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DEPENDENCIA Y EL SUBDESARROLLO
ROLANDO ASTARITA
PREFACIO
Este libro constituye, en muchos sentidos, una continuación de Valor, mercado mundial
y globalización. En Valor… procuramos estudiar críticamente la teoría clásica del
imperialismo, a la luz de la teoría del valor trabajo de Marx, la dinámica del capital que
se deriva de ella, y de la globalización de la relación capital/trabajo. En el presente
trabajo analizamos la corriente de la dependencia, y cuestiones sobre generación de
valor, tipo de cambio y desarrollo desigual, y distribución de la plusvalía entre renta,
ganancia e interés.
En el primer capítulo brindamos un panorama general de la corriente de la dependencia,
sus avances en relación a la teoría del desarrollo dominante en los medios académicos, y
los enfoque de sus exponentes más destacados. En el capítulo dos, y a fin de profundizar
en las concepciones de la dependencia, sintetizamos lo esencial de la obra de Ruy
Mauro Marini, tal vez el teórico de la corriente que más sistemáticamente aplicó las
categorías de El Capital al análisis de los problemas sociales latinoamericanos. En el
capítulo tres presentamos las principales críticas que se dirigieron a la corriente desde el
marxismo, y explicamos las causas inmediatas que llevaron a su crisis y dispersión. Los
dos capítulos siguientes están dedicados al análisis crítico de los principales problemas
que, en nuestra opinión, anidaron en las tesis de la dependencia. En el capítulo cuatro
analizamos la teoría de Marini desde la perspectiva de la teoría del valor trabajo, y
discutimos su tesis sobre la falta de dinámica de la acumulación dependiente, y su
noción de subimperialismo. A través de este examen buscamos demostrar que no es
necesario generar una teoría de la acumulación específica para los países dependientes,
sino simplemente estudiar cómo se particularizan las tendencias y leyes generales del
capital. En el capítulo cinco abordamos esta última temática desde el punto de vista del
método y abogamos por un enfoque dialéctico de totalidad concreta, a fin de superar
muchas de las polaridades rígidas hacia las que se deslizaron las teorías de la
dependencia. El capítulo seis cierra esta primera parte de nuestro libro dedicado a la
corriente de la dependencia con una presentación de lo que, a nuestro modo de ver,
constituye la “dependencia reformulada” a partir de los años ochenta, que incorpora la
dimensión especulativo-financiera en sus explicaciones sobre la explotación entre
países. Como conclusión de esta revisión sostenemos que en lo esencial las categorías
de la dependencia se mantienen como instrumentos del análisis social latinoamericano,
y proponemos su superación en base al desarrollo de los estudios marxianos, realizados
principalmente en Europa y Estados Unidos, sobre el valor y el capital de las últimas
décadas.
Los siguientes cuatro capítulos están dedicados a la relación entre tipo de cambio,
precios y desarrollo en países atrasados. El capítulo siete generaliza el modelo de tipo
de cambio, y la discusión sobre intercambio desigual que habíamos realizado en
Valor…. La conclusión central que sacamos en este capítulo es que en los países
atrasados tecnológicamente se genera menos valor por hora de trabajo que en los países
adelantado tecnológicamente, aun cuando puedan existir tipos de cambio “de
equilibrio”, en el sentido que los define la macroeconomía neoclásica. En el capítulo
ocho sintetizamos la hipótesis de Prebisch del deterioro de los términos de intercambio,
subrayamos su importancia actual, y presentamos una explicación alternativa basada en
la teoría del valor trabajo. En el siguiente capítulo encaramos una crítica al modelo de
tipo de cambio de Shaikh, un indudable referente marxista en la materia. Procuramos
demostrar que el modelo carece de sustento no sólo teórico, sino también empírico,
desde el momento en que debería postular una crisis crónica de las balanzas comerciales
de los países atrasados. En el capítulo diez mostramos que existe una cierta lógica en la
alternancia de fases de tipo de cambio alto y bajo en Argentina a lo largo de los últimos
30 años; y que esto se debe al atraso de la estructura industrial –aunque se combina con
un sector agrario con nivel de productividad internacional–, y a la dependencia
tecnológica del exterior. La conclusión es que esta dinámica acentúa el carácter desigual
del crecimiento dependiente del país.
Los tres capítulos que siguen se abocan a la cuestión de la renta, el desarrollo del
capitalismo agrario en la zona cerealera y sojera de Argentina, y sus consecuencias
sobre la dinámica de los ingresos en la clase dominante. El estímulo inmediato para la
elaboración y publicación de estos trabajos ha sido el conflicto entre el Gobierno y el
campo argentino que se desarrolló a partir de marzo de 2008. Pero esto sirve en realidad
como un disparador para indagar en el desarrollo agrario de un país atrasado, pero con
un sector de productividad y competitividad a nivel internacional, y en la dinámica que
se plantea entre renta (y sus diversas formas), ganancia e ingresos del capital financiero.
Para esto, en el capítulo once presentamos la teoría de la renta de Marx; analizamos los
cambios que se han producido en las rentas diferenciales I, II y la renta absoluta; y la
relación entre la renta, la ganancia y el interés. En el siguiente capítulo explicamos el
desarrollo del capitalismo agrario argentino como parte de la globalización y la entrada
del capital en el agro a nivel mundial. En el capítulo trece aplicamos las categorías
teóricas al análisis del conflicto entre el Gobierno y el campo, discutiendo con un
pequeño “modelo” de país el efecto de las retenciones a las exportaciones sobre los
precios y los ingresos de las clases y fracciones de clase.
Por último, en el capítulo catorce nos preguntamos cuál es el significado hoy de la
dependencia, y presentamos una respuesta a partir de la tesis de que no existe
explotación entre países, como había planteado la corriente de la dependencia. Una
cuestión que tiene implicancias políticas para la izquierda, ya que atañe a los programas
tradicionales de “liberación nacional”, “independencia económica” y “autarquía”.
Al presentar este libro a los lectores argentinos, somos conscientes de que nos ubicamos
en una posición polémica, y marginal dentro de la propia izquierda. Ideas como que
Argentina es “oprimida”, que “los trabajadores españoles viven bien porque explotan a
los trabajadores argentinos”, que la burguesía nativa “debería” luchar por liberarse del
imperialismo, y similares, están muy arraigadas, y constituyen el permanente alimento
de un nacionalismo bastante apasionado. Por eso mismo, si este trabajo contribuye a
generar un debate y cruce de argumentos que permita avanzar en la comprensión de los
problemas económicos y sociales que enfrentamos en un país dependiente como
Argentina, habrá cumplido su objetivo.
ÍNDICE
1
Véase Furtado (1988).
Antecedentes en la CEPAL
2
En una ponencia presentada en 1968, Dos Santos escribía: “Los hechos históricos han generado una
crisis muy seria en las ciencias sociales latinoamericanas. La década optimista fue seguida de una década
de pesimismo, caracterizada por el estancamiento económico y el fracaso de las políticas de desarrollo”
(Dos Santos, 1975, p. 163). Citaba luego a Prebisch, quien señalaba que “en la evolución de la economía
latinoamericana en 1966, se advierten nuevamente los dos rasgos que la vienen caracterizando desde hace
años: la lentitud y la irregularidad del crecimiento económico” (ídem, p. 165).
3
En Dos Santos (2003) se caracteriza a la CEPAL como “una organización emanada de los gobiernos
latinoamericanos y un órgano encargado de la propuesta de políticas y asesoría a gobiernos” (p. 67).
4
La cuestión del intercambio desigual había sido mencionada por el marxista Bauer a comienzos del siglo
XX, en referencia a la cuestión nacional; pero no había atraído la atención de los marxistas.
“descubren los límites de un proyecto nacional autónomo” (Dos Santos, 2003, p. 25).
Entre ellos estaría Osvaldo Sunkel, una gran parte de los trabajos maduros de Celso
Furtado, “e inclusive la obra final de Raúl Prebisch reunida en su libro El capitalismo
periférico” (ídem).5
Frank trabajó inicialmente en Chile, donde en la década de 1960 se concentró gran parte
del pensamiento de la dependencia. Nunca se reivindicó marxista, pero usó hasta cierto
punto categorías del marxismo. Su tesis, en principio, es muy sencilla. Dice que cuando
los países se vinculan al mercado mundial se acrecientan las diferencias de sus
economías, porque se produce una transferencia de excedente de un país al otro. 18 De
manera que pequeñas diferencias iniciales van creciendo exponencialmente, una
minoría se desarrolla y una mayoría de países se subdesarrolla. Por eso, según Frank
cuanto más se ligan los países de la periferia al mercado mundial, más se
subdesarrollan. Por ejemplo, el norte de Brasil se vinculó tempranamente de manera
intensa al mercado mundial, experimenta un cierto auge, pero luego cae en la
decadencia. El Potosí también se liga al mercado mundial, en la época de la colonia, con
la explotación de la plata, conoce el esplendor, y finalmente se subdesarrolla
profundamente. En cambio, cuando los países toman distancia del mercado mundial,
crecen. Por ejemplo, y siempre según Frank, Chile se habría desarrollado
poderosamente entre 1940 y 1948, cuando estuvo aislado del mercado mundial.
Se trataba entonces de una visión que ha sido calificada de “circulacionista”, porque
parece decir que con la circulación de las mercancías a través del comercio mundial se
producen el subdesarrollo y desarrollo. Un enfoque que, como hemos visto, ya estaba en
Baran.
La idea central de Frank entonces es que el desarrollo de los países adelantados se debe
a la transferencia de recursos de los países subdesarrollados, que se produce a través del
mercado mundial. De la misma manera, planteaba que las sociedades campesinas eran
explotadas por las burguesías locales urbanas. Así había una suerte de cadena de
transferencia de excedente entre metrópolis, submetrópolis y regiones atrasadas, que
conectaba al último campesino de la periferia con los centros imperialistas más
avanzados. Como una consecuencia de este enfoque, las contradicciones fundamentales
se ubicaban al nivel de metrópolis y países dominados; o metrópolis, submetrópolis y
regiones explotadas. Las contradicciones de clase parecían pasar a un plano secundario,
una cuestión que le fue muy criticada.
Por otra parte, y en crítica de la tesis sobre las “estructuras semi-feudales y
precapitalistas” de América Latina, Frank sostuvo que la región había sido capitalista
desde la colonización. Para esto definía el capitalismo como un sistema que produce
para el mercado, y no por la relación de trabajo asalariado, como hace Marx. Dado que
la producción de América Latina desde el origen del dominio colonial fue organizada
18
Véase Frank (1973).
para la exportación, Frank concluía que no se podía hablar de feudalismo, y sí de
capitalismo. La economía latinoamericana desde el siglo XVII en adelante había sido un
satélite de las metrópolis, dentro de la economía mundial capitalista.
La caracterización de Frank de la sociedad latinoamericana como capitalista dio lugar a
múltiples debates. Sus críticos señalaron principalmente que los regímenes sociales
debían determinarse a partir de las relaciones sociales de producción.19
Al margen de esta discusión, Frank sostenía una tesis que, de alguna manera, fue
compartida por muchos autores de la CD, e incluso por muchos de sus críticos.
Afirmaba que el capitalismo latinoamericano no podía desplegar una lógica de
reproducción ampliada y acumulación, como se describe en El Capital, por ejemplo. El
desarrollo sería entonces un “lumpen-desarrollo”. De aquí también que no hubiera una
clase capitalista con raíces propias, sino una “lumpen-burguesía”.20 Se trataba de un
enfoque claramente estancacionista.
Destaquemos que luego de sus primeros escritos, Frank respondió a las críticas que se le
dirigían, matizando el “ciculacionismo”. Admitió que había que tener en cuenta los
factores internos de los países, en especial el rol de la lucha de clases. 21 Sin embargo se
trató, en nuestra opinión, de concesiones más bien de formulación que de contenido. Es
que si bien escribe que “sí, es más importante plantear y entender el subdesarrollo en
términos de clases” (Frank, 1987, p. 9), sin embargo mantiene, en esencia, que esa
estructura de clases era el resultado “de lo externo”. Así, la conquista colonial habría
“formado” en América Latina su estructura económica y de clases, que a su vez habría
generado “políticas de subdesarrollo en lo económico, social, cultural y político” (ídem,
p. 23). De la misma manera el imperialismo transformaba “la estructura económica y de
clases” de los países latinoamericanos; y el neo-imperialismo “volvía a transformar la
estructura económica y de clase en nuestros días” (ídem, p. 27). En definitiva, el factor
decisivo continuaba siendo el “externo”. Por eso mismo la centralidad de las
contradicciones de clases no termina por establecerse en su obra.
Desde el punto de vista político, en su obra más madura Frank, adoptó la tesis de la
“economía mundo”. Según esta visión, que compartió con Wallerstein, toda economía
“nacional” debía pensarse como parte de una totalidad mundial. 22 Esto lo llevó a tomar
distancia con respecto al objetivo de la mayoría de los autores de la CD, de conseguir un
desarrollo autónomo e independiente de los países de la periferia. En su visión era
imposible construir incluso un socialismo aislado; una tesis que compartía con los
trotskistas.
El segundo autor que destacamos es Cardoso, quien junto a Faletto escribe en 1973 un
libro, Dependencia y desarrollo en América Latina, que todavía hoy es citado y
estudiado. Cardoso y Faletto criticaron a Frank, sosteniendo que sus análisis eran
demasiado mecánicos, y caían en el determinismo economicista, en el sentido que “lo
externo” (el imperialismo) determinaba rígidamente el curso de los países periféricos,
anulando en el análisis “lo interno”, esto es, las estructuras sociales y las luchas de
clases. En consecuencia Cardoso y Faletto subrayaron que debía tenerse en cuenta la
especificidad de las situaciones de la dependencia. Lo externo no podía ser una
entelequia, había que estudiar concretamente cómo reaparecía en el análisis de cada
19
Véase Laclau (1984), Brenner (1979).
20
Véase Frank (1987). Baran ya había utilizado el término “lumpenburgués” para referirse a la clase
mercantil de los países atrasados.
21
Véase el “Mea Culpa” con que abre Frank (1987).
22
Véase, por ejemplo, Frank (1979a) y (1988); también Wallerstein (1979).
economía local, en los diversos períodos históricos. El imperialismo implicaba que lo
externo se internalizaba, se traducía en formas de dominación a través de Estados y
clases sociales –o fracciones de clases–, con sus alianzas y enfrentamientos. Por eso
Cardoso y Faletto afirmaron que lo decisivo para explicar el subdesarrollo son las
relaciones de fuerza y las alianzas de clases al interior de los países. Por lo cual hicieron
un análisis centrado en las relaciones y luchas de clases sociales, y en las relaciones de
poder que se establecen en cada país. A partir de sostener que el imperialismo no
determinaba de forma unívoca el estancamiento, y que el curso de los acontecimientos
depende en gran medida “de lo interno”, quedaba abierta la posibilidad de que hubiera
desarrollo, aunque condicionado y dependiente, en la periferia. Esta idea se fortalecería
luego en Cardoso. Por ejemplo, en Cardoso (1977) aparece claramente una toma de
distancia con la idea del estancamiento permanente en la periferia que defendía Frank; y
con la tesis de la “súper-explotación” y el subconsumismo de Marini. Más
precisamente, y en contraposición con la idea de que en los países atrasados no había
dinamismo a causa del imperialismo, Cardoso admitía que la penetración del capital
industrial y financiero aceleraba la producción de plusvalía relativa e intensificaba las
fuerzas productivas. Esto porque el imperialismo moderno difería del que había
analizado Lenin. Ahora la inversión extranjera, seguía Cardoso, se volcaba a la
industria, no sólo a la producción de materias primas, y además los capitales locales
participaban en esas empresas. Por lo tanto el desarrollo capitalista dependiente se había
convertido en una nueva forma de expansión del capital monopólico en el Tercer
Mundo.
De todas maneras Cardoso mantuvo una idea básica, común en la CD, a saber, que las
burguesías nativas están no sólo conectadas a la burguesía de los países imperialistas,
sino también subordinadas a ella. Por eso el Estado en los países de América Latina era
un “instrumento de la dominación económica internacional” y las clases dominadas
locales sufrían “una doble explotación” (Cardoso, 1977, p. 13).23 Por eso el desarrollo
dependiente encerraba una suerte de explotación del país atrasado por los oligopolios
multinacionales, a través de la apropiación desigual del excedente.
El brasileño Dos Santos también jugó un rol destacado en la CD. Su tesis central fue “la
nueva dependencia”, que compartió Vania Bambirra.24 Con esto buscaban entender qué
forma adoptaba la dependencia a partir de la entrada del capital extranjero en el sector
manufacturero de los países atrasados. Dos Santos sostuvo que Lenin se había
equivocado al pensar que la inversión extranjera generaría desarrollo capitalista en la
periferia, ya que la realidad demostraba que el capital monopolista se aliaba con los
factores que mantenían el atraso, y el subdesarrollo.
Por otra parte, no compartió la caracterización de Frank de América Latina como
capitalista desde la colonización, y sostuvo que se trataba de una “economía colonial
exportadora” (Dos Santos, 1975, p. 178). También a diferencia de Frank, dio más
importancia a las estructuras económico-sociales de los países latinoamericanos, pero
fundamentalmente planteó que el poder económico y social de los países más
avanzados, y de los monopolios imperialistas, les permitía imponer una situación de
23
Es sorprendente la similitud entre esta caracterización de Cardoso de las burguesías de los países
atrasados, y la que había dado Trotsky en los años treinta. Trotsky sostuvo que la burguesía de los países
semicoloniales (también la de los coloniales) era una clase “semi-gobernante, semi-oprimida” (Trotsky,
1937). Agreguemos que consideraba que México, por ejemplo, era un país semicolonial; en este sentido
difería de la manera en que Lenin empleaba el término (véase el capítulo 14).
24
Nos basamos en Dos Santos (1968) y (1975).
dependencia a los más atrasados. La dependencia era entonces una situación
condicionante, esto es, una situación en que las economías de un grupo de países, los
dependientes, estaban condicionadas por el desarrollo y la expansión de las economías
de otros países, los dominantes. En tanto los países dominantes podían expandirse y
autoimpulsarse, los dependientes “sólo lo pueden hacer como reflejo de esa expansión,
que puede actuar positiva o negativamente” (p. 180). Los países dependientes estaban
…en retraso y bajo la explotación de los países dominantes. Los países dominantes disponen así
de un predominio tecnológico, comercial, de capital y sociopolítico sobre los países
dependientes… que les permite imponerles condiciones de explotación y extraerle parte de los
excedentes producidos interiormente (Dos Santos, 1975, p. 180).
La dependencia suponía entonces explotación y extracción del excedente de los países
atrasados. Una situación que permitía el desarrollo industrial de algunos países, “y
limita ese mismo desarrollo en otros, sometiéndolos a las condiciones de crecimiento
inducido por los centros de dominación mundial” (ídem). Dos Santos concluía que la
dependencia de América Latina continuaría en tanto no pueda transformarse “en una
economía autosostenible o independiente” (ídem, p. 181). Los países que habían roto
con la dependencia eran los que –fines de la década de 1960– habían buscado consolidar
una economía “independiente”, como sucedía con “los países socialistas del Tercer
Mundo, como China, Corea, Vietnam y Cuba” (ídem, p. 182)
Marini se reivindicaba marxista y aplicó las categorías del marxismo al análisis del
subdesarrollo. Debido a estas características, el análisis de su obra tiene mucho interés
para nuestra discusión, y le dedicamos en otros capítulos una discusión especial.
25
También sostienen esta posición, entre otros, Meillasoux (1982), Phillipe Rey (1976), Palloix (1971) y
(1975). Laclau (1984). Por ejemplo, Laclau consideraba que las formaciones precapitalistas eran una
“condición inherente al proceso de acumulación de los países centrales” (p. 41).
26
También Palloix sostenía que la economía mundial sólo podía concebirse como un complejo de
formaciones sociales capitalistas y precapitalistas, porque el capitalismo no podía reproducirse sobre
bases propias; véase Palloix (1971) y (1975). Es de destacar la continuidad con la tesis clásica del
Obsérvese que ésta es una concepción muy distinta de la dualista. En el pensamiento de
Amin o Mandel el modo de producción capitalista domina al precapitalista, lo bloquea
en su desarrollo, y lo conserva, porque le es funcional. Se produce entonces una
articulación de modos de producción, o lo que en el marxismo se conoció como
“formación económico-social”. Por este motivo Mandel (1979) polemizó con la idea de
Bujarin (1971), que pensaba en una tendencia hacia un mundo capitalista homogéneo.
Mandel afirmaba que eso era imposible de alcanzarse, y que el mercado mundial debía
concebirse como una articulación de modos de producción.
También en Mandel, pero principalmente en Amin, está presente la idea de que la falta
de poder adquisitivo de las masas populares, sumidas en la pobreza y la súper-
explotación, impedía el desarrollo, dadas las limitaciones de los mercados internos. Por
este motivo Amin, por ejemplo, sostenía que la producción manufacturera de los países
subdesarrollados en los años 1950 y 1960 sólo satisfacía la exportación y la demanda
suntuaria de la burguesía “compradora”.
Capítulo 2
Dependencia y subimperialismo en Ruy Mauro Marini
En este capítulo profundizamos en el estudio de la CD a través del análisis de las
principales ideas de Ruy Mauro Marini, teórico y militante brasileño, nacido en 1932 y
fallecido en 1997. Marini fue uno de los autores de la corriente que aplicó de forma más
sistemática la teoría de Marx, y abordó desde la perspectiva de la ley del valor trabajo el
complejo problema que planteaba, ya claramente desde mediados de los sesenta, la
internacionalización del capital productivo. Esto significa que rechazó las tesis sobre el
subdesarrollo basadas en la presión militar o diplomática –o sea, en la coerción
extraeconómica– e intentó una explicación integral, sustentada en la dialéctica del valor
imperialismo, sobre el “agotamiento” de los resortes internos, capitalistas, de la acumulación en el centro.
y la teoría de la plusvalía y de la acumulación de Marx. Además fue consciente de que
no podía seguir analizándose la economía de Brasil como simple apéndice “neo-
colonial” del imperialismo, ni al Estado brasileño de los sesenta como una “marioneta
de los yanquis”. Sus análisis abrían entonces la posibilidad de una renovación profunda
de las visiones que se arrastraban desde la teoría leninista del imperialismo, que él
mismo reivindicaba. Analizamos entonces con algún detalle sus principales posturas,
que discutiremos, desde el punto de vista de la teoría del valor de Marx, en el capítulo
cuatro.
Superexplotación y marginación
Una de las cuestiones centrales del planteo de Marini es que la superexplotación y las
grandes masas de desocupados generan una demanda débil, y por lo tanto una industria
también débil, que sólo podía ensancharse cuando factores externos, tales como una
crisis externa, o las limitaciones de los excedentes de las balanzas comerciales, cerraban
parcialmente el acceso a la importación de las esferas de alto consumo. En
consecuencia, sigue el razonamiento, la industrialización en América Latina no
generaba su propia demanda; nacía para atender una demanda preexistente y se
estructuraba en función de los mercados de los países desarrollados. La demanda de los
trabajadores no jugaba un rol significativo, como había sucedido en el desarrollo
capitalista clásico en los países centrales, donde la demanda de bienes salariales había
sido, y continuaba siéndolo, el motor de la acumulación del capital. De hecho, el
producto lo realizaban los trabajadores de los países desarrollados; el rol de la clase
obrera en los países subdesarrollados es de productora, ya que el producto de su trabajo
27
La preocupación por la estratificación del mercado interno, a partir de la alta concentración del ingreso
en los estratos superiores de las clases dominantes nativas, y las limitaciones que esto plantea para la
demanda, y el desarrollo, están presentes en muchos teóricos de la dependencia. Por ejemplo, el tema es
central en Furtado (1971), (1973).
es exportado. No hay necesidad de la que clase obrera sea consumidora para la
realización del producto, porque éste se realiza gracias a la demanda salarial en los
países adelantados. De esta forma en Marini –como señalan Dore y Weeks (1979)–
surgía una teoría de los salarios en los países desarrollados, ya que el salario sería
establecido no en el plano de la producción, sino para permitir la realización del
producto. Así la contradicción entre el capital y el trabajo en los países desarrollados
sería superada en la esfera de la circulación, dado que ambos tendrían interés en que
hubiera salarios altos. De alguna manera esta tesis recuerda la idea de participación de
los trabajadores de los países adelantados en la explotación de los países atrasados, que
fue popular en las visiones “tercermundistas”, y también defendió Emmanuel.
A partir de lo anterior, la industrialización en América Latina da como resultado un
sector productor de bienes de consumo masivo que, siempre según Marini, es poco
dinámico, atrasado. Y un sector productor de bienes de consumo de lujo o bienes
durables –típicamente el automóvil– que es dinámico, y está dirigido a los sectores altos
y medios burgueses, de fuerte poder adquisitivo. Dentro del sector productor de bienes
de producción e insumos son dinámicas las industrias que producen insumos para las
industrias de bienes de lujo. Una acumulación del capital dinámica solo es posible
cuando existe un consumo masivo creciente; lo que implica mejoras de los salarios a
medida que aumenta la productividad, generándose así un círculo virtuoso. Pero en
América Latina la superexplotación no sólo se mantiene, sino también se acentúa
cuando entra el capital extranjero en la industria, el comercio y los servicios básicos,
aumentando los obstáculos para avanzar hacia una acumulación dinámica.
A su vez Marini toma distancia de las tesis más claramente estancacionistas, que eran
populares entre los autores críticos y heterodoxos. Esto es, la tesis que sostiene que el
capitalismo en la periferia estaba estancado y las fuerzas productivas no se
desarrollaban en absoluto. Marini reconoce que con la entrada del capital extranjero en
América Latina –en especial en Brasil, Argentina, México– avanzan la
industrialización y la productividad del trabajo. Sin embargo esto da lugar a un
desarrollo deformado, porque la acumulación basada en la superexplotación obstaculiza
el tránsito hacia la producción de plusvalía relativa, o sea, basada en la tecnología y la
productividad del trabajo. Esto sucede porque el fundamento de la dependencia es la
superexplotación del trabajo, que ahoga la realización de la mercancía. Se genera
entonces el mercado segmentado, con la consecuencia de una industria crecientemente
desarticulada.
Para profundizar en el planteo hay que tener presente la postura de Marini ante los
esquemas de reproducción de Marx. Estos esquemas demuestran que, en tanto se
mantengan ciertas proporciones, en el capitalismo no existirían problemas con la
realización del producto. Si se toma el modelo más sencillo, de acumulación simple –
esto es, toda la plusvalía se consume– y denominando sector I al productor de bienes de
producción, y sector II al productor de bienes de consumo, Marx demuestra que la
realización del producto jamás puede depender exclusiva ni principalmente de los
salarios. En términos numéricos, y siendo
c = capital constante; v = capital variable; s = plusvalía:
28
Los esquemas de reproducción siempre han representado un problema para aquellos teóricos que han
visto en la realización del producto, y en particular en los bajos salarios, la dificultad fundamental de la
acumulación capitalista. Es lo que se llama la tesis del subconsumo (véase Bleaney, 1977). No es casual
que Marx haya formulado la crítica más contundente a la tesis del subconsumo precisamente en la sección
tercera del tomo II de El Capital, cuando presenta los esquemas de reproducción.
sea, el 5% aproximadamente de la población total, más el 15% del estrato siguiente
(Marini, 1974). Para asegurar el dinamismo de esta estrecha franja del mercado, se le
traspasa poder de compra que correspondería a los grupos de bajos ingresos, o sea, a las
masas trabajadoras sometidas a la superexplotación. Paralelamente, para aumentar la
cuota de explotación por mayor productividad del trabajo, se importan capitales y
tecnología extranjeras. Estas se relacionan con patrones de consumo de sectores de altos
ingresos, con lo cual se mantiene la tendencia a la compresión del consumo popular.
Las tecnologías modernas, a su vez, aumentan el desempleo, el subempleo y la
marginalidad, y ayudan a asegurar la superexplotación. Además la superexplotación
agudiza la concentración del capital, ya que parte del fondo de salarios va a la
acumulación. A todas luces es claro que se acentúa el divorcio entre la estructura
productiva y las necesidades de consumo de las masas.
Se generan entonces graves desequilibrios intersectoriales, debido a la tendencia al
crecimiento desproporcionado de la producción de artículos suntuarios (sería un
subsector IIb, en los esquemas de reproducción), con respecto a la producción de
medios de producción (I) y bienes de consumo necesario (un subsector IIa). Este
desequilibrio se combina con el predominio en la producción suntuaria del capital
extranjero, lo que implica tecnología superior a la media, estructuras monopólicas y
manipulación de precios. Sin embargo Marini da más importancia a la dinámica en que
se produce la plusvalía extraordinaria que a las manipulaciones monopólicas de precios
para explicar el crecimiento desproporcionado (véase Marini 1979). Sostiene que si una
o algunas empresas consiguen elevar la productividad por encima del promedio de su
rama productiva, obtendrán plusvalías extraordinarias, debido a la diferencia entre el
precio que rige en el mercado, y el costo individual del innovador. La plusvalía
extraordinaria que obtiene el capitalista innovador proviene de una transferencia de
plusvalía de los otros capitalistas de la rama.29 A su vez, cuando la nueva tecnología se
generaliza, la plusvalía extraordinaria desaparece y el producto se abarata. Si este
producto forma parte de la canasta de bienes del trabajador (producida por el sector IIa)
o constituye un insumo de su producción, el valor de la fuerza de trabajo se abarata y, –
todas las condiciones permaneciendo iguales– aumenta la plusvalía relativa. Pero si el
aumento de la productividad se registra en el sector IIb, aunque se anule la plusvalía
extraordinaria obtenida por el capitalista individual –cuando se generaliza la innovación
tecnológica– ese aumento de la productividad “seguirá traduciéndose en un nivel de
productividad superior al resto de la economía”. A continuación sostiene que dado que
el valor de la fuerza de trabajo permanece inalterado, la mayor productividad del trabajo
se traducirá en un grado de explotación superior y también en una cuota de plusvalía
superior en la rama en cuestión. Esto es, ahora la plusvalía extraordinaria no constituye
una transferencia intrasectorial sino que “se sitúa a nivel de las transferencias de valor
intersectoriales y de las relaciones de distribución en el conjunto de la economía”
(1979). Además, los productos suntuarios gozan de una mayor elasticidad de demanda,
debido a los aumentos de plusvalía en la economía y a que parte de esa plusvalía no se
acumula productivamente. Lo cual permite a los capitalistas de IIb trasladar en menor
medida los efectos del aumento de la productividad a los precios.
De manera que existiría una transferencia intersectorial de plusvalía de I y IIa a IIb.
Como dice Marini, se trataría “de una situación similar a la que alude la noción de
intercambio desigual en la economía internacional”. Esto a su vez reduce la masa de
29
Marini (1979) presenta el siguiente ejemplo teórico. Supongamos que dos empresas, A y B, fabrican
zapatos, siendo A de capital extranjero con mayor tecnología. A logra entonces una plusvalía
extraordinaria y “la mayor ganancia de A es, en consecuencia, un fenómeno normal, correspondiendo a la
transferencia de valor al interior de la rama de zapatos” (énfasis añadido).
ganancia en I y IIa y presiona hacia abajo la tasa de ganancia. Así, IIb obtiene, como
sector, una plusvalía extraordinaria y presiona hacia abajo la tasa general de ganancia;
situación que se amplifica donde existe superexplotación. En consecuencia tiende a
inflarse el sector IIb –que goza de una demanda dinámica, que proviene del consumo de
plusvalía– y el sector IIa tiene poco dinamismo. La economía está desestructurada, con
diferentes grados de desarrollo; y los capitales extranjeros que han invertido en IIb
reciben una plusvalía extra, similar a la que ocurre en el esquema del intercambio
desigual a nivel del comercio internacional. De esta manera se amplían constantemente
las brechas:
a) entre las industrias dinámicas (productoras de bienes suntuarios y de bienes
intermedios y equipos destinados a éstas) y las industrias tradicionales;
b) entre las grandes empresas, en su mayoría extranjeras o ligadas al capital
extranjero, y las empresas medianas y pequeñas (Marini, 1974).
Las ramas que se benefician son las que se separan del consumo popular, y existe una
desproporción creciente entre la producción y el consumo. Esta contradicción parece ser
entonces la clave de la dinámica del desarrollo dependiente en Marini. Los graves
problemas de realización que se presentan a su vez tratan de resolverse con:
a) la intervención del Estado, creando mercados con obras de infraestructura,
vivienda, circunstancialmente la compra de armamento, y similares;
b) la concentración del ingreso para incrementar el poder de compra de los sectores
que demandan bienes de IIb;
c) la exportación de manufacturas.
El ítem (c) apunta a la necesidad de establecer un dinamismo exportador, que es un
resultado de las leyes propias de la acumulación dependiente, sustentada en la
superexplotación. De esta manera llegamos al concepto de subimperialismo.
Observemos que a igual que en las tesis clásicas del imperialismo de Lenin, uno de los
motivos centrales de la expansión del capital hacia fuera es el agotamiento del mercado
interno; agotamiento que se da por el bajo poder de consumo de las masas trabajadoras.
Subimperialismo
Capítulo 3
Perspectivas críticas y desintegración de la corriente
En este capítulo examinamos, en primer lugar, algunas de las principales críticas que se
dirigieron a la CD. En segundo término, esbozamos los motivos que, en nuestra opinión,
llevaron, desde fines de la década de los setenta a su crisis y dispersión.
30
Véase Burbach y Robinson (1999) y Robinson y Harris (2000). Hemos tratado extensamente esta tesis
“globalista” en Astarita (2006).
31
Dos Santos (2003) considera que en ese libro Bambirra respondió lo esencial de los cuestionamientos.
En cuanto a Warren y la tesis que sostiene que no hay diferencias entre el desarrollo de
los países dominantes y dependientes, el rechazo de los autores de la dependencia es
tajante. A comienzos de la década Dos Santos se refería a esta posición de esta manera:
Ellos no comprenden cómo el imperialismo bloquea el desarrollo de las fuerzas productivas de
las naciones colonizadas, mutila su poder de crecimiento económico, de desarrollo educativo, de
salud y otros. No consiguen entender el fenómeno de la sobre explotación y la transferencia
internacional de excedentes generados en el Tercer Mundo y enviado a los países centrales (Dos
Santos, 2003, p. 51).
A pesar de las concesiones, aquí lo sustancial de las tesis de la CD se mantienen en
pleno vigor: el sistema mundial imperialista “bloquea” el desarrollo de las fuerzas
productivas porque existe una explotación de los países ricos sobre los países atrasados.
32
Véanse, por ejemplo, los trabajos de Jorge Katz, en Katz (1976), o Ablin et al. (1985). Katz sostiene
que países como Argentina, Brasil, México, de industrialización relativa, son tecnológicamente
dependientes del mundo desarrollado, pero sin embargo existe una actividad inventiva doméstica de la
que no puede afirmarse que carezca de importancia. Tiene un carácter adaptativo y subsidiario, destinado
a mejoras marginales y adaptaciones al medio local de los diseños importados, pero es importante. Katz
además registraba para Argentina un significativo aumento de la productividad entre 1960 y 1968 –
período que según la CD era de crisis crónica y estancamiento– en la industria, y que existía una
incidencia importante de flujos acumulados de gastos domésticos en tareas de investigación y desarrollo,
además de la compra de tecnología en el exterior. En Ablin et al. (1985) se destaca, además, la inversión
de empresas argentinas en el exterior.
integraban al capitalismo. Los datos presentados por Warren, a quien ya nos hemos
referido, apuntaban en la misma dirección.
Frente a esto hubo argumentos de retaguardia, por parte de la CD. Bambirra (1983)
planteó una especie de tesis de “compensación”, diciendo que el desarrollo de los
nuevos países industrializados se conseguía a costa de enormes padecimientos y la
súper-explotación de las masas. Frank (1979b) sostuvo que en los países asiáticos no
había verdadero desarrollo a causa de los problemas con las deudas externas y las
balanzas de pagos, el desempleo y la súper-explotación. También se intentó explicar las
“contadas” industrializaciones periféricas por la misma teoría de la dependencia, aunque
con adecuaciones. Frank (1988) sostuvo que el crecimiento de Corea se debía a la crisis
del capitalismo central en la década de 1970. Era la vieja idea de que cuando había
crisis en el centro se producían “huecos”, que permitían emerger a la periferia. Sin
embargo el capitalismo de Corea del Sur siguió creciendo en los años 1980, cuando el
sistema en el centro se había recuperado. Otros dijeron que el desarrollo de Corea del
Sur, y otros países asiáticos, se había sustentado en la intervención estatal, lo que
confirmaba la importancia del manejo centralizado del excedente y la protección de las
industrias nacionales.33 De todas formas el argumento no fortalecía a la CD, desde el
momento que había que admitir que el desarrollo capitalista en esos casos era
significativo.
Tampoco se verificó el pronóstico del estancamiento del capitalismo y el mercado
mundial, que había constituido el marco más general del análisis de la dependencia en la
década de los setenta.34 Lo que ocurrió fue una profundización de la globalización, esto
es, de la mundializacion de la relación capital trabajo.
En síntesis, a medida que se extendía la globalización se ponía en evidencia que no se
cumplía el diagnóstico de la dependencia. No sólo porque el avance del capitalismo no
estaba bloqueado en la periferia, como habían afirmado Amin, Mandel o Frank, sino
también porque surgían empresas capitalistas con capacidad de invertir en el exterior e
incluso, en algunos nichos, de presentar competencia a las grandes compañías de los
países centrales. El proceso continuó al punto que hoy existen empresas multinacionales
de países atrasados que invierten incluso en los países adelantados. México, por
ejemplo, se ha convertido en el sexto inversor dentro en ese país; y los capitalistas
mexicanos toman la delantera para explicarle a sus pares estadounidenses cómo hay que
aumentar la explotación de los obreros. Capitales de Corea del Sur invierten y pagan
bajos salarios en Inglaterra. Además, existen capitales del llamado Tercer Mundo que
presentan batalla competitiva a capitales de países adelantados. Por ejemplo, capitales
de China emplean 750.000 obreros en África, en diferentes emprendimientos, y en
muchos casos han desplazado a capitales estadounidenses. Petrobrás de Brasil tiene un
nivel de capitalización superior a muchas transnacionales petroleras de los países más
avanzados. Esto no entraba ni siquiera en los esquemas más ricos y complejos de la CD.
33
Un argumento muy similar a las tesis institucionalistas de desarrollo.
34
Frank (1988) pronosticaba, a fines de la década de 1980, que “la próxima recesión” agudizaría los
problemas crónicos del intercambio internacional, llevando a una declinación del comercio mundial; los
países atrasados se volcarían hacia la sustitución de importaciones, a una agricultura orientada a la
producción/consumo con base nacional o regional, y florecerían los acuerdos internacionales tipo trueque;
los países adelantados se volcarían progresivamente “hacia adentro”. Nada de esto se verificó. En los
noventa el comercio mundial conoció una nueva y profunda expansión. Mandel (1986) previó una crisis
del capitalismo aún más grande que la que había sacudido al capitalismo en los años treinta, y una
contracción del mercado mundial. Baran y Sweezy diagnosticaban en las décadas de 1970 y 1980 una
tendencia al estancamiento crónico en el centro. Mandel, Baran, Sweezy, eran referencias obligadas de
los autores de la CD en lo que respecta a los análisis de la economía mundial. Nadie cuestionó seriamente
estas visiones.
Por otra parte los problemas teóricos para la CD se agravaron a la vista de las
dificultades que experimentaban los regímenes del “socialismo real”, y las economías
de países que habían intentado vías de desarrollo autárquico, basadas en formas de
capitalismo estatista. A fines de la década de 1970 la dirección del partido Comunista
chino admitía que el país enfrentaba graves problemas, e iniciaba las reformas pro
mercado, que desembocarían en la vuelta al capitalismo. A mediados de la década
siguiente el partido Comunista soviético revelaba que la economía estaba estancada, que
los niveles de productividad eran más bajos que en los países capitalistas avanzados, y
que no había manera de continuar con el crecimiento basado en el uso extensivo de
recursos naturales y fuerza de trabajo. La crisis también era reconocida y discutida en
otros países del bloque. Asimismo atravesaban dificultades países que habían aplicado
proyectos de desarrollo autárquico, y algunos daban giros drásticos en sus políticas.
Argelia, por ejemplo, abandonó a fines de los setenta la estrategia de desarrollo basado
en inversiones estatales en los sectores productores de medios de producción, que había
seguido hasta entonces, inspirada en el modelo soviético. Algo similar ocurría con otras
estrategias de crecimiento “hacia adentro” que se habían desarrollado en Asia, África y
América Latina. Todo apuntaba al debilitamiento de muchos postulados de la CD que
hasta aquel momento jamás se habían puesto en duda. Cada vez se hacía más difícil
contrarrestar la ofensiva ideológica y política de las políticas neoliberales, abiertamente
favorables al capital.
Por otra parte, diversos estudios pusieron bajo signos de interrogación algunas de las
afirmaciones que siempre se habían tenido por “verdades incontrastables” de la visión
dependentista. Por ejemplo, que los países desarrollados habrían tomado la delantera en
el desarrollo gracias a la extracción de excedente desde las periferias, una cuestión que,
como vimos, Dore y Weeks habían cuestionado a la CD. Así, Duchesne (2001-2002) en
crítica a los últimos escritos de Frank, presenta abundantes datos que parecen demostrar
que la afirmación de que los beneficios del comercio colonial fueron decisivos para
explicar el desarrollo de Gran Bretaña durante el siglo 18, es un mito. Si bien no fueron
insignificantes, e influyeron en el tiempo, magnitud y la tasa de cambio, la revolución
industrial se hubiera dado de todas maneras, sin esos beneficios. 35 También con respecto
a algunos casos de colonialismo surgen estudios que sugieren que habría que revisar
ideas que hasta ahora no se discutían desde las perspectivas dependentistas. Por ejemplo
Brohman (1996) –un autor crítico de los enfoques neoclásicos– sostiene que el gobierno
colonial de Japón en Corea y Taiwán, y la ÏED en esos países, fomentó el surgimiento
de estructuras industriales locales. También explica que las reformas agrarias en Corea
y Taiwán se hicieron bajo los auspicios de Japón, que efectivamente destruyó la
oligarquía feudal, quitando un obstáculo potencial a la urbanización. El Estado además
se habría apropiado del excedente agrícola, que utilizó para fomentar la
industrialización y financiar obras de infraestructura.
Estas evoluciones en los estudios, pero principalmente los cambios implicados en la
globalización del capital, y la crisis de los regímenes stalinistas y nacionalistas, han
35
“… entre 1700 y 1801 sólo entre el 8,4% y el 15,7% del cambio en el ingreso nacional [de Gran
Bretaña] puede atribuirse al total del comercio exterior. … el comercio colonial, aunque creciente en
proporción, siguió representando un pequeño porcentaje del comercio exterior de Gran Bretaña durante
ese siglo. Por lo tanto, si usamos los cálculos de Bairoch, encontramos que en el período entre 1720 y
1780-1790, el comercio exterior proveyó a Gran Bretaña con el 4% al 8% de su demanda total, pero que
el comercio con los países no europeos representó entre el 33% y el 39% del total del comercio británico,
de manera que la contribución de los futuros países menos desarrollados podría haber absorbido, a lo
sumo, el 2% al 3% de la demanda total” (Duchesne, 2001-2001, p. 441; énfasis en el original). Con
respecto a Europa, Duchesne cita a O’Brien, quien sostiene que los beneficios derivados del tráfico
colonial no representaban más del 2% del PNB de Europa de fines del siglo XVIII. Ya Hobson (1902)
señalaba que la contribución del comercio colonial a la economía británica era pequeña.
llevado de hecho a una crisis a la escuela de la dependencia. Se trató de una crisis
ideológica y política que afectó a prácticamente todas las corrientes del pensamiento
económico que habían abogado por vías alternativas de desarrollo o, por lo menos, no
ortodoxamente neoclásicas. En América Latina el estructuralismo cepaliano
experimentó cambios importantes; sus expresiones más radicales quedaron marginadas,
y otros revisaron sus posturas, admitiendo la necesidad de “ajustes”, de “respetar a los
mercados” y de “mantener los equilibrios macroeconómicos fundamentales”.36 En este
cuadro de situación la CD entró en un proceso de “crisis y desintegración”, al decir de
Bomström y Hettne (1990). Es cierto que subsisten defensas vigorosas –ejemplo Dos
Santos (2003)– pero la escuela como tal ya no existe.
Sin embargo, a pesar de que la CD se desintegró, sus ideas esenciales permanecieron en
el pensamiento de izquierda y nacionalista radical latinoamericano. Muchas de estas
posturas siguen publicando en revistas de pensamiento izquierdista y radical; tal vez la
de mayor renombre sea Monthly Review, de Estados Unidos, que prolonga la antigua
línea tercermundista y dependentista de Baran y Sweezy. También las encontramos, de
hecho, en la prensa política de la izquierda, por lo menos, y hasta donde conocemos, en
Argentina, México, Brasil y Chile. De todas maneras el pensamiento de la dependencia
adoptó nuevas formas, principalmente por la relevancia que adquirieron en las décadas
de 1980 y 1990 las deudas externas y el capital financiero internacional en las
economías de muchos países atrasados. Dada su importancia, volvemos a esta
importante cuestión en el capítulo seis.
Capítulo 4
Discusión sobre Marini desde la teoría del valor
Como hemos señalado antes, una de las cuestiones que distingue en análisis de Marini
es el intento de aplicar sistemáticamente las categorías económicas derivadas de la
teoría del valor trabajo a los fenómenos que estudia. Si bien utiliza el concepto de
monopolio, no se advierte que lo haga, por lo menos cuando lo aplica al capitalismo de
los años sesenta y setenta, para significar que las grandes corporaciones pudieran
controlar y manipular los precios a voluntad. Su posición a veces es ambigua, pero en
36
El estructuralismo “clásico” daría lugar, en la década de 1980, al neo-estructuralismo. Una síntesis de
esta evolución y de las posiciones del neo-estructuralismo puede verse en Fontaine y Lanzarotti (2001) y
Guillen Romo (2001). Muchos estructuralistas toman los aportes de los neo-schumpeterianos, y los
enlazan con las viejas tradiciones de la CEPAL, pero admitiendo la necesidad de superar el desarrollo
basado en la industrialización “hacia adentro”; puede consultarse Cassiolato et al. (2005). Una alternativa
al planteamiento del crecimiento hacia adentro es la de Sunkel con su tesis del “desarrollo desde dentro”;
véase Sunkel (1991).
términos generales aplica un marco analítico de mercados competitivos. Así sucede
cuando explica el mecanismo de generación de plusvalía relativa, donde los precios
caen como resultado de la competencia tecnológica. Es a partir de esta perspectiva
entonces que analizamos en este capítulo algunos de los problemas que plantean las
explicaciones de Marini.
Una de las cuestiones centrales del planteo de Marini, y que también está presente en
otros teóricos de la dependencia, y en la CEPAL, es su idea de que el estrangulamiento
de los mercados internos presenta formidables obstáculos para el desarrollo de las
fuerzas productivas en la periferia. Como hemos visto, pensaba que los esquemas de
reproducción “a lo Marx” no tenían aplicación práctica en los países dependientes, que
su aceptación implicaba aceptar la ley de Say, y que la industrialización estaba
estructuralmente limitada por la falta de poder adquisitivo de los sectores populares.
Empecemos entonces por la cuestión más abstracta, la relación entre los esquemas de
reproducción de Marx y la ley de Say. Como se recordará, esta ley postula que a toda
oferta le sigue inmediatamente una demanda; de lo que se deriva que no podrían existir
crisis generales de sobreproducción. Según Marini, debido a que los esquemas de
reproducción de Marx muestran cómo puede ocurrir la venta del producto –si se
cumplen ciertas proporciones– avalan la ley de Say. Sin embargo es claro que la
posibilidad no implica necesariedad. Esto es, a partir de la afirmación –contenida en los
esquemas de Marx– de que si los capitalistas gastan la plusvalía, la realización del
producto, considerado globalmente, es posible, no se puede pasar a afirmar –como hizo
Say– que la no realización del producto, considerado globalmente, es imposible. Para
esta segunda afirmación sólo se podría sostener si se afirmara que los capitalistas
siempre gastan su plusvalía, sea en inversiones o consumo. Pero precisamente la teoría
de las crisis de Marx se basa en la idea de que en determinadas coyunturas –de caída de
la tasa de ganancia– los capitalistas dejan de invertir; esto es, no se cumple la ley de
Say. Con lo cual se demuestra, contra lo que pensaba Marini, que la discusión marxiana
de la ley de Say no pasa por los esquemas de reproducción, sino por la teoría de la
crisis. Los esquemas de reproducción cumplen la función de demostrar por qué y cómo
el capitalismo puede reproducirse en escala creciente, ampliando los mercados. De
ninguna manera Marx trató de demostrar que inevitablemente, y siempre, a una compra
le sigue una venta, sino que, en tanto los capitalistas gasten la plusvalía, no debería de
haber problemas para la realización de las ventas. La esencia del planteo se deriva
directamente de la concepción del valor trabajo, ya que a un valor generado en la
producción le debe corresponder, en promedio, un poder de compra equivalente por el
lado de la demanda. El valor se generar en la producción y se realiza en la venta. En la
medida en que los capitalistas y los trabajadores decidan ejercer su poder de compra, no
tiene por qué existir una crisis de realización. Esta circunstancia permite a Marx criticar
las explicaciones subconsumistas de las crisis; el rechazo de la tesis subconsumista no
significa aceptar la ley de Say.
En segundo término, y vinculado a lo anterior, los salarios bajos, la superexplotación y
el ejército industrial de reserva no constituyen en sí mismos obstáculos para la
acumulación capitalista, como pensaron Marini y otros teóricos, sino más bien todo lo
contrario. Es que en la medida en que los salarios son bajos, la plusvalía puede ser alta,
y si los capitalistas reinvierten una parte importante de la plusvalía en ampliar su
capital, habrá crecimiento de las fuerzas productivas, de la oferta y de la demanda
correspondiente. Este fenómeno se ha dado en el capitalismo central; véanse al respecto,
por ejemplo, los niveles de explotación y miseria descritos por Marx y Engels durante la
Revolución Industrial inglesa. Pero además, una vez iniciada la acumulación, la canasta
de bienes de consumo salarial también se modifica como resultado del mismo
crecimiento de las fuerzas productivas y de la clase obrera, incluso de su poder de
negociación. Por lo cual no es cierto que las industrias de bienes durables estuvieran
condenadas a una demanda estrictamente limitada a un cinco o diez por ciento de la
población. De hecho grandes sectores de la clase obrera en Argentina, Brasil, Chile y
otros países latinoamericanos accedieron al consumo de bienes durables como
refrigeradores, televisores, lavarropas, teléfonos, equipos de música y similares. Y
algunas capas –recuérdese que consideramos parte de la clase obrera a todos los
asalariados que están subsumidos a la relación capitalista– incluso alcanzaron al
automóvil (aunque en la mayoría de los casos no sea un “cero kilómetro”). Todo esto no
niega la existencia de la superexplotación, la marginación y los enormes ejércitos
industriales de reserva, pero pone las cosas en una perspectiva más ajustada a la
realidad. El problema no es menor porque muchas veces los diagnósticos de la izquierda
–en línea con la visión estancacionista– se vieron desmentidos por los desarrollos del
capitalismo en la periferia, precisamente por no entender la dinámica de la
acumulación.37
De lo anterior se deriva una crítica más general del estancacionismo, y de los efectos
que muchas veces se le atribuyó a la entrada del capital extranjero en los países
periféricos. Como hemos visto, Marini y otros autores de la CD pensaron que el rol de
las burguesías locales no podía ser más que de subordinación al capital extranjero. Si los
mercados están estructuralmente restringidos, no habría espacio para una acumulación
“auto” impulsada. Sin embargo el hecho es que la entrada del capital extranjero en los
sectores dinámicos de las economías atrasadas, y la dependencia tecnológica y
financiera con respecto a los centros imperialistas que subrayan los teóricos de la CD,
no anularon la posibilidad de que se desarrollaran empresas industriales que estaban
en manos de fracciones de la burguesía nativa relativamente poderosas. A veces estas
fracciones se asociaron al capital extranjero; en otras oportunidades capitalizaron renta
agraria; o acumularon en base a una intensa explotación del trabajo y crecieron desde
empresas pequeñas y medianas hasta alcanzar el status de empresas importantes,
imitando avances tecnológicos o pagando por tecnología de punta. Por supuesto, no se
trata de una burguesía que alcance el poder del capitalismo central; pero tampoco se
trata de una burguesía completamente lumpen y satélite. La dinámica de este capital ha
respondido a las leyes más generales de la acumulación capitalista.
Una consecuencia de esto es la necesidad de volver a pensar críticamente sobre los
efectos que tiene la IED en los países atrasados. No sólo porque la IED fomenta el
desarrollo capitalista, un fenómeno que ya habían admitido Cardoso, Dos Santos o
Marini, sino porque la IED no impide que ese capitalismo dependiente adquiera
dinámica propia. Esto es, la dirección, los modos de desarrollo, no están “dictados” por
las corporaciones internacionales. Se trata de formas de acumulación locales que se
articulan, a través de las leyes de la competencia capitalista, con los capitales
extranjeros, y en ese carácter entran en el mercado mundial. Y es por esta misma
37
Un ejemplo característico de esto es la postura de la izquierda argentina cuando se produjo la
privatización de los teléfonos en Argentina, a comienzos de los noventa. En ese momento se pronosticó
que el plan de la burguesía y el gobierno consistía en que hubiera teléfonos para una minoría de
privilegiados. La realidad fue que en los años que siguieron a la privatización el uso de los teléfonos se
extendió a amplias franjas de la población, incluida una parte importante de la clase obrera. Por supuesto,
esto fue a la par de la superexplotación de amplias franjas, del aumento de la marginación social y el
ejército de desocupados en Argentina. El capitalismo amplía los mercados a través de esta dialéctica
contradictoria.
dialéctica que estos capitales surgidos de los países atrasados terminan participando en
la mundialización de las inversiones. Esto explica, además, que no se haya verificado la
predicción de Amin, sobre que la existencia de las empresas monopólicas
invariablemente anulaba cualquier posibilidad de desarrollo de los capitalismos
nacionales de los países atrasados. Ni que tampoco se haya cumplido el diagnóstico de
Frank, sobre que esas empresas nativas sólo podían crecer en los períodos de crisis y
contracción del mercado mundial; o que en tanto aumentara la vinculación de los países
latinoamericanos con la economía internacional, sus horizontes de crecimiento estarían
prácticamente anulados. En la medida en que hay explotación y valorización del capital,
se acumula plusvalía y se concentran medios de producción en manos del capital. Esto
explica que en los países dependientes hayan aparecido también algunos grandes
grupos, que operan con capitales de varios miles de millones de dólares; y algunos
incluso han podido desarrollar, aunque parcialmente, tecnologías de punta en sus ramas.
Hemos visto que Marini sostiene que si algunas empresas consiguen elevar su
productividad por encima del promedio de su rama productiva, obtendrán plusvalías
extraordinarias, debido a la diferencia entre el precio que rige en el mercado y el costo
individual de las empresas innovadoras. Ésta es, en principio, la postura de Marx. Sin
embargo Marini plantea también que esta plusvalía extraordinaria representa una
transferencia de plusvalía de los otros capitalistas de la rama. Esta idea se ha mantenido
hasta el día de hoy en muchos autores, y constituye la base para demostrar el
intercambio desigual en Carchedi (1991), por ejemplo. La cuestión es importante
porque pone en primer plano no sólo la relevancia de la teoría del valor para explicar
fenómenos del desarrollo en los países atrasados, sino también porque demuestra la
necesidad de realizar un análisis cuidadoso de las relaciones implicadas; uno de los
problemas más graves que notamos en los análisis sobre intercambio desigual, y
similares, es la relativa liviandad con que se postulan transferencias de plusvalía y valor
entre sectores o países.
Entrando ahora en la tesis de Marini, el problema es que no hay forma de explicar de
qué manera las empresas de menor tecnología generan mayor plusvalía dentro de una
rama, para que esa plusvalía pueda ser transferida (o reaparecer) como plusvalía
extraordinaria en la empresa innovadora. Las empresas que tienen una tecnología modal
(o promedio) con respecto a la rama, y venden al precio de producción (costo + tasa
media de ganancia), no pueden generar plusvalía extra alguna que esté disponible para
ser transferida a parte alguna. Con menor razón pueden generar plusvalía extra las
empresas con menor tecnología que la modal, porque cada hora de trabajo en estas
empresas generan menos valor que la hora de trabajo en las empresas con la tecnología
modal. Puesto de manera más sencilla, si una empresa emplea en promedio diez horas
de trabajo para fabricar el producto X, y en las empresas modales emplean en promedio
seis horas de trabajo, la empresa atrasada no ha generado cuatro horas extras de valor.
Por el contrario, solo ha generado seis horas de valor (= al tiempo de trabajo
socialmente necesario) y cuatro horas de trabajo no han sido validadas en el mercado
como generadoras de valor. ¿De dónde puede entonces surgir la plusvalía
extraordinaria?
La respuesta la da Marx al explicar que el trabajo en la empresa que tiene una
tecnología superior actúa como trabajo potenciado. Esto es, en el mismo tiempo ese
trabajo genera más valor que el trabajo que emplea tecnologías inferiores. Por lo tanto
no existe transferencia de plusvalor desde las empresas de menor tecnología a las
empresas de mayor tecnología, sino diferentes grados de generación de valor en cada
una de las empresas.
Por otra parte Marini también sostiene que cuando la nueva tecnología se generaliza, la
plusvalía extraordinaria desaparece, el producto se abarata, y si este producto entra en la
canasta de consumo, aparece la plusvalía extraordinaria. Esto efectivamente
corresponde a la dinámica del desarrollo de las fuerzas productivas bajo el capitalismo.
Pero en seguida plantea que si el aumento de la productividad se registra en el sector
IIb, y aunque se anule la plusvalía extraordinaria obtenida por el capitalista individual –
cuando se generaliza la innovación tecnológica– ese aumento de la productividad
seguirá traduciéndose en un nivel de productividad superior al resto de la economía, y
que ahora la plusvalía extraordinaria de la que se apropia la rama surge de la
transferencia de plusvalía desde los sectores I y IIa al IIb.
De nuevo aparece entonces el empeño por demostrar las transferencias de plusvalía
entre sectores. Por supuesto, la redistribución de plusvalor entre ramas es un fenómeno
natural en el sistema capitalista, que da lugar a la tendencia a la igualación de la tasa de
ganancia, y a los precios de producción, que son los que rigen los precios de mercado.
Sin embargo esto sucede no porque existan “diferentes productividades entre ramas”,
sino porque hay diferentes composiciones orgánicas de capital, lo que es muy distinto.
La diferencia es fundamental porque hablar de diferencias de productividad entre ramas
no tiene sentido económico alguno. Esto es, no se puede decir que la empresa que
produce el automóvil A sea más productiva que la empresa que produce el avión B, o
que la empresa que produce los tejidos C, porque es imposible comparar
productividades de valores de uso distintos. La productividad se relaciona con el tiempo
de trabajo necesario para generar determinado valor de uso, y por lo tanto no es posible
decidir qué trabajo es más productivo si los valores de uso son distintos. Pero si esto es
así, la explicación de Marini sobre la diferencia de productividad entre la rama IIb y el
resto de la economía no tiene sentido. Por lo tanto también se cae su explicación sobre
la apropiación de una plusvalía extraordinaria, en lo que respecta a la rama, a partir de la
transferencia desde otras ramas. Si en IIb se generaliza el cambio tecnológico, y si no
existen precios de monopolio, el precio del producto suntuario cae, y la plusvalía
extraordinaria desaparece. No hay manera de que subsista en la rama.
Por supuesto, si la demanda supera la oferta, el precio de mercado puede ser superior
durante todo un tiempo al precio de producción. Esto implicará una tasa de ganancia
más alta para la rama; lo que en condiciones de movilidad de capitales inducirá a
algunos capitales a entrar en la rama; lo que provocará el aumento de la oferta, hasta
que se iguale con la demanda, y el precio de mercado se acerque al precio de
producción determinado por –en promedio– la tasa media de ganancia. No hay misterio
en todo esto. Y a pesar de las trabas para la entrada en ramas de la producción en que se
necesitan capitales altamente concentrados, ésta es la mecánica que se repite, en sus
líneas fundamentales, tanto en los países adelantados como en los atrasados.
Insistimos en que la discusión es importante porque Marini asimila las supuestas
transferencias de plusvalías extraordinarias al intercambio desigual entre naciones.
Efectivamente, la matriz de su razonamiento coincide con las explicaciones sobre
intercambio desigual, aplicadas al caso de competencia intra industrias. Mandel, Shaikh
y Carchedi sostienen por eso que los países atrasados transfieren plusvalía a los países
adelantados. De esta manera subsiste una idea de explotación, de alguna manera, de los
capitales que operan con tecnologías de avanzada, sobre los capitales que tienen
tecnología atrasada. Marini da lugar para que el mecanismo entonces se aplique al
interior del país dependiente. Pero en realidad lo que sucede (considerando siempre el
fenómeno dentro de la rama) es que los capitales que emplean tecnología de avanzada
extraen más plusvalía de sus obreros, que los capitales que emplean tecnología atrasada.
No existe posibilidad alguna de fundamentar una explotación entre países por esta vía.
Conclusión
Capítulo 5
Dependencia, cuestiones metodológicas a la luz de la
tradición hegeliana y marxista
En este capítulo discutimos cuestiones referidas al método y la dialéctica implicadas en
los trabajos de los teóricos de la dependencia. Para esto tomaremos como punto de
referencia los balances críticos de la CD realizados por Blomström y Hettne (1990) y
Palma (1987). Bomström y Hettne, y Palma, no sólo sintetizan algunas de las críticas
más frecuentes que se han dirigido a la CD, y los problemas centrales que afrontó, sino
también tienen el mérito de abrir la discusión a los problemas de método que subyacían
en la escuela. Ambos consideran que en la CD se habrían desarrollado polaridades
analíticas que fueron difíciles de superar, principalmente por el enfoque metodológico
que adoptó. Palma, además, plantea que la variante encabezada por Cardoso y Faletto,
que él llama “el tercer enfoque” de la escuela”, habría establecido una vía correcta para
superar las dificultades, que consistiría en analizar las cuestiones desde el punto de vista
de la interacción, y no de las oposiciones rígidas y formales. Por eso enfatiza en la
“interacción dialéctica”. El punto de vista que defenderemos en este trabajo es que si
bien la interacción representa un progreso con respecto a las oposiciones metafísicas, el
método dialéctico exige ir más allá de la mera interacción, para avanzar a las
totalidades concretas, que se conforman por la articulación compleja entre lo universal
–las leyes “generales” de las que hablan Palma y Cardoso–, los particulares y los
singulares. Este enfoque dialéctico sería importante para encarar nuevas investigaciones
acerca del desarrollo en los países atrasados. Empezamos entonces presentando una
síntesis de los balances de Bomström y Hettne y Palma, poniendo el énfasis en las
cuestiones de método.
Los balances
Según Cardoso y Palma, la teoría general estaba más o menos bien establecida al
momento de desarrollarse la CD y la cuestión era entonces entender cómo se la hacía
interactuar con los casos particulares. Una idea que también está presente en otros
autores de la CD. La mayoría, como ya hemos señalado en un capítulo anterior, y
subrayan Blomström y Hettne, adoptó como marco de referencia la revista Monthly
Review, dirigida por Baran y Sweezy, y los escritos de éstos, y en general la idea de la
primacía del monopolio. Parecía entonces que la teoría marxista estaba “lista” para ser
aplicada al estudio de los casos concretos, si bien era posible hacer todavía algunas
mejoras (incorporar los aportes de Kalecki, Gramsci, etcétera, como sugiere Palma).
Sin embargo, el estado teórico del marxismo en los sesenta y setenta en absoluto era
como se lo describe. La raíz de este problema la hemos planteado en Astarita (2006) y
se relaciona, en el terreno de la economía política, con el giro que introduce en el
pensamiento la tesis del predominio del monopolio. La teoría del monopolio introdujo
una lógica de formación de precios, y de funcionamiento del capitalismo, muy distinta a
la que se desprendía de El Capital y el resto de la obra de Marx. Pero en este caso debía
hacerse explícito el cambio de enfoque, y sacar todas las consecuencias que se
desprendían de ello. Baran y Sweezy trataron de avanzar en esta dirección, y por eso
sostuvieron, por ejemplo, que la ley de la tendencia decreciente de la tasa de ganancia
ya no regía en el capitalismo monopolista, y que la formación de precios obedecía a una
mecánica distinta de la explicada por Marx. Pero tuvieron que admitir que no existía
una teoría de formación de precios de monopolio, y sus elaboraciones no progresaron
demasiado. La mayoría de los autores mantuvo entonces una mezcla ecléctica entre El
Capital, las tesis clásicas de imperialismo de Lenin, y Baran y Sweezy. Éste era
entonces el estado de la “teoría general” que se podía aplicar a los casos “concretos”.
Pero con esa mezcla ecléctica, la mayoría de las grandes cuestiones con que se
enfrentaban los análisis del mercado mundial capitalista, o de los capitalismos
periféricos, encerraba grandes dificultades. Así, por ejemplo, las explicaciones
subconsumistas de las crisis, o de una supuesta tendencia al estancamiento, eran
aceptadas como normales por muchos teóricos, como hemos visto que fue el caso de
Marini. Las concepciones ricardiana del valor eran comunes, o no había conciencia de
los problemas que encerraban. Algunas de estas cuestiones se pusieron en evidencia
cuando Emmanuel planteó la cuestión del intercambio desigual. El mérito de Emmanuel
fue haber elaborado sus tesis asumiendo que en el mercado regía la ley del valor. La
discusión que siguió fue entonces muy rica, pero las elaboraciones coexistieron con el
andamiaje teórico anterior. Además, cuestiones como los tipos de cambio, o los
problemas monetarios que enfrentaban los países atrasados, casi no se abordaron, y no
porque no hubiera voluntad de aplicar “la teoría general” a los casos concretos, sino
porque simplemente esa “teoría general” tenía importantes huecos y problemas.
En definitiva, uno de los mayores problemas que enfrentó la CD no fue que no quiso
aplicar la teoría general a los casos concretos, sino que esa misma teoría general
adolecía de graves problemas. Para explicarlo con un ejemplo sencillo, la tesis de
Marini –y de tantos autores de la dependencia– sobre que la acumulación dependía, en
última instancia, del consumo, era una “aplicación al caso concreto” del subdesarrollo
de la teoría general prevaleciente. La idea subconsumista se trasladaba así al caso
“concreto”, como pedían Palma y Cardoso, tomándose en cuenta las particularidades del
singular; por ejemplo, la estructura del mercado de Brasil en los setenta. Pero el
resultado de esta aplicación era cuestionable no porque hubiera faltado la voluntad de
hacer análisis concretos, sino porque la propia “teoría general” estaba errada.
42
Un lugar común en muchos estudios inspirados en la CD, incluso de la actualidad.
esquemática, digamos que en la perspectiva estructuralista los sujetos desaparecen; y en
la visión subjetivista, las acciones de los sujetos pueden superar cualquier límite.
De hecho, muchos críticos de Frank sostuvieron que éste había caído en un
determinismo absoluto, y que no dejaba espacio para el accionar de los individuos. En
particular Cardoso sostuvo, contra Frank, que las potencialidades de las acciones
humanas y de su imaginación podían reemplazar a las estructuras vigentes “por otras no
predeterminadas” (Cardoso, 1977, p. 11). También la escuela de la regulación plantea
que los regímenes de acumulación son producto de creaciones más o menos libres de las
luchas de clases, y sus relaciones de fuerza, y que nada está entonces determinado
(véase, por ejemplo, Lipietz, 1992). Aquí no existiría lógica alguna del capital, ni
tendencias objetivas del desarrollo capitalista. Por eso, en opinión de Lipietz hay
posibilidades inéditas, totalmente abiertas, para explorar formas de desarrollo a través
de concertaciones nacionales. Esta perspectiva se opone entonces por el vértice al
llamado determinismo. Es como si la tensión encerrada en la CD entre ambos polos se
desplegara, pero inclinándose hacia el voluntarismo y subjetivismo. Booth (1985) en
crítica a la CD, también sostiene que no existen leyes inherentes al capitalismo, y que
todo lo que sucede en las sociedades dependientes no tiene nada de “necesario”. Los
planteos del llamado post-marxismo se ubican en esta vena: el mundo se caracterizaría
por la heterogeneidad y la particularidad de los desarrollos, y no existirían leyes
tendenciales de movimiento. Pero si no hay leyes de ningún tipo, económicas o sociales,
¿cómo es posible construir ciencia? ¿Todo dependerá del despliegue libre de la
imaginación de los seres humanos? Responder por la afirmativa supone afirmar que los
seres humanos no enfrentan restricciones sociales de ningún tipo. ¿No se llega así al
callejón del voluntarismo y el subjetivismo?
El problema consiste en entender que las llamadas leyes objetivas son un resultado de
la cosificación de las relaciones sociales entre los seres humanos. Esto significa que los
seres humanos generan los hechos económicos, pero no los dominan, porque las
relaciones sociales se les imponen como relaciones objetivas que los obligan a actuar
según cierta lógica. Por ejemplo, puesto en la función de capitalista, cada cual está
obligado a ir al máximo posible en la extracción de plusvalía al trabajador, so pena de
perder en la lucha competitiva. En la medida en que el capital se mundializa, esta
constricción se impone con más y más fuerza, en tanto subsistan las relaciones de
producción. Las luchas sociales se inscriben en este cuadro –en tanto las luchas
sociales no cambien de raíz las relaciones de producción– y por lo tanto, y contra lo
que dicen Cardoso, Booth, la regulación y otros, esas luchas no pueden obtener ni
plasmar creaciones sociales completamente “nuevas”. Por eso, y naturalmente, cuando
Cardoso estuvo al frente del gobierno en Brasil, siguió las “generales de la ley”,
aplicando una política económica que, dentro de ciertos márgenes, trataba de adecuarse
a las necesidades del capital. Por supuesto, se puede hablar de “traición” a sus ideales de
los sesenta y setenta; pero es una realidad también que la visión de “leyes generales”
por un lado y “acción subjetiva por el otro”, relacionadas solo al nivel de la
“interacción”, dejaba un amplio margen para independizar –esta vez sí, en la
imaginación y en el discurso– las segundas de las primeras. El resultado fue que, a pesar
de los discursos y de la imaginación puesta en ello, las primeras hicieron sentir su rigor
–que no es otra cosa que la constricción objetiva que impone el mundo de la
competencia despiadada y la explotación de clases– sobre los ensueños utópicos. Los
límites de la “interacción dialéctica” se revelan aquí de manera dramática.
Por esto también las tendencias a la centralización y concentración de los capitales, a la
expansión del mercado mundial, a la proletarización, no son aleatorias, porque están
contenidas en la estructura fundamental de la relación capitalista. Esto significa que, si
bien la evolución histórica no estuvo determinada mecánicamente, una vez que el
sistema capitalista se ha establecido, sus impulsos tendenciales están estructuralmente
determinados. Por eso mismo las luchas de clases se dan en contextos sociales y
materiales que son dados, aunque sean el resultado de luchas anteriores. Estos contextos
determinan las posibilidades de cambio generados por las luchas de las masas. Así, por
ejemplo, las posibilidades de aumentos salariales dentro del sistema capitalista tienen
“techos”: cuando el alza de salarios amenaza seriamente la plusvalía, la acumulación del
capital se hace más lenta, o se acelera el cambio tecnológico, de manera que se recrea el
ejército industrial de reserva, y los salarios son presionados nuevamente hacia la baja
(véase Marx (1999) t. 1, cap. 23). Desde esta perspectiva, algunas de las tendencias que
se registran en las políticas económicas de los Estados a nivel mundial deberían
entenderse desde esta perspectiva.43 Sólo el cuestionamiento y cambio de las relaciones
de producción –o sea, de propiedad– puede eliminar esta constricción objetiva, este
“techo” que encuentra el voluntarismo social.
43
Remitimos a Astarita (2005).
sistema socioeconómico. La estructura social y política se va modificando en la medida en que
distintas clases sociales y grupos sociales logran imponer sus intereses, su fuerza y su
dominación al conjunto de la sociedad (ídem, p. 18; énfasis agregado).
El desarrollo está explicado en términos de “fuerza”, “dominación”, “imposición de
intereses”. ¿Qué sucede con el desarrollo de las fuerzas productivas? ¿Con la
generación de valor? ¿Con las formas específicas en que un espacio de valor se articula
con el mercado mundial? Sobre esto no tienen nada que decir. Todo discurre por los
carriles de las alianzas de clases, de las relaciones de fuerza, y también de los “intereses
y valores”. Analizando los “intereses y valores” que orientan las acciones, el proceso de
cambio se perfila “como un proceso que en las tensiones entre grupos con intereses y
orientaciones divergentes encuentra el filtro por el que han de pasar los flujos
puramente económicos” (pp. 18-19). A pesar de la oscuridad conceptual de la rebuscada
metáfora (“filtro” por que pasan “flujos puramente económicos”), lo que se transmite es
que son las “tensiones entre grupos” las que deciden la evolución económica de
América Latina. ¿Qué sucede entonces con la dinámica de la acumulación del capital en
los años de la industrialización por sustitución de importaciones, para poner un
ejemplo? ¿Con la generación de plusvalía absoluta o relativa? ¿Con el desarrollo de los
mercados internos? ¿Con la entrada de capital extranjero y su inserción en la estructura
productiva existente? Ninguna de estas cuestiones es señalada como metodológicamente
importante para el análisis, porque “lo económico” no es tenido en cuenta ni siquiera en
cuanto “base” (para utilizar la tradicional metáfora de “base y superestructura”).
Además, ¿por qué estos “filtros” sociales tienen tanto poder como para imponer una u
otra dirección al desarrollo económico? No hay explicación, pero Cardoso y Faletto
están convencidos de que “el problema teórico fundamental lo constituye la
determinación de los modos de dominación porque por su intermedio se comprende la
dinámica de las relaciones de clase” (p. 19; énfasis en el original).
Obsérvese que la cuestión ni siquiera se plantea en los términos de Brenner, esto es, de
la primacía de las relaciones de producción sobre las fuerzas productivas, sino en
términos puramente político-sociales, ya que son los modos de dominación los que
permiten comprender la dinámica de las relaciones de clase. Y ambas –formas de
dominación y estratificación social– son las que “condicionan los mecanismos y los
tipos de control y decisión del sistema económico en cada situación particular” (p. 21).
Aquí se está proponiendo un abordaje completamente distinto al propuesto por el
materialismo histórico. La interpretación de Cardoso y Faletto no es “global”, sino
unilateral, centrada en lo político, en las relaciones de fuerza y alianzas de clases, y en
la sobrepolitización del problema del desarrollo. Para entender cómo opera este método
propuesto por Cardoso y Faletto, analicemos con detalle un caso al que aplican este
razonamiento.
Cardoso y Faletto sostienen que algunos países latinoamericanos, al proyectar la
defensa de su principal producto de exportación, propusieron una política de
devaluación. El tipo de cambio alto habría tenido, como consecuencia indirecta y hasta
cierto punto, no deliberada, la creación de condiciones favorables al crecimiento, dando
lugar a una mayor diferenciación económica. Sin embargo esa política de devaluación
no implicaba un proyecto de autonomía creciente y un cambio de relaciones de clase, y
aquí es donde, en opinión de Cardoso y Faletto, parece faltar la esfera política. No se
puede analizar, sostienen, la cuestión del desarrollo exclusivamente desde el punto de
vista de los estímulos y reacciones del mercado: “si se parte de una interpretación global
del desarrollo, los argumentos basados en puros estímulos y reacciones de mercado
resultan insuficientes para explicar la industrialización y el progreso económico” (p.
26). De aquí se desprende que lo único que habría faltado para que la política de tipo de
cambio alto tuviera éxito hubiera sido una “decisión política hacia la mayor autonomía”.
Pero… ¿no habría que preguntarse por qué razón en los países atrasados tienden a
establecerse monedas depreciadas en términos reales –que supuestamente crean
condiciones favorables al crecimiento– y sin embargo no logran salir del atraso? ¿Por
qué “espontáneamente” sucede esto? A partir de responder a esta cuestión, ¿qué hay que
decir de la lógica económica de acumulación impulsada por el tipo de cambio alto? Se
plantea, por lo menos, qué sucede con la generación de valor en un país atrasado; cómo
se conecta con el mercado mundial a través del tipo de cambio alto; qué problemas se
generan con respecto a los términos de intercambio; qué sucede con la acumulación
interna; cómo afectan las variaciones del tipo de cambio el crecimiento de productividad
de sectores y ramas; qué consecuencias acarrea el tipo de cambio alto para la moneda y
la dinámica de precios; y cuestiones semejantes. Temas que superan en mucho la
problemática –neoclásica en el fondo– “de estímulos y reacciones de mercado”, ya que
remiten a las leyes de generación de valor y de la acumulación.
Faltos de este estudio, y bajo el argumento de no caer en el “determinismo
economicista”, Cardoso y Faletto hacen intervenir “desde arriba” lo político, que pudo
estar, pero no estuvo:
Son justamente los factores políticos internos –vinculados, como es natural, a la dinámica de los
centros hegemónicos– los que pueden producir políticas que se aprovechan de las ‘nuevas
condiciones’ [tipo de cambio alto] o de las nuevas oportunidades de crecimiento económico. De
igual modo, las fuerzas internas son las que definen el sentido y el alcance político-social de la
diferenciación ‘espontánea’ del sistema económico (p. 27).
Sin haber estudiado la relación económica entre los centros del capitalismo y los países
de la periferia, subdesarrollados, los autores explican que son los factores internos,
vinculados a la dinámica de los centros hegemónicos, los que pueden producir políticas
que se aprovechen de las condiciones para el crecimiento. De manera que esos factores
internos, y su relación con los centros hegemónicos, debería ser explicada en base a
consideraciones puramente idealistas, ya que el análisis no está basado en un estudio de
la lógica económica subyacente al tipo de cambio alto. Todo lo que se dice del
crecimiento basado en la moneda depreciada en términos reales es que da lugar a una
“diferenciación espontánea del sistema”, esto es, movido por su propio impulso. ¿En
qué consiste ese impulso o espontaneidad? Además, ¿acaso no hubo políticas de tipo de
cambio alto, impulsadas por los gobiernos? ¿No eran expresión de ciertas necesidades
de inserción en los mercados mundiales, a partir de diferenciales en la generación de
valor? Habiendo pasado por alto estas cuestiones, insisten con el análisis “político-
social”:
… es posible que los grupos tradicionales de dominación se opongan en un principio a entregar
su poder de control a los nuevos grupos sociales que surgen con el proceso de industrialización;
pero también pueden pactar con ellos, alterando así las consecuencias renovadoras del desarrollo
en el plano político y social (p. 27).
Los grupos pueden pactar o no, tal vez afectando “las consecuencias renovadoras del
desarrollo”, sin que se explique en ningún momento qué relación tienen estos cambios
políticos, y sus efectos, con leyes económicas que no se conocen ni indagan. Las
alternativas políticas por lo tanto se desenvuelven en una esfera autónoma, sin conexión
con la lógica económica. A lo sumo se hacen vagas referencias a que el “tipo e
intensidad de los cambios” –esto es, de la moneda depreciada y la consiguiente
industrialización– “dependen en parte” del modo de vinculación de las economías
nacionales al mercado mundial (p. 27). Pero ¿cómo dependen? ¿Por qué, además,
dependen “en parte”? Cardoso y Faletto no explican, aunque insisten con su admonición
sobre los peligros del análisis “puramente económico”:
Tal perspectiva [el método defendido por los autores] implica que no se puede discutir con
precisión el proceso de desarrollo desde el ángulo puramente económico cuando el objetivo
propuesto es comprender la formación de las economías nacionales (p. 27).
Por supuesto, ningún análisis de la formación de las economías nacionales puede
quedarse en lo “puramente económico”. Pero el problema de la CD no es que sus
análisis fueran “puramente” económicos, sino que “lo económico” no estaba
cabalmente indagado; o lo estaba desde una perspectiva teórica equivocada (teoría del
monopolio y similares, como hemos explicado).
Para precisar aún más su concepción, Cardoso y Faletto agregan a lo anterior que no es
suficiente con el análisis de variables como tasas de productividad, ahorro y renta,
funciones de consumo, empleo, y similares. Por supuesto, no es suficiente con estas
variables –que están tomadas abstractamente por Cardoso y Faletto de la literatura
económica usual–, pero no porque éste sea un error “economicista”, sino porque
ninguna de estas variables explica las cuestiones del atraso y la dependencia a no ser
que se establezca su relación con alguna teoría del valor y de la dinámica de la
acumulación. Sin haber precisado esta relación, sostienen que se pueden construir
“modelos económicos”, que cobran significado siempre que estén referidos a
situaciones “globales, sociales y económicas, que les sirvan de base y les presten
sentido” (p. 28). De nuevo hay que preguntarse ¿en qué marco teórico se construyen
estos “modelos económicos”? ¿Keynesiano, marxista, kaleckiano? Cardoso y Faletto no
aclaran la cuestión, a pesar de su importancia. Además, ¿qué quiere decir que un
modelo económico tiene que estar referido a una situación económica y social que le
sirva de base? ¿Significa que tiene que tener relación con lo que sucede en la realidad?
Pero… ¿existe algún “modelo económico” elaborado para explicar el subdesarrollo, que
no haya pretendido estar conectado con la realidad?
Todo esto termina siempre en la misma conclusión: que lo político, las relaciones de
fuerzas entre las clases y las luchas por el dominio, pasan a ser lo decisivo para explicar
el desarrollo. A pesar de que en varios pasajes se hace referencia a la interacción entre
las instancias económica, social, política, la actuación política de los grupos es lo que
decide: “la actuación de las fuerzas, grupos e instituciones sociales pasa a ser decisiva
para el análisis del desarrollo” (p. 28). Más explícito aún, se sostiene que la política “es
el medio por el cual se posibilita la determinación económica” (p. 131).
La inversión con respecto a las tesis “clásicas” del llamado “determinismo económico”
es completa. No se trata de un análisis concreto, como sostiene Palma, sino abstracto,
porque aisló una variable –las estructuras de dominación y la política– a partir de la cual
quiso derivar toda la problemática del desarrollo. Aquí se encuentra la raíz del análisis
idealista en que termina esta perspectiva; una perspectiva que tiene su despliegue, como
hemos visto, en la trayectoria política posterior de Cardoso.
En lo anterior hemos visto que no es necesaria una teoría particular para estudiar
capitalismos dependientes como pueden ser actualmente los casos de Brasil, Argentina,
Corea del Sur. Se trata de países en lo esencial capitalistas, esto es, donde la relación
capital / trabajo ha pasado a ser la relación de producción generalizada. Son economías
sujetas a la dinámica de la ley del valor y la acumulación del capital; sólo que esa
dinámica está desplegándose en condiciones de atraso tecnológico relativo (lo que no es
sinónimo de estancamiento tecnológico) y de inferior poderío financiero, comercial y
productivo que los capitales de los países centrales. Es en este cuadro que hay que
plantearse, por lo tanto, el estudio. Por otra parte hemos discutido por qué es imposible
establecer una teoría general de las formas que asume la inserción de las economías
precapitalistas en el mercado mundial capitalista, y de su evolución. En este respecto el
estudio es en lo esencial histórico o, tal vez más precisamente, propio de los
historiadores económicos. Queda sin embargo el caso de las formaciones económico
sociales en que se articulan modos de producción precapitalistas con el modo de
producción capitalista, dominante. Esto es lo que preocupó a muchos teóricos de la
dependencia, y dio relieve a la idea de formación económica y social; no es casual que
este concepto se haya debatido extensamente en los sesenta y setenta.
Si bien es cierto que los teóricos de la corriente llamada de “la articulación de los
modos de producción” llegaron a pensar que las formas precapitalistas iban a
permanecer porque eran funcionales al capitalismo adelantado, hoy el planteo ha
perdido relevancia. Es que el capitalismo se ha expandido, y cada vez son menos los
lugares del planeta en que subsisten las formaciones precapitalistas en sentido estricto
(relaciones semi feudales / esclavistas). Lo que existe junto al capital es el modo de
producción simple de mercancías, o sea, propietarios privados que no emplean mano de
obra asalariada; o la emplean en niveles despreciables; y en particular, formaciones
campesinas, que están siendo crecientemente “acosadas” por la entrada del capital. El
estudio de la forma en que generan valor, y en que se articulan al capitalismo, no
demanda la elaboración de alguna teoría especial, que fuera peculiar a la situación de
dependencia. Algo similar ocurre con los ejércitos de desocupados. En los países
atrasados se generan grandes masas de desocupados a medida que avanza el
capitalismo, se arruinan los pequeños productores y las comunidades originarias; y en
que el lento ritmo de la acumulación del capital no permite compensar esto, absorbiendo
la población “sobrante”. Se trata de un fenómeno que recorre toda la historia del
desarrollo capitalista.
Por supuesto, las categorías del análisis en términos de valor no se pueden aplicar
plenamente a las articulaciones de modos de producción precapitalistas con el
capitalismo. En estas situaciones la ley del valor no rige plenamente. Por ejemplo,
porque no hay mercados desarrollados, o porque la mano de obra está semi liberada, y
subsisten formas de coerción política que inciden en la extracción del excedente. En
buena medida la CD expresó esta situación en sus trabajos. Pero entonces tampoco es
posible establecer una “ley general” para estas formaciones, porque a lo sumo se pueden
establecer algunos modelos explicativos de cómo funciona la generación de valor y
plusvalor (y su eventual transferencia de un sector a otro), dadas ciertas condiciones.
Son las situaciones que se han estudiado tradicionalmente en los debates sobre
intercambio desigual. Pero incluso la problemática actual sobre el intercambio desigual
se focaliza más y más en el caso de la competencia intra-rama, entre capitales que
trabajan con tecnología superior –generalmente en los países adelantados– y capitales
que trabajan con tecnología inferior –generalmente en los países atrasados capitalistas.
Lo interno y lo externo
Conclusión
Capítulo 6
La dependencia reformulada y fetichismo financiero, una
perspectiva crítica
Al finalizar el capítulo tres decíamos que a pesar de que la CD se desintegró, sus ideas
permanecieron, aunque adaptándose a nuevas problemáticas, especialmente derivadas
de las crisis de las deudas externas, en la década de 1980, y la globalización financiera.
Permaneció la idea de que los países atrasados son dependientes, y que “dependencia”
significa una relación de explotación de los países atrasados por parte de los países
imperialistas, o avanzados. Esta explotación se materializaba, según esta visión, en las
transferencias de plusvalía, posibilitadas por el intercambio desigual, las remesas de
utilidades de las empresas extranjeras, y principalmente ahora por el pago de las
deudas externas. Por otra parte, a la idea tradicional sobre que el “imperialismo” y el
“capital monopólico y financiero” eran los principales causantes del subdesarrollo y la
explotación de los países atrasados, se sumó la categoría del “neoliberalismo”. El
“neoliberalismo” sería el responsable del ataque a las condiciones de vida de los
trabajadores y los sectores populares que se desató en los ochenta, así como de la
ofensiva privatizadora y por la apertura de los mercados. De esta manera continuó el
desplazamiento de la contradicción de clase esencial en el modo de producción
capitalista. Los antagonismos esenciales estarían plasmados en las oposiciones del tipo
de “neoliberalismo / pueblos”; “finanzas / pueblos”; “capital financiero / países
oprimidos”, y similares. La estrategia política que se derivó se seguía articulando en
torno a la “liberación nacional” de los pueblos oprimidos contra el dominio del capital
financiero imperialista y el neoliberalismo. Si bien esta visión se combinó con avances
importantes en investigaciones marxistas sobre teoría del valor, y dinámica de la
acumulación capitalista y sus crisis, estos progresos no se plasmaron en una crítica
integral a las visiones dependentistas que, de hecho, siguen predominando cuando se
aborda la temática de los países atrasados. En este capítulo examinamos entonces esta
situación. Comenzamos con la presentación de la tesis dependentista renovada, referida
a la explotación de los países atrasados por capital financiero. En segundo lugar,
examinamos, desde una perspectiva marxiana, la tesis del dominio del capital dinerario
y las ideas sobre la naturaleza del sistema financiero, prevalecientes en la CD
reformulada.44
45
Entre 2005 y agosto de 2008 Venezuela prestó a Argentina US$ 7599 millones; debido a los intereses,
esto representó un aumento de US$ 9241 millones del monto de la deuda argentina. En 2005 los intereses
fueron, en promedio, del 8,5%; en 2006 del 8,1%; en 2007 del 9,6%; en la primera mitad de 2008 el
promedio fue de 13,9%, llegando al 14,8% en agosto. Muchos bancos venezolanos realizan buenos
negocios con la deuda argentina. Es que el gobierno de Venezuela vende una parte importante de los
bonos argentinos a bancos locales pagando en bolívares al tipo de cambio oficial. Luego los bancos los
venden en el mercado al dólar paralelo, que es mucho mayor que el oficial, y se quedan con la diferencia.
Quienes compran los bonos en el mercado, a su vez, lo hacen porque los utilizan para sacar divisas de
Venezuela.
operando sólo en Estados Unidos y buscando “nichos” rentables, es lógico que las
oportunidades de ganancias extraordinarias tiendan a reducirse, y los rendimientos se
alineen con los promedios. Es que los fondos invierten en empresas que están sometidas
a las mismas fuerzas económicas que influyen en las cotizaciones de los títulos que
cotizan en las bolsas de valores. A largo plazo, los precios de las acciones están
correlacionados con las ganancias de las empresas, esto es, con la valorización de los
capitales; lo que depende en última instancia de la realización de la plusvalía, y su
relación con el capital invertido. Por esta razón es equivocado sostener, como hace
Toussaint, que los hegde funds, de conjunto, pudieran crear alguna especie de “profecía
especulativa autorrealizadora”, (p. 411), que les permitiera obtener ganancias por el
simple hecho de ganar la confianza de los inversores. Es una realidad que los retornos
de los hedge funds están estrechamente correlacionados con el mercado de valores
(véase The Economist 24/05/08). Cuando caen los precios de los activos subyacentes,
los fondos especulativos de conjunto no pueden evitar las pérdidas.
La misma falta de fundamento en alguna concepción sobre la generación del valor y del
plusvalor se advierte en la idea de que desde hace treinta años los mercados financieros
crecen nutriéndose de las ganancias que los grandes grupos industriales no reinvierten
en la producción. Se trata de una explicación bastante popular en círculos de la
izquierda que, de alguna manera, tratan de mantener la tesis del estancamiento
permanente del sistema capitalista. Es que es bastante difícil congeniar la idea de la
“crisis crónica” del capitalismo, con el hecho de que la economía mundial ha crecido, en
los últimos 30 años, a un promedio superior al 3% anual acumulativo. Por eso los
defensores de la tesis “estancacionista” afirman que, “en el fondo”, no existe
crecimiento, porque la plusvalía no se reinvierte productivamente y se canaliza hacia las
finanzas. Aunque, por el otro lado, sostienen que el sistema capitalista crece gracias al
endeudamiento, y que si no existiera ese crédito la economía caería en la recesión,
debido a la sobreproducción, esto es, a la falta de ventas de los productos. Lo cual
implica admitir que los flujos que van a las finanzas de alguna manera vuelven a la
producción, para financiar ese crecimiento “parasitario”. Pero la sola enumeración de
los supuestos que se establecen desnuda la falta de lógica del planteo de conjunto. Es
que no hay forma de que los activos financieros crezcan a partir de la evicción constante
de plusvalía de la esfera de la producción. Para explicarlo con un ejemplo,
preguntémonos qué sucede con US$ 1000 que un capital productivo saca de su circuito
de valorización y lo coloca en los mercados financieros. ¿Cómo estos US$ 1000 pueden
rendir un interés, si no son “puestos a trabajar” de nuevo en la esfera productiva? No
hay manera. Sólo el fetichismo de las finanzas puede llevar a pensar que “el dinero da
dinero” por el simple arte de pasar de mano en mano en los mercados de capitales. Si
esos US$ 1000 han de dar interés, deberán invertirse bajo la forma de un préstamo
bancario, en la compra de un bono emitido por alguna empresa, o en cualquier otro
activo. Incluso si ese dinero se utiliza para adquirir un bono del Estado, los intereses que
rinda, así como la devolución del principal, deberán hacerse con plusvalía. Los ingresos
fiscales solo son parte de la plusvalía global que genera la clase trabajadora. Por lo tanto
no puede haber crecimiento del capital financiero durante décadas –esto es, no
hablamos de burbujas financieras más o menos coyunturales– sin que exista inversión
productiva, y por lo tanto sin que haya acumulación y desarrollo de las fuerzas
productivas. Por esta misma razón también se cae la tesis de que la economía mundial
sólo crece porque se sustenta en el endeudamiento. Los mecanismos de crédito son
esenciales para que se despliegue la acumulación del capital, pero a largo plazo no
pueden remediar la falta de realización del producto, esto es, las crisis de
sobreproducción. Si la venta de las mercancías no se realiza, no se pueden pagar los
intereses ni devolver los créditos, y el sector financiero entra en crisis.
46
Véase el reportaje a Blanca Rubio en el suplemento Cash de Página 12 (24/08/08).
especula. Pero esto no puede suceder desde el momento en que el que compra un futuro
está obligado a vender antes de que expire el contrato.
Por otra parte, afirmar que los países del Tercer Mundo están sometidos de conjunto
nada más que al atraso y la decadencia, como hace Toussaint y otros autores de la
dependencia reformulada, implica pasar por alto qué está sucediendo en India, China,
los otros países asiáticos del Pacífico, Brasil, y ahora Rusia. La suma de sus poblaciones
representa más del 70% de la población mundial. Sus economías crecen a tasas más
altas que las de los países avanzados. El crecimiento de la inversión en infraestructura
básica es revelador de la expansión de las fuerzas productivas que está teniendo lugar.
En total en 2008 estas economías gastarían US$ 1,2 billones en caminos, ferrocarriles,
electricidad, telecomunicaciones y otros proyectos, una suma equivalente al 6% de sus
PNB combinados, el doble de la ratio de inversión promedio de los países adelantados.
En China esta inversión es el 12% de su PNB; entre 2003 y 2008 este país invirtió, en
términos reales, más en infraestructura que en todo el siglo XX. Brasil lanzó un plan de
cuatro años, de US$ 300.000 millones para modernizar su red vial, plantas energéticas y
puertos. India se embarcó en un plan de cinco años que contempla gastar US$ 500.000
millones en proyectos de infraestructura (datos en The Economist 7/06/08). Se calcula
que más de la mitad de la inversión en infraestructura se realiza en los países
subdesarrollados.
Es necesario explicar entonces qué significan estos procesos, máxime teniendo en
cuenta que varios de estos países han sido receptores de enormes flujos de capitales
provenientes de las naciones desarrolladas. Por supuesto, se trata de un desarrollo
sustentado en altísimas tasas de explotación, y nivel tecnológico relativamente. Esto
genera problemas importantes referidos al deterioro de los términos de intercambio, por
ejemplo, que analizaremos más adelante en este libro. Sin embargo, de esta realidad no
hay forma de derivar, con algún fundamento científico, una nueva tesis estancacionista,
del tipo de la planteada por Toussaint.
De la misma manera no se puede sostener con alguna seriedad que los países atrasados
estén sometidos de forma permanente a crisis en sus balanzas de pagos, debido a que las
importaciones superan sistemáticamente a sus exportaciones. Examinaremos esta
cuestión más en detalle en el capítulo nueve, cuando presentemos la tesis de Shaikh
sobre tipo de cambio y comercio. Sin embargo señalemos aquí que si los países del Sur
padecieran déficits permanentes en sus cuentas corrientes –básicamente, en sus balanzas
comerciales– no habría manera de efectuar una transferencia en términos reales de
riqueza los países del Norte. Para que exista esa transferencia debe haber excedentes
genuinos. De lo contrario las deudas se pagan tomando más deuda, como sucedió, por
ejemplo, con Argentina en la década de los noventa. En ese período la balanza
comercial y de cuenta corriente argentina eran deficitarias. ¿Cómo se podía entonces
transferir divisas al exterior, para el pago de los intereses de la deuda? Sólo podía
efectuarse tomando más deuda, o incentivando la entrada de capitales. Pero por eso
mismo se fue a una crisis de la balanza de pagos –salida precipitada de capitales– lo que
provocó el estallido del régimen de convertibilidad de los noventa, y una aguda crisis
económica. El resultado fue que a partir de la devaluación del peso Argentina tuvo
fuertes superávits en su cuenta corriente, lo que permitió que se efectuara una
transferencia en términos reales. Algo similar sucedió con los países asiáticos, luego de
la crisis de 1997-1998. Desde entonces y durante los 10 años que siguieron, esos países
han acumulado enormes reservas. Más en general, en 2008 cuatro quintas partes de las
reservas mundiales en dólares no eran tenidas por los bancos centrales de los países del
G-7, sino por los bancos centrales de países atrasados, especialmente China y
productores de petróleo como Arabia Saudita.
La idea de que los países subdesarrollados están sometidos a una crisis crónica de sus
balanzas de pagos tampoco puede explicar que muchos de ellos se hayan convertido en
acreedores netos de gobiernos de países desarrollados. Ni puede dar cuenta del hecho de
que fondos estatales y bancos de Asia y Medio Oriente tomen participaciones en firmas
occidentales afectadas por crisis financieras. Según Morgan Stanley, sólo los fondos
soberanos de inversión invirtieron US$ 33.400 millones en activos financieros en
Europa y Estados Unidos desde enero de 2006 hasta fines de 2007.
Por otra parte, es necesario subrayar que no es cierto que las burguesías de los países
atrasados cobren meras “comisiones” por los pagos de las deudas externas. Por ejemplo,
muchos de los inversores en la deuda argentina son argentinos; a ellos les corresponde
una parte de la plusvalía generada en el país, como a cualquier otro inversor. Pero más
en general, la deuda externa no ha sido una “imposición” de los banqueros del Norte y
sus Estados a los países del Sur, como parece desprenderse del dependentismo
renovado. Cuando en los años 1970 los gobiernos del Sur tomaron deuda, quedó
especificado que las tasas serían variables. Si bien en ese momento las tasas estaban
bajas, los que tomaban los créditos eran conscientes de que podían subir. El
endeudamiento fue voluntario. No hubo una imposición de tipo colonial, esto es,
coerción extraeconómica, como sucedía en el período del imperialismo clásico. Más
aún, hubo países que desde el punto de vista de las categorías empleadas por Amin,
Mandel, Dos Santos y otros, eran “independientes”, como Polonia, Yugoslavia y otros,
en los que imperaban los regímenes stalinistas, que también se endeudaron fuertemente
por aquellos años. Polonia incluso fue al default en 1981, antes que México.
Por supuesto, se puede argumentar que en los países del Cono Sur de América Latina,
en Filipinas, Corea del Sur y en otros lugares había terribles dictaduras militares. Pero
también es un hecho que en su momento el endeudamiento fue saludado, por lo menos
en el caso de Argentina, como un hecho positivo por los sectores más significativos de
la clase dominante, como puede verse revisando los medios de la época. Además, en las
dos décadas anteriores los gobiernos argentinos venían endeudándose; y siguieron
haciéndolo durante los últimos 25 años de regímenes democráticos. Por caso, cuando el
gobierno de De la Rúa refinanció la deuda, en 2001, a tasas exorbitantes, de conjunto
los políticos más representativos, los grandes diarios, las cámaras empresarias,
saludaron la operación como un gran “éxito”. Se trató de manifestaciones espontáneas;
no fueron dictadas por el FMI o Washington.
La cuestión se ilumina más todavía si recordamos que el monto total de la deuda
argentina coincide, aproximadamente, con el monto de los fondos que giraron al
exterior capitales argentinos y amplios sectores de las clases medias acomodadas. Esto
se debe a que la deuda externa sirvió para financiar una gigantesca transferencia de
riqueza de la clase dominante nativa hacia los mercados financieros internacionales.
Toussaint señala la cuestión, pero no deriva de ella las necesarias consecuencias. Es que
esto demuestra que la burguesía argentina no está “sometida”, ni es “el país” el que es
“explotado” por los “banqueros y financistas del Norte”, sino que estamos ante negocios
que obedecen a la lógica de la valorización de los capitales, y de la conservación de esos
valores en los lugares que se consideran más seguros. Por supuesto, los casos varían
según países. Por ejemplo, referido a la deuda externa brasileña, Furtado (1985)
demuestra cómo lo central del endeudamiento entre 1974 y 1980 tuvo que ver con
graves errores de la política económica del gobierno y con los desequilibrios que
arrastraba la industrialización desde la época del “milagro”, en los sesenta. Pero lo
importante es que no se trata de extracciones del excedente que habiliten a aplicar la
noción de “explotación” del país. Por supuesto, tampoco hay algo que exija una teoría
“especial” sobre el capital financiero, o cosa parecida.
En lo que respecta al llamado “intercambio desigual”, se puede demostrar que, por lo
menos en lo que atañe al comercio intra-industria, ni siquiera existen transferencias de
valor desde las empresas que trabajan con tecnologías atrasadas, generalmente
instaladas en los países del “Tercer Mundo”, a las empresas que trabajan con
tecnologías adelantadas, generalmente ubicadas “en el Norte”. Como hemos discutido
en Valor…, y volvemos a tratar en el capítulo siete de este libro, las primeras
sencillamente producen menos valor que las segundas. La cuestión del deterioro de los
términos de intercambio también puede explicarse por generación diferenciada de valor;
adelantamos una hipótesis al respecto en el capítulo ocho. En ninguno de estos casos
existirían entonces las transferencias de excedentes que supone la tesis de la
dependencia reformulada. Esto implica, entre otras cosas, que las tasas de plusvalía –
esto es, los niveles de explotación– pueden ser incluso mayores en los países
adelantados que en los países atrasados, a pesar de que los salarios en los primeros sean
mucho más altos, en términos reales, que en los segundos. Una consecuencia que se
deriva de esta afirmación es que los trabajadores de los países adelantados no disponen
de mejor nivel de vida porque de alguna manera participen de la “explotación” de los
países atrasados, junto a sus capitalistas, sino porque viven y trabajan en espacios
nacionales con mayor desarrollo de las fuerzas productivas. Por lo tanto también es
equivocado afirmar que los países más industrializados toman cada vez más distancias
en cuanto poder económico porque explotan a los países más atrasados. Países como
Haití, Etiopía, Sudán, Bangla Desh, Ecuador, para citar algunos casos notables, generan
poco valor agregado (y plusvalor) en relación a la economía mundial por la simple
razón de que emplean poca tecnología, y atrasada; y poco trabajo complejo. Por lo tanto
es imposible que el crecimiento de Estados Unidos, Canadá o Alemania dependa del
plusvalor generado en estos países.
Agreguemos que en el caso de productos agrícolas puede haber apropiación, e
importante, de renta agraria por parte de las clases terratenientes de los países atrasados.
De acuerdo a la naturaleza de la renta –que tratamos en el capítulo 11– y en vista de los
desarrollos del capitalismo mundializado, es imposible sostener, con alguna seriedad,
que esto pueda significar transferencia de valor desde los países atrasados a los
adelantados. Sí existe súper-explotación por parte de los capitales de países adelantados
sobre los trabajadores de los países atrasados, cuando pagan a estos bajos salarios. Sin
embargo, en la misma situación están los capitales de los países atrasados con respecto a
los trabajadores de sus países. Así como también con respecto a los trabajadores de
otros países en los que tienen inversiones y pagan bajos salarios. Los capitales
argentinos que emplean mano de obra de Bolivia, los capitales chilenos que emplean
mano de obra de Argentina, los capitales chinos que emplean mano de obra de África,
los mexicanos que emplean mano de obra de Estados Unidos, no son “imperialistas”
con respecto a estos países. Simplemente obedecen a la misma lógica capitalista de
cualquier otro capital.
Lo anterior se vincula con el famoso efecto “sifón”, que planteaba Baran, que conecta
con la idea de Toussaint de que los países “del Tercer Mundo” son explotados “por el
Norte” por vía de las IED. Es cierto que en muchos países de bajo desarrollo capitalista,
durante décadas las potencias imperiales impusieron, mediante métodos coloniales,
condiciones leoninas de explotación de recursos, a través de las inversiones de capital.
Y después de la caída del régimen colonial se mantuvieron muchas situaciones
similares, favorecidas por intervenciones militares, maniobras de desestabilización
política y presiones de todo tipo sobre los países atrasados. La larga lista de agresiones
de Estados Unidos, Inglaterra, y otras potencias, a países de América Latina, Asia y
África, lo atestiguan.
Sin embargo, a medida que se desarrollaron capitalismos locales, con base en la
explotación de “sus” clases trabajadoras, las relaciones con los capitales de los países
adelantados tendieron a establecerse cada vez más en términos de negociaciones
económicas, propias de cualquier relación ínter-capitalista. Para ejemplificarlo con
Argentina, las condiciones de participación del capital extranjero en la explotación de
la clase obrera argentina están determinadas por el poder económico relativo, y no por
algún poder político o militar particular. Cuando los capitales locales se asocian con
capitales extranjeros para llevar adelante alguna empresa obtienen su tajada en las
ganancias según sus participaciones en el capital invertido, como sucede en cualquier
otro país capitalista. Los capitales argentinos salen al exterior y se colocan en
inversiones de cartera, u otras, compartiendo la suerte de otros capitales. Países como
Brasil o China reciben grandes flujos de IED, y a su vez corrientes de capital salen de
Brasil o China para invertirse en otros países. El hecho de que capitales brasileños o
chilenos hayan invertido fuertemente en Argentina no significa que Brasil o Chile sean
imperialistas con respecto a Argentina; o que Argentina sea explotada por Brasil o
Chile.
Por otra parte es necesario dar cuenta del crecimiento de las inversiones de empresas de
países subdesarrollados. Hacia 2006 la IED (incluyendo fusiones y adquisiciones) desde
los países atrasados había llegado a US$ 174.000 millones, el 14% del total mundial; la
participación de estos países en el stock total de la IED –es de US$ 1,3 billones–
alcanzaba el 13%. En 1990 los países subdesarrollados tenían sólo el 5% del flujo de
IED, y el 8% del stock (datos de The Economist 12/01/08). Es difícil explicar este
crecimiento con la perspectiva de la dependencia reformulada.
Naturalmente, en cada caso las tasas de plusvalía y de ganancia se establecen según las
leyes de la valorización y las condiciones de realización de los productos. Que existan
diferentes tasas de ganancia, y de plusvalía, tampoco implica que los países sean
explotados, sino simplemente que existen diferentes grados de explotación del trabajo.
Un criterio similar debería aplicarse al análisis de las privatizaciones. Éstas
respondieron a la lógica más general del capital, en una coyuntura en que luchaba por
recuperar su tasa de rentabilidad. Esto significaba que todas las fracciones de la
producción, y por lo tanto de los “servicios públicos”, debían someterse a las leyes del
mercado y de la valorización. Éste fue el sentido más profundo de las privatizaciones.
No es cierto, como pretenden algunos economistas, que esto se haya debido al triunfo
de un régimen de acumulación particular, que algunos llaman de “dominación
financiera” o “financiarización”, que consistiría en que todo capital se subordina a la
lógica de la especulación.47 Después de todo está en la esencia del capital el
subordinarse a la lógica de la valorización. Lo cual puede incluir la especulación con
sus reservas monetarias, durante algún tiempo. ¿O es que acaso se pretende que haya
habido algún período del capitalismo en que esto no haya sido así? Hablar de
valorización significa que todo capital busca acrecentar el valor en proceso, el dinero
que lanza a la circulación mediante la compra de medios de producción y fuerza de
trabajo. Las privatizaciones buscaron precisamente esto. Una empresa de agua, o de
electricidad, debía rendir y valorizar su capital exactamente igual que una que produjera
zapatos o heladeras. Para esto el capital debía imponerse al trabajo, desarmando
posiciones y resistencias sindicales. Que esto lo llevaran a cabo capitales locales o
extranjeros, o alguna combinación de ambos, no era lo más importante. Por otra parte,
que muchas empresas públicas fueran vendidas a un precio vil a inversores extranjeros,
no significa que “el país” en particular fuera explotado. En muchas licitaciones –está el
caso de Argentina– participaron capitales locales, junto a capitales extranjeros. Las
47
Véase, por ejemplo, De Souza Braga (1993).
acciones de las empresas privatizadas fueron adquiridas por inversores de todos los
colores. Y cuando algunas de esas empresas en Argentina pasaron de nuevo a manos del
Estado, no hubo ningún cambio significativo para los trabajadores en lo que hace a las
condiciones laborales o salariales, ni para los usuarios; ni cambio significativo en el
desarrollo de las fuerzas productivas.48
Por último, no parece correcto considerar que las transferencias de valor que obedecen a
la lógica de la valorización del capital impliquen que exista explotación entre regiones.
Cuando un capitalista “del Sur” envía fondos “al Norte”, no está participando de la
explotación “del Sur por el Norte”, de la misma manera que el Sur no explota al Norte
cuando un capitalista del Norte envía fondos al Sur. La observación se extiende a
cualquier otro flujo de transferencia de valor en el sistema mundial. El tema adquiere
significado a la vista del volumen e importancia relativa que han alcanzado algunos
flujos, como son las remesas de divisas que realizan los trabajadores inmigrantes hacia
sus pueblos de origen.
Capítulo 7
Tipo de cambio “de equilibrio” y deterioro en términos de
valor
El objetivo de este capítulo es volver sobre algunas cuestiones que hemos discutido en
el capítulo 11 de Valor, mercado mundial y globalización, referidas al tipo de cambio,
creación de valor e intercambio desigual. La idea básica que planteamos entonces es que
las empresas atrasadas tecnológicamente –generalmente ubicadas en países atrasados o
subdesarrollados– no generan más valor que las empresas adelantadas tecnológicamente
–generalmente ubicadas en los países adelantados–, a pesar de que emplean más horas
de trabajo en la producción de los bienes que venden en el mercado mundial (o en los
mercados de los países adelantados). Desde este punto de vista hemos afirmado que no
existe intercambio desigual, en el sentido que lo han entendido los marxistas desde que
Emmanuel publicara su clásico libro, esto es, transferencia de valor desde los países
atrasados a los países adelantados, por medio del mercado. Sostenemos que las
empresas –atrasadas tecnológicamente– de los países subdesarrollados emplean más
tiempo de trabajo, pero generan menos valor; y lo inverso sucede con las empresas –
adelantadas tecnológicamente– de los países adelantados. Antes de continuar
precisemos que empleamos la expresión “país subdesarrollado” no para significar que
un país esté bloqueado en su desarrollo capitalista; o que su estructura capitalista no se
rija según las leyes del valor y la valorización; ni que esté sometido a un proceso de
estancamiento o incluso retroceso de las fuerzas productivas, sino para designar países
que están en una situación de inferioridad tecnológica e industrial con respecto a los
países adelantados. Por eso también lo empleamos como sinónimo de “país atrasado”.
Por otra parte en ese mismo capítulo 11 de Valor… presentamos una explicación de por
qué los países atrasados tienden a tener una moneda devaluada, en términos reales, con
respecto a las monedas de los países adelantados. Éste es un fenómeno que en su
momento había explicado Balassa, en un famoso artículo de 1964, y Samuelson, en otro
trabajo del mismo año, desde un enfoque neoclásico. Desde entonces la depreciación
sistemática de las monedas de los países de menores ingresos parece comprobada. Así
por ejemplo, Summers y Heston (1991) afirman:
Lo que es mejor conocido de los resultados empíricos del Programa de Comparación
Internacional [ICP, siglas en inglés], es la documentación de las diferencias entre el tipo de
cambio de un país y su paridad de poder de compra. La versión fuerte de la doctrina de la
paridad de poder de compra casseliana sostiene que la tasa de cambio de equilibrio a la cual las
monedas de dos países se comerciarán estará determinada por los niveles de precios relativos de
los países. La evidencia es inequívoca para cada uno de los estudios que son puntos de referencia
del ICP, acerca de que esto no se cumple. No sólo las tasas de cambio difieren de manera
significativa de sus correspondientes paridades de poder de compra, sino que lo hacen de manera
sistemática: el nivel nacional de precios de un país, definido como la ratio de su paridad de poder
de compra con sus tasas de cambio es una función creciente de su nivel de ingreso o estadio de
desarrollo (p. 331).
Balassa y Samuelson explicaron esta situación a partir de los diferenciales de
productividad entre los sectores productores de bienes transables y bienes no transables,
utilizando la función de producción neoclásica y una ley de formación de precios por
mark up. La idea es que si los diferenciales de productividad entre los sectores de bienes
transables (en adelante, BT) y bienes no transables (BNT) en ambos países fueran
iguales, los tipos de cambio efectivos tenderían a establecerse en torno a la paridad de
poder de compra. Por supuesto, no se toman en cuenta cuestiones como imperfecciones
de mercados, costos de transportes y otros factores, ya que se procura explicar un
fenómeno que es sistemático.
En Valor… procuramos mostrar el porqué de este fenómeno desde la ley del valor
trabajo, esto es, no apelando a la función de producción neoclásica. Sin embargo en ese
desarrollo teórico no explicamos con la suficiente claridad que el resultado obtenido, a
saber, la depreciación sistemática, en términos reales, del tipo de cambio, opera en la
medida en que se registren diferenciales de productividad entre la producción de BT y
BNT, entre el país adelantado y subdesarrollado, tal como lo planteó Balassa. Esto es, si
los diferenciales de productividad fueran iguales, también desde la tesis del valor
trabajo el tipo de cambio competitivo (el tipo de cambio que permite exportar BT desde
el país tecnológicamente atrasado) coincidiría, teóricamente, con el tipo de cambio a
paridad de poder de compra, Eppc. Este resultado, que se presenta más abajo,
aparentemente coincide con las conclusiones de Balassa, y con los modelos neoclásicos
recientes del “tipo de cambio real de equilibrio”, o “natural” (en adelante TCRE). Éste
se define como el tipo de cambio real que es consistente en todos los períodos con el
equilibrio en el mercado de bienes y con el balance de la cuenta corriente (a veces se
utiliza como referencia el balance de la balanza de pagos). En la literatura moderna
neoclásica se sostiene que la evolución del TCRE depende de los términos de
intercambio, del crecimiento de la productividad en los sectores productores de BT y
BNT, de los cambios en las preferencias de los consumidores, la composición del gasto
público, la estructura de los impuestos aduaneros y de las entradas de capitales externos,
como las variables más importantes. En otras palabras, pareciera que si se llegara a un
tipo de cambio alrededor de Eppc, que a su vez garantizara la consistencia de la cuenta
corriente, se habría llegado a un equilibrio fundamental. Desde el punto de vista teórico
esto puede suceder si los diferenciales de productividad entre los sectores de BT y BNT
en los países adelantados y subdesarrollados son iguales. Se podría tener en este caso un
equilibrio (oferta = demanda) en el mercado interno, equilibrio en la cuenta corriente
(las exportaciones son competitivas) y tipo de cambio a paridad de poder de compra.
A pesar de que éste es sólo un supuesto teórico, es interesante examinarlo desde la
óptica de la ley del valor trabajo para demostrar que aún en el caso que se diera, no
existiría equilibrio en el sentido profundo del término. Por el contrario, seguiría
existiendo lo que vamos a denominar un deterioro en términos de valor de la relación
entre los espacios productivos del país adelantado y el país atrasado.
A fin de explicar las cuestiones que acabamos de adelantar, en primer lugar resumimos
lo esencial de la argumentación de Balassa. En segundo término abordamos la cuestión
desde la teoría del valor trabajo, bajo el supuesto de iguales diferenciales de
productividad entre sectores BT y BNT, con precios directamente proporcionales a los
valores, para poner en evidencia el “desequilibrio” fundamental en términos de tiempos
de trabajo, al que hicimos referencia. En tercer lugar planteamos las razones para
mantener sin embargo la hipótesis de que en la práctica se registran distintos
diferenciales de productividad entre los sectores, y que esto explica por qué se da el
fenómeno de la depreciación en términos reales de las monedas de los países
subdesarrollados.
El modelo de Balassa
Consideramos ahora el problema desde la teoría del valor trabajo. Para ver el tema en su
esencia, consideremos que los precios son proporcionales a los tiempos de trabajo
empleados. Suponemos que A es el país adelantado, y que B es el país atrasado.
Suponemos que en cada uno de ellos se producen dos bienes; un bien de consumo, Q c,
transable; y un bien de servicio, Qv, no transable. Suponemos también que en A se
produce un bien de producción de alta tecnología, Qp, necesario para que funcione la
economía de B.50 Suponemos también que los diferenciales de productividad en la
producción de ambos bienes en los dos países son iguales. Así, en A los capitales son 4
veces más productivos en la producción de ambos bienes que en B; en el modelo una
hora de tiempo de trabajo en A se expresa en $a 5, y que una hora de tiempo de trabajo
en B se expresa en $b 10. Suponemos que:
Producción en A:
Tiempo de trabajo empleado en Qc = 2 horas; precio de Qc = $a 10
Tiempo de trabajo empleado en Qs = 1 hora; precio de Qs = $a 5
Tiempo de trabajo empleado en Qp = 5 horas; precio de Qp = $a 25
Producción en B:
Tiempo de trabajo empleado en Qc = 8 horas; precio de Qc = $b 80
Tiempo de trabajo empleado en Qs = 4 horas; precio de Qs = $a 40
Si calculamos ahora la Eppc obtenemos: 51
Eppc = precio de la canasta en B / precio de la canasta en A
Eppc = $b 120 / $a 15; por lo tanto = $b 8/$a
A este nivel de tipo de cambio Qc producido en B puede ser vendido en A (dejamos de
lado los costos de transporte). Esto es, el tipo de cambio “competitivo” coincide con el
tipo de cambio a paridad de poder de compra, Eppc. El resultado es lógico porque hemos
supuesto que los diferenciales de tiempos de trabajo entre ambos sectores son iguales. O
sea, Eppc es proporcional a la ratio de la suma de los tiempos de trabajo empleados en Qc
y Qs en B y en A (recuérdese que los precios son proporcionales a los tiempos de
trabajo). Si en cambio la diferencia entre el tiempo de trabajo empleado en la
producción de Qc en B y el tiempo de trabajo empleado en su producción en A es mayor
que la diferencia entre el tiempo de trabajo empleado en la producción de Qs en B y el
empleado en A, el tipo de cambio competitivo es mayor que el tipo de cambio a paridad
50
En Valor… supusimos también la producción de un bien Qr, medio de producción, que se produce en
ambos países, pero en B es de menor tecnología; esto justifica que la productividad general en B sea
menor que en A. En aras de la simplificación, ahora suponemos directamente que el espacio de valor de B
es menos productivo que A.
51
Ahora el tipo de cambio se expresa, como se hace habitualmente, en cantidad de moneda del país
atrasado por unidad monetaria del país adelantado; o sea, si se trata de Argentina y Estados Unidos, será
$/US$.
de poder de compra, Eppc. Este último es el resultado que habíamos presentado en
nuestro libro, y es el que más se acerca a la realidad.
Sin embargo lo interesante es discutir que aun en el caso en que el tipo de cambio
competitivo sea igual al tipo de cambio de paridad de poder de compra, no existe
equilibrio en un sentido profundo, desde la perspectiva del valor trabajo. Es que la hora
de trabajo de B genera un valor equivalente a sólo dos horas de trabajo de A. Por lo
tanto si B debe importar el medio de producción Qp de A, y para eso necesita exportar
Qc a A, deberá emplear más tiempo de trabajo contra menos tiempo de trabajo.
Para verlo, supongamos que el total de tiempo disponible en A y B sea de 1200 horas de
trabajo.
Lo anterior demuestra que plantear que existe un “equilibrio” entre los países porque el
tipo de cambio se ubique a PPC, y porque la balanza comercial está equilibrada, es un
grave error. El país subdesarrollado B necesariamente tendrá un valor de su fuerza de
trabajo menor que el país adelantado A, en términos reales, debido al atraso de las
fuerzas productivas. Si supusiéramos una tasa de plusvalía en ambos países del 100%,
esto es, que el tiempo de trabajo se divide por igual entre trabajo necesario para
reproducir el valor de la fuerza de trabajo, y plustrabajo, y suponiendo que la mitad del
salario se gaste en cada uno de los bienes Qc y Qs, cada trabajador de B obtendrá por
jornada de trabajo ¼ de unidad de Qc y ½ de unidad de Qs. En cambio cada trabajador
de A obtendrá, lógicamente, cuatro veces más Qc y Qs, esto es, dos y cuatro unidades
respectivamente. Por otra parte, como hemos explicado en Valor… estos diferenciales
de productividad están en la base de las plusvalías extraordinarias que genera el trabajo
“potenciado” que surge de la aplicación de tecnologías superiores a las modales en la
competencia en el mercado mundial.
La cuestión también se puede ver desde el punto de vista de la teoría del equivalente de
Marx. Como se explica en El Capital (cap. 3 t. 1) el dinero no tiene precio, pero su
valor se expresa en la serie de todas las mercancías a las cuales sirve para la expresión
del valor general. Recordemos también que “el dinero es la forma de manifestación
necesaria de la medida del valor inmanente a las mercancías: el tiempo de trabajo”
(Marx, 1999, t. 1, p. 115).
Ahora bien, cuando consideramos el tipo de cambio, se puede decir que el dinero tiene
un precio, expresado en el equivalente del país (o el equivalente que funciona a nivel de
dinero mundial) con el que se compara. Pero la paridad formal que se puede establecer
en este precio, esto es, la existencia de un tipo de cambio a PPC no deja de esconder la
desigualdad de contenido de los tiempos de trabajo que expresan cada uno de los
equivalentes.
Efectivamente, en tanto $a 5 = 1 hora de trabajo socialmente necesario de A = ½ Q c o 1
Qs, sucede que $b 10 = 1 hora de trabajo socialmente necesario de B = 1/8 Q c o 1/4 Qs.
Rigiendo Eppc, $a 5 equivalen a 4 horas de tiempo de trabajo de B. La magnitud de valor
del dinero de A por lo tanto es muy superior a la magnitud de valor del dinero de B, a
pesar de que el precio del dinero de B se ubique a PPC. Es esta cuestión, esencial, la
que no se puede advertir en la explicación neoclásica tradicional sobre las
“desviaciones” con respecto al tipo de cambio que se consideraría de equilibrio. Ni la
que se advierte en las presentaciones habituales del tipo de cambio real. Es que si q = 1,
significa que la canasta de bienes producidos en B se intercambia por la misma canasta
de bienes producidos en A. Aparentemente estaríamos en equilibrio. Sin embargo,
medidas en tiempos de trabajo las canastas no son equivalentes, como hemos visto. No
hay equilibrio; insistimos, aunque en este “equilibrio” esté considerado también el
equilibrio en la balanza comercial.
La cuestión tiene entonces implicancias para el desarrollo a largo plazo de los países. En
la medida en que las producciones de valor son diferenciadas, los países desarrollados
tendrán más y más oportunidades de incrementar de manera acumulativa sus
diferencias, ya que sus trabajos actúan como trabajos potenciados. La cuestión aún se
hace más aguda si hacemos entrar en el esquema el trabajo complejo. En la medida en
que aumenta el trabajo dedicado a investigación y desarrollo, aumenta el diferencial de
generación de valor entre los países que basan su producción en el trabajo simple, con
respecto a los que ponen el acento en el desarrollo de trabajo complejo. Los espacios de
valor adelantados tecnológicamente generan por lo tanto plusvalías extraordinarias, y
además agregan más valor por la intervención del trabajo complejo. Esto permitiría
entender por qué países con empresas de alta tecnología pueden sostener sus
exportaciones aun cuando sus monedas experimenten importantes revaluaciones. Un
ejemplo lo encontramos en las exportaciones europeas. Como señala The Economist
(5/4/08) las exportaciones europeas se mostraron relativamente insensibles a la
apreciación del euro de comienzos del siglo XXI. Esto se debe a que aproximadamente
la mitad de las exportaciones a países fuera de Europa son medios de producción o
bienes de consumo durable de alta tecnología, y los compradores no encuentran
fácilmente alternativas de la misma calidad. De manera que a pesar de la suba del euro,
la demanda de productos de exportación se mantuvo alta, especialmente en Alemania,
donde los productos de alta tecnología constituyen una parte importante de las ventas.
Todas estas cuestiones surgen entonces con claridad en cuanto se abordan los tipos de
cambio desde la perspectiva de la ley del valor trabajo, y la teoría del dinero de Marx.
El desarrollo que hemos presentado busca llamar la atención entonces sobre el deterioro
en términos de valor que se produce entre países desarrollados y subdesarrollados, aun
cuando los tipos de cambio se determinen según PPC. Sin embargo hemos visto que la
mayoría de los países subdesarrollados tienen una moneda depreciada con respecto a la
PPC. Esto sucede porque en el IPC entra el rubro “servicios” (educación, transporte,
salud, recreación) cuya productividad puede ser más baja que en un país adelantado,
pero no tanto como la diferencia que existe en la productividad de bienes
manufacturados. En la medida en que se den estos diferenciales, el Eppc será más bajo
que el E que permite la venta competitiva de productos del país subdesarrollado en el
mercado mundial. Las exigencias de la concurrencia de los capitales atrasados en el
mercado mundial también fuerzan a las devaluaciones en términos reales de las
monedas. Esta determinación estructural del tipo de cambio se explica entonces a partir
de uno de los elementos contenidos en el modelo Balassa Samuelson. Pero no supone,
por supuesto, la función de producción neoclásica; no supone tampoco que las
tecnologías sean “recetas transferibles”, ni que los “factores” capital y trabajo puedan
combinarse en cualquier proporción. Tampoco supone, como lo hace el marco
neoclásico, que la rentabilidad de los capitales se iguale a la tasa de interés vigente en el
mercado mundial; ni supone que los precios se formen según una regla de mark up, que
jamás se explica teóricamente.
Obsérvese que incluso desde la teoría neoclásica se han señalado las limitaciones del
modelo de Balassa, a pesar de que se trata del más referenciado a la hora de explicar las
diferencias sistemáticas de los tipos de cambio con respecto a las PPC. Como admiten
Froot y Rogoff (1996) el modelo no puede explicar la persistencia a largo plazo de los
diferenciales sistemáticos de los tipos de cambio de los países subdesarrollados con
respecto a las paridades de poder de compra. Es que aunque la tecnología pueda diferir
entre países, el libre flujo de ideas, junto al flujo de capital físico y humano, debería
producir una tendencia a largo plazo hacia la convergencia de los ingresos. En ese caso
parece no haber explicación para la persistencia del fenómeno observado. En cambio,
desde la teoría del valor trabajo puede darse una explicación consistente. En nuestra
explicación se da lugar a plusvalías (y ganancias) extraordinarias; la competencia es
intra industria y opera en el caso de los bienes estandarizados a través de guerras de
precios (y mejoras tecnológicas del producto); y los precios se rigen según la ley del
valor trabajo, mediada por el hecho que las mercancías son un producto del capital, esto
es, las tasas de ganancia entre ramas tienden a igualarse. En este marco teórico se ha
demostrado que, aun con tipos de cambio a PPC, existe un “desequilibrio” en términos
de valor sustancial.
Por otra parte, se evidencia también que no existe “explotación” del país
subdesarrollado por el país adelantado, ya que no hay lugar a transferencias de valor. En
cuanto se incorpora al modelo el capital y la plusvalía, se hace evidente que la
explotación es sobre el trabajo, sea del país adelantado o atrasado; conclusión política
central que hemos desarrollado en Valor... que enlaza con la cuestión de la
globalización del capital.
Capítulo 8
Deterioro de los términos de intercambio: análisis desde la
teoría del valor trabajo
La hipótesis de Prebisch-Singer sobre el deterioro de los términos de intercambio,
formulada a comienzos de los años cincuenta, ha estado en el centro de muchos debates
sobre el subdesarrollo y el atraso de los países de la periferia. El objetivo de este
capítulo es examinarla desde el punto de vista de la teoría del valor trabajo, y presentar
una explicación alternativa, basada en la teoría del valor trabajo de Marx. Lo que sigue
se ordena de la siguiente forma. En primer lugar, resumimos el argumento de Raúl
Prebisch. En segundo término presentamos la evidencia empírica –tomada de
investigadores de la CEPAL– que demuestra la importancia del deterioro de los
términos de intercambio a lo largo del siglo 20. En tercer lugar explicamos por qué,
desde el punto de vista de la teoría del valor trabajo, la explicación tradicional de la
CEPAL no parece satisfactoria. Y en cuarto lugar ofrecemos una explicación alternativa
desde la perspectiva de la teoría del valor trabajo y la formación de precios de
producción “a lo Marx”, que pone el énfasis en la distinción entre trabajo simple y
complejo en el mercado mundial. Por último, presentamos algunas conclusiones.
La hipótesis de Prebisch
La hipótesis de Prebisch procura explicar por qué, a partir de los años 1876-1880 se
produjo un deterioro progresivo de la relación entre los precios de los productos
primarios y los artículos finales de la industria, esto es, un deterioro de los términos de
intercambio de los bienes primarios. Según las estadísticas de las Naciones Unidas que
citaba Prebisch en su artículo originario (véase Prebisch, 1986), esa relación había
pasado de un índice 100 en 1876-1880, a un índice 68,7 en 1946-1947, y el problema
era explicar por qué sucedía esto cuando, según los aumentos de la productividad
experimentados en la industria, debería haber ocurrido lo contrario. Es que –como
señalaba Prebisch– el aumento de la productividad había sido, durante ese período, más
pronunciado en la industria que en la producción primaria de los países de la periferia;
por lo tanto, en teoría, los precios de los productos industriales deberían haber
descendido en relación a los productos primarios.
Prebisch presenta entonces dos razones que serían concurrentes para que se diera el
deterioro de los términos de intercambio de los productos primarios. La primera tenía
que ver con la formación de precios, en particular con los ingresos de los empresarios y
los salarios. Básicamente la tesis dice que en los países industriales las ganancias y
salarios crecen más de lo que crece la productividad; y que en la periferia sucede lo
inverso. Un ejemplo numérico ilustra el argumento. Supongamos que en el país
industrial la productividad aumenta de un índice 100 a 160. Por lo tanto el costo baja:
100 ÷ 1,6 = 62,5.
Sin embargo si los ingresos (ganancias y salarios) se incrementan de un índice 100 a
180, el precio final es:
62,5 × 1,8 = 112,5
Supongamos ahora que en el país que produce productos primarios la productividad
aumenta de 100 a 120; el costo baja
100 ÷ 1,2 = 83,3
Pero si los ingresos (ganancias y salarios) se incrementan de 100 a 120, el precio final
es:
83,3 × 1,2 = 99,9
Por lo tanto la relación de precios productos industriales/ precios productos primarios ha
pasado de 1:1 a 1,125:1.
Prebisch explicaba esta diferencia por los diferentes poderes de negociación salarial en
el centro y la periferia a través de los movimientos cíclicos de las economías. Es que
durante las fases ascendentes del ciclo en los países centrales aumentaban los
beneficios, pero a medida que seguía creciendo la economía una parte de los beneficios
se transformaban en aumentos de salarios, debido a la competencia entre los
empresarios y el poder de los sindicatos. Luego, en la fase descendente del ciclo
económico, el beneficio se reducía, pero no los salarios, debido a la resistencia sindical.
En cambio en la periferia las masas obreras estaban desorganizadas, de manera que no
podían conseguir salarios comparables con los salarios de los países centrales, ni
mantenerlos. De manera que en la periferia, durante las fases descendentes del ciclo
económico, salarios y beneficios caían de manera más fácil. Por este motivo Prebsich
pensaba que la industrialización en la periferia, al aumentar la productividad, haría subir
los salarios y elevaría relativamente el precio de los productos primarios
El segundo argumento de Prebisch se refiere a la disparidad con que tienden a crecer las
exportaciones primarias en comparación con las importaciones de bienes industriales en
los países en desarrollo, y está desarrollado de manera más clara en textos posteriores al
de 1950. En su informe a la conferencia inaugural de la UNCTAD de 1964, explica que
“[m]ientras las primeras se desenvuelven por lo general con relativa lentitud, salvo
excepciones, la demanda de importaciones industriales tiende a crecer con celeridad…”
(Prebisch, 1979, p. 21). Prebisch atribuía esto, por un lado al progreso técnico, ya que se
reemplazaban cada vez más productos naturales por sintéticos, por lo cual disminuía el
contenido de los productos primarios en los bienes finales. Y por otra parte a la menor
elasticidad ingreso de los bienes primarios; esto es, cuando el ingreso aumenta, la
demanda de los bienes primarios también aumenta, pero a una tasa menor. A estos
problemas se sumaban –mediados de los años sesenta– el aumento de la producción
agrícola de los países industriales, donde la agricultura se tecnificaba rápidamente.
Debido a esto los países en desarrollo ya no eran los únicos que exportaban bienes
agrícolas, y los excedentes presionaban a la baja los precios.
Por otra parte, a pesar de que el proteccionismo y las subvenciones de los países
desarrollados profundizaban el deterioro de los términos de intercambio, Prebisch
pensaba que aunque se eliminara el proteccionismo la tendencia no se eliminaría,
porque obedecía a factores más profundos. Es que al crecer lentamente la demanda de
productos primarios, sólo podía absorberse una proporción decreciente del incremento
de la población de los países en desarrollo para la producción de estos bienes; esta
absorción además disminuía por el progreso técnico. Por lo tanto había una amplia
población excedente –que no era absorbida con rapidez por la industria y los servicios–
que presionaba a la baja los salarios en los países en desarrollo. De manera que los
salarios no aumentaban en relación directa al avance del progreso técnico. En cambio,
en los países desarrollados había escasez relativa de mano de obra y fuerte organización
sindical, por lo cual los salarios aumentaban conforme a los aumentos de la
productividad.
Es importante destacar, para lo que vamos a discutir luego, que el argumento hoy lo
extienden los autores de la CEPAL a la relación entre las ramas innovadoras y
dinámicas y las que producen bienes manufacturados maduros. Los países
desarrollados, se sostiene, tienden a concentrar las ramas de producción más dinámicas
a nivel mundial, ya que el cambio técnico se origina en el centro. Los bienes que
producen estas ramas gozan de una elasticidad ingreso superior a las ramas
manufactureras en su etapa madura, lo cual se refleja en una divergencia en los ritmos
de crecimiento y/o la aparición de problemas en las balanzas de pago de los países en
desarrollo; o sea, en una brecha creciente de ingresos y estrangulamientos externos
(véase Ocampo, 2001).
A la vista del aumento de los precios de las materias primas que se ha registrado desde
inicios de los años 2000 a 2008, autores neoclásicos ortodoxos se apresuraron a
proclamar –no sin cierto aire de burla– el quiebre de la hipótesis de Prebisch del
deterioro de los términos de intercambio.52 Según estos economistas, esto demostraría lo
errado del programa de industrialización de la CEPAL para América Latina; y, por
supuesto, lo acertado de los programas neoliberales recomendados por ellos mismos, los
organismos internacionales y los centros del establishment académico. La hipótesis del
deterioro de los términos de intercambio habría sido un gran cuento, sin sustento en la
realidad de la economía mundial. Pero, curiosamente, estos economistas no se
preocupan de refutar la evidencia empírica.
52
De acuerdo a CEPAL (2007-2008), los términos de intercambio, en 2008, para América Latina, eran
45% superiores a los promedios de la década de 1990; para América del Sur la mejora era del 69%.
En primer lugar, los datos que el propio Prebisch citaba en su artículo de 1950,
mostraban una tendencia que abarcaba unas seis décadas. Pero en segundo término, y
más importante, es que los estudios sobre los movimientos de precios de largo plazo
confirman que el deterioro de los términos de intercambio siguió ocurriendo a lo largo
del siglo 20. Al respecto Ocampo y Parra (2003) resumen la evidencia empírica, y los
datos parecen ser contundentes. Los autores toman 24 series de precios de productos,
que comprenden seis metales (aluminio, cobre, estaño, plomo, plata y zinc); siete
materias primas no alimentarias (aceite de palma, algodón, caucho, cuero, lana, madera
y yute); siete alimentos (arroz, azúcar, banano, carne de cordero, carne de res, maíz y
trigo); tres bebidas (cacao, café y té) y tabaco. Además toman siete índices que fueron
elaborados originariamente para el período 1900-1986, y luego actualizados hasta 2000.
También utilizan el índice de precios de productos básicos de The Economist entre 1880
y 1999. Ocampo y Parra demuestran entonces que en el siglo 20 hubo un marcado
deterioro de los términos de intercambio, con una caída de largo plazo de los índices
agregados de precios relativos cercana al 1% anual, promedio. En su conjunto, al año
2000, las materias primas habían perdido entre el 50 y 60% del valor relativo que tenían
frente a las manufacturas hasta la década de 1920; los únicos productos que habían
mejorado sus precios relativos eran carne de res, madera y tabaco. Otros autores, citados
por Ocampo y Parra, encontraron una tendencia a la disminución acumulada de un 75%
durante unos 140 años, con una caída anual promedio de 1,31%. Y el índice acumulado
de The Economist para productos básicos entre 1900-1904 y 1996-2000 presenta una
caída del 60,1%.
Ocampo y Parra también plantean la cuestión de si el movimiento fue continuo o más
bien escalonado, esto es, con escalones que alteraron el nivel de precios de manera
permanente. Los autores se inclinan, a la vista de los datos, por esta última tesis.
Aunque no lo pueden establecer con total rigor econométrico, los resultados y la propia
historia económica les permiten concluir que los mayores cambios se concretaron en
torno a 1920 y 1980. Esto sugiere, según los autores, que fueron un efecto rezagado de
las grandes desaceleraciones experimentadas por la economía mundial a partir de la
Primera Guerra y de la crisis económica de inicios de los setenta. El índice de The
Economist, de todas maneras, muestra más una tendencia continua, ya que se registra
una fuerte caída, del 20%, en la década de los veinte, y luego una tendencia negativa
más o menos continua entre 1922 y 1979 de aproximadamente el 1% anual.
En cualquiera de los casos, y para lo que nos interesa aquí, parece no haber dudas de
que existió una tendencia secular, esto es, de largo plazo, de deterioro de los términos
de intercambio. Ocampo y Parra hacen énfasis en el movimiento escalonado, otros
estudios subrayan que el movimiento fue más continuo, pero lo importante es la
tendencia de largo plazo. Además el problema sigue siendo relevante para los estudios
sobre el desarrollo; según la UNCTAD, 80 de los 147 países que se consideran “en
desarrollo” dependen en más de un 50% de las materias primas en sus exportaciones.
No hay por lo tanto razones para desechar tan rápida y alegremente la cuestión del
deterioro de los términos de intercambio, como hace hoy una parte de la ortodoxia
neoclásica.53 En primer lugar, porque todavía es pronto para saber si estamos ante un
cambio de tendencia de largo plazo en los precios relativos. Pero en segundo término, y
más importante, porque aun en el caso que estuviéramos ante un cambio de tendencia
secular, hay que preguntarse por qué se registra un deterioro de los términos de
intercambio a lo largo de, por lo menos, un siglo. ¿Desde qué teoría se explica este
movimiento de largo plazo? Si se responde a esta pregunta se puede también empezar a
indagar si existen razones para que se haya producido ahora un cambio de tendencia. A
53
El suplemento económico de Página 12 del 22/04/06 registra el debate.
lo anterior se agrega el problema de explicar por qué muchos productos manufacturados
también están experimentando un constante deterioro de sus términos de intercambio.
Es lo que sucede desde hace años con textiles y confecciones, juguetes, industria
electrónica, acero y otros productos “maduros”.
54
O sea, no postula la existencia de monopolio; los precios se establecen “a lo Marx”, esto es, son precios
de producción.
diferencias crecientes entre el trabajo complejo y el trabajo simple, a medida que avanza
la investigación y el desarrollo de nuevas tecnologías en los capitalismos avanzados.
La idea de trabajo simple y complejo se relaciona con las diferencias en la preparación
de la fuerza de trabajo, y las consiguientes diferencias en la generación de valor de los
respectivos trabajos. El trabajo medio simple es el que resulta del gasto de una fuerza de
trabajo que, “término medio, todo hombre común, sin necesidad de un desarrollo
especial, posee en su organismo corporal” (Marx, 1999, t. 1, p. 54). Esto es, se puede
considerar trabajo simple el trabajo de un operador de máquina o de un ensamblador de
línea de montaje, trabajos que por lo general demandan poco tiempo de entrenamiento
para que se llegue a los estándares de productividad medios. Por ejemplo en empresas
de montaje o líneas de máquinas herramienta los operarios recién incorporados pueden
demorar dos semanas, a lo sumo, para alcanzar el nivel de productividad media de sus
compañeros. Variando según los países y los entornos o épocas culturales, el carácter de
este trabajo medio simple, como señala Marx, está dado para una sociedad determinada.
A su vez el trabajo complejo es que el exige una mayor preparación de la fuerza de
trabajo, y por lo tanto opera como trabajo simple potenciado “o más bien multiplicado,
de suerte que una pequeña cantidad de trabajo complejo equivale a una cantidad mayor
de trabajo simple” (Marx, 1999, t. 1 pp. 54-55).
A igual que sucede cuando una empresa incorpora una tecnología más productiva que la
tecnología empleada por las empresas modales de su rama, y por lo tanto cada unidad
de trabajo genera más valor que el resto de la rama –o sea, también es trabajo
potenciado–, cuando en una rama o empresa se emplean, en promedio, más unidades de
fuerza de trabajo calificado, se genera más valor por unidad de tiempo que en las ramas
o empresas que emplean, en promedio, más unidades de fuerza de trabajo simple. Es
también similar al caso en que en una empresa se intensifica el trabajo con respecto al
promedio reinante en el resto de la industria. Como explica Marx, si la intensificación
del trabajo ocurre sólo en determinadas esferas, “entonces equivale a más trabajo
complejo, a trabajo simple elevado a una potencia mayor” (Marx, 1975, t. 3, p. 252).
En este respecto las diferencias salariales, en tanto reflejan las diferencias en los gastos
de preparación de la fuerza de trabajo, pueden brindar una aproximación a las diferentes
potencialidades de los trabajos como generadores de valor. Una cuestión que Marx
rescata de Ricardo:
Ricardo mostró que este hecho no impide la medición de las mercancías por el tiempo de trabajo,
si está dada la relación entre trabajo no especializado y el especializado. Ello corresponde a las
definiciones de los salarios. Y en último análisis puede reducirse a los distintos valores de la
propia fuerza de trabajo, es decir, a sus costos de producción variables (determinados por el
tiempo de trabajo) (Marx, 1975, t. 3 p. 137).
Por lo tanto las empresas o ramas que emplean en alta proporción trabajo calificado, o
sea, dedicado a la elaboración de productos que requieren alta formación en habilidades
–diseñadores, matriceros, ingenieros, técnicos– y bienes de producción que a su vez son
el resultado de una alta acumulación de capital y del empleo a través de generaciones de
estas formas de trabajo complejo, pueden generar más valor, en relación a las empresas
o ramas que emplean predominantemente trabajo simple. Y esta diferencia puede ser
creciente. Si los países desarrollados concentran cada vez más este tipo de producción,
si en las cadenas internacionales de valor los países subdesarrollados se concentran en
los trabajos simples –sea en la producción de bienes primarios o de bienes industriales–
las diferencias de precios pueden ser también crecientes. Esto sucede como
consecuencia de la ley económica, no por relaciones de fuerza a nivel de los sindicatos.
En este punto, insistimos, nuestra explicación se aparta no sólo de la de Prebisch y otros
autores cepalianos, más o menos influenciados por el keynesianismo de posguerra, sino
también de la de los marxistas que adhirieron a la tesis de la formación de precios por
monopolio. La hipótesis que presentamos se basa exclusivamente en la teoría de Marx
formación de precios de producción, a partir del impulso a la igualación de las tasas de
ganancia.
Para ver el tema, vamos a suponer una economía mundial formada por sólo dos ramas,
la A ubicada en el país adelantado, que emplea crecientes unidades de trabajo complejo,
para hacer un producto X. La rama B está ubicada en el país subdesarrollado, emplea
unidades de trabajo simple, para hacer un producto Y estandarizado, que insume
siempre las mismas unidades de trabajo simple. No incluimos por lo tanto innovación
de procesos que puedan hacer variar los tiempos de trabajo empleados en la producción
de X o Y; incorporar este supuesto no alteraría las conclusiones del planteo.55
Suponemos entonces que existe una tasa media de ganancia. Puede suponerse que las
empresas que producen Y en B son capitales transnacionales, que pueden invertir
libremente en A para producir X. Empezamos suponiendo que en el primer ciclo cada
unidad de trabajo complejo en A se paga US$ 10, y cada unidad genera US$ 10 dólares
de plusvalía; se emplean dos unidades de trabajo por cada producto X. En B por cada
unidad de trabajo simple se paga US$ 5 y genera US$ 5 de plusvalía; se emplean
también dos unidades de trabajo por cada producto Y. Nótese que hacemos el supuesto
que las tasas de plusvalía son iguales en ambas ramas; y que las unidades de trabajo
simple reciben el mismo salario en ambos países, US $ 5. O sea, la diferencia salarial
entre los trabajadores de A y B en este ejemplo se debe sólo a las diferencias entre
trabajo complejo y simple; cada unidad de trabajo en A equivale a dos unidades de
trabajo en B.
A partir de aquí la diferencia inicial se amplía; en el siguiente ciclo cada unidad de
trabajo complejo que produce X equivale a tres unidades de trabajo simple que produce
Y; y en el siguiente ciclo a cuatro unidades. Remarcamos que la tasa de plusvalía no se
modifica, y tampoco los outputs respectivos, desde el punto de vista cuantitativo. En A
se producen en los sucesivos ciclos seis unidades de X, y en B 100 unidades de Y. Por lo
tanto, obtenemos:56
Primer ciclo
Segundo ciclo
55
Este caso lo hemos tratado en Astarita (2006).
56
En el Apéndice de este capítulo se presenta una explicación sencilla del precio de producción.
Rama Generación de valor Precio producción
individual
A 90c + 30v + 30s = 150 23,64
Output = 6
B 90c + 10v + 10s = 110 1,182
Output = 100
Tercer ciclo
En el tercer ciclo la relación de intercambio a pasado a 21,67 bienes Y por cada bien X.
A medida que aumenta la diferencia entre trabajo complejo y simple, se produce el
deterioro de los términos de intercambio. Naturalmente, a partir de este esquema se
pueden introducir otros supuestos, que hacen el esquema más cercano a lo que sucede
en el mundo capitalista. Por ejemplo, suponer que los salarios que se pagan en el país B
son menores que los que se pagan en A. También que empresas de capitales nacionales
que producen en B deben competir también con empresas que producen Y en A con
mejor tecnología, y esto obliga a B a devaluar. Además, se pueden introducir los
cambios en los procesos productivos, de manera que se generen más unidades de
productos por unidad de tiempo. Cualquiera de estas variantes no cambia, sin embargo,
la conclusión básica.
Apéndice
Explicación sencilla de precios de producción
Los precios de producción surgen de la necesidad de igualar las tasas de ganancia de las
diferentes ramas de la economía, en las que existen, naturalmente, diferentes relaciones
entre capital constante y capital variable. Esto es, las mercancías no se pueden vender a
precios directamente proporcionales a los tiempos de trabajo, porque en ese caso las
tasas de ganancia entre las ramas serían muy distintas. Para ver por qué, supongamos
que tenemos una economía en la que existen tres ramas, con capitales por valor de $100
en cada una, pero con composiciones de valor –esto es, relación entre capital constante
y capital variable– distintas. Supongamos que la tasa de plusvalía es del 100% en todas
las ramas. Si las mercancías se venden a precios directamente proporcionales a los
valores, tendríamos:
Rama Cap. cte Cap. var. Plusv. Precio valor Tasa de ganancia
%
A 90 10 10 110 10
B 80 20 20 120 20
C 70 30 30 130 30
Si las mercancías se vendieran a estos precios; los capitales fluirían hacia C, la rama de
mayor tasa de ganancia. Esto generaría una sobreoferta de productos C, y una carencia
de productos A y B. De manera que los precios de C bajarían y los precios de A
subirían, hasta que en promedio las tasas de ganancia se igualaran. Desde el punto de
vista analítico, esa tasa de ganancia común surge de dividir la suma de las plusvalías (en
nuestro ejemplo = 60) por el conjunto del capital invertido (en nuestro ejemplo = 300).
La tasa media de ganancia es del 20%, y los precios se establecen a partir de un recargo
sobre los costos, que comprenden la suma del capital constante más el variable. Los
precios que resultan, que Marx llama de producción, garantizan una tasa de ganancia
igual en todas las ramas. En el ejemplo anterior:
Rama Cap. cte. Cap. var. Plusv. Precio Tasa media gan. Precio de
Valor % Producción
A 90 10 10 110 120
B 80 20 20 120 20 120
C 70 30 30 130 120
Así los capitales que tienen una menor proporción de capital variable que la media,
venden a un precio de producción superior al precio directamente proporcional al valor.
Lo inverso sucede con los capitales que tienen una mayor proporción de capital variable
que la media. La ley del valor se cumple, en el sentido que los valores globales
producidos reaparecen en el producto final, y las ganancias apropiadas por los capitales
equivalen a las sumas de plusvalías; o sea, de valores generados por los plustrabajos.
Pero los precios individuales de las mercancías ya no se corresponden a los tiempos de
trabajo invertidos, en forma estricta, en cada rama.
Capítulo 9
Tipo de cambio y crisis crónica en el modelo de Shaikh
Los trabajos del economista marxista Anwar Shaikh sobre tipo de cambio y su crítica a
la teoría de las ventajas comparativas constituyen el punto de referencia ineludible para
todo aquél que desee abordar la cuestión desde el punto de vista de la teoría del valor
trabajo. Sin embargo, y con todo lo importante que ha sido el aporte de Shaikh al
avance de la economía política crítica, pensamos que su explicación encierra algunos
importantes problemas. Centralmente, porque su modelo no permite explicar el hecho
cierto que los países atrasados tienen, por lo menos con cierta frecuencia, balanzas
comerciales excedentes, y que no están sometidos a crisis crónicas en sus balanzas de
pagos, como se desprende del modelo teórico de Shaikh. Comenzamos resumiendo la
crítica de Shaikh a las ventajas comparativas.
Como hemos adelantado, uno de los trabajos de Shaikh sobre comercio internacional
que más trascendió fue su crítica de la teoría de las ventajas comparativas de Ricardo.
Ese escrito constituye un aporte clave para la elaboración de la crítica marxista a la
teoría burguesa del comercio internacional, desde el momento en que la teoría de las
ventajas comparativas sigue constituyendo, al día de hoy, la base de la enseñanza
ortodoxa de comercio internacional.
Shaikh plantea que la teoría de Ricardo depende crucialmente de la teoría cuantitativa
del dinero. Recordemos que en el ejemplo clásico de Ricardo, sobre Inglaterra y
Portugal, si Portugal tiene mayor productividad en la fabricación de tela y vino que
Inglaterra, Portugal comienza exportando ambos productos a Inglaterra. Lo cual genera
superávit comercial creciente en Portugal, y déficit en Inglaterra. En consecuencia, y
siempre según Ricardo, la entrada de oro eleva los precios en Portugal, y la salida de
oro baja los precios en Inglaterra hasta que la tela inglesa puede venderse más barata
que la tela portuguesa.57 A partir de ese momento Inglaterra se especializa en la
producción de tela, en la que posee una ventaja relativa; y Portugal en la producción de
vino.
Todo esto funciona en tanto funcione la teoría cuantitativa del dinero (véase nota
anterior). Y es en este punto, sostiene Shaikh, donde “la teoría del dinero de Marx se
hace crítica” (Shaikh, 1991, p. 197). Es que según la teoría de Marx, la entrada del oro
en Portugal no genera suba de precios, sino la acumulación de reservas, la baja de la
tasa de interés y la expansión de la producción. Por otro lado, la salida de oro de
Inglaterra provoca la caída de las reservas, la suba de la tasa de interés, la caída de la
inversión y de la producción de otras mercancías. De aquí concluye Shaikh que la
desventaja absoluta de Inglaterra se manifestará en un déficit comercial crónico,
compensado por la salida del oro; y la mayor eficiencia de Portugal en una acumulación
continuada de oro. Pero llegado a este punto Shaikh se enfrenta con una cuestión que es
decisiva: ¿cómo es posible que pueda haber comercio internacional? Responde diciendo
que es obvio que “semejante situación no puede seguir indefinidamente” (ídem), y que
si se consideran únicamente los flujos de mercancías el comercio entre Inglaterra y
Portugal tiene que derrumbarse. El déficit comercial debe ser financiado; interviene
entonces la tasa de interés. Dado que aumenta la tasa en Inglaterra, los capitalistas de
Portugal comienzan a prestar dinero a Inglaterra. Shaikh reconoce que tampoco así la
situación estará equilibrada, porque Inglaterra tendrá que pagar los intereses y devolver,
eventualmente el principal. ¿Cómo puede hacerlo si la producción se ha trasladado a
Portugal, y si Inglaterra no puede exportar nada? ¿De dónde sacar Inglaterra el oro para
pagar a los prestamistas portugueses? Aunque Shaikh no formula explícitamente todas
estas preguntas, la conclusión de su razonamiento es inevitable: “Con todas las
circunstancias iguales, hay que pagar: al final, acosada por los déficits comerciales
crónicos y deudas acrecentadas, Inglaterra debe sucumbir” (ídem, p. 198). Las únicas
mercancías que Inglaterra (o cualquier país subdesarrollado) puede exportar son
aquellas que ese país produce a menor valor; o en las que tiene alguna ventaja natural y
única.
Shaikh apunta que dado que el análisis se realiza en términos de precios-valores, no
importa que haya salarios más bajos en el país subdesarrollado, ya que el nivel de
salarios “afecta las ganancias pero no tiene efectos sobre los precios” (ídem, 199). El
resultado tampoco se modifica sustancialmente cuando se consideran los precios de
producción, ya que “el precio medio de producción es igual al precio directo promedio”
(ídem). La conclusión es que el país atrasado estará condenado a tener déficits
comerciales crónicos, y en el largo plazo el comercio no se sostiene, sucumbe.
57
Esto sucede según la teoría cuantitativa, a la que adhería Ricardo. Esta teoría dice que cuando aumenta
la cantidad de dinero, en relación a una masa de mercancías, suben los precios; y viceversa. En esencia,
sigue constituyendo la base de la teoría monetaria neoclásica.
El planteo anterior fue profundizado y completado con una explicación de tipo
“estructural” del tipo de cambio, sustentada en la idea de que lo fundamental son las
ventajas absolutas. En Shaikh (1999) se supone que el capital fluye libremente, y que
los términos de intercambio –o sea, el tipo de cambio real– están determinados por la
igualación de las tasas de ganancia entre los capitales que fijan precios para las
mercancías que se comercian en el mercado mundial. Esto es, los tipos de cambio reales
están determinados por los precios relativos; que están gobernados por los precios de
producción, esto es, por el mecanismo de igualación de las tasas de ganancia. Por caso,
suponemos que el país A es adelantado, produce un medio de producción, k; y su
moneda es $a (podemos pensar que se trata de Estados Unidos, y la moneda es el US$).
Suponemos, por otra parte, que el país subdesarrollado es B, que produce un bien de
consumo c, y su moneda es $b (podemos pensar en cualquier país subdesarrollado
latinoamericano). Entonces, y según el esquema de Shaikh, el tipo de cambio real, q,
estará determinado de la siguiente manera:58
q = E ($b/$a) PkA/PcB
Según Shaikh, los precios relativos de los bienes internacionales, y por lo tanto los
términos de intercambio entre naciones, se regulan de la misma manera que los precios
relativos dentro de los países. Pero además precisa que se trata de los precios de
producción de los productos en los cuales los países son competitivos. Por otra parte, es
claro que los precios de producción están directamente vinculados a los costos
laborales; y a las tasas de ganancia, que tienden a igualarse. Y los tipos de cambio
tienden, lógicamente, a ser estables.
De esta manera refuerza su anterior crítica a la teoría neoclásica del comercio
internacional. Esencialmente porque sostiene que es equivocado afirmar que los
términos de intercambio se modifican al variar el tipo de cambio nominal, de manera
que los valores de las exportaciones y las importaciones eventualmente se igualen.
Sostiene, por el contrario, que los productores con altos costos pierden en la
competencia internacional, y por lo tanto los países atrasados están condenados a
padecer déficits crónicos. Lo inverso sucede, lógicamente, con los productores
tecnológicamente avanzados, ubicados en países adelantados. Estos déficits comerciales
crónicos se mantienen o bien porque al haber déficit bajan la producción y el empleo
(de hecho, se trata del enfoque keynesiano de la absorción, aunque Shaikh no lo
menciona así). O bien porque la salida de dinero, debida al déficit comercial continuo,
provoca una disminución de la liquidez interna; por lo cual entran capitales que
compensan, en la balanza de pagos, el déficit comercial. Para sostener este planteo
Shaikh debe demostrar que las variaciones del tipo de cambio nominal no afectan al tipo
de cambio real. Para esto presenta básicamente dos argumentos.
En primer lugar, sostiene que cualquier deterioro de los términos de intercambio
disminuye la tasa de ganancia de los capitales de los países que deprecian su moneda.
En nuestro ejemplo, la tasa de ganancia de los capitales B disminuye con la suba de E y
q. Es que si los capitales B determinan el precio a que se vende el bien de consumo c, el
ingreso de los capitales B, medido en moneda internacional $a, será PcB/E. Dado que las
tasas de ganancia negativas no pueden sostenerse en el tiempo, es muy poco lo que
puede fluctuar el tipo de cambio real. Por eso, en caso de que se devaluara la moneda, y
se cumplieran las condiciones de elasticidad usuales, el resultado final de la
depreciación de la moneda sería siempre el colapso del comercio.
58
Modificamos la notación de Shaikh para adaptarla a la notación usual de los textos de macroeconomía
que se utilizan en Argentina. Una suba de q, o de E, implica una depreciación de la moneda del país
atrasado, $b. O sea, un deterioro de los términos de intercambio.
En segundo lugar, y dado que la tasa de ganancia no admite muchas variaciones, la otra
variable que considera Shaikh para el ajuste son los salarios. Los salarios deberían bajar
considerablemente para que la depreciación de la moneda no afectara a la tasa de
ganancia. Pero esto supondría una situación irreal, en que los trabajadores no defienden
sus salarios reales. A lo sumo, podría existir un efecto positivo sobre la balanza
comercial en un primer momento; pero en un mediano plazo los salarios suben, y se
vuelve al déficit comercial. En definitiva, los términos de intercambio, y el tipo de
cambio real, no son en absoluto flexibles. Las devaluaciones son siempre ineficaces. En
este panorama, sólo las políticas y las instituciones proteccionistas pueden tener una
incidencia importante en la balanza comercial, como lo habría demostrado la
experiencia histórica de países que se industrializaron y desarrollaron, como Estados
Unidos, Japón, Corea del Sur.
Nuestro enfoque
Partimos de señalar que coincidimos con Shaikh en la necesidad de una teoría sobre el
tipo de cambio que vincule a éste a determinantes estructurales; específicamente, con la
teoría del valor trabajo. También destacamos la importancia de su crítica a la teoría de
las ventajas comparativas, y la relevancia de su enfoque basado en las ventajas
absolutas. Sin embargo, a partir de estos puntos de coincidencia, en nuestra opinión la
tesis de Shaikh no logra explicar lo que sucede con el comercio de los países
dependientes, su tipo de cambio y la situación de sus balanzas de pago. Tomando como
ejemplo y referencia el caso de Argentina, puntualizamos cinco cuestiones decisivas
sobre las que la explicación de Shaikh no puede dar respuesta.
Tampoco la experiencia de Argentina verifica que exista un tipo de cambio real estable.
Sobre un índice base 1 (= promedio de enero de 1980 a marzo de 2004) el tipo de
cambio real era de aproximadamente 0,50 en 1981; se ubicaba a niveles superiores a 1
entre 1981 y 1991 (con picos que llegaban a casi 3); bajaba luego a menos de 1 en la
década de 1990, y saltaba de nuevo desde menos de 0,5 en diciembre de 2001 a
aproximadamente 1 en los años siguientes. Subas de más del 100% y caídas del 50% o
más. ¿Qué tiene de estable? Por otra parte, es difícil negar que estas variaciones del tipo
de cambio real han incidido en la situación de la balanza comercial: déficits cuando el
tipo de cambio es bajo, superávits cuando es alto.
Shaikh sostiene que las variaciones del tipo de cambio nominal no inciden en el tipo de
cambio real. Pero también es un hecho que las variaciones (o las no variaciones) del
tipo de cambio nominal han incidido en el tipo de cambio real en Argentina. Así,
cuando se ha fijado el tipo de cambio nominal –durante la dictadura militar y en los
noventa, para anclar la inflación– el tipo de cambio real bajó, y la moneda permaneció
apreciada durante años. Inversamente, las devaluaciones de 1981 y 2001 modificaron al
alza el tipo de cambio, y la moneda estuvo depreciada durante varios años.
Destaquemos que, curiosamente, el planteo de Shaikh sobre la estabilidad de los tipos
de cambio real, y la no incidencia del tipo de cambio nominal en los términos de
intercambio, tiene un punto de contacto con los planteos más ortodoxamente
neoclásicos, que sostienen que los precios y salarios son completamente flexibles y
reaccionan instantáneamente a los tipos de cambio nominal, de manera que el tipo de
cambio real permanece inalterado. Con esto apuntamos a una cuestión clave, que es que
Shaikh se deslizó, en esencia, a un planteo ricardiano de la cuestión. Decimos que es un
planteo ricardiano y “ortodoxo” porque en su análisis ha pasado por alto la dimensión
monetaria del problema del tipo de cambio. En los planteos clásicos “a lo Ricardo”, u
ortodoxos, las variables monetarias no afectan, en el mediano o largo plazo, a las
variables “reales”. Aplicado al tipo de cambio, esto significa que las variaciones del tipo
de cambio nominal no afectan al tipo de cambio real. Por este motivo en la explicación
de Shaikh el tipo de cambio no tiene “espesor monetario”. El tipo de cambio real se
establece a partir de una relación entre precios de producción, donde el tipo de cambio
nominal es una variable completamente neutra. Por este motivo entre las instituciones
que incidieron históricamente en las balanzas comerciales de los países, Shaikh pasa por
alto las políticas cambiarias. Pero las políticas cambiarias efectivamente incidieron en
los cursos históricos. Es difícil entender la historia argentina al margen de esta cuestión
decisiva.
Uno de los problemas centrales del planteo de Shaikh es que pasa por alto la
especificidad de los espacios nacionales de valor. Esto porque no advierte diferencias
entre la manera en que se determinan los términos de intercambio entre países, y la
manera en que se determinan los precios relativos al interior de un país. Sin embargo los
espacios nacionales de valor tienen una entidad propia, y por eso no pueden ser
obviados. Son espacios donde se realizan valores a partir de sus relaciones con
equivalentes nacionales; y donde estos valores “nacionales” se vinculan entre sí a partir
de las relaciones entre los equivalentes nacionales. Relaciones éstas que no se reducen a
las ratios entre los precios de producción, que postula Shaikh. Es que en su planteo los
capitales de los países subdesarrollados fijan precios internacionales de los bienes que
exportan (para lo cual deben poseer alguna ventaja absoluta), y el tipo de cambio por lo
tanto está “estructuralmente” fijado. Pero en la realidad esto no sucede así. Para verlo,
tomemos una vez más el caso de Argentina. Según el análisis de Shaikh, el tipo de
cambio real de Argentina estaría determinado por la relación entre los precios de
producción establecidos por los capitales reguladores de los países con los que
comercia, y el precio de producción de los bienes en los que empresas de Argentina
fungen como formadoras de precio internacional. Supongamos, en aras de la
argumentación, que estos bienes son el trigo, la soja y el maíz. Dado que los precios de
los cereales subieron en los últimos años con respecto a los años noventa, y siempre
según el esquema de Shaikh, la moneda argentina debería estar apreciada, en términos
reales, a partir de 2005 y hasta 2007 (período en que subieron los precios de los granos)
con respecto a los noventa. Pero la situación fue la opuesta.
Por otra parte, ¿qué sucede si un país no posee ningún producto en el que pueda
intervenir como formadora de precios en el mercado mundial? ¿Cómo se establece el
tipo de cambio, según el modelo de Shaikh? No hay respuesta a esta cuestión. Además,
incluso si un país tiene algún producto de exportación en el que pueda ser formador de
precios –en Argentina podría llegar a ser el caso de los tubos sin costura, exportados por
una empresa de tecnología de punta a nivel mundial–, ¿qué razón teórica existe para
decir que ese único precio es el decisivo para establecer el tipo de cambio real? De
nuevo, en Argentina los precios de los caños sin costura aumentaron en los últimos
años, debido a la suba de los precios del petróleo, pero la moneda estuvo depreciada en
términos reales.
Shaikh sostiene que los tipos de cambio no pueden experimentar modificaciones fuertes
porque las tasas de ganancia están estructuralmente limitadas en sus variaciones. Sin
embargo, los tipos de cambio sí se modifican de manera importante en los países
subdesarrollados; y con ellos, las tasas de ganancia. Más precisamente, en Argentina la
suba en términos reales del tipo de cambio de 2001 aumentó los ingresos y la tasa de
ganancia de los sectores exportadores, y en general de los productores de bienes
transables. Un resultado que es opuesto del que predice la tesis de Shaikh. Su modelo
no registra la importancia que tienen las variaciones de los tipos de cambio en los países
atrasados en las variaciones de las tasas de ganancia de sectores productores de bienes
transables y no transables.
60
En los primeros meses de 1974 se inicia un fuerte aumento del tipo de cambio real, que va a desatar,
desde abril de ese año, una creciente aceleración inflacionaria; véase Vitelli (1986).
61
Tomamos los datos del BCRA, pero corrigiendo según una inflación estimada del 20% durante 2007.
Esta depreciación de la moneda en términos reales se explica, desde el punto de vista de
la ley del valor trabjo, por problemas estructurales de la economía, que tienen que ver,
principalmente, con la baja productividad global de su industria. La explicación más
general la hemos presentado en Astarita (2006), y volvimos a tratarla en el capítulo
cuatro de este libro. En este capítulo queremos explorar el porqué de esos períodos de
oscilación de los tipos de cambio. Nuestra hipótesis es que estos movimientos no se
deben a simples cambios de humores de los elencos gobernantes, sino que obedecen a
una lógica, vinculada a las tendencias estructurales, que impulsan al tipo de cambio alto
para lograr competitividad internacional de la industria; y con los impulsos
inflacionarios que derivan de un régimen de tipo de cambio real alto. De aquí también
que los ciclos se combinen con una tendencia a un desarrollo crecientemente desigual
entre los sectores productores de bienes transables y no transables. El capítulo se ordena
de la siguiente manera. En primer lugar, presentamos los rasgos generales del enfoque.
En segundo término esbozamos el marco de teoría monetaria (cuestión que se amplía en
el próximo capítulo), y ofrecemos una síntesis de nuestra explicación sobre la naturaleza
del tipo de cambio y la tendencia al tipo de cambio alto en los países subdesarrollados.
Con estos elementos, encaramos las cuestiones específicas del desarrollo desigual y las
variaciones de tipo de cambio. Trabajamos con un “modelo”, inspirado en la economía
argentina de los últimos años. Se de poner en evidencia los fenómenos más relevantes,
desprovistos de contingencias. Buscamos con esto discutir las relaciones esenciales
entre las variables. Abrigamos la esperanza de que este trabajo pueda servir de
inspiración para futuras investigaciones.
Marco general
El marco general es el análisis a partir de la ley del valor trabajo y la teoría de la
plusvalía. Establecer esta premisa no es en absoluta obvia para los países dependientes,
ya que durante mucho tiempo se ha pensado que en estos países la teoría del valor de
Marx no tenía vigencia, o sólo regía de manera parcial. La justificación para esta
negación, como ya hemos explicado, era que no existía la libre competencia, dado el
dominio de los monopolios. De aquí se desprendía también que de alguna manera las
leyes de la acumulación capitalista no regían –entre otras razones porque los mercados
no podían ampliarse, debido a la falta de poder de consumo de las masas populares– y
que las oligarquías locales, en alianza con el capital imperialista y las burguesías
“compradoras” obstaculizaban definitivamente la extensión de la relación
capital/trabajo. De acuerdo con lo que hemos discutido en los capítulos en que
analizamos la corriente de la dependencia, ninguno de estos supuestos se sostiene en lo
que sigue. En particular, suponemos un país en el cual el modo de producción es
capitalista (y no existen modos de producción precapitalistas); que la relación de
explotación es de clase; que hay competencia; y que la tasa de ganancia rige la
acumulación. También se pone especial énfasis en que la tasa de interés es una parte de
la plusvalía; que su aumento tiende a bajar la tasa de ganancia y puede agravar una
crisis de rentabilidad, pero no es lo que decide las inversiones. De todas maneras, si
bien rigen las leyes del valor y la acumulación capitalista, las mismas adquieren sus
formas particulares, ya que se trata un país dependiente, y atrasado tecnológicamente.
Al respecto, introducimos dos especificaciones.
En primer lugar, la economía dependiente tiene una menor productividad promedio que
las economías de los países desarrollados. Éste es un rasgo decisivo de la economía
argentina. Se ha calculado, por ejemplo, que la productividad promedio de Argentina, a
fines de la década de 1990, era apenas el 32% del nivel de Estados Unidos. Por este
motivo la hora de trabajo empleada en la producción de determinada mercancía, en las
empresas del país dependiente, genera, en promedio, menos valor en el mercado
mundial que esa hora de trabajo empleada en la empresa de un país tecnológicamente
adelantado. La economía no está a la vanguardia del desarrollo tecnológico; y depende
crucialmente de la importación de equipos avanzados y de tecnología.
En segundo lugar, y como consecuencia de lo anterior, la economía es dependiente en
tanto es “precio aceptante” en lo que respecta a sus exportaciones. Esto significa que no
puede desatar guerras de precios; sus empresas, como regla general, no obtienen
plusvalías extraordinarias en el mercado mundial.
En tercer término, incluimos un sector exportador importante, pero no dominante, que
tiene una productividad similar a los estándares internacionales, y que por lo tanto
puede competir con tipo de cambio cercano a la paridad de poder de compra.
Lógicamente, en períodos en que el tipo de cambio es alto, este sector obtendrá altas
plusvalías. De esta manera buscamos registran la existencia de un fuerte sector agro
exportador en la economía argentina.62
En lo que sigue también se considera que la teoría de Marx tiene relevancia para
explicar los problemas monetarios de los países subdesarrollados. Aunque la misma
debe adaptarse a una situación en la cual la moneda del país dependiente no es un
equivalente pleno, ya que su función como tal está condicionada a su relación con las
divisas que actúan como dinero mundial, el dólar y el euro. Siguiendo la teoría de Marx,
las funciones del dinero se ordenan jerárquicamente; esto es antes de funcionar como
medio de cambio el dinero debe tener valor. El valor del dinero nacional está dado
entonces por su relación con el dinero mundial, dólar o euro. Esto sucede al margen de
que exista un régimen de convertibilidad legal. La relación clave se establece entonces
entre la base monetaria –que constituye el dinero propiamente dicho– y las reservas
internacionales del Banco Central. Esto no implica que exista una relación mecánica
entre ambas magnitudes, o sea, que a un aumento de la emisión monetaria, dada una
cantidad de reservas, deba corresponder necesariamente una depreciación del signo
monetario nacional. La moneda doméstica es signo de valor a partir de su relación con
el dinero-divisa, pero se trata de una relación simbólica compleja, sometida a múltiples
mediaciones, incluso políticas y legales. En tanto se mantenga la convicción de que el
billete doméstico pueda convertirse a determinada paridad a dólar o euro, mantendrá su
valor, al margen de que exista efectivamente la cantidad de reservas que pueda
garantizar la conversión de toda la base monetaria a esa paridad. Esto habilita a que
puedan darse fuertes discrepancias entre base y respaldo en divisas. Pero también
establece límites fuertes a la emisión basada en el crédito interno; y abre la posibilidad
de que el equivalente doméstico sea sometido a cuestionamiento en cuanto se advierta
que la conversión a la paridad establecida no es posible.
Las consecuencias de que exista esta necesidad de validación son difíciles de exagerar.
Es que en la medida en que se cuestione el valor del equivalente doméstico, habrá
corridas hacia el dinero-divisa (de la misma manera que en el siglo 19 se producía la
corrida hacia el oro cuando el billete estaba cuestionado como signo de valor). De aquí
también la posibilidad de que se desencadenen procesos inflacionarios a partir de la
pérdida de valor del equivalente doméstico por su relación con el billete-divisa.63
Remarcamos el problema: no se trata de que el dinero doméstico pierda valor porque
62
El comportamiento de este sector, así como la categoría teórica de la renta, y su relación con la
ganancia, se discuten en los siguientes capítulos.
circula en demasía con respecto a la masa de mercancías, sino de que pierde valor
porque se debilita en tanto signo de valor referido a la divisa. Esto explica también por
qué las economías de los países dependientes pueden verse forzadas a acumular
enormes reservas de dinero-divisa, muy por encima de lo que dictan las necesidades
comerciales, o de transacciones corrientes. Se trata de fortalecer un equivalente que sólo
es tal en tanto esté validado por el equivalente-divisa reconocido como dinero mundial.
Obsérvese también que la realización del plusvalor está condicionada al retorno a la
encarnación de valor, a la moneda mundial. Esto rige para las empresas extranjeras que
invierten en el país, pero también para la clase capitalista nativa. La medida del grado
de valorización del circuito de valorización del capital está establecida en términos del
dinero-divisa, no del dinero local. De aquí surge también una necesidad del capital que
produce valor localmente, de que haya respaldo para la validación del dinero.
Lo dicho también explica por qué, en la medida en que el dinero local entre en espirales
de depreciación acelerada –procesos de alta inflación e incluso hiperinflación– sus
funciones pueden ser reemplazadas paulatinamente por el dinero-divisa. Primero en
cuanto medida de valor (los contratos se fijan en dólares o euros); segundo en cuanto
reserva de valor (la preferencia por la liquidez en medio de la crisis se manifiesta en la
corrida al dólar); tercero, como medio de pago; y por último, incluso, como medio de
circulación interna. Llegado el punto en que el dinero doméstico no sirve para la
comparación de los tiempos de trabajo, es reemplazado totalmente por el dinero-divisa.
Esta situación permite entender que exista una cierta lógica en la fijación de regímenes
de convertibilidad; o en las políticas de estabilización basadas en el anclaje del tipo de
cambio.
Si lo anterior se relaciona con los problemas de inserción en el mercado mundial que
tienen los capitales atrasados tecnológicamente, se puede entender que aparezca una
dialéctica de ciclos de fuerte apreciación y depreciación de las monedas de los países
dependientes; que a su vez se relacionan con cambios abruptos en los parámetros de
desarrollo, y en la situación de las balanzas de pagos. De la concepción monetaria que
hemos esbozado, además, se derivan otras consecuencias, que sintetizamos:
a) Es necesario distinguir entre la emisión exógena de dinero doméstico de su
creación endógena a partir de la actividad capitalista. Como han demostrado
tanto marxistas como poskeynesianos, la generación endógena de dinero no
puede tener consecuencias inflacionarias; lo cual derrumba la teoría cuantitativa.
b) Es necesario distinguir, a su vez, la emisión de dinero doméstico por parte del
Banco Central que se hace a partir de la compra de divisas; de la emisión que
tiene por objetivo monetizar los déficits fiscales (práctica relativamente habitual
a lo largo de la historia monetaria de los países dependientes). La primera, y
contra lo que afirma la teoría cuantitativa, no es inflacionaria. La idea de que es
necesario “esterilizar” masa monetaria, para evitar presiones inflacionarias,
cuando aumentan las reservas, no se sostiene. Por un lado, porque no
necesariamente los bancos utilizan las nuevas reservas (provenientes de la venta
de divisas por exportadores o inversores extranjeros) en moneda doméstica para
expandir la masa monetaria. Por otra parte, y más fundamental, porque el dinero
63
Contra lo que sostiene la tradición monetarista y neoclásica, en Argentina tradicionalmente el principal
impulsor de la inflación no fue la emisión monetaria, sino las devaluaciones de la moneda. Vitelli (1986)
apunta que en todas las grandes rupturas de la estabilidad de precios, en junio de 1948, marzo de 1957,
abril de 1962, junio de 1970 y abril de 1974 “el tipo de cambio inició la estampida. Esta fue una mecánica
impulsora de la ruptura que tiene validez de carácter universal, ya que en todo quiebre, cualquiera haya
sido su explicación… el tipo de cambio fue el precio que siempre creció previa o simultáneamente a su
inicio, anticipándose en su expansión a los restantes precios” (p. 90). Lo mismo se puede afirmar de la
disparada de la inflación en Argentina a partir de fines de 2001.
que no es necesario para la circulación permanece como stock en moneda
doméstica; o es vuelto a colocar por los inversores en activos externos. De esta
manera se derrumba el mecanismo de “ajuste a lo Hume” y el famoso
“trilema”.64
c) Por otra parte la emisión monetaria a partir de adelantos del Banco Central al
gobierno (por financiación de déficits fiscales) tiene efectos inflacionarios. En
este respecto se cumple lo que afirmaba Marx (1980), sobre que en apariencia
parece cumplirse un aspecto de lo que afirma la teoría cuantitativa. Esto es, este
tipo de emisión genera aumento de los precios. Pero esto sucede porque aumenta
la cantidad de signos monetarios locales en relación al dinero-divisa que es
respaldo. No sucede, como postula la teoría cuantitativa, porque se esté
comparando una mayor masa de dinero con una cierta masa de mercancías.
Estos mecanismos son esenciales para el análisis de cómo se relaciona lo monetario con
los tipos de cambio y la balanza de pagos; y también con los ciclos de acumulación y
crisis.
64
Según el “trilema”, no se puede tener al mismo tiempo tipo de cambio fijo, ingreso de capitales y
realizar política monetaria. El mantenimiento del tipo de cambio fijo obliga al Banco Central a adquirir o
vender todos los dólares que se le solicitan. Esto provoca, siempre según la teoría monetaria ortodoxa,
variaciones en la masa monetaria, que se traducen en cambios en los niveles de precios.
distintas productividades, y el mercado mundial. Las variaciones de los tipos de cambio
entonces incidirán decisivamente en qué tanto de los tiempos de trabajo empleados
nacionalmente son generadores de valor en otros espacios nacionales y/o en el espacio
mundial. Dado que las productividades relativas son más o menos constantes, esto
significa que se producen grandes diferencias en la generación y realización de valor en
términos del valor mundial o de otro país; en las posibilidades de colocación de los
productos (afectando de manera brusca a las balanzas comerciales); en la capacidad de
importación (lo que es vital cuando se trata de importación de tecnologías); en la
capacidad de transferencias de valor realizado en el seno del espacio nacional (lo que es
crucial para los balances de la cuenta de capitales).
65
(2) se trata más abajo.
empresarios aumentan la inversión en equipos para ajustar la capacidad a la demanda.66
Para decidir esta inversión tienen en cuenta la evolución de la tasa de ganancia de
trimestre a trimestre. Esta evolución decide entonces las inversiones en capital fijo
(refacción de máquinas, reemplazo de algunos equipos) que implican períodos de
amortización relativamente breves. Pero por otra parte la If destinada a ampliación de
plantas, obras de largo plazo e infraestructura se decide tomando en cuenta no sólo la
evolución de la tasa de ganancia, sino también la tasa de ganancia promedio en el sector
en el mediano plazo, las expectativas de largo plazo de la demanda – por ejemplo,
cuánto puede evolucionar la demanda de determinado producto en el largo plazo
teniendo en cuenta la experiencia en otros países– y cuál será la evolución de la
inversión en tecnología en general, λ . En cierto sentido Ω recoge la idea de Keynes
(1986) de los “animal spirits”, esto es, de las olas de entusiasmo que animan las
decisiones de inversión; pero ancla en las perspectivas de largo plazo del desarrollo
ligadas a la evolución pasada de la economía. Con esta variable deseamos enfatizar que
las decisiones de invertir de los capitalistas no dependen exclusivamente de la evolución
pasada (reciente y de mediano plazo) de la tasa de ganancia.
Una consideración especial merece λ . En cierto sentido recoge la idea de Harrod de la
tasa “natural” de crecimiento, que pone un techo al crecimiento explosivo en el largo
plazo. Pero en tanto la tasa natural de crecimiento de Harrod es igual a la tasa de
crecimiento de la población más la tasa de desarrollo tecnológico, en nuestra economía
subdesarrollada suponemos que no hay restricciones por el lado de la oferta de mano de
obra. Sin embargo λ presenta una restricción al crecimiento que será mucho más fuerte
que en los modelos harrodianos de economías desarrolladas. Es que las decisiones de
invertir en la economía subdesarrollada, en especial en plantas y equipos de larga
duración, están condicionadas de manera decisiva por las inversiones generales en
infraestructura productiva. Para ilustrar este condicionamiento: en nuestra economía
subdesarrollada la decisión de realizar inversión en plantas petroquímicas, o
metalúrgicas, estará fuertemente influenciada por las previsiones que hagan los
capitalistas acerca de las disponibilidades de energía y/o materia prima a costos
competitivos.67 λ refleja esta constricción sobre las perspectivas de inversión. Además,
dado que se trata de una economía pequeña, siempre estará planteada la posibilidad de
trasladar la decisión de invertir a otro país si no se satisface este requerimiento.
Por otra parte en la consideración de los empresarios jugará un rol importante el tipo de
cambio real esperado a mediano plazo, q(e); en especial su estabilidad. Los cambios
bruscos del tipo de cambio, y el consiguiente cambio de los precios relativos y de las
tasas de ganancia, es un fenómeno vinculado estructuralmente a las necesidades de
inserción de una economía atrasada tecnológicamente en los mercados mundiales.
Volvemos sobre esto más abajo.
Se supone entonces que la If en plantas industriales y equipos de larga duración (por
ejemplo, en la industria del acero un nuevo tren de laminación o un alto horno) otorga a
los ciclos económicos una tonalidad expansiva importante. Esto significa que en un
contexto de crecimiento de grandes inversiones, las recesiones serían suaves, y las fases
66
En nuestro trabajo no suponemos, como hacen los poskeynesianos, que las empresas trabajan
sistemáticamente con capacidad ociosa; no hay por lo tanto un problema sistemático de demanda. Si se
tratara de una economía desarrollada y articulada, supondríamos –como los clásicos- que la tasa de
utilización real en el largo plazo coincide con la tasa normal, entendiendo por “normal” no la tasa de
utilización que es factible desde el punto de vista técnico, sino aquella que implica un uso de los equipos
que permite su mantenimiento y un cierto “colchón” de capacidad.
67
Por ejemplo, grandes proyectos de inversión en plantas para la fabricación de productos como plásticos,
agroquímicos, solventes, fertilizantes, lubricantes, pueden estar condicionados a la provisión suficiente de
gas en los años siguientes.
alcistas sostenidas; en una palabra, habría desarrollo “sustentable” en el largo plazo. En
términos marxistas quiere decir que los problemas para la acumulación provendrán de la
propia acumulación, en particular de la caída tendencial de la tasa de ganancia por
sobreacumulación de capital.68 If aumenta λ , lo que a su vez influye positivamente
sobre las expectativas empresarias y realimenta la inversión, dándose así un círculo
virtuoso. Lo opuesto ocurre cuando se debilita la tasa de ganancia o aparecen
constricciones de largo plazo sobre λ .
68
Este fenómeno “clásico” en términos marxistas de debilitamiento de la inversión sólo opera en la
medida en que exista una fuerte acumulación; algo que no suele suceder en los países subdesarrollados,
sometidos a ciclos cortos y convulsiones fuertes.
69
En buena parte las razones de esta baja productividad están dadas por la misma dinámica que lleva a
crisis periódicas cambiarias y financieras.
70
La adecuación bajista de los salarios a las exigencias de la tasa de rentabilidad puede ocurrir, bien vía
procesos devaluatorios-inflacionarios, o bien vía deflacionaria-desocupación, según el régimen cambiario
flotante o fijo (se desarrolla más abajo).
espacio nacional de valor –con su productividad diferenciada– con el espacio mundial.
Dada la menor productividad general de la industria, y la necesidad estructural que de
ahí se deriva de un tipo de cambio “competitivo”, esto es, depreciado en términos
reales, a fin de que los sectores productores de BT industriales puedan competir con
empresas y sectores más desarrollados, se comprende la importancia de las evoluciones
de q para la rentabilidad de los sectores, y su crecimiento. Debido al carácter
dependiente de la economía en lo que hace a equipos de alta tecnología y avanzada, el
tipo de cambio influye el costo del capital y su composición tecnológica. Llamando θ a
la proporción de capital fijo que se importa:71
K = θ K + (1 - θ )K, siendo 0 < θ < 1 (6)
∂ θ /∂q < 0 (7)
Por lo explicado antes, θ influye en la tasa de desarrollo tecnológico:
λ = λ (θ ) (8)
La influencia del tipo de cambio real, q, sobre las tasas de ganancia de los sectores
productores de bienes transables y no transables será por lo tanto compleja. En
principio, y dada la modificación de los precios del output, una suba (baja) de q
aumenta (baja) la tasa de ganancia de los sectores productores de bienes transables y
baja (aumenta) la tasa de ganancia de los sectores productores de bienes no transables.
Si designamos con π eA la tasa de ganancia en bienes transables, y con π eB la tasa de
ganancia en no transables, y desde el punto de vista del output, tenemos:
∂ π eA /∂q > 0; ∂ π eB /∂q < 0 (9)
Si se trata de BT del sector agrario, la suba del tipo de cambio real lleva a un aumento
extraordinario de las plusvalías del sector; este ingreso extraordinario tenderá a
traducirse en un aumento de la renta agraria (véase los capítulos dedicados al tema).
Por otra parte, debido a que q ejerce un efecto sobre el volumen y costo de la
importación de equipos, su suba juega un rol negativo sobre la tasa de ganancia de largo
plazo para las empresas que dependen inevitablemente de la importación de tecnología.
Esto implica la posibilidad de desfases temporales importantes y de efectos de retardo
sobre la evolución de la tasa de ganancia, en la medida en que los equipos se desgastan
y hace falta reponerlos, o es necesario avanzar tecnológicamente para mantener
competitivas a las empresas. Esto origina comportamientos también diferentes de las
π e y π e’ en los sectores. Así, si se parte de una situación de alta productividad en el
sector productor de bienes transables –por caso, luego de un período de renovación de
equipos favorecida por un tipo de cambio cercano a la paridad de poder de compra, Eppc
– la suba de q implica una alta tasa de ganancia del sector, por vía de la suba del precio
del output, por el bajo costo (en términos de la moneda mundial) del capital circulante y
el bajo costo histórico (con relación al tipo de cambio tendencial y competitivo, E*) de
K. Lógicamente π eA’ es positivo y sube la inversión. Pero el costo de reposición de K es
alto en caso de que θ sea alta y no pueda ser comprimida debido al atraso tecnológico
del país. En este último caso λ se frena y tenemos un efecto negativo sobre la π eA de
largo plazo. Esto explica que el crecimiento sustentando sobre un tipo de cambio
competitivo, E*, tenga constricciones de mediano y largo plazo en tanto no exista un
fuerte proceso de inversión en tecnología, investigación y desarrollo y grandes
inversiones en infraestructura. Por otra parte, períodos de apreciación cambiaria pueden
favorecer el aumento de la productividad del sector agrario, aumentando todavía más su
competitividad.
71
A efectos de simplificar, suponemos que la economía no necesita importar bienes de capital circulante;
incluir este factor no altera los resultados generales que obtenemos.
A medida que continúa la producción los equipos se desgastan, se sobreutiliza
capacidad y la competitividad internacional depende más y más de mantener el tipo de
cambio E*. En definitiva, la tasa de ganancia de cada uno de los sectores será función
del nivel salarial, de la relación capital/trabajo, de la productividad y del tipo de cambio
real (jugando un rol importante las expectativas empresarias acerca de la evolución de
este último). Dado que la tasa de ganancia gobierna la inversión fija en los sectores, y la
inversión el crecimiento, se entiende que el crecimiento sea extremadamente
desarticulado. Lo cual repercutirá en el progreso tecnológico general, lo que a su vez
debilitará la tasa de ganancia y las perspectivas de inversión.
Las oscilaciones de la tasa de ganancia a su vez tendrán una influencia sobre las
entradas de capitales, tanto en lo que respecta a las inversiones directas, como a
inversiones de cartera ligadas a sectores productivos (acciones). A diferencia del planteo
neo-estructuralista, el superávit en la cuenta de capitales no depende única ni
exclusivamente de la tasa de interés.72 La tasa de interés influirá en la entrada de
capitales destinados a colocaciones bancarias, con incidencia en el mercado monetario;
y en menor medida en la compra de bonos de empresas. La justificación económica de
este planteo es que la IED no está regida en lo fundamental por la tasa de interés, sino
por las perspectivas de ganancia empresaria (en la cual la tasa de interés juega un rol
subordinado, como veremos luego con más detalle). Algo similar ocurre con las
inversiones en acciones. La inversión en bonos empresarios está determinada por su tasa
72
Nos referimos a Frenkel (1981), Taylor (1992) (1998) y Frenkel y González Rozada (2000). En estos
trabajos se relaciona demasiado estrechamente la entrada y salidas de capitales a las evoluciones de la
tasa de interés internacional. Pensamos que en estos modelos los factores endógenos de la economía
subdesarrollada tienen poca importancia. En Frenkel y González Rozada en particular se vincula
nítidamente la evolución interna de la economía a la tasa de interés externa y los movimientos de
capitales. Sintéticamente, se sostiene que el nivel de ingreso depende positivamente de la base monetaria
y de la tasa de interés, y la inversión positivamente del ingreso y negativamente de la tasa de interés.
Además, dado un sistema de cambio fijo con convertibilidad, la variación de la base monetaria es igual a
la variación de las reservas. En estas condiciones, la entrada de capitales (decidida por los diferenciales de
tasas de interés y las expectativas sobre tipo de cambio futuro) generan el crecimiento y el auge; la
acumulación de los déficit en el sector externo sin embargo induce a una tendencia desacelerante del
crecimiento, y eventualmente a la crisis. Sin negar estas vinculaciones, vemos la cuestión de una forma
un poco más “trabada”.
de rendimiento, ligada a la rentabilidad esperada de la empresa, y el riesgo asociado a su
desempeño.
Por lo explicado en el punto anterior, la tasa de rentabilidad de la IED estará afectada
por las perspectivas de variación de q; la IED y la inversión de cartera en empresas
están condicionadas a las expectativas de los empresarios e inversores en general sobre
ganancias y estabilidad del tipo de cambio, por lo menos en el mediano plazo. Las
valoraciones del capital invertido pueden sufrir bruscas oscilaciones con las
modificaciones del tipo de cambio, así como por las posibilidades de transformar valor
generado en el espacio nacional en valor mundial; esto es, en el valor transferido vía
remesa de utilidades y amortizaciones de capital invertido. Un tipo de cambio cercano a
la paridad de poder de compra, Eppc, mejora las condiciones en que la plusvalía se
transforma en valor mundial. La remesa de utilidades, a su vez, pone presión sobre la
balanza de cuenta corriente, y sobre las reservas, si no está compensada por la entrada
de capitales. Lo que agrava la restricción externa de la economía.73 Por otra parte E*
empeora las condiciones de transferencia de plusvalor, pero alivia la restricción externa,
al permitir la obtención de divisas para efectuar esa transferencia. Esta contradicción es
inherente a la inserción de una economía subdesarrollada en el mercado mundial.
En las economías capitalistas avanzadas, y a pesar de que siempre hay avances más
rápidos en algunos sectores que en otros, se puede considerar que globalmente existe un
impulso a un progreso uniforme de todos los sectores. Esta característica está destacada
en los esquemas de reproducción de Marx, en los modelos de von Neumann, Leontief, o
en Harrod. Sin embargo en nuestra economía subdesarrollada el desarrollo es
extremadamente desigual y se combinan e interactúan entre sí sectores con ritmos de
crecimiento muy distintos. Este crecimiento distorsionado obedece a la forma en que se
inserta la economía dependiente en el mercado mundial y a las tasas de ganancia
diferenciales que afectan a los sectores de bienes transables y no transables, según se
resuelva esa inserción. Por eso no tomamos en cuenta la diferencia clásica –de Marx–
entre sector productor de bienes de producción y sector productor de bienes de
consumo, sino la diferencia entre producción de BT y BNT, y la incidencia de la
tecnología y equipos importados en estos sectores (al que agregaremos en seguida una
subdivisión fundamental dentro de los BT, debida a la existencia de bienes agrícolas).
La economía de nuestro país subdesarrollado tiene empresas en los dos sectores I y II
planteados por Marx, pero lo importante es cómo se insertan empresas de ambos
sectores en el espacio mundial. Tasas de ganancia diferentes entre los sectores de
producción de bienes transables y no transables dan lugar a desarrollos desarticulados y
desproporcionados de los sectores. Por eso aun en períodos en que la economía está en
auge, con crecimiento del ingreso y la inversión, ramas enteras de la economía (ligadas
ora al sector de BT, ora a BNT) pueden estar languideciendo o incluso en crisis. Esto es,
cuando se sale de una recesión, alguno de los sectores puede experimentar un fuerte
aumento de la demanda, que satisface subiendo la ratio de utilización, en tanto el otro
sector no se recupera; o lo hace más lentamente. A medida que avanza la recuperación y
se llega a la plena utilización de la capacidad, se impone aumentar la capacidad, esto es,
invertir en equipos durables y posiblemente en nuevas plantas. Pero dadas las
incertidumbres acerca de la permanencia de los precios relativos, los costos de importar
73
Entre 1990 y 1998 hubo una entrada neta de capitales a los países atrasados de aproximadamente US$ 2
billones, de los cuales US$ 700.000 fueron IDE. El envío de beneficios desde los países atrasados por
parte de las empresas creció a una tasa anual de 10% entre 1988 y 1998; datos UNCTAD.
tecnología (si predomina E*) y las perspectivas generales de la economía (que incluyen
λ ), o por incertidumbres derivadas también de las restricciones crecientes que se
advierten en la balanza de pagos (si predomina Eppc), las inversiones de largo aliento
pueden postergarse o no realizarse.
Destaquemos que al contrario de lo que plantea el enfoque poskeynesiano de
crecimiento de Thirwall (1979), donde la tasa de crecimiento del país subdesarrollado
depende exclusivamente de la elasticidad ingreso de las exportaciones, y el tipo de
cambio real es neutro en el largo plazo, en nuestro planteo el tipo de cambio ejerce una
influencia dominante, ya que expresa las condiciones de inserción de la economía
subdesarrollada (baja tecnología) en la economía mundial. En otras palabras, el
problema no es sólo ni principalmente de demanda, sino de tasas de inversión
productiva –y en especial en desarrollo tecnológico– por parte del capital del país
subdesarrollado; y de un desarrollo desigual y combinado, muy diferente del desarrollo
“proporcionado” que se refleja en los esquemas de reproducción de Marx.74 Este
desarrollo distorsionado afecta a la productividad de conjunto de la economía.
f) Consumo y ahorro
La alta participación de los beneficios en el ingreso explica además por qué el segundo
factor dinámico en el ciclo económico es el consumo en bienes durables – incluida la
construcción residencial– de la clase capitalista y de los sectores medios altos. Dado que
este tipo de consumo es postergable –no hay necesidad de cambiar el coche o de casa
todos los años– y dado que el ingreso está altamente concentrado, la decisión de
consumo de estos sectores tiene una fuerte incidencia en el ciclo.75 A diferencia de una
economía desarrollada “normal”, donde se puede considerar (de manera estilizada) al
consumo una función del ingreso, y principalmente de los salarios, en nuestra economía
subdesarrollada el consumo de los sectores pudientes tiene una gran incidencia en el
mercado interno y será función de las rentas capitalista, W, consideradas en un sentido
amplio;76 y de las variaciones del stock de ahorro, S. Si llamamos Cc el consumo de la
clase capitalista, tenemos:
Cc = Cc(R; S) siendo ∂Cc/∂W > 0; ∂Cc/∂S < 0 (10)
En cuanto a su composición, Cc se divide en bienes de consumo no transables (NT) y
bienes transables (T) nacionales y extranjeros; si establecemos que θ c indica la
proporción de bienes de consumo transables extranjeros, con respecto al total de bienes
de bienes transables consumidos, tenemos:
Cc = NT + θ cT + (1 - θ c)T; siendo 0 < θ c<1 (11)
A su vez θ c es función inversa del tipo de cambio real, q:
θ c = θ c(q); dθ c/dq < 0 (12)
El consumo de la clase capitalista tiene así una fuerte incidencia sobre el ciclo; y el
consumo capitalista de bienes importados depende del tipo de cambio real. En períodos
de tipo de cambio a nivel Eppc, o cercano, este consumo capitalista influye sobre la
balanza comercial, y más en general sobre la cuenta corriente (por ejemplo, salidas por
turismo).
Con respecto al ahorro, es plusvalía y está en manos de los capitalistas. Además el
ahorro no es un mero “flujo” que invariablemente desemboca en la inversión (versión
de loa “manuales” de macroeconomía), sino está compuesto también de atesoramiento,
74
Lo cual no niega la existencia de contradicciones y crisis en la teoría de Marx.
75
Este aspecto recoge la tradición de Celso Furtado y otros autores de la CEPAL acerca de los problemas
derivados de la estructura de la demanda de bienes de consumo en países atrasados.
76
Renta agraria y urbana, dividendos, rentas financieras.
sea en la forma de moneda local, o de activos financieros extranjeros, AF* (incluyendo
moneda extranjera). Si el ahorro va a la compra de activos financieros locales, aumenta
la inversión. Si el ahorro se congela en forma de moneda local, o va a AF*, la inversión
baja. Subrayamos que desde el punto de vista macroeconómico lo que importa es la
existencia de liquidez en forma de stock que no es lanzada al circuito productivo. Es
ésta una visión distinta de la que se presenta por lo general en los textos convencionales,
donde el aumento de la demanda de dinero invariablemente se considera un aumento de
los encajes monetarios en manos del público, que lleva al aumento de la tasa de interés
(si no se modifica la oferta monetaria, que se considera exógena). Es que en los sistemas
monetarios modernos el aumento de las tenencias monetarias por parte del público
representa aumento de los depósitos; por lo tanto implica aumento de las reservas
excedentes de los bancos y mayor capacidad prestable de éstos. En condiciones
normales de ciclo económico por lo tanto un aumento de los encajes monetarios puede
traducirse en un incremento del crédito bancario. En cambio si el aumento de los
encajes monetarios por parte del público es acompañado por un aumento de la
preferencia por la liquidez de los bancos –ante incertidumbre restringen el crédito y
aumentan los coeficientes de liquidez–, o el aumento de liquidez de los bancos no es
correspondido por un aumento de la demanda de créditos, tenemos entonces un
fenómeno de atesoramiento, con repercusiones negativas sobre la demanda agregada.
Este corrimiento hacia la liquidez en los países subdesarrollados se plasma finalmente
en el atesoramiento en AF* por parte de bancos, empresas y la clase alta y las capas
medias de la población.
Dejamos apuntado que considerar al ahorro como stock plantea importantes problemas
relacionados con la valoración del ahorro, ya que se trata de activos financieros. Aquí
consideramos al ahorro medido a valores de mercado, no a costo histórico (o sea, al
precio de compra del activo). La justificación económica es que el propietario del
ahorro valora sus tenencias –y toma decisiones– teniendo en cuenta el valor actual de
las mismas. Esto implica, como aclara Pollin (2002), que el ahorro variará con las
variaciones de los precios de los activos, y que no podrá considerarse como un residuo
del ingreso una vez efectuado el consumo. El considerar al ahorro como stock también
tiene la consecuencia de que las decisiones de des-ahorrar o ahorrar ejercen una
influencia en el consumo mucho mayor que la que se desprende de considerar al ahorro
sólo como flujo. Además, las decisiones de aumentar el ahorro en AF* en contextos de
incertidumbre ejercen una nueva constricción sobre la balanza de pagos; lo inverso
sucede en situaciones de optimismo y des-ahorro. Dada por otra parte la incidencia de
los cambios de q –y de las crisis– sobre los precios de los activos financieros, se
comprenderá que las variaciones del ahorro pueden tener efectos amplificados sobre la
economía en general. Por último, señalemos que tanto el peso del consumo suntuario
capitalista, como del ahorro en activos financieros, actúan en detrimento de la inversión
productiva, debilitando λ y aumentando las distorsiones del crecimiento.
77
Si los bancos endurecen las condiciones para otorgar el crédito –lo que en la literatura se llama un
“credit crunch”– también suben los spreads sobre títulos de corto plazo y la tasa a la que las empresas
descuentan documentos en el mercado monetario.
78
Con relación a los promedios históricos de la economía subdesarrollada. En lo que atañe a la influencia
del tiempo de circulación del capital sobre el mercado financiero, véase Marx (1999) t. 2 cap. 15.
79
En la situación especulativa las empresas están obligadas a renovar su deuda en cada período porque los
flujos que entran sólo cubren los costos de los intereses que pagan. El siguiente estadio es la situación
Ponzi, en la cual los flujos de ingresos de las empresas ni siquiera cubren los costos por interés, de
manera que deben tomar nueva deuda para pagar los intereses.
Say. Sube entonces la demanda de dinero con motivos precautorios y/o especulativos;80
en la economía subdesarrollada esta corrida hacia la liquidez se manifiesta en el
aumento de la demanda de divisas. La preferencia por la liquidez puede estar
sobredeterminada por la incertidumbre que genera en los inversores la acumulación de
déficits fiscales, en cuenta corriente, y el crecimiento de la deuda nominada en moneda
extranjera. Están dadas entonces las condiciones para que se desarrolle una crisis
cambiaria y financiera en el sentido Minsky. Esto es, en el marco del endeudamiento
creciente los prestamistas desconfían del apalancamiento creciente de las empresas, los
bancos se hacen adversos al riesgo y disminuyen drásticamente sus préstamos,
afectando los ingresos y la demanda agregada, y suben las tasas. Las empresas venden
activos y se hunden los precios de los títulos financieros, aumentando el peso de las
deudas.81 Sin embargo, diferencia de las explicaciones Minsky, en nuestro desarrollo lo
financiero no es el origen de la crisis, sino el medio por el cual se amplifica. Obsérvese
que si el Banco Central no responde a la creciente demanda de divisas aumentando la
tasa de interés, o bien las reservas bajan aún más rápidamente, o bien el tipo de cambio
sigue subiendo, conduciendo de todas maneras a la crisis. Por otra parte lo financiero
también amplifica y actúa como cadena de transmisión de las crisis en el plano
internacional (véase luego).
h) La restricción externa
Dinámicas de desarrollo
A partir de lo anterior desarrollamos varios escenarios alternativos.
84
Frenkel y Rozenwurcel reconocen que si la resistencia salarial impide que actúe el mecanismo de
ahorro forzoso –que está implicado en la devaluación, suba de precios y retraso de los salarios– el
aumento del coeficiente de exportaciones y el correspondiente aumento de la tasa de ahorro interna
exigirán la disminución de la participación de los sectores no asalariados en el ingreso. Pero éste es el
sector encargado de invertir y exportar; por lo tanto una baja de sus beneficios redundaría en una baja de
la inversión, lo que atentaría contra la meta del crecimiento; véase pp. 23-24.
85
Como ya hemos explicado en una nota anterior, según la visión convencional, toda entrada de divisas
con tipo de cambio fijo aumenta la oferta monetaria, que a su vez impulsa el aumento de los precios. El
modelo Mundell-Fleming es la formalización tradicional de esta cuestión en la macroeconomía ortodoxa.
Una crítica, poskeynesiana, de esta concepción puede verse en Lavoie (2000).
dólar se convierte en un medio para estabilizar los precios. Si por el contrario el
aumento de la inflación es paulatino, el tipo de cambio real alto se erosiona
paulatinamente, y se va en los hechos a un régimen de tipo de cambio bajo. Esto se debe
al temor de las autoridades monetarias a que nuevas devaluaciones produzcan den
renovados impulsos a la inflación, con el peligro de caer en alta inflación o incluso en
hiperinflación.86
Supongamos ahora el escenario de tipo de cambio fijo, con el que se busca anclar la
inflación. Baja el tipo de cambio esperado, E(e). π eB aumenta y por lo tanto gyB también
sube; lo inverso sucede en el sector de transables donde sólo las empresas de mayor
tecnología –que ahora pueden importar equipos en mejores condiciones– y el sector
agrario, en nuestro modelo, pueden sobrevivir. Dada la estabilización, sectores que
habían ahorrado en AF* los vuelcan al mercado interno; aumenta Cc con lo que se
impulsa una fase alcista del ciclo. Aumenta la construcción residencial y la producción
de bienes duraderos. Es un ciclo impulsado en buena medida por el consumo, la Ic y la If
principalmente en equipos de amortización a mediano plazo, y muy desigual entre los
sectores. Por eso λ no se eleva significativamente.
En la medida en que la fijación de E se realiza luego de un proceso inflacionario, se
produce un aumento inercial de los precios internos que deja el tipo de cambio real
apreciado; se establece Eppc. Esto agrava la presión competitiva sobre el sector de bienes
transables. Los sectores que pueden sobrevivir renuevan la tecnología recurriendo
principalmente a la importación. Esto explica que a pesar del crecimiento económico
ramas enteras –por ejemplo productores de equipos y máquinas- trabajen con capacidad
ociosa, o a pérdida y deban cerrar.
Por otra parte la entrada de capitales con destino a los sectores favorecidos por el tipo
de cambio agrava el desequilibrio y genera problemas por transferencias de utilidades.
La contrapartida lógica del superávit en la cuenta de capitales es el creciente déficit en
la cuenta corriente. Dada la debilidad de amplios sectores y las distorsiones en el
crecimiento, la inversión en plantas e infraestructura productiva, o en investigación y
desarrollo de largo plazo no es suficiente para cambiar cualitativamente el nivel
tecnológico (esto es, para poner al país en el sendero de alcanzar los niveles de
productividad de los países desarrollados). La productividad crece, pero a costa de
crecientes desequilibrios en el sector externo, que termina actuando como una
constricción fundamental. El desequilibrio externo se agudiza por el aumento del
consumo en bienes importados, por (11) y (12).
Las tasas de interés se mantienen más altas que las internacionales; es una consecuencia
de la inestabilidad histórica del país subdesarrollado y de las debilidades estructurales
de su economía. A igualdad de rendimientos ningún capital dinerario opta por el país
subdesarrollado frente a la seguridad que brindan los países desarrollados. Dadas las
perspectivas de tipo de cambio estable durante un período previsible, aumentan los
flujos de capitales líquidos para colocarse entonces en tasas superiores a las
internacionales. La inestabilidad estructural de la economía también induce al sistema
bancario a mantener mayor encaje líquido que en los países adelantados, y a establecer
mayores spreads, a fin de protegerse frente a posibles descalces entre sus activos y
86
Esta última parecía ser la situación en Argentina hacia mediados de 2008. Debido a la inflación, el tipo
de cambio real se había apreciado, en particular con respecto al dólar. Esto quitaba competitividad a la
industria; sin embargo el Gobierno y el establishment económico eran conscientes de lo peligroso de una
devaluación, en un contexto de inflación creciente.
pasivos. Todo esto puede ir acompañado de maniobras y colusiones de tipo monopólico
de los diversos sectores, incluido el financiero, para asegurar una rentabilidad alta. Pero
por encima de estas maniobras –que realiza todo capital, sea productivo o mercantil,
cuando tiene oportunidad- lo que prima es una lógica financiera propia del país
subdesarrollado.
En cuanto a las empresas grandes, con acceso al crédito internacional, crece la tentación
de endeudarse en dólares si prevén un horizonte de estabilidad cambiaria a mediano
plazo y de mercado interno más o menos cautivo o protegido. En todo caso, tendrán que
endeudarse si quieren renovarse tecnológicamente. El acceso al crédito internacional les
otorga una ventaja con relación a las empresas más pequeñas, lo que potencia la
centralización del capital.
A medida que continúa el crecimiento con Eppc la balanza de cuenta corriente es cada
vez más deficitaria. Es financiada por la entrada de capitales, sea por inversión directa
(en especial en el período posterior al arranque del ciclo alcista), de cartera y préstamos
bancarios. Pero por otra parte la debilidad estructural de la recuperación económica
explica que continúe un “goteo” de fuga de capital nativo. Paulatinamente también
cobra importancia la remesa de utilidades de las empresas que han invertido con vistas a
la producción en el sector no transables. El tipo de cambio permite realizar esa
transferencia en condiciones óptimas, ya que el equivalente valor del espacio nacional
está sobrevaluado con respecto al espacio mundial y las condiciones estructurales de la
economía. A su vez la revalorización de la moneda lleva a que los salarios se
revaloricen también en términos de la moneda internacional. En estas condiciones la
clase dominante intentará aumentar la tasa de ganancia vía intensificación de los ritmos
de producción, caída de los beneficios sociales, precarización de las condiciones
laborales y baja nominal del salario –por (5). El resultado de estos intentos dependerá en
última instancia de la capacidad de resistencia del movimiento obrero.
Paulatinamente aumenta el déficit acumulado de la cuenta corriente y el peso de la
deuda externa se hace sentir sobre las cuentas fiscales y la balanza de pagos. El déficit
externo es una restricción insalvable. El déficit de la cuenta corriente exige ser
corregido; en última instancia es un reflejo de que la inserción de la economía en el
mercado mundial no ha sido exitosa, a pesar de la renovación parcial de equipos e
infraestructura que han permitido la mejora de los términos de intercambio y la entrada
de capitales. Un camino para mejorar la competitividad sin tocar el tipo de cambio
nominal es la deflación. Pero la deflación no sólo es dificultosa por lo que implica con
relación a la lucha de clases, sino también porque la espiral deflacionaria lleva a la
preferencia por mantenerse líquido; esto es, induce a postergar las inversiones y el
consumo de bienes durables, a la espera que la caída de precios toque fondo. Además
aumenta el peso de las deudas.87
En estas condiciones la economía es pasible de sufrir profundamente cualquier shock
externo. Por ejemplo, la suba de las tasas de interés en los países centrales; o la
devaluación de la moneda de un socio comercial importante puede desatar un terremoto
interno. A diferencia de los modelos neoclásicos, este shock no actúa sobre una
economía en estado de “equilibrios múltiples”, sino profundamente desequilibrada y
atravesada por contradicciones sociales.88
87
Véase el capítulo 19 de Keynes (1986) sobre los efectos de la deflación.
88
Así la crisis financiera internacional desatada a partir del default ruso de agosto de 1998 implicó una
suba generalizada de los spreads de las tasas de interés en promedio para los siete países más importantes
de América latina de 450 puntos básicos, previos a la crisis, a 1.600 puntos básicos en agosto de 1998. La
entrada de capitales luego de la crisis se redujo drásticamente. De US$ 100.000 millones en el año que
terminaba en el segundo cuatrimestre de 1998, pasó a US$ 37.000 millones en el siguiente año; en
términos de PNB bajó del 5,5% a 1,9%. La reversión súbita es explicada en lo esencial por la salida de
En la medida en que la situación externa empeora se incrementa la desconfianza en la
evolución de la economía. Primero los inversores –en especial los managers de
carteras– comienzan a exigir tasas cada vez más altas para mantener sus colocaciones en
moneda local, en activos de empresas locales, o en títulos públicos. La suba de las tasas
se acompaña de la caída de los precios en la bolsa de valores. El flujo de entrada de
capitales se detiene y/o revierte. En este contexto la alta y mediana burguesía posterga
el consumo, lo que influye rápidamente en el ingreso. El ahorro de estos sectores
aumenta y se vuelca a AF*. La caída de la demanda interna afecta al sector productor de
BNT; gyB y π eB’ caen rápidamente, bajando por lo tanto Ic e If en el sector. Dado que
los BNT eran principales impulsores del ciclo, el mismo se revierte rápidamente. Los
bancos restringen el crédito y suben las tasas. Ahora las empresas contraen deudas para
financiar los stocks crecientes de mercancías sin vender, y lo hacen a tasas crecientes.
La suba de la tasa de interés se generaliza; suben los spreads entre tasas activas y
pasivas domésticas y los spreads entre las tasas de referencia internacionales y las que
se cobran en el mercado de dinero y de bonos. Esto agrava el peso de la deuda pública y
privada y potencia la desconfianza. En la medida en que sube el déficit y aumenta el
peso de las deudas se cierra el acceso al crédito internacional. El mercado accionario se
hunde, contribuyendo al clima de pesimismo general. También los precios inmobiliarios
retroceden, poniendo presión en el sector financiero que empieza a advertir que no
recuperará muchos créditos. Se acelera la salida de capitales, incluyendo el retiro de
depósitos. El gobierno intenta frenar el proceso aumentando la tasa de interés; en tanto
la provisión de liquidez al sistema bancario está limitada por la necesidad de mantener
el tipo de cambio fijo. Pasamos a una situación Ponzi. Los balances de los bancos se
deterioran. La producción y el consumo siguen en espiral descendente. El ataque
especulativo contra la moneda puede desatarse antes de que el Banco Central agote sus
reservas. En este punto ocurre en parte la historia de Krugman (1979), pero no hay
previsión perfecta ni mercados eficientes, sino incertidumbre y comportamientos “en
manada” y salida de capitales, incluido el retiro precipitado de depósitos bancarios.89 La
devaluación finalmente se hace inevitable, en medio de una profunda y violenta
contracción económica y hundimiento financiero. Se pasa así a un período de tipo de
cambio alto.
inversiones de carteras. Luego siguió cayendo, al punto que en el año que terminaba en el cuarto trimestre
de 2002 la entrada de capitales a los siete países más importantes de América latina fue de sólo US$
10.000 millones; todos los datos tomados de Calvo y Talvi (2005). Sin embargo es de notar que la salida
de capitales no afectó a los países desarrollados. Tampoco a todos los países atrasados; México estuvo a
salvo de los retiros. Con lo cual se pone en cuestión la explicación de Calvo y Talvi, en el sentido que la
crisis se habría debido a una salida generalizada de los capitales sin atender a “fundamentals” de ningún
tipo.
89
Krugman (1979) constituyó la base para los llamados “modelos de primera generación” de
explicaciones ortodoxas de las crisis “sudden stop”, esto es, de súbito frenado de la entrada de capitales, y
salida apresurada de los mismos. En lo esencial el primer modelo Krugman atribuye la crisis al excesivo
gasto fiscal, financiado con emisión monetaria, y tipo de cambio fijo. Ante la previsión de una futura
devaluación, y superado un punto crítico de pérdida de reservas por el Banco Central, los inversores
desatan el ataque especulativo mucho antes de que las reservas se agoten, y obligan a la devaluación.
Además de atribuir el origen de la crisis a un factor exógeno (los malos manejos de la política) los
supuestos del modelo son extremadamente irrealistas. El país produce un único bien compuesto
comerciable, no existen problemas de productividad ni de transformación de los valores nacionales en
valor internacional; se cumple la paridad de poder de compra; los precios y salarios son completamente
flexibles, el nivel de ingreso está al nivel del pleno empleo y los agentes actúan en un mundo de
expectativas racionales. Además la crisis se explica por la simple agregación de comportamientos
“micro”, de agentes enfrentados a una política incoherente. Estas características principales del modelo se
mantienen en los modelos de “segunda generación” y los subsiguientes elaborados por la ortodoxia.
Conclusión
Marx comienza definiendo la renta como todo aquello que paga el arrendatario al
terrateniente como canon por la autorización a explotar la tierra. Básicamente se origina
en dos circunstancias. En primer lugar, en el hecho de que las tierras tienen diferentes
fertilidades, y ubicaciones geográficas, y por lo tanto varían los costos de producción.
En segundo término, en que la tierra es un bien que no puede reproducirse, y por lo
tanto es monopolizable. La manera más sencilla de introducir su mecanismo de
formación es a partir de la renta diferencial I, que es la renta que se origina por las
diferencias de fertilidad natural de los suelos. Lo hacemos con un ejemplo numérico.
Supongamos que existen tres tipos de tierra cerealeras, A, B y C, de diferentes niveles
de productividad; la A es la de menor productividad, y la C es la de mayor
productividad. La demanda de cereal es tal que se necesita la producción de los tres
tipos de tierra. Supongamos que en las tierras de tipo A por cada $25 de capital invertido
se obtiene un rendimiento de 1 unidad de cereal. Suponemos que la tasa de ganancia del
capital invertido en el agro –igual a la tasa media de ganancia que prevalece en el resto
de la economía– es del 20%; la ganancia cada $25 de capital invertido es entonces $5.
Esto significa que el precio de producción de 1 unidad de cereal es $30. A su vez en la
tierra B se producen, cada $25 de capital invertido, 2 unidades de cereal; la ganancia es,
lógicamente, $5. El “costo de producción” (entendido aquí como capital invertido más
ganancia) de cada unidad de cereal es $15. Por último, si en la tierra C se producen,
cada $25 unidades de capital invertido, 3 unidades de cereal, el “costo de producción”
de cada unidad de cereal es de $10. En principio, si estas diferencias de productividad
ocurrieran en cualquier rama de la economía en la que hubiera libre competencia, se
establecería un precio de producción que, en condiciones de equilibrio entre la oferta y
la demanda, coincidiría con el de las empresas modales. Sin embargo esto no puede
ocurrir en la agricultura, debido a que la tierra no es un bien que se pueda reproducir a
voluntad. Los propietarios de las tierras de productividad superior, C y B poseen
entonces una ventaja que no puede ser igualada por los propietarios de las tierras A. Esta
circunstancia hace que el precio de mercado esté determinado por la peor tierra, en
nuestro ejemplo, A. La unidad de cereal se vende por lo tanto a $30; en las tierras B se
obtiene un excedente de $30, y en las C de $60. Este excedente es la renta que va al
terrateniente. Varias cuestiones son importantes de puntualizar.
En primer lugar, hay que distinguir entre la tasa de ganancia y la renta. Constituye un
error frecuente hablar de la rentabilidad del campo de conjunto, sin distinguir la renta de
la ganancia del capital. La renta corresponde al dueño de la tierra en tanto es propietario
de un bien no reproducible. La ganancia agraria, en cambio, corresponde al empleo del
capital, y se rige por las mismas leyes que gobiernan las tasas de ganancia de
cualquier otro sector de la economía. En particular, está sometida a la tendencia a la
igualación de la tasa de ganancia que afecta a todas las ramas del capital. Esto significa
que cuando la tasa de ganancia en una rama se eleva por encima de los niveles medios,
aumenta el flujo de capitales hacia esa rama, llevando la tasa de ganancia de ese sector
nuevamente hacia el nivel medio. En el sistema capitalista permanentemente hay ramas
en expansión que gozan tasas de ganancia más altas que los promedios, y atraen
capitales; y ramas en retroceso en las que sucede lo opuesto. Además, dentro de cada
rama hay empresas con tecnologías o economías de escala superiores a las modales, que
gozan de plusvalías extraordinarias; empresas con escalas y tecnologías modales, que
reciben la tasa media de ganancia; y empresas con escalas y tecnologías inferiores a las
modales, que no alcanzan la tasa media de ganancia. Las plusvalías extraordinarias de
los capitales avanzados tecnológicamente tienden a desaparecer a medida que los
cambios tecnológicos se generalizan en la rama. La renta, en cambio, constituye una
“súper ganancia”, de la que se apropia de forma permanente el propietario de la tierra.
Esta distinción entre ganancia y renta es clave para comprender la especificidad
histórica del modo capitalista de producción. Como señala Marx, en tanto en las
sociedades precapitalistas la renta es la forma normal que asume el plusproducto –o el
plusvalor, si se paga en dinero–, la renta moderna es el excedente, que va al
terrateniente, por encima de la parte del plusvalor que se apropia el capitalista, bajo la
forma de ganancia. Lo cual demanda las condiciones modernas de producción, entre
ellas el establecimiento de una tasa media de ganancia y precios de producción; esto es,
el dominio del capital. Por eso mismo también esta separación entre ganancia y renta es
el supuesto del modo de producción capitalista.
En segundo término, la renta no es el “ingreso que recibe el factor de producción tierra”,
como se la presenta en la literatura burguesa habitual, sino la plusvalía remanente sobre
la ganancia media del capital. La propiedad privada de la tierra no es su fuente, sino la
que permite apropiarse de una parte de la plusvalía bajo la forma de renta. La mayor
fertilidad relativa de las tierras B y C no genera más valor, sino posibilita que la misma
cantidad de trabajo humano se exprese en más cantidad de valores de uso; y dado que el
precio del producto está determinado por la tierra A, es lógico que surja la renta. Es
como si el trabajo aplicado en B y C fuera trabajo potenciado, generador de más valor
que el aplicado en A. El valor es una categoría social; su magnitud depende del tiempo
de trabajo socialmente necesario, y éste está determinado tanto por la productividad del
trabajo que determina el precio de producción –en nuestro ejemplo, la productividad del
trabajo en A–, como por la necesidad social del producto –esto es, el tiempo de trabajo
que se está dispuesto a entregar a cambio–.
En tercer lugar, es claro que si por cualquier causa baja el precio del cereal, salen de
producción las tierras marginales, y las tierras que le siguen en la escala ascendente de
la productividad pasan a ser ahora las reguladoras. Esto es importante a tener en cuenta
cuando se estudia el efecto bajista sobre los precios que tienen las retenciones a las
exportaciones sobre los precios de los granos, carne y otros productos del agro.
En cuarto lugar, la apropiación de la renta diferencial por parte del Estado no modifica
el precio del grano (si consideramos el precio mundial). Esto porque, como se ha visto,
la renta no contribuye a la formación de los precios. En otras palabras, el cereal no es
caro porque se paga una renta, sino que se paga una renta porque el cereal es caro.
Por lo cual es incorrecto afirmar que si baja la renta se abaratan los precios de los
cereales u oleaginosas. Sí modifica el precio interno una variación del tipo de cambio,
o de las retenciones, ya que lo desconecta, parcialmente, del precio en el mercado
mundial. Pero, naturalmente, el precio en el mercado mundial no se modifica por esto;
simplemente se trata de un procedimiento por el cual el Estado se puede apropiar de una
parte de la renta, dada la diferencia entre el precio interno y el precio mundial.
Por último, subrayamos que la renta depende de las productividades relativas. Esto
significa, en primer lugar, que no depende del tamaño de la tierra; una parcela pequeña
puede dar una renta relativamente más grande que una parcela mayor. Por eso en la
zona pampeana extensiones de tierra no muy grandes (dadas las escalas productivas
“normales”) pueden sin embargo generar importantes rentas. Y zonas extensas en
tierras peores dan poca renta relativa. En segundo término se desprende que Ricardo se
equivocaba cuando pensaba que la renta siempre aumentaba con la suba de los precios
del grano, y viceversa. De hecho, la productividad total puede estar aumentando, de
manera que bajan los precios de los granos, en tanto aumenta la renta.
Dado que la tierra no es producto del trabajo, no puede tener valor. Sin embargo es una
mercancía –en la medida en que es apropiable– y por lo tanto tiene precio. Se plantea
entonces la cuestión de cómo se determina el precio de la tierra. La respuesta de Marx
es que se hace por el principio de la capitalización de la renta con una tasa de interés
determinada.90 Se trata del mismo principio que se aplica actualmente en la “superficie”
90
“El precio de la tierra no es otra cosa que la renta capitalizada, y por ende anticipada” (Marx, 1999, t. 3
p. 1028).
de la sociedad capitalista, sólo que en Marx el “rendimiento” de la tierra se ha explicado
a partir de la explotación del trabajo. Supongamos, por ejemplo, que la tasa de interés
de referencia de un país es el 6%; supongamos que una unidad de tierra da $200 de
renta anual. Pues bien, se puede suponer que esa renta corresponde al “rendimiento” de
un capital ficticio –en este caso la tierra– cuyo precio se calcula capitalizando la renta a
una tasa de interés que, por lo general, es un más baja que la tasa de referencia. 91 En
nuestro ejemplo esta tasa puede ser del 5%. Por lo tanto el precio de esa unidad de tierra
será $200 ÷ 0,05 = $ 4000. Es claro que a medida que suba la renta, dada una tasa de
interés, el precio de la tierra sube; y que a medida que baje la tasa de interés de
referencia, aumenta el precio de la tierra. En consecuencia el precio de la tierra se
explica por la ley del valor trabajo, y está indisolublemente ligado a la relación
capitalista.
Entender que el precio de la tierra es renta capitalizada ayuda a resolver cuestiones que
se han discutido acaloradamente durante el conflicto entre el campo y el Gobierno, y
reaparecen comúnmente en los análisis sobre la economía de la tierra. Por ejemplo, es
frecuente que al hacer los cálculos de rentabilidad de una explotación agrícola se
considere el precio de la tierra como un componente del capital invertido (sería “capital
constante fijo”, en términos marxianos) por el terrateniente- capitalista. Por ejemplo, en
un cálculo realizado por la Secretaría de Agricultura de Argentina, para campos propios
y arrendados, se habla de rentabilidades sobre “capital invertido” que son
asombrosamente bajas (el cálculo fue hecho para precios de fines de 2007). Al margen
de la exactitud de las cifras sobre costos, impuestos, etcétera, lo que llama la atención es
que este cálculo no discrimina entre lo que es el capital (máquinas, semillas,
fertilizantes, pago de salarios) y lo que es valor de la tierra. Pero lo invertido en la
tierra no constituye capital. Para verlo, pensemos en la explotación capitalista típica,
esto es, cuando existe un terrateniente que percibe renta y un arrendatario capitalista que
la paga y contrata obreros asalariados. En este caso el capital invertido por el
terrateniente en la compra del suelo “es para él, por cierto, una inversión de capital que
devenga interés, pero que nada tiene que ver en absoluto con el capital invertido en la
propia agricultura” (Marx, 1999, t.3, p. 1028). Esto porque la tierra no es capital fijo ni
circulante; simplemente es un bien inmueble, una condición de producción. El título de
propiedad que posee su comprador constituye un título que le da derecho a percibir una
parte del plusvalor, bajo la forma de renta, pero que, como vimos, nada tiene que ver
con la producción de esa renta. Por eso es similar al dinero invertido en un título del
Estado; el título da derecho a participar de los ingresos futuros del Estado, pero detrás
del mismo no hay capital; se trata de un capital ficticio. En el caso de la tierra, cuando el
comprador abonó el precio de la tierra, se desprendió de su capital, que ahora pasó a
manos del vendedor. “Por consiguiente, el capital no existe ya como capital del
comprador, pues éste ha dejado de tenerlo; por lo tanto no se cuenta entre el capital que
de alguna manera puede invertir en el propio suelo” (ídem). Por lo tanto esta suma
desembolsada en la compra de la tierra no entra en el valor del producto, como sí
sucede con el valor de la máquina o de la materia prima. De ahí que el comprador
compare la inversión en tierra con la inversión en cualquier otro activo financiero.
Para él es un “capital” que rinde interés, aunque como capital sólo podrá realizarlo
mediante su reventa; en este sentido es que Marx lo considera capital potencial. La
lógica que rige esta inversión, como sucede con cualquier otro activo financiero, es la de
ganar tanto con la renta como con la valorización de la tierra. Esta perspectiva, propia
del capital dinerario, se ve reflejada en los balances de algunos grandes grupos del
91
La razón de que sea más baja es que la tierra se considera una inversión más segura que la inversión
financiera.
capitalismo agrario. Por ejemplo Cresud, de Argentina, vende tierras compradas a
precios bajos, cuando considera que han alcanzado una alta valorización; y apuesta a
continuar ganando con estas diferencias entre precios de compra y de venta.92
La distinción entre inversión en tierra y capital resurge a cada momento en el cálculo
del inversor financiero y del propietario. Este último calcula normalmente cuánto le
rinde la tierra si la arrienda, comparando con el beneficio que obtiene de cualquier otro
activo financiero; y las posibilidades de valorización del suelo. Por otra parte calcula
cuánto capital debe invertir para hacer producir el campo, y qué ganancia obtiene. En
base a esto puede decidir el curso a seguir; un cálculo que adquiere especial
significación en la dinámica del capitalismo agrario pampeano en estos momentos
(véase el tercer trabajo de esta serie).
Por último señalamos que considerado el asunto desde el punto de vista del desarrollo
de las fuerzas productivas, es claro que debido a que el desembolso de capital dinerario
destinado a la compra de tierras no es inversión de capital agrícola, constituye un
obstáculo para la agricultura y “de hecho contradice al modo de producción capitalista”
(Marx).
Cuando se discute acerca de los ingresos del campo generalmente se hace hincapié en la
existencia, o no, de “ganancias extraordinarias” por parte de los propietarios de la tierra.
Como hemos visto, estas “ganancias” –que son rentas– no se distinguen, la mayoría de
las veces, de las ganancias del capital, y los debates se centran en cuál sería su nivel
éticamente “justo”. Con lo cual desaparece cualquier cuestionamiento a la propiedad
privada misma de la tierra. La propiedad privada de la tierra aparece como algo
“natural”. Sin embargo cabe preguntarse en qué se fundamenta el derecho de propiedad
privada de la tierra.
En la respuesta a esta pregunta, como señala Marx, la ideología burguesa fracasa
penosamente, incluso en sus exponentes más lúcidos. Es que la propiedad privada de la
tierra supone que hay personas que han monopolizado porciones del planeta, “sobre las
cuales pueden disponer como esferas exclusivas de su arbitrio privado, con exclusión de
todos los demás” (Marx, 1999, t. 3, p. 793). En determinados momentos de la historia
humana, algunas personas tomaron posesión de tierras, las declararon de su propiedad, y
excluyeron a todos los demás. Que luego las tierras se comercien como cualquier otra
mercancía no cambia la naturaleza del problema. La renta sigue constituyendo un
tributo que el conjunto de la sociedad paga a quienes han monopolizado porciones del
globo terráqueo. Desde este punto de vista la defensa de la renta agraria, cualquiera sea
la forma que adopte, es una bandera reaccionaria. Éste es un punto del programa del
marxismo que es incompatible con las reivindicaciones del movimiento de los
productores agrarios pampeanos, y con los programas de los partidos defensores del
sistema capitalista. Sin embargo, el hecho de que se naturalice la propiedad privada del
suelo, que se confunda el precio de la tierra con el capital, y que la renta se conciba,
según la apariencia del fenómeno, como un rendimiento de ese “capital”, constituye la
base material para la defensa ideológica del derecho del terrateniente a percibir ese
ingreso. El cuestionamiento a la renta que percibe el propietario de la tierra por parte
del marxismo en este sentido es de raíz.
Renta absoluta
92
En su balance cerrado el 31/03/08 la empresa informa la venta de 2470 hectáreas en Santa Fe a US$
2549 por hectárea. Cresud las había comprado en 1997 a US$ 309 por hectárea.
La renta diferencial I, que se origina en las diferencias de las productividades naturales
del suelo es la que comúnmente se tiene en cuenta cuando se analiza la cuestión de la
tierra en Argentina. Pero Marx también pensaba –a diferencia de Ricardo, que sólo
concebía la renta diferencial– que la tierra de peor calidad también generaba renta. Esta
renta surgía, siempre según Marx, porque la composición media del capital en la
agricultura era más baja que en el promedio de la economía capitalista. Recordemos que
la composición del capital es la relación entre capital constante y capital variable; esto
es, la relación entre trabajo muerto y trabajo vivo, que es el que genera el valor y la
plusvalía. En condiciones de libre competencia y movilidad de los capitales, las ramas
en que existe una composición del capital menor a la media venden su producción por
debajo del precio que correspondería directamente a sus valores; y en las ramas en las
que la composición del capital es superior a la media sucede lo contrario. Sin embargo,
seguía el razonamiento de Marx, en la agricultura no podía ocurrir esa nivelación,
debido a la propiedad privada de la tierra. Lo cual daba lugar a otra ganancia “extra”,
que constituía la renta “absoluta”, que recibe el propietario de la tierra de peor calidad.
Esto significa que Marx explica la renta en la peor tierra no a partir de un precio de
monopolio –esto es, por el poder de mercado, del capricho de la demanda– sino por la
ley del valor trabajo. Su supuesto crucial es que en la agricultura la composición del
capital es menor que en el resto de la economía.
Obsérvese que en este respecto no es correcta la afirmación de Gastiazoro (1999)
cuando sostiene que la renta absoluta “surge de la súperexplotación de los asalariados
rurales por el mayor atraso relativo del capitalismo en el campo”. En primer lugar
porque la renta absoluta es independiente de si existe o no súperexplotación; la
existencia de súperexplotación puede engrosar la renta, absoluta o diferencial, pero no
es la razón de ser de la renta absoluta. Aún cuando no exista súperexplotación, habrá
renta absoluta si la composición orgánica en el campo es menor que la composición
orgánica promedio del resto de la economía capitalista. Por lo tanto, y en segundo
término, tampoco es correcto sostener, como también hace Gastiazoro, que la renta
absoluta surge porque hay un mayor atraso relativo del capitalismo en el campo. Lo que
importa es la composición orgánica media del capital, y la composición orgánica
promedio en el campo. Además, pueden existir ramas de la economía con baja
composición orgánica, que sin embargo estén a la vanguardia de los avances
tecnológicos. Por ejemplo, ramas en biotecnología, genética, farmacia y similares, que
están dominadas por el capital, poseen una alta relación de trabajo (que es complejo)
sobre capital, esto es, una baja composición orgánica de capital; a pesar de lo cual son
ramas de avanzada en el capitalismo.
Esta confusión conceptual acerca de qué es renta absoluta lleva a una parte de la
izquierda –como el Partido Comunista Revolucionario, al que pertenece Gastiazoro– a
sostener que en Argentina este tipo de renta sigue jugando un rol central.
Señalemos, por último, que la renta absoluta sí influye en el precio del producto
agrícola; si no existiera la renta absoluta el producto se vendería al precio de
producción que, lógicamente, debe ser más bajo que el precio-valor (siempre bajo el
supuesto de que la composición orgánica del capital en la agricultura es más baja que en
el promedio social).
Lo visto hasta aquí ha constituido los pilares teóricos habituales con los que se
explicaron las cuestiones de la tierra en Argentina. Menos atención se le ha dado a la
renta diferencial II, que es la renta que surge por las sucesivas mejoras introducidas por
la inversión de capital en la tierra. En la medida en que esas mejoras se incorporen de
manera permanente a la tierra, son pasibles de ser usufructuadas por el terrateniente en
futuros contratos.
Por ejemplo, supongamos que en nuestro caso anterior un capitalista arrendatario
introduce una mejora en el riego de la tierra C, de manera que aumenta su productividad
a 4 unidades de cereal cada $25 de capital invertido más $7 por inversión “extra”. En
este caso el capitalista obtendrá un ingreso de $100, de los cuales $60 constituyen la
renta, $25 reponen el capital “normal” invertido, $7 el capital “extra” invertido; $5
constituyen entonces la ganancia normal, y $3 una ganancia extraordinaria, producto de
las mejoras. Pero cuando la tierra esté disponible para que el terrateniente la alquile
nuevamente, esa mejora es una cualidad de la tierra que procurará la correspondiente
renta. El arrendatario se quedará de nuevo con la ganancia media; el incremento de la
renta deriva así de la inversión de capital, y es lo que Marx llama renta diferencial II. El
análisis a partir de aquí se hace entonces más complejo, porque las rentas diferenciales I
y II dan lugar a muchas combinaciones, según que los rendimientos de las sucesivas
inversiones de capital en la tierra sean crecientes, constantes o decrecientes; y según las
inversiones se hagan en tierras de diferentes fertilidades naturales. De esta forma
aparecen muchos casos en que la renta sube, pero no porque se vaya siempre a tierras
peores, o porque suban los precios de los productos agrícolas, como pensaba Ricardo.
93
Datos que tomamos del Economic Report of the President US, de 2007.
Y todo indica que desde entonces el tiempo de trabajo disminuyó. Una “acusación”
corriente al agro pampeano es que se trata de un sector que emplea poca mano de obra
relativa. En consecuencia cabe preguntarse si existe renta en las tierras peores.
Para responder a esta pregunta vuelve a cobrar importancia la renta diferencial II.
Expliquemos la cuestión con cierto detalle, porque nos permitirá abordar luego algunas
de las contradicciones que se están evidenciando hoy en el agro en Argentina.
La tesis de Marx es que puede surgir renta en la peor tierra a partir de las inversiones
sucesivas de capital, en ciertas condiciones especiales que afectarían a las tierras
marginales. Para ver cómo puede suceder, supongamos, como antes, que la tierra peor,
A, produce 1 unidad de cereal a un “costo de producción” (incluye la ganancia) de $30,
y que la tierra B produce 3,5 unidades de cereal a un costo de producción de $60. Dado
que el precio de mercado está determinado por la tierra A, los productores de B venden
las 3,5 unidades de cereal a $30 cada una, obteniendo entonces $105. Descontado el
“costo de producción” queda una renta de $45.
Supongamos ahora que la demanda aumenta, y se necesita producir 1 unidad más de
cereal. Se compara entonces cuánto cuesta producir esta unidad adicional si se invierte
más capital en la tierra A, en una tierra aún peor, A -1, o en B. Supongamos que producir
esta unidad adicional cuesta $35 en B, y $38 en A, o en A -1. Lógicamente, la unidad
adicional se produce en B. Entonces tenemos que B produce ahora 4,5 unidades, de las
cuales 3,5 unidades se producen a $60, mientras que 1 unidad se produce a $35. En total
en B las 4,5 unidades de cereal se producen a $95 (siempre incluyendo la ganancia). Si
se calcula el costo medio de la producción en B, es claro que el mismo será $95 ÷ 4,5 =
$21,11. En este caso el precio regulador seguiría siendo el de A, o sea $30, y no habría
renta en la peor tierra. Sin embargo Marx aquí introduce una hipótesis crucial, ya que
sostiene que el precio regulador bien puede ser el de la unidad adicional producida en B,
o sea, $35. En este caso B vende las 4,5 unidades de cereal a $157,5; descontando los
$95 que corresponden al capital, queda una renta de $62,5. Puede verse que la renta
aumentó, esto es, tenemos renta diferencial II. A su vez en A aparece una renta de $5. Es
evidente que Marx está dando aquí un rol relevante al cálculo comparativo marginal.
Esto sucedería cuando no es posible disponer de nueva tierra de calidad A que tenga la
misma situación favorable que la cultivada anteriormente, sino hay que recurrir a una
segunda inversión de capital en A, que implica una inversión menos rentable que en B;
o, alternativamente, descender a una tierra A -1, de peor calidad.
Otra situación en que la renta diferencial II puede dar lugar a renta en la tierra de peor
calidad es cuando la inversión adicional de capital permite un fuerte aumento de la
productividad en la tierra peor. Para verlo, partamos del caso que hemos venido
estudiando: en la tierra A una inversión de $25 permite producir 1 unidad de cereal, con
una ganancia de $5. Supongamos ahora que una segunda inversión de $25 permite
producir 2 unidades adicionales de cereal (la ganancia es de $5, como siempre). De
manera que se pueden producir 3 unidades de cereal a un costo de producción de $60.
El costo medio de la unidad de cereal es de $20; si A sigue sin arrojar renta, el precio
regulador pasa entonces a ser $20. En cambio –y de nuevo esta hipótesis es crucial en el
razonamiento de Marx para explicar la aparición de renta en A– si se sigue considerando
como precio regulador el precio de la unidad de cereal que resulta de la primera
inversión de capital (o sea, $30), la producción total de A que se deriva de la primera y
segunda inversión reportará un ingreso de $90; y se genera una renta de $30. Todo
depende de que la primera inversión se mantenga como la decisiva.
Por supuesto Marx admite que en condiciones normales el precio regulador debería
disminuir, de forma que no habría renta en A. Sin embargo, sigue su explicación, si la
mejora afectara solamente a una parte pequeña de A, esta parte mejor cultivada arrojará
una ganancia excedente que el terrateniente terminará fijando como renta. A medida que
la tierra A fuera incorporando el nuevo método, se iría formando renta. Marx considera
también el caso en que hubiera productividad decreciente de los capitales adicionales
invertidos en A, pero para nuestro estudio es suficiente con lo que hemos explicado. Lo
central aquí es que a medida que aumenta la inversión de capital, y se desarrolla la
producción capitalista, puede formarse renta incluso en las tierras marginales.
Por otra parte se puede ver que la distinción entre las rentas diferenciales I y II es, hasta
cierto punto, relativa. Es que siempre la renta diferencial I supone que haya inversión de
capital, ya que no hay suelo que dé producto sin inversión. Por eso Marx plantea –no
casualmente, cuando trata la renta diferencial II– que incluso cuando se dice que 1
unidad del suelo peor, A, proporciona determinada cantidad de productos, siempre se
supone “que se emplea un capital determinado, considerado normal bajo las condiciones
de producción dadas” (Marx, 1999, t. 3, p. 903). Naturalmente, a la par que se
desarrolla el capitalismo se eleva el nivel del capital medio necesario. Por ejemplo,
supongamos que se realizan nuevas inversiones de capital en algunas hectáreas de A, y
que otras no reciban este capital suplementario. De esta manera se genera renta en las
hectáreas de A mejor cultivadas, y aumenta la renta de las tierras B, C, D, que también
reciben capitales adicionales. En tanto las hectáreas de A que no recibieron ese capital
adicional siguen determinando el precio de producción. Pero llega un punto en que el
nuevo tipo de explotación se impone y se convierte en el tipo de explotación normal; en
ese momento el precio de producción disminuye, la renta de las mejores tierras vuelve a
disminuir y “la parte del suelo de A que no posea el capital medio de explotación deberá
vender por debajo de su precio de producción individual, es decir, por debajo de la
ganancia media” (ídem). El nivel medio del capital necesario para explotar la tierra en
Argentina se ha venido elevando sistemáticamente en los últimos años; asimismo la
inversión de capital en tierras está poniendo en funcionamiento más y más tierras
marginales. Esto saca de la competencia a los productores más débiles e impulsa la
concentración del capital.
Este tipo de inversión la estarían realizando algunos grandes grupos en tierras
marginales de Argentina. Por ejemplo Cresud está invirtiendo en tierras en el sur de
Salta, donde está transformando en praderas sembradas unas 62.000 hectáreas de suelos
marginales. Directivos de Cresud informaban también que el grupo estaba comprando
las tierras a US$ 10 la hectárea (esto significa que esa tierra, de hecho, no genera renta)
e invirtiendo aproximadamente US$ 700 por hectárea. Si el precio de las oleaginosas o
cereales es establecido por otras tierras marginales que no generan renta, y Cresud
consigue, a partir de mejoras que puedan considerarse permanentes, una productividad
por hectárea superior a la productividad de esas tierras marginales que siguen
determinando el precio, entonces las tierras marginales que adquirió darán renta. De esta
manera la inversión de capital “genera” renta agraria. Además, a mediano o largo plazo,
los propietarios-productores que no posean el capital suficiente para generar un nivel de
productividad similar al que consigue el capital más fuerte, terminarán siendo
eliminados. Esto se puede acelerar si baja el precio del grano o de la oleaginosa.
Por otra parte debe tenerse en cuenta que la renta diferencial I siempre es la base sobre
la que se asienta la renta diferencial II. Si hoy en la economía moderna no hay
posibilidad de obtener renta sin realizar fuertes inversiones de capital, debe existir una
base, dada por la fertilidad natural de la tierra, para que pueda formarse una renta
diferencial II. Por caso, la inversión de capital en la Pampa Húmeda hoy es
imprescindible para que exista renta. Pero ese capital a su vez está actuando en un
terreno de fertilidad natural superior a otros suelos; por ejemplo, a los suelos de
Tucumán o Salta que se dedican a la producción de trigo o soja.
La categoría de “campesino” y el granjero pampeano
Durante el conflicto agrario las organizaciones de izquierda que se alinearon con los
productores rurales y contra el Gobierno sostuvieron que estaban defendiendo a los
“pequeños y medianos campesinos” contra el avance de los grandes capitales agrarios y
financieros. Según esta visión, en la zona pampeana y productora de cereales y
oleaginosas existiría una amplia capa de productores que no serían capitalistas, dado
que no utilizan mano de obra asalariada, o lo hacen en muy escaso volumen.
Efectivamente, de acuerdo al último censo disponible, de 2002, en la zona pampeana
casi la mitad de los establecimientos sólo emplea trabajo familiar. Y de los
establecimientos que tienen asalariados permanentes, el 90% tiene menos de 4
trabajadores (véase Neiman, 2008). Dado que una relación capitalista se define por la
utilización de mano de obra, y en una proporción tal que el dueño de los medios de
producción pueda vivir sin involucrarse directamente en el trabajo,94 muchos de los
propietarios-productores de la zona pampeana –típicamente, que poseen
establecimientos de entre 50 y 300 hectáreas–, no serían capitalistas en el sentido
estricto del término. Sin embargo, cuando se analiza la rentabilidad de estos sectores, y
sus posibilidades, y se las compara con la situación de los campesinos parcelarios, la
cuestión aparece bajo una luz muy distinta. Para avanzar en la discusión, debemos
precisar qué es la economía campesina, tal como históricamente se la entendió en la
literatura marxista y en los estudios sobre las clases sociales en el campo.
La economía campesina se conforma esencialmente en torno al campesino propietario
de una parcela.95 Esta forma de la propiedad del suelo presupone “que la población rural
posee gran preponderancia numérica sobre la urbana” (Marx, 1999, t. 3 p. 1023);
presupone también que el capitalismo está poco desarrollado en el agro. En su forma
más común “una parte preponderante del producto agrario debe ser consumido, en
cuanto medio directo de subsistencia por los propios campesinos” (ídem), y sólo una
parte residual se comercia. Esta economía parcelaria es, por lo general, el punto de
partida de las sociedades agrarias que han dejado atrás relaciones feudales o esclavistas.
Progresivamente, a medida que se desarrollan relaciones mercantiles y el modo
capitalista de producción, tenderá a producirse una diferenciación interna en el
campesinado. Los campesinos que posean la tierra más fértil (o alguna otra ventaja),
podrán realizar una renta diferencial, y también una ganancia; en el sistema capitalista
desarrollado este campesino adquiere la fisonomía del farmer americano, esto es, de
alguien que recibe normalmente renta, y ganancia. Los campesinos acomodados
también pueden evolucionar hacia capitalistas arrendatarios, a través de formas de
transición como la mediería o aparcería.96 Sin embargo, la mayoría va camino a la
ruina, a medida que el capitalismo se desarrolla. Esto se debe a la baja fertilidad del
suelo, que se empobrece progresivamente por la naturaleza misma de la explotación; a
la ruina de las industrias domiciliarias rurales, que no pueden competir con la gran
94
Véase el capítulo 9 del tomo 1 de El Capital, donde Marx explica que para que una suma de dinero se
convierta en capital es necesario un mínimo determinado. Si el dueño de los medios de producción debe
intervenir directamente en el proceso de producción como un obrero más, no será más que un “pequeño
maestro artesano”, un término medio entre el capitalista y el obrero. Al llegar a un cierto nivel del
desarrollo, la producción capitalista exige que el propietario de los medios de producción invierta todo su
tiempo en actuar como capitalista, esto es, como capital personificado.
95
Como afirma Roberts (1990), esta economía agraria, ha sido la base de la producción agrícola a través
de siglos.
96
Esto es, el arrendatario adelanta parte del capital, además de su trabajo; y el terrateniente otra parte del
capital. Marx señala que esta forma está en transición hacia el arrendatario capitalista.
industria; a lo reducido de los predios, en especial cuando ocurren divisiones por las
herencias; al atraso de la tecnología y la baja escala de la producción; a la escasez de
insumos (por ejemplo de fertilizantes) y herramientas que emplea, apenas alcance a
generar un valor que reponga el valor de sus medios de subsistencia. A lo que se agrega
el peso de las deudas y las hipotecas de las tierras; o la exacción del capital comercial,
que domina las cadenas mercantiles. Por eso los campesinos no reciben ingresos
equivalentes a renta o ganancias, y tienden a conformarse con un ingreso que a duras
penas logra conformar un salario:
Como límite de la explotación para el campesino parcelario no aparece, por una parte, la
ganancia media del capital, en tanto es un pequeño capitalista; ni tampoco, por la otra, la
necesidad de una renta, en tanto es terrateniente. En su condición de pequeño capitalista no
aparece para él, como límite absoluto, otra cosa que el salario que se abona a sí mismo, previa
deducción de los costos propiamente dichos. Mientras el precio del producto cubra su salario,
cultivará su campo e inclusive y a menudo hasta llegar a un límite físico del salario (Marx, 1999,
t. 3 pp. 1024-1025).
El campesino no recibe siquiera un equivalente al plustrabajo por encima del trabajo
necesario para reproducir su fuerza de trabajo y su familia. En consecuencia no
distingue la renta de la tierra como una categoría específica de su ingreso, ni tampoco
una ganancia, que correspondería a una inversión de “capital”.
A su vez, el debilitamiento de la economía predial puede llegar a ser tan grande que el
campesino está obligado a combinar el trabajo en su parcela con el trabajo asalariado
por fuera de ella. Cuando ocurre esto estamos en presencia de un campesino en
transición al proletario, o sea, es un “semi-campesino”, “semi-proletario”. Es lo que
sucede actualmente en amplias zonas de América Latina, donde las poblaciones
campesinas están obligadas a diversificar sus actividades con empleos por fuera de las
granjas, realizar artesanías, o el comercio; o dependen en buena medida de la remesa de
miembros de la familia que emigraron a países desarrollados (Roberts, 1990). Asimismo
el avance de la feminización del trabajo predial, que registra la OIT y otros organismos
internacionales, se debe a que en muchas regiones los campesinos salen a buscar empleo
fuera de su economía, y las mujeres, con ayuda de los hijos, se dedican a la parcela. En
todas estas variantes de economía campesina, así como no existe la renta de la tierra y
ganancia del capital, tampoco encontramos la racionalidad económica típica del
empresario capitalista, que se guía por el criterio de la rentabilidad. Como sostienen
dos investigadores, refiriéndose a campesinos del Perú:
Los campesinos usan el dinero para importar productos que no pueden producir localmente, tales
como gasolina, ropa, licor, comida e insumos agrícolas. Cuando los términos de intercambio son
desfavorables…, en intentos desesperados por continuar exportando productos, devalúan los
elementos de la economía que están bajo su control. A fin de continuar operando, los campesinos
deben vender sus productos por debajo del costo de producción, absorbiendo las pérdidas en
casa. A largo plazo esto lleva al empobrecimiento (Mayer y Grave, 1999, p. 346).
Es este tipo de economía la que históricamente ha conformado el contenido de la
llamada “cuestión campesina” en el marxismo. Se habla de una “cuestión campesina”
por los debates acerca de qué programa debían levantar los socialistas y la clase obrera
para ganar al campesinado para la lucha contra el capital. Dado que en el siglo 19 la
mayor parte de la población en Europa continental era campesina, resolver este
problema era de mucha trascendencia política.97 Marx y Engels pensaban que este
97
Por ejemplo en Francia, hacia mediados de siglo XIX, las dos terceras partes de la población vivía en el
campo; la mayoría eran campesinos parcelarios, agobiados por las deudas, que sobrevivían al borde del
hambre. De ahí que Marx y Engels levantaran durante la Revolución de 1848 un programa de
regularización de las hipotecas e indemnizaciones a estos campesinos; aclarando, de todas maneras, que
su salvación estaba en un programa anticapitalista. Para el campesinado alemán el programa incluía la
anulación de las cargas semi-feudales. Hacia fines de siglo XIX el problema campesino volvió a
discutirse en la socialdemocracia francesa y alemana.
campesinado debía ser ganado como aliado del proletariado, mostrándole que su única
salvación frente a la ruina inevitable era adherir a un programa anticapitalista. Sin
embargo, a medida que se desarrolló el capitalismo en Europa, “la cuestión campesina”
tendió a desaparecer. En primer lugar porque con el desarrollo de la urbanización y del
capitalismo la población rural perdió relevancia numérica en los países desarrollados.
Actualmente en Francia la proporción de trabajadores empleados en el campo es de
apenas el 5% del total de la fuerza laboral del país; los porcentajes en otros países
europeos y en Japón es similar. En Estados Unidos sólo el 3% de la fuerza laboral está
empleada en la agricultura. Pero además, y más importante, porque los granjeros de
Francia, Alemania o Estados Unidos de hoy tienen poca relación con aquellos
campesinos en los que Marx y Engels ponían esperanzas revolucionarias. Se han
convertido en parte de la clase capitalista, y actúan con la lógica propia de ella. Por
caso, los granjeros, rancheros y administradores de establecimientos de Estados Unidos
perciben una renta, generan excedente del que se apropian, y realizan fuertes
inversiones que deciden según criterios de rentabilidad propios de cualquier empresario
capitalista. Algo similar se puede decir de los granjeros de otros países adelantados.
En cambio el campesinado en el sentido tradicional del término sigue existiendo en
amplias zonas del mundo subdesarrollado. Por ejemplo, en África Occidental la
agricultura familiar emplea del 75% al 80% de la población activa.98 También en
muchos países de América Latina, como hemos apuntado, la persistencia de las
producciones campesinas familiares es muy significativa. Y en grandes zonas de Asia.99
En todos esto países se plantea una “cuestión campesina” en el sentido tradicional del
término. Esto es, a medida que avanza la mundialización del capital, y éste penetra en el
agro, millones de campesinos van a la ruina completa, se proletarizan o caen en el
pauperismo. Una situación que demanda de los marxistas discusiones específicas sobre
programa y estrategia. También en economías regionales de Argentina se plantea, hasta
cierto punto, esta cuestión. En el Noroeste y Noreste argentino, por caso, entre el 22% y
25 % de la población es rural; y subsisten formas de economías parcelarias que apenas
sobreviven, en el mejor de los casos. Por ejemplo, en Misiones el 85% de los 21.300
productores yerbateros poseen entre 1 y 10 hectáreas, representando el 51% de la
superficie implantada; las unidades más pequeñas en particular están prácticamente al
nivel de subsistencia.100 Pero no es el caso de los productores pampeanos y en general
98
Datos de la OIT.
99
Ejemplos de economía familiar parcelaria son Bangladesh y Java. En 1973 en Java el 82% de las
tenencias eran de menos de 1 hectárea y abarcaban el 49% de la tierra; el 16% de las tenencias era de 1 a
3 hectáreas y representaban el 16% de la tierra. Las tenencias de entre 5 y 10 hectáreas abarcaban el 4%
del área de tierra, y las de más de 10 hectáreas el 2%. En Bangladesh, en 1977, las tenencias de menos de
una hectárea constituían el 50% del total, y abarcaban el 19% del total de la tierra. Las tenencias de una a
tres hectáreas eran el 41% del total, y abarcaban el 49% de la tierra. En el otro extremo las tenencias de
más de 10 hectáreas eran menos del uno por ciento del total y tenían el 3% de la tierra cultivada (datos
tomados de Hart, 1988). Otro caso de gran parcelación de la tierra es China. Según un estudio del
Ministerio de Agricultura, de 1986, realizado en 29 provincias, cada hogar campesino tenía, en promedio,
0,466 hectáreas, fragmentada en 5,85 parcelas, en promedio (véase Fu Chen, 1999). Según Hu Jing
(2008), actualmente el promedio de tierra cultivada por hogar, a nivel nacional, es 0,333 hectáreas. Tanto
para los casos de Bangladesh y Java, como también China, los autores citados señalan que avanzan los
procesos de diferenciación interna en estas economías. Además, avanza la fragmentación, debido al
crecimiento de la población y la pérdida de tierra cultivable. En Bangladesh el promedio de la tenencia en
la década de 1970 era de 1,5 hectáreas; en la década del 2000, había bajado a 0,5 hectáreas. En Etiopía y
Malawi cayó de 1,2 hectáreas en los setenta, a 0,8 hectáreas en los noventa (datos de The Economist
19/04/08).
100
Relevamiento yerbatero, de 2002, Gobierno de la provincia de Misiones. Apoyándose en los datos de
las economías no pampeanas, Tapella (2002) señala que al inicio del nuevo siglo no es posible probar,
para Argentina, la desaparición del campesinado, su total paso hacia formas asalariadas, o la
de los productores de cereales y oleaginosas. Su situación se parece más a la de
Estados Unidos, que a la de Bangladesh, para establecer dos casos polares de
referencia. El productor de soja propietario de 100 hectáreas en Buenos Aires o Santa
Fe no puede ser incluido en la misma categoría social que el campesino parcelario. Su
fuerza económica y perspectivas son cualitativamente distintas. Produce enteramente
para el mercado; invierte capital calculando una tasa de ganancia; obtiene normalmente
plusvalor; la renta tiene un significado concreto, y entra en sus cálculos a cada
momento.
Tampoco puede asimilarse al campesino arruinado que paga el alquiler de un predio
para subsistir, con el arrendatario pampeano que trabaja con fuertes inversiones de
capital, aunque tenga pocos o ningún trabajador asalariado El arrendatario productor
pampeano recibirá como ingreso una parte de la plusvalía total producida por el capital
en general. Esta plusvalía le corresponde en tanto propietario de medios de producción,
a igual que sucede en cualquier otra rama de la economía en que haya una alta
composición orgánica del capital. Al calcular, por ejemplo, cuánto cobra por cosechar,
incluye no sólo la amortización de la maquinaria empleada, sino también una ganancia
(que él considera “interés”) por el capital invertido. En el caso que trabaje él mismo la
maquinaria, su ingreso estará compuesto por la suma de un salario y una ganancia o
plusvalía, en cuanto propietario de medios de producción. Si contrata a un asalariado
para que maneje la cosechadora, su ingreso será pura ganancia capitalista. La diferencia
cuantitativa en fertilidad del suelo, tamaño del terreno, inversión de capital, y excedente
del que se apropia, da lugar a una diferencia cualitativa, social, con respecto a la
economía parcelaria campesina. En consecuencia es imprescindible distinguir la ruina
de la pequeña unidad campesina familiar de la “ruina” del propietario pequeño y medio,
o del arrendatario que realiza fuertes inversiones, de la Pampa Húmeda. La ruina de la
pequeña unidad campesina tradicional significa, en el mejor de los casos, terminar como
proletario; y muchas veces el pauperismo, el desarraigo y el hambre. El productor
pampeano que no puede competir con el capital más concentrado, con mucha frecuencia
se convierte en rentista, e incluso en rentista acomodado. En otros casos, podrá
transformarse en un pequeño propietario de ciudad. Su punto de partida siempre será
sustancialmente distinto al del campesino, aún cuando no emplee mano de obra
asalariada. Por este motivo las categorías sociales apropiadas para el análisis en la zona
pampeana y productora de cereales y oleaginosas son las del propietario-arrendatario
capitalista- trabajador asalariado; y la del propietario-capitalista, que puede emplear
mano de obra asalariado en escasa proporción, pero tiene abierta la opción de
convertirse en rentista.
transformación completa de pequeños campesinos en productores capitalistas (que fue la tesis de Marx,
continuada luego por Lenin). Esta persistencia de la formación campesina, en zonas de Argentina, pero
especialmente a nivel mundial, podría llevar a pensar en la vigencia de las tesis “campesinistas”, que
tuvieron su origen en el populismo ruso y los escritos de Chayanov. La idea central es que las
comunidades campesinas, al no guiarse por criterios de rentabilidad capitalista, tienen capacidad para
resistir el asalto del capitalismo. En consecuencia se podría fundamentar en bases materiales un programa
de defensa de la propiedad campesina, frente al avance del capitalismo. Es posible que muchos
movimientos de izquierda que en Argentina han adoptado las banderas del llamado “campesino pobre y
del pequeño y mediano productor” estén influenciados por las tesis de Chayanov. Pero si bien es cierto
que las economías campesinas se han demostrado mucho más resistentes frente al capitalismo de lo que
suponía la tesis marxista-leninista tradicional, todo indicaría que tendencialmente la lógica de la
acumulación del capitalismo termina por imponerse. En el caso de Argentina, como también sostiene
Tapella, a la luz de los cambios que están ocurriendo parece posible afirmar que hoy la tesis de la
diferenciación y desintegración de las economías campesinas es la que tiene mayor vigencia. Pero es un
proceso muy desigual y diferenciado.
Especulación, precios y ley del valor trabajo
102
Vale aclarar también que es una tontería negar la importancia que tienen los mercados de futuros para
la producción. Así como en estos mercados actúan especuladores, que buscan beneficios a partir del
trading de compra y venta, también proporcionan una cierta previsibilidad al capital productivo. Un
capitalista agrícola que vende su producción a futuro, y en base a eso planifica su producción, no es
necesariamente un apostador de casino. Además, suprimir los mercados de futuros no significa atacar al
sistema capitalista, ni mucho menos; sí genera dificultades para el normal desarrollo de los negocios.
Por otro lado, también el llamado “capital productivo” se reproduce, y a escala
ampliada, en íntima vinculación con el capital dinerario. Por ejemplo, Cresud tiene
inversiones productivas en campos cerealeros, sojeros, ganaderos, propios y arrendados;
pero también opera una división financiera que busca realizar ganancias especulando en
derivados de los commodities, y otros activos financieros. Y se financia emitiendo
acciones u obligaciones negociables en los mercados de capitales.
Con la misma perspectiva teórica encaramos el tema de los pools de siembra. Los pools
constituyen sociedades de inversores –pueden adoptar la forma de fondos de inversión o
fideicomisos– que tienen como objetivo valorizarse aumentando la escala productiva.
En los últimos años crecieron mucho en Argentina; se calcula que habría unos 2700,
que controlarían entre el 7% y el 10% de la tierra cultivada. Típicamente contratan
ingenieros, veterinarios y otros asesores para el alquiler de campos y su explotación;
toman seguros para cubrirse frente a contingencias climáticas; pagan los servicios de
siembra y cosecha a contratistas; y terminan la operación comercializando el producto y
retornando el capital invertido, más el rendimiento, a los inversores. Muchos se han
formado con capitales de ciudades del interior y manejan entre 5000 y 20.000 hectáreas.
Un pool de siembra que trabaja 20.000 hectáreas estaría facturando, en 2008, unos US$
15 millones, con un rendimiento promedio del 10% al 15% anual, en condiciones de
cosechas normales. Otros, en cambio, operan decenas de miles de hectáreas. A veces
son empresas constituidas de manera permanente. Un caso representativo en Argentina
es el grupo Grobo, que opera (en 2008) 150.000 hectáreas, de las cuales el 90%,
aproximadamente, son arrendadas; Grobo financia rutinariamente casi toda su
operatoria con fideicomisos. En este respecto es una empresa capitalista típica, en el
sentido de la división de clases en el campo “a lo Marx”, o sea, donde predomina el
capitalista arrendatario; y utiliza un método de financiamiento distinto del bancario o
mercado accionario. Se trata simplemente de una forma particular que adquiere el
capital dinerario que se valoriza cuando es prestado a un capitalista empresario, y rinde
interés.103 No hay una diferencia conceptual entre esto y lo que sucede con cualquier
otro capital dinerario que se presta a industriales a través de los mercados de capitales –
bonos o acciones–; o que se coloca en el banco y se canaliza a la producción a través de
los préstamos que da el banco. Por eso cuesta entender con qué lógica se critica una
forma de financiación en un rubro, y se acepta como algo normal en otra rama de la
economía. El sistema crediticio es inherente a este modo de producción; pretender
acabar con él, pero manteniendo la relación capitalista, es un absurdo. Si bien es cierto
que el crédito funciona como una palanca de sobreacumulación e impulsa la
concentración del capital, el sistema capitalista no puede funcionar sin crédito. Y todas
las formas del crédito impulsan la concentración. El ejemplo tradicional es el del banco,
que ejecuta al productor agrario endeudado; es claro que cuando acuden al crédito
bancario los grandes grupos capitalistas también obtienen mejores condiciones de
financiación que los productores pequeños. En el caso del fideicomiso el prestamista
cede el dinero para que se lo emplee como capital agrario. Por lo tanto es acreedor a una
porción de la plusvalía, en tanto el dinero encarna la propiedad privada de los medios de
producción; tiene derecho a quedarse con una parte del valor generado por el trabajo
impago, como sucede con cualquier otro capital dinerario. A su vez, el empresario que
103
“… cualquier capital prestado, sea cual fuere su forma, y comoquiera que se halle modificado el
reintegro por la naturaleza de su valor de uso, siempre es sólo una forma particular del capital dinerario”
(Marx, 1999, t. 3, p. 440).
dirige la explotación recibe su porción en la explotación en tanto encarna el capital en
funciones. Es esa división de los capitalistas en capitalistas dinerarios y capitalistas en
funciones la que genera la división de la plusvalía en “ganancia empresaria” e “interés”.
Si en lugar de un fideicomiso, el crédito lo hubiera entregado un banco, no cambia la
esencia de la cuestión; sólo que en este caso el interés se dividiría entre una parte que va
al propietario del depósito bancario, y otra parte corresponde al banco, en calidad de
ganancia del capital mercantil.
Además, y como sucede con cualquier otro capital de préstamo, la división de la
plusvalía entre la ganancia empresaria y el interés –la renta del fideicomiso– está
gobernada por la competencia. Si la renta financiera del inversor en el pool de siembra
es muy alta, esto atrae más capitales, y la renta financiera tiende a bajar. Por ejemplo,
los fideicomisos en construcciones inmobiliarias urbanas en 2004 y 2005 en Argentina
daban rendimientos de entre el 20% y 30%; a partir de la entrada de más capitales en el
sector, y el endurecimiento de las condiciones en el mercado de viviendas, los
rendimientos disminuyeron. Aquí rigen, en definitiva, las leyes que gobiernan la
valorización de todo capital financiero. Al economista usual de izquierda, en cambio, el
interés se le antoja como el producto de una autonomización y cristalización del
“capital”, como si éste pudiera reproducirse sin referencias al trabajo productivo. Por
eso en algún caso se ha llegado a interpretar el conflicto agrario argentino en términos
de un enfrentamiento entre el capital financiero –que se identifica con el pool– con el
capital agrario productivo. Al formularse esta tesis no se advierte que el mismo pool
contiene en su seno al capitalista dinerario y al capitalista productivo. Por otra parte la
plusvalía que recibe el capitalista emprendedor también aparece bajo una forma
fetichizada, esto es, no como resultado del trabajo impago, sino como “el fruto de su
trabajo”; por eso esta plusvalía es considerada un “salario” debido a su función de
director.104 Esta circunstancia hace que los capitalistas en funciones muchas veces se
presenten como víctimas oprimidas –a la par de sus obreros asalariados– por el “capital
financiero”.105 De esta manera, es frecuente encontrar la idea de que la contradicción
central de la sociedad pasa por la divisoria entre el capital dinerario y el capital
productivo; y no por el antagonismo entre el capital y el trabajo. Durante el conflicto
agrario ha habido una inclinación bastante generalizada a presentar la cuestión en estos
términos; muchas veces las partes enfrentadas trataban presentar sus propuestas –que en
definitiva siempre giraban en torno al monto de las retenciones– como las más eficaces
para combatir al “pool de siembra y el capital financiero que se ha metido en el campo”.
Una forma cómoda y sutilmente “progresista” de evitar la crítica del sistema basado en
la explotación del trabajo asalariado.
A partir de lo explicado hasta aquí puede advertirse que estamos frente a una estructura
compleja, plena de determinaciones, porque entran en juego todas las formas en que se
reparte el valor entre las clases fundamentales, y la plusvalía entre las fracciones del
capital y los propietarios de la tierra.
104
“… este propio proceso de explotación aparece como un mero proceso laboral., en el cual el capitalista
actuante sólo efectúa un trabajo diferente al del obrero. De modo que el trabajo de explotar y el trabajo
explotado son idénticos ambos en cuanto trabajo” (Marx, 1999, t. 3 p. 489).
105
“Frente al capitalista financiero, el capitalista industrial es un trabajador, pero un trabajador como
capitalista, es decir, como explotador del trabajo ajeno” (Marx, 1999, t. 3 p. 495).
A nivel de las clases sociales fundamentales, encontramos la división entre plusvalía y
valor de la fuerza de trabajo, que determina la tasa de explotación del trabajo asalariado
por el capital. Ésta es la contradicción fundamental que atraviesa la sociedad capitalista.
A su vez, dada la masa de plusvalía se debe analizar la manera en que se divide entre
las fracciones propietarias y la clase capitalista en general. Por un lado encontramos la
divisoria entre ganancia agraria y renta de la tierra; por otro, la divisoria al seno de la
ganancia agraria entre ganancia empresaria e interés. A esto se agregan las
diferenciaciones en la generación de plusvalía, que hace que haya capitales que reciben
una tasa media de ganancia, en tanto otros capitales obtienen ganancias extraordinarias;
y otros reciben ganancias por debajo de la media. Por último, tenemos los impuestos,
que constituyen otra fracción de la plusvalía, y afectan de manera muy desigual, y según
las técnicas impositivas, a las divisorias de plusvalor entre las fracciones de la clase
dominante. Desde el punto de vista impositivo, y del reparto de la plusvalía, o el
desarrollo del capitalismo, por supuesto, no es lo mismo gravar la renta que la ganancia.
De todas maneras la imposición sólo afecta el reparto de la plusvalía entre las
fracciones burguesas (y los propietarios de la tierra y el capital); entre éstas y el
Estado. No altera la distribución del ingreso entre el capital y el trabajo. El conflicto
que planteado en Argentina fue estrictamente un conflicto por decidir qué parte de la
plusvalía correspondía a cada fracción. Por supuesto, esto tendrá consecuencias sobre
los ritmos y formas en que avanza la concentración y centralización de los capitales y de
la propiedad de la tierra, y la dinámica de la acumulación. El estudio concreto deberá
determinar en cada caso qué está sucediendo.
Buena parte de los debates acerca de impuestos están “en el aire”, no sólo porque se
generaliza de manera abusiva, sino también porque no existe precisión conceptual en el
uso de las categorías. En textos incluso académicos se habla de “ganancias
extraordinarias” a bulto; se confunden las ganancias extraordinarias del capital con la
renta; y el ingreso que corresponde al capital dinerario, con el ingreso del capitalista en
funciones, esto es, con la ganancia empresaria. De esta forma se mezclan cuestiones que
deberían delimitarse. Por ejemplo, si algunos grandes capitalistas agrarios obtienen
ganancias extraordinarias –sea porque aplican tecnologías superiores a las modales, o
porque tienen economías de escala– las mismas no deben confundirse con renta. Esas
ganancias son extraordinarias porque los trabajadores empleados por ese capital están
trabajando con productividad superior a la modal; no constituyen una “captura de la
renta”, como alguna vez se ha afirmado. De la misma manera se incurre en confusión
cuando se habla de gravar las ganancias extraordinarias y se pone en la misma bolsa la
renta y lo que sería la ganancia extraordinaria del capital agrario. La primera es
plusganancia que surge del monopolio de la tierra; como tal afecta la acumulación del
capital. La segunda, en cambio, es inherente al modo de producción capitalista, y
constituye el motor de la acumulación, como lo demuestran las dos teorías que más se
preocupan por explicar la dinámica del capitalismo, la marxista y la schumpeteriana (o
neo-schumpeteriana). En la teoría de Marx la búsqueda de las plusvalías extraordinarias
está en la base del cambio tecnológico y el avance de las fuerzas productivas. Por eso a
Marx jamás se le ocurrió la curiosa idea de que debería instalarse un sistema impositivo
que acabara con este tipo de plusvalías.
La claridad acerca de estas relaciones contribuye también a clarificar las categorías
sociales que se emplean en el análisis. La cuestión toma relevancia a partir de la manera
en que se ha usado el término “oligarquía” para referirse tanto a los terratenientes, a los
terratenientes-capitalistas, y también a los grandes arrendatarios capitalistas. Algunos,
además, lo han aplicado a los fideicomisos agrarios, refiriéndose a la “oligarquía
financiera que domina el agro”. Sin embargo, de acuerdo al análisis que hemos
realizado, las formas de distribución –renta, ganancia, interés– se vinculan a clases, o
fracciones de clases precisas. La renta corresponde al propietario de la tierra, la
ganancia al capital; el interés al capitalista dinerario; y la ganancia empresaria es la
ganancia menos el interés que el capitalista productivo paga al capitalista dinerario o
financiero. Dentro de cada una de estas fracciones en que se divide la clase dominante
hay grandes (que constituyen lo que puede ser llamada “la oligarquía” financiera,
terrateniente, industrial), medianos y pequeños.
Una de las conclusiones más importantes que pueden extraerse de lo discutido hasta
aquí es que la ley del valor trabajo rige los precios y las rentabilidades de las
diferentes fracciones del capital. Esto es, de la existencia del monopolio de la tierra no
debería deducirse que los precios sean manejados a voluntad por algunos grandes
capitales. Como hemos explicado, la propiedad privada de la tierra permite que el
terrateniente se quede con una parte de la plusvalía, pero no determina el precio del
grano. Los precios son determinados, tendencialmente, por los tiempos de trabajo
socialmente necesario, modificados por la tendencia a la igualación de las tasas de
ganancia; y por la existencia de la renta. Esto en lo que hace a su determinación
esencial, que es como aparece en el mercado mundial en el mediano plazo. Es cierto que
las políticas cambiarias, arancelarias e impositivas modifican los precios en los espacios
nacionales de valor, de manera que éstos divergen con respecto al precio establecido en
el mercado mundial. Pero esta circunstancia no anula la ley del valor; sólo hace que la
misma opere en el espacio nacional bajo formas particulares. Aquí inciden también los
niveles salariales, las variaciones en la tasa general de ganancia –y en las tasas de
ganancia entre los sectores económicos–, y el nivel general de desarrollo de las fuerzas
productivas de cada país, así como la fase del ciclo económico en que se encuentra.
Todo esto debe ser tratado en otro lugar. Lo importante a destacar ahora es que la ley
del valor no es anulada, ni puede ser anulada a voluntad con decretos o intervenciones
del Estado capitalista. La valorización de los capitales está gobernada por las
condiciones productivas en que se genera la plusvalía, y la situación de mercado en que
se realiza. Las tasas de rentabilidad relativa entre los sectores gobiernan los flujos de
capital. Si la tasa de ganancia en un sector es más alta que en otros sectores, esto atraerá
capitales de las ramas con menores tasas hacia la rama en cuestión. Las presiones
competitivas entre los capitales llevan a que las fracciones más débiles desaparezcan, y
operen los procesos de concentración y centralización, que son característicos de todo
desarrollo capitalista. A medida que se desarrollan y profundizan las relaciones
capitalistas, la ley del valor rige más y más la evolución de la economía agraria. El
capital hace su entrada cada vez más en regiones que tradicionalmente se consideraban
“periféricas”. Tendencias estructurales de largo plazo, como la concentración del
capital, la urbanización, la descomposición de las economías campesinas y la
proletarización, se derivan de la ley del valor y su dialéctica. Esto no significa negar la
complejidad de la interacción social, la creatividad de los sujetos, el que los resultados
de los procesos históricos son siempre abiertos.106 Pero sí se trata de ubicar estos
106
En materia de estudios agrarios la escuela conocida como de la “historia social” tiende a minusvalorar
o desechar los análisis en términos de tendencias estructurales de largo plazo. El argumento es que se
trataría de una historia “desde arriba”, abstracta, a la que se opone una historia “desde abajo”, que pone el
centro en la acción sin constricciones del individuo. Para una presentación y crítica, desde el marxismo,
de esta perspectiva, véase Murray (1989). Murray enfatiza que el análisis marxista de clase “subraya las
relaciones sociales de producción como el punto de partida analítico para entender el primum mobile de la
transformación agraria” (p. 648) y destaca la necesidad de ubicar las acciones de los individuos en los
factores en una perspectiva correcta. Los análisis de clase no se pueden ignorar; los
seres humanos nacen y viven bajo determinadas relaciones de clase, y heredan fuerzas
productivas con niveles de desarrollo determinados. Las transformaciones ocurren a
partir de estas condiciones históricas y sociales; en tanto los seres humanos no
transformen las relaciones de propiedad, sus acciones estarán condicionadas por esas
relaciones. La acumulación mundial del capital es la fuerza que impulsa este proceso, y
obedece a la lógica del valor que se valoriza explotando a la mano de obra asalariada.
Los espacios nacionales se vinculan al mercado mundial (al espacio mundial del valor)
a través de los tipos de cambio, las políticas proteccionistas, los derechos de
exportación y similares medidas. Pero estas mediaciones no pueden impedir la acción
de las tendencias del capital global desplegado, ni aislar a las economías del mercado
mundial. Éste termina imponiéndose; no hay sector que esté por fuera de esa totalidad
concreta. Cualquier análisis “nacional” del tema agrario debe partir de las tendencias a
nivel mundial.
Capítulo 12
Globalización y desarrollo capitalista en el agro
En este capítulo abordamos el desarrollo del capitalismo agrario en Argentina como
parte del proceso de mundialización del capital, de extensión de la relación de trabajo
asalariado, y de la entrada del capital en la tierra, en amplias zonas del planeta en que
domina todavía la economía campesina. Intentamos explicar este proceso a partir de la
dialéctica del capital, de sus leyes de acumulación y reproducción ampliada, y mostrar
cómo se particulariza en la zona pampeana y productora de cereales y oleaginosas. En
los primeros apartados se plantean las ideas centrales sobre la mundialización y la
entrada del capital en el agro, y se muestra su carácter contradictorio. A partir de esto se
presenta, en sus rasgos esenciales, la evolución capitalista en la zona pampeana en los
últimos años. Finalmente se sacan algunas conclusiones.
Algunos han explicado el conflicto entre el Gobierno y el campo, y en línea con las
perspectivas más o menos tradicionales de la dependencia, como el resultado de la
acción combinada de los gobiernos imperialistas y los grandes monopolios
transnacionales, especialmente financieros. Junto al capital financiero, las grandes
compañías transnacionales y los países más poderosos tendrían el propósito de
establecer un monopolio sobre la producción de alimentos, con el fin de dominar el
mundo.
Nuestra visión del problema es casi opuesta a estas explicaciones, ya que ubicamos el
tema agrario en el contexto de las leyes de la acumulación del capital y la naturaleza
contradictoria del desarrollo de las fuerzas productivas bajo el capitalismo. Esto es, en
nuestra perspectiva, la evolución de la economía agraria argentina en los últimos años
se debe interpretar en el marco de la lógica del capital “en general” y no por la lógica
de una fracción particular del capital. Es en este contexto que se deben ubicar las
acciones de las clases sociales, sus fracciones y dirigentes políticos.
Si bien hasta mediados de la actual década se registró una caída tendencial de los
precios, desde 2004, y más particularmente 2005, comenzó un alza de los precios de los
alimentos, que se prolongó hasta los primeros meses de 2008. Por ejemplo, el arroz
aumentó, entre comienzos de 2006 y abril de 2008 el 217%; en el mismo lapso el trigo
subió el 136%; el maíz el 125%; la soja el 107%. A partir de este fenómeno, se planteó
el interrogante de si se estaba ante un cambio de la tendencia a largo plazo, ahora hacia
el alza de los precios de los alimentos, y de las materias primas en general.
Para dar una respuesta al problema hay que articular el análisis entre los movimientos
tendenciales y la lógica de la ganancia que rige la inversión en el modo de producción
capitalista. Como hemos señalado, en el último medio siglo los precios de las materias
primas, y en particular los precios de los alimentos, han caído en relación a los precios
de otros bienes y servicios. Esto se debió en lo esencial a que bajaron los costos, esto es,
el tiempo de trabajo empleado en su producción. Sin embargo a lo largo de estas
décadas ha habido mucha volatilidad, y períodos de fuerte alza. Por ejemplo, a
comienzos de la década de 1970 se produjo un pico alcista, que llevó los precios de los
alimentos a un nivel mucho más alto, en términos reales, que lo alcanzado en 2008.
110
Cabe decir que a largo plazo la tesis maltusiana –que hoy algunos parecen querer reflotar– no se ha
verificado. En 1946 la producción agregada mundial de trigo, soja, maíz, arroz y cebada era de 375
millones de toneladas para una población mundial de 2300 millones de personas; en la actualidad hay una
producción de granos de 2170 millones de toneladas, para una población mundial de 6600 millones. A
nivel mundial la producción de carne en los países subdesarrollados más que se quintuplicó entre 1970 y
2005.
111
Sin embargo, el mal manejo de la irrigación produce la salinización de los suelos. Según la FAO, el
10% de las tierras irrigadas sufren de salinización.
También entre fines de la década de 1970 y comienzos de 1980 hubo un movimiento
alcista; y aunque en una tendencia claramente descendente, se registraron algunos
“rebotes” alcistas en los noventa. Estas variaciones se relacionan con las características
de las inversiones que demanda la producción agrícola. Es que la oferta de los alimentos
no puede reaccionar rápidamente a cambios en la demanda. La puesta en producción de
nuevas tierras demanda fuertes inversiones, e inmovilizar capital a largo plazo. Por otra
parte, la decisión de invertir se rige por la tasa de rentabilidad, y los movimientos de
precios indican hasta qué punto es necesario aplicar más o menos tiempo de trabajo
social a una producción determinada. Cuando en una rama de la economía la oferta
supera a la demanda, bajan los precios y las ganancias y también la inversión; con el
tiempo la oferta se adapta a la demanda. Lo inverso sucede cuando la demanda supera a
la oferta.
Lo anterior se aplica al caso de los alimentos. A partir de mediados de la década de
1980 los países desarrollados acumularon fuertes excedentes de alimentos. Esto era el
resultado de las fuertes inversiones y los desarrollos tecnológicos que se habían operado
en los años anteriores. Los precios bajaron de manera casi constante hasta los primeros
años de la década del 2000, y también lo hicieron las ganancias. En consecuencia se
debilitaron las inversiones; entre ellas las inversiones de largo plazo en investigación y
desarrollo. Además, los gobiernos de los países atrasados redujeron drásticamente los
gastos en agricultura; entre 1980 y 2004 cayeron a la mitad. Si bien los rendimientos
siguieron creciendo, lo hicieron a una tasa cada vez menor. En los países atrasados, los
rendimientos en cereales que crecían a tasas del 3 al 6% anual entre las décadas de 1960
y 1980, en los 2000 lo hacían al 1 o 2%, por debajo del crecimiento de la demanda
(datos de The Economist 19/04/08).
A partir de los primeros años del nuevo siglo, sin embargo, se produjo un cambio en la
demanda mundial de alimentos, vinculada al crecimiento de la economía mundial y los
procesos de acumulación a los que ya nos hemos referido. A esto se sumaron el
aumento de la producción mundial de etanol, que genera mayor demanda de cereales,
oleaginosas y azúcar, y la especulación alcista en los mercados financieros de materias
primas, que pudo haber dado mayor impulso al alza. Por el lado de la oferta, habrían
influido algunos grandes desastres naturales en años recientes, que afectaron las
condiciones de la oferta, y muchos vinculan al cambio climático global y la suba de los
precios del petróleo, un insumo clave en el agro. Además influyó la caída del dólar, ya
que los precios de los alimentos cotizan en esa moneda. Pero la suba de los precios y de
las ganancias impulsa inversiones e induce al aumento de la producción. Las
previsiones de la FAO (en octubre de 2008) es que la oferta mundial de granos
aumentará en 2009 casi el 5% en relación a la cosecha pasada, alcanzándose una
cosecha mundial récord de más de 2.000 millones de toneladas. Si a esto se le suma la
caída de la demanda como producto de la desaceleración (o recesión) de la economía
mundial, se explica que se haya producido una rápida caída del precio de los alimentos.
A fines de octubre de 2007 la soja había bajado más del 40% con relación a sus picos, y
cotizaba al mismo precio que en enero de 1997.
Por todo esto es prematuro afirmar que se ha producido un cambio de tendencia secular
de los precios de alimentos. Los rendimientos pueden aumentar, en la medida en que se
vuelquen más fondos gubernamentales y capitales a la I&D agrícola, y a la producción.
La entrada de capitales en el agro, las perspectivas de puesta en funcionamiento de
tierras ociosas –notoriamente en Ucrania y Rusia– y las posibilidades de aumento de la
productividad –se ha calculado que la productividad promedio por hectárea en Rusia
podría duplicarse, y triplicarse en Ucrania; algo similar puede ocurrir en otras regiones–
podrían provocar un fuerte incremento de la oferta en los próximos años. Por eso no se
puede descartar que se retome la tendencia bajista, de largo plazo, de los precios.
Aunque la volatilidad y nuevos períodos de alza son esperables, dadas las características
de la inversión en la producción de alimentos. Algo similar puede decirse de la
producción de petróleo y de minerales, que también exigen grandes inversiones, que
tardan en madurar.
La ampliación del capitalismo provoca una presión creciente del capital sobre las
economías campesinas. Aunque en algunas regiones –por ejemplo, zonas remotas de
África– predominan las economías de subsistencia o casi subsistencia; o sociedades
pastoriles, o agro-pastoriles, como Mozambique rural (Battebury, 2007), en otras
extensas áreas, se generaliza la producción agrícola mercantil y los cultivos
transgénicos. Las economías campesinas sienten la presión de la competencia de los
mercados en expansión, del cambio tecnológico y el aumento tendencial de la
productividad:
Los mercados neoliberales tienen ahora mayor y mayor penetración en los hinterlands rurales.
Mientras esto puede brindar oportunidades a los productores rurales (como sucede en África
Occidental), simultáneamente incrementa la competencia para captar una parte de la demanda
local, con productores más distantes (como sucede con las importaciones de ropa de algodón en
África Occidental) (Battebury, 2007, p. 11).
Otras zonas, como Sudáfrica, norte de África, se convierten en fuentes de emigración de
mano de obra, en ausencia de producción mercantil. Como fenómeno global, cada vez
más los campesinos tratan de sobrevivir, diversificando actividades: “Bricolage, o
mezclar y combinar actividades, es una respuesta casi universal [de los campesinos] a
las presiones por el modo de vida, a los azares y la caída general del ingreso” (ídem, p.
7). La competencia demanda inversiones de capital, imposibles de realizar para las
economías campesinas parcelarias. Los campesinos pierden sus tierras y se
proletarizan,112 o caen en la marginalidad. La violencia directa juega también su rol para
desalojar campesinos. Cientos de miles también son desplazados por las guerras.113
La presión competitiva sobre extensas zonas campesinas también se incrementa por el
proteccionismo y las subvenciones de los países adelantados a sus propios campesinos.
Por ejemplo, en 2003 el gobierno de Estados Unidos subvencionaba por US$ 4000
millones a 25.000 productores de algodón, provocando la crisis de más de 11 millones
de campesinos africanos. Ese año las subvenciones del orden de los US$ 10.000
millones a los productores de maíz permitían a Estados Unidos exportar el producto a
México, perjudicando gravemente a los campesinos mexicanos. Las subvenciones al
azúcar arruinaban a campesinos de Malawi, Mozambique y Zambia, y las de la carne a
los productores de Sudáfrica.
También los llamados “ajustes estructurales”, operados por los gobiernos de países
subdesarrollados, con el consejo de los organismos internacionales, aceleran la
subordinación a la ley del valor. Por todos lados se tendió a favorecer las economías de
escala y las producciones destinadas a la exportación; se redujeron los créditos
112
“… la toma de posesión de la agricultura por parte del modo capitalista de producción, la
transformación de los campesinos que trabajan por su cuenta en asalariados es, de hecho, la última
conquista de este modo de producción general…” (Marx, 1999, t. 3, p. 836).
113
Refiriéndose a América Latina, Kay (2003) dice que unas 15.000 personas murieron a causa de la
violencia agraria en Guatemala entre 1968 y 1996; más de 75.000 en El Salvador entre 1979 y 1995;
44.000 en Colombia entre 1963 y 1998; 30.000 en Nicaragua entre 1982 y 1988; y 30.000 en Perú, entre
1981 y 1995. Hay que agregar la violencia sistemática, incluidos asesinatos, ejercida por terratenientes y
bandas de derecha contra líderes y activistas del movimiento campesino de Brasil.
subsidiados a los campesinos; se liberalizaron los precios de los insumos; se impulsó la
utilización de insumos provistos por el gran capital transnacional, así como la
comercialización a través de las cadenas del agro-negocio. Las deudas externas
sirvieron como argumento extra para empujar hacia las aperturas de las economías
agrarias –vender en el mercado mundial para lograr superávit comercial con el cual
pagar la deuda– y eliminar las producciones volcadas al mercado interno. Países
fuertemente dependientes de unas pocas exportaciones en materias primas en las últimas
décadas se vieron sometidos de manera más cruda a los vaivenes de los precios
mundiales. Fue el caso de la sobreproducción de cacao a fines de la década de 1980, que
repercutió en una fuerte crisis en Ghana. Asimismo es ilustrativa la crisis de
sobreproducción mundial y hundimiento de los precios del café en 2000-2001. En este
caso, desde los años noventa el gobierno de Vietnam impulsó nuevas variedades de
cultivo de café –con perjuicios ecológicos– mediante subvenciones a pequeños
productores y también ayudando a la extensión de “economías de finca”, que
implicaban la acumulación privada de tierras y el empleo de mano de obra asalariada. El
resultado fue un exceso de oferta mundial, provocando serios perjuicios en otros países
productores como Honduras, Guatemala, Nicaragua, Etiopía, Indonesia. Otro ejemplo
es lo sucedido en Malawi. En este país el Banco Mundial presionó para que los
campesinos no tuvieran subsidios estatales para fertilizantes, con el objetivo de que se
vieran obligados a pasar a cultivos para la exportación, en los cuales supuestamente
Malawi tenía “ventajas comparativas”.114 Esta política desembocó en un desastre
alimentario de proporciones; se calcula que unas 500.000 personas murieron de hambre
durante la crisis de 2001-2002. Después de esa experiencia el gobierno restituyó los
subsidios, y el país pudo atravesar sin grandes problemas una nueva crisis en 2005.
A pesar de estas experiencias, la receta general continúa siendo más o menos la misma.
Las rebajas de aranceles, las subvenciones agrícolas y el proteccionismo ejercido por los
países centrales, la liberalización del comercio, la entrada de capitales, siguen
incrementando la coerción del mercado sobre los sistemas agrícolas tradicionales y los
campesinos pobres, y llevando estas economías a la crisis. En 2007 la FAO debía
admitir que en muchos sistemas agrícolas tradicionales de países subdesarrollados se
registraba un considerable aumento de la pobreza. En India cientos de miles de
campesinos están siendo desplazados hacia tierras marginales; poseen lotes que no
alcanzan para proveerles los alimentos básicos, no tienen la productividad mínima para
competir con el capital agrario, o pierden completamente la posesión de los mismos.
Según diferentes cálculos, habría entre 13 y 18 millones de hogares campesinos que
carecen de tierras; lo que implica de 70 a 100 millones de personas, la mayoría
sobreviven como trabajadores temporarios.115 En Brasil, a diferencia de los casos
anteriores, el gran latifundio tiene una larga tradición; pero también en este país el
desarrollo capitalista agrario se ha ido profundizando:
114
Una aplicación práctica del modelo Heckscher-Ohlin, que es la base de la teoría neoclásica de
comercio internacional.
115
Sobre la entrada del capital en el agro en India véase Mehta (2004). Un caso significativo es el
conflicto que desató el proyecto de la empresa Tata Motors de instalar una planta en Singur, una zona
cercana a Calcuta, en el estado de Bengala Occidental. Bengala Occidental está gobernada desde 1977
por el partido Comunista de la India (marxista), de tendencia maoísta, que desde hace años impulsó la
devolución de tierras a los campesinos. Más de 13.000 personas eran propietarias de las tierras en que se
instalaría la planta de Tata. Para facilitar las cosas a la empresa, el gobierno expropió, pagando una
compensación, a los propietarios de las parcelas. Para esto usó una ley de 1894, introducida por Gran
Bretaña para construir ferrocarriles y canales, que obliga a los propietarios a ceder tierras para propósitos
públicos. De todas maneras más de 2000 propietarios no aceptaron la expropiación y organizaron
movilizaciones y bloqueos de rutas para resistir la medida.
La política agraria seguida por la dictadura militar en 1984 - 1985 favoreció la aceleración del
desarrollo capitalista en el campo a través de la adopción de medidas para estimular el gran
capital en la agricultura y concentrar la propiedad”. “… la modernización capitalista de la
agricultura fue acompañada por la inversión de capital en la tierra rural y la promoción de un
vínculo entre los intereses financieros, industriales y agrarios con fuertes conexiones locales y
regionales. Los complejos agroindustriales que se crearon con esto, vinculando industrias que
producen insumos para la agricultura, la agricultura moderna, y las industrias que procesan
productos agrícolas, fueron ayudados con generosos subsidios gubernamentales. (De Almeida et
al., 2000, pp. 18-19).
Cada vez más zonas son tomadas por las grandes empresas de la agricultura, y los
campesinos son empujados a zonas marginales. Sólo en la zona de Río Grande do Sul,
Brasil, se desplazaron unas 300.000 personas en los últimos años, y otras 2,5 millones
en Paraná. El MST brasileño calcula que 20 millones de personas no tienen tierra y 7
millones apenas sobreviven en tierras ocupadas precariamente, como medieros o
trabajadores inmigrantes. La concentración de la propiedad de la tierra es una de las más
altas del mundo. En tanto el 40% de los granjeros tienen el 1% de la tierra, el 20% de
los propietarios poseen el 88%.
Asimismo en China existen contradicciones crecientes en las economías campesinas,
producto del avance del capitalismo. Según denuncias de organismos de ayuda
internacionales, se calcula que unos 40 millones de campesinos pobres perdieron sus
lotes por tomas compulsivas del gobierno para satisfacer demandas de desarrollo
urbano. Las presiones en dirección capitalista se intensifican. Los funcionarios locales
se transforman cada vez más en propietarios medios; o venden tierras fiscales a
empresas agrícolas privadas, que están creciendo.116 Aunque oficialmente no hay
campesinos sin tierras, se calcula que en realidad habría unos 70 millones, y la cifra
estaría aumentando en unos tres millones anuales. Hoy existe una generalizada
conflictividad; sólo en 2005 se reportaron oficialmente unos 87.000 incidentes de
diferente grado de violencia.117
Como resultado de los procesos que hemos descrito, millones de personas sufren
hambre crónica y desnutrición en el mundo, a pesar de que el nivel de desarrollo de la
tecnología permitiría alimentar con creces a la población mundial. A la par que crece la
riqueza en un polo, aumenta la miseria, la marginación y las penalidades para amplias
masas de la población.118 Significativamente, tres de cada cuatro personas que pasan
hambre en el mundo viven en el campo. La devastación que genera la entrada del
116
The Wall Street Journal Americas del 29/07/08 publica un artículo que tiene como título “Las
megagranjas chinas cultivan la consolidación”. La nota describe el caso de Longda Foodstuff Group Co,
una de las mayores empresas agrícolas de China, con 23.000 empleados. Longda posee 1600 hectáreas,
procesa 150.000 toneladas de alimentos y cuenta con alrededor de 30 subsidiarias. “Longda es un líder
entre una nueva ola de gigantes agrícolas chinos que están revolucionando la agricultura en un país que es
de los mayores consumidores y exportadores de alimentos. Compañías como Longda –‘cabezas de
dragón’, como se conocen aquí– están, en cierto sentido, recolectivizando las fragmentadas tierras
agrícolas de China. Sin embargo, en vez de unirlas en comunidades agrícolas ineficientes, las están
industrializando con tecnología y economías de escala”.
117
Los crecientes problemas que atraviesan los campesinos chinos, y las tensiones sociales que se derivan,
son registradas por periodistas y autores de derecha y de izquierda; véase Loussouarm (2001); Thu-Trang
Tran (2006); Hu Ping (2008); Bajoria (2008); Selden (2008).
118
Es una de las tesis más conocidas de Marx. Aunque negada por los economistas neoclásicos, la tesis de
Marx se sigue verificando en los países que giraron recientemente al capitalismo. Por ejemplo, según la
Comisión para la Reforma y Desarrollo Nacional de China, en 2005 el 10% más rico de la población
urbana del país poseía el 45% de los activos urbanos, en tanto el 10% más pobre sólo tenía el 1,4%;
citado por Hu Jing (2008).
capitalismo en la tierra, está en la raíz de este gigantesco drama humano. Es cierto,
como argumentan la FAO, el Banco Mundial y otros organismos internacionales, que la
proporción de personas subalimentadas en el mundo descendió, en las últimas décadas.
En 1969-1971 había 960 millones, lo que representaba el 37% de la población mundial,
y en 2002-2004 había 830 millones, equivalente al 17% de la población. Pero con las
posibilidades tecnológicas de la actualidad, la única razón de que persistan estas
elevadas cifras de hambre se encuentra en las relaciones sociales capitalistas, en la
creciente concentración de la riqueza en un polo, y el aumento de la pauperización y
miseria en el otro. El hambre no es “natural”, sino tiene su explicación última en las
relaciones sociales de producción contradictorias. En países como Brasil, Argentina o
Paraguay, que son grandes exportadores de alimentos, hay millones de personas que
están sufriendo de la malnutrición crónica.
Ya desde 1995, o sea, antes del aumento de los precios de la década del 2000, estaba
aumentando la proporción y el número de personas desnutridas en el Cercano Oriente,
en Asia Oriental (a excepción de China), zonas de América Latina y en África Central.
A partir de 2005 las cifras empeoraron. Desde inicios de 2006 se inició el alza de
precios, y ese año la FAO debió admitir que el número de personas con mala nutrición
crecía a razón de 4 millones por año. En 2007 la situación aún se agravó, y se
alcanzaron los 862 millones de hambrientos en el mundo. En octubre de 2008 la FAO
informaba que la cifra había aumentado a 923 millones de personas. A esto hay que
sumar más de 2000 millones que sufren lo que se llama “hambre oculta”, o sea,
carencias nutricionales severas por falta de minerales, vitaminas y otros nutrientes. La
mortalidad infantil es severa; en 2007 murieron 9,2 millones de personas antes de
cumplir 5 años. A comienzos de 2008 unos 37 países enfrentaban crisis alimentarias;
entre ellos, Bangladesh, Zimbabwe, República Democrática del Congo, Irak,
Afganistán, Haití. Se vieron entonces levantamientos y manifestaciones de poblaciones
hambrientas, en reclamo de alimentos, en ciudades de África, Asia y América Latina.
El hecho de que países productores pongan límites y trabas a las exportaciones de
alimentos agrava la situación.119
La otra cara de la expansión agrícola capitalista, del hambre incesante de ganancias, y
del hambre de seres humanos desposeídos de la tierra y de cualquier medio de vida, es
el desprecio por el medio ambiente, y la destrucción de suelos. Sólo la ampliación de las
plantaciones capitalistas de soja produjo la destrucción de 21 millones de hectáreas de
bosques en Brasil, 14 millones en Argentina y 2 millones en Paraguay. La
sobreexplotación de la tierra lleva a la degradación, la pérdida de materia orgánica, la
desertización y salinización de los suelos. Se estima que anualmente en el mundo se
pierden 6 millones de hectáreas de tierra productiva por erosión, salinización y
desertificación. En Brasil la erosión hoy alcanza los 100 millones de hectáreas. Los
suelos de Punjab y Haryana, donde se produce el 40% del trigo de la India, están
sufriendo marcados descensos de fertilidad. En algunos países, la pérdida de producción
potencial que se puede atribuir al agotamiento del suelo equivaldría, según la FAO, al
1,5% del PNB. A nivel mundial el 40% de la tierra agrícola estaría seriamente
degradada. En resumen, la expansión de las fuerzas productivas bajo su forma
capitalista es profundamente contradictoria; por un lado aumenta la generación de
riqueza material y se despliegan las posibilidades que ofrecen la tecnología y la
ciencia. Por otra parte aumentan las desigualdades sociales, cientos de millones caen
en la más absoluta pobreza, y se produce un colosal despilfarro y destrucción de
recursos naturales.
119
En marzo de 2008 Camboya, Indonesia, Kazajstán, Argentina, Rusia, Ucrania y Tailandia habían
restringido las exportaciones de alimentos.
Desarrollo agrario en la zona pampeana, parte de la mundialización
relaciones precapitalistas”. Este análisis es funcional al Partido Comunista Revolucionario para plantear
que el desarrollo del capitalismo estaría bloqueado por la propiedad latifundista.
de cadenas de valor. Las economías de escala no se reducen a la producción, sino
también a las fases de la circulación del capital. Los grandes productores pueden
comprar los insumos con fuertes descuentos; o tienen la posibilidad de vender su
producción directamente a los exportadores, evitando intermediarios. Esto explica el
crecimiento que tuvieron algunos grupos capitalistas, como Los Grobo, Adecoagro,
Cresud, El Tejar, MSU, Cazenave, Olmedo Agropecuaria, United Agro. Naturalmente,
también entraron en el negocio agrario argentino grandes transnacionales proveedoras
de insumos. Entre ellos, Monsanto, que es dueño de la patente de soja RR; las empresas
proveedoras de semillas, como Nidera; las que proveen pesticidas, como Bayer o
Sygenta; y las que se dedican al procesamiento y/o comercialización, como Cargill,
Bunge, Dreyfus o ADM. Crecientemente se borran los límites entre lo agrario,
industrial, financiero y comercial, como enfatizan Bisang y Kosacoff (2006). Grandes
grupos empresarios que arriendan tierras, operan con criterios plenamente capitalistas.
Un caso ilustrativo lo constituye la participación de Cresud en el negocio de la carne.
Además de poseer, en 2008, 130.000 hectáreas dedicadas a la ganadería y 99.000
cabezas de ganado, se asoció con Tyson Food, el principal productor de carne de
Estados Unidos, para montar juntos un corral de feed-lot y una planta frigorífica. Este
tipo de vinculaciones en cadena empiezan a ser frecuentes en la estrategia de los
grandes capitales. Otro ejemplo, también significativo, es el grupo Chemo, propiedad de
la familia Sigman, que se inició en Barcelona, pero opera en Argentina. El grupo tiene
participación en Biogénesis Bagó (el primer laboratorio en tener autorización para hacer
la vacuna antiaftosa en el país); en el laboratorio Elea; posee inversiones en ganadería,
en plantaciones y explotación forestal; en la cría de yacarés; desarrolla un proyecto de
aprovechamiento del guanaco en Santa Cruz; participa en una productora
cinematográfica; en los medios, a través de Capital Intelectual (que editó Tres Puntos,
TXT, y publica la edición del Cono Sur de Le Monde Diplomatique), y una fuerte
participación accionaria (casi el 20%) en Gas Natural Ban.123
Por último, es importante destacar que ese desarrollo agrícola ocurre en un país cuya
economía sigue teniendo una productividad global inferior a la productividad de los
países desarrollados. En tanto la soja –y el aceite de soja–, y en buena medida el maíz y
trigo, se producen con niveles de productividad de los más altos del mundo, la
productividad promedio en la industria, como hemos señalado en otro capítulo, es entre
un 30% a 40% del nivel de productividad de las industrias de países como Estados
Unidos o Alemania. Esto significa que la economía argentina continúa siendo una
economía dependiente y atrasada. De ahí que el capitalismo agrario pampeano continúe
dependiendo de los avances tecnológicos que ocurren en los países más desarrollados, y
de la importación de maquinaria y tecnología avanzada. Es lo que en la literatura
marxista se conoce como “desarrollo desigual”. Una consecuencia de esto es que en
tanto el agro pampeano puede competir a nivel mundial con un tipo de cambio real bajo
–y cuando los precios mundiales de los alimentos son altos, también pueden hacerlo las
zonas marginales– las industrias que producen bienes transables internacionalmente
123
La realidad de la diversificación de los capitales debería inducir a la reflexión a quienes acostumbran
interpretar los conflictos siempre en términos de luchas entre “fracciones del capital” (agrario, industrial,
comercial, etcétera), concibiéndolos como compartimentos estancos y fijos. Se trata de una tradición
intelectual que en los sesenta y setenta instaló Poulantzas, que hoy debería ser revisada. Si bien existen
tensiones entre diferentes sectores, éstas se dan en el marco también de una unidad, que está dada por las
diferentes formas que adopta el capital. Por otra parte, los conflictos y tensiones muchas veces se
registran en el seno de un mismo tipo de capital; por ejemplo, entre productores de aceros y fabricantes de
automóviles; entre criadores de ganado y productores dedicados al engorde, etcétera.
“demandan” permanentemente un tipo de cambio real alto para salvar la brecha de
productividad que existe en el mercado mundial.124
124
Volvemos sobre esta cuestión en “Renta agraria, ganancia del capital y retenciones”.
125
De todas formas, también hubo un aumento de los trabajadores empleados por capitalistas contratistas.
No hemos encontrado cifras de los trabajadores empleados de esta manera.
126
En los cultivos industriales –50.000 trabajadores– los salarios eran, a comienzos de 2008, de apenas
$868.
127
Además del INTA, pueden consultarse AACREA.
enfermedades, la reposición de nutrientes y el uso científico de insumos, no sólo
preservan el suelo, sino pueden mejorarlo significativamente a largo plazo. De hecho,
en muchas zonas, y como señala Barsky en el pasaje antes citado, con la extensión de la
siembra directa se comenzó a revertir un proceso histórico de degradación del suelo.
Sin embargo la presión por las ganancias, combinada con la inversión inadecuada, está
generando crecientes problemas. Es que, como señala Roberto Casas, director del
Centro de Investigaciones de Recursos Naturales del INTA, “en los últimos años
nuestra agricultura se encamina hacia una simplificación extrema de los sistemas
productivos, lo cual nos hace potencialmente vulnerables” (Campo La Nación, 5/07/08).
“Simplificación” quiere decir que en muchas zonas y establecimientos no hay rotación
de cultivos adecuada, ni se aplican otros cuidados. No existe un adecuado manejo de la
siembra directa, con rotación de cultivos y fertilización balanceada. Esto favorece la
continuidad de determinadas plagas, de agentes patógenos y malezas, así como la
acidificación de los suelos. El resultado es que sólo en la región Pampeana hoy habría
alrededor de 16 millones de hectáreas afectadas por la acidificación. Esto es un
indicador del desequilibrio que genera el monocultivo por pérdida de nutrientes debido
a los fertilizantes químicos de alto índice de acidez. En zonas marginales productoras de
soja, donde las tierras han sido desmontadas recientemente, la desaparición de materia
orgánica es aún más veloz. Además, la continua siembra directa provoca que los suelos
sean más densos, lo que afecta su permeabilidad y los hace menos capaces de resistir los
procesos de degradación. La soja también consume altas cantidades de minerales que no
se reponen con los fertilizantes. Según la Secretaría de Agricultura, para producir una
tonelada de grano, la soja extrae 16 kilogramos de calcio por hectárea, 9 kilogramos de
magnesio, 7 de azufre, 8 de fósforo, 33 de potasio, y 80 de nitrógeno. Pero la mayoría
de los productores continúan produciendo soja a toda costa, en la medida en que la
producción de 3 toneladas por hectárea, promedio, les asegura buenas rentabilidades. A
esto se suma la eliminación de bosques. Según la Secretaría de Medio Ambiente, entre
1998 y 2002, con la introducción de la soja transgénica el área forestal se redujo en más
de 900.000 hectáreas.
Por otra parte, nada parece confirmar la tesis –defendida por la Federación Agraria– de
que un cierto tamaño “medio” de la explotación agraria garantice una mejor
conservación de los suelos, como pretenden los defensores de “una burguesía media”
poderosa.128 Cuando se trata de la propiedad arrendada, el tratamiento “racional y
consciente” del suelo es obstaculizado por el hecho de que el arrendatario restringe la
inversión productiva de largo alcance que beneficiaría al terrateniente. En el caso de la
pequeña propiedad, muchas veces se evidencian falta de recursos y conocimientos
científicos. El problema se agrava cuando a los gobiernos sólo les interesa aumentar la
recaudación del presente, con total desprecio por las consecuencias para las
generaciones futuras.129
128
Pueden consultarse suplementos rurales de La Nación y Clarín que contienen reportajes e informes de
técnicos e ingenieros agrónomos de diversas instituciones agrarias, o especialistas del INTA, y su relación
con medianos y pequeños productores. El tema aparece repetidas veces en los medios, a lo largo de los
últimos años. De todas maneras la información de que disponemos es anecdótica. No hemos encontrado
algún estudio estadístico sobre la relación entre tamaño de los establecimientos, o escala de la producción
de cereales u oleaginosas, y nivel de degradación o conservación de los suelos.
129
“…el lugar del tratamiento consciente y racional del suelo en cuanto propiedad colectiva eterna,
condición inalienable de existencia y reproducción de la serie de generaciones humanas que se relevan
unas a otras es ocupado por la explotación y el despilfarro de las fuerzas del suelo…. En el caso de la
pequeña propiedad, ello ocurre por falta de medios y conocimientos científicos para la aplicación de la
fuerza productiva social del trabajo. En el caso de la gran propiedad, sucede ello porque se explotan esos
medios con el objetivo de que arrendatarios y propietarios se enriquezcan con la mayor rapidez posible.
En uno y otro caso, por la dependencia con respecto al precio de mercado” (Marx, 1999, t. 3, p. 1033).
Conclusión
Por otra parte, en Argentina los gobiernos alentaron desaprensivamente el cultivo de soja, por la simple
razón de que les significaba buenos ingresos fiscales; jamás evidenciaron preocupación alguna por sus
efectos a largo plazo.
Capítulo 13
Renta agraria, ganancia del capital y retenciones
En este capítulo aplicamos las categorías discutidas en el capítulo 11 al análisis de un
caso concreto, la evolución de la renta agraria y los precios de la tierra en la zona
cerealera y sojera argentina, su relación con la tasa de ganancia, y el conflicto entre el
campo y el Gobierno, a raíz de la suba de las retenciones a las exportaciones. Asimismo
utilizamos un pequeño modelo de economía dependiente, en la línea de investigación
que utilizamos en el capítulo diez. Nuestra intención es, en primer lugar, proponer un
método de análisis de la cuestión. En segundo término, mostrar la lógica que subyacía a
los argumentos del Gobierno, vinculados al crecimiento con tipo de cambio alto; y en
tercer lugar poner de manifiesto las relaciones centrales que afectan a los ingresos de las
clases sociales y sus fracciones, en sus trazos gruesos. Una de las conclusiones que
surgirán de la discusión es que las consecuencias del aumento de las retenciones sobre
la economía de conjunto no son lineales sino complejos, y sujetos a múltiples
determinaciones. Lo que sigue se ordena de la siguiente manera. En primer lugar
presentamos la rentabilidad en la zona pampeana. En segundo término explicamos la
dinámica de crecimiento de la renta agraria en los últimos años, y su relación con la tasa
de ganancia del capital agrario. En tercer lugar analizamos algunas de los efectos de la
suba de las retenciones a las exportaciones sobre la renta, las ganancias y los salarios,
con el pequeño modelo de país atrasado tecnológicamente. En cuarto lugar, planteamos
la discusión sobre la política de subvenciones, intervención del Estado en los mercados,
y la ley del valor trabajo. Por último, se presentan algunas conclusiones.
Rentabilidad agraria
130
Dado que nos interesa averiguar el orden del nivel de ganancia y renta, hemos “redondeado” los
números, a fin de facilitar el seguimiento de los cálculos.
131
Comparamos estudios de la Secretaría de Agricultura; Bolsa de Comercio de Rosario; revista
Márgenes Agropecuarios; Movimiento CREA; datos de fuente privada, de un campo sojero en la zona de
Rosario, Santa Fe. En líneas generales estos datos no son desmentidos por las fuentes oficiales. Las
mayores divergencias las encontramos en los impuestos; casi invariablemente las entidades vinculadas al
agro incluyen en los costos todos los impuestos. Del lado del oficialismo se sostiene que la evasión fiscal
en el agro es superior al 50%.
132
Este margen bruto, $1400 por hectárea, resultó coincidente con la rentabilidad declarada por un
productor con 60 hectáreas, zona de Colon, Santa Fe, para un precio de la soja de $1060 por tonelada
(retenciones del 35%) y un rendimiento por hectárea de 2,8 toneladas, que tomamos de Campo La Nación
del 28/06/08. En este caso, sin embargo, tanto el precio como los costos eran 20% superiores a los que
hemos tomado de octubre de 2007.
Por otra parte las rentabilidades están muy condicionadas por las distancias, y
lógicamente, por las diferencias de rindes de los campos. Por ejemplo, en Tucumán el
rinde promedio es de 2,4 toneladas por hectárea, y el costo de transporte es,
naturalmente, mucho más alto que el que hemos calculado en nuestro ejemplo
hipotético. En el extremo opuesto, hay campos que tienen rindes normales de 3,5 y
hasta 4 toneladas por hectárea, y están en zonas cercanas a los puertos. En la campaña
2006-2007 la producción promedio máxima fue de 3290 kilogramos, en Santa Fe, y la
mínima fue de 1768 kilogramos, en Corrientes. El promedio nacional fue de 2971
kilogramos, coincidente con el que hemos supuesto en nuestro caso representativo. Las
rentas por lo tanto varían fuertemente según las regiones. Por otra parte hay que tener
en cuenta los tiempos de rotación del capital. Por ejemplo, para algunos capitales que
arriendan campos, la mayor parte de la inversión está compuesta de capital circulante:
inversión en semillas, fertilizantes y otros insumos, gastos de comercialización y
salarios. Pero si este capital contrata los servicios de siembra y cosecha a otros
capitalistas, recupera casi enteramente el capital invertido al cabo de 10 o 12 meses.
Otras fracciones del capital (por ejemplo, contratistas que poseen cosechadoras)
invierten sumas muy importantes en capital fijo, que amortizan en el largo plazo; la tasa
de ganancia anual debe ser más alta, suponiéndose que se cumpla la tendencia a la
igualación de las tasas entre ramas.
134
En 2008 el trigo paga 28% de retenciones, y su harina el 10%. Esto ha generado tensiones con los
molinos de Brasil, que acusan a Argentina de fomentar comercio desleal.
135
Son datos de la Bolsa de Cereales. Se han cuestionado estos valores, porque los agentes inmobiliarios
dicen que se está comerciando poca tierra, y los precios son más bien teóricos. De todas maneras son
indicativos del aumento de las rentas.
Aquí aparece entonces un conflicto, porque muchos propietarios-productores no pueden
competir con las grandes empresas y pools. Pero la opción para la mayoría no es
morirse de hambre, sino transformarse en rentistas. Lo que hoy se considera un
“pequeño productor” –trabaja el campo con su familia y algún asalariado– con 100
hectáreas sojeras, puede retirarse de la producción y seguir recibiendo un ingreso
equivalente, por lo menos, al doble de lo que recibe un obrero argentino especializado
de primer nivel. Un propietario de 300 hectáreas que alquilara la tierra a 15 quintales de
soja la hectárea, recibiría un ingreso anual bruto de aproximadamente US$ 130.000 (con
un precio de $900 la tonelada en el puerto de Rosario). Por eso la capacidad de
resistencia y movilización de los chacareros durante el conflicto con el Gobierno refleja
a una burguesía que se ha fortalecido luego de un proceso de intensa acumulación,
mejora de los precios de la tierra y de la renta.
Por supuesto, los que tienen menor cantidad de tierras pueden adoptar formas sociales
híbridas. Por ejemplo, un propietario de 50 hectáreas puede alquilarlas, asegurándose un
piso de ingresos de US$ 18.000 o US$ 20.000 anuales, y tener otro empleo
complementario. Los que ya están trabajando en tierras arrendadas, con equipos
propios, pueden a su vez trabajar como subcontratistas para empresas más grandes. Las
variantes son muchas, debido a las diferencias de rentabilidades, propiedades y
capitales. Algunos sectores de propietarios-capitalistas resisten la tendencia, en tanto
quieren mantenerse como productores. Globalmente parece asistirse a un proceso de
concentración a nivel de la producción, más que de la propiedad.
Ésta fue entonces una de las vertientes del conflicto con el gobierno. Por su naturaleza
es, por supuesto, un conflicto estrictamente interno a fracciones capitalistas. La
dirección de la Federación Agraria precisó correctamente la cuestión cuando sostuvo
que su lucha se articulaba a partir de definir un “sujeto social” al que aspiraba, a saber,
un propietario-capitalista medio (y próspero, hay que añadir), que pudiera resistir la
presión competitiva de los capitales más poderosos. De ahí su exigencia de que bajaran
las retenciones a los que producen hasta 3000 toneladas. Nótese que esto implica
proteger a propietarios-capitalistas de campos de unas 1000 hectáreas, valuados en por
lo menos US$ 5 millones, generadores de rentas potenciales de US$ 300.000 o US$
400.000 anuales (con los precios de mediados de 2008). Precisemos también que desde
el punto de vista histórico el proceso es inverso al que ocurría a principios del siglo
veinte, cuando la Federación Agraria Argentina surgió en lucha contra los altos precios
de los arrendamientos. En ese entonces eran los terratenientes los que exigían un
elevado alquiler a los arrendatarios. En la actualidad, el capital agrario es más fuerte y
ofrece una alta renta al propietario, y desplaza al capital más débil. Hoy el capital ha
pasado a ser el eje del proceso. En 1912 la demanda de rebaja en el pago de los
arrendamientos expresaba el interés de un pequeño agricultor que no quería ver comido
todo el excedente (o una gran parte) por la renta. Un siglo después el reclamo de poner
un límite a los alquileres de la tierra expresa el interés económico de un sector
capitalista que no puede competir contra otro sector del capital agrario.
Abordamos en lo que sigue una de las cuestiones que más se han debatido a lo largo del
conflicto, el efecto de la suba de las retenciones. La discusión giró no sólo sobre cuánto
se afectaba a la rentabilidad de las explotaciones agrícolas, sino también sobre sus
consecuencias en los salarios, y para el “modelo” de desarrollo del país –“modelo agro-
exportador” versus “modelo industrialista”–. Si bien un examen acabado de todas las
cuestiones implicadas en estos debates excede los límites de este trabajo, intentaremos
presentar algunos elementos que sirvan para avanzar en futuras investigaciones. Para
eso vamos a partir de un pequeño y sencillo “modelo” de economía dependiente, que
produce y exporta trigo y soja.
Dado que nos interesa mostrar algunas relaciones básicas, trabajamos con una economía
muy simple.136 Tenemos un producto agrícola, S, que se exporta en su totalidad. Otro
producto agrícola T, que es materia prima para la fabricación del bien de consumo J; la
producción de T se exporta en sus dos terceras partes, y el resto es consumido en el país
para elaborar J, que integra la canasta de bienes de los asalariados. El nivel de
productividad en S y T está entre los más altos del mundo. Se puede pasar fácilmente de
la producción de S a la de T, y viceversa.
A su vez hay un sector industrial que produce X, que se utiliza como insumo productivo
en la industria y el campo, y se exporta; el bien J, que puede importarse, y constituye,
como dijimos, la canasta salarial; un bien F, que es no transable, que consumen
productivamente el agro y la industria, y también integra la canasta salarial. La industria
es atrasada con respecto a los estándares mundiales de productividad. Tanto el agro
como la industria utilizan además el insumo F* que se importa; representa medios de
producción de alta tecnología; una expresión de la dependencia y atraso tecnológico del
país. La exportación de X es vital para el país, puesto que le permite tener un balance
comercial con superávit. El bien J no se exporta, pero las empresas que lo producen
pueden padecer la competencia externa si la moneda se aprecia por encima de
determinado nivel.
Designamos con Q el monto producido; por ejemplo, Qs es la cantidad producida de S;
designamos con E el tipo de cambio nominal; q el tipo de cambio real; p el nivel de
precios interno; p* el nivel ponderado de precios de los principales socios comerciales
del país; ρ es la tasa de retenciones a las exportaciones (ρs las retenciones a las
exportaciones de S, etcétera); Н es el flujo de impuestos que va al Gobierno. El precio
ps que reciben los productores de S es entonces:
ps = Eps* (1 – ρs) (1)
De la misma manera, el precio interno de T es pt = Ep*t (1 – ρt) (1’)
Existen 3 tipos de tierra, A, B y C; A es la tierra de menor fertilidad, que no genera
renta y C la de mayor fertilidad. Sea Ms el vector de insumos utilizados por el capital
agrario productor de S (Mt el vector para la producción de T); π la tasa media de
ganancia; w el nivel de salarios; Ls la cantidad de unidades de trabajo que se emplea por
unidad de producto S (Lt el insumo de trabajo para T); sea П la renta de la tierra. El
costo de producción Msp estará influenciado por el tipo de cambio, ya que en Ms están
incluido el insumo F* (su precio en moneda nacional es Ep*F*).
Suponemos que la misma cantidad de capital (Msp y Lsw por unidad de producto) se
aplica en todas las tierras. Por lo tanto el precio de S estará determinado por esa
cantidad de capital (por unidad de producto) que se aplica a la peor tierra, A, más la
ganancia determinada por la tasa media de ganancia:
ps = (1 + π) (Msp + Lsw) (2)
El precio de producción pt se calcula de la misma manera, con los cambios
correspondientes.
136
En lo que sigue introducimos una serie de ecuaciones. Esto lo hacemos a fin de facilitar el seguimiento
de los argumentos. Pero en sí mismas las ecuaciones no prueban nada. El lector que lo desee, puede hacer
el mismo razonamiento “en palabras”. Lo importante es establecer las relaciones entre las variables.
En general, la formación de precios de producción –o sea, de los precios tendenciales
que tienden a imponerse, a través de las oscilaciones de los precios de mercado– será:
p = (1 + π) (Mp + Lw) (3)
Donde M ahora es una matriz de insumos, y L un vector trabajo.
El salario cubre la canasta Jw de bien salarial; por lo tanto es:
w = pjJw (4)
A su vez, la renta П que produce la tierra B productora de S, será:
ПB = QBps – [(1 + π) (Msp + Lsw)] (5)
De forma similar se obtiene la renta de C, ПC:
ПC = QCps – [(1 + π) (Msp + Lsw)] (5’)
Con sus correspondientes variaciones se definen las rentas de las tierras que producen
T. El flujo de impuestos que recibe el Gobierno a causa de las retenciones es:
Н = [Eps* Qs + (Ept* × 2/3Qt)] – [psQs + (pt × 2/3Qt)] (6)
El tipo de cambio real es:
q = Ep*/p (7)
Debido a que la industria es tecnológicamente atrasada, el tipo de cambio alto actúa de
hecho como barrera proteccionista; permite a las empresas productoras de X competir
en el mercado mundial; a las empresas productoras de J hacer frente a las
importaciones. La contrapartida es un salario bajo en términos de la moneda mundial.
El tipo de cambio real para los productores de S es
qs = Eps* (1 – ρs) / p (8);
De la misma forma se calcula el tipo de cambio real para los productores de T.
qt = Ept* (1 – ρt) / p (8’)
Por último, agregamos una ecuación que expresa la manera en que en la teoría
económica usual, no marxista, se explica la formación de precios. Éstos se
determinan por un recargo, o mark-up, sobre los costos salariales, divididos por la
productividad, λ. Este recargo se distingue conceptualmente del “recargo”
conformado por la tasa de ganancia, π, de la teoría marxista. La justificación del
mark-up de la economía ortodoxa remite a “imperfecciones de mercado” que nunca
se explicitan teóricamente. La tasa de ganancia marxista ancla en la teoría de la
plusvalía, y por lo tanto en la teoría del valor trabajo. Entonces la ecuación de
precios de la teoría ortodoxa es:
p = (1 + μ) w/λ (9)
Subrayamos que μ es conceptualmente distinto de π. Por eso la ecuación (2) admite
variaciones de π que pueden deberse, por ejemplo, a la lucha de clases. En (8), por el
contrario, μ aparece fijada, y se supone que no cambia, por lo menos en el corto y
mediano plazo.
137
A lo cual habría que sumar el pago de intereses y devolución del principal de la deuda externa. Aunque
no hemos incluido el factor deuda en nuestra economía, tiene indudable peso en la economía argentina.
Es claro que en el largo plazo el desarrollo industrial basado simplemente en el tipo de
cambio alto para la industria, sin atender a la inversión en ramas vitales, erosiona la
productividad. En particular, además, los precios de los insumos J y F afectan la
rentabilidad del sector agrario.138 Por otra parte, si a pesar de las subvenciones, los
precios y salarios aumentan –los capitalistas que producen J y F buscan una rentabilidad
comparable con los que producen X; los trabajadores presionan a medida que baja la
desocupación– el tipo de cambio real de todas maneras baja y la moneda se aprecia. La
industria pierde competitividad; el intento de recuperarla por medio de nuevas
devaluaciones impulsa más la inflación.
138
Es un hecho que la productividad “tranqueras adentro” del campo en Argentina se ve disminuida por la
productividad “tranqueras afuera”. Por ejemplo, el transporte del grano se realiza en camiones –una flota
de unas 150.000 unidades– y no por tren, que sería más económico. Además, la mayoría de los caminos
está en malas condiciones. Los ejemplos pueden multiplicarse.
marginales, a no ser que los capitales acepten producir con una π inferior a la media.
De hecho este último puede haber sido el caso en el conflicto reciente, dado el aumento
de insumos importados como fertilizantes (además del aumento del gasto en transportes,
etcétera). En cualquier caso, aumenta la presión competitiva sobre los capitales más
débiles. La suba de las retenciones pone presión sobre los arrendatarios medianos y
pequeños; e impulsa la tendencia, que señalamos antes, de propietarios-capitalistas
medianos y pequeños a convertirse en rentistas. El efecto sobre los grandes grupos
tendería a ser neutro. Afecta a los grupos que poseen tierras, en tanto baja la renta. Pero
en lo que hace a la ganancia como arrendatarios capitalistas en las tierras intra-
marginales, la misma se mantiene; π debería tender a restablecerse en el agro, en
detrimento de la renta.
En síntesis, el aumento de ρ a una tasa por encima de la tasa de la que aumentan los
precios internacionales de S y T; o el aumento de r a la misma tasa en que aumentan los
precios internacionales de S y T, pero con aumento de los costos de Ms y Mt, lleva a la
baja de la renta.
3. Otros efectos
Debido a que, con la suba de las retenciones y la baja de precios, salen de producción
tierras marginales, Qs y Qt disminuyen; lo cual tiene un efecto negativo (por 6) sobre Н.
El resultado final sobre el monto de Н dependerá entonces de qué pesa más, el aumento
de ρ, o la baja de Q.
Al bajar el gasto de la renta que se capitaliza en construcciones urbanas, compra de
bienes de consumo duradero y gasto en consumo, hay un efecto depresivo sobre las
economías urbanas (especialmente en el interior). En nuestra economía, disminuye la
producción de J y F; la inversión agraria disminuye, porque baja la inversión en tierras
marginales. En caso de que los arrendatarios acepten trabajar con una tasa de ganancia
menor del promedio, disminuye su gasto de inversión en insumos. Pero en un esquema
ideal esto podría ser compensado por los gastos estatales del Gobierno; por ejemplo, si
derivara lo recaudado con las retenciones a gastos en infraestructura, etcétera.
A corto plazo la suba de r, en paralelo a la suba de pt*, frena el aumento del costo de la
fuerza de trabajo que ocurriría si pt aumentara a la par de pt*. Lo hace en la proporción
en que el precio de T participa en el precio final de J, el bien salarial. 139 Subrayamos que
el incremento de ρt afecta directamente al costo de la fuerza de trabajo y no al salario
real. O sea, no siempre que aumente el costo de la fuerza de trabajo deberá bajar el
salario real. En la historia reciente del capitalismo se han dado períodos de intensa baja
de los precios de los alimentos –como ocurrió en la década de 1980– con caída de los
salarios reales, por lo menos en Argentina y en otros países latinoamericanos. Esto
prueba que no existe una relación directa entre precios de los alimentos y niveles
salariales reales. Máxime en los países que son productores mundiales de alimentos,
donde un deterioro de los términos de intercambio tiene efectos profundamente
depresivos sobre la economía; y lo inverso sucede cuando mejoran los términos de
intercambio.
139
Una suba de, por ejemplo, el 100% del precio del trigo no se refleja en un aumento del 100% en el
precio del pan, como a veces se ha sostenido. El trigo representa sólo un 15% del precio final del pan. El
precio del pan está influenciado por los costos en una larga cadena de valor. Y luego hay que ponderar la
participación del pan –y otros alimentos– en la canasta final de bienes.
Es necesario por lo tanto analizar concretamente cuál es el efecto de la variación del
costo de la canasta de bienes (Jw, en nuestro caso) sobre la tasa de plusvalía, esto es,
sobre la división entre el tiempo de trabajo necesario y el plustrabajo. De la misma
manera que no siempre que se abarata el costo de la fuerza de trabajo aumentan los
salarios reales –más bien la regla es la opuesta–, no siempre que se encarece la fuerza de
trabajo bajan los salarios reales. Todo depende de en qué medida el capital pueda
modificar la tasa de plusvalía. Lo cual está condicionado a muchos factores; entre ellos,
del estadio del ciclo económico –nivel de desocupación, que condiciona el poder del
trabajo frente al capital–, del nivel de organización sindical y política del movimiento
obrero, y de la coyuntura internacional, en especial la evolución de los precios
mundiales de los productos que exporta el país. Si ante el aumento de los precios de los
bienes salariales (de J en nuestra pequeña economía) la clase trabajadora logra imponer
al capital un aumento del salario, la suba de pt se habrá traducido en una baja de π , no
de w. Por supuesto, esto no puede ocurrir en (9), donde se supone que el mark-up μ es
inmodificable, y que por lo tanto todo aumento de los costos salariales se debe traducir
en un aumento de los precios.
Las retenciones permiten “desconectar” por un tiempo las variaciones de los precios
internacionales de los bienes transables, de las variaciones de los precios internos. En
este sentido generan un tipo de cambio particular, como se ve en (8), (8’); esto es,
median entre los espacios nacionales de valor y el espacio mundial. Sin embargo la
desconexión no puede ser absoluta, ni prolongarse indefinidamente. A largo plazo
termina imponiéndose la ley del valor trabajo, que opera a escala mundial, en la medida
en que el capital opera a nivel mundial. Es una ilusión pensar que los precios los puede
fijar algún poder político a voluntad. Ni siquiera el aparato stalinista, en un régimen en
el que había una economía totalmente estatizada, y donde funcionaban poderosos
organismos de planificación, fue capaz de “dominar” a la ley del valor. En tanto no
existan las condiciones sociales para la desaparición del mercado, éste no puede ser
borrado a fuerza de decretos desde arriba. Si esto era válido para la URSS, tiene mucha
más aplicación en una economía en la que domina la propiedad privada, en la que los
capitales deciden cuándo y dónde invertir, a nivel del planeta, según las tasas de
rentabilidad, y las seguridades para sus inversiones. Las subas persistentes de los
precios en ciertas ramas están indicando que en esas ramas hace falta aumentar la oferta.
Por eso las tasas de ganancia en ellas tienden a elevarse por encima de la tasa media de
ganancia; los capitales emigran a esas ramas. Esto significa que se incrementa la
asignación de tiempo de trabajo social, y de medios de producción a las mismas,
aumentando por lo tanto la oferta, hasta que los precios se estabilizan y comienzan a
revertir a la baja. A través de esta regulación –que implica un gran despilfarro de
recursos– se distribuyen los tiempos de trabajo social y se validan los trabajos privados
a escala mundial.
Veamos entonces qué sucede si pt* y ps* suben. Supongamos que aumentan porque la
demanda mundial está superando a la oferta. Supongamos también que mientras sucede
esto, pt y ps se mantienen estables, debido a que ρt y ρs aumentan en la misma
proporción que lo hacen los precios internacionales. En este caso los precios internos no
están dando ninguna señal de que es necesario aumentar la oferta; por lo tanto la oferta
interna se mantiene. Recordemos que si al mismo tiempo está aumentando el precio de
F*, o cualquier otro costo, la oferta interna baja, como hemos explicado antes.
Supongamos sin embargo que se mantiene la oferta interna. Los capitales agrarios se
reproducen a la misma escala. Sin embargo, a nivel internacional, debido a que
aumentan los precios y los beneficios en el agro, sube la inversión. Los capitales entran
en el agro; hay capitales que salen de Argentina, ya que en este país se sigue
produciendo a la misma escala. A nivel mundial aumenta la productividad agraria –
aumenta la intensidad del capital– y se expande la frontera agrícola. Por ejemplo, en
Brasil, en los territorios de la ex URSS. Aumenta la producción mundial y bajan los
precios.
Por otra parte, supongamos ahora que la suba de pt* y ps* se deba enteramente al
aumento del precio de un insumo básico, F*; o sea, los pt* y ps* suben en la proporción
exacta que compensa la suba del costo de F* (podemos suponer que F* es fertilizante
derivado del petróleo, gasoil, etcétera). En este caso, si ρt y ρs aumentan, se produce una
baja de π en el sector agrario, y una contracción de la producción. Baja la
productividad; los costos ahora aumentan a causa de esta caída de la productividad.
Disminuye el neto comercial; bajan los impuestos captados por las retenciones debido a
que también disminuye la producción.
Aclaremos que en principio no se puede negar que un cierto nivel de intervención del
Estado con retenciones y subsidios, puede contribuir a la formación de una clase
capitalista. Históricamente las medidas proteccionistas e intervensionistas han tenido
este efecto. Es en este sentido que Marx y Engels plantearon que el proteccionismo era
útil en la fase de surgimiento de una burguesía industrial. Sin embargo no puede ser una
política permanente, porque termina impidiendo que actúe la regulación del valor, y
obstaculizando el desarrollo de las fuerzas productivas. Por eso Marx criticó el
proteccionismo, y Engels hizo lo propio cuando analizó las consecuencias de los
subsidios y protecciones. Esta crítica de Engels, en particular, adquiere renovada
relevancia cuando se discute la coyuntura económica de Argentina. Lo que sigue está
fuertemente inspirado en ella (véase Engels, 1888).
En primer lugar hay que notar que el proteccionismo tiende a generar, inevitablemente,
una espiral de subsidios y más protecciones. Es que si se protege a una industria,
argumenta Engels, se perjudica a otra, y por lo tanto hay que protegerla. Pero al hacerlo,
ahora se perjudica a la industria a la que primero se quería proteger, y entonces hay que
compensarla. Y esta compensación reacciona, como antes, sobre todas las demás
industrias, y así de seguido. De esta manera se va estableciendo una red cada vez más
intrincada de subsidios cruzados. Esto es lo que sucedió en Argentina. Por ejemplo,
cuando se aumentaron, en 2007, las retenciones de la soja al 27,5%, el Gobierno
sostuvo que tomaba esa medida para compensar a los productores de trigo, ya que los
precios del cereal estaban reprimidos, debido a las limitaciones que tenía la exportación;
también dijo que con las retenciones se subsidiaría a los feedlots y a los criadores de
pollos, que habían sido castigados por el aumento de los precios del maíz. Y ya
entonces los molinos recibían subsidios por el trigo que pagaban por encima de
determinado máximo, establecido para el mercado interno, con la condición de
mantener la harina destinada al mercado interno a precios de noviembre de 2006. A su
vez, debido a que los criadores de ganado, pequeños y medianos, se quejaban porque los
feedlots les “pisaban” los precios –debido a los precios máximos–, el Gobierno también
les dedicó subsidios especiales. De esta manera un granjero que tenía soja en una parte
de su explotación, trigo en otra, y ganado en otra, pagaba al Estado un impuesto con la
parte sembrada con soja, para que el Estado le devolviese ese mismo dinero a causa de
las partes del campo que tenía sembradas con trigo y dedicadas al ganado; aunque
también pagaba retenciones por el trigo. A su vez debía recibir subsidios por el gasoil,
140
Agreguemos un factor que también señalamos en el capítulo diez: un sector competitivo a nivel
internacional, como el agro, es fuente de divisas que generan una tendencia a la apreciación de la moneda.
Esto es contrarrestado con intervenciones del Banco Central, lo cual introduce nuevas complejidades que
ahora no vamos a tratar.
con lo que se le devolvía otra parte de los impuestos que había pagado con la soja. Y así
podría seguirse con cada una de las industrias, explotaciones agrarias, medios de
transporte, etcétera, cada uno con sus respectivos precios máximos, cuotas para vender,
subsidios a cobrar. Si a esto se suma que se pretende diferenciar por tamaños de
explotación, el resultado es que cada vez se hace más difícil calcular cuáles son los
costos, las rentabilidades reales, y decidir a qué sectores subsidiar, y en qué medida. Y
año tras año crece la red de subsidios, y con ella los montos comprometidos. Esto sin
contar los múltiples vericuetos de la burocracia del Estado capitalista por las que se
cuelan innumerables oportunidades para realizar estafas y enriquecerse con todo tipo de
maniobras fraudulentas.
Pero además existe otro problema, que es posiblemente más grave, y que también señala
Engels. Se trata de que en las economías capitalistas ocurren constantes cambios en la
productividad, y en ramas enteras de la economía. Estos cambios son tan rápidos que lo
que hasta ayer pudo haber sido una estructura de subsidios balanceada, hoy ya no lo es.
Además, la mayoría de estas transformaciones suceden al interior de las empresas, y se
manifiestan en los mercados ex post. Esto es inherente a una producción que se basa en
la propiedad privada y la competencia despiadada. En consecuencia no existe aparato
estatal capitalista que pueda determinar si se han producido cambios en los tiempos de
trabajo socialmente necesarios; qué incidencia tienen las transformaciones tecnológicas
en los sectores; cómo influyen las variaciones de la demanda y de las necesidades
sociales sobre los precios; o en qué medida precisa las variaciones de los precios
internacionales afectan los costos y rentabilidades relativas de sectores. Por este motivo
inevitablemente aparecen desequilibrios en los sistemas de subsidios y precios
administrados desde el Estado; estos desequilibrios se reproducen a escala ampliada a
medida que avanza la acumulación del capital. Además, llega un punto en que surgen
“cuellos de botella”. Esto ocurre porque los capitalistas que sobreviven con subsidios
invierten poco y no amplían su base productiva. De esta manera los costos son
crecientes; la baja rentabilidad acentúa la carencia de inversiones, y la estructura
productiva atrasada demanda más y más subsidios. Por último, si ya es muy difícil tener
un sistema de protecciones y subsidios equilibrado, más difícil aún es librarse de él una
vez que se ha instalado y consolidado.
En definitiva, lo que se proclamaba buscar, un desarrollo armónico de las fuerzas
productivas, con distribución progresista de los ingresos, fracasa. Es común entonces
que “los mercados finalmente se liberen”, los precios suban, las empresas atrasadas
terminen yendo a la quiebra, los salarios caigan y de a poco el capital reanude la
acumulación en los sectores en que estaba “trabado”. En la óptica de la izquierda esto se
lee por lo general como “un giro a la derecha”. En el fondo se trata de la ley del
mercado que se impone y hace valer sus derechos, por la sencilla razón de que, en el
largo o mediano plazo, en la sociedad capitalista no puede suceder de otro modo. Lo
grave es que desde el punto de vista ideológico el saldo es negativo para las ideas de
izquierda, porque se identifica a la política fracasada con alguna especie de
“socialismo”. Por esta vía no hay manera de ganarle al neoliberalismo reaccionario la
batalla ideológica.
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