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Se han dado muchas definiciones de lo que es una actitud. La más clásica fue
la ofrecida por G.W. Allport: un estado mental y neurológico de la disposición a
responder, organizado a través de la experiencia y que ejerce una influencia
directiva y/o dinámica en la conducta.
Vamos a explicar cada uno de estos detalles:
Estado mental y neurológico
Son estados internos a la persona que solamente podemos deducir por sus
consecuencias. Por las conductas verbales en que se refleja, por otras
conductas que acarrea, o por reacciones del organismo que la delatan. Como
cuando decimos que a alguien “se le hace la boca agua”, porque es muy
aficionado al buen comer, o cuando notamos que a una persona le palpita más
fuerte el corazón o se le perla de sudor la frente y deducimos su rechazo o su
alarma ante algo como un estado interior.
De disposición a responder
En este punto se observan a las actitudes como mediadoras (como un filtro)
entre los estímulos que nos llegan y las respuestas que de nosotros salen. Sin
embargo, aún queda intacto el problema de explicar cómo se realiza esa
mediación.
Organizado
Es decir, que, hacia adentro de la actitud, observamos en ella partes o
componente (cognitivo, afectivo o conductual) que se relacionan entre sí
armoniosamente. Y que, hacia fuera de la actitud concreta, podemos observar
cómo cada actitud está enlazada y organizada en un todo con las restantes
actitudes en un individuo. Como por ejemplo, lo que un individuo piensa o
siente de religión no es independiente de lo que piensa y siente de política, de
arte o ética sexual.
A través de la experiencia
Con esto queremos decir que las actitudes son aprendidas. Todas ellas. De
modo que, aunque hemos ponderado su estabilidad, pueden, con todo, ser
modificadas. Todo lo aprendido puede reaprenderse.
Que ejerce una influencia directiva y/o dinámica en la conducta
Algunos autores pretenden que las actitudes solamente canalizan nuestra
energía hacia unas realidades frente a otras. Mientras que otros opinan que las
actitudes no solamente canalizan las energías, sino que, por así decir, son
capaces de “encender nuevas energías donde no las había”, como cuando mi
actitud hacia el estudio logra que me apasione un libro que para otros es un
aburrido montón de páginas.
Podemos decir que una actitud es una predisposición a actuar ante un estímulo
social, de manera estable y predecible. O, de manera aún más sencilla, tener
una actitud es tender a pensar, sentir y actuar de la misma forma ante el mismo
estímulo.
Intensidad.
Es claro que una actitud frente a un objeto puede ser más o menos extrema,
más o menos intensa. Es decir, unas veces hace invertir mucha energía y otras
no. La intensidad suele constatarse por la fuerza con que el sujeto niega o
afirma, por la repetición con que manifiesta su estar a favor o en contra de algo.
Multiplicidad
Las actitudes, y cada componente de ellas, pueden variar en el número de
componentes que lo integran. Multiplicidad e intensidad están bastante
relacionadas en una actitud. Se suele notar que las actitudes más intensas
tienden a hacerse más simples.
Centralidad
Se suele llamar central a una actitud que tiene múltiples conexiones con otras
actitudes del sujeto, con diversas zonas de su personalidad. Hay que tener en
cuenta que una actitud puede ser muy importante para mí, sin por ello ser
central. La centralidad requiere una importancia “generalizada y estable en el
tiempo”. Así el fútbol puede ser objeto de una actitud muy intensa, múltiple e
importante para mí los domingos por la tarde de cuatro a siete. Pero no por eso
es central. Y una prueba es que si desaparece esa actitud de mi vida,
probablemente no cambian con ella muchos otros aspectos de mi vida, como
pasaría si fuera central.
Fuente:
Instituto Internacional de Teología a Distancia. (1991). Revista el grupo social.
Madrid.