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Prof. E.

Robertson
Universidad Metropolitana de Ciencias de la Educación

Individuo y comunidad en el mundo homérico


LOS TEXTOS FUNDACIONALES DEL PENSAMIENTO POLÍTICO

1. Basileia

‘Que en modo alguno todos los aqueos, a la verdad, aquí hemos de ser reyes; jefatura de
muchos no es buena; uno solo sea el jefe, uno solo el rey: aquél a quien le diera el hijo de
Cronos, el de mente retorcida, el cetro y las themistes para que en beneficio de ellos delibere’.
(Il. 2, 204-206).

‘Toma tú el mando, porque eres tú más rey que ningún otro…’ (Il. 9, 69).

‘Eres de huestes soberano de muchos hombres, y entre tus manos puso Zeus el cetro y las
themistes, para que por bien de ellos deliberes’ (Il. 9, 97-98).

‘Glauco, ¿por qué razón exactamente somos nosotros dos sobremanera estimados en Licia con
asientos de preferencia y trozos de carne selectos y con copas rebosantes, y todos como a
dioses nos contemplan, y un enorme recinto disfrutamos del Janto a las riberas, tierra hermosa
de plantío y paniego labrantío? Por eso es preciso que estemos bien firmes y en vanguardia
entre los licios y a la batalla ardiente hagamos frente, para que se diga así entre los licios de
compactas corazas portadores: ‘No, ciertamente, como hombres sin fama mandan a lo largo de
Licia nuestros reyes y ovejas pingües comen y escogido y dulce cual la miel el vino beben;
mas, como puede verse, también fuerza distinguida poseen, pues que luchan entre los licios de
primera línea’ (Il., 12, 310-321).

‘…Pues en verdad tu gloria llega al ancho cielo como la de un irreprochable rey que, temeroso
de los dioses, reina sobre muchos y valerosos hombres, y hace que triunfe la justicia y que
produzca la negra tierra trigo y cebada y que se inclinen los árboles por el fruto, y que las
ovejas paran robustas y el mar produzca peces por su buen gobierno, y que el pueblo sea
próspero bajo su cetro’ (Od. XIX, 108-114).

Al que honran las hijas del poderosos Zeus y advierten que desciende de los reyes vástagos de
Zeus, a éste le derraman sobre su lengua una dulce gota de miel y de su boca fluyen melifluas
palabras. Todos fijan en él su mirada cuando interpreta las leyes (themistes) divinas con rectas
sentencias (dikai) y él con firmes palabras en un momento resuelve sabiamente un pleito por
grande que sea. Pues aquí radica el que los reyes sean sabios, en que hacen cumplir en el ágora
los actos de reparación a favor de la gente agraviada fácilmente, con persuasivas y
complacientes palabras. Y cuando se dirige al tribunal, como a un dios le propician con dulce
respeto y él brilla en medio del vulgo. ¡Tan sagrado es el don de las Musas para los hombres!
(Hesíodo, Theog. 81-94).
Prof. E. Robertson
Universidad Metropolitana de Ciencias de la Educación

2. La crítica de la realeza

‘Atrida, ¿qué reproche de nuevo nos diriges?, ¿qué te falta? Rebosantes de bronce están tus
tiendas y en tus tiendas están muchas mujeres escogidas, que a ti antes que a nadie te vamos
obsequiando cuando quiera que una ciudad tomamos. ¿Acaso todavía necesitas incluso el oro
que de Ilio te traiga alguno de los troyanos domadores de potros, en rescate de un hijo a quien
yo mismo u otro aqueo, atado te traigamos? ¿O una mujer joven para unirte con ella en el
amor y tú a tus anchas a solas y apartado retenerla? No es decente, en verdad, que, siendo
jefe, en desgracias embarques a los aqueos, ¡ah blandengues, viles, despreciables, aqueas, ya
no aqueos! A casa, por lo menos, regresemos con nuestras naves y dejemos a éste aquí en
Troya a digerir derechos, para que vea si incluso nosotros de algo le valemos o de nada’ (Il. 2,
225-239).

¡Oh, reyes! Tened en cuenta también vosotros esta justicia: pues de cerca metidos entre los
hombres, los Inmortales vigilan a cuantos con torcidos dictámenes se devoran entre sí, sin
cuidarse de la venganza divina (…). Y he aquí que existe una virgen, Dike, hija de Zeus, digna
y respetable para los dioses que habitan el Olimpo; y siempre que alguien la ultraja
injuriándola arbitrariamente, sentándose al punto junto a su padre Zeus Cronión, proclama a
voces el propósito de los hombres injustos para que el pueblo castigue la loca presunción de
sus reyes que, tramando mezquindades, desvían en mal sentido sus veredictos con retorcidos
parlamentos. Teniendo presente esto, ¡reyes!, enderezad vuestros discursos, ¡devoradores de
regalos!, y olvidaos de una vez por todas de torcidos dictámenes (Hesíodo, Trab. 249-264).

3. Hestía, phratria, Themis

No tiene phratria ni themis ni tiene hogar quien ama la heladora guerra en su país (Il. 9.63-
64).

…Llegamos a la tierra de los Cíclopes, los soberbios, los sin ley (athemistes), los que no son
obedientes a los Inmortales. No plantan con sus manos frutos ni labran la tierra… No tienen
asambleas en que se aporte consejo, ni jueces ni themistes; habitan las cumbres de elevadas
montañas en profundas cuevas y cada uno es legislador de sus hijos y esposas, y no se
preocupan unos de otros (Od. IX, 106-115).

…El que maltrata a un suplicante o a su huésped, o sube al lecho de su hermano para unirse
ocultamente a su esposa incurriendo en falta, o insensatamente causa daño a los hijos
huérfanos de aquél, y el que insulta a su padre anciano…, sobre éste ciertamente descarga el
mismo Zeus su ira y al final en pago por sus injustas acciones le impone un duro castigo
(Trab. 328-335).

…Por primera vez Hélade abandoné… escapando de las reyertas con mi padre Amíntor, de
Órmeno el hijo, que conmigo en extremo se había irritado por una concubina de hermosa
cabellera, a la que él mismo amaba, a su esposa con ello despreciando, a mi madre; la cual me
suplicaba, cogida a mis rodillas, de continuo que antes me uniera yo a la concubina para que
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así al viejo aborreciera. Y le hice caso y obré en consecuencia; mas al punto mi padre se dio
cuenta y contra mí lanzaba maldiciones vehementemente y a las odiosas Erinias invocó: que
jamás se sentara en sus rodillas un hijo que de mí fuera nacido; sus maldiciones los dioses
cumplían, el subterráneo Zeus y Perséfone la terrible diosa. Yo decidí matarle, ciertamente,
con aguzado bronce, mas detuvo mi enojo algún dios inmortal que, justamente, en mi ánimo
me puso la mala fama que es la voz del pueblo y los muchos oprobios de los hombres, no
fuera a ser llamado parricida entre gentes aqueas (Il. 9, 446-461).

4. Xenía

…Diomedes, por su grito de guerra destacado, tomando la palabra el primero, le dijo (a


Glauco): ‘¿Quién eres tú de los hombres mortales, señor excelentísimo, pues nunca te he visto
en la batalla, que es prez de varones, anteriormente; y, sin embargo, ahora a todos aventajas
por tu arrojo en gran medida, ya que tú mi lanza de prolongada sombra resististe…?’ (Glauco
refiere su linaje, procedente del héroe Belerofonte:) Así dijo, y gozóse Diomedes destacado
por el grito de guerra, e hincó entonces su lanza en la tierra que a muchos alimenta, y, con
palabras dulces cual la miel, le hablaba a Glauco, el pastor de gentes: ‘Entonces, en verdad,
para mí eres un huésped ancestral y bien antiguo; porque el divino Eneo (abuelo de Diomedes)
en otro tiempo acogió como huésped al héroe intachable que era Belerofonte y en sus lares
durante veinte días lo tuvo retenido. Y ellos intercambiaron bellos presentes de hospitalidad
(…). Por lo cual soy yo ahora en medio de Argos huésped tuyo querido, y en Licia, en cambio,
lo serás tú mío, cuando al pueblo de los licios llegue. Evitemos entrambos nuestras lanzas aun
estando en medio del tumulto (…). Mas cambiemos nosotros entre nosotros mismos nuestras
armas, con el fin de que sepan también éstos que nos jactamos de ser mutuamente huéspedes
desde tiempos ancestrales’. Una vez que así hablaron uno y otro, de un salto descendieron de
sus carros y se dieron las manos y ambos fidelidad se aseguraron. Y entonces Zeus el hijo de
Cronos le despojó a Glauco de sus mientes y, así, las armas él intercambiaba con Diomedes el
hijo de Tideo, las suyas de oro contra las de bronce, las propias, en cien bueyes valoradas,
contra las que valían nueve bueyes (Il. 6, 120-236).

Conque se deleitaban y celebraban banquetes en el gran palacio de techo elevado los vecinos y
amigos del ilustre Menelao; un divino aedo les cantaba tocando la cítara y dos volatineros, así
que dio comienzo el canto, danzaban en medio de ellos. Y los dos jóvenes, el héroe Telémaco
y el ilustre hijo de Néstor detuvieron los caballos a la puerta del palacio. Viólos el noble
Etenoeo cuando salían, ágil servidor del ilustre Menelao, y echó a andar por el palacio para
comunicárselo al pastor de su pueblo. Y cuando llegó junto a él le dijo aladas palabras: ‘Hay
dos forasteros, Menelao, vástago de Zeus, dos mozos semejantes al linaje del gran Zeus. Dime
si desenganchamos sus rápidos caballos o les mandamos que vayan a casa de otro a que los
reciba amistosamente’. Y el rubio Menelao le dijo muy irritado: ‘Antes no eras tan simple,
Etenoeo, hijo de Boeto, mas ahora dices sandeces como un niño. También nosotros llegamos
aquí, los dos, después de comer muchas veces por mor de la hospitalidad de otros hombres.
¡Ojalá Zeus nos quite de la pobreza para el futuro! Desengancha los caballos de los forasteros
y hazlos entrar para que se les agasaje en la mesa’. Así dijo; salió aquél del palacio y llamó a
otros diligentes servidores para que lo acompañaran. Desengancharon los caballos sudorosos
bajo el yugo y los ataron a los pesebres, al lado pusieron escanda y mezclaron blanca cebada;
arrimaron los carros al muro resplandeciente e introdujeron a los forasteros en la divina
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morada. Éstos, al observarlo, admirábanse del palacio del rey, vástago de Zeus; que brilla
como el sol y la luna el palacio de elevado techo del ilustre Menelao. Luego que se hubieron
saciado de verlo con sus ojos, marcharon a unas bañeras bien pulidas y se lavaron. Y así que
las esclavas los lavaron y ungieron con aceite, les pusieron ropas de lana y mantos y fueron a
sentarse en sillas junto al Atrida Menelao. Y una esclava vertió agua de lavamanos que traía
en bello jarro de oro sobre fuente de plata y colocó al lado una pulida mesa. Y la venerable
ama de llaves trajo pan y sirvió la mesa colocando abundantes alimentos, favoreciéndoles
entre los que estaban presentes. Y el trinchador les sacó platos de carne de todas clases y puso
a su lado copas de oro. Y mostrándoselos, decía el prudente Menelao: ‘Comed y alegraos, que
luego que os hayáis alimentado con estos manjares os preguntaremos quiénes sois de los
hombres’. (Od. IV, 15-62).

5. Estructuras de solidaridad

¿Es que ha perecido ante Ilión algún pariente tuyo, un noble yerno o suegro, los que son más
objeto de preocupación después de nuestra propia sangre y linaje? ¿O un noble amigo
(hetairos), fiel y devoto? Pues no es inferior a un hermano el amigo que tiene pensamientos
sabios (Od. VIII, 580-585).

…Que incluso por un hijo o un hermano muerto se recibe una compensación del asesino, y
entonces él en el pueblo se queda, en el mismo lugar, pues ha pagado para saldar su deuda una
gran suma, y el corazón y el ánimo arrogante del otro se apacigua en el momento en que la
expiación a base de dinero ha recibido; a ti, en cambio, los dioses te hicieron en lo hondo de tu
pecho un corazón malvado e implacable a causa de una muchacha tan solo… (Il. 9, 632-638).

Al que te brinde su amistad invítale a comer, y al enemigo, recházalo. Sobre todo invita al que
vive cerca de ti; pues si tienen alguna dificultad en la aldea, los vecinos acuden sin ceñir
mientras que los parientes tienen que ceñirse (Trab. 343-347).

6. El Demos y la vida política

Como enjambres de abejas apiñadas que de cóncava roca van saliendo siempre de nuevo y
vuelan en racimo sobre las flores de la primavera, y en bandadas están revoloteando aquí las
unas y allí las otras, así grupos de gentes numerosas, de las naves saliendo, y de las tiendas,
por delante de la honda ensenada en tropel a la junta desfilaban. Y entre ellos el Rumor estaba
en llamas, de Zeus mensajero, que a ir les incitaba a la asamblea. Y ellos se reunieron. Y la
junta estaba alborotada, y por debajo la tierra se quejaba con gemidos según la multitud se iba
sentando; la confusión reinaba, y nueve heraldos de retenerlos trataban a voces, a ver si alguna
vez del griterío se abstuvieran y oído prestasen a los reyes por Zeus alimentados. La gente a
duras penas se iba por fin sentando, y en sus asientos se quedaron quietos y en la grita
cedieron. Y el poderoso Agamenón se puso en pie, empuñando el cetro… (Il, 2, 87-101).

Y en él dos ciudades figuró de hombres mortales, bellas. En la una se celebraban bodas y


festines, y a las novias las iban llevando fuera de sus alcobas, por la ciudad, bajo el resplandor
de las antorchas, y alto el himeneo resonaba. Y mozos danzarines daban vueltas y en medio de
ellos, justamente, las flautas y las fórminges sonaban y las mujeres, cada una de ellas,
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plantándose en el umbral de su casa, miraban asombradas. Y en la plaza estaba reunida


muchedumbre de gente, y allí un pleito se había suscitado, pues estaban dos hombres
pleiteando a propósito de una expiación debida por un delito de sangre, por la muerte de un
hombre: el uno proclamaba que la había pagado por entero, intentando explicárselo al pueblo;
pero el otro, en cambio, negaba que algo hubiera recibido. Y ambos deseaban obtener en
presencia del juez un veredicto. Y las gentes al uno y al otro, defensoras de una u otra parte,
los aclamaban con gritos de apoyo; y los heraldos, como es natural, intentaban contener a la
gente; y los ancianos estaban sentados sobre pulidas piedras en el círculo sacro, y en sus
manos tenían el bastón de los heraldos de voz sonora a través del aire, y con ellos se iban
levantando luego, de un salto poniéndose en pie, y uno tras otro, alternativamente, cada cual
pronunciaba su sentencia. Y había, justamente, en el medio de los ancianos, dos talentos de
oro, para dárselos al que entre ellos más recta la sentencia pronunciara (Il. 18, 490-508).

(Egiptio:) ‘Escuchadme ahora a mí, itacenses, lo que voy a deciros. Nunca hemos tenido
asamblea ni ha sido ocupado el trono desde que el divino Odiseo marchó en las cóncavas
naves. ¿Quién, entonces, nos convoca de esta manera? ¿A quién ha asaltado tan grande
necesidad ya sea de los jóvenes o de los ancianos? ¿Acaso ha oído alguna noticia de que llega
el ejército, noticia que quiere revelarnos una vez que él se ha enterado?, ¿o nos va a manifestar
alguna otra cosa de interés para el pueblo?(…). Así habló y el amado hijo de Odiseo se alegró
por sus palabras. Con que ya no estuvo sentado por más tiempo y sintió un deseo repentino de
hablar. Se puso en pie en mitad de la plaza y le colocó el cetro en la mano el heraldo Pisenor,
conocedor de consejos discretos. Entonces se dirigió primero al anciano y dijo: ‘Anciano, no
está lejos ese hombre, soy yo el que ha convocado al pueblo(…). No he escuchado noticia
alguna de que llegue el ejército…, ni voy a manifestaros ni a deciros nada de interés para el
pueblo, sino un asunto mío privado… (Od. II, 25-45).

¡Oh Perses!, grábate tú esto en el corazón y que la Eris gustosa del mal no aparte tu voluntad
del trabajo, preocupado por acechar los pleitos del ágora; pues poco le dura el interés por los
litigios y las reuniones públicas a aquel en cuya casa se encuentra en abundancia el sazonado
sustento, el grano de Deméter, que la tierra produce. Cuando te hayas provisto bien de él,
entonces sí que puedes suscitar querellas y pleitos sobre haciendas ajenas (Trab. 26-33).
Prof. E. Robertson
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