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La culpa y el miedo: ¿son necesarios?

Leyendo hace unos días una entrevista a Laura Rojas-Marcos en


la revista Mente Sana nº 60, me encontré con la siguiente
pregunta: “Entonces, ¿es necesaria una dosis de culpa para
ser una persona equilibrada?” y la respuesta me dejó
pensativo: “Sí, para ser una buena persona hace falta sentir un
poco de culpa porque nos ayuda a empatizar. […] nos ayuda a
mantener cierta estructura y unas normas de conducta
que son necesarias porque si no, sería un caos”. Me confundía
la relación que proponía de la culpa con la empatía, sobre todo
porque a renglón siguiente le preguntaban: “¿La empatía puede
enseñarse?” y su respuesta era: “Absolutamente. Tenemos la
capacidad de sentirla. […] Y se enseña de una forma tan sencilla
como formulando preguntas tipo «¿Cómo crees que se ha
sentido tal persona?»”.
Curiosamente antes de esta entrevista me había leído un
artículo de Jorge Bucay titulado “Vivir sin culpabilizar”, en el que
se exponía que los tres mayores enemigos de nuestro
bienestar son: el miedo, la vergüenza y la culpa, y sobre
esta última dice: “los hechos parecen señalar que las raíces
de la culpa han sido sembradas en nosotros durante la
infancia y, por lo tanto, no parece ser a priori un verdadero
sentimiento sino una respuesta aprendida” o “la culpa es un
bozal que sólo le cabe al perro que no muerde”.
Supongo que no se refieren exactamente a lo mismo. La culpa
necesaria según Laura es “un poco” y de la que habla Jorge será
esa culpa que nos limita. Entonces me surgieron varia
preguntas. ¿Cuánto es “un poco” de culpa? ¿Ese poco no me
estará limitando en algún sentido? Y sobre todo: ¿por qué no
puedo ser una buena persona intencionadamente, por propia
voluntad? ¿Por qué no puedo obrar correctamente usando mi
razón y siendo objetivo, que necesito sentir una emoción de
culpa para “hacer las cosa bien”? ¿Es que dentro de mi anida el
“mal” y sólo es controlable a través de la culpa?
Como no me parecían coherentes estas implicaciones en las
palabras de Laura volví a analizar más pausadamente lo que
podrían querer decir, ya que, como dicen en la PNL, el lenguaje
elimina, distorsiona y generaliza la idea a transmitir.
En una segunda lectura lo que atrajo mi atención fue la idea de
que la culpa nos ayuda a mantener unas normas sociales y, por
tanto, una estructura. Ahora si que encaja con lo expresado por
Jorge. Nos enseñan de pequeños mediante el uso del
miedo, la vergüenza y la culpa a aceptar esas normas y
estructuras sociales, muchas veces incoherentes y que
sólo se mantienen por las emociones limitadoras
mencionadas que se asocian a ellas.
Con esta conclusión ya no sentí más la necesidad de acabar mi
artículo, ya que Jorge había contado en el suyo prácticamente lo
mismo que yo quería decir. Y así estas líneas iban a pasar al
sueño de los justos hasta que en el número siguiente de la
revista, que edita Jorge, me encontré con esta frase, firmada
por él mismo, en la respuesta a una consulta: “Solemos decir
que el miedo nos disuade de avanzar en nuestro desarrollo
personal. Pero a veces puede sernos también de utilidad:
es una sensación que nos alerta de que determinado curso de
acción puede tener consecuencias peligrosas”.
¿No es casi la misma justificación que usaba Laura con respecto
a la culpa? ¿Si la emoción limitadora es “útil” tiene una
justificación de ser? ¿Y quién da la calificación de útil? Salvo en
los casos extremos, que serían fácilmente clasificables porque
nos aportan más problemas que beneficios, las emociones que
sentimos están ahí porque obtenemos algo “positivo” de ellas.
Si tengo miedo de pedirle un aumento al jefe evito el peligro de
que me eche. Si soy agresivo con los desconocidos evado el
peligro de confiarme y que me hagan daño. Siento culpa al
pensar en robar y así no hay peligro de que me puedan
encarcelar.
Podríamos decir que los “peligros” que he citado en los ejemplos
son subjetivos y que no tengo la certeza de que vayan a ocurrir
y es cierto, pero ¿cuánto hay de eso en las afirmaciones de
Laura o Jorge? ¿Por qué reaccionar por lo que sienta es más
“efectivo” que reaccionar por lo que piense? Algo puede ser
peligroso para una persona y no serlo para otra y la diferencia
puede ser la información que se tenga sobre ello.
Para ilustrar lo que quiero transmitir hay una curiosa
experiencia que se puede hacer con un péndulo. Imaginemos
que tuviéramos un péndulo con una bola de 20 kg en su
extremo. Tiramos de ella manteniendo el cable tenso hasta que
casi toque nuestra nariz y la soltamos manteniéndonos muy
quietos. ¿Cuántos de vosotros se quedaría hasta que regrese la
bola?
Por leyes físicas es imposible que si nos quedamos quietos la
bola pueda tocarnos (ley de conservación de energía y
rozamiento del aire), pero nuestra experiencia, que
generalmente no incluye haber hecho este experimento, nos
hará sentir que es más “seguro” quitarnos del camino de la
bola. Luego, ese miedo que podemos sentir no hace que
vivamos con mayor seguridad, en tal caso nos hará sentir
la falsa sensación de que sí lo hacemos.
Recapitulando. Me da la impresión de que estamos tan
acostumbrados (y moldeados) a vivir continuamente con
emociones que las introducimos inconscientemente en las
argumentaciones que realizamos y, como consecuencia, estos
razonamientos pecan de falta de coherencia. En su base todas
las emociones son lo mismo, una sensación física que
percibimos con mayor o menor intensidad y esa intensidad es la
que determinará la reacción que tengamos ante el estímulo. Si
la emoción no está presente reaccionaremos ante los hechos
“objetivos” (tan objetivos como sea posible para el ser humano)
empleando nuestros conocimientos y nuestra razón.
El problema no radica en que si no tengo miedo no seré capaz
de detectar los peligros de un “curso de acción”, el problema
está en por qué tengo que hacer las cosas tan rápido que no
puedo pararme a evaluar los riesgos de ese “curso de acción”.
Las emociones innatas (las que podemos sentir desde que
nacemos) tienen su función y son totalmente necesarias, nos
avisan de situaciones que percibimos consciente o
inconscientemente y que pudieran requerir nuestra atención
total en ese momento. Serían como nuestro sistema de alerta
permanente de emergencias. Pero hay un gran salto entre
reconocer la utilidad de las emociones innatas y extrapolarla a
las emociones aprendidas (miedo, vergüenza, culpa, …). Las
emociones innatas buscan focalizar tu atención en el
problema, ahora, y disparar una respuesta rápida de
supervivencia, lucha o huye, mientras que las emociones
que aprendes buscan provocar una respuesta específica a
una determinada situación o situaciones, pensada por la
persona que te enseña la emoción, puede que con la
mejor intención, pero desde sus limitaciones. Es decir, la
emoción innata crea una respuesta instantánea y la emoción
aprendida una respuesta planificada por otros.
Por tanto, me resisto a pensar que nuestra razón no es capaz de
entender que para vivir en sociedad tengo que cumplir unas
normas por el bien de todos, sin sentir culpa, o que si no quiero
herirme al cortar el pan debo mantener mis dedos a salvo
mediante algún procedimiento lógico (apartarlos del cuchillo),
sin sentir miedo. No sentir esas emociones limitadoras va a
permitirme actuar con objetividad y sobre todo con libertad.

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