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Y es que la política en educación, desde hace ya muchas décadas, ha dejado de lado los
principios de la enseñanza, vendiéndolos a un economicismo reduccionista burdo, reflejándose
-por un lado- en el comercio de la enseñanza, y por el otro, en el populismo, que ha convertido
a escuela, colegios y liceos estatales en verdaderos nidos de delincuentes.
Estos elementos envalentonados y justificados por la autoridad, impiden que los profesores
desarrollen su trabajo, les roban, les agreden verbalmente y los amenazan físicamente,
sumándose a esto, la actitud de apoderados y autoridades que descalifican la labor pedagógica,
desestimando la opinión de los docentes, no respetando sus decisiones y ejerciendo
paralelamente presiones diversas a la hora de las evaluaciones y de tomar medidas
disciplinarias, con el único fin de demostrar que aparentemente la Reforma está en buen pie, o
en el caso más concreto de los establecimientos educacionales, para mantener el exiguo aporte
económico que brindan las matrículas , lo que ha hecho de la adulteración de asistencia una
medida válida para sobrevivir.
La educación es un derecho legítimo del ciudadano. Es deber del Estado proporcionar el libre
acceso a ella, pero también ese derecho exige deberes, tanto para el Estado como para el
beneficiario: cuidar, mantener y proyectar este servicio.
El Estado (sus representantes) y el ciudadano que no cumplen con este deber de preservación,
impide tanto para sí como para los demás el acceso a ella, por lo tanto, no debe estar en el
sistema educativo, ni mucho menos dirigirlo.
El dejar de lado los deberes nos a llevado hoy a este producto nefasto, ya que al amparar y
justificar por cuestiones sociales y/o psicológicas , actitudes delincuenciales y criminales, le han
dejado la puerta abierta a las fuerzas viciadas de la insurrección, el desgobierno y la anarquía,
con ello el fin de la democracia y de nuestro país, sometido por completa al "Nuevo Orden
Mundial".