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Un punto rojo en Sol


Ignacio Carbajosa 24/05/2011
La resaca y los análisis post elect orales parecen haber desplaz ado de la agenda inf ormat iva
las prot est as que han reunido a miles de personas en la madrileña Puert a del Sol y en ot ras
plaz as españolas. Con un ciert o alivio, reconoz cámoslo. Pero no es bueno dar carpet az o a un
f enómeno que no hemos llegado a ent ender bien. ¿Qué mano est á det rás de est as prot est as?
Es una pregunt a que ha calent ado la cabez a a muchos analist as durant e est os días. Con
mucha probabilidad las primeras decenas de jóvenes que empez aron a acampar en el
kilómet ro cero est aban bien organiz adas y respondían a int ereses ideológicos muy
concret os. El t enor de sus propuest as lo parece indicar. Pero no nos det engamos ahí. Hay
una pregunt a aún más int eresant e: ¿qué es lo que movía t odas las t ardes a los miles de
jóvenes y no t an jóvenes que, en riadas, se acercaban a Sol? El primer movimient o ent ra
dent ro de los esquemas, es f ácilment e analiz able. Est e segundo no.
Un grupo de amigos sale de clase en la universidad y se cita en Sol. Al día
siguiente ni siquiera vuelven a clase. La gente que cambia de canal cuando se
habla de elecciones, ahora está pendiente de lo que pasa en Madrid. La agenda
política varía: todos tienen que decir una palabra sobre este fenómeno complejo.
Mucha gente encuentra por fin un cauce a su insatisfacción. Valido o no. Y mira
con simpatía este acontecimiento que dice algo de sí mismo. Y la plaz a se llena
todas las tardes. Algo está sucediendo. "Somos protagonistas de la historia" rez a
algún cartel. ¿Y quién no quiere ser protagonista? ¿Quién no desea que una
novedad, una sorpresa entre en su vida? Dicho rápidamente: ¿quién no desea
ser feliz , salir de la rutina, respirar un poco de aire fresco?

Dice acertadamente el manifiesto que Comunión y Liberación publicó ante las


elecciones municipales y autonómicas: "Buena parte del malestar social, en estos
tiempos de crisis, tiene que ver con esa censura del deseo ilimitado de
realiz ación que nos constituye. Cuando los deseos y necesidades reales de la persona se expulsan del
debate público, la ideología crece. Y genera violencia, aunque sea sorda".

Un factor se ha colado en esta campaña electoral que no estaba previsto, un invitado sorpresa: el
"deseo ilimitado de realiz ación que nos constituye", que Matisse representó genialmente como un punto
rojo a la altura del coraz ón en su "Ícaro". Los políticos no lo entienden. Están nerviosos. Como mucha
gente de bien y de orden. Lo que es peor: creen que basta con dar empleo para responder a la
protesta. Los más agudos incluso llegan a intuir que habría que regenerar la clase política de nuestro
país. La mayoría respira porque el movimiento no ha afectado a las elecciones y se puede dar por
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superado.

Tampoco los primeros acampados en Sol parecen entender qué responde a ese deseo. La mayoría de
sus propuestas nacen ya viejas: la historia se encargó de sepultarlas porque no estaban a la altura de
las expectativas de nuestra humanidad. Es paradigmática la anécdota, ambientada en mayo del 68, que
cuenta el gran educador milanés Luigi Giussani. Un día se encontró a un alumno preparando una
barricada. "¿Qué haces?", le preguntó. "Estoy aquí con las fuerz as que cambian la historia", respondió
orgulloso el estudiante. A lo que Giussani respondió: "Las fuerz as que cambian la historia son las
mismas que cambian el coraz ón del hombre". Tenemos que tener el coraje de no sucumbir a la
ideología y poner a prueba todas las propuestas de cambio a través del criterio con el que la propia
naturalez a nos ha dotado: nuestros deseos, exigencias y evidencias originales. Lo que no sirve en la
relación con mi novia, o con mis amigos, lo que no está a la altura de ese punto rojo, no construye nada.

El movimiento humano que se ha despertado siguiendo a los acampados en Sol da voz , aunque sea
inconsciente (¿quién puede leer con claridad la espera que somos?), a una necesidad última
largamente censurada entre nosotros. Digámoslo claramente: en nuestro país hay cosas de las que no
se puede hablar públicamente (en la plaz a pública, en los medios de comunicación, en la escuela, en el
bar o con los amigos), y no porque esté "prohibido" por la ley. Simplemente no tienen dignidad pública.
Se trata de una extraña y dañina "autocensura" que casi inconscientemente nos hemos impuesto. Hablar
de la tristez a que uno arrastra, de la necesidad de un afecto duradero, del dolor del mal que hago y del
que sufro, de mi deseo escondido de felicidad, de las preguntas sobre el significado de la vida, de la
muerte... no está permitido. Un poco de pudor, por favor, diría alguno.

Gracias a Dios la realidad se rebela cuando no es tratada por lo que es. Y eso pasa en una sociedad
en la que se censura el deseo de realiz ación que constituye a la persona. Tarde o temprano pasa
factura. Ya lo estaba haciendo en nuestro país, aunque pocos lo supieran leer. No hemos llegado al "fin
de la historia", como anunciaba Fukuyama, certificando el triunfo de una sociedad occidental que había
alcanz ado el bienestar y, con ello, la tranquilidad. Porque el "punto rojo" del Ícaro de Matisse no se
apaga nunca. Y marca la auténtica posición religiosa de toda persona verdaderamente humana: no
conformarse con nada que no responda al deseo infinito del coraz ón. La auténtica revolución es volver a
poner encima de la mesa, en el debate público, toda la amplitud de nuestras necesidades. Y permitir el
encuentro con experiencias que ya han sorprendido en la propia vida el cumplimiento. Porque esto no
puede sino ser un bien para la sociedad.

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Edita: NMEDIO S.L.


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