
maravillosos y únicos que tenemos y...
¡agradezcámoslos! Sólo asi aprenderemos a agradecer
también los dones que vemos en los demás.

Responsabilidad en el amor
A fin de cuentas, ¿qué son nuestros dones?
Son responsabilidad en el amor, capacidad de amar,
potencialidad de servicio, energía de amor que Dios ha
depositado en tu corazón y que espera dé su fruto.
¿Tienes un buen carácter? ¿Eres capaz de difundir
alegría? ¿Comunicas ánimos? ¿Tienes fuerza persuasiva
para aconsejar?
Es Dios quien te ha enriquecido, son dones que no
puedes tener en tu armario, bien protegidos con
naftalina.
Debes sacarlos fuera, tenderlos en el balcón como
hacen las criadas con las alfombras del salón, consciente
de que no son tuyas, sino que están al servicio de todos.
Y debes decir en tu corazón:
venid, servios, tomad libremente lo que el Señor me ha
dado para vosotros.
¿Eres un organizador? ¿Tienes buena mano para
cualquier trabajo? Bien, no puedes retener para ti esos
bienes, debes ponerlos al servicio de todos y alegrarte
de que los otros los disfruten.

-176-
¿Eres un tipo seguro, con el justo sentido de la
autoridad que da seguridad a todos? No te pavonees: es
una responsabilidad para el bien de todos. Si la
comunidad está regida por un flojeras, saldrán
perjudicados los hermanos, las hermanas, los pobres.
Agradece el don recibido y desarróllalo a los ojos de
Dios con gran humildad.
¿No hay trabajo que pueda con tus energías? No te
ufanes: es preciso que quien más puede, más empuje el
carro, así aún los más flojos se animan y arriman
también el hombro.
¿Tienes buena voz? ¿Tienes vena poética? ¿Eres
ocurrente? ¿Tienes mano para el dibujo? Es demasiado
poco que te limites a dar gracias a Dios por estos dones:
tienes el encargo de sembrar alegría en la comunidad, de
vestirla de fiesta. ¡Ay, si pierdes el tiempo en admirarte!
Debes entregarte a la comunidad y desarrollar tus dones
para la felicidad de tus hermanos.
Eres como el propietario de una flamante furgoneta.
No puedes tenerla bajo llave, gastando el tiempo en
tenerla siempre brillante: la furgoneta no es para ti, es
para los otros. Debes invitar a todos a subir y debes
decirles: «¡Montad, subid todos, vamos a la fiesta!».
Hay de aquel que no encuentra dones para poner al
servicio de todos, frustra los planes de Dios.
«Prodigio soy. Prodigio son tus obras». Quien no
entiende esto está estropeando su vida. Dios no podrá
decirle: «Ven, sieruo bueno y fiel, has sido fiel en lo
poco, te daré un cargo importante, entra al banquete de
tu señor» (Mí 25,23).

•177-
EJERCICIO PRÁCTICO
DE ORACIÓN
• El Espíritu te espera para iluminarte sobre los
dones de Dios. Invócalo con fe:
«Espíritu Sanio, /os dones de Dios son una /tomada a
Dios, ábreme al agradecimiento, hazme creativo,
ayúdame a entender que soy un prodigio de tu amor».
• En la oración a Cristo intenta hoy ponerte a la
escucha, preguntando a Cristo acerca de tus cualidades.
Pregúntale acerca de tus cualidades de inteligencia, de
tu voluntad, de tu amor. Da gracias por cada don.
Agradece los tres dones más grandes: la vida, la
inteligencia, la fe.
Pregunta a Cristo sobre los dones más grandes de tu
existencia y sobre la respuesta que él espera de ti por
tales dones.
• En la oración al Padre, procura silencio y ama
diciendo sólo: «Padre, ayúdame a darte gracias».
• Lee en la página 278: «Si quieres rezar bien», se
dócil a las indicaciones,

ORACIÓN PARA
LA JORNADA
Continúa con algunos versículos del salmo 118. Decía san
Agustín: «Los salmos son mi alegría». Piensa que en estas
palabras se han posado los ojos de Cristo: los salmos eran su
oración habitual.

-178-
Salmo 118
Mi porción es el Señor;
he resuelto guardar sus palabras... Señor, de tu bondad está
llena la tierra;
enséñame tus leyes... Jamás olvidaré tus decretos, pues con
ellos me diste vida... ¡Qué dulce al paladar tu promesa:
más que la miel en la boca!
Lámpara es tu palabra para mis pasos,
luz en mi sendero...
Tus preceptos son mi herencia perpetua,
la alegría de mi corazón.
1}
La liturgia, escuela
de la escucha
"La Iglesia siempre ha venerado la Sagrada Escritura,
como lo ha hecho con el Cuerpo de Cristo» {Conc. Vat. II).

Veneración por la Palabra


«La Iglesia siempre ha venerado ¡a Sagrada
Escritura, como lo ha hecho con el Cuerpo de Cristo»
(Dei Verbum, 21).
La Iglesia sabe que ha de contar con nuestra
superficialidad.
La Iglesia sabe qué distraídos y ausentes estamos
para las cosas del espíritu, por eso ha madurado toda
una pedagogía para despertarnos a la realidad de la
Palabra de Dios.
La Iglesia ante todo nos alecciona con su ejemplo:
tiene una actitud muy especial cuando se acerca a la
Palabra de Dios.
En la liturgia el ministro no lee la Palabra sentado,
como leemos el periódico. La liturgia quiere que el
ministro-lector se ponga en pie.
-180-
Quiere que la Palabra sea proclamada solemnemente
como mensaje. Como el heraldo que antiguamente
avanzaba ante el pueblo rodeado de su cortejo, vibraban
las trompetas y, desde su cabalgadura, leía el mensaje
del rey.
El momento más importante de la Palabra, el
Evangelio, cuando Cristo mismo habla, la Iglesia manda
que todo el pueblo de Dios escuche en pie.
En las misas solemnes el Libro Santo se lleva ante el
pueblo con mucha solemnidad. El diácono lo lleva
elevado, ofreciéndolo a la veneración de los fieles, otros
ministros lo acompañan con ciriales e incienso. Durante
el traslado solemne, el coro entona el cántico alegre del
Aleluya. Al terminar la lectura se aclama solemnemente
a Cristo y el ministro se inclina para besar el libro.
¿Por qué todo este ritual exterior en torno a la
Palabra de Dios?
Es la pedagogía de la Iglesia, pensada para ayu-
darnos a superar nuestro infantilismo, nuestra super-
ficialidad.
Somos tan niños y tan distraídos, que un poco de
aparato exterior nos es muy útil, al menos para
hacernos entender que estamos ante realidades
importantes: Dios nos habla, no puedo minusvalo-rar la
importancia de la Palabra que Dios nos dirige-
No es un puro ritualismo este aparato exterior;
es toda una pedagogía que yo he de esforzarme en
captar.
La Iglesia quiere crear en mí una actitud de fondo
que me ayude a recibir el don de Dios, su Palabra.

-181-
Claro que la actitud exterior poco vale sin la
interior, pero la Iglesia me enseña a no descuidar lo
exterior, es el primer paso para llegar a lo interior.
Las cascara no es la nuez, pero sin cascara, no hay
nuez. Lo exterior no es lo interno, pero sin lo exterior
puedo perder lo interior.
No puedo escuchar la Palabra de Dios como escucho
la radio, como abriria una revista en la sala de espera,
como leería una foto-novela. No. Es todo otro mundo, el
de la Palabra de Dios. Debo prepararme exteriormente
para madurar en mi una determinada actitud interior.
Ante la Palabra de Dios la Iglesia nos quiere tensos
en la escucha, conscientes de quién habla, conscientes
de nuestra dependencia de él. La Iglesia nos pide que
nos abramos al sentido de lo sagrado.
Precisamente e¡ sentido de ¡o sagrado es lo que con
frecuencia me falta cuando en la Eucaristía la Iglesia me
ofrece la Palabra.
Por fidelidad a la Iglesia yo debo hacer crecer en mi
toda una nueva dinámica en relación con la Palabra:
- al acercarme a la Palabra,
- al recibirla,
- al acogerla en mí,
- al cultivarla cuando la he escuchado.
Ante todo el sentido de lo sagrado me obliga a no
profanar ni una partícula de la Palabra.
Al recibir la Eucaristía no dejaría caer partículas
eucaristicas ni las pisaría descuidadamente. Nada dehe
perderse de la Palabra de Dios, debo agudizar tanto en
mi el sentido de lo sagrado, que me impida

-182-
toda distracción y toda ligereza. Todo lo que pueda
entender, debo captarlo: ¡nada ha de perderse!
una profanación grave es la impreparación, la
ignorancia. Si la Palabra de Dios no me dice nada, hay
con toda probabilidad un problema grave de ignorancia.
Debe darme miedo la ignorancia: la ignorancia es el
enemigo mortal de la fe.
La Iglesia teme más la ignorancia que la perse-
cución, porque hace mucho mayor estrago en la gente la
ignorancia que la persecución.
Hay tantos medios para entender la Palabra de Dios,
para prepararse en la Palabra de Dios. ¿Qué te costaría
ir el domingo a la misa sabiendo ya la Palabra que será
proclamada? Es como ofrecer al jardinero una parcela
de terreno ya bien preparada, con la tierra cavada,
limpia, abonada. Dad a un jardinero un buen parterre ya
dispuesto, con buena tierra negra, llena de humus; veréis
qué milagro hacen brotar las manos expertas del
jardinero.
Hoy un Evangelio puede costar menos que un
paquete de cigarrillos. El folleto que os ofrece la Palabra
de Dios de un mes entero cuesta menos que un
periódico.
No tenemos excusa, si no vamos bien preparados a
escuchar la Palabra.
Se requiere después sentido de lo sagrado para
aplicar la Palabra. Cada vez que participo en la liturgia
debería preguntarme: ¿Qué querrá hoy decirme el
Señor? Decirme a mi, a mi precisamente... no a mi
hermano, o a mi madre, o al sacerdote... a mi
personalmente.
Es casi como entrar en una gran farmacia con todas
las estanterías llenas de infinidad de medica-

-183-
mentos. En alguna parte está la medicina que yo
necesito para mi bronquitis, pero si yo no la conozco, ni
me preocupa la bronquitis que padezco, si en lugar del
jarabe que me aliviaría, pido unas tiritas para el dedo de
mi madre, no hay nada que hacer:
seguiré con mi bronquitis.
Yo, durante la liturgia, debo pedir al médico divino
qué medicina me tiene preparada. La tiene preparada,
espera que se la pida; pero si yo me he metido allí sólo
para curiosear por las estanterías, no sacaré nada y
seguiré con mis achaques. Es su estilo: no cura al que no
quiere ser curado.
Pero luego viene el después. Después de escuchar
¡a Palabra quedan otros problemas importantísimos. Si
me he comprado en la farmacia un reconstituyente, he
de tomármelo. No sirve que lo tenga en el bolsillo. Debo
tomarlo y seguir las instrucciones del prospecto.
Fulano se ha ido al otro mundo porque se ha tragado
el tubo entero de los antibióticos que debía tomar
espaciados. Mucha gente, probada la primera cucharada
de una medicina amarga, la tira a la basura. No. La
medicina hay que tomarla según la dosis y
prescripciones indicadas.
Cuando en la liturgia he encontrado la Palabra que
Dios ha preparado para mí, he de guardarla como un
tesoro, he de profundizarla, he de trabajarla. Debo
seguir todo un proceso de asimilación.
Me ayudará mucho una técnica: transformarla en
oración.
Centrar la atención en la frase que va para mi,
llevármela a casa como un pequeño tesoro para
estudiarla, profundizarla, amarla.

-184-
Una palabra de Dios que se inyecta en mi sangre
para cambiar mi vida.
«La liturgia de la palabra y la eucarística, están tan
íntimamente unidas, que constituyen un solo acto de
culto» (Sacrosanctum Concilium, 56).
Querría entender qué dice la Iglesia con estas
palabras, por qué las dice, cómo las debo acoger y vivir.
La Iglesia me dice, en palabras sencillas, que la misa
es el puente entre el hombre y Dios, un puente
grandioso de dos arcadas: «Liturgia de la Palabra» y
«Liturgia Eucarística», esto es, escucha de Dios y
respuesta a Dios.
Son dos arcadas, pero un único puente. Si separas
los arcos, no tienes puente. Los arcos deben estar
unidos, sólo unidos sirven.
La Iglesia, en palabras pobres, me dice que el
sacrificio eucaristico es una casa hecha como todas las
casas: con cimientos y paredes. Una casa no se sostiene
sin cimientos, pero los cimientos solos no son la casa.
La Eucaristía está hecha de dos elementos:
cimientos y paredes. Son las dos partes esenciales de la
misa: Liturgia de la Palabra y Liturgia Eucarística.
Debo entender y vivir estas dos partes de la misa sin
separarlas. Si entiendo y vivo una sola, ignorando la
otra, no tengo la misa como la concibe la Iglesia, como
nos la ha dado Jesús.
No tengo dificultad para aceptar que la Liturgia
Eucarística es culto, pero ¿por qué la Iglesia me va
diciendo que el culto eucaristico está truncado sin la
Liturgia de la Palabra? ¿Por qué me enseña que el culto
eucaristico comienza con la Liturgia de la Palabra?
¿Por qué la Iglesia parece poner en el

-185-
mismo plano la escucha de la Palabra y la Eucaristía?
¿No exageramos?
No, la Iglesia no exagera, es la propia naturaleza de las
dos realidades que exige a la Iglesia hablar así. ¿Por
qué?
- Porque antes está la escucha y después la respuesta.
- Porque, si la escucha es atenta, profunda y
generosa, la escucha se hace amor y oración: es ya
verdadero culto a Dios. ': ""'^A^
Cuando estoy atento a Dios, pero de veras y en lo
profundo de mi ser, he entrado de lleno en la esfera del
amor de Dios, esto es, en la adoración, en el acto
solemne del culto a Dios.
Hay otra razón: en la mente de toda la tradición de la
Iglesia, el Sacrificio Eucarístico siempre se ha pensado
como un grandioso intercambio entre Dios y el hombre,
como una competición de generosidades entre Dios y el
hombre.
- Dios me da su Palabra, yo le doy mi adhesión. La
expreso sobre todo en el Credo y en el ofertorio. El
Credo diría que es la adhesión a él. Y el ofertorio la
adhesión a los hermanos por amor a él. El ofertorio, en
efecto, nació en un contexto de caridad, del recuerdo de
los pobres; en ese momento se recogían los dones para
los pobres y, de entre estos dones, se escogían el pan y
el vino para la consagración.
- Después Dios me da el cuerpo y la sangre de su
Hijo y yo le respondo con mi compromiso radical con él
(esto es recibir la comunión) y con la adhesión radical a
los hermanos (esto es vivir la comunión).

-186-
La Eucaristía es, en resumen, una competición de
afecto con Dios, es el amor que se da y el amor que
responde, un intercambio de amor, el amor que
responde al Amor.
¿Cómo vivir esta realidad de la Misa? Y, sobre todo,
¿cómo hacer para que la liturgia de la Palabra sea
verdaderamente amor, sea verdadero acto de culto?
Me he preguntado: ¿Qué haría yo si, de buenas a
primeras, me dijeran que mañana tenia una audiencia
con el Papa?
Ante todo me sentiría emocionado. Probablemente
esta noche no dormiría. Pensaría cómo pasar una
grabadora, a despecho de «los suizos», para poder
volver a escuchar con calma lo que me dijera, pasadas
ya las emociones, y poder sopesarlo y asimilarlo bien.
Para que la Liturgia de la Palabra sea en verdad
«acto de culto» digno de estar a nivel con la Eucaristía
debe ser:
1) Un escuchar atento;
2) Para que sea atento, debe ser una escucha
deseada.
3) Una escucha verdadera. No estoy ante la Palabra
para alardear de erudito, para discutir, sino para recibir.
Ante una persona que amamos profundamente, se
vienen abajo todas nuestras superficialidades, nuestro
orgullo, las discusiones y los cuentos. Se escucha y
basta, con buen cuidado de no perder nada de cuanto
nos dice.
4) En la práctica diría que la escucha de la Palabra si
es amor, si es cu/to, debe responder a estas
características:
- ser una escucha atentísima,

-187-
- ser una escucha amorosa,
- ser una escucha generosa,
- ser una escucha humilde.
5) Una última observación. La escucha de la Palabra
debe tener una continuación en mí, dejar huella. Si se
desvanece apenas salgo de la iglesia, seguro que no ha
sido una escucha auténtica.
Me explico: acabado un examen, volvéis sobre
aquella frase feliz, aquel concepto brillante, o sobre
aquella tonta equivocación..., no lográis por algún
tiempo quitároslo de la cabeza.
Igual, si habéis tenido una discusión acalorada,
acabado ya todo, volvéis sobre determinadas expre-
siones que se os han disparado o bien os han herido.
Si después de la Liturgia de la Palabra no os queda
nada, sed honrados, debéis confesar que probablemente
no habéis entrado en la Palabra de Dios, la habéis
rozado apenas.
La Liturgia de la Palabra tal vez no ha sido para
vosotros verdadero acto de culto como lo piensa la
Iglesia.
Estabais allí, pero ausentes; las palabras llegaban
al oído, pero no entraban en el corazón, no habías
amado.

EJERCICIO PRÁCTICO
DE ORACIÓN
• En la oración al Espíritu Santo pide preparar tu
corazón a la próxima Liturgia de la Palabra. Pide
venerar la Palabra como el Cuerpo de Cristo. Lee con
devoción el salmo 118.

-188-
• Delante de Cristo prepárate a la oración de escucha.
Pide espíritu de fe para cuando asistas a misa, pide no
dejar caer ni una sola frase de la página de la Escritura
que la Iglesia presenta.
Intenta escuchar la página que oirás proclamar en la
misa. Sé práctico. Busca cuál será la «palabra de vida»
más útil para ti. Escríbela.
• En la oración al Padre repite la «palabra de vida»
que has elegido.
• Relee en la página 278: «Si quieres rezar bien».

ORACIÓN PARA
LA JORNADA
Repite muchas veces: «Amarás al Señor tu Dios con todo
tu corazón, con toda tu mente, con todas tus fuerzas».
No te canses del shemá (Escucha, Israel), apréndelo de
memoria y úsalo con frecuencia. Es la mejor oración que
puedes hacer en la comunión eucaristica.

Deuteronomio 6, 4-7
Escucha, Israel:
el Señor nuestro Dios es solamente
uno. Amarás al Señor, tu Dios con
todo el corazón, con toda el alma,
con todas las fuerzas.

-189-
¿os palabras que hoy te digo
quedarán en tu memoria,
se las repetirás a tus hijos,
y hablarás de ellas estando en casa
y yendo de camino,
acostado y levantado.
190-
Cuarta Semana

LA ORACIÓN DEL
CORAZÓN
^
Los primeros posos
«Amarás al Señor tu Dios con todo tu
corazón, con toda tu alma, con todas
tus fuerzas» (Dt 6,5).

Los primeros pasos en la


oración del corazón
Es difícil dar una definición de la oración del
corazón, porque ha habido mucha confusión en la
terminologia.
Comienzo por precisar qué entiendo por la palabra
«corazón». No hablo, está bien claro, del corazón físico,
sino de lo íntimo del hombre, la zona más recóndita de
su ser, donde reside la plenitud del ser, donde el hombre
encuentra a Dios y donde Dios puede encontrar al
hombre.
Es la fuente viva del ser.
«£7 corazón designa en la tradición oriental el
centro del ser humano, la raíz de las facultades activas
del entendimiento y de la voluntad, el centro de donde
proviene y al que converge toda la vida espiritual. Es el
manantial profundo del que brota toda la vida psíquica
y espiritual del hombre
-193-
y a través del cual el hombre se acerca y comunica con
el Manantial mismo de la vida» (E. Bhr-Sigel).
Cuando hablamos de «corazón» pensamos en esa
«chispa divina» que por el Bautismo todo cristiano
lleva en si y gracias a la cual el hombre puede entrar en
contacto directo con Dios.
«Chispa divina» que Santo Tomás llama con su
característico lenguaje «virtudes infusas». «Virtud» en
el sentido de virtualidad, capacidad, facultad; «infusas»
indicando que no provienen de nosotros, sino que nos
vienen de Dios.
Para Santo Tomás las virtudes infusas son fe,
esperanza y amor, que él concibe como un «organismo
sobrenatural» que nos viene del Bautismo. Nosotros no
podemos procurárnoslo con solas nuestras fuerzas, pero
lo podemos desarrollar. Este organismo sobrenatural
nos ayuda a comunicarnos con Dios.
Este es el «corazón» según todos los maestros de
vida espiritual.
Oración de corazón es, por tanto, orientar a Dios en
la oración lo más profundo de nuestro ser, esa chispa
divina que hay en nosotros.
Precisado este concepto, podríamos intentar asi una
definición descriptiva:
Oración del corazón
es ponerse en sencillez
ante Dios
en un profundo silencio interior,
dejando a un lado
palabras, pensamientos, imaginaciones,
abriéndole el más hondo interior
de nuestro ser,
esforzándonos sólo en amar.

-194-
Exige sencillez. La oración del corazón no se adapta
a personas complicadas, no es útil a los escrupulosos,
resulta imposible a los orgullosos (al menos a los que no
se avergüenzan de su orgullo).
Exige profundo silencio interior y exterior. Deja de
lado todas las palabras, todas las fórmulas; frena la
imaginación, porque todo lo que rompe el silencio
interior desbarata la oración del corazón.
Todo se reduce a amar. Pero, ¿qué es ese amor?
Quizá nadie sepa precisarlo. Está hecho de mil cosas,
pero no se reduce a ninguna de ellas.
Se sabe qué es amar a Dios después de la oración,
pero es difícil decir qué es «amar a Dios» durante la
oración. Preguntad a dos enamorados que viven lejos
uno del otro qué es su amor cuando se escriben una
«carta de amor". «¡Vaya pregunta!, os dirán, una carta
de amor es una carta de amor», cada palabra irradia
amor, puede escribirse con palabras sencillísimas, que al
no enamorado no dicen absolutamente nada, pero que al
enamorado se lo dicen todo.
Intentemos definir más sencillamente:
Oración del corazón
es entrar en un perfecto silencio interior,
en un silencio que ama.
La mamá que ama con infinita ternura a su bebé y lo
contempla en silencio mientras duerme nos da una idea
de la oración del corazón. No sale una palabra de sus
labios. ¿Necesita palabras un amor tan profundo?
Cuando la amistad necesita palabras no tiene aún el
sello del amor profundo.
Pero hay una tercera definición de la oración que quizá
es mejor y puede expresar mejor el concepto:

-195-
Oración del corazón
es dejar que el Espíritu Santo,
presente en nosotros,
ame al Padre en nosotros, con nosotros,
por medio de nosotros.
Es «dejar»: en realidad el Espíritu Santo presente en
nosotros siempre ama, pero hasta que nosotros no
condescendemos, no entramos dentro de las riquezas de
este amor.
La fuente mana continuamente, aunque nadie coja
agua; cuando cogemos agua, la fuente «mana para
nosotros». La oración del corazón es participación en
esta acción incesante del Espíritu en nosotros, es dejarlo
amar, o mejor, es amar con él, por medio de él,
apartando todos los obstáculos que impiden su oración y
favoreciendo con todos los medios a nuestra disposición
esta relación íntima de amor.
Entendida así, la oración del corazón es el inter-
cambio afectuoso entre el amor de Dios para con
nosotros y nuestro pobre amor para con él, pero que,
unido al amor infinito del Espíritu, ya no es pobre.
Sucede lo que el P. de Foucauíd decia genialmente:
«Me mira amándome, le
miro amándolo».
Hablando de oración del corazón debemos precisar
que surgen no pequeñas dificultades en el uso de los
vocablos.
La oración del corazón es tan antigua como la
Biblia, la han practicado casi todos los santos, los
padres del desierto eran en ella especialistas, algu-

-196-
nos santos han sido sus grandes divulgadores. Pero ha
sido designada con diversos nombres:
- oración de simplicidad,
- oración de silencio,
- oración de simple mirada,
- oración interior,
- oración de amor,
- oración contemplativa.
Entre los santos que más la han difundido recor-
damos, además de a los Padres del desierto, a Santa
Teresa de Jesús, San Juan de la Cruz, Santa Teresa de
Lisieux, Santa Isabel de la Trinidad y el Padre de
Foucauíd.
El monaquisino ruso practicó siempre la oración del
corazón (frecuentemente los ortodoxos la llaman
«oración de Jesús», cuando llega a ser continua, cuando
pasa «de la mente al corazón»).
La oración del corazón es, substancialmente, la
respuesta a la vida trinitaria en nosotros.

Por qué es importante


la oración del corazón
¿Por qué insistimos en la importancia de la oración
del corazón?
Sobre todo por estos motivos:
1) El camino más derecho para llegar a Dios es el
amor, no la inteligencia.
2) El amor es la facultad interior más rica del
hombre y también la más importante: a Dios hay que
darle lo mejor de todas las cosas, también lo mejor de
nosotros mismos.

-197-
La inteligencia es un instrumento inadecuado para
alcanzar a Dios. Dios es demasiado superior a nuestra
inteligencia.
El hombre con su pensamiento ¡puede elevarse tan
poco sobre el mundo limitado! El hombre con su
inteligencia se parece a un niño que quisiera que su
cometa tocara el sol. Basta un golpe de viento, una
ligera lluvia y la cometa se viene abajo.
¡Qué limitado es nuestro pensamiento cuando quiere
elevarse a Dios! Llega a entender que Dios existe, llega
a captar de Dios más lo que no es que lo que Dios es, y
se pierde sin haber tocado tan sólo la orla del misterio
de Dios.
Pero el hombre tiene una facultad muy superior a la
fuerza de la cometa: es una facultad misteriosa, más
potente que la inteligencia, que cuando se dirige a Dios
va mucho más allá que la inteligencia: es el amor.
Los teólogos han sondeado el misterio de Dios bajo
todos los puntos de vista, con estrategias diversas, pero
ninguno de ellos ha entendido a Dios como los místicos.
¿Por qué? Los teólogos se valen de la inteligencia; los
místicos, del corazón.
Un San Francisco ha entendido más que cualquier
filósofo o cualquier teólogo: el hombre con el amor
puede llegar más alto que con su inteligencia.
«Dios es amor», ha dicho el más grande místico
cristiano, el apóstol San Juan: Por eso, cuando el
hombre se hace amor, entra inmediatamente en sintonía
con Dios, entra en su estela luminosa que lo eleva en
alto, mucho más alto que pueda hacerlo la pobre
inteligencia humana. Ya no se trata de una frágil cometa
de papel, es una nave espacial de potentísima propulsión
que desafia la gravedad y se enfila segura a su objetivo.

-198-
LAS TRES POTENCIAS
Inteligencia - Voluntad - Amor
MUNDO INTERIOR
¿No se dice que sólo el que ama puede comprender
ciertas cosas? El amor da alas a la comprensión: sin
amor la inteligencia es pobre, sin amor la inteligencia es
limitada, sin amor la inteligencia es incapaz de alcanzar
ciertas metas difíciles.
Todo nuestro mundo interior está regido por tres
facultades, dones maravillosos de Dios que hacen
grande al hombre: la inteligencia, la voluntad y el amor.
No hay acto interior que no esté influenciado por
;lll ; l !
ellas, '': ^ ' 'l':f;'tll:l,
¿Decidís hacer un gesto generoso con un hermano?
De seguro que este acto ha nacido de vuestra
inteligencia que ha visto con cierta profundidad el
problema, después ha intervenido vuestra voluntad y, si
os habéis decidido a realizar aquel gesto, es señal de que
ha estado por medio el amor.
Aun un acto interior insignificante pasa por el cruce
de estas tres facultades. ¿Decidís leer un libro, hacer una
salida al campo? En el origen de vuestra decisión está la
inteligencia que se plantea la cuestión sopesando pros y
contras, después pasa sus conclusiones a la voluntad;
cuando la voluntad reacciona positivamente, es porque
lo ha hecho aprobar por la facultad que decide: el amor.
Es siempre el amor quien tiene la última palabra y
pone en movimiento las decisiones de la voluntad.
El amor es la facultad más importante y quizá la
menos aparente.

-199-
Nosotros apreciamos más la inteligencia. Nos
impresionan las personas que llamamos inteligentes,
como nos llama la atención un señor bien trajeado.
Si de nosotros mismos podemos decir: «Soy muy
inteligente», nos ufanamos bastante, como cuando
nos consideran ricos o elegantes. No nos halagaría
tanto oír que dicen que «somos muy buenos».
También la voluntad la apreciamos mucho. Cuan-
do se dice: ¡Es una persona de voluntad! se le hace
un gran cumplido. Afirmar: «Tiene una voluntad de
hierro» es un elogio que todos agradecen.
Sin embargo es el amor la facultad más importante.
Las personas que más han influido en nuestra vida
probablemente no han sido las personas más
inteligentes o las personas más volitivas, sino las
personas que más nos han amado. Esto significa que el
amor es la facultad que nos penetra más hondo y deja
más huella. El amor es un medio de alta potencialidad
en nuestra vida.
Pues nuestra oración frecuentemente se apoya
demasiado en la inteligencia. ¡Somos intelectualis-tas!
Cavilamos mucho cuando rezamos. Pero,
mientras la oración sea intelectualismo, profundiza
poco en nuestra vida.
También tenemos el defecto de ser demasiado
voluntaristas y en el fervor de la oración hacemos
grandes propósitos que se transforman en humo
apenas entramos en la vida real. En cambio no
estamos entrenados a la oración de amor.
Si dirigiéramos todos nuestros esfuerzos al amor,
nuestra oración incidiría mucho más en nuestra vida.
«Ama y haz lo que quieras», decía San Agustín.
Tenía razón: cuando uno ama todas las demás facul-
-200-
tades se activan y hacen dóciles. Cuando se ama, se
entiende mejor.
¿Os apasionáis por la música, la literatura, el
deporte? Vuestro pensamiento siempre se os irá a la
música, a la literatura, al deporte. Y también vuestra
voluntad: apenas tenéis un momento libre ya estáis
escuchando música, leyendo un clásico o haciendo
deporte.
Es muy importante dar en la oración campo al amor.
El amor se las arreglará para agudizar la inteligencia y
robustecer la voluntad y hacerla dócil a la voluntad de
Dios.
Por eso debemos dar la máxima importancia a la
oración del corazón.
El que se acostumbra a la oración del corazón
agudiza el entendimiento y fortalece su voluntad. El que
se acostumbra a la oración del corazón afronta los
problemas sin muchos razonamientos porque su
inteligencia se abre lúcida al misterio de Dios y su
voluntad se hace tenaz y decidida para querer lo que
Dios quiere.

EJERCICIO PRÁCTICO
DE ORACIÓN
• Tienes mucha necesidad del Espíritu Santo porque
el ejercicio de la oración del corazón no es fácil. Has de
serle muy dócil e invocarlo con pasión, con fe.
Él es el protagonista de tu oración del corazón, debes
darle campo libre para que contigo, en ti y por medio de
ti ame al Padre. Suplica:
«Ven, Espíritu de amor, enséñame a amar».

201-
• Haz tu oración de escucha dirigiéndote a Cristo.
Reconstruye la escena de Getsemaní. Allí Jesús te invita
a la oración del corazón con las palabras que dirige a los
tres apóstoles: «Quedaos aquí conmigo». Necesita su
compañía, su corazón y... se le duermen. Repite con
Jesús la más hermosa oración del corazón en
Getsemani: «Padre, no se haga mi voluntad, sino ¡a
tuya».
• Después intenta la oración del corazón volviéndote
al Padre. Está allí, contigo, en ti, estás
inmerso en El. Imita al P. de Foucauíd:
«Vb ¡e miro amándole, él me mira amándome».
Ofrece al fin un acto de amor bien concreto.
Relee en la página 278: «Si quieres rezar
bien»
ORACIÓN PARA
LA JORNADA
Repite hoy con frecuencia:
«Padre, no se haga mi voluntad, sino la tuya».
La oración del corazón expresa tu opción radical por Dios.
Hay un salmo que hoy te viene a medida: el primero del
salterio. Si te decides por Dios, eres árbol frondoso que da
fruto; si eliges el mundo y tu egoísmo, eres paja que disipa el
viento.

Salmo 1
Dichoso el hombre
que no sigue el consejo de los impíos,
ni entra en la senda de los pecadores,

- 202 -
ni se sienta en fa reunión de ¡os cínicos;
sino que su gozo es la ley del Señor, y medita su ley día y
noche. Sera como un árbol plantado al borde de la acequia:
da fruto en su sazón
y no se marchitan sus hojas,
y cuanto emprende tiene buen fin.
No así los impíos, no así;
serán paja que arrebata el viento...
El Señor protege el camino de ¡os juntos,
pero el camino de los impíos acaba mal.
Fundamentos bíblicos
"Padre,
no se haga mi voluntad, sino
la tuya» (Mt 14,36).

Para entenderlo mejor


«La oración del corazón es bajar a lo profundo de
nosotros mismos para encontrar allí a Dios,
quedándonos sin prisas en su presencia, amándole».
Es un intento de dar respuesta al mandamiento más
importante de Dios (Jesús lo llama el primero y máximo
mandamiento):
«Amarás al Señor tu Dios, con
todo el corazón, con toda el
alma, con todas ¡as fuerzas».
Son expresiones diáfanas y de gran profundidad:
«Escucha, Israel:
el Señor nuestro Dios es solamente uno.
Amarás al Señor, tu Dios,
con todo el corazón,
con toda el alma, con todas las fuerzas.

-204-
Las palabras que hoy te digo
quedarán en tu memoria,
se las repetirás a tus hijos
y hablarás de ellas estando en casa
y yendo de camino,
acostado y levantado» (Di 6,4-7).
Es una página de oro. La página de la santidad. La
página más importante del Antiguo Testamento. Son
4.875 los versículos del Pentateuco, pero lo versículos
del shemá (¡escucha!) valen por todos. '
Es la página más rezada por Israel en todos los
tiempos, aún ahora. Página empapada en sangre de los
mártires de Israel, desde el Rabino Aquiba hasta los
hornos crematorios.
En esta página se fundamenta todo el Judaismo y
todo el Cristianismo.
Se encuentra en el segundo discurso de Moisés,
después del decálogo, casi como un resumen de todo y
le anteceden estas importantes palabras: «Seguid en
todo e! camino que el Señor vuestro Dios os ha
trazado: así viviréis y seréis felices» (Dt 5,33).
El amor de Dios no se propone como una opción,
sino como un mandamiento. Jesús ha hecho una
declaración solemne acerca de esta página:
«Este es el primero y el máximo mandamiento» (Mt
22,38).
No se olvide que las prescripciones de la Ley, según
la tradición judaica, eran 635.
Después Jesús añade: «£/ segundo es semejante al
primero: amarás a tu prójimo como a ti mismo» (Mt
22,39).
Y, por fin, la conclusión extraordinaria del Maestro:
«De estos dos mandamientos penden toda la Ley y los
Profetas» (Mt 22,40).
-205-
Por tanto aquí está toda la Biblia, está toda la
revelación. Esta página debe fundamentar nuestra vida.
El amor de Dios está mandado en absoluto:
«Amarás con todas tus fuerzas», esto es, sin limites. El
amor del prójimo tiene otra medida: como a ti mismo. A
Dios, todo; al prójimo, tanto como a ti.
Es interesante: el mandamiento más importante de
Israel, el que resume todos los mandamientos, se hizo la
oración principal de Israel hasta hoy. Se ha convertido
en profesión de fe y profesión de amor.
Quizá esto quiera decir que se aprende a amar a Dios
pidiéndoselo humildemente tres veces al día.
¿Quieres llegar a amar a Dios con todas las fuerzas?
Hazlo objeto de tu oración y lo lograrás:
pídelo tres veces al día.
¿Tres veces? «Queden grabadas en tu corazón estas
palabras», traduce la Biblia de Jerusalén. El
mandamiento del amor sea el palpitar de tu corazón que
nunca para.
Y añade: «Las atarás a tu mano como una señal,
como un recordatorio ante tus ojos»: en toda acción y
en toda intención debes amar a Dios con todas tus
fuerzas.
«Las escribirás en /as jambas de tu casa y en tus
puertas», para no olvidarlas nunca.
¿Pero cómo es posible no separarse nunca del
mandamiento del amor? Precisamente haciendo de este
mandamiento tu oración, cambiándolo en oración.
Si Jesús declara solemnemente que este es el mayor
mandamiento, no podemos tomarnos a la ligera el deber
de la oración del corazón: hemos de

-206-
esforzarnos hasta hacer de ella el tejido de nuestra
existencia.
Un refrán americano dice así: «Love works if you
work at it»: el amor funciona si tú lo haces funcionar.
Hay amor, si lo cultivamos.
Hay amor, si trabajamos para conseguirlo.
Hay amor, si sufrimos para defenderlo.
La primera lección que aprender es ésta: Hay que
pedirlo con todas las fuerzas, con invencible constancia.
Se llega a amar a Dios con todas las fuerzas, si con
todas las fuerzas se lo pedimos.
Es la lección más importante de la vida.
El amor comporta incontables decisiones. He aquí
por qué es sabio ligar este mandamiento de Jesús a la
práctica atenta y constante de la oración del corazón.
La oración del corazón se convierte en el control de
toda nuestra jornada, de todas nuestras acciones y
relaciones, por ella pasa toda nuestra vida.
La oración del corazón se reduce a pedir aprender a
amar a Dios con todas las fuerzas.
¿No sabes amar? ¡Pide aprender a amar! ¡Pide
aprender a dejarte amar!
El shemá se incluía en un contexto de oraciones,
salmos, bendiciones y lecturas bíblicas: el corazón del
hombre se resiste a abrirse y, cuando se abre, tiene el
peligro de no aterrizar en lo concreto.

-207-
Fundamentos bíblicos: del Evangelio
1. «No todo el que me dice: ¡Señor, Señor! entrará
en el reino de los cielos, sino quien cumple la voluntad
de mi Padre del cielo» (Mt 7,21).
Son palabras que Jesús dijo en el contexto de las
Bienaventuranzas: son de una importancia práctica
grandísima.
Somos muy proclives a falsear nuestra relación con
Dios: resbalamos fácilmente en buenos sentimientos, en
bonitas palabras y tal vez dejamos que la vida siga su
camino.
Estas palabras de Jesús preceden a la parábola de la
casa edificada sobre la roca, parábola que ilustra
precisamente la enseñanza de la búsqueda de la
voluntad de Dios como fundamento único de la vida:
«No todo el que dice: Señor, Señor...».
Es sintomático este hecho: Jesús, después de
presentar el mensaje de las bienaventuranzas en el
sermón de la montaña, concluye que la verdadera
relación con Dios no está en la oración de palabras, sino
en el amor concreto, y presenta el amor concreto como
concreta obediencia a la voluntad de Dios.
Vivimos siempre en la tentación de dar a Dios algo
que nos cueste menos que el amor concreto, pero a Dios
no le interesa más que eso.
Es un constante riesgo la esquizofrénica oración del
corazón, la disociación de la oración y la vida:
hermosas efusiones espirituales, pero sin ninguna
incidencia práctica.
El amor hecho de bonitas palabras le repugna a Dios
que es verdad absoluta, porque el amor hecho

-208-
de palabras está próximamente emparentado con la
hipocresía.
Era precisamente la hipocresía lo que peor le sentaba
a Jesús.
Cuando la oración del corazón no incide en el deber,
en la caridad, en el despegarse del mal, en la vida de
relación, caemos prisioneros de una oración del corazón
esquizofrénica.
Es preciso tener el valor de la autenticidad, tener el
coraje de denunciarnos a nosotros mismos:
si no se ven los frutos de la oración del corazón, quiere
decir que... ni oración, ni corazón.
¿Qué hacer para librarnos de semejante engaño?
Lo importante es comenzar bien: todo consiste en
dar un alma profunda a la oración del corazón.
Esta es el alma: asegurar a la oración del corazón el
punto de conversión y asegurar en él el armazón que
sostiene toda la oración.
Está bien claro que para hacer un bordado se
necesita una tela en que bordar.
La oración del corazón es ilusoria sino existe seria
voluntad de conversión. Y el punto de conversión debe
ser preciso, claro y concreto.
Después es preciso hacer bajar el fuego del espíritu
sobre este punto de conversión, esto es, es preciso orar
fervorosamente de modo que, acabada la oración del
corazón, se active enseguida la vida.
2. «Van a una propiedad llamada Getsemaní y dice
a sus discípulos: Sentaos aquí mientras yo hago
oración. Toma consigo a Pedro, Santiago y Juan y
comenzó a sentir pavor y angustia. Les dice: Mi alma
está triste hasta el punto de morir; quedaos

-209-
aquí y velad. Y, adelantándose un poco, cayó en tierra
y suplicaba que a ser posible pasara de él aquella
hora. Y decía: ¡Abbá, Padre, todo es posible para tí;
aparta de mí este cáliz; pero no sea lo que yo quiero,
sino lo que quieras tú» (Me 14,32-36).
«Y sumido en angustia, insistía más en su oración.
Su sudor se hizo con gotas espesas de sangre que caían
en tierra» (Le 22,44).
Estamos ante la página más extraordinaria sobre la
oración del corazón: una oración de Cristo tan
profunda, tan apasionada, tan estremecedora que se
recubre de sangre, se recubre de sudor de sangre.
Cuando queremos representarnos al vivo la oración
del corazón, el modelo es éste: la oración sangrante de
Jesús. No existe modelo más perfecto de oración del
corazón.
«Los Evangelios recuerdan con frecuencia que Jesús
oraba, que incluso pasaba noches en oración, pero
ninguna de esas oraciones se presenta de modo tan
profundo y penetrante como la de Getsemaní, ningún
momento de la vida de Jesús fue tan decisivo» (Juan
Pablo II).
El Papa llama a la oración de Jesús en Getsemaní su
«prueba de amor», en otras palabras podemos decir su
«oración del corazón».
Cristo toca el fondo de su anonadamiento. Lo
confiesa él mismo: «Mi alma está triste hasta el punto
de morir» y la prueba es el sudor de sangre.
Cristo experimenta también todo el peso de la
debilidad humana: «Padre, todo es posible para ti,
¡aparta de mí este cáliz!», pero reacciona en la

-210-
prueba suprema del amor: «Pero no sea lo que yo
quiero, sino lo que quieres tú».
Si nuestra oración del corazón es auténtica debe
desembocar allí: No se haga mi voluntad, sino la tuya.
La oración de Jesús en Getsemani es la cumbre y la
esencia de la oración del corazón.
Amar a Dios es sólo esto, pero es duro. Por eso la
oración del corazón necesita silencio y tiempo. También
Jesús ha necesitado tiempo y fortaleza. Y sumido en
angustia insistía más en su oración».
En la oración del corazón hemos de implorar con
intensidad la fuerza de Dios para nuestra voluntad. Jesús
también lo hizo: «Y de nuevo, apartándose, oraba» (Mí
16,42).
Lo hizo por tres veces, precisa Mateo: «Dejando a
los discípulos, se alejó de nuevo y oraba por tercera vez
repitiendo ¡as mismas palabras» (Mt 26,44).
La repetición, la necesidad de ofrendar nuestra
voluntad al Padre es una necesidad. En esta repetición,
en esta insistencia está el amor, porque asi crece el
amor. La repetición es una necesidad de nuestra
debilidad.
Así debemos insistir en hacer rezar al cuerpo durante
la oración del corazón. Si el cuerpo no reza, el alma se
fatiga en la oración del corazón.
También Jesús lo hizo:
«Cayó en tierra y suplicaba» (Me 14,35).
«Cayó rostro en tierra...» (Mí 26,39).
«Puesto de rodillas oraba diciendo...» (Le 22,41).
Cuando la oración del corazón resulta cansina,
adormecida, fría, urge pensar en Getsemaní, en la
oración de Jesús sudando sangre.

-211-
La oración del corazón o es amor o no es nada. Y el
amor consiste en adherirnos del modo más perfecto
posible a la voluntad de Dios.
Un amor que no se preocupa de esta adhesión es
absurdo, cuanto más se interesa por ella, más se
purifica, es más auténtico y libre de escoria humana.
El amor debe preocuparse de adherirse a la voluntad
de Dios hasta que nuestra vida resulte ya sólo alegría de
Dios.
Las demasiadas palabras estorban en la oración del
corazón. Diciendo «¡Padre!» ya se ha dicho todo. Lo
demás puede ser redundancia que estropee la oración
del corazón.
La oración del corazón a veces necesita violencia.
Jesús sudó sangre...
Y no nos vayamos por los cerros de Úbeda:
perderíamos la voluntad de Dios que anda en lo
presente, en lo inmediato.
3. «Dice a los discípulos: Sentaos aquí mientras voy
allá a orar. Y tomando consigo a Pedro y a ¡os dos
hijos del Zebedeo, comenzó a sentir tristeza y angustia.
Entonces les dice: Mi alma está triste hasta el punto
de morir, quedaos aquí y velad conmigo... Viene
entonces donde los discípulos y los encuentra
dormidos; y le dice a Pedro: ¿Con que no habéis
podido velar una hora conmigo?» (Mt 26,36-40).
Centremos nuestra atención sobre la oración de los
apóstoles.
Jesús los invita a la oración del corazón y ellos no le
siguen: la debilidad y la superficialidad los envuelven.

-212-
A los doce no les pide nada: "Quedaos aquí», pero
aquel «Yo voy allí a rezar» era bien elocuente.
Ciertamente no quería decir: Dividámonos el trabajo,
vosotros dormid, que yo rezaré. Jesús esperaba una
reacción generosa, pero incluso los tres elegidos (¿los
mejores?, ¿los más cuidados por Jesús?) también ellos
le decepcionan.
A los tres les pide la oración del corazón: una
oración silenciosa y afectuosa junto al que tanto sufre:
«Quedaos aquí y velad conmigo».
Completa decepción. Los tres discípulos prefieren
dormir.
Es la última lección de oración de Jesús: fracaso
total.
Del texto de Mateo parece que, por tres veces, Jesús
les pide que estén despiertos, pero la superficialidad, la
irreflexión, el cansancio los vencen.
El Señor no tenía necesidad de palabras, sino de
afecto.
La oración del corazón es propiamente esto:
dejar a un lado las palabras y dar a Dios el corazón.
La oración del corazón puede dar la, impresión de
ser difícil. Pero no hay nada más fácil que hacerse
presente, totalmente presente a una persona, dándole el
corazón.
Pero, ¡hay que tener corazón! Y darlo.
La oración del corazón se salta todas las forma-
lidades burocráticas y todos nuestros empalagosos
fariseísmos, para apuntar a la esencia de la relación con
Dios.
LQS tres discípulos no logran rezar porque no están
preparados, ninguno ha pensado en prepa
rarse.

213-
El fallo más frecuente de nuestra oración del
corazón es precisamente la falta de preparación. Un
tiempo de purificación, un poco de realismo, clarificar
nuestra situación espiritual concreta es muy importante
para fijar nuestra voluntad en la voluntad de Dios. Sobre
todo es importante preparar el «punto de conversión».
La oración del corazón no es seria, si prescinde de la
purificación, de tomar conciencia de nuestra pobreza.
Cuando los encuentra sumidos en el sueño Jesús
dice: «Velad y orad para no caer... el espíritu está
pronto, pero la carne es flaca».
La enseñanza es clara: para permanecer fieles junto
a Jesús, basta pedir esta fidelidad.
La oración del corazón es ardua; pero si la pedimos,
el Señor tiene todas las ganas de concedérnosla.
Las insidias más graves de nuestra debilidad son:
- la mala voluntad,
- el poco silencio,
- las manos vacias,
- el cansancio,
- la indelicadeza,
- la tibieza,
- la búsqueda de gratificaciones.
Si no vamos con tiento, nuestra oración del corazón
puede convertirse para Dios en una total desilusión.
• LA MALA VOLUNTAD
Hay que tenerla bajo control. Se dispara sobre todo
en los comienzos. Comenzar bien es importantísimo.

-214-
Pedir la fuerza de Dios sobre la voluntad débil cada
vez que comprobamos nuestra debilidad, es el remedio
más eficaz.

• EL POCO SILENCIO
Es comenzar la oración con el corazón agobiado.
Cuando vemos que estamos muy distraídos es útilísima
la táctica de comenzar a rezar mucho antes de comenzar
nuestra oración.
Ofrecer al -Señor nuestra debilidad, humillarnos ante
él, desear encontrarlo, expresar a Dios nuestro deseo de
hacer bien la oración, son medios eficaces cuando la
mente está disipada. Pero es necesario salir con tiempo:
rezar antes de comenzar la oración.
• LAS MANOS VACÍAS
Creer que lo tenemos todo en orden no es sólo una
ingenuidad, es también una solemne inconsciencia. Hay
temas sobre los que el Señor martillea sin cansarse.
¡Hay que responder! Allí hay que preparar el don de la
conversión.
Puede haber faltas graves en el campo de la caridad,
en el campo de los deberes y en cuestión de costumbres
injustificadas. Puede haber deberes que nos saltamos
con una inconsciencia de miedo.
Es un método sencillo y concreto preparar el punto
de conversión para después invocar sobre él el fuego de
la oración.
• EL CANSANCIO
En ciertos cansancios la mente no logra concen-
trarse. ¿Qué hacer?

-215-
La pereza diría: Deja la oración. Pero el amor no
habla así, sino que aconseja: Reza de modo adaptado a
tu cansancio, de modo relajado. Por ejemplo, siéntate a
los pies del Señor, agradécele con sencillez y ofrécele
tu cansancio, pero no desistas. También el cansado
debe amar.
• LA INDELICADEZA
Es estar con el Señor, pero no sacar lo mejor de
nosotros mismos. Es estar con el Señor, pero tomárselo
a la buena. Es estar con el Señor, pero estar tranquilo
con uno mismo y con sus problemas.
¡No! La oración del corazón exige empeño y
radicalidad, decisión en cortar con la mediocridad.
Aguar la oración del corazón dejando la puerta
entreabierta a las distracciones, no es serio, es engañarse
salvando un poco las apariencias.
La oración del corazón es amar a Dios con todas las
fuerzas, empleándose a fondo.
• LA TIBIEZA
Es la pereza, peor, es la falta de amor. No es oración
del corazón la que pretende ir de bracete con el pecado,
con los deberes descuidados, con la caridad hecha
girones, con el juicio fácil, la lengua imprudente, la
curiosidad, la mundanidad, la ambición, la búsqueda
constante de quedar bien...
La tibieza es un parásito que enerva la oración del
corazón.
La oración del corazón es una relación amorosa,
verdadera, auténtica. No soporta la mediocridad
interesada, decadente, inauténtíca.

•216.
• LA BÚSQUEDA DE GRATIFICACIONES
Cuando hago la oración del corazón por la
satisfacción que me reporta o para sentirme superior a
los otros o creyéndome ya casi un iniciado;
cuando hago la oración del corazón y no acepto la
monotonía y las pruebas de la aridez; cuando voy a la
caza de satisfacciones y de compensaciones;
cuando busco estar en paz, para eso, para estar en paz...
todo esto es ir a la caza de gratificaciones. Y es un
absurdo.
¡No! Debo agradecer lo que el Señor me dé, pero en
el mismo momento del fervor debo saber distanciarme
diciendo muy claro al Señor: «Gracias por este fervor,
pero yo quiero sólo amarte».
Aceptar el fervor, pero no apegarle el corazón:
el amor es lo que cuenta.
Aceptar con generosidad la oscuridad, la aridez, la
monotonía y ofrecerlas generosamente al Señor.
¡Señor, con tal de que te ame con todas mis fuerzas!

EJERCICIO PRÁCTICO
DE ORACIÓN
• El Espíritu quiere formarte a la oración profunda,
por eso has avistado la oración del corazón. Ora sólo
así:
«Espíritu Santo, que yo aprenda a amar». «Espíritu
Santo, llévame a la oración interior».
«Espíritu Santo, que yo aprenda a amar a Dios con
todas las fuerzas».

-217-
• Haz oración de escucha volviéndote a Jesús con
las palabras del «shemá». Pide la gracia de amar al
Padre con todas las fuerzas. Pregunta a Cristo con
humildad por dónde debes comenzar a amar. No puedes
hacer muchas cosas, pero puedes decidir muchas cosas
después de la oración, si de verdad has escuchado a
Cristo.
• La oración del corazón la harás sumergiéndote en
el amor del Padre. No enturbies su presencia con
palabras, imaginaciones o emociones. ¡Basta amar!
Ofrece tu vida al Padre. Una hermosa oración del
corazón:
«Padre, haz de mí lo que quieras».
• Vuelve a leer una vez más en la página 278:
«Si quieres rezar bien».

ORACIÓN PARA
LA JORNADA
Repite la invocación del P. de Foucauíd:
«Padre, haz de mí ¡o que quieras».
¿Conoces el salmo 116? Es el más corto de la Biblia, pero
es precioso. Es una oración impregnada toda de amor,
construida sobre el infinito amor de Dios.

Salmo 116
Alabad al Señor, todas las naciones, aclamadlo
todos los pueblos. Firme es su misericordia con
nosotros, su fidelidad dura por siempre.

-218-
¿Me amas?
«Señor, tú lo sabes todo, tú sabes que te
quiero» (Jn 21,17).

Una pregunta crucial


«Después de comer dice Jesús a Simón Pedro:
"Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que estos?"' Le
dice él: "Sí, Señor, tú sabes que te quiero". Le dice
Jesús: "Apacienta mis corderos".
Vuelve a decirle por segunda vez: "Simón, hijo de
Juan, ¿me amas?" Le dice él: "Sí, Señor, tú sabes que
te quiero". Le dice Jesús: "Apacienta mis ovejas".
Le dice por tercera vez: "Simón hijo de Juan, ¿me
quieres?" Se entristeció Pedro de que le preguntara por
tercera vez: ¿Me quieres?, y le dijo:
"Señor, tú lo sabes todo, tú sabes que te quiero". Le
dice Jesús: "Apacienta mis ovejas. En verdad, en
verdad te digo: cuando eras joven, tú mismo te ceñías,
e ibas adonde querías; pero cuando llegues a viejo,
extenderás tus manos y otro te ceñirá y te llevará
adonde tú no quieras".
Con esto indicaba la clase de muerte con que iba a
glorificar a Dios» (Jn 15-19).

-219-
Estamos ante otra página fuerte acerca de la
oración del corazón. Por tres veces el Señor quiere
que Pedro le profese su amor, que lo declare explí-
citamente. Y es lógico preguntarse: ¿por qué lo hace?
Lo hace porque adivina la necesidad que tenía Pedro
de tal profesión: tres veces lo había
negado y tres veces, delante de todos, le invita a
proclamar su amor.
Es interesante este particular; a cada respuesta
sigue una precisa consigna del Señor. Jesús le confiere
una tarea y una responsabilidad solemne:
«Apacienta mis ovejas», que significa: pruébame tu
amor entregándote a los hermanos, siendo instrumento
de salvación para tus hermanos.
Nuestra oración del corazón, necesita ser evaluada
con la vida. Después de la oración del corazón
debemos siempre probar nuestro amor. A la oración del
corazón tiene que horrorizarle la palabrería.
Después de la tercera solemne declaración de
Pedro, Jesús se lo pide todo: le pide que ofrezca su
vida. Le dijo «Sigúeme». «Con esto indicaba la dase
de muerte con que iba a glorificar a Dios».
No vale dejar nuestro amor balanceándose en
abstracciones, embalado en suaves, delicadas palabras.
Mientras nos mantengamos en el mundo de las palabras
bonitas, no sabremos si de veras amamos. Entonces
Jesús desbarata nuestra literatura y nos ayuda a
evaluarla en lo concreto: «¡Apacienta!». Esto es:
¡Ayuda! ¡Salva! Para Pedro significa: instruye,
organiza, entrégate y gástate por tus hermanos por amor
a mi, porque yo te lo pido.
Siempre existe el peligro de que nuestra oración
del corazón no baje a lo concreto. Jesús nos pide amor
concreto.
-220-
Vigilemos, pues, siempre que nuestra oración sea
concreta: debemos levantarnos de los pies del Señor
llevando en la mano la comprobación precisa de nuestro
amor, un obsequio determinado, una conversión
concreta.
Y procuremos que no sea un obsequio elegido sólo
por nosotros, sino que sea elegido por él, querido y
elegido por él, esto es, madurado en la oración.
Podemos estar jugando al escondite con los
problemas que escuecen y así, ni siquiera verlos.
Pedro probablemente hubiera ofrecido otra cosa al
Señor, el Señor en cambio le pide que haga bien de jefe,
un jefe capaz de apacentar, esto es alimentar el rebaño,
un jefe tan comprometido en su tarea que esté dispuesto
a jugarse la vida al llegar la persecución.
Cierto que a un pobre pescador de Galilea lo último
que se le hubiera ocurrido es embarcarse para Roma y
enfrentarse nada menos que al imperio romano
(pensemos sólo en la barrera de la lengua y la cultura);
pero Jesús había decidido que Pedro fuera un jefe
valiente y emprendedor, lleno de fe, capaz de desafiar la
mayor civilización del mundo, aun sin preparación
cultural: este era el obsequio que Jesús esperaba de
Pedro.
Un obsequio bien exigente: ser un jefe a la altura de
la situación, pronto a afrontar la persecución. Había
sacrificios más a mano, pero Jesús le pidió éste.
En la oración del corazón debemos insistir e insistir:
«Señor, ¿qué quieres de mi?», hasta entenderlo bien y
después arrancar con la fuerza de Dios.

-221
La respuesta de Jesús a la decisión de Pedro de querer
amar de veras al Maestro «más que todos ¡os demás» es
desconcertante y quizá le cogió de sorpresa: Pedro tendrá que
amar hasta derramar la sangre.
En el episodio hay una oración conmovedora que nos
servirá en los momentos de debilidad:
«Señor, tú lo sabes todo, tú sabes que te quiero».
Hemos de estar muy agradecidos a esta oración estupenda,
una de las más hermosas oraciones del corazón humano:
¡Tú lo sabes todo! Lees en los repliegues de mi alma,
sabes que soy sincero,
sabes que puedo ser sincero y... débil,
sabes que tengo buena experiencia de mi villanía,
sabes que hace poco te traicioné,
pero sabes también que ahora no te traicionaría nunca
aunque me despedazaran,
sabes que estoy decidido a entregar mi vida...
si tú me das fuerza.
Frecuentemente nuestras palabras nos superan:
son más grandes que nuestro amor. El Señor lo sabe. Hemos
de saberlo también nosotros y detenernos largamente en la
oración del corazón en la necesidad de no decepcionar al
Señor llenándonos la boca sólo de palabras bonitas.

Una escena grandiosa


«Junio a la cruz de Jesús estaba la madre...
Jesús, viendo a su madre y junto a ella el discípulo a
quien amaba, dice a su madre: "Mujer, ahí

-222-
tienes a tu hijo". Y desde aquella hora el discípulo la
acogió en su casa» (Jn 19,25-27).
María, junto a la cruz, es una lección impresionante de
oración del corazón.
La última clase de oración de Jesús a los doce fue en
Getsemaní, donde asistieron a su impresionante oración de
amor al Padre, a la oración del corazón que le hizo sudar
sangre.
Ahora, en el Calvario, es María la gran maestra de la
oración del corazón.
María está allí, crucificada con Cristo. No hace nada, no
habla, no llora, sólo está alli crucificada con él, ayudándole a
morir.
Cuando nuestra oración del corazón sea un estar delante de
Dios, prontos a todo por él, ofrecidos, anonadados a sus pies,
aquella será nuestra más perfecta oración del corazón.
No hay que hablar, basta amar. No hay que
decir, basta ofrecerse. No hay que agitarse,
basta darse.
María no podía estar en otra parte: está allí, porque allí
está su amor. Cuando amamos no podemos hacer más que
oración del corazón. Advertimos que todo lo demás no es
suficiente:
estar alli y amar.
Pero, estemos atentos. Podemos amar y quedarnos
parados. La oración del corazón es una flor que debe dar un
fruto. La oración del corazón siempre debe producir una
conversión.
¿Para que está María junto a la cruz? ¿Para llorar? No.
Dice Jean Vanier: «No está alli para lamen-

-223-
tarse... "Ahora me quedo sola". Está alli porque sabe, en
su fe, qué es el misterio del sufrimiento, sabe que
aquella es la hora de Jesús, la hora de la redención».
La verdadera oración del corazón es el despojo de
nosotros mismos, es estar allí entregando al Señor lo
mejor de nosotros mismos, en cuanto somos capaces.
«María ha creído el misterio del sufrimiento de su
Jesús y quiere estar con él, quiere vivir este misterio con
él, no quiere huir. Está alli y dice: "Junto a ti, me
ofrezco al Padre para la salvación del mundo". Ha
descubierto la misteriosa fecundidad del sufrimiento»
(Jean Vanier).
La oración del corazón es ese estar alli, amando con
él, por él y en él; entregándole todo con él, por él y en
él; ayudando a todos con él, por él y en él.
La oración del corazón tiene necesidad de implicar a
otras personas e intenta ser un grito de amor por los que
no saben amar, un grito de gratitud por los que no
agradecen, un grito de súplica por los que no saben
rezar.
La oración del corazón debe pasar a ser una
inmolación por los otros: debe ser toda amor de Dios y
toda amor de los hermanos.
Son tres las señales que caracterizan la verdadera
oración del corazón:
1) que sea amor y no búsqueda de consuelos;
2) que estemos bien presentes a Dios, en el silencio
de todo otro pensamiento o divagación;
3) que Dios sea el verdadero centro de nuestra
oración.

-224
Cuando se dan estas tres condiciones, estamos en
verdadera oración del corazón.
Cuando la oración del corazón se hace en el silencio
de nuestra petición de fe y de amor es muy acertado que
sea una petición para hoy.
Esta concretez es determinante para la eficacia. Más
aún, es muy importante que nuestra petición de
fidelidad no sólo se concentre sobre el hoy, sino que se
especifiquen las circunstancias de la jornada en que
nuestro amor tendrá más necesidad de atención y ayuda.
«Junto a la cruz de Jesús estaba María, su madre...»
No lo evocamos con suficiente realismo: una madre
ante el hijo torturado, escarnecido, crucificado debería
estar necesariamente al límite de la desesperación.
María no. María está al limite de su inmolación.
En silencio, inmolada con Jesús, ofreciendo al
Padre con Cristo hasta las más íntimas fibras de su
corazón. Esta es María en el Calvario, ésta su oración
del corazón.
Por más que nos esforcemos no podemos hacernos
cargo del sufrimiento de María en su oración del
corazón.
El Calvario fue su Getsemani, su pasión, su
inmolación.
Una madre impotente ante la tortura de su hijo
habría gritado: «¡Crucificadme a mí en lugar de a mi
hijo!». María en el Calvario es una crucificada sin cruz,
es una inmolada sin derramamiento de sangre.
Traspasada sin clavos.
Esta presencia de sufrimiento y laceración, toda
silencio y toda inmolación, nos hace pensar en

-225-
nuestra responsabilidad en la oración del corazón:
es fácil confundir el silencio con un vacío de hecho,
intercalado de distracciones.
El silencio hay que organizarlo, hay que soste-
nerlo, hay que nutrirlo de profundidad. Si el silencio
se ve aventado por las distracciones, es conveniente
convertirlo en un grito del corazón. La oración de
súplica puede ser también verdadera oración del
corazón.
En cambio, cuando el silencio funciona, hay que
preferirlo a las palabras.
Frecuentemente en el silencio nos sorprende la
pesadez y hasta el tedio, pero si amamos, hemos de
reaccionar con decisión.
Quizá la oración del corazón debiera implorar
frecuentemente el auxilio de María: «Ruega por mí,
pecador».
Ella sabrá dar consistencia a nuestra buena
voluntad de orar.
Un medio importantísimo y eficaz es dedicar un
largo espacio de la oración del corazón a pedir al
Espíritu Santo la capacidad de amar. Este es preci-
samente el papel del Espíritu en nosotros: ser el apoyo
de nuestro amor.
María, junto a la cruz, nos enseña que la oración es
un entregarnos a Dios, un generoso ofrecimiento a
Dios, una inmolación con Cristo.
La oración del corazón es el principio de la jornada.
La jornada demostrará si en el silencio hemos sabido
amar de verdad.
Si hemos sabido amar intensamente, toda la jornada
estará marcada por aquel momento de gracia.
No hagamos la oración del corazón más difícil de
lo que es. Hecha bajo la forma de ardiente e

- 226 -
incesante súplica al Señor resulta facilísima. Es, en
verdad, una oración de pobres.
Hay que ofrecerla animosamente a los pobres.
¿Quién no puede gritar su fe al Señor? El ciego de
Jericó no necesitó de ninguna escuela de oración para
aquella oración del corazón que hizo que Jesús se parara
y lo llevará a obrar el milagro.
No aprisionemos la oración del corazón en
esquemas prefabricados: ¡El amor no sabe de esquemas!
El amor no los soporta, vayamos al núcleo:
¡Amar, estar allí! Y que él sea el centro de nuestra
atención, eso es todo.
Y después, ¡miremos a Jesús con los ojos de María!
Si María estuviera arrodillada junto a mí haciendo
oración, ¿qué haría, qué diría, cómo amaría?
No es una rareza pensar en esta presencia. En la
comunión de los santos que me liga a María, ¿por qué
no puedo implorar con fe su presencia junto a mí para
que haga verdadera y profunda mi oración del corazón?
Es fundamental la oración, pero lo es más la post-
oración: la relación de amor debe convertirse en
obediencia, proyectarse en la vida.
No hay amor sin obediencia. El que ama obedece. El
que ama entrega toda la propia libertad, toda su
voluntad a Dios.
Procuremos proyectar con claridad en el hoy nuestro
amor, intentemos precisar las especiales circunstancias
en que hoy, con la ayuda de Dios, queremos demostrale
nuestro amor.

227-
EJERCICIO PRÁCTICO
DE ORACIÓN
• El Espíritu está impaciente de que tú llegues a la
oración del corazón. Si has sido constante hasta aquí, te
habrás fijado que, desde el primer día, se te ha inculcado
la oración del corazón aun sin hablar de ella.
Pero ahora no te debes parar, debes acostumbrarte a
tenerla y no abandonarla nunca. Ruega al Espíritu:
«¡Haz que mi oración sea amor! ¡Que pase de las
palabras a la acción, que mi oración sea conversión
seria y constante!».
• Jesús, en la ribera del lago de Genesaret te espera
para hacerte entender la oración del corazón. Escúchalo:
«Jesús, ¿cómo debo ejercitarme?».
• El Padre te acoge ofreciéndote su amor infinito.
Haz silencio y ama. Intenta unirte a María en su oración
del corazón: su oración en el Calvario fue amor en
estado puro. Invócala con fe. Únete a ella mientras te
sumerges en el amor del Padre. Toma enseguida una
resolución concreta. Relee en la página 278: «Si quieres
rezar bien».

ORACIÓN PARA
LA JORNADA
Repite la invocación de Pedro:
«Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te quiero».

-228-
Hay un salmo que habla de la purificación del corazón:
podría servirte para empezar siempre tu coloquio con el
Espíritu al inicio de tu oración. Es un salmo bueno para
preparar la oración del corazón, es un salmo que implora la
conversión y la «sinceridad» del corazón.

Salmo 50
Misericordia, Dios mío, por tu bondad, por fu inmensa
compasión borra mi culpa;
lava del todo mi delito,
limpia mi pecado.
Pues yo reconozco mi culpa,
tengo siempre presente mi pecado:
contra ti, contra t¡ sólo pequé...
Te gusta un corazón sincero,
y en mí inferior me inculcas sabiduría...
Lávame y quedaré más blanco que la nieve.
Hazme oír el gozo y la alegría...
Aparta de mi pecado tu vista,
borra en mí toda culpa.
Oh, Dios, crea en mí un corazón puro,
renuévame por dentro con espíritu firme...
Devuélveme la alegría de tu salvación,
afiánzame con espíritu generoso...
Señor, me abrirás los labios,
y mi boca proclamará tu alabanza.

-229-
4i
Amar es dejarse amar
«Si alguno me ama, mi Padre lo
amará» (Jn 14,23).

Primera etapa: amar


El camino de la oración del corazón no acaba nunca,
porque el amor no tiene fin, siempre tiene nuevas
intuiciones. Lo que hoy intuimos necesita de ulterior
maduración y lo que logremos mañana prepara el
camino que deberemos recorrer pasado.
Me gusta presentar la oración del corazón como un
ejercicio de maduración en el amor, un camino que
desarrolla nuestra capacidad de amar.
Digamos que son tres las etapas de la oración del
corazón. La primera es aprender a amar.
En esta etapa formamos la osatura de la oración del
corazón, hemos de crearnos una mentalidad nueva.
Rezar no significa decir palabras. Orar es amar.
Desde que Jesús nos ha dado el modelo de la oración
enseñándonos el «Padrenuestro», hemos de entender
que la oración es sólo esto. Es amar. Lo

-230-
hemos dicho: el Padrenuestro está formado con siete
peticiones de amor, que son también siete decisiones de
entregarnos a Dios, de amarlo.
La oración o es amor concreto, o es engaño e ilu-
sión. Debemos formarnos una mentalidad correcta que
no tema desmantelar lo que haya que desmantelar.
¿Cómo ejercitarnos en hacer que nuestra oración sea
amor?
• FORMACIÓN EN EL SILENCIO
Ante todo, hemos de formarnos en el silencio. «Dios
es honrado con el silencio», dice Santo
Tomás, porque todo lo que se pide y se piensa de
él es inadecuado a él.
Quien tiene miedo al silencio no se forma a la
oración. Silencio exterior e interior.
Es necesario entrenarse en el silencio físico. Estar
serenos, relajados, dueños de nuestro cuerpo durante la
oración.
Silencio de palabras y de todo fatuo verbalismo.
Silencio de los ojos: los ojos cerrados o fijos en la
Eucaristía.
Silencio de la fantasía: parar con suavidad la
imaginación para que no mariposee y no moleste.
Silencio de las emociones.
Silencio de la mente: basta sólo un pensamiento,
«estar presentes al Eterno Presente».
Silencio de la voluntad: querer sólo una cosa, estar
presente ante Dios y amarlo con todas las fuerzas.
Silencio del corazón: ¡amar! Decidirse a amar,
querer aprender a amar con todas las fuerzas.

-231-
Es necesario escoger una lugar apto donde pueda
darse esta concentración profunda y serena en Dios.
Es importante hacer rezar también al cuerpo.
La posición óptima que proponemos como
entrenamiento es estar perfectamente de rodillas, con
los brazos relajados a lo largo del cuerpo, los hombros
atrás para permitir una respiración tranquila y regular.
Ayuda mucho a la concentración.
• BAJAR AL CORAZÓN
El silencio no es aún oración, es sólo su prepa-
ración.
Cuando hemos creado este clima de silencio,
bajemos con la mente a la profundidad de nosotros
mismos: allí se da el encuentro con la presencia de Dios,
Padre, Hijo y Espíritu Santo.
Es fundamental para nosotros la enseñanza de Jesús:
«Si alguno me ama... mi Padre ¡e amará, y vendremos
a él, y haremos morada en é¡» (Jn 14,23).
Es conmovedora la enseñanza de Pablo a los
primeros cristianos: «¿No sabéis que sois templos de
Dios y que el Espíritu de Dios habita en vosotros?» (1
Co3,16).
• NO HABLAR, NO RAZONAR
Y SOBRE TODO NO FANTASEAR. ¡AMAR!
Concentrar todo nuestro ser en-la presencia de Dios
en nosotros y responder a esa presencia amando.
No es necesario hablar: el amor no necesita palabras.
Las palabras turban la concentración.

-232-
¡Amar! Pero, ¿cómo? Es difícil responder. Estar a
gusto, con alegría, en la presencia de Dios es
ciertamente amar, pero nos damos cuenta de que esto no
basta. Recordamos la advertencia de Jesús:
«No el que dice: "Señor, Señor"... sino el que hace la
voluntad del Padre».
Y entonces nos damos cuenta de que el amar está en
los hechos, no en los sentimientos y en las palabras.
¿Qué hechos? ¿Qué puedo hacer mientras estoy allí
inmóvil ante Dios? El amor está en los hechos y los
hechos comienzan en las decisiones. Aqui es donde se
dispara el amor.
• LA ORACIÓN ANTES DE LA ORACIÓN
A estas alturas, hemos de darnos cuenta de que la
oración necesita preparación.
Si los hechos comienzan en las decisiones, es
urgente tomar decisiones concretas, precisas y com-
prometedoras. Pero las decisiones no se improvisan,
requieren calma, reflexión y sondeo interior.
Por esto decimos que normalmente no es bueno
comenzar la oración del corazón sin haber precisado en
nuestra conciencia un compromiso práctico acerca del
problema vital que nos sea más acuciante.
• EL PUNTO DE CONVERSIÓN
Aconsejamos no comenzar la oración del corazón sin
dedicar un tiempo a la purificación y al arrepentimiento.
Es urgente precisar en nuestra conciencia lo que
llamamos nuestro punto de conversión. Al principio
todo esto puede parecer demasiado estu-

-233-
diado, pero después se constata la necesidad. No es
pesado, es sencillamente lógico.
La oración, en la tradición de la Iglesia, comienza
siempre con un acto penitencial, con la purificación y el
arrepentimiento.
La oración del corazón no escapa de esta lógica,
antes la reclama fuertemente. El momento en que se
formaliza el querer estar en la presencia de Dios, no
para decir palabras, sino para amar, es el momento en
que nace la necesidad de que el amor sea voluntad de
conversión.
• NO SE HAGA MI VOLUNTAD,
SINO LO QUE TÚ QUIERES
Precisar bien el punto de conversión, está en eso
todo nuestro amor concreto al Señor. Y la oración del
corazón se concentra espontáneamente en un sí
generoso, en un heme aquí, se expresa en la oración de
Jesús: «Padre, no se haga mi voluntad, sino lo que tú
quieres».
No existe una oración del corazón más perfecta que
la oración de Getsemani. Entonces, este amar silencioso
es un ofrecer de modo decidido y fuerte la propia
voluntad a Dios.
Este silencio que ama hace bajar el fuego del
Espíritu Santo sobre la voluntad para que sea dócil y
generosa, fuerte y concreta en seguir en todo y con
docilidad la voluntad de Dios.
El punto de conversión ayuda a precisar y concretar.
• EL ENTRENAMIENTO DEL ATLETA
La oración del corazón viene a ser como el
entrenamiento del atleta. El atleta no se forma con

-234-
esporádicos ejercicios de voluntad, sino con un
entrenamiento sistemático.
El atleta se fragua en la paciencia. La paciencia
forma a la oración del corazón.
Es fatigoso. Pero el primer fruto de la oración del
corazón es precisamente la necesidad de orar así,
amando, en silencio.
Las palabras fastidian, se siente la necesidad del
silencio. Se ha entendido que el término final de todo el
camino es la oración que a Jesús le costó sudor de
sangre.
A los principiantes se les sugiere dedicar un cuarto
de hora a la purificación, a fin de crear el clima de
profundo silencio interior y preparar así el «punto de
conversión» examinando la conciencia. «Señor, ¿qué
quieres que haga? Señor, ¿cuál es la conversión más
urgente en mi? ¡Enséñame a cumplir tu voluntad!».
• LA ORACIÓN
HECHA DE UNA SOLA PALABRA
Es difícil el silencio que ama. ¿Cómo facilitarlo y
sostenerlo?
Vemos que el medio más práctico y eficaz para
sostener el silencio es repetir una palabra breve, densa.
Puede servir la sencilla palabra Jesús, o Padre, o bien
Espíritu Santo.
Puede ser útil repetir: «Jesús, Hijo de Dios, ten
misericordia de mí, pecador».
Puede valer una frase del Evangelio.
Pero la experiencia enseña que cuanto menos se
habla, más fácil es la concentración.

-235-
Muchas veces ayuda acompasar la respiración con la
repetición del nombre de Jesús.
Segunda etapa: dejarse amar.
Estamos en la segunda etapa de la oración del
corazón. Claro que esta forma de hablar es impropia
y hemos de entenderla bien.
Se comprende: cuanto más se ama, más se siente
la necesidad de concentrar la atención en el amor de
Dios para con nosotros y abandonarse a él.
¿No ha dicho Jesús: «Me revelaré a quien me ame»?
Cuanto más la oración se hace amor, más se abren
los horizontes del amor que Dios nos tiene, y resulta
más urgente dejarse invadir por ese amor.
• ¿NO SABES AMAR? ¡DÉJATE AMAR?!
Puede suceder que, en el camino de la oración del
corazón, se presente fuerte la necesidad de concentrar
toda nuestra atención en Dios y en su
amor. Creemos que es un avance en la maduración de la
oración del corazón.
Al principio se siente la necesidad, bajo la acción
de la gracia, de ser muy concretos en el
amor. Se acentúa así nuestra responsabilidad de
conversión.
Después, en cambio, el amor de Dios concentra
toda la atención.
¡Dejarse amar!
Si amar es difícil, todos deberían ser capaces de
dejarse amar. En realidad es un paso de maduración
en la oración del corazón.
Importa mucho, al principio de la oración, aban-
donarse en una humilde y fervorosa invocación del
-236-
Espíritu Santo para que nos enseñe a amar, para que nos
enseñe a cambiar la oración en amor, para que nos
ayude a entender el amor de Dios y a acogerlo,
aprendiendo así a dejarnos amar.
• EN RESUMEN,
¿QUÉ ES ESTE DEJARSE AMAR?
Dejarse amar es estar totalmente presentes a Dios y
estarle totalmente disponibles.
Dejarnos amar es poner a Dios y su voluntad en el
centro de nuestro existir, abandonándonos a él.
P. de Foucauíd lo decía así en la oración:
«Haz de mí lo que te plazca;
estoy pronto a todo, lo acepto todo,
con ta! de que en mí se cumpla tu voluntad.
... No deseo nado más, Dios mío.
Es para mí una exigencia del amor darme,
ponerme en tus manos
sin medida
con una confianza infinita...».
Dejarse amar es entonces elegir en todo y por todo la
voluntad de Dios.
Dejarse amar es la decisión de ser, aun en las cosas
pequeñas, alegría de Dios.
• LAS DISTRACCIONES
Son el tormento de la oración del corazón. Si la
oración vocal está sometida a la prueba de las dis-
tracciones, la oración del corazón, siendo toda oración
de silencio, lo está mucho más.
Pero hasta las distracciones pueden aportar a la
oración del corazón algo positivo. Basta cambiar de
táctica.
237-
Normalmente las distracciones nos ponen molestos,
nos disgustan. ¡No! Toda distracción nos trae una luz
para el conocimiento de nosotros mismos.
Si a la distracción respondemos con calma,
mirándola de frente y preguntándonos: ¿Qué me dice
esta distracción? Frecuentemente advertimos que la
distracción ilumina algo importante para nosotros. Pone
en evidencia una miseria nuestra, una mezquindad o un
problema.
Tomemos entonces aquella miseria, aquel problema
que escuece y presentémoslo al Señor desde nuestra
pobreza: «Ya ves, Señor, cómo soy. ¿Ves qué
necesidad tengo de ti? ¡Cúrame, Señor!».
Así la distracción da calor y color a nuestra oración
de silencio.
• TRES CONTROLES
Es importante volver incesantemente sobre la verdad
de la oración del corazón, porque la oración del corazón
se puede deteriorar fácilmente.
Hay que asegurar estas tres condiciones:
- que nos mantengamos presentes a Dios, presentes
al Eterno Presente;
- que el centro de la oración sea Dios y no nosotros,
él y no nuestros problemas;
- que nuestro estar ante él sea, de veras, amor.
Si se dan estas tres condiciones, la oración del
corazón es sólida y consistente.
Se entiende, por tanto, que la oración del corazón no
es fácil cuando la mente está cansada y el corazón
agitado. Hay que vigilar la calma.
La oración del corazón proporciona las más grandes
alegrías de la intimidad con Dios.
Es una gran escuela de santidad.
-238-
EJERCICIO PRACTICO
DE ORACIÓN
• Dirígete al Espíritu Santo con el salmo 50. Pide la
gracia del silencio interior. Si no logras silencio interior
te es imposible hacer oración del corazón. Pero el
Espíritu Santo está contigo y quiere tu oración profunda
más de cuanto la quieras tú.
• Después centra tu atención en Cristo. Toma en la
mano una de las páginas del Evangelio acerca de los
fundamentos bíblicos de la oración del corazón y
medita, escucha, pregunta a Cristo. Termina pidiendo:
«Señor, ¿cuál es el primer paso que he de dar para
acostumbrarme a la oración del corazón?».
• El tiempo dedicado al Padre debes vivirlo
intensamente. No hagas discursos. Está en su presencia
y ama. Intenta hacer tuya la oración del P. de Foucauíd:
«Haz de mi lo que quieras».
Vuelve a leer en la página 278: «Si quiere rezar
bien».
ORACIÓN PARA
LA JORNADA
«Padre, no se haga mi voluntad, sino lo que tú quieres».
El salmo 39 es la invocación de un pobre pecador que
intenta hacer oración del corazón. Puede servirte mucho.

-239-
Salmo 39
Yo esperaba con ansia al Señor:
él se inclinó y escuchó mi grita;
me levantó de la fosa fatal, de la charca fangosa;
afianzó mis pasos sobre roca y aseguró mis pasos;
me puso en la boca un cántico nuevo,
un himno a nuestro Dios...
Dichoso el hombre que ha puesto
su confianza en el Señor...
Cuántas maravillas has hecho,
Señor Dios mío,
cuántos planes en favor nuestro...
Superan todo número...
Dios mío lo quiero
y llevo tu ley en las entrañas...
Se me echan encima mis culpas
y no puedo huir;
son más que los pelos de mi cabeza... Yo soy pobre y
desgraciado, pero el Señor se cuida de mí.

-240-
Comunicar amor
«Venga a nosotros tu Reino»
(Mt 6,10).

Tercera etapa: comunicar amor


La larga oración sacerdotal de Jesús en la última
cena es una grandiosa oración del corazón, que irradia
amor sobre toda la humanidad.
A ejemplo de Jesús, nuestra oración del corazón, a
un cierto momento, siente la necesidad de abrir
horizontes, de comunicar amor, de derramar amor sobre
todos.
«Que Dios sea todo en todos», decía San Pablo a los
cristianos de Corinto (1 Co 15,28).
«Venga a nosotros tu Reino», nos ha enseñado a
rezar Jesús.
Por esto, en el camino de la oración del corazón, es
urgente llegar pronto a implicar a todos en nuestro
amor.
• UNA ORACIÓN QUE PIDE AUXILIO
Hay una oración que abraza de verdad todo:
«Jesús, dame tu corazón».

-241-
Cuando rezamos asi, pedimos en verdad todo lo que
el Señor querría darnos.
No es posible pedir más. Cuando en el silencio de la
oración del corazón pedimos el corazón de Cristo,
nosotros tributamos a Cristo el mayor homenaje de
amor, como si repitiéramos con Pedro:
«Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te amo».
Hay que hacerlo con audacia. «No obtiene cosas
grandes, quien tiene miedo de pedir cosas grandes»
(Guillermo de St. Thierry).
Debemos sentir la necesidad de pedir para todos el
corazón de Cristo, hasta que «Cristo seo todo en todos».
Pedirlo para las personas que amamos, pedirlo para
las personas que nos están confiadas, pedirlo para las
personas que no amamos y que no nos aman.
¡Qué grande es la oración del corazón cuando se
hace por los enemigos!
Debemos aprender a irradiar amor sobre los res-
ponsables de los grandes problemas mundiales en la
Iglesia, en el mundo; sobre los responsables de la vida
política, de la economía, de la paz. Sobre todos.
Pero estemos atentos: que nuestra oración sea amor.
Que la oración por los otros, mientras pide amor,
revierta sobre nosotros pidiendo ante todo para nosotros
la conversión, esto es, el amor.
Señor, ante todo, cambíame. ¡Dame tu corazón, ante
todo, a mí que soy un pecador!
• UNA IDEA LUMINOSA
Una táctica que parece inteligente: cuando pedimos
el corazón de Cristo, no dejemos en abstracto nuestra
petición, pidamos con inteligente precisión:

-242-
¡Señor, dame tu corazón!
Te lo pido para hoy,
porque mañana lo procuraré
con la oración de mañana.
Nos parece más inteligente orar así.
¿No nos enseña Jesús a pedir el pan de cada día?
Puntualizar la necesidad del corazón de Cristo para hoy,
hace que todo el día adquiera una sensibilidad nueva a
los acontecimientos, a las personas, a los deberes.
Rezar para vivir con fidelidad a Cristo, con el
corazón de Cristo, todos los acontecimientos de hoy,
despierta vivamente la atención a la voluntad de Cristo
para los momentos críticos de la jornada, cuando se
insinúe la desgana, cuando la maldad quiera abrir
brecha, cuando el fervor decaiga.
Y todo debe ser dicho con pocas palabras (bastará el
nombre de Jesús para decirlo todo) verificando la
autenticidad de la oración que hacemos. También aquí
sirven tres condiciones:
- estar bien despiertos y presentes,
- que Dios sea el centro de todos los pensamientos,
- que todo sea amor.
• ASÍ HABLAN LOS MAESTROS
¿Es pesado orar asi? Dice el monje ruso Teófa-nes:
«Nada se logra sin esfuerzo. La ayuda de Dios está
siempre preparada y cerca, pero se da sólo a los que la
buscan y se afanan».
Y después... «¡El que ama no se cansa!» (G. de St.
Thierry).
Se entiende el por qué Simón Weil ha escrito:
«La atención es la esencia de la oración; la calidad

-243-
de la atención está estrechamente unida a la calidad de
la oración».
Observa P. Pennington: «La verdadera oración no
está construida con nuestras palabras, sino con nuestro
esfuerzo de estar presentes ante él».
No esperes nada, quédate sólo ante él y deja que
suceda lo que él quiere...
Dios hubiera podido crear nuestra cabeza de otra
manera: ponernos un interruptor que ahogase la fantasía
cuando queremos concentrarnos, otro interruptor para
apagar la memoria, otro para moderar la sensibilidad.
Dios en cambio ha querido dejarnos con todos esos
obstáculos a nuestra reflexión y a nuestra concentración.
Tales obstáculos son muy necesarios para probarle
nuestro amor cuando nos dirigimos a él.
Es por su misma sencillez que se hace difícil la
oración del corazón. Nosotros preferimos las cosas
complicadas, especiales, que exigen ingeniosidad de
forma que brille satisfecho en algún modo nuestro yo.
Nos gusta complicar las cosas y asi complacernos de
nuestra capacidad. Pero en la oración del corazón, que
consiste toda en ir a Dios y dejarle hacer a él, entra poco
la autocomplacencia y la autoestima.
La oración del corazón, al ser una oración profunda,
abre el camino a los dones del Espíritu Santo.
Quien ha aprendido la oración del corazón debe
transmitirla a los otros. Es un deber de justicia.
El poeta libanes Kahiil Gibran tiene una estupenda
intuición acerca de la oración del corazón:

-244-
«Cuando amas no tienes que decir: Tengo a Dios en el
corazón, di más bien: He entrado en el corazón de
Dios».
En eso está toda la oración del corazón: entrar en el
corazón de Dios.
• UN GRAVE ABSURDO: EL PECADO
TRINITARIO
El conocido teólogo Bruno Forte habla de «la más
profunda contradicción del catolicismo».
Hace dos mil años que la Iglesia practica y enseña la
oración trinitaria y los cristianos no la han aprendido
aún. Se ha producido, escribe, «un destierro de la
Trinidad. La Trinidad, de hecho, aparece como un
abstracto teorema celeste».
Kant ya decia que el misterio trinitario se había
convertido en «un abstracto teorema que nada tiene que
ver con la vida de los hombres, con sus lágrimas, con
sus sudores».
¡La culpa es nuestra! El misterio trinitario ha de ser
el centro de nuestra oración del corazón.
• UNA PROPUESTA
Para quien ha llegado a practicar la hora de
adoración he aquí una propuesta para bajar al misterio
trinitario.
El primer cuarto de hora dedicarlo todo al Espíritu
Santo para implorar amor, para aprender a amar, para
buscar con él el «punto de conversión». Para ejercitarse
en amar.
El segundo cuarto de hora dedicarlo todo a Jesús y a
dejarse amar concentrando la atención en su amor,
leyendo la Palabra de Dios y ahondando en su amor.

-245-
El tercer cuarto de hora dedicarlo todo al Padre
abandonándonos a su voluntad y para comunicar amor.
«¡Padre mío, mi todo!» «¡Dame el corazón de Cristo, te
lo pido para hoy, para las circunstancias más criticas de
hoy, y da el corazón de Cristo a... todos!»
El último cuarto de hora dedicarlo a gozar la
presencia de Dios, a agradecerle y a gozar quedando a
sus pies.
Cuando la oración se hace inteligente, todas las cosas
cambian en nosotros y en torno a nosotros.
• LA MEDITACIÓN TRANSCENDENTAL
¿Tiene alguna relación con la oración del corazón?
¿No se acerca mucho a ella?
Hay diferencias abismales entre la meditación
transcendental y la oración del corazón. La primera es
un ejercicio psicológico de autocontrol que tiene por
finalidad crear paz en el corazón; la segunda es un acto
de fe, es oración que lleva a la búsqueda constante de la
voluntad de Dios. Pero hay puntos de contacto entre
ambas.
No cabe duda de que la meditación transcendental ha
producido grandes frutos espirituales en el mundo
occidental y esto demuestra la necesidad de divulgar por
todas partes y entre todos la oración del corazón.
El trapense P. Pennington, que la conoce bien y que
ha fundado en Estados Unidos importantes centros de
espiritualidad, para enseñar la oración del corazón (él la
llama «Centering Prayer», oración que va al centro) ha
escrito: "Yo creo que un cristiano puede servirse de la
Meditación Transcendental sin duda, siempre que sea
capaz de incluirla dentro

-246-
de un contexto de fe (sin modificar para ello su técnica),
puede resultar para él un método auténtico de oración
contemplativa».
Su más famoso propagandista en occidente, el Gurú
Mahesh Yogi, afirma: «Si la hicieran muchos, la
humanidad entraría en una era de paz y de colaboración
que nos llevaría a la prosperidad».
La meditación transcendental llegó a los Estados
Unidos desde la India hace algunas décadas. Consiste en
algo muy sencillo: «Hacer bajar al hombre dos veces al
dia a lo profundo de sí mismo para alcanzar al Infinito».
Mahesh Yogi insiste en que no es algo que pertenezca a
una religión particular. Pero no todos comparten esta
opinión. ¿Es una simplicisima técnica natural? En
Estados Unidos ha entrado en casi todas las
universidades, la divulgan las cadenas de televisión, ha
hecho surgir millares de centros de meditación. Hoy se
enseña en las escuelas públicas de todos los grados, aún
en las católicas.
Han nacido en Norteamérica escuelas especiales de
meditación transcendental para recuperar a encarcelados
y a grupos marginales. Hoy se enseña en la Academia
Militar de Estados Unidos e, incluso, en algunas trapas.
La diferencia con la oración del corazón podría
sintetizarse asi:
Meditación Transcendental
- Mucha técnica, un poco de oración.
- Ejercicio psicológico.
- Protagonista: el sujeto.
- Obediencia a una necesidad impelente de paz y
rectitud interior.

-247-
Oración del corazón
- Poca técnica, mucha oración.
- Acto de fe profunda.
- Protagonista: el Espíritu, «soplo vital de nuestra
oración».
- Obediencia a Jesucristo: «Velad y orad, para no
caer en tentación; el espíritu está pronto, pero las
carne es flaca».
Como se ve las diferencias son bien notables. Pero
es bueno hacer una aproximación sobre todo para
comprender el bien inmenso que puede hacer la práctica
constante de la oración del corazón.
El que llega a entender y practicar la oración del
corazón con cierta constancia no tardará en notar sus
frutos:
- autodominio del pensamiento,
- paz,
- adiestramiento a la paciencia, a la fidelidad,
- sed de la verdad,
- necesidad de desenmascarar nuestras hipocresías,
- búsqueda constante de la voluntad de Dios y
completo abandono en él,
- facilidad en la escucha de Dios,
- afición nueva a la oración y disgusto por la oración
superficial y distraída,
- sensibilidad a la acción del Espíritu.
Quien ha llegado a la oración del corazón y ha
entendido su importancia, debe enseñar y darla a
conocer a cuantas personas pueda.
¡Es un deber de conciencia transmitir los dones de
Dios!

-248-
Puntos seguros
Para terminar, unas observaciones.
1. La oración del corazón es, ante todo, entrar en la
profundidad de nosotros mismos para encontrar a Dios.
Es, ante todo, darnos cuenta de la presencia de Dios
en nosotros,
La concentración en la oración no es más que una cita
con Dios en la profundidad de nuestro ser.
«Si alguno me ama... mi Padre le amará, y ven-
dremos a él, y haremos morada en él» (Jn 14,23).
«¿No sabéis que sois templo de Dios y que el
Espíritu de Dios habita en vosotros?» (1 Co 3,16).
No baja a la profundidad de si mismo quien busca el
ruido, el que es superficial, quien tiene miedo al
silencio.
2. La oración del corazón pide siempre una suave
violencia, porque hay que pasar del mundo de los
sentidos a nuestro mundo interior profundo.
Es entrar en otra realidad, es un ir contra corriente,
es reaccionar contra la superficialidad.
Estamos fuertemente estructurados sobre lo sensible,
nos cuesta concentrarnos, hacer silencio, bajar a lo
profundo de la conciencia.
3. La oración del corazón es siempre conversión,
porque es paso de la dispersión a la concentración. Y en
la concentración se recibe siempre el impacto de nuestra
pobreza.
La oración del corazón comienza siempre con la
sinceridad y la humildad.

- 249 -
Es un choque con nuestras caretas, de las que
queremos librarnos, un destapar nuestras llagas que
queremos curar.
Este choque es necesario para comenzar en serio la
oración del corazón.
4. He aquí algunas premisas necesarias para la
oración del corazón:
Calma: Un espíritu agitado no puede ahondar en sí
mismo.
Silencio: En el alboroto no es posible la con-
centración.
Orden y purificación: La exigencia de agradar a
Dios es fundamental al encontrarnos con él.
Humildad: Hacer la verdad en nosotros, entrar asi
en contacto con el Espíritu de la verdad.
5. Para que la oración del corazón tenga una garantía
de seriedad debe abrirse al presente, no tanto al futuro; a
lo inmediato, no a lo hipotético.
Es el hoy lo que interesa. Y en el hoy es lo
inmediato lo más interesante. El amor o arranca
enseguida o se puede dudar que sea verdadero amor.
La oración del corazón es amor concreto e
inmediato.
6. El amor concreto no está hecho de romanticismos,
sino de decisiones concretas.
Mientras no nos metamos de frente con nuestros
defectos, comenzando por las debilidades más graves y
no los sometamos a la terapia de la oración del corazón,
debemos dudar de nuestro amor.
La oración del corazón es decisión de lucha.

-250-
En agricultura, un insecticida muy diluido, no logra
nada, al contrario robustece las larvas que dañan las
plantas.
Si no se comienza con decisión el tratamiento,
nuestros defectos con el paso del tiempo no desa-
parecen, cobran fuerza.
La oración es el manantial sofocado por la maleza, si
sacamos la broza, salta cantarína el agua.
Estamos hechos para la profundidad, pero todo nos
dispersa. La dispersión máxima es el pecado.
La relación entre oración y conversión es estre-
chísima y nunca puede romperse.
7. La oración del corazón está sujeta al deterioro,
hay que aceptarlo. Es un problema existencial ligado a
nuestra pobreza.
Aun los sacramentos más excelsos los desvirtuamos
con la rutina. Hasta la persona de Cristo perdía relieve
para los apóstoles que siempre lo tenían al lado.
¿Cómo remediarlo? Con el cuidado de una inte-
rioridad intensiva nueva.
No hay más remedio que éste: sólo la reflexión, la
concentración, el desierto curan la superficialidad.
8. La oración del corazón debe producir frutos:
debe encender una llama. Si no se enciende el motor, es
señal de que la llave de contacto no ha funcionado. Si
no hay frutos, es prueba de que la oración del corazón
no ha funcionado, que sólo ha habido palabras y
hermosos pensamientos.
Es preciso que los frutos se vean y se vean pronto,
porque si el amor está encendido algo ha de ponerse en
marcha.

-251-
9. La oración del corazón no debe formalizarse en
esquemas prefabricados. No consiste ni en determinadas
reglas, ni en esquemas rígidos, aunque al principio es
bueno usar todos los medios útiles para facilitar la
concentración.
El amor no sabe de esquemas, el amor es amor y se
salta todos los esquemas. Pero el amor verdadero tiene
sus características de autenticidad.
Dejémonos guiar por el Espíritu. Apuntemos al
centro: ¡Amar! Y pasemos por encima de lo demás. Si
el centro de la oración está a salvo, siesta garantizado,
no nos perdamos en esquemas.
10. La oración del corazón exige buena voluntad y
decisión: basta un poco de pereza y queda
comprometida. Dicen que para estropear una botella de
buen vino, basta con dejarla destapada.
En la oración del corazón toda negligencia se paga.
11. Aun reconociendo los límites que tienen los
métodos y los esquemas, sin embargo debemos decir
que la oración del corazón, precisamente porque es
difícil, necesita de apoyos prácticos.
La voluntad necesita cauces, carriles, método.
12. Es psicológicamente cierto que la mente no
puede pensar al mismo tiempo dos cosas. En la oración
del corazón, si me pongo al mismo tiempo a razonar me
separo de la presencia de Dios: pensamiento y palabras
me pueden llevar muy lejos de la concentración en Dios.
13. El primer fruto de la oración del corazón es
entender que no sabemos en absoluto rezar y que en la
oración vamos siempre a la caza de gratificaciones.

-252
EJERCICIO PRACTICO
DE ORACIÓN
• El Espíritu te invita a derramar sobre todos tu
amor. Hay tanta gente que no sabe rezar. Tanta gente
que carece del sentido de Dios. Tú ora por ellos, implora
sobre ellos el amor de Dios. Haz pasar ante ti cada
persona querida y pide para ellas el don más grande: que
sepan amar a Dios con todas sus fuerzas.
• Vuélvete a Cristo y haz la oración que Cristo te ha
enseñado: "¡Venga a nosotros tu Reino!». Pregunta a
Cristo: ¿Qué tengo que hacer para llevar la fe a mi
familia, a mi ambiente de estudio y de trabajo?
• La oración del corazón la harás sumergiéndote en
el amor del Padre, largamente, en silencio. Basta que
estés en su presencia y que ames. «No logra cosas
grandes quien tiene miedo de pedirlas». Suplica:
«¡Padre mío, mi todo! Te pido que tú seas todo en
todas las criaturas que amo!».
Toma una resolución fuerte e inteligente para llevar
a todos el amor de Dios.
Vuelve a leer en la página 278: «Si quieres rezar
bien».

ORACIÓN PARA
LA JORNADA
Repite con frecuencia:
«Gustad y ved qué bueno es el Señor».

-253
El salmo 33 es un salmo sapiencial, nos transmite un
mensaje fuerte que podría traducirse así:
«¿Eres capaz de amar?», y responde: «¡Apréndelo del
Señor!».

Salmo 33
Bendigo al Señor en todo momento, su alabanza
está siempre en mi boca;
mi alma se gloría en el Señor:
que los humildes lo escuchen y se alegren.
Proclamad conmigo la grandeza del Señor,
ensalcemos ¡untos su nombre.
Yo consulté al Señor y me respondió,
me libró de todas mis ansias.
Contempladle y quedaréis radiantes,
vuestro rostro no se avergonzará...
Gustad y ved qué bueno es el Señor,
dichoso el que se acoge a él...
El Señor está cerca de los atribulados,
salva a los abatidos.
Aunque el justo sufra muchos males,
de todos lo libra el Señor.

254
é

Los maestros
«Padre, no sea lo que yo quiero, sino lo
que quieras tú» (Me 14,36).

Es hora de que oigamos a los grandes maestros de la


oración del corazón.

• LOS PADRES ORIENTALES


«La oración nace de la concentración, más que de
cualquier otra cosa y, por eso, de ella debemos
preocuparnos sobre todo» (Filocalia II, 24).
«La concentración es tan necesaria para la oración
como el pábilo para la lamparilla» (ibi. 102).
«La mente custodie el corazón durante la oración y
se mueva dentro de ella sin alejarse; y de lo profundo
del corazón levante la plegaria a Dios» (Simeón el
Nuevo Teólogo, sermón 68).
«La práctica de la oración del corazón puede darse
de dos modos: a veces la mente actúa la primera
uniéndose a Dios con el recuerdo incesante de su
presencia; a veces, en cambio, es la misma acción de la
oración que con su alegre llama atrae la mente a lo
íntimo del corazón y la obliga a invo-

-255-
car al Señor Jesús y a quedarse en perenne adoración
ante él». (Gregorio Sinaíta).
«El remar es por demás cuando el viento hincha las
velas... Si ves que la oración interior actúa en ti y no
cesa de manar continúa en tu corazón, no la descuides
echando mano del libro de oraciones...» (Gregorio el
Sinaita).
«Si de día o de noche el Señor te hiciera probar una
oración pura y recogida, deja a un lado tus reglas de
oración y con todas tus fuerzas busca unirte a Dios tu
Señor y él iluminará tu corazón en esta obra del
Espíritu» (Abad Filemón).
«La primera cosa para aprender a rezar es entender
que somos muy ignorantes en tema de oración» (Abad
Isaac).
«Hay que bajar del cerebro al corazón» (Teófanes).
«En el corazón está la vida y precisamente allí
hemos de procurar vivir» (Teófanes).
«Si quieres tener verdadera oración, persevera con
fortaleza en ella y Dios, viendo tu buena voluntad, te
dará el don de la verdadera oración» (San Macario).
«Lo principal es estar con la mente en el corazón
ante Dios» (Teófanes).
«Con la inteligencia sabrás muchas cosas de Dios,
pero con el corazón tú llegarás a Dios» (Teófanes).
• SANTA TERESA DE JESÚS (1515-1582)
«Que no es otra cosa oración mental, a mi parecer,
sino tratar de amistad estando muchas veces tratando a
solas con quien sabemos nos ama» (Vida VIII, 5).

-256
«Es, pues, esta oración una centellica que comienza
el Señor a encender en el alma» (ibi. XV, 4).
«Lo que ha de hacer el alma en los tiempos de esta
quietud (oración del corazón) no es más que con
suavidad y sin ruido. Llamo "ruido" andar con el
entendimiento buscando muchas palabras y con-
sideraciones...» (ibi. 6).
«Entienda que no se negocia bien con Dios a fuerza
de brazos que esos son unos leños grandes puestos sin
discreción para ahogar esa centella...» (ibi.).
«...dejar a su Majestad que obre como en cosa suya,
y cuanto más, una palabra de rato en rato, suave, como
quien da un soplo en la vela cuando viere que se ha
muerto, para tornarla a encender;
mas si está ardiendo, no sirve de más de matarla, a mi
parecer» (Camino de perfección XXXI, 8).
«Hay personas, y yo he sido una de ellas, que está el
Señor... poniéndolos en esta oración de quietud (oración
del corazón), y ellos haciéndose sordos. Porque son tan
amigas de hablar y de decir muchas oraciones vocales
muy a prisa, como quien quiere acabar su tarea, que,
aunque les ponga el Señor su reino en las manos, no lo
admiten...
Esto no hagáis, hermanas, sino estad sobreaviso
cuando el Señor os hiciere esta merced. Mirad que
perdéis un gran tesoro» (ibi. 12-13).
«¿Pensáis que importa poco a una alma derramada
entender esta verdad y ver que no ha menester para
hablar con el Padre Eterno ir al cielo... ni ha menester
hablar a voces? Por suave que hable, está tan cerca que
nos oirá; ni ha menester alas para ir a buscarle, sino
ponerse en soledad y mirar-

-257-
le dentro de si y no extrañarse de tan buen huésped; sino
con gran humildad habladle como a Padre...»(ibi.
XXVIII, 2).
«Las que de esta manera se pudieren encerrar en este
cielo pequeño de nuestra alma donde está quien hizo el
cielo y la tierra y acostumbrar a no mirar ni estar a
donde se distraigan estos sentidos, crea que lleva
excelente camino» (ibi. 5).
• SAN JUAN DE LA CRUZ (1542-1591)
«A aquella alma se comunica Dios más, que está
más aventajada en amor, lo cual es tener más conforme
su voluntad a la de Dios, y a la que totalmente la tiene
conforme y semejante, totalmente está unida y
transformada en Dios» (Subida a/ Monte Carmelo II, 5,
4).
En la oración «conviene que todos los sentidos y
potencias, así interiores como exteriores, estén
desocupados, vacíos y ociosos... porque cuanto ellos
más de suyo se ponen en ejercicio, tanto más estorban»
(Cántico, B 16, 11).
En la oración del corazón «lo que el alma hace
entonces es asistencia de amor en Dios, lo cual es amar
en continuación de amor unitivo» (ibi.).
"Ven, austro que recuerdas los amores. Por este aire
entiende el alma al Espíritu Santo, el cual dice que
recuerda los amores porque cuando este divino aire
embiste en el alma, de tal manera la inflama toda y la
regala y aviva... que se puede decir que recuerda los
amores de él y de ella» (ibi. 17,4).
Señal para saber el momento de pasar a la oración
del corazón es «si el alma gusta de estarse a solas con
atención amorosa a Dios sin particular consideración, en
paz interior, quietud y descanso» (Subida a; Monte
Carmelo II, 13,4).
-258-
Aprender «a estar con advertencia amorosa en Dios
con sosiego de entendimiento, aunque le parezca que no
hace nada... y no se entremeta con algún discurso
porque no desasosiegue el alma y la saque de su
contento y paz. Y si le hiciese escrúpulo de que no hace
nada, advierta que no hace poco en pacificar el alma»
(ibi. 15,5).
La oración del corazón es como «una dádiva que
hace el alma a Dios: le da el Espíritu Santo como cosa
suya... para que en él se ame como él merece, dándole
todo lo que él le había dado. Y Dios se paga con aquella
dádiva del alma (que con menos no se pagaría) y la
toma Dios con agradecimiento... y en esa misma dádiva
ama él de nuevo al alma y en esa reentrega de Dios al
alma ama el alma también como de nuevo» (L/ama de
amor üiüa 3, 79).
«¿Qué más quieres, oh alma, y qué más buscas fuera
de ti, pues dentro de ti tienes tus riquezas, tus deleites,
tu satisfacción, tu hartura y tu reino, que es tu Amado a
quien desea y busca tu alma?» (Cántico B, 1,8).
«Pues está en mí el que ama mi alma, ¿cómo no le
hallo ni le siento? La causa es porque está escondido y
tú no te escondes también para hallarle y sentirle. El que
ha de hallar una cosa escondida... hasta lo escondido
donde ella está ha de entrar y, cuando la halla, él
también está escondido como ella... Convendrá que para
que tú lo halles, olvidadas todas tus cosas y alejándote
de todas las criaturas te escondas... y asi quedando
escondida con él, entonces le sentirás y le amarás y
gozarás en escondido» (ibi. 9).
«Nunca pares en amarle... pues es Dios inaccesible y
escondido, aunque más te parezca que le

-259-
hallas y le sientes y le entiendes, siempre le has de tener
por escondido y le has de servir escondido» (ibi. 12).
• SANTA TERESA DE LISIEUX (1873-1897)
«¡Mi vocación es el amor! He encontrado mi sitio
dentro de la Iglesia» (Historia de un alma, XI).
«El más pequeño acto de puro amor es más útil que
todas las obras juntas» (ibi.).
«Sólo el abandonarme en Dios me guía, no conozco
otra brújula. No sé ya pedir nada con ardor, sino sólo
que se cumpla perfectamente en mí la voluntad de
Dios» (ibi. VIII).
«Es natural que se pueda caer, que se puedan
cometer infidelidades, pero el amor que sabe sacar
provecho de todo consume pronto todo lo que desagrada
al Señor» (ibi.).
«He entendido que todas las obras, aún las más
espléndidas, sin amor no son nada» (ibi.).
• P. DE FOUCAULD (1858-1916)
«Orar es sobre todo pensar en mi amándome». «Más
se ama, mejor se reza».
«La oración es la atención del alma amorosamente
fija en mi: cuanto más llena de amor está esa atención,
mejor es la oración».
«Lo que debe dominar siempre en la oración es el
amor».
«...soledad en compañía de Jesús, continuamente
junto a él, ocupándonos sólo de él, estando a sus pies,
sea mirándolo sin decir nada, sea preguntándole, o
disfrutando de su compañía como los apóstoles».

-260-
«Cuando se ama a alguien, uno se lo mira sin
cansarse, no se tienen ojos más que para él, no se tienen
pensamientos más que para él... es el amor».
«Tú me enseñas a rezar, oh Dios mió, a rezar sin
discursos aprendidos, sin frases, sin rebuscamientos, un
simple grito del corazón...»
Hay dos modos de rezar: dejar gritar al corazón,
pedir a Dios con la sencillez de un niño lo que se
desea... y decir sólo: «hágase tu voluntad. Sirvámonos
de una u otra como el Espíritu nos inspire».
«Yo no te pido que pienses mucho, sino que ames
mucho; adórame y ámame, mírame y repíteme
constantemente que me amas, que te entregas a mí».
- , -.•: ! ••" •• • •
. ,B.f,T fcwAi:».,... -..^L.,
«Te agitas por mí, en lugar de contemplarme
amorosamente, que es lo único necesario y lo que yo
deseo más... Si comprendieras la felicidad que es estar a
mis pies mirándome, no pasarías tanto tiempo pensando
en nonadas».
«Amemos, amemos, toda nuestra ocupación está en
amar, en contemplar al Amado».
«Le miramos, le decimos nuestro amor, gozamos de
estar a sus pies, le decimos que a sus pies queremos
vivir y morir».
«El amor consiste no en sentir que amamos, sino en
querer amar. Cuando se quiere amarle más que ninguna
otra cosa, se está ya amando sobre todas las cosas".
«El fundamento del amor, de la adoración está en
perderse, en sumergirse en aquel a quien se ama y en
considerar nada todo lo demás».
«Para orar basta estar a tus pies contemplándote». - 261

-
"Cuando se ama se siente uno tan pequeño, tan
miserable, tan pobre...»
• ISABEL DE LA TRINIDAD (1880-1901)
«El amor sólo se paga con amor. El habita en el
centro más intimo del alma como en un santuario donde
quiere ser amado sin descanso hasta la adoración»
(Carta 213).
«La oración es ir con toda sencillez a estar con aquél
a quien queremos, como un niño en brazos de su madre,
es un abandono del corazón» (Carta 179).
«Desde el momento que él está siempre conmigo, ¡la
oración, el "corazón a corazón" no puede acabar nunca!
Lo siento tan vivo en mi alma, que me basta recogerme
para encontrarlo dentro de mi, y aquí está toda mi
felicidad» (Carta 141).
«Mi consuelo es recogerme a gozar de tu presencia,
porque te siento dentro de mí, oh mi supremo amor»
(Diario, 23 enero 1990).

EJERCICIO PRÁCTICO
DE ORACIÓN
• El Espíritu Santo ahora te hará gustar poco a poco
la belleza de la oración del corazón. Llegarás a esta
convicción: cuanta más oración del corazón haces, más
experimentas que has puesto una roca como cimiento de
tu vida. Reza así:
«Espíritu Santo, ayúdame a llevar a muchas personas
a la oración del corazón».
«Espíritu Santo, que yo aprenda a orar, mientras
enseño a orar».

-262
• Vuélvete a Jesucristo y toma en tu mano una
página del Evangelio de las que más hayas gustado y
pregunta a Cristo a qué persona debes primero proponer
la oración.
Es el don más grande que puedes hacer a una
persona. Si le enseñas a orar le pones en contacto
directo con Dios. Quizá es ésta la primera de todas las
evangelizaciones.
• Haz oración del corazón recogiéndote a gozar de la
presencia del Padre, tu infinito amor. Pero procura
hacerlo hoy llevando alguno contigo;
ama al Padre unido a la persona que más quieres:
«Padre, ¡que te amemos con los hechos! Con todas
las fuerzas».
Lee de nuevo la página 278: «Si quieres rezar bien».
ORACIÓN PARA
LA JORNADA
Repite con insistencia: «Padre, en ti sólo está toda mi
alegría».
El salmo 36 es un salmo sapiencial, contiene muchas
referencias a la oración del corazón.

Salmo 36
Sea e/ Señor tu delicia,
y él te dará lo que pide tu corazón.
Encomienda fu camino al Señor,
confía en él y él actuará...
Descansa en el Señor y espera en él...

263
El Señor asegura los pasos del hombre, se complace en sus
caminos;
si tropieza, no caerá, porque el Señor lo tiene de la mano...
Confía en el Señor y sigue su camino... El Señor es el que
salva a los justos, él es su alcázar en el peligro.

-264-
^

La eucaristía,
escuela de amor
«Los fieles aprendan a ofrecerse a sí
mismos» (SC 48).

Aprender a ofrecerse a Cristo


En la Eucaristía hay quien es espectador y quien es
actor. Espectador es el que paga una entrada, pero no
sufre un drama. La Iglesia en la Eucaristía no quiere
espectadores, quiere actores. Oid cómo habla el
Concilio en la Constitución sobre la Sagrada Liturgia:
«La Iglesia, con solícito cuidado, procura que ¡os
cristianos no asistan a este misterio de fe como
extraños y mudos espectadores, sino que... aprendan a
ofrecerse a sí mismos ai ofrecer la hostia inmaculada
no sólo por manos del sacerdote, sino juntamente con
él; se perfeccionen de día en día por Cristo Mediador
en la unión con Dios y entre sí, para que, finalmente,
Dios sea todo en todos» (n. 48).
La Iglesia no nos quiere en misa como «mudos
espectadores», por la sencilla razón de que la misa

-265-
no es un espectáculo para ver, sino un drama para vivir.
En la Eucaristía nosotros somos personajes en acción,
protagonistas con Cristo, todos, desde el sacerdote al
último de los fieles.
El fiel tiene su parte, aunque no la principal, ésta se la
reserva Cristo. El sacerdote le representa:
toma el pan como él hizo en la última cena, le presta los
gestos y la voz para repetir todo lo que hizo y las
palabras que dijo. La Iglesia, dice el Concilio, se
preocupa de que el fiel advierta todo esto y sea
corresponsable con el sacerdote de cuanto sucede en el
altar.
¿Por qué esta preocupación? Porque si la misa es
sólo espectáculo, si el fiel es espectador y no actor, es
casi inútil que haya misa.
Cristo no nos ha dado la Eucaristía como espec-
táculo, nos la ha dado para mover nuestra vida hacia él.
Por tanto no confinéis al sacerdote al otro lado del altar
como un personaje que actúa por su cuenta. No, el
sacerdote no ofrece por su cuenta, ni sólo por
delegación vuestra, el sacerdote está en el altar para
ofrecer con uosotros, y vosotros estáis allí para
ofreceros con él. ¡Sois parte viva del Sacrificio
Eucarístico!
La Iglesia quiere que en la misa el cristiano aprenda
a ofrecerse a sí mismo.
Pero..., ¿no basta Cristo que se ofrece por nosotros?
¿No basta el sacerdote que, en cierto modo, nos
representa ante Cristo y ante el Padre? No, dice el
Concilio: Tú, cristiano, debes también ofrecer.
- Ante todo el cristiano ha de entender que no basta
la presencia física en la Eucaristía. No le interesa a la
Iglesia. Es demasiado poco.
-266-
- Se requiere un presencia motivada y convencida:
no puedo ir a misa por sentimentalismo religioso, por
tradición, por curiosidad, por motivos insuficientes.
El cristiano debe darse cuenta de que está en misa
para ofrecerse a Dios.
¡Ofrecerse a Dios! Es tremendo. Voy a misa para
dar, más que para recibir. La misa no es un autoservicio
donde elijo y tomo lo que me gusta; estoy en misa para
ofrecer.
Ofrecerse a Dios subraya la dimensión dinámica de
la misa.
Ofrecerse a Dios querrá decir escuchar/o: debo
captar y retener el mensaje de Dios dirigido a mi vida.
Debo ponerme ante la pregunta: ¿Qué me pide, qué
quiere el Señor de mi? Debo darle tiempo para hablar y
darme tiempo para escuchar su respuesta. Si no hago
esto, ¿qué misa es la mía? ¿Qué puedo ofrecer si ni
siquiera me he enterado de lo que quiere?
Ofrecerse a Dios significará ser como él me quiere,
o, al menos, quererlo ser, desear ser como él me quiere.
Ofrecerse a Dios, quizá se explica cuando dice el
Concilio: «... y de día en día crezcan en la unión con
Dios y con los hermanos».
Es hermoso este'«crecer en la unidad» con Dios, ante
todo, porque siempre quedo distanciado de él y debo
aprender a vivir cercano a él, debo madurar mi oración,
mi estar ante él. El me está presente las 24 horas del día.
Yo, ¿cuánto tiempo estoy unido a él cada día?
Crecer en la unidad con los hermanos, porque mi
egoísmo me pone siempre en trance de ruptu-

-267-
ra. Lo veo en el seno de la familia, en casa, fuera de
casa, en la escuela, en el trabajo, en el deporte, en el bar,
en el cine. Siempre estoy en tensión con alguno. La
misa la tengo para aprender a vivir con los otros, a
escuchar, a abrirme, a comprender, a compartir. La misa
la tengo para que yo entre en los intereses de los otros,
de los pobres, para que abra los ojos a los problemas de
todos. La misa la tengo para madurar en bondad.
¿Por qué el Concilio dice que he de aprender a
ofrecerme?
Porque es arduo y muy difícil ofrecerse a Dios. Se
trata de superar el egoísmo humano. No basta una carga
de dinamita para hacer saltar toda una montaña: se
requieren muchos barrenos.
Por eso es necesario un trabajo paciente y gradual.
Por eso cada semana necesito la Eucaristía. La
necesitaría todos los días, porque todos los días he de
habérmelas con el egoísmo. Es un trabajo de nunca
acabar.
Somos como paletas de construyen una casa:
un ladrillo junto a otro. Si soy constante la casa se va
levantando, si me siento en el andamio con los brazos
cruzados, la casa se queda en proyecto. Construimos
con ladrillos e infinita paciencia, no con estructuras
prefabricadas que rápidamente cambian el paisaje.
Somos como los alpinistas que afrontan la escalada
de una cresta: un movimiento tras otro, palmo a palmo
el escalador sube y sube hasta que parece una araña
colgando del hilo de su tela. Es arriesgado, sobre todo es
trabajo de resistencia y tenacidad. Somos escaladores
que conquistan, palmo a palmo, la montaña del egoísmo
humano; no pilotamos un helicóptero gozando
cómodamente el panorama.

-268-
Somos forjadores de un hombre nuevo, por eso
necesitamos la misa; con cada misa ponemos un ladrillo
y la pared crece; cada misa es un paso adelante y vamos
escalando. Superar el egoísmo humano es empresa más
ardua que escalar el Everest.
¿Cuándo coronaremos la cumbre? No es bueno que
nos lo preguntemos, porque la meta que nos
proponemos es tan alta que podríamos desanimarnos. El
Concilio señala la meta con cinco palabras
impresionantes: que Dios sea todo en todos.
¡Estamos ante el Himalaya! ¡Pero
Cristo sube con nosotros!
Él es el jefe de la cordada, el que nos sostiene, el que
nos da ánimos, el que nos guía.
Por eso toda Eucaristía tiene que terminar con mi
fusión con él, con la comunión.

Bajar a lo concreto
Si nosotros asimiláramos bien este principio de vida
que la Iglesia nos sugiere para entrar de veras en la
misa, todo cambiaría en nuestra vida. Comprobaríamos
la energía que puede liberarse de la Eucaristía.
¿No os habéis preguntado nunca cuántas misas
habéis oído en vuestra vida? ¿Mil, diez mil...? ¿Y qué
han producido en mí? Bien pensado, es para que nos
suba la fiebre.
¿Lo entendéis? Quien una sola vez en la vida se
encontró con Cristo y le habló, lo oyó, comió con él,
¿pensáis que pudo seguir viviendo como antes? Cuando
pienso en aquella mujer que temblorosa le

-269-
tocó la orla del manto con una fe que provocó el
milagro, y yo en cambio... tengo tan cerca a Cristo cada
vez que voy a la Eucaristía sin que en mí se dé ni
sombra de prodigio. ¿De veras me encuentro con él?
¿No he de pensar que en este estilo de comportarnos, yo
y Cristo, algo no funciona?
Una cosa es cierta: mientras que para mi la
Eucaristía sea como beberme un vaso de agua, es
natural que los milagros no se produzcan porque el
encuentro sencillamente no se ha producido.
Resulta extremadamente importante que preste viva
atención a los consejos que me da la Iglesia para que la
misa sea para mi un hecho vital.
El consejo de «aprender a ofrecerme» a Cristo es de
excepcional importancia. Cuanto más descendemos a lo
práctico, más vemos su transcendencia.
¡En la misa tengo que ofrecerme! Dice bien que
debo aprender, porque no es fácil.
No lograré nunca hacerlo bien, hacerlo hasta el
fondo, hacerlo con absoluta autenticidad. Deberé
reexaminar siempre lo logrado, porque tengo la
malísima costumbre de dar a Dios con una mano y
volver a coger con la otra mano lo entregado. Es arte
difícil ofrecerse a Dios, pero no debo desistir, si quiero
llegar a puerto y ser coherente con mi fe.

Primero ofreceré mi cuerpo físico


¿Os parece poco? ¿Os creéis capaces?
Sí, Cristo, te doy mi cuerpo, esto es, quiero gritarte
con todas mis fuerzas que quiero que mi cuerpo sea
instrumento de tu acción.

-270-
Quiero obrar, moverme, obrar por tí.
E¡ obrero dirá: «Quiero darte mi cuerpo para que tú
entres en mi fábrica. ¡Cuánta necesidad de ti hay en mi
sección! Casi todos te desconocen. Quien te nombra es
para blasfemar. Nadie sabe que tú amas, uno a uno, a
todos los compañeros. Ninguno te conoce. Cristo, yo te
cedo mi persona para que tú, a través de mí, puedas
entrar en mi mundo donde la Iglesia no existe».
El estudiante dirá: «Cristo yo te llevaré con mi vida
al mundo de la escuela, lleno de gente que tiene
necesidad de ti, desde los estudiantes a los profesores.
Hay tanto orgullo en mi mundo, hay tanta necesidad de
Evangelio».
Ofrecer nuestro físico a Cristo es algo grande. Cristo
te doy mis ojos, sí, mis ojos. Hoy quiero ver las cosas a
través de ti, ver con acontecimientos a tu luz, verlo todo
desde tu punto de vista, no desde el mío. Te ofrezco mis
ojos porque los quiero tener bien abiertos a mi realidad,
a mi pobreza, a mi egoísmo. Quiero tenerlos bien
abiertos a los demás, para ver las necesidades de mis
hermanos, ver lo que quiere mi madre, mi padre, mi
hermana. Quiero abrir los ojos, no cerrarlos, ante el
pobre, ante lo que me toca hacer por ellos, los de cerca y
los de lejos.
Quiero abrir los ojos, no cerrarlos, ante los pobres de
mi casa. Sí, entre las cuatro paredes de mi casa puede
haber un pobre a quien no presto atención desde hace
tiempo: será una persona anciana, un hermano difícil y
pesado que me da en los nervios apenas abre boca, cuyo
egoísmo y pretensiones no puedo soportar y a quien
hace tiempo no dirijo una palabra amable; es mi pobre,
el pobre de mi casa.

-271-
En las casas en que no falta nada, por no faltar, tampoco
falta el pobre de turno.
Señor, te ofrezco mi cuerpo, mis sentidos, todos. Me
los has dado para comunicar contigo y con los
hermanos. Hasta ahora los he hecho instrumentos para
mí. Basta, Señor: te los entrego y purifico
consagrándolos a tí.
¡Señor, te ofrezco mi lengua! Necesita de veras ser
tuya, ser cristiana, ser bautizada, la pobre se mancha
tantas veces de pecado... Miente, ofende a los hermanos,
es instrumento de injusticia que destruye en vez de
construir. Cuánto mal he hecho con mi lengua. La he
ensuciado con la impureza, la he hecho instrumento del
mal.
Ahora te la entrego, Señor, quiero que sea ins-
trumento de bien.
Quiero que sea tuya. Que siembre paz y nunca
discordia, que anime, que difunda alegría, que diga
siempre palabras buenas... ¡Quiero usarla para rezar,
para hablar contigo!
Señor te ofrezco mi lengua para que hoy no salga de
mis labios nada que te desagrade.
Un cura obrero me contaba el otro día: «Al taller ha
llegado un aprendiz, un chico majo de diez y seis años,
espabilado, inteligente y que me pareció bueno. Han
pasado ocho días.. Me da mucha pena: aún no sabe
distinguir las herramientas, y ya ha aprendido todo el
léxico obsceno del ambiente y blasfema como un
veterano esforzándose por imitar a los más procaces».
El pobre muchacho tendrá su culpa, porque a los
diez y seis años ya se pude tener cierta personalidad
como para no tener que repetir todas las

-272-
indecencias que se oyen, pero mayor culpa tienen los
adultos: aún no han entendido que no se puede entregar
la lengua a la vulgaridad del instinto.
Qué hermoso es si, en la misa, aprendéis a consagrar
la lengua a Dios para el bien, prohibiéndoos con firmeza
instrumentalizarla para el mal.
Después del físico hay que ofrecer a Dios la
inteligencia, nuestro mundo del pensamiento. ¡Qué don
precioso para ofrecer al Señor! Señor, que mi
pensamiento sea tuyo, un huerto cerrado donde tú
puedas sembrar, cultivar y recoger. Un terreno limpio de
maleza y pedruscos. Un terreno fértil. Señor, dame
voluntad para cultivar bien mi inteligencia.
Te pido que no se manche con el orgullo, que se abra
a la escucha, que sepa aceptar la verdad de cualquier
parte que venga, que sepa aprender de quien me
contradice, de quien se opone a mis puntos de vista.
Para mí, obrero cristiano, te pido saber aprender del
hermano marxista todo lo que el Espíritu Santo quiere
que aprenda estando bien unido a la Iglesia...
Preserva mi inteligencia del orgullo ¡te la ofrezco a
ti! Da a este huerto que te pertenece, da a mi
pensamiento el fertilizante de tu Palabra, el fertilizante
de la reflexión. ¡Haz que yo piense, Señor! Que piense
con mi cabeza. Que piense y luche contra los prejuicios.
Que piense, aun contra todos y contra todo, con tal que
piense contigo, Señor.
Después ofrecer la voluntad. Es lo que más cuesta
dar, es el regalo más precioso. ¡Señor, quiero querer lo
que quieres tú!

-273-
Defiéndeme de todo aburguesamiento, de todo
servilismo, hazme un hombre libre, libre aun de mí
mismo.
Señor, quiero preguntarme sobre lo que hoy tú
quieres de mí, seguirte paso a paso, preguntarte,
escucharte, sentirte en mí, en los demás, en los pobres,
en la Iglesia. ¡Sentirte y responderte!
María, tú que eres la mujer que mejor ha sabido
decir si a Dios, el si más importante de la historia del
hombre, dame, por tu intercesión, la capacidad de hacer
hoy la voluntad de Dios en todo.
¡Ofrecer el amor! Sí el amor, lo más hermoso que
Dios ha puesto en nuestro corazón.
Los novios, los recién casados ofreced a Dios
vuestro amor en la misa para que se mantenga puro.
Ofreced vuestra amistad, la capacidad de amar que
Dios ha puesto en vuestro corazón dándoos el Espíritu
Santo.
Ofreced vuestra vida a Dios.
Esta oración la deberíais decir todos en ¡a misa:
Señor, mi vida ya no me pertenece, es tuya. Lo debe ^
decir el sacerdote, lo debe decir el casado, lo deben
decir todos. No puedo vivir como me agrada a mi, debo
vivir como Dios quiere. Señor, acepto las luchas, las
contrariedades, los desengaños que quieras enviar a mi
voluntad para purificarla y hacerla así renovada y fuerte.
Todo esto es aprender a ofrecerse a sí mismo.
¿Queréis ahora aceptar un desafío? Es éste:
Intentad obedecer a este sabio consejo de la Iglesia
cuando participéis en la Eucaristía, probad a hacerlo en
serio, aunque sólo sea una uez.

-274-
Intentad un día y otro día ofreceros en serio a Cristo
en la Eucaristía; será imposible que aquel día, aquella
semana viváis una vida vacia, chata, banal... sin vida.

EJERCICIO PRÁCTICO
DE ORACIÓN
• Confíate con fervor al Espíritu para que te prepare
para la Eucaristía. Nada hay más grande. La conciencia
de muchos está adormecida, la frialdad eucarística es
muy general y también la inconsciencia eucarística.
Tu oración poco a poco debe proponerse la
preparación a la Eucaristía o completar tu participación
en el misterio eucaristico. Implora al Espíritu Santo
recorriendo las cinco partes de la misa:
acto penitencial, liturgia de la Palabra, ofertorio,
epiclesis (consagración), comunión. Invoca el Espíritu
para llevar de veras tu corazón a la Eucaristía.
• Vuélvete a Cristo y escúchalo: repasa sus cinco
partes y pregunta qué falta generalmente en tu misa.
• Haz la oración del corazón, sumergiéndote en el
Padre unido a todas las misas que se celebran hoy en la
tierra: intenta hacer oración con la gran doxologia
eucarística:
«Por Cristo, con El y en Eí
a ti, Dios Padre omnipotente,
en la unidad del Espíritu Santo
todo honor y toda gloria
por los siglos de los siglos. Amén».

-275-
ORACIÓN PARA
LA JORNADA
Repite esta hermosa invocación que te prepara
a la Eucaristía:
«Mi alma tiene sed de Dios, del Dios viuo». El salmo 41-42
es muy bueno para preparar la
Eucaristía.
Como busca la cierva
corrientes de agua,
así m¡ alma te busca
a t¡, Dios mío,
tiene sed de Dios,
del Dios vivo:
¿cuándo entraré a ver
el rostro de Dios?...
Espera en Dios, que volverás a alabarlo:
salud de mi rostro, Dios mío...
De día el Señor
me hará misericordia,
de noche cantaré la alabanza
del Dios de mi vida...
Envía tu luz y tu verdad:
que ellas me guíen
y me conduzcan hasta tu monte santo,
hasta tu morada.
Que yo me acerque al alfar de Dios,
al Dios de mi alegría;
que te dé gracias al son de la cítara,
Dios, Dios mío.
¿Por qué fe acongojas, alma mía,
por qué te me turbas?
Espera en Dios, que volverás a alabarlo:
Salud de mi rostro. Dios mío.

-276-
«La Eucaristía, ¡admirable prueba de su inmenso
amor por los hombres!
La más grande maravilla obrada por Cristo» (Santo
Tomás de Aquino).
-277-
SI QUIERES REZAR BIEN
Sigue estos consejos
• Dedica un tiempo bien determinado a la oración. Al
principio es útil, al menos, media hora.
• Elige bien el lugar de la oración. Silencioso y
recogido. A ser posible ante un crucifijo o una imagen
sagrada; mejor, ante la Eucaristía.
• Ponte de rodillas. Erguido, con los hombros atrás y los
brazos relajados. Si enseñas a rezar también a tu cuerpo,
será más fácil la atención en tu oración.
• Comienza con la señal de la cruz bien hecha: al tocar
la frente, consagra al Padre tus pensamientos, al tocar el
pecho, consagra a Cristo tu corazón, al tocar los hombros
consagra al Espíritu tus acciones, tu voluntad.
• Divide el tiempo de la oración en tres espacios iguales.
Cuanto mejor organizamos la oración, más fácil nos resulta.
• El primer rato dedícalo al Espíritu Santo:
es él el maestro de la oración. Concéntrate en la presencia del
Espíritu en ti. Dice San Pablo: :
«Sois templos de Dios y el Espíritu Santo habita en
nosotros» (1 Co 3,16). Intenta dialogar con él, exponle un
problema difícil que te preocupa. Invócalo con fe: «¡Ven,
Espíritu Creador!».

278-
• El segundo espacio dedícalo a Jesús. Haz oración de
escucha, toma en mano un pasaje de la Escritura de los
presentados en la reflexión e intenta leerlo como si Jesús te
hablara personalmente. Experimenta también la escucha de tu
conciencia. Pregúntate:
«Señor, ¿qué quieres de mí? Señor, ¿qué desapruebas en
mí?».
• El tercer espacio dedícalo al Padre. ¡Ama! Quédate en
silencio ante Él, estás inmerso en él. «En él vivimos, nos
movemos y existimos» (Hech 17, 28). ¡Ama! Si es necesario
ayuda tu silencio diciendo: «¡Padre mío, mi todo!». Toma una
decisión práctica y ofrécela como un acto concreto de tu amor.
• No termines la oración sin alguna decisión práctica a
realizar cuanto antes. Acostúmbrate a amar con hechos, la
oración debe llevarte a la acción.
• Acaba con un pensamiento para la Santísima Virgen y
pide con un Avemaria la gracia de aprender a rezar y el don de
gustar la oración y de ser constante.

-279
ÍNDICE

Presentación................................................ 5
Introducción: El mes de oración .................... 7

PRIMERA SEMANA
LA IMPORTANCIA DE LA ORACIÓN
1. Necesidad de la oración ........................... 11
2. Estoy a la puerta llamando ....................... 20
3. Orar es amar .......................................... 29
4. Arrepentirse ........................................... 37
5. Dar gracias............................................. 48
6. Pedir...................................................... 60
7. Rezar con los salmos ............................... 74

SEGUNDA SEMANA
LA ORACIÓN VOCAL
1. La montaña............................................ 87
2. Comenzar bien ....................................... 92
3. Distracciones.......................................... 98
4. El contexto............................................. 105
5. Crear la relación...................................... 111
6. La liturgia: la oración de Jesús.................. 117
7. La liturgia, cumbre de la oración
y fuente de vida ...................................... 122

-281-
TERCERA SEMANA LA
ORACIÓN DE ESCUCHA
1. Escuchar es amar .................................... 131
2. Una advertencia del Maestro .................... 139
3. Los cinco canales.................................... 147
4. Dad a Dios la alegría de escucharlo........... 153
5. Escuchar con la Palabra........................... 162
6. Reconoce tus dones................................. 170
7. La liturgia, escuela de la escucha............... 180

CUARTA SEMANA LA ORACIÓN


DEL CORAZÓN
1. Los primeros pasos ................................. 193
2. Fundamentos bíblicos .............................. 204
3. ¿Me amas? ............................................. 219
4. Amar es dejarse amar.............................. 230
5. Comunicar amor..................................... 241
6. Los maestros .......................................... 255
7. La eucaristía, escuela de amor.................. 265

-282-

Potrebbero piacerti anche