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La hospitalización infantil: el niño hospitalizado © Juan Ramón Alegre Villarroya, 2005 hospit-infan 1 de 37

La hospitalización infantil:
el niño hospitalizado 1

Durante siglos se ha planteado la atención al niño enfermo desde dos perspectivas


fundamentales: la de curar su enfermedad fisiológica con fármacos u operaciones
quirúrgicas, sin preocuparse de los aspectos psicosomáticos; y la de organizar su
internamiento hospitalario pensando casi únicamente en el orden y la tranquilidad,
dentro de la institución. Por ejemplo, podía parecer normal que los padres no
estuvieran presentes en las curas de los hijos («porque lloran más si ellos asisten a
ellas» ), les fuera prohibido a las madres quedarse por la noche con sus hijos («porque
se crea mucho desorden»), no se les explicara nada antes de ser ingresados u
operados,... Daban prioridad a que la cura fuera cómoda para los sanitarios, en la
planta hubiera orden, los niños no conocieran lo que se iba a hacer con ellos,… ,
olvidando el sufrimiento añadido que estas prácticas pueden suponer para los niños.
Hay que conocer la importancia que la hospitalización, las enfermedades, las
operaciones, las curas,…, tienen para los niños y cambiar numerosas prácticas de los
padres, educadores y sanitarios anteriores a la hospitalización, antes de las
operaciones y en todo el sistema de funcionamiento hospitalario.

1. Problemática de la hospitalización infantil

La enfermedad es un acontecimiento común en la vida del ser humano. Al menos las


enfermedades comunes o trastornos generales del estado de salud, y diversos actos
preventivos son, frecuentemente, experimentados por todos a lo largo de su desarrollo.
Desde la primera infancia e, incluso, indirectamente desde su concepción la persona está
expuesta a estas experiencias. Para aprender y desarrollarse debe percibir, explorar e
intentar comprender experimentos nuevos que provoquen incertidumbre y curiosidad.
La enfermedad produce sensaciones internas inusuales, un repentino conocimiento de
procesos corporales desconocidos, y una inexplicable pérdida de control de partes o
funciones del cuerpo. De este modo, la experiencia de enfermedad y hospitalización crea
en el niño la necesidad de su comprensión, para adaptarse a situaciones y sucesos que le
proporciona el mundo que le rodea, trata de comprender, trata de comprender las
situaciones relacionadas con la salud y enfermedad y reacciona ante ellas.
• Los primeros estudios psicológicos sobre la experiencia infantil de la enfermedad se hacen
desde la perspectiva psicoanalítica, centrándose en las reacciones afectivas del niño, y
en la percepción de la enfermedad y su tratamiento como un castigo. Un
acontecimiento amenazante para el ser humano y especialmente durante la infancia,
asociado con el estado de salud, es la hospitalización.
• Diferentes autores estudian los efectos de la hospitalización en los niños. La separación de
la familia, un entorno extraño y desconocido, dolor y malestar, intimidación de muerte,
cambio en las relaciones de los padres y las concepciones de los niños sobre lo que está
ocurriendo, se consideran entre los factores que producen estrés en el niño enfermo. En
relación con la experiencia de enfermedad y hospitalización, las comprensiones equi-
vocadas o ide as erróneas del niño sobre la experiencia se convierten en un factor
añadido.
• Por el importante papel que juega el «factor cognitivo» en la experiencia de enfermedad
y hospitalización, es necesario conocer la evolución de la comprensión infantil sobre el
fenómeno de la enfermedad y los aspectos (conductas del personal sanitario,
instrumentos y procedimientos médicos, normas,...), relacionadas con ella, sin olvidar otros

1 Elaborado a partir de María Pilar Palomo del Barco, El niño hospitalizado: características, evaluación y tratamiento. Ed.
Pirámide, Madrid1995
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factores de carácter socioafectivo que también influyen en su adaptación a las


experiencias. Estos componentes -cognitivo y socioafectivo- son elementos
imprescindibles a tener en cuenta en toda situación de enfermedad y hospitalización.

El conocimiento sobre el modo de representar el niño la enfermedad y otros conceptos


médicos tiene un doble interés:
• Interés teórico relac ionado con la cognición general y con la cognición social, que los
profesionales, padres y otros familiares conozcan cómo comprende el niño el mundo de
la enfermedad. Puede ayudar a explicar diferentes reacciones y conductas del niño que
se encuentra incluido en una experiencia de enfermedad y hospitalización.
• Interés práctico relacionado con implicaciones educativas en escenarios escolares,
médicos y clínicas, favorece la comunicación e interacción entre los profesionales y
adultos que rodean al niño enfermo o con posibilidad de enfermar. En diferentes
situaciones se manifiesta la importancia de este conocimiento: la comunicación de
información y respuesta a preguntas a nivel general o producto de una preparación
sistemática.

¿La experiencia de enfermedad y hospitalización implica, inevitablemente,


problemas emocionales importantes? ¿Qué factores variables determinan las
reacciones del niño hospitalizado y sus familiares a la experiencia? ¿Los
conceptos del niño sobre la enfermedad y otros aspectos relacionados
manifiestan una secuencia predecible? ¿Hay razones que justifiquen la necesidad
de preparación psicológica para la hospitalización infantil? ¿Cómo podemos
evaluar el impacto de la enfermedad y la hospitalización en el paciente niño
hospitalizado? ¿Se pueden prevenir o tratar los efectos de la hospitalización
infantil? ¿Qué medios y técnicas permiten favorecer la adaptación del niño y sus
familiares a esta amenazante experiencia?

Hoy hay unanimidad al considerar la salud como algo que engloba a la persona en un todo
bio-psico-social, debemos tener en cuenta aspectos biológicos, psicológicos y sociales al
estimar en su totalidad la salud del niño hospitalizado.
Aquí nos interesan los aspectos sociales y psicológicos de la enfermedad y hospitalización
infantil: qué cambios sociales se han ido produciendo sobre la hospitalización infantil que
favorezcan el bienestar y adaptación de los niños y sus padres a la experiencia de
enfermedad y hospitalización, y el impacto psicológico de la experiencia (efectos y variables
intervinientes).

1.1. Antecedentes socioculturales


La preocupación sistemática sobre las necesidades psicosociales del niño hospitalizado es reciente.
Cuando se abrieron las primeras salas infantiles en los hospitales, se permitía e incluso se animaba a los
padres para que permanecieran con sus hijos el mayor tiempo posible (Zetterstróm, 1984). De este
modo se mantenía un clima familiar que favorecía la adaptación de los niños a esta amenazante
situación.
• A finales del siglo XIX se produjo un cambio en el sistema de visita de los padres. Salvo algunas
excepciones, como la necesidad de amamantamiento del niño por parte de la madre o el estado
crítico o moribundo de los enfermos donde los familiares tenían el «privilegio» de permanecer con
ellos, se les desanimaba de visitarles a la sala. La razón de este cambio fue debida a la posibilidad
de que los padres llevaran infecciones a la sala constituyendo un peligro para los niños, añadiendo
el efecto perturbador en los niños (sobre todo pequeños) de las visitas, que facilitaban el recuerdo
de su casa y dificultaban su adaptación al hospital (Zetterström, 1984). La principal preocupación
sobre los niños internados en el hospital se relacionaba con la enfermedad o la custodia. Las reglas
eran muy estrictas respecto a los juguetes (las posibilidades de juego de los niños), el confinamiento
en la cama y la alimentación.
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• Esto dura hasta los años 1940, a pesar de manifestaciones de algunos autores relatando
observaciones de conductas de los niños en estas dramáticas situaciones. Es conocido el hecho de
que el niño privado de su madre y la falta de adecuado estímulo evoluciona hacia un estado de
marasmo, atrepsia y otras alteraciones de las cuales puede morir. El cuadro clínico se encuentra
bien descrito en las actas funcionales de las primeras inclusas europeas, utilizando el término de
«hospitalismo». En Gran Bretaña, la hospitalización del niño con su madre fue ensayada por Spence
en 1938.
• Entre 1940-1950 se estudia el desarrollo emocional del niño y Spitz publica su informe sobre
hospitalismo. Bowlby y Robertson, en 1952, prosiguen sus estudios del niño hospitalizado. Más tarde,
en 1953, Robertson recoge un convincente documental que denominó Un niño de dos años va al
hospital que sirve para cambiar las maneras utilizadas en el cuidado y tratamiento médico del niño
en el hospital que impedían la permanencia de las madres con sus hijos. Mostraba el intenso estrés
emocional que manifestaba el niño al separarle de sus padres durante una semana mientras se le
sometía a una intervención quirúrgica leve. Más tarde, en 1958, Robertson con la ayuda financiera
del Servicio Nacional de Salud Pública, del Centro Internacional de la Infancia y varios
colaboradores filmó un segundo experimento: Ir al hospital con la madre. Luego la OMS le ofreció
un contrato para la difusión y utilización en la enseñanza y entrenamiento del personal sanitario.
• Debido al interés despertado por el bienestar emocional del niño enfermo y hospitalizado se
crearon organizaciones y revistas relacionadas con la psicología pediátrica. El Instituto Nacional de
la Salud Mental publica en 1966 un libro, El color rojo de las heridas: planificando el hospital para
los niños, para tener en cuenta las necesidades emocionales del niño en el hospital, con una serie
de recomendaciones para reducir el estrés al enfrentarse a una experiencia hospitalaria y cambiar
las políticas aplicadas en el contexto hospitalario. Una pionera en la preocupación sobre los
obstáculos relacionados con el cuidado de los niños en las salas del hospital fue Emma Plank. Fundó
una organización, la Asociación Americana para el Cuidado del Niño en el Hospital, y escribió un
libro, El cuidado psicológico del niño enfermo en el hospital (1962), basado en los problemas
emocionales del niño ante el n i greso en el hospital, las relaciones entre los hospitalizados, la
preparación para los procesos quirúrgicos y el manejo de sus posteriores reacciones a tales
tratamientos, además de relatar aspectos lúdicos, actividades y ocupaciones y aspectos escolares
y del aprendizaje en niños con diferentes trastornos, incluyendo su reacción cuando se produce
una muerte y la respuest a adecuada ante ella. La autora desarrolló programas de juego y
actividades educativas para ayudar al niño hospitalizado a disminuir los efectos de su estancia en
el hospital. Actualmente, hay revistas y organizaciones que tratan de promover el bienestar
psicosocial de los niños y sus familias en escenarios hospitalarios.
• Hoy se acepta unánimemente la importancia de la prevención de los graves efectos de la
hospitalización y se están realizando programas de preparación psicológica para ayudar al niño a
afrontar experiencias hospitalarias.

1.2. El niño como protagonista


La enfermedad forma parte de la vida y para el niño no es una situación excepcional. Es inevitable su
inclusión en ella y, puede ocurrir que tenga que ser internado en un hospital. Puede permanecer en él
por un estado físico de repentino comienzo que amenaza su vida o debido a una cirugía planificada;
también puede tener que ingresar por un accidente que requiere tratamiento inmediato y, en este
caso, no habría tiempo para proporcionarle una adecuada información. A menudo, la estancia en el
hospital es breve, aunque algunos niños o adolescentes con enfermedades crónicas o terminales
permanecen varias semanas o meses en el hospital.
Los diagnósticos definitivos que causan mayor número de estancias de pacientes infantiles en un
centro hospitalario son las enfermedades respiratorias; otras causas sobre todo sin indicar diagnóstico;
síntomas, signos y estados morbosos mal definidos; enfermedades del aparato digestivo y anomalías
congénitas.
Si nos centramos en el niño como protagonista de esta experiencia, encontramos que, como en cual-
quier otra experiencia psicosocial, intenta comprender la situación en que se encuentra inmerso y
debe afrontar. La ayuda que se le proporcione para afrontar la experiencia incluye de alguna manera
información, se debe tener en cuenta cómo comprende los datos que recibe. En este sentido,
resultaría difícil entrenar a los pacientes infantiles en modos o técnicas de afrontar, por ejemplo,
procedimientos médicos sin algún tipo de información sobre ellos. Uno de los medios que permiten a
las personas comprender el mundo que les rodea son los conceptos, de modo que el niño intenta
representar e integrar su mundo a través de modalidades sensoriales y la formación de conceptos.
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Piaget (1970) señala la existencia de un sujeto, unos objetos e instrumentos de intercambio o conquista
(percepción y conceptos) que determinan el trayecto que conduce del primero a los segundos y
viceversa. En este sentido se considera que el niño tiene un repertorio de conceptos que utiliza para
interaccionar con su entorno, de modo que los estímulos se identifiquen a través de la asimilación a su
repertorio conceptual. Los conceptos evolucionan con la edad y el desarrollo cognitivo del niño.
También, puede ocurrir que los escolares con una mayor facilidad en el lenguaje pueden enmascarar
su verdadera incapacidad para conceptualizar en un nivel adulto: un niño de seis o siete años puede
decir «me tiene que poner una inyección», pero no comprender aspectos subyacentes como el
proceso por el que surte efecto.

Las reacciones de los niños enfermos hospitalizados pueden depender de la comprensión de


lo que les ocurre
Bibace y Wals (1981) encuentran cómo muchos niños de cinco y seis años hospitalizados en
una unidad de pediatría se alteran y piden ser cambiados a otra habitación por miedo a
coger la enfermedad de un compañero por creer que por el solo hecho de estar en la
misma habitación, le contagiaría la enfermedad.
Hay otra serie de variables que interviene en una experiencia de hospitalización y puede
influir en las reacciones del niño enfermo hospitalizado (naturaleza de la enfermedad,
duración de la hospitalización,...). Por eso, los profesionales y familiares que pretenden
ayudar al niño hospitalizado a adaptarse de una forma satisfactoria a la experiencia de la
enfermedad y hospitalización deben considerar, entre otros aspectos, las variables y fac tores
que pueden influir en la experiencia. Para ayudar al niño a asimilar e integrar la experiencia
de enfermedad y hospitalización, hay que tener en cuenta estas variables y factores y
favorecer estos objetivos:
• Evitar sufrimientos actuales, producto de una comunicación inadecuada o compresión
equivocada de la experiencia de enfermedad y hospitalización.
• Evitar efectos sobre el futuro a corto y a largo plazo o, incluso, considerando que la
experiencia del hospital se puede convertir en la base de un problema emocional a lo
largo de la vida.
• Evitar efectos sobre los padres, disminuyendo su preocupación o ansiedad al conocer
qué puede comprender y cómo puede reaccionar el niño y adquirir habilidad para
comunicarse adecuadamente. Con éste conocimiento estarán mejor preparados para
atender y responder las preguntas de sus hijos y clarificar malentendidos sobre la
enfermedad y hospitalización.
• Mejorar la calidad de la asistencia, favoreciendo la aproximación y comunicación
adecuada entre el niño y el adolescente enfermo y los profesionales y tener en cuenta la
relación entre las creencias y la conducta.
Evitar el error de creer que sólo deben tenerse en cuenta los efectos sobre el futuro y no los
actuales. Se debe prestar atención a los problemas de la salud de los niños, reconociendo su
importancia en esta etapa de la vida y no sólo cuando ellos sean adultos.

1.3. Efectos de la hospitalización


Hay muchas evidencias que documentan el serio impacto psicológico que la hospitalización
puede producir en los niños. Como consecuencia de experiencias traumáticas en el hospital,
pueden aparecer en el niño, una gran variedad de síntomas y problemas de personalidad, a
consecuencia de la angustia y el estrés. Hay también muchos niños que muestran
reacciones adversas a la experiencia estresante de la hospitalización y cirugía mientras están
en el hospital y de nuevo cuando han vuelto a su casa. Algunas de las conductas que el
niño puede manifestar derivadas de esa experiencia son ir siempre detrás de su madre a
cualquier lugar de la casa, ponerse nervioso al oír mencionar a los médicos o el hospital,
tener pesadillas,... En la medida en que estas reacciones se mantienen o aparecen junto a
otras, indican el grado de impacto adverso que ha tenido la experiencia.
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Debido a la relativamente alta incidencia de problemas emocionales relacionados con la


hospitalización, incluso por breves períodos de tiempo o un solo día, se ha prestado mucha atención al
desarrollo de modos mediante los cuales la experiencia pueda ser menos traumática para los niños y
sus familiares. Pero, ¿debemos considerar, inevitablemente, a la enfer medad y hospitalización como
una experiencia causante de problemas emocionales importantes?

Algunos investigadores declaran que la hospitalización contiene la posibilidad de efectos


emocionales beneficiosos en algunos pacientes infantiles, aunque la posibilidad de que la
experiencia sea traumática es grave, porque supone una crisis no sólo para el enfermo, sino
también para su familia.
De todos modos, no todas las enfermedades y hospitalizaciones u otra experiencia
desgraciada son necesariamente un trauma: debe ser comprendido en términos de
capacidad del individuo para dominar las experiencias. Con suficiente estrés, cualquier
individuo puede ser abrumado, y además de que la dosis es una consideración importante,
también lo es el desarrollo. De modo que lo que puede ser traumático en una etapa, puede
ser una experiencia no tan desafortunada en otro momento.
Se consideran dos tipos de estrés: evolutivo, relacionado con cambios característicos de las
distintas etapas del desarrollo que la persona debe afrontar, y situacional, cuando se
produce ante situaciones estresantes concretas independientemente del momento
evolutivo de la persona. Generalmente, surge el estrés situacional cuando ha de afrontar
determinados sucesos de la experiencia hospitalaria, como el ingreso en el centro, la
separación de padres o familiares, una operación, distintos procedimientos médicos,...
Además, este tipo de estrés puede acentuarse dependiendo del momento evolutivo en que
el niño se encuentre. En general, un niño de tres o cuatro años será más vulnerable a las
experiencias de separ ación que un niño de diez años.

Reacciones comunes a experiencias estresantes en el hospital (Zetterström, 1949


• Problemas de alimentación como rechazo o hiperfagia.
• Alteraciones del sueño, como insomnio, pesadillas o fobias a la oscuridad.
• Enuresis o encopresis diurna o nocturna.
• Regresión a niveles de comportamiento más primitivos y pérdida de los niveles
adquiridos previamente o de l aprendizaje o conducta social.
• Movimientos espasmódicos involuntarios de la cara o los párpados, es decir, tics.
• Depresión, inquietud y ansiedad.
• Terror a los hospitales, personal médico, agujas, procedimientos diagnósticos como los
rayos X y a la ingestión de fármacos. Miedo a la muerte.
• Mutismo, regresión autista a grados de incomunicación o retraimiento en el contacto
con la gente.
• Obsesión hipocondríaca (enfermiza) o verdaderas alucinaciones sobre funciones
corporales.
• Síntomas histéricos, como pérdida de la voz después de una amigdalectomía.
Variables intervinientes
Hay algunas variables que influyen en el modo de percibir el niño los factores estresantes de
la hospitalización, condicionando su respuesta ante ella y la enfermedad. Distintos autores
señalan algunas de las variables que determinan las respuestas de los niños a estas
situaciones estresantes (Siegel, 1983; Siegel y Hudson, 1992):
- Edad, sexo y desarrollo cognitivo.
- Diagnóstico médico.
- Duración de la hospitalización.
- Experiencias previas con procedimientos médicos y el hospital.
- Naturaleza y tiempo de la preparación para la hospitalización.
- Ajuste psicológico prehospitalario.
- Habilidad de los padres a fin de ser un apoyo adecuado para el niño.
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Las diversas variables que intervienen en la adaptación del niño a la hospitalización y


cirugía han sido clasificadas en tres categorías.
• Niño: Nivel evolutivo (habilidad cognitiva, ideas sobre la enfermedad,...).
Mecanismos de afrontamiento ante la hospitalización y cirugía (estrategias y
factores que afectan a estas estrategias, como personalidad, sexo, experiencia
hospitalaria anterior,…). Se refieren al nivel evolutivo del niño, y a los mecanismos de
afrontamiento ante la experiencia de hospitalización y cirugía.
• Padres: Separación de la madre. Preparación de los padres. Estatus y valores de la
familia. Aluden a la presencia o ausencia de la madre, ya que, en la realidad, suele
permanecer con el niño más que el padre, preparación de ambos padres y estatus
socioeconómico y valores de la familia.
• Hospital: Acontecimientos estresantes. Preparación para la situación. Duración de
la hospitalización, tipo de procedimiento médico, naturaleza y grado de la enfer-
medad. I ncluyen los acontecimientos estresantes, naturaleza y grado de la
enfermedad, preparación psicológica,...
Aunque todavía es necesario conocer más aspectos sobre el modo en que estas variables
pueden afectar a la respuesta del niño ante la hospitalización son identificadas como las
principales variables que influyen en las reacciones del niño a esta amenazante
experiencia. Ahora vamos a detallar algunas de las más importantes que pueden influir en
las respuestas del niño a la hospitalización y en los efectos de la preparación para una
buena adaptación al centro.
• Influencia de la edad: está documentado que los niños por debajo de los seis años
tienen reacciones más graves a la hospitalización que los niños en edad escolar. Otros
autores refieren que la hospitalización y enfermedad tienen efectos más adversos en los
niños entre los seis meses y tres años y once meses que en los niños más pequeños o
mayores de esta edad, y esto es especialmente evidente en la ansiedad de separación.
Pero, ¿por qué los niños más pequeños pueden resultar más afectados por la experiencia
de enfermedad y hospitalización?
• Algunos autores afirman que la «fase de vulnerabilidad» tiene una significación especial
para evaluar los traumas potenciales en los niños. Se refieren a la especial vulnerabilidad
de las funciones y capacidades físicas y psíquicas, que están apareciendo o se han
establecido recientemente en los niños. De modo que, en el período entre dos y siete
años, una experiencia estresante puede alterarlas. Además, se piensa que los niños más
pequeños son más vulnerables al estrés que los adultos porque tienen menos
desarrolladas las estrategias que les permitan afrontar esas situaciones. Disponen de
menos conocimientos sobre los que basar sus decisiones y resolver nuevos problemas,
menos mecanismos de defensa y es más probable que sus percepciones de la realidad
estén distorsionadas. Los miedos y las fantasías tienen también una gran influencia en sus
percepciones. Sólo si los niños son muy pequeños (primeros meses de la vida), los efectos
pueden ser menores porque carecen de capacidad de discriminación suficiente o, al
menos, manifiestan menos trastornos emocionales o mínimas protestas. En los niños se
pueden encontrar aspectos mal comprendidos y sentimientos de culpabilidad
relacionados con la hospitalización y cirugía. También, aunque hayan sido informados,
tienden a recordar menos los contenidos de información recibidos que los de mayor
edad.
• Otro aspecto que caracteriza al niño más pequeño es que aún no ha desarrollado el
concepto de tiempo y aunque reconozca que sus padres van a volver a verle no puede
calcular cuando será; también se suelen emplear n i dicaciones cuyo significado le es
difícil comprender, como «espera un momento», «esto durará poco»,... Sería más
conveniente establecer referencias temporales que sean perceptibles por los niños
como «después de la comida», «cuando hayan pasado dos noches».
De todos modos, a pesar de la mayor vulnerabilidad de los pequeños, hay ciertos
acontecimientos de la vida que resultan estresantes para la mayoría de los niños en todas
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las edades: la separación de los padres, heridas y enfermedades y hospitalización, ya que


en estas situaciones el acontecimiento tiende a ser percibido como amenazante. Por eso,
es necesario que todos los niños reciban una particular atención para ayudarles a afrontar
la hospitalización.

Concepto de enfermedad y creencias sobre el hospital, personal sanitario y


procedimientos médicos
El niño, en una situación de enfermedad, se encuentra inmerso en diversas experiencias,
sensaciones y limitaciones, además de estar rodeado de personas relacionadas con
aspectos específicos del mundo de la enfermedad e, incluso, puede tener que enfrentar se
a la hospitalización. Por eso, si queremos ayudarle a afrontar esta experiencia, resulta útil
conocer cómo comprende la enfermedad y otros aspectos relacionados.
• Como señala Piaget, las capacidades cognitivas del niño son diferentes en las distintas
fases del desarrollo, de modo que la comprensión de la enfermedad y otros aspectos
relacionados manifiestan también variaciones en función de la edad y el nivel cognitivo.
• Diversos autores señalan que la comprensión infantil de la enfermedad refleja una
secuencia pr edecible. Del Barrio (1990) encuentra que las explicaciones de los niños
sobre el origen, evolución y tratamiento de la enfermedad reflejan una progresión
desde explicaciones más o menos estáticas a explicaciones basadas en un proceso. A
los cuatro años no comprende el origen de la enfermedad. Entre los cinco y seis años, la
comprensión se basa en situaciones globales donde coincide espacial o
temporalmente la constatación de la enfermedad y un hecho u objeto, a veces
irrelevante. Entre los siete y los nueve años comienza a considerar la acción de un
agente causal y específico sobre el organismo, aunque se trata de una acción
superficial, siendo incapaz de explicar la repercusión interna ni mencionar procesos
internos. A los diez y once años comprende la acción interna del agente causal y es
capaz de manifestar una descripción global del funcionamiento fisiológico interno. Por
último, a los doce o trece años y con menos frecuencia a par tir de los diez años,
considera en la causa o curac ión de la enfermedad la interac ción de factores internos
del organismo, físicos o psíquicos, con factores externos.
• Sabemos menos sobre qué piensan los niños acerca de los motivos por los que tienen
que ir al hospital y someterse a una serie de normas y procedimientos médicos. En un
estudio realizado (Palomo, 1990), con niños de tres a catorce años, sobre estos aspectos,
encontró que los preescolares no comprenden el motivo por el que tienen que ir al
hospital y, en algunos casos, confunden causa con efecto. Por ejemplo, Fernando, que
tiene tres años, responde «pues que les pinchen». ¿Por qué tienen que pinchar a los
niños que van al hospital? «Cuando está el médico allí, pues les pincha...». A partir de los
seis y siete años suelen mencionar como motivo los accidentes o huesos rotos, pero sin
considerar una explicación. El uso del criterio de gravedad (empeorar, tener más fiebre)
aumenta a partir de los nueve y diez años. Aunque mencionan operaciones y tras-
plantes todavía sólo compr enden de forma general los procesos fisiológicos
subyacentes, mientras que a partir de los doce años consideran que algún problema en
un órgano o su mal funcionamiento, y la gravedad, pueden ser motivos por los que se
va al hospital.
• En relación con el personal sanitario, a los tres y cuatro años los niños asignan una
función general al médico y la enfermera como «mirarte», «curarte» o «pinchar». A los
cinco años conocen más las actividades de la enfermera que el modo de curar de los
médicos. A los seis y siete años diferencian entre las funciones del médico y la
enfermera. El médico cura a los enfermos de modo automático mediante conductas
rituales como exploraciones o mandando alguna prescripción (tomar medicinas,
inyecciones, dietas), es decir, mediante actos que el niño puede observar. Por ejemplo,
Jorge, de siete años, piensa que los médicos curan «porque tienen un aparato que
notan lo que les pasa, que se lo pone a las orejas y se lo da por aquí por el pecho y por
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el ombligo». La conducta de la enfermera empieza a asociarse a una función o


cuidado o atención al enfermo y ayuda al médico mediante una serie de actividades
concretas. A los ocho y nueve años comprenden que el médico no cura simplemente
por realizar una conducta, consideran así las exploraciones relacionadas con el interior
del cuerpo. A los diez y once años piensan que, por ejemplo, las exploraciones sirven al
médico para conocer alguna alterac ión, aunque a nivel general, del interior del cuerpo
y así poder curarla. A partir de los once años creen que los conocimientos del médico
sobre el interior del cuerpo, sus alteraciones y medicamentos adecuados son producto
de un aprendizaje. A partir de los doce años consideran al médico conocedor de una
serie de características anatómicas, fisiológicas y celulares y alteraciones subyacentes a
sus conductas para poder curar a los enfermos, además de los conocimientos sobre
medicamentos adecuados para cada enfermedad y cómo combatirla.
• En relación a los procedimientos médicos (inyecciones o medicinas), los niños pequeños
piensan que su intención es curarles pero no comprenden como les pueden curar. Por
ejemplo, no creen que haya una medicina dentro de la jeringuilla, por lo que es poco
probable que conozcan que el líquido del pinchazo les pueda curar. A partir de los siete y,
con más frecuencia, ocho años consideran que las medicinas y las inyecciones para
curar requieren su introducción en el cuerpo y, algunas veces, señalan alguna interacción
de éstas, por ejemplo, una actividad de «combate» con los microbios causantes de la
enfermedad. Y a partir de los doce años, consideran que los contenidos de una medicina
o inyección interaccionan con elementos del interior del cuerpo mediante un proceso
corporal organizado en términos fisiológicos o celulares.
Es decir, en la comunicación e información que se proporcione a los pequeños, habrá que
procurar omitir referencias a actividades en el interior del cuerpo y tener en cuenta,
principalmente, lo que es accesible a su percepción, por ejemplo, partes externas de su
cuerpo, algún instrumento, sensaciones,... A los escolares se les puede proporcionar
información de tipo general sobre el interior del organismo y sus actividades mediante
dibujos, vídeos, instrumentos,..., mientras que los adolescentes son capaces de comprender
explicaciones sobre aspectos anatómicos del organismo, y sus alteraciones.

Diversos estilos de afrontamiento: otra variable que puede mediar las respuestas del niño
a la preparación y adaptación de la enfermedad y hospitalización son las diferencias en el
estilo de afrontamiento de experiencias estresantes, no todos responden de la misma
manera a los procedimientos médicos estresantes.
Por tanto, es importante tener en cuenta el estilo de afrontamiento del niño en la
planificación de una preparación para la experiencia de enfermedad y hospitalización:
conociéndolo, se podrán reforzar los aspectos positivos de los recursos para adaptarse
satisfactoriamente a la situación.
Los estudios sobre estilos de afrontamiento se han realizado más con adultos que con niños,
sin embargo, aunque se necesita explorar más, los estudios con adultos sirven para tener en
cuenta la posibilidad de que estas diferentes reacciones también se manifiesten en los niños
en la manera de enfrentarse con la información y la situación estresante. Se han identificado
distintos patrones de respuestas típicas en los pacientes relacionados con situaciones
estresantes. Div ersos autores señalan dos patrones de conducta en el niño relacionados con
el control del personal: «interno», cuando el niño puede influir en las recompensas que puede
recibir, y «externo», cuando cree que las recompensas dependen de la suerte, azar y
destino.
• Los niños con control interno solicitan información al experimentar una situación
estresante, mientras los niños que tienen control externo bloquean la información
prefiriendo estar desinformados.
• Otra forma de manifestarse diferencias se refleja en la clasificación de «sensitivos» a
quienes se enfrentan al estrés prestando atención a indicaciones amenazantes,
solicitando información y realizando afrontamiento cognitivo. En el otro extremo están los
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«represivos», que se enfrentan al estrés negándolo y no reconocen cualquier suceso


potencialmente estresante, evitan la información y no manifiestan la ansiedad
abiertamente. En medio de estos dos estilos se sitúa otro que tiene características de
ambos tipos de estrategias, denominado «neutral».

Burstein y Meichenbaum (1979) realizaron un estudio con veinte niños de 4,8 años a 8,6 años,
para examinar los efectos de la ansiedad y defensión en el afrontamiento utilizado por los
niños ante una situación estresante (una operación). Los resultados sugieren que hay dos
clases de niños según su estilo de enfrentarse a la situación estresante: un grupo de niños
mostraba una baja defensa a la hospitalización, jugaba con los juguetes relacionados con
la experiencia hospitalaria (un equipo de doctor y un juego llamado «operación») antes de
la hospitalización y mostraba poco estrés y ansiedad después de la cirugía; en contraste, el
otro grupo de niños manifestaba una alta defensa anterior a la cirugía, evitaba jugar con
aquellos objetos relacionados con la experiencia hospitalaria antes de la hospitalización y
manifestaba más ansiedad después de la cirugía.
Aunque con poca frecuencia, los niños suelen utilizar espontáneamente diversas
conductas para afrontar situaciones estresantes (Manne y cols. 1993): solicitan información
o manifiestan declaraciones y conductas no relacionadas con los procedimientos durante
la aplicación de procedimientos médicos que reflejan diferentes estilos de afrontamiento.

A modo de resumen
Se debe estimular al niño para que aumente el uso de conductas de afrontamiento y,
conviene tener en cuenta los diferentes estilos de los niños para afrontar experiencias es-
tresantes como la enfermedad y la hospitalización: se podrán utilizar diferentes tipos de
preparación según los distintos estilos de afrontamiento. Si el niño se enfrenta a la situación
buscando información, se sentirá aliviado si se le proporciona, y si la rehúsa, se sentirá abru-
mado ante la perspectiva de la nueva información. De todas maneras, debido a las
influencias negativas que pueden tener las distorsiones del paciente pequeño sobre lo que
le ocurre (los niños suelen hacer sus propias concepciones y, a veces, deforman lo que se
les dice, y los adolescentes hospitalizados, a menudo, desarrollan sus propias hipótesis sobre
estas experiencias), conviene proporcionar información poco a poco, sensibilizándole
desde lo menos atemorizante hasta lo más amenazante.

2. Contexto hospitalario y estrés

Es frecuente escuchar lamentarse a la gente sobre lo estresada que está. Y nos encontramos
expuestos a múltiples mensajes que nos sugieren diversos métodos para prevenir, disminuir o,
incluso, hacer desaparecer ese estado de inquietud y desasosiego que, en mayor o menor
medida, nos ocasionan los acontecimientos resultantes de vivir en la compleja sociedad
actual. Entre los diversos motivos que pueden producir estrés a las personas, se encuentran las
preocupaciones en relación con sus hijos.
Puede ocurrir que el niño haya de ser internado, inevitablemente, en un hospital por algún
motivo que perturba su estado de salud. Por lo general, se considera la experiencia de
hospitalización como un acontecimiento estresante, para la familia y para el miembro que
deba ser hospitalizado. En la familia provoca una crisis, ya que, de alguna manera, implica un
desequilibrio al hacer surgir sentimientos de incertidumbre, miedo, cambio en las rutinas,
posibles repercusiones en otros miembros de la familia,…, y tanto el niño hospitalizado como su
familia se encuentran expuestos al impacto que la experiencia de enfermedad y
hospitalización ocasiona debido a la influencia de una serie de factores amenazantes.

La teoría del estrés nos ayuda a comprender y explicar la experiencia de hospitalización.


Además, si añadimos el conocimiento de los factores amenazantes que inciden en esa
experiencia, estamos dando el primer paso para ayudar al niño hospitalizado a afrontar esta
amenazante situación.
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¿Qué es el estrés?
El contenido de este término es complejo y se utiliza para entender diversos fenómenos que
tienen gran importancia en el proceso de adaptación del ser humano. Se refiere a la
relación que se establece entre el individuo y el entorno, en la que se tienen en cuenta las
características del sujeto y la naturaleza del medio. De este modo, se considera al estrés
psicológico como «el resultado de una relación entre el sujeto y el entorno, que es evaluado
por él como amenazante o desbordante de sus recur sos y que pone en peligro su bienestar»
(Lazarus y Folkman, 1984).
En la interacción que la persona establece con el entorno, interviene una serie de procesos:
Evaluación cognitiva. Valoración del significado o la importancia que una persona da a
una situación en relación con su bienestar. El interés de esta evaluación se encuentra en que
su conducta y emociones van a depender de cómo analice el suceso. Se comportará y se
sentirá afectada en función del significado que tenga para ella un determinado
acontecimiento. Por ejemplo, un niño pequeño que percibe la proximidad del médico
como amenazante, probablemente sentirá miedo y pedirá ayuda a su madre mediante
lloros, miradas, llamadas verbales, corriendo hacia ella,… Se han identificado tres tipos de
evaluación cognitiva:
• Evaluación primaria. La valoración que una persona hace en relación con una
situación. Puede ser irrelevante cuando la situación no tiene implicaciones para su
bienestar; benigna-positiva si percibe consecuencias positivas para su mejora o
bienestar y, estresante, que incluye las valoraciones que significan daño-pérdida,
amenaza o desafío. La primera alude a un perjuicio que la persona ya ha padecido, la
segunda incluye los daños o pérdidas que pueden ocurrir y la tercera implica la
valoración del desarrollo de fuerzas o estrategias necesarias para afrontar la situación.
• Evaluación secundaria. La valoración de lo que puede y debe hacer ante una
situación de peligro (amenaza o desafío), incluye la valoración sobre la eficacia del uso
de estrategias de afrontamiento, la posibilidad de que una estrategia determinada sea
efectiva y la evaluación de las consecuencias derivadas de usarla en una determinada
situación.
Reevaluación. Un cambio producido sobre una evaluación anterior debido a una nueva
información procedente de la persona o el entorno.
Afrontamiento. Un proceso que implica un esfuerzo de la persona para manejar las
demandas de la interacción individuo-ambiente evaluadas como estresantes o que superan
sus propios recursos. Alude a los intentos que hace para minimizar, evitar, tolerar y aceptar las
condiciones estresantes e intentar dominar el entorno.

El niño analiza o evalúa un acontecimiento (extracción de sangre) y, si lo percibe como una


amenaza (estresante), puede que realice un esfuerzo (afrontamiento) para reducir el temor que le
produce, por ejemplo, solicitando información «¿qué van a hacer con la sangre que me van a
sacar?» o expresando una autodeclaración positiva «yo sé que me va a doler un poco, pero me
aguantaré».

La experiencia de enfermedad y hospitalización es un acontecimiento, entre otros, que el


niño experimenta a lo largo de su desarrollo. Como en cualquier otro suceso, percibe,
procesa y evalúa la información de las situaciones en las que se encuentra inmerso
(procedimientos diagnósticos y terapéuticos, síntomas, ciertas personas y sus conductas,...)
y reacciona ante ellas. Por lo general, en mayor o menor grado, evalúa esta experiencia
como amenazante e intenta afrontarla según su estilo unas veces de forma afortunada y
otras no tanto, por eso los profesionales deben ayudarle a procesar la información y
adquirir modos de afrontar eficazmente una determinada situación.
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2.1. La hospitalización fuente de estrés

Distintos autores señalan los principales factores responsables de producir estrés en los niños
durante su estancia en el hospital. A nivel general, el hospital contiene una serie de factores
que provoca estrés en los niños, y hay situaciones o momentos que están acompañados de
un estrés mayor.
Factores que producen estrés a nivel general:
• un extraño y único entorno: el hospital
• separación de los padres y familiares
• dolor y malestar asociado con la enfermedad y terapia
• intimidación de muerte y la ansiedad que esto provoca
• influencias de los padres en la ansiedad del niño hospitalizado.

Aunque casi todas las experiencias del hospital causan alguna preocupación, uno de los
acontecimientos más estresante es la inyección. Este acontecimiento, relativamente
sencillo, simboliza la estancia en el hospital, de modo que diversos autores sugieren que la
habilidad del niño para afrontar las inyecciones puede determinar el modo de reacción
ante otros aspectos de la enfermedad y hospitalización.
Por ejemplo, Alicia, de seis años, ingresada por neumonía, expresa su temor ante el hecho de que la
trajeran al hospital porque pensaba que en este lugar la iban a pinchar, diciendo «me dolía la
cabeza y me mandaron para aquí. Yo no quería, yo no quería porque creía que me iban a pinchar.
¿Te han pinchado? Me pincharon y me ha dolido...».
Extracción de sangre, punción espinal e infusiones intravenosas son también estresantes, ya
que los niños viven estas experiencias como invasiones dolorosas de su cuerpo.
Raquel es una niña de ocho años que ingresa frecuentemente en el hospital debido a revisiones pe-
riódicas y la aplicación de un tratamiento contra la leucemia. Está triste y juega continuamente con
una muñeca, simulando el papel del médico o enfermera, sometiéndola a procedimientos médicos
como ponerle inyecciones, tomarle la tensión, hacerle curas,... En parte está ilusionada porque va a
ser su cumpleaños y recibirá muchos regalos, pero se lamenta por tener que someterse, a menudo,
a procedimientos médicos comentando «fíjate soy la más pequeña de ocho hermanos y todos están
bien. Sólo me ha pasado esto a mí».
Además, debido al temor de una agresión corporal, sobre todo los niños pequeños,
reaccionan del mismo modo (gritos, temblores,...) ante procedimientos dolorosos (inyección)
que no dolorosos (radiografía, electrocardiograma, colocación de un termómetro). La
imagen que se crea en ausencia de experiencias previas hace que la situación sea vivida
de forma más aterradora de o l que es en la realidad. Por eso, se ha encontrado que las
fantasías que producen miedo y las interpretaciones erróneas pueden aumentar el estrés de
los niños que han de ser sometidos a procedimientos médicos dolorosos.
Por ejemplo, Rosa, de seis años, cree que la sangre la sacan a los que tienen mucha sangre para otros
que no tienen mucha que están muertos y así resucitan.
O el caso de Marta, de ocho años, que ante la retirada de un molde de escayola cree que la van a
cortar en «trocitos».
También los más pequeños tienen dificultades para comprender el significado del dolor y
relacionarlo con un resultado futuro positivo. Generalmente, no les ayuda decirles que la
inyección les hará sentirse mejor o que se irán a casa pronto como resultado de la
medicación. También, a veces, el dolor o los procedimientos dolorosos pueden ser percibi-
dos como un castigo por transgresiones de normas.
• La valoración de esta sensación resulta difícil debido a su naturaleza subjetiva. A menudo,
es evaluada indirectamente basándose en signos conductuales y verbales como
referencias de sí mismo sobre el dolor como escalas de expresión facial, termómetro de
dolor, escalas de valoración numérica o gráf ica y cuestionarios sobre el dolor;
observaciones sobre conductas de dolor y conductas de actividades cotidianas que
pueden estar afectadas por el dolor; parámetros fisiológicos, uso de analgésicos, medidas
de terapia física, presión sanguínea, tasa cardíaca y respiración; y el nivel de desarrollo
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cognitivo en general y el grado de comprensión de la enfermedad, ya que pueden influir


ambos niveles en su comprensión de la experiencia dolorosa (Thompson y Varni, 1986).

A medida que el niño crece, va mostr ando un mayor grado de control cuando experimenta
dolor y una mayor habilidad para referirlo, detectarlo e indicar su lugar.

Hay una ausencia de asentimiento sobre si los niños hospitalizados tienen miedo de la
muerte, lo que añadiría estrés a su experiencia. Es una amenaza subyacente en cualquier
hospitalización y de la que se tiende a no hablar. En algunas ocasiones, experiencias que los
niños hospitalizados perciben como actos violentos que atentan contra su integridad
corporal (cirugía, punciones lumbares,...), claramente pueden producir temores de muerte.
También, algunos niños a quienes se les dice que van a tener una clase especial de sueño
durante la cirugía, pueden fantasear que no podrán despertarse nunca más, aunque, según
algunos autores, la diferenciación entre muerte y sueño o enfermedad se produce muy
pronto.
Se considera la noción de muerte como un proceso natural que depende de la capacidad
de razonamiento del niño, su nivel de desarrollo psicosocial y factores provenientes de su
entorno familiar y cultural (Shaler, 1978). La adquisición de este concepto por parte del niño
parece relativamente consistente. La mayoría de los investigadores señalan tres fases en este
proceso: por debajo de los cinco años, la idea de la muerte es reversible y es vista como
una partida o sueño. Aunque los niños asocian la muerte con permanecer inmóviles y con
los ojos cerrados, como en el estado de sueño, no comprenden la cesación total de las
funciones. No logran entender los mecanismos causales de la muerte. También es difícil
separar, a veces, la ansiedad de separación de los miedos de la muerte. De los cinco a los
ocho o nueve años, la muerte se personifica y se asocia a acontecimientos agresivos y
acciones hostiles de las otras personas. Aún no conceptualiza la muerte en función de lo
que ocurre dentro del cuerpo como resultado de esos acontecimientos externos. Después
de los ocho o nueve años, la muerte es percibida como un proceso dependiente de leyes
naturales, es decir, como un inevitable proceso biológico.

Influencias de los padres en la ansiedad del niño hospitalizado


Debido a la variedad de dinámicas familiares y características individuales, las formas en
que los padres manifiestan sus sentimientos sobre la hospitalización y enfermedad son
numerosas. Los familiares pueden volverse hiperprotectoras, demasiado indulgentes o
demasiado exigentes y restrictivas. Diversos autores consideran la enfermedad y la
hospitalización como una crisis en la familia, de modo que estas situaciones trastornan su
equilibrio normal. Y aunque no es posible predecir el tipo de cambio que ocurrirá en la
familia, uno puede estar seguro de que cuando el equilibrio familiar se altera debido a la
enfermedad u hospitalización, habrá cambios en las relaciones entre la familia y el niño.
Se producen alteraciones en las conductas de los padres y en sus expectativas sobre el
niño, y en la propia conducta del niño. Los padres y el personal del hospital esperan que el
niño funcione con un número de roles a los que no está acostumbrado. El niño debe
comprender y aceptar el difícil papel de pac iente y adaptarse a él, y abandonarlo,
posteriormente, debido a su recuperación.
Aunque los padres y otros familiares están ansiosos en relación a la enfermedad y
hospitalización, a menudo tratan de ocultar estos sentimientos en un intento de minimizar la
situación a los ojos del niño; pero generalmente, la actitud emocional del hablador, más que
lo que dice, es lo que impresiona al niño. La ansiedad comunicada por los padres y por el
personal, aunque en menor extensión, es una de las principales fuentes de aumento de
estrés en el niño hospitalizado. En este sentido se considera la hipótesis de «contagio
emocional» que ha servido de argumento a la realización de diversos trabajos sobre la
influencia de los padres sobre los hijos. A nivel general, se defiende que el niño afronta mejor
la separación si los padres se sienten cómodos dejándole enfermo en el hospital, del mismo
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modo que los padres adecuados son más capaces y están más dispuestos a colaborar con
los profesionales para ayudar a manejar al niño.
Hay varios trabajos que han ofrecido una preparación conjunta a los padres y a sus hijos. Los
resultados de estos estudios sugieren que establecer una comunicación satisfactoria con los
padres además de ofrecerles apoyo emocional, contribuye a reducir la ansiedad del niño
hospitalizado. Es decir, los niños responden a la experiencia de hospitalización con menos
estrés si a los padres se les ayuda a manejar sus temores.
De todos modos, la influencia de los padres en la experiencia del niño en el hospital
comienza antes de la hospitalización: se ha encontrado que los niños que proceden de
hogares estables tienen mayor probabilidad de tener menos trastornos durante y después de
la hospitalización que los procedentes de situaciones familiares inestables. Los que están
emocionalmente seguros tienen una mayor fuerza del yo, son más capaces de relacionarse
con la gente y afrontar el estrés y la ansiedad. También varias formas de estrés crónico en el
hogar como desacuerdos matrimoniales o trastornos emocionales de los padres, aumentan
la probabilidad de vulnerabilidad psicológica del niño durante períodos de estrés agudo
como la enfermedad y la hospitalización. Además, los niños procedentes de hogares en los
que existe estrés crónico tienen mayor probabilidad que otros de tener múltiples admisiones
hospitalarias.

Wolfer y Visintainer (1975) han identificado períodos especialmente críticos en la experiencia


hospitalaria que pueden afectar la reacción del niño a la hospitalización y cirugía.
Identifican seis puntos de estrés: admisión; poco tiempo antes de la extracción de sangre; al
final de la tarde anterior al día de la operación; ante la medicación preoperatoria; ante el
traslado a la sala de operación, y en la vuelta a la sala de recuperación.

Hasta aquí hemos descrito los factores a los que está expuesto el niño en una
experiencia de hospitalización, pero no debemos dejarle desprotegido ante esta
amenazante experiencia si consideramos que hospitalizar significa «poner en lugar
seguro». No todos los pacientes infantiles resultan afectados en el mismo grado por los
diferentes factores.

2.2. Evaluación de la experiencia de hospitalización infantil

Una descripción general de la hospitalización infantil servirá para recordar las situaciones a
las que está expuesto el niño, y ante las que va a responder de alguna manera
proporcionando la posibilidad de analizar cómo vive la experiencia. Cuando el niño está
hospitalizado, se encuentra en un entorno extraño en el cual sus actividades están reguladas
por otras personas, que suelen ser frente desconocida, a menudo amenazante y cuya
eficiencia puede ser interpretada por los niños como indiferencia ante su malestar; está
sometido a procedimientos médicos atemorizantes o dolorosos; puede tener preocupa-
ciones y malentendidos relacionados con la naturaleza de su enfermedad, cirugía y muerte;
la naturaleza de la terapia y del cuidado le impone dependencia, algunas veces limita sus
movimientos y actividades; debe adaptarse a reglas y rutinas del hospital; debe superar la
separación de sus familiares y amigos a la vez que debe mantenerse vinculado a ellos; o
puede tener dudas sobre lo que esperan de él las personas que le rodean. Esta situación se
suele reflejar con esta frase: «Para el niño, el hospital es como un país extranjero a cuyas
costumbres, lenguaje y horario debe acostumbrarse».

¿Qué es y qué objeto tiene la evaluación?


Hay unanimidad sobre el impacto que diversos factores de la experiencia de hospitalización
causan en los niños y adolescentes que deben ser internados o permanecer en un centro
hospitalario. ¿Pero, cómo podemos conocer hasta qué punto y en qué grado esta
experiencia afecta al niño concreto?
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La forma de saberlo es evaluar cómo el niño y los adultos (madre, padre,...) viven esta
experiencia. Es decir, se considera a la evaluación como un proceso que se ocupa del
estudio; del comportamiento de una persona a distintos niveles (biológico, conductual y
personal y socioambiental) para describir, clasificar, predecir, explicar y controlar su
comportamiento (Fernández-Ballesteros, 1992).
Los objetivos concretos que pretende la evaluación de la experiencia de hospitalización
infantil son:
• Conocer cómo un determinado niño percibe diversos acontecimientos que ocurren en la
experiencia de hospitalización, se siente af ectado y se comporta ante ella.
• Conocer cómo los padres o familiares perciben la experiencia de tener un hijo
hospitalizado, se sienten afectados y se comportan ante ella.
• Saber cómo los padres se relacionan con los hijos antes, durante y después de la
experiencia.
• Planificar el programa de preparación en función de los datos obtenidos, el motivo de
hospitalización, las características individuales y los recursos personales y materiales
disponibles.
De acuerdo con los objetivos se evalúa lo que significa par a el niño, como principal
protagonista, esa experiencia mediante datos proporcionado por él mismo, sus padres o
familiares y, ocasionalmente los profesionales mediante una serie de instrumentos; y los
propios padres también son objeto de evaluación, porque sus creencias y estado emocional
tienen una gran influencia en las reacciones de sus hijos a la experiencia de enfermedad y
hospitalización.

En general, la experiencia de hospitalización contiene una serie de amenazas que inciden en todos los
niños y adolescentes. Pero qué preocupa o có mo afecta esta experiencia, qué técnicas de
preparación son más adecuadas a cada paciente en particular, depende, entre otras razones, de las
características personales y del momento evolutivo en el que se encuentre.
Por ejemplo, la experiencia de separación no significa lo mismo para un niño pequeño (menos de seis
años), para quién la presencia de sus padres es la principal fuente de seguridad y protección
pudiendo creer que ha sido abandonado, que para un niño mayor que entiende que sus padres no
pueden estar siempre con él y, además, sus principales preocupaciones pueden ser otras.
Por eso, tanto a la hora de realizar una particular evaluación psicológica de una persona sobre el
impacto de la hospitalización como en la selección y aplicación de técnicas de afrontamiento, se
deben tener en cuenta las características y preocupaciones típicas de los distintos momentos del
desarrollo.

Primera infancia
Durante esta etapa (cero a tres años aproximadamente) se han de lograr, principalmente,
estos dos objetivos:
• Establecer un sentimiento de confianza básica en el niño hacia las personas que son
significativas para él: debe aprender a confiar en las personas que satisfacen sus
necesidades primarias de bienestar, alimentación y seguridad.
• Establecer un sentimiento de autonomía e independencia: debe aprender a ser
«autónomo» mediante actividades como caminar, manipular objetos, alimentarse,
vestirse, asearse, controlar sus esfínteres,...
En el centro hospitalario se pueden originar una serie de situaciones que puedan perturbar el
establecimiento de un sentimiento de confianza básica (separación de sus padres; un nuevo
entorno amenazante, imprevisible y poco satisfactorio donde se encuentra con personas
desconocidas; tratamientos terapéuticos, normas nuevas, dolor,…). El sentimiento de
confianza implica que el niño ha aprendido a confiar en la continuidad de sus cuidadores y
en la previsibilidad de lo que ocurra. El niño expuesto a situaciones que impidan la formación
de este sentimiento tenderá, probablemente, a sentir desconfianza de las personas que le
rodean.
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• Se considera que –durante la primera infancia- la separación es el principal factor que


provoca ansiedad en el niño aún más que la debilidad física o incluso la muerte. Los
vínculos de apego son muy fuertes en los primeros años de vida y puede tener miedo de
ser abandonado cuando se produce una separ ación. Las separaciones prolongadas
pueden interferir en la formación y consolidación de los vínculos de apego de los padres
con el niño y en el desarrollo de competencias de cuidado de los padres en relación con
el niño (Dougherty y Brown, 1990). Además, probablemente, la separación de las figuras
de apego que implican protección y seguridad para el niño le impedirán satisfacer otras
necesidades básicas como explorar, manipular,... Reacciona ante la separación con una
secuencia de respuestas que reflejan su estado cognitivo y emocional. La ansiedad que
produce la separación se reduce animando a los padres a permanecer junto a sus hijos y
mediante contactos y expresiones de afecto de las personas encargadas de su cuidado.
También puede aliviar su ansiedad y soledad los llamados objetos «transicionales», como
su juguete favorito, que sirven al niño como fuente de confianza, seguridad y familiaridad
en la transición del entorno del hogar al amenazante entorno del hospital.
• A medida que el niño se desarrolla, renuncia a su total dependencia de las personas que
satisfacen sus necesidades básicas apoyándose en la confianza en sí mismo y en la
curiosidad e interés que le lleva a adquirir habilidades para explorar, manipular y controlar
su entorno. La enfermedad y el tratamiento, a menudo privan al niño de libertad,
independencia y oportunidades de explorar y experimentar, dificultando su esfuerzo por
conseguir expresarse a sí mismo: se le deben proporcionar oportunidades constantes para
someter a prueba las nuevas habilidades y competencias que haya adquirido. Si no se le
conceden estas oportunidades probablemente dudará sobre sus capacidades y se
sentirá avergonzado por su deseo de independencia.
• Una manifestación frecuente del niño enfermo, durante esta etapa, es volver a
conductas infantiles ya superadas, como mojar la cama, chupar el pulgar,... Una
explicación es que los cuidadores y los padres pueden estimular la dependencia de los
niños, cuando no es necesaria, con respuestas solícitas a sus demandas y si se prolongan
las situaciones de dependencia no se permiten las condiciones que favorezcan su
desarrollo. Generalmente, los padres en situaciones estresantes suelen ser más permisivos y
protectores con sus hijos de modo que pueden dificultar las condiciones que posibilitan su
desarrollo al prolongar situaciones de dependencia. Es conveniente que el niño continúe,
dentro de lo posible, con las rutinas familiares y funciones en las áreas que ya había
conseguido ser competente (asearse, comer, vestirse,...). Se consideran adecuadas las
conductas de un cuidado total para favorecer la recuperación, pero habría que observar
si la pasividad o ausencia de autonomía es excesiva o se prolonga durante mucho
tiempo.
• Como señala J. Piaget, el desarrollo cognitivo de cero a dos años está ligado a la
capacidad sensorial y a las acciones motoras del niño: debe tener oportunidades para
ver, oír, manipular objetos para conocer y adaptarse a su nuevo entorno. La experiencia
de enfermedad y hospitalización, en algunas ocasiones, se acompaña de privaciones
sensoriales de carácter visual, auditivo, táctil o cinestésico. Se deben detectar áreas de
privación sensorial y motora, en general o dependiente de la naturaleza o grado del
trastorno del niño, y proporcionarle la estimulación sensorial apropiada y las actividades
que favorezcan su desarrollo psicomotor. Algunos programas incluyen a los padres para
proporcionar estimulación sensorial y táctil a los niños durante la hospitalización. Se debe
promover el desarrollo perceptivo y motor del niño favoreciendo el desarrollo de
habilidades cognitivas y sociales.

Infancia preescolar-educación infantil


En esta etapa (tres a seis años aproximadamente), basándose en la confianza y seguridad,
el niño comienza a tomar iniciativas y planificar activ idades que le sirven para adaptarse a
su entorno. Algunas veces, los objetivos que pretende entran en conflicto con los de sus
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padres u otros familiares haciéndoles sentirse culpables en relación con sus propias iniciativas.
Se trata de permitir que el niño desarrolle sus iniciativas aprendiendo a no afectar los
objetivos de otras personas. De acuerdo a esta tendencia del niño, en el hospital se debe
favorecer, dentro de lo posible, que haga elecciones y tome decisiones.
Algunas veces, puede creer que la enfermedad y su tratamiento, el tener que ir a un
hospital, o la separación, se deben a un castigo por realizar una conducta incorrecta o a un
rechazo de los padres. Es probable que estas creencias se deriven de las recomendaciones
o normas que los padres hacen a sus hijos. Por eso, no resulta beneficioso amenazar a el niño
con aspectos relacionados con el estado de salud («si no te portas bien te llevaré al hospital
y te pincharán») para conseguir que realicen determinadas conductas. También puede
ocurrir que el niño cuando resulta expuesto a situaciones relacionadas con alteraciones de
su estado de salud y su tratamiento, confunda el desagrado y malestar con las intenciones o
motivaciones de las personas que le rodean. Puede considerar que algo es bueno o malo
para él dependiendo de las consecuencias de los actos.
Por ejemplo, Juan, de cinco años, piensa que el médico es bueno porque no le hizo daño.
• El nivel de desarrollo cognitivo del niño es importante para comprender sus miedos y
malentendidos en relación con la experiencia de enfermedad y hospitalización. Concibe
esta experiencia de forma global sin articulación de diversos aspectos o considera las
características perceptivas (accesibles su observación o sensación) y conductuales sin
llegar a establecer una relación con actividades en el interior del organismo. También,
debido a la limitación en su comprensión sobre el funcionamiento corporal y sus
perturbaciones, teme por su integridad corporal causándole temor cualquier intrusión en
el cuerpo, como inyecciones, termómetro rectal,... Se cree que este miedo ante cualquier
intrusión o perforación de su cuerpo puede ser debido a la creencia de que la integridad
de la piel es casi vital para su integridad corporal (Gellert, 1978). Cree que la piel sirve para
proteger lo que hay dentro del cuerpo; por ejemplo, encontramos a un niño de cinco
años muy asustado porque cree que se va a quedar sin sangre debido a una extracción.
• La preocupación por la integridad corporal puede causar temor al niño creyendo que
después de una operación va a «perder» alguna parte de su cuerpo. Diversos autores
señalan la importancia de clarificar al niño que va a ser operado, la naturaleza de
cualquier procedimiento quirúrgico mediante dos aspectos: debe conocer lo que se le va
a extirpar (amígdalas, apéndice,…), y que solamente eso se le va a extirpar.
• Su limitada comprensión sobre las perturbaciones corporales (enfermedad), y la adqui-
sición de ciertas habilidades para desplazarse, explorar y manipular, además de la
manifestación de frecuentes negativas, le dificulta el cumplimiento de normas si no se
siente mal (permanecer en la cama, tomar medicinas,…).
• Como los niños más pequeños, pueden manifestar reacciones contra la separación o
conductas regresivas en situaciones estresantes, como la hospitalización, para lograr la
atención de los padres y sentirse protegidos.

Infancia escolar
El principal objetivo evolutivo en la etapa escolar (siete a once años aproximadamente)
incluye el logro y las habilidades de trabajo. Debe desarrollar habilidades sociales y aca-
démicas que le hagan sentirse seguro de sí mismo. Si fracasa en el desarrollo de estas
habilidades, probablemente tendrá sentimientos de inferioridad.
En el caso del niño enfermo crónico durante la etapa escolar, se consideran como
situaciones estresantes específicas:
• Ausencia de aceptación de los iguales, que implica: aislamiento, rechazo, burlas, chivo
expiatorio; depresión, abandono, soledad; excesiva dependencia de los padres;
dificultad para establecer una imagen positiva de sí mismo y relaciones de apego seguras
con otras personas.
• Frecuentes ausencias escolares que implican: fracaso en la consolidación de habilidades
académicas que conducen a la frustración, fracaso escolar y baja autoestima.
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Uno de los problemas que debe afrontar el escolar enfermo son las limitaciones que la
enfermedad determina sobre sus actividades. Los niños enfermos crónicos pueden
manifestar logros académicos pobres debido a ausencias escolares, que, a su vez, pueden
interrumpir el desarrollo de relaciones y actividades sociales. Algunos cambios en la
apariencia física (obesidad, caída del pelo,...) pueden producir el rechazo de sus
compañeros: se deben tomar medidas alternativas para que el niño enfermo crónico
consiga dentro de lo posible, amistad y una adecuada relación con sus iguales, además del
logro académico, que puede resultar afectado por las ausencias escolares prolongadas o
frecuentes.
• Si ha de ser frecuentemente hospitalizado, se le debe ayudar a desarrollar actividades de
aprendizaje que le permitan continuar con algunas de las tareas educativas mientras
permanece en el hospital, mediante el diseño de currículos adaptados a sus
características y necesidades. Se trata de evitar o disminuir el retraso escolar del niño
hospitalizado mediante la planificación de tareas escolares que, a su vez, pueden aliviar
su ansiedad y combatir su aburrimiento y favorecer su reincorporación escolar. Se pueden
organizar actividades que mantengan vínculos del niño hospitalizado con sus iguales,
como visitas de amigos, cartas, teléfono, cumpleaños,...
• En la etapa escolar, también comienza la comprensión del proceso de enfermar y de
diversos aspectos relacionados, ya que hay un aumento en la diferenciación entre la
realidad externa y el interior del cuerpo, aunque hasta los diez u once años no considera
el funcionamiento fisiológico y, aún, de forma limitada.
• Puede sentir temor a estar bajo el control de otras personas. Resulta difícil para el niño que
ha conseguido una serie de habilidades de autocuidado (asearse, comer, beber,
vestirse,...) perder el control sobre ellas quedando a merced de otras personas para el
cumplimiento de estas necesidades. Se debe favorecer, dentro de lo posible, que el niño
se sienta activo e inde pendiente y, de este modo, pueda pensar que la enfermedad es
algo relativo y que, aún posee facultades intactas (Burton, 1984).
• Otra característica del niño hospitalizado durante esta etapa es su intento consciente de
comportarse como un «niño mayor».
Por ejemplo, Juan, de ocho años, ante una extracción de sangre dice: «Yo no voy a gritar como
María. Ella es pequeña, pero yo soy mayor...». También aumentan las preocupaciones sobre el pudor y
la intimidad manifestándose, sobre todo, en situaciones como el baño, aseo, exploraciones,...
La adaptación del escolar al entorno hospitalario, probablemente no presenta dificultades si ha
desarrollado ciertas habilidades, ha sido preparado para el acontecimiento y es acompañado por sus
padres.

Adolescencia
Durante esta etapa (de doce a dieciocho años aproximadamente), el adolescente se debe
enfrentar al conflicto de saber quién es o estar confuso sobre quién debe ser. Intenta formar
una nueva identidad a partir de la consolidación de características de su personalidad
infantil permaneciendo confuso sobre su nueva identidad y forma de comportarse si no
tiene éxito en su intento.
Diversos autores señalan algunos objetivos que los adolescentes han de conseguir para
lograr un funcionamiento adulto:
• Separación de los padres y establecimiento de una identidad de sí mismo capaz de
acciones independientes.
• Desarrollo de una madurez sexual que implique poder establecer una relación basada en
el cuidado y el darse.
• Desarrollo de objetivos vocacionales reales.
• Desarrollo de una imagen positiva de sí mismo y código personal de ética y conducta.
El adolescente está muy preocupado por su identidad sexual e imagen corporal. Considera
que cuando enfermedad afecta al funcionamiento corporal o apariencia física, se puede
dificultar el establecimiento de sentimiento de seguridad, de autovalía y la formación de una
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identidad positiva (Dougherty y Brown, 1990). En el caso de los chicos puede interferir el
desarrollo de su sentido de masculinidad y su habilidad para interaccionar con sus
compañeras. Mientras que las chicas pueden desencadenar sentimientos de ser diferentes,
defectuosas, carentes de atractivo sexual o de valor. El desfiguramiento, la pérdida de
función y cualquier cambio en la apariencia física son especialmente perturbadores para
ambos sexos.
• Se estima que la preocupación del adolescente sobre su cuerpo se puede basar en sus
rápidas transformaciones, lo que dificulta el mantenimiento de una certera imagen cor-
poral. Este hecho le hace sentir miedo o temer las heridas o secuelas que pueden
ocasionar los accidentes, enfermedad o cirugía. También se ha encontrado que los
adolescentes están especialmente preocupados con aspectos psicosociales de la
enfermedad, es decir, cómo afecta a sus relaciones y actividades sociales.
• La estancia en el hospital puede activar sentimientos de dependencia a pesar de su
necesidad de sentirse independiente de los padres o, en general, de la autoridad,
mientras que es dependiente de su grupo de iguales necesitando mantener contactos
con ellos y, de este modo, mediante las visitas de amigos informarse de detalles sobre lo
que ha ocurrido antes de interrumpir sus actividades por la enfermedad y hospitalización.
Los adolescentes emplean mucho tiempo en conversar con sus amigos sobre actividades
externas al hospital, mientras que hablan escasamente sobre historias del hospital o quejas
de la enfermedad.
• La necesidad de sentirse libre e independiente dificulta la obediencia del adolescente a
normas o reglas impuestas. Asimismo, la despersonalización y tendencia a la pasividad
que contiene el rol de paciente es difícil de soportar para el adolescente que está
formando su identidad y necesita independencia. También tiene necesidad de intimidad
y soledad y a veces, puede mostrarse deprimido.
• Durante esta etapa, también se producen cambios a nivel cognitivo. El adolescente es
capaz de razonar de forma abstracta y hacer hipótesis. Por eso, puede comprender los
mecanismos o secuencias subyacentes a la enfermedad y su tratamiento en términos de
actividades internas del cuerpo, como por ejemplo, características de los órganos y su
mal funcionamiento a nivel fisiológico, celular o bioquímico.
A modo de resumen, se considera que el adolescente experimenta diferentes miedos al
enfrentarse una enfermedad o incapacidad crónica:
• Miedo a la pérdida de la integridad física. Su relación con las implicaciones y pronóstico
de la enfermedad en el estado de salud.
• Miedo a no ser capaz de separarse con éxito de sus padres. La enfermedad crónica
puede interferir significativamente en el proceso de separación necesitando de forma
continua el cuidado de los padres en distintas áreas. Puede reaccionar a esta situación
con conductas de agresividad y pasividad hacia los padres o profesionales.
• Miedo de pérdida de control. Los sentimientos de pérdida de control se pueden producir
cuando se pide al adolescente conformidad sin darle oportunidades de tomar decisiones
y discutir alternativas. Puede reaccionar ante la pérdida de control con depresión, no
conformidad,... Es importante incluirle en actividades relacionadas con su propio cuidado.
• Miedo de ser diferente de sus iguales. Los efectos de una enfermedad crónica o
discapacidad pueden aumentar la incapacidad del adolescente e interrumpir el proceso
de relación con los iguales, la formación vínculos con parejas del otro sexo y el logro de
una imagen realista y positiva de sí mismo.
• Miedo a la muerte. Resulta especialmente intenso en enfermedades fatales (cáncer...),
degenerativas (distrofias musculares...) o en posibles episodios amenazantes de la vida
(asma, epilepsia...).
Las necesidades del adolescente son demasiado especiales y específicas para tratarle
como un niño o un adulto.
La hospitalización infantil: el niño hospitalizado © Juan Ramón Alegre Villarroya, 2005 hospit-infan 19 de 37

¿Cómo podemos analizar la experiencia de hospitalización?

Un niño o adolescente que va a ser internado en un centro hospitalario o, de hecho, permanece


en él durante un determinado período de tiempo resulta afectado, en mayor o menor grado, ya
que en el centro se encuentra, inevitablemente, con una serie de situaciones amenazantes.
Aunque diversos factores pueden producirle estrés, tener que ser operado o someterse a
procedimientos diagnósticos o terapéuticos, si además causan dolor, son las situaciones que,
probablemente, generen más ansiedad y temor además de ser las que más atención han
recibido en cuanto a su preparación psicológica.
Vamos a centrarnos en un modo concreto de evaluar el comportamiento del niño o adolescente
que, inevitablemente, se encuentra incluido en alguna de estas situaciones, como: inyecciones,
aspiración de la médula ósea, intervenciones quirúrgicas, punción lumbar, extracción de sangre,
cateterización cardíaca,...
¿Cómo se puede conocer qué piensa y siente? ¿Qué le produce más ansiedad o temor?
¿Cómo manifiesta esa ansiedad o temor? ¿Cómo y en función de qué puede variar el
grado de estas reacciones?

La evaluación de la ansiedad o temor del sujeto en particular puede proporcionar las


respuestas a estas cuestiones. La valoración de la conducta del paciente además de
efectuarse cuando es admitido en el centro, se realiza través de determinadas fases que
se suceden en un procedimiento médico en particular.
Por ejemplo, las diversas fases de valoración de la conducta durante el procedimiento de
una intervención quirúrgica o de una aspiración de la médula ósea. En la aspiración de
médula ósea se han estimado, como susceptibles de observación de conductas, estas
cuatro fases: desde la sala de espera hasta que llega a la sala de tratamiento; desde este
punto hasta que se le desviste; desde que comienza el procedimiento hasta que acaba, y
el resto del período hasta que deja la sala.
En el análisis de las conductas de ansiedad se consideran diferentes niveles (Del Barrio,
1992; Fernández-Ballesteros Calero, 1992):
• Análisis descriptivo o fenomenológico que incluye la respuestas ansiosas de carácter
multidimensional: conducta cognitiva (lo que piensa o experimenta), conducta motora
(toda manifestación externa que implica actividades referenciales observables),
conducta psicofisiológica (incluye manifestación de sistemas corporales que indican su
grado implicación, como el sistema nervioso (actividad cortical), el sistema somático
(respiración), el sistema nervioso autónomo (tasa cardíaca, presión arterial, sudoración).
• Análisis que trata de ver si las respuestas ansiosas tienen un carácter estable (rasgo de
personalidad) o pasajero (estado).
• Análisis que busca determinar la distinta intensidad de las respuestas en función de los
diferentes reactivos o situac iones suscitadoras de ansiedad.
• Análisis que subraya el carácter interactivo de todos estos elementos.
Es decir, se tr ata de saber el grado de ansiedad o temor que experimenta ante el hecho,
por ejemplo, de tener que someterse a una operación evaluando sus reacciones a distintos
niveles.

Algunos de los instrumentos de evaluación no se han adaptado a la población española,


pero han sido utilizados en Estados Unidos manifestando una gran eficacia. Según el
análisis descriptivo de la evaluación de la triple dimensión de la conducta se puede realizar
mediante:
• La conducta cognitiva se valora en función de autoinformes que proporciona el niño o
adolescente sobre su experiencia (imágenes, pensamientos, sentimientos,…), acerca de
diversas situaciones o fenómenos.
• La conducta motora se puede evaluar mediante escalas de observación.
• La conducta psicofisiológica relacionada con la ansiedad se puede evaluar, por ejemplo,
mediante la actividad secretora de las glándulas sudoríparas de la mano. La medida de
La hospitalización infantil: el niño hospitalizado © Juan Ramón Alegre Villarroya, 2005 hospit-infan 20 de 37

esta actividad se obtiene mediante unos sensores colocados, generalmente, en el dedo


índice del niño. También se puede estimar la presión cardíaca, el pulso o la respiración, ya
que estas conductas resultan afectadas por estados emocionales.
• El sentimiento depresivo es otra de las posibles respuestas del niño hospitalizado, sobre
todo según la naturaleza y grado de la enfermedad. La depresión infantil se puede medir
mediante autoinformes como el «Inventario de Depresión para Niños» (CDI) de Kovacs y
Beck y la «Escala de Depresión Infantil» (CDS) de Lang y Tisher.
• Se puede estimar el nivel de comprensión de la situación mediante una entrevista sobre
conceptos implicados, como, por ejemplo: ¿Por qué estás aquí? ¿Por qué crees que te
ocurre X? ¿Cómo crees que te curarás? ¿Cómo crees que cura X? ¿Qué es una
operación?,…
• Evaluar cómo el niño ha vivido la experiencia, una vez que ha ocurrido, es proporcio-
nando información sobre las conductas que expresa una vez de vuelta en el hogar. Para
ello, se puede utilizar el «Cuestionario de Conductas Posthospitalarias de Vernon» y cols.
Este cuestionario, usado para valorar los cambios de conducta, se compone de 27 ítems
que deben ser respondidos por los padres según cinco alternativas relacionadas con los
cambios que observen entre la conducta que el niño mostraba antes del ingreso y
durante la primera semana posterior al mismo. Mediante este cuestionario, los tipos de
respuestas del niño a la enfermedad y hospitalización que se pueden evaluar son:
ansiedad general y regresión, ansiedad de separación, ansiedad sobre el sueño,
trastornos en la alimentación, agresividad frente a la autoridad, y apatía y repleción sobre
sí mismo.
La evaluación debe considerarse no sólo como la última fase de un proceso o programa de
preparación, sino como una forma de valorar si el programa que se está realizando es
efectivo: si el diseño de preparación psicológica ayuda al niño a afrontar satisfactoriamente
la experiencia. Para ello la evaluación se considera en dos momentos: en función de las
fases de las diversas situaciones que el niño tiene que afrontar, denominada formativa; y la
que se realiza al final de la hospitalización o en situaciones específicas durante el período
posterior a la hospitalización (reacciones posthospitalarias, consultas,...), denominada
sumativa.

3. Intervención educativa en la hospitalización infantil


La necesidad de preparación psicológica de los niños hospitalizados y de los que han de ser sometidos
a cirugía, ha sido asumida en la práctica clínica desde hace varias décadas.
Diferentes autores han señalado una serie de actividades que componen la intervención psicológica
del niño para la hospitalización. Estas actividades pretenden lograr diversos objetivos como disminuir el
grado o duración de exposición al estrés que implica la experiencia de hospitalización, aumentar sus
habilidades y las de sus padres para afrontar la experiencia o proporcionar recursos externos.
Estas diversas actividades no son excluyentes. Aunque cada una pretende un objetivo diferente, todas
sirven para facilitar la adaptación del niño hospitalizado y su familia al entorno hospitalario.
Además, no se debe olvidar que el contexto físico también influye en la adaptación satisfactoria del
niño hospitalizado y sus familiares al centro. Como este contexto afecta a las conductas de las
personas, el diseño de los espacios pediátricos debe realizarse en función de que sus integrantes se
encuentren cómodos, tengan un cierto control y puedan estar activos (Olds, 1978).

Para facilitar estos aspectos, que implican la humanización de los espacios, su diseño debe
tener en cuenta diversas características:
• Deben ser ricos y variados a nivel sensorial con elementos que estimulen el interés visual
(posters, dibujos de los niños, vistas de árboles y del cielo, fotografías o grabados de niños
o a males realizando actividades,...), auditivo (música, cantos de pájaros, risas y voces de
niños,...), olfativo (flores frescas en jarrones, plantas,...), táctil (diferentes materias como
La hospitalización infantil: el niño hospitalizado © Juan Ramón Alegre Villarroya, 2005 hospit-infan 21 de 37

madera, plástico, cristal,...) y kinestésico (objetos para tocar con diferentes partes del
cuerpo, oportunidades para ver el espacio desde distintas perspectivas,...).
• Se deben incluir letreros y rótulos con normas e indicac iones que permitan orientarse sobre
lo que deben hacer o sobre el camino que han de seguir para llegar a determinados
lugares. Estos indicadores han de estar localizados en lugares o puntos clave y, en el caso
de ir destinados a los niños, redactados y colocados al nivel adecuado de sus
posibilidades, como poder ver y pulsar botones, ver indicaciones de lugares como sala de
espera, de juego, aseos,... De este modo, se puede lograr que los pacientes y sus
acompañantes se familiaricen con el contexto y adquieran un cierto control sobre normas
y rutinas básicas.
• El hospital infantil o la planta de pediatría no sólo se ha de ocupar de actividades
curativas, sino también de las que permitan continuar el desarrollo de sus pacientes
infantiles. Es decir, el niño o adolescente que está internado en un hospital no debe
interrumpir bruscamente las actividades habituales que contribuyen a su desarrollo. Por
eso, el centro hospitalario debe incluir el diseño de espacios y materiales que permitan
continuar el desarrollo de los niños mediante la relación con otros niños y adultos y
actividades de juego y aprendizaje. El contexto físico donde se realicen actividades
lúdicas y escolares debe, dentro de lo posible, carecer de estrés y permitir cierta libertad.
La oportunidad para realizar actividades lúdicas y de aprendizaje tiene múltiples efectos
beneficiosos para el niño que debe permanecer en un centro hospitalario incidiendo, en
gran medida, sobre el desarrollo armónico de su personalidad (Palomo, 1992).
• Además, los espacios deben promover interacciones sociales positivas entre los miembros
de una familia, y entre padres y pacientes que no pertenecen a la misma familia. Estas
interacciones pueden ayudar a las pacientes y familiares nuevos a disminuir la ansiedad,
soledad y depresión que, frecuentemente, acompañan a las enfermedades o
discapacidades.
• El entorno físico del centro debe ser lo más semejante posible a otros contextos infantiles:
se trata de favorecer, dentro de lo posible, la vivencia de continuidad del paciente, que
debe permanecer durante un determinado período de tiempo entre el entorno físico
del hospital y el del hogar o la escuela.

Clasifica ción de actividades de intervención psicológica en función de objetivos (Poster, 1983)


Disminuir el grado o duración hospitalización:
• Admisiones 6 horas antes de una cirugía menor.
• Cuidado del niño hospitalizado ambulatorio.
• Separación reducida para la visita de los hermanos, per manecer en la habitación con él
(rooming-ing) y disponer de las veinticuatro horas para poder visitarle.
Aumentar las habilidades para afrontar la hospitalización:
• Preparación en el hospital para la cirugía, tests y procedimientos médicos.
• Programas de vida infantil, los cuales fomentan la adaptación a través del juego y la discusión.
• Educación de los padres y compromiso en el cuidado.
• Estimulación del uso de objetos de transición (juguetes, libros...).
Proporcionar recursos externos:
• Aumento de la disponibilidad de literatura y películas sobre la hospitalización y el cuidado de la
salud para los padres y los niños.
• Asesoramiento y psicoterapia durante y después de la hospitalización.
• Apoyo emocional del personal de enfermería.
• Aumento de la disponibilidad de grupos de apoyo para los padres de los niños hospitalizados.

3.1 Programas de preparación psicológica para la hospitalización infantil

Asumir que la hospitalización y cirugía conllevan efectos adversos en los niños, y creer que
la preparación para esas experiencias los minimiza, ha orientado muchos estudios hacia la
utilización de diversos métodos de preparación para esas experiencias.
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Los programas de preparación psicológica consisten en la planificación de un conjunto de


actividades, que incluyen la utilización de una serie de instrumentos y técnicas, antes,
durante y después del período de hospitalización para incrementar el sentimiento de
bienestar en el niño y, por tanto, la adaptación a la situación. Además se pueden
considerar otros objetivos globales:
• Reducir la vulnerabilidad del niño y los padres al estrés y hospitalización.
• Potenciar la habilidad del niño y los padres para afrontar la ansiedad.
• Desarrollar o mantener el sentimiento de competencia que facilita el afrontamiento
eficaz en padres e hijos.
• Promover la participación de los padres como apoyo del niño.
• Tener en cuenta la individualidad del niño en relación al nivel de funcionamiento
cognitivo y afectivo.
En todo caso, se trata de lograr que el niño se sienta preparado para afrontar las
situaciones que va a encontrar durante la hospitalización. Este logro se refleja en el
alcance al que el niño es capaz de manejar su ansiedad y adquirir habilidad para manejar
las próximas situaciones amenazantes.
Esta preparación se puede realizar de distintas maneras y en una gran variedad de
situaciones, teniendo en cuenta las características del motivo de preparación, del
programa y del paciente. Peterson y Mori (1988) señalan estas situaciones:
• Preparación de niños para posibles hospitalizaciones futuras. Los programas preventivos
tienen efectos potenciales en los niños que tienen que ser ingresados por una
emergencia, situación que carece de tiempo para prepararles.
• Preparación de niños hospitalizados no quirúrgicos que tengan que ser sometidos dentro
del hospital a procedimientos médicos discretos (inyecciones, extracción de sangre,
retirada de moldes, cateterización cardíaca y otros procedimientos invasores del
cuerpo), o tengan que ser incluidos en ciertos escenarios del hospital (salas de
emergencia, cuidados intensivos, inducción a la anestesia).
• Preparación de niños hospitalizados para la cirugía. La mayoría de los programas de
preparación realizados en los hospitales están orientados para ayudar al niño a
enfrentarse con la cirugía y la hospitalización.
En general, los programas de preparación infantil incluyen (Slegel y Hudson, 1992):
proporcionar información, estimular la expresión emocional, establecer relaciones de
confianza entre el niño y el personal del hospital, suministrar información a los padres, y
proporcionar estrategias de afrontamiento al niño y a los padres.
El procedimiento de aplicación de un programa cuyo objetivo es favorecer la adaptación
del niño a la experiencia de hospitalización, por lo general sigue estas etapas o fases:
• Una primera fase que se puede denominar de preparación: recogida de información
sobre los niños procedente de los padres y de ellos mismos (nombre, edad, sexo,
anteriores hospitalizaciones, número de hermanos, otros aspectos de las relaciones
familiares, rasgos de personalidad, preocupaciones, gustos e intereses, escolaridad,...),
incluye proporcionar información sobre diversos aspectos (motivo de hospitalización,
entorno hospitalario, normas, rutinas, horario de información sobre su hijo,...), tanto al
niño, teniendo en cuenta su nivel cognitivo, y sus conocimientos específicos, como a sus
padres. La información sobre el entorno, si las condiciones del centro lo permiten, se
puede realizar mediante una visita a diferentes lugares del hospital. Se debe aprovechar
para estimular a los padres a participar en el cuidado de su hijo. También puede incluir
la exposición y justificación del programa de intervención, así como la obtención de
conformidad para participar en el programa en cuestión.
• Una segunda fase que, a su vez, puede contener diversas subfases denominada de
intervención. Consiste en el entrenamiento en las técnicas seleccionadas de acuerdo a
las amenazas que deba afrontar el niño y las características individuales. Incluye pro-
porcionar información a los padres sobre estas técnicas e, incluso, entrenarles si se
requiere su participación. Contiene la evaluación de la eficacia de las técnicas para
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afrontar las situaciones. Y cuando el paciente vaya a ser dado de alta, y si el caso lo
requiere, se puede realizar un entrenamiento que favorezca de forma positiva la
transición del hospital al hogar como, por ejemplo, mediante habilidades de
autocuidado.
• Por último, es conveniente hacer un seguimiento. Se trata de recoger información sobre
las reacciones del niño una vez pasado el período de hospitalización mediante la
información procedente de los padres y o la observación de las conductas del niño
cuando vuelve a consulta como paciente externo.

El modo de preparar al niño para la experiencia de hospitalización donde, probablemente,


debe someterse a algún procedimiento médico doloroso (inyección, cirugía, punción
espinal...), puede variar según el centro. La preparación psicológica no es una parte del
tratamiento en todos los centros aunque de algún modo se realiza una preparación aunque
sea rudimentaria. Pasamos a comentar los diversos modos de preparación que permiten
conocer distintas formas de ayudar al niño hospitalizado afrontar la situación.

3.2 Técnicas de preparación

Una forma sencilla de preparación se basa en la distribución de folletos que informan a los
padres, a nivel general sobre normas y reglas referidas a lo que pueden esperar o resulta
conveniente que realicen en relación con la atención prestada a su hijo, tanto en las
consultas externas como durante su permanencia en el hospital. También se pueden
distribuir folletos sobre un procedimiento médico en particular, por ejemplo, una extracción
de sangre. A lo que se añade un libro que incluye figuras para colorear y otros
entretenimientos mezclando contenidos relacionados con el hospital (un dibujo sobre los
diferentes lugares del hospital, usos de ciertos instrumentos,...) con otros de carácter
general.
Hay otras posibilidades: por ejemplo, una enfermera puede ir a visitar al niño a casa para
mostrarle dibujos sobre el centro y su personal a la vez que responde a sus preguntas, o
algunos padres pueden visitar con sus hijos el hospital antes de la admisión para
familiarizarse con el personal y el entorno hospitalario. En la visita previa a la hospitalización,
el niño solo o con sus padres, recorre, acompañado de un profesional de la salud, la
cafetería, la tienda de regalos, la sala de consultas, especialmente la de pediatría, los
laboratorios, las salas de reconocimiento, de rayos X, las distintas plantas, sobre todo la de
pediatría, las habitaciones, los quirófanos, la Unidad de Cuidados Intensivos,... Durante este
recorrido se explica al niño qué se hace en cada uno de estos lugares y para qué se usan
ciertos aparatos, además de presentarle a algunos profesionales o a otros niños.
Por último, hay programas de preparación que incluyen una o varias técnicas para ayudar
a los niños hospitalizados y sus padres a afrontar la situación. Por ejemplo, para preparar a
un paciente infantil que debe ser operado se le propone ver un vídeo que muestra cómo
otro niño semejante a él responde a situaciones que posteriormente él deberá afrontar.
Esta técnica, denominada modelado, consiste en que el niño que ve el vídeo adquiera y
repita conductas que manifiesta el protagonista de éste.

Numerosos expertos manifiestan los efectos beneficiosos que se derivan de la utilización de


técnicas para favorecer la adquisición de habilidades de afrontamiento , tanto en el niño
hospitalizado como en sus familiares. Por ejemplo, previenen las consecuencias negativas
procedentes de tests y procedimientos médicos, quirúrgicos, farmacológicos y radiológicos,
así como del proceso de hospitalización en sí mismo o de tratamientos médicos
prolongados. También ayudan a afrontar la inclusión en lugares especialmente
amenazantes dentro del entorno hospitalario (procedimientos en salas de urgencia,
unidades de cuidados intensivos) y las experiencias dolorosas procedentes de la propia
enfermedad, heridas, procedimientos médicos,...
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Generalmente, las técnicas de intervención psicológica con niños hospitalizados se incluyen


dentro de una perspectiva cognitivo -conductual. Se trata de identificar procesos de pen-
samiento, que no son los más adecuados para que el niño hospitalizado se adapte de forma
satisfactoria ante un determinado suceso, y planificar experiencias de aprendizaje para
cambiar los pensamientos y los patrones de conducta y emociones que correlacionan con
esos pensamientos. Estas técnicas se centran en el pensamiento y la conducta
necesarios para producir un ajuste adecuado a la situación.

3.3. Respuestas ante otra persona o contingencias conductuales

Contingencias conductuales: contingencia conductual es la respuesta de una persona


ante otra persona, suceso u objeto que, probablemente, provocará esa respuesta y que,
a su vez, puede ser reforzada. Por ejemplo, si un niño pequeño al ver a su madre, se
acerca a ella y le hace una caricia, probablemente la madre le corresponderá.
Las contingencias conductuales se basan en la posibilidad de controlar la conducta de
las personas mediante recompensas o castigos para lograr la conducta deseada. Este
tipo de contingencias se utiliza, con gran frecuencia, para modificar la conducta de l niño
durante procedimientos médicos. Se han señalado:
• Reforzamiento positivo. Se produce cuando se recompensa la respuesta de una
persona aumentando la probabilidad de que vuelva a repetir esa respuesta. A nivel
general, es muy frecuente que los médicos y otros profesionales de la salud
recompensen la «buena conducta» de los pacientes infantiles con gratificaciones
personales como alabanzas, regalos,...
• Reforzamiento diferencial de otra conducta (RDO). Consiste en recompensar al niño
cuando no realiza una determinada conducta durante un período de tiempo concreto.
Por ejemplo, ofrecer una recompensa al niño cuando deja de emitir una queja de dolor o
cuando no se «mueve» al ponerle una inyección.
• Reforzamiento diferencial de conductas alternativas (RDA). Consiste en
recompensar, alternativamente, conductas incompatibles con la conducta que se desea
reducir. Por ejemplo si se le va a hacer un cambio de vendajes, una sutura o un cura, se
recompensan las conductas de cooperación que serían incompatibles con conductas de
agitación o perturbación.
• Moldeamiento. Se trata de recompensar, de forma sucesiva, conductas próximas a la
conducta que se desea lograr. En el caso de procesos de recuperación donde se
requiere menos dependencia, se va recompensando al niño por ejemplo, a que coma el
postre sin ayuda, después el segundo plato y así, sucesivamente, hasta lograr que tome
todos los alimentos sin ninguna ayuda.
• Extinción. Se trata de identificar y eliminar lo que está recompensando una determinada
conducta para suprimir o disminuir esa conducta. Por ejemplo, no prestar atención a las
quejas de un niño que pretende que se esté siempre con él sin que exista una razón
justificada.
• Tiempo fuera. Se trata de suprimir la recompensa que obtiene una respuesta que se
desea eliminar o de sacar le de una situación reforzante durante un breve período de
tiempo, para suprimir o disminuir la conducta no deseada. Por ejemplo, si un niño no
cumple norma (tomar un alimento, realizar o no ciertas actividades,...), se debe ir a un
lugar diferente al que se encuentra si es posible, durante un cierto tiempo. El niño debe
concienciarse de que antes o después del tiempo fuera, ha de cumplir la norma.
• Castigo. Se trata de disminuir la frecuencia de una determinada conducta mediante la
aplicación de un estímulo aversivo al realizar esa conducta. Sólo se utilizaría en el caso de
conductas muy peligrosas para el niño, como conductas autolesivas.
Siempre que sea posible en el contexto hospitalario, se deben utilizar técnicas que incluyan
reforzamientos positivos más que técnicas aversivas como el «tiempo fuera» o el castigo. Sólo se
considera conveniente el uso de estas técnicas cuando las conductas autorreforzantes son de-
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masiado peligrosas o la disminución de ciertas conductas es excesivamente lenta utilizando sólo


refuerzos positivos: sería el caso del grave riesgo que puede correr un niño o adolescente diabético
que no realice una serie de normas, como, por ejemplo, no inyectarse suficiente insulina. Se estima
que los procedimientos médicos en sí mismos son estresantes independientemente de las presiones
que el personal sanitario puede ejercer sobre las expectativas de los comportamientos de los niños
y adolescentes, de modo que las intervenciones deben favorecer, principalmente, su sentimiento
de éxito y autoeficacia ante las situaciones amenazantes.
• La técnica de modelado consiste en lograr que una persona adquiera y realice por
imitación la conducta de un modelo (adulto, niño o marionetas). Puede tratarse de
escenas reales o filmadas, como el vídeo Ethan se opera. Hay también vídeos cuyo con-
tenido se basa en los procedimientos médicos dolorosos a que es sometido un niño. Por
ejemplo, se puede tratar de un vídeo donde un niño que va a ser sometido a una
aspiración de la médula ósea, relata las fases d procedimiento, y expresa sus
sentimientos y pensamientos en momentos críticos. Además manifiesta conductas de
afrontamiento positivo (ejercicios de respiración, imágenes) y autodeclaraciones
positivas («sé que puedo hacerlo»). Además manifiesta un grado realista de ansiedad
(«yo estoy un poco asustado») pero enfrentándose eficazmente, porque resulta normal
que muestre algo de ansiedad. En el ámbito de los sucesos relacionados con la
enfermedad y los procedimientos médicos, al protagonista del vídeo se le denomina
modelo de afrontamiento, porque debe manifestar ansiedad ante una determinada
situación, pero, al mismo tiempo, ser capaz de controlarla mediante el uso de
estrategias de afrontamiento. La finalidad de esta técnica es reducir el miedo del niño al
ver a otro niño o modelo enfrentarse con éxito ante estímulos amenazantes, y favorecer
el aprendizaje de conductas adecuadas para facilitar la adaptación positiva a una
determinada situación. En concreto, se considera que algunos de los resultados que los
niños pueden lograr mediante la técnica del modelado son reducir la ansiedad
producida ante situaciones amenazantes (operación, cateterización cardíaca,…),
aprender habilidades (tragar píldora ponerse inyecciones los diabéticos,...) y aumentar
las conductas de cooperación (Peterson y Harbeck, 1990).
Mediante esta técnica, los padres también pueden aprender conductas de cuidado de
la salud de sus hijos, tomando como modelos a los profesionales encargados de su
cuidado. Por ejemplo, hacer una cura, seguir una dieta u otr as habilidades de cuidado.
En el caso de los niños más pequeños, se puede enseñar a los padres para que sirva de
modelo a sus propios hijos en la adquisición de conductas deseadas, ya que son su
principal fuente de confianza imitación. Los componentes principales para que se
aprendan las conductas y se realicen son que el niño y los padres observen la
conducta, puedan recordarla y estén motivados para imitarla. Se considera que
aumenta la probabilidad de que niños y padres imiten la conducta si el modelo descri-
be sus pensamientos y acciones. También, mientras se observa a un modelo durante la
realización de un tratamiento médico, se estima que se reciben diferentes tipos de infor-
mación:
• Las razones para el tratamiento médico.
• El procedimiento médico que se utilizará.
• Las sensaciones que se experimentarán.
• Las estrategias de afrontamiento que el paciente puede usar en el futuro
procedimiento médico.
Es decir, el modelado es una técnica muy útil para favorecer la adquisición de
conductas adecuadas, tanto por parte de los niños hospitalizados como de sus padres o
familiares, para afrontar eficazmente acontecimientos amenazantes en relación con la
enfermedad y hospitalización.
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3.4 Técnicas con imágenes


La utilización de imágenes se puede considerar como una técnica de distracción, e
incluirse en otr as técnicas, como la desensibilización sistemática.
• La técnica de distracción consiste en que el niño imagine y se centre en alguna escena
de carácter agradable o relajante. Su objetivo es reducir la ansiedad que puede
producir una situación o acontecimiento amenazante. Por ejemplo, el profesional puede
ayudar al niño a elaborar una escena que, posteriormente, visualice con los ojos cerrados
mientras se realice el procedimiento médico necesario (inyección, sutura,...). Algunos
autores han propuesto estas sugerencias: «Mientras yo estoy haciendo esto, es importante
que permanezcas tranquilo. Te ayudará a relajarte si te imaginas haciendo algo que te
gusta o estando en algún lugar agradable y tranquilo. Algunas veces los niños imaginan
que se encuentran en la playa durante un día soleado y maravilloso o sentados en el
fresco y verde césped. Otros niños piensan que están sentados en un barco en un claro y
tranquilo lago o tumbados en una nube. ¿Dónde o qué te gustaría estar haciendo a ti?»
(Kendall y Braswell, 1986). También se puede ayudar al niño a elaborar una imagen
estimulando su atención sobre características sensoriales de la escena imaginada, es
decir, sugiriéndole describir la escena o imagen en función de lo que puede ver, oír,
oler,…, o proporcionándole información sensorial, por ejemplo, diciéndole qué verá y
sentirá cuando se le cambie un vendaje. Además de informarle sobre sensaciones («esto
te va a doler un poco»), se le debe permitir desahogar su temor («no importa si lloras»).
Otras veces se pueden diseñar imágenes o escenas de situaciones médicas donde
intervienen héroes o personajes favoritos del niño. Por ejemplo, se puede elaborar una
escena en la que el niño sea un ayudante de Supermán y, para cumplir una misión, debe
someterse a una prueba que, en este caso, podría ser una extracción de sangre o debe
salvar a sus amigos de algún peligro y, para ello, debe someterse a esa prueba. Se anima
el valor y coraje del niño en el cumplimiento de su misión. El propósito de estas imágenes
emotivas es la transformación de la tensión que el niño experimenta en una excitación
positiva que estimule el sentimiento de control y eficacia sobre la situación (Kendall y
Braswell, 1986).
• La desensibilización sistemática consiste en presentar al niño, de forma gradual, estímulos
que le producen ansiedad. Esta presentación se organiza jerárquicamente desde los
estímulos menos estresantes a los más amenazantes. Se va realizando el proceso a
medida que el niño va eliminando la reacción de miedo a los ítems que menos temor le
suscitan en la jerarquía diseñada. Se pretende que el niño disminuya su temor ante un
determinado objeto, persona o suceso y que comience a poder afrontar la situación
aumentando, de este modo, la confianza en sí mismo y el sentimiento de competencia.
Esta técnica se utiliza, sobre todo, para tratar el miedo del niño ante procedimientos
médicos que penetran en el cuerpo (inyecciones, punciones espinales,...) o, incluso,
exploraciones físicas. También puede servir de guía en la forma de presentar el material e
instrumentos médicos, de modo que se debe exponer al niño, por ejemplo, antes al
termómetro que a otros instrumentos con los que está menos familiarizado. O cuando se le
enseña el hospital empezando por la tienda de regalos o la cafetería antes que las
habitaciones o la sala de operaciones. Por último, en la forma de redactar las historias de
libros donde lo más estresante que le ocurre al protagonista está precedido de sucesos
menos atemorizantes. Los padres pueden utilizar este método cuando respondan a las
preguntas del niño o le relaten diversas escenas de una historia relacionada con alguna
experiencia hospitalaria.
• La técnica de relajación se puede enseñar a niños, incluso pequeños, con métodos
tradicionales basados en la relajación muscular. El entrenamiento en relajación consiste
en diferenciar puntos de tensión en diversos grupos musculares del cuerpo mediante
ejercicios de tensión y relajación. El objetivo es reducir la ansiedad de l niño ante una
situación amenazante mediante la relajación voluntaria de los músculos del cuerpo,
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afrontando de una forma más adecuada la situación. Los expertos en el procedimiento


de relajación consideran que hay que tener en cuenta estos aspectos:
ü Preparación del entorno: buscar un lugar tranquilo y, generalmente, sin estimulación;
seleccionar un tiempo determinado (10-20 minutos) donde no haya interrupciones
antes del acontecimiento estresante; utilizar, si se desea, un fondo de música relajado
y tranquilo.
ü Preparación del niño y los padres (si están presentes): comunicarles el propósito del
entrenamiento; hacerles saber que pueden dejarlo en el momento que lo deseen.
ü Preparación del entrenador en relajación: usar una voz tranquila, suave, sosegada y
hablar lentamente; estar relajado, de modo que otras preocupaciones no distraigan.
Cautela y Groden (1978) presentan un procedimiento de relajación que incluye:
ü Explicación: se explica al niño en qué consiste y para qué puede servir el
entrenamiento en relajación; se le dice que algunos músculos de su cuerpo se ponen
tensos cuando está alterado o nervioso. Se trata de enseñarle el procedimiento de
relajación haciendo que él, deliberadamente, tense ciertos músculos e identifique la
sensación de tensión y aflojamiento para después producir respuestas de relajación
en las situaciones que le produzcan tensión. La respuesta de relajación puede
utilizarla como un modo de autocontrol antes de que una situación le produzca
ansiedad, durante dicha situación y después de ella si continúa alterado.
ü Posición de relajación: se le describe la posición adecuada para realizar el
entrenamiento. Sentado, si es posible, en una silla con la cabeza firme sobre los hom-
bros sin inclinarse hacia delante o hacia atrás. La espalda recta tocando el respaldo
de la silla. Las piernas sin cruzar, con los pies apoyados en el suelo y las manos sobre
los muslos.
ü Tensar y relajar los músculos: se le dice que debe tensar y relajar diversos grupos
musculares del cuerpo (frente, ojos, nariz, sonrisa, lengua, mandíbula, labios, cuello,
brazos, piernas, espalda,...). Esta actividad consta de esta secuencia: tensar los
músculos hasta su grado máximo à notar lo que se siente cuando todos los músculos
están tensos à relajarlos à disfrutar de esa agradable sensación.
ü Ejercicios de respiración. Se le pide que realice una inspiración profunda, que la
mantenga y, después, expulse el aire lentamente. El propio niño puede controlar el
ritmo de su respiración diciéndose a sí mismo, lentamente, la palabra «R-E-L-A-X» al
expulsar el aire.
Si el niño tiene menos de ocho años o necesidades especiales, se comprobará, previo al
entrenamiento, si ha adquirido ciertas habilidades básicas (por ejemplo, contacto ocular)
y de imitación, y la comprensión de órdenes sencillas. También, si tiene menos de siete u
ocho años, y es posible, pueden los padres entrenarle en esta técnica utilizando lo que se
denomina el juego del robot-muñeca de trapo. Consiste en animarle para que actúe, en
primer lugar, como un robot de forma rígida y tensa, caminando sin doblar los miembros
del cuerpo y, después, como una muñeca de trapo, de forma floja y relajada. Se puede
comprobar su grado de relajación levantando el brazo del niño y dejándolo caer. Por
último, los niños hospitalizados también pueden crear sus propias cintas de relajación
incluyendo ejercicios y experiencias con creación de imágenes que les resulten parti-
cularmente relajantes.

3.5. Ensayo cognitivo y conductual

Esta técnica consiste en proporcionar al niño la oportunidad de ejercer el papel de médico,


personal de enfermería; paciente u otro personal sanitario, de modo que pueda anticipar
detalles, emociones desagradables y fantasías que pueden acompañar a una experiencia
estresante.
La hospitalización infantil: el niño hospitalizado © Juan Ramón Alegre Villarroya, 2005 hospit-infan 28 de 37

• El objetivo es favorecer el control de l niño sobre la experiencia y, por eso, aumentar su


sentimiento de competencia. También le va a servir para aprender una serie de
habilidades y familiarizarse con las situaciones e instrumentos.
• Si es demasiado pequeño, se le puede estimular a que juegue, por ejemplo, a ser un
médico que efectúa procedimientos médicos a un muñeco, si es mayor o adolescente,
puede realizar el procedimiento como una demostración de conocimiento del proceso.
La simulación más semejante a la realidad se puede conseguir, por ejemplo, utilizando
vestuario del personal médico como una mascarilla y juguetes u otros objetos simulando
hacer una operación, transfusión de sangre,... El niño o adolescente debe ser instruido no
sólo para ensayar un determinado procedimiento médico, sino también para incluir
declaraciones que animen al muñeco o sujeto, sobre el que se simula el procedimiento, a
usar técnicas de afrontamiento como respirar, pensar en una escena agradable como
estar en la playa,...
La técnica de ensayo cognitivo -conductual favorece la comunicación entre los
profesionales y el niño en algunos aspectos:
ü La oportunidad de expresar sentimientos y preocupaciones. Los profesionales pueden
ayudar al niño, durante el proceso de simulación de determinadas situaciones,
respondiendo a sus preocupaciones y estado emocional.
ü La comprensión sobre los procedimientos y equipo médico. Los profesionales pueden
proporcionar información y aclarar malentendidos, lo que puede facilitar al niño la
adquisición de control de la situación cuando sea real.
ü La posibilidad de que el niño ensaye distintos modos de reacciones ante diversas
situaciones amenazantes (por ejemplo, en lugar de reaccionar gritando, comportarse
de una forma más adecuada o aprender que es correcto llorar o tener miedo), y
simular diversas situaciones (hacer suturas, cambio de vendajes, quitar escayolas,
operar,...) (Poster, 1983).

Los niños durante las simulaciones, y en situaciones reales, manifiestan autodeclaraciones: las
autodeclaraciones positivas son un mediador de las habilidades de afrontamiento. Por
ejemplo, un niño que sabe lo que se le va a hacer y dice: «Yo sé lo que va a ocurrir y sé que
me va a doler un poco, pero lo aguantaré» puede tener cierto control sobre la situación. Las
autodeclaraciones del niño hospitalizado o de sus padres pueden también impedir un
adecuado afrontamiento de una determinada situación. Es conveniente que los
profesionales conozcan las expectativas y creencias del niño hospitalizado y sus familiares
para proporcionar información adicional, modificar malentendidos o aclarar distintas
concepciones. Algunas veces los padres confunden la verdadera vulnerabilidad de los hijos,
y esto les impide ayudarles de forma adecuada para favorecer su desarrollo: pueden so-
breprotegerles impidiendo el desarrollo de su autonomía o fracasar en ayudarles a mantener
ciertos cuidados necesarios para su recuperación.

También se considera que la forma de las declaraciones de una persona, probablemente,


influye en sus conductas y emociones. Por eso, los profesionales pueden ayudar al niño a
afrontar el miedo o dolor procedente de un procedimiento médico favoreciéndole la
verbalización de estos tipos de declaraciones (Kendall y Braswell, 1986):
• Autodeclaraciones de distracción. Incluyen descripciones del niño sobre sus
actividades, programas de televisión o alimentos preferidos, y tareas mentales como decir
el alfabeto o contar números durante un tiempo determinado.
• Autodeclaraciones orientadas a la atención: el niño debe describir sus sensaciones
físicas de forma intelectual o «científica». Se debe tener en cuenta la edad en la que el
niño es capaz de utilizar este método intelectual.
• Autodeclaraciones orientadas a la eficacia: se trata de que se diga a sí mismo frases
que le animen a afrontar la situación. Por ejemplo, «yo soy un chico valiente y voy a
colaborar mientras me hacen la cura».
La hospitalización infantil: el niño hospitalizado © Juan Ramón Alegre Villarroya, 2005 hospit-infan 29 de 37

Por último, el niño puede adquirir habilidades en la solución de problemas mediante el


ensayo cognitivo y conductual. Se trata de adquirir las respuestas adecuadas para
solucionar problemas. Los profesionales pueden ayudar al niño en la resolución de diversos
problemas derivados de su condición física, por ejemplo, en relación con rutinas de
autocuidado, seguimiento de dietas, tr atamientos, rehabilitación,...

3.6 Actividades lúdicas

El juego es la principal forma de expresión global del niño. A través de las actividades lúdicas
manifiesta las preocupaciones emocionales, el nivel cognitivo, la habilidad para imitar e
interactuar con el entorno social,..., además, mediante estas actividades, el niño explora y
experimenta en su entorno aprendiendo sobre sí mismo y lo que le rodea (objetos,
personas,...), además de desarrollar el sentido de competencia.
El juego tiene también un papel importante en el desarrollo emocional, cognitivo, social y
físico del niño, y en su salud, en a l adaptación a escenarios pediátricos e, incluso, en la
rehabilitación y recuperación. El objetivo general de las actividades lúdicas en el contexto
hospitalario es promover una adecuada adaptación del niño hospitalizado a la experiencia
de enfermedad y hospitalizac ión favoreciendo así su desarrollo físico, cognitivo, emocional y
social. Entre las diferentes funciones que se asignan al juego en el contexto hospitalario se
encuentran: ayudar al niño a afrontar una situación estresante; reducir el carácter de
«distinto» del contexto hospitalario en relación con el escolar; permitir elaborar la ansiedad
relacionada con la vuelta al hogar o el tratamiento; y aprender sobre la experiencia del
hospital y los procedimientos médicos.
En la práctica hospitalaria, aunque se usan de forma simultánea, se distinguen tres
modalidades de actividades lúdicas:
• Juego como recreación. Sirve al niño como entretenimiento o diversión durante los
períodos de tiempo en que no hace nada, o casi nada, mientras permanece en el
hospital.
• Juego como educación. Proporciona al niño estímulos que le favorecen un adecuado
desarrollo.
• Juego como terapia. Sirve al niño para expresar miedos, ansiedades y preocupaciones
sobre lo que ocurre durante su estancia en el hospital.
Generalmente, los hospitales tienen una sala o algún espacio donde los niños se pueden
reunir para realizar actividades lúdicas. Esta sala debe carecer de estímulos estresantes y
estar preparada para evocar conductas de juego, además de implicar la posibilidad de
que el niño, según sus limitaciones, pueda elegir en qué quiere ocupar su tiempo. A menudo,
los niños hospitalizados y sus padres se encuentran con el hecho de tener que esperar por
distintos acontecimientos, como ser admitidos, examinados, someterse a un análisis de
sangre u otros procedimientos diagnósticos o terapéuticos, resultados, recuperaciones,..., por
lo que se les debe dar la oportunidad de estar activos e interaccionar mediante actividades
lúdicas e, incluso, educativas.
• Uno de los principales modos de emplear el niño el tiempo en el hospital es jugando. Pero
en la actividad lúdica, como en cualquier otra actividad infantil, se manifiestan
diferencias individuales. En función de este aspecto, el profesional puede organizar juegos
y actividades apropiadas a la naturaleza de la enfermedad y otras características
personales del niño durante su permanencia en el hospital.
• La técnica lúdica es un medio muy útil para familiarizar al niño con experiencias
amenazantes que pueden ocurrir en el entorno hospitalario, adquirir control, autonomía y
cierto grado de dominio.

Orientaciones para los profesionales


En el contexto del hospital, el niño hospitalizado se encuentra con diversos factores que le
van a generar estrés. Entre ellos los profesionales que se ocupan de su cuidado. Es bien
La hospitalización infantil: el niño hospitalizado © Juan Ramón Alegre Villarroya, 2005 hospit-infan 30 de 37

conocida la reacción de miedo que producen en el niño las personas con «bata blanca o
verde». Por lo general, médicos y personal de enfermería suelen causar alguna molestia o
dolor al niño hospitalizado debido a que determinados procedimientos producen,
inevitablemente, estos efectos. Estas sensaciones se asocian con la persona o instrumento
que las produce de modo que su sola presencia es percibida como amenazante. Otras
veces, estas mismas sensaciones se generalizan incluso a procedimientos o instrumentos
que no causan dolor (estetoscopio, toma de tensión arterial,…), generando una reacción
emocional semejante. ¿Cómo se puede evitar que estas situaciones desagradables, reales
o imaginarias, causen un impacto negativo o, al menos, no tan perjudicial en los niños
hospitalizados hospitalizados?
• A nivel general, el profesional debe comenzar por establecer una relación con el niño
hospitalizado creando un clima de confianza, seguridad y afecto. Es decir, aunque,
inevitablemente, tenga experiencias desagradables de malestar y dolor, se le debe
hacer sentir que no se le hace daño por ser malo o estar enfadado con él, sino que es
una persona importante para él y lo que pretende es ayudarle a ponerse bien: debe
«ganárselo» de forma honesta. De este modo, y a pesar de todo, la hospitalización,
probablemente, será una experiencia positiva, así como su recuerdo a corto y largo
plazo.
A continuación hay algunas orientaciones sobre diversas actividades que puedan servir a
los profesionales para lograr una relación de confianza, seguridad y afecto con el niño
hospitalizado, y con sus padres o familiares:
• Inclusión en las historias clínicas de información sobre diversos aspectos psicosociales del
niño hospitalizado que, posteriormente, pueda ser utilizada en su programa de atención
y cuidado. Por ejemplo, rituales cotidianos, hábitos de aseo y alimentación, situación y
relaciones familiares, normas de disciplina y conformidad, formas de entretenerse,
hobbies, características socioculturales, escolarización,...
• Estimulación e inclusión activa de los padres en cuidados de rutina de su hijo; de este
modo se sentirán formando parte del equipo que cuida a el niño además de satisfacer
su necesidad de sentirse útiles y competentes.
• Disminución del aislamiento y extrañeza de los padres explicando qué significa la
hospitalización (reacciones de su hijo, normas, limitaciones, procedimientos,
instrumentos,...).
• Disposición de ayuda hacia el manejo de los sentimientos de los padres o familiares en
relación a la experiencia en concreto y, a nivel general, hacia creencias y sentimientos
sobre la enfermedad y tratamiento, el hospital, experiencias pasadas,...
• Información a los padres sobre la influencia que tienen sobre sus hijos, tanto para servirles
como fuente de seguridad y apoyo como para aumentar su ansiedad, inseguridad y
temor. Por ello, dentro de lo posible, se podría permitir a los padres, con previa
preparación, permanecer con sus hijos cuando son sometidos a ciertos procedimientos
médicos.
• Establecimiento del papel de los padres y de los profesionales ante el cuidado del niño
hospitalizado. Resulta conveniente, e incluso necesario, ofrecer información y explicación
a los padres sobre qué se espera de ellos y qué pueden esperar, sobre todo, del personal
de enfermería para prevenir posibles conflictos.
• Valoración de las características evolutivas en los distintos pacientes en desarrollo. Por
ejemplo, en el caso de los bebés, identificar áreas de privación sensorial y proporcionar
información sensorial y motora adecuada a la edad.
• Atención a las actividades que, a nivel general, el niño hospitalizado puede y debe
realizar en el contexto hospitalario. Por ejemplo, y dentro de lo posible, permitir que
explore el entorno, favorecer la autonomía y hacer elecciones. En el caso de niños con
problemas de movimiento, reemplazar la movilidad perdida por otras alternativas.
• Atención a las actividades de aprendizaje en general y escolar. Se debe favorecer que
dentro de lo posible, continúe aprendiendo a través de juegos, libros, tareas escolares,…
La hospitalización infantil: el niño hospitalizado © Juan Ramón Alegre Villarroya, 2005 hospit-infan 31 de 37

• Estimulación del sentimiento de dependencia e independencia según lo requiera la


situación. Si se cree conveniente, se debe animar al paciente en tareas de autocuidado,
como, por ejemplo, autohigiene.
• Respeto a su intimidad durante las exploraciones físicas, procedimientos terapéuticos,
aseo,…
• Mantenimiento del orden y consistencia en el entorno y, dentro de lo posible, continuidad
en el personal sanitario. Por ejemplo, el primer aspecto implica la información y
explicación de normas y limitaciones. Atención y cuidado psicosocial, a nivel general, a
los niños hospitalizados. Por ejemplo, ayudar a los niños a identificar y verbalizar problemas
mediante charlas, juegos, dibujos, libros. Responder a sus preguntas según la edad, el nivel
de comprensión y el estilo de afrontamiento
• Inclusión de los niños hospitalizados en programas de preparación psicológica para
afrontar de forma satisfactoria determinados procedimientos médicos, si se realizan en el
centro.
• Información sobre posibles reacciones derivadas de la experiencia de hospitalización una
vez que está de vuelta en el hogar.

¿Es posible que el niño hospitalizado obtenga benefi cios de la experiencia de hospitalización a
pesar de contener indudables efectos perjudiciales? ¿Qué caracteriza la situación sobre la
elaboración e implantación de programas de preparación psicológica para esa experiencia?

4. La hospitalización infantil una experiencia perjudicial y beneficiosa

Hasta aquí hemos descrito ampliamente cómo la experiencia de enfermedad y


hospitalización produce efectos adversos en el niño hospitalizado e, incluso, en su familia. Si
hacemos un repaso sobre los aspectos que inciden en esta experiencia posibilitando la
aparición de efectos perjudiciales en el niño y adolescente hospitalizado, encontraremos:
• Factores de la experiencia hospitalaria que producen estrés al ser valorados por el niño
como amenazantes dando lugar a una serie de sentimientos como miedo, ansiedad,
depresión, y otra serie de conductas y síntomas. Estos factores pueden producir estrés a
nivel general (entorno desconocido, separac ión de la madre, dolor y malestar, in-
fluencia de la ansiedad de los adultos en los niños,...), o en momentos críticos, también
denominados puntos de estrés, que surgen principalmente en el proceso de
procedimientos médicos especialmente amenazantes, como una operación, una
aspiración de la médula ósea, una punción lumbar, una cateterización cardíaca,...
• Crisis en la familia, la hospitalización de un miembro de un grupo familiar, en este caso
un hijo, va a modificar de alguna manera la dinámica familiar. Probablemente, se
producirán cambios en las rutinas del hogar, repercusiones en los otros miembros de la
familia que también deben ser atendidos, dedicación de tiempo y esfuerzos para
atender la nueva situación, una dosis de estrés en función de la naturaleza y gravedad
del motivo de la hospitalización y de la vulnerabilidad que los padres perciban en
relación con su hijo,… Teniendo en cuenta la gran influencia que sobre los hijos ejercen
sus padres hace que la alteración del estado de ánimo de éstos resultante de afrontar
una serie de cambios y experimentar, especialmente, incertidumbre y ansiedad, pueda
tener efectos perjudiciales en el niño al transmitirle su ansiedad e inseguridad.
• Interferencias en el desarrollo adecuado de los niños hospitalizados. En el hospital, el niño
tiene unas necesidades y capacidades que, como en cualquier otro contexto infantil
(casa, escuela,…), se están desarrollando, pero la existencia de determinados aspectos
de la experiencia de enfermedad y situación hospitalaria puede incidir perjudicando su
adecuado desarrollo. Algunas veces, diversas características de la situación hospitalaria
dificultan la realización de ciertas actividades que pueden impedir el logro de objetivos
adecuados al momento evolutivo en que el niño se encuentra. Por ejemplo, los niños,
principalmente en la primera infancia, necesitan desarrollar un sentimiento de confianza
La hospitalización infantil: el niño hospitalizado © Juan Ramón Alegre Villarroya, 2005 hospit-infan 32 de 37

en las personas que les rodean y, de este modo, sentirse seguros, a lo que no
contribuyen las experiencias de separación que se suelen producir en situaciones
hospitalarias. También debe tener oportunidades de explorar y manipular el entorno que
le rodea, y desarrollar su autonomía e independencia. Se debe favorecer que tome
iniciativas, dentro de sus limitaciones, y desarrolle habilidades académicas y sociales. Se
debe posibilitar al adolescente para que configure su nueva identidad personal.

Hasta aquí nos hemos fijado, a modo de síntesis, lo que hace que la hospitalización se
pueda considerar como una experiencia perjudicial para el niño hospitalizado y su familia.
Pero esta experiencia también encierra elementos beneficiosos que podemos considerar
en una doble vertiente: la hospitalización se puede constituir como una experiencia no
necesariamente traumática que permita favorecer, en alguna manera, el de sarrollo
infantil, y existe la posibilidad de intervenir para prevenir, disminuir o eliminar los efectos
perjudiciales, de modo que a l experiencia se convierta en beneficiosa o, al menos, se
deriven efectos no demasiado perjudiciales para el niño o adolescente que deba
someterse, inevitablemente, a esa experiencia.
Esta doble vertiente del beneficio que contiene la experiencia de hospitalización se puede
considerar basándose en estos aspectos:
• Proporciona la oportunidad, como cualquier otra experiencia psicosocial, de incidir en
el desarrollo cognitivo y socioafectivo del niño a nivel general y, en concreto, en la
dimensión de salud y enfermedad. La alteración de su estado de salud, y la inclusión en
un nuevo entorno con sus normas y limitaciones, diversos lugares, distintos profesionales y
sus actividades, instrumentos, trajes,..., permiten al niño experimentar por sí mismo la
dinámica de un contexto hospitalario. Esto puede estimular su intento de comprender
ese entorno, y su vivencia de emociones, tanto de ansiedad, temor, depresión como de
competencia, eficacia y valor al comprobar que es capaz de enfrentarse con
situaciones amenazantes. También debido a las relaciones que establece en los
encuentros con otros niños puede realizar actividades de colaboración y ayuda. A
veces, los propios niños pueden ejercer efectos beneficiosos sobre la recuperación o
adaptación a una determinada situación de otros niños llegando, en algunas ocasiones,
a establecer relaciones de comunicación y ayuda entre ellos mismos más eficaces que
con los adultos. Por tanto, la hospitalización puede ser una experiencia de
enriquecimiento personal que posibilita al niño adquirir madurez desarrollando
sentimientos de empatía hacia las personas que tienen alteraciones en su estado de
salud. Por último, la experiencia de hospitalización contiene efectos beneficiosos, sobre
todo en el caso de los niños que no cuentan con el apoyo familiar por diversas razones.
• Puede ocurrir que determinados aspectos de la experiencia de enfermedad o situación
hospitalaria no contribuyan de forma espontánea, al desarrollo armónico de la
personalidad del niño. En este caso, los profesionales deben convertir la experiencia de
modo que proporcione beneficios al niño hospitalizado mediante la organización de un
programa de vida infantil donde se tengan en cuenta sus necesidades y capacidades.
Es decir, se trata de que los niños y adolescentes se ocupen en actividades de
entretenimiento, pero también participen en actividades cotidianas dentro de sus
limitaciones. El profesional debe promover las condiciones que favorezcan los logros que
el niño hospitalizado debe conseguir según su momento evolutivo y las limitaciones de su
enfermedad. Por ejemplo, si necesitan reposo en cama, tienen limitaciones en los
movimientos (fracturas) o deben estar aislados (enfermedades infecciosas) se deben
establecer actividades adecuadas en las que puedan participar. También se han de
tener en cuenta estas características en el acondicionamiento de diversos lugares del
hospital, como las consultas externas o la planta de pediatría en el caso de un hospital
general. Se debe estimular la realización de actividades lúdicas y de aprendizaje para
que los pacientes presenten mínimos o nulos retrasos o se reincorporen satisfactoriamente
a la escuela. Se debe animar a los padres para que no sólo vean a sus hijos, sin que les
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proporcionen oportunidades de conversación y diálogo mediante expresiones


emocionales (tensión, angustia,...). Por último, se debe ayudar al niño a establecer
relaciones adecuadas con gente fuera de su propia familia, y a colaborar con otros niños.
• Resulta conveniente que la atención prestada por los profesionales durante la experiencia
de hospitalización infantil se centre sobre la familia afectada por este acontecimiento. De
este modo, la familia puede contribuir al cuidado del niño enfermo hospitalizado bajo la
supervisión de los profesionales. Con eso, se pretende favorecer el mantenimiento de los
vínculos y roles familiares promoviendo la normalidad de la unidad familiar. Se considera
que la atención centrada en el cuidado de la familia contiene estos efectos beneficiosos
para los padres y su hijo:
§ Continuas y cercanas interacciones familiares durante situaciones estresantes.
§ Ausencia de ansiedad de separación.
§ Disminución o ausencia de reacciones de protesta, desesperación o negativa, y
escasa aparición de llanto inconsolable y sueño más relajado.
§ Mayor sentimiento de seguridad para el niño.
§ Oportunidad para la familia de satisfacer sus necesidades de cuidar física y
emocionalmente a su hijo.
§ Posibilidad de que los padres se sientan útiles e importantes evitando que se hagan
dependientes y desconfiados.
§ Disminución de sentimientos de culpabilidad de los padres.
§ Oportunidades para los padres de aumentar su competencia y confianza en el
cuidado del hijo enfermo.
§ Consuelo para las familias pr oporcionada por otras familias.
§ Mayor absorción del personal docente por la familia.
§ Disminución de las reacciones posthospitalarias.
En todo caso, el centro debe favorecer la estancia de los padres con sus hijos, sobre todo en
casos determinados, creando las condiciones físicas adecuadas, como, por ejemplo, sillas
plegables, una cama en la habitación del niño, salas de estar o espera confortables,...

Otra posibilidad de convertir la experiencia en beneficiosa es evaluar mediante diversos


instrumentos la conducta del niño o adolescente, para conocer qué significado tiene para él
lo que le ocurre o le va a ocurrir durante su permanencia en el hospital. De este modo, se
pueden aprovechar los recursos o medios de afrontamiento que utilice ante la exposición a
factores estresantes que contiene la experiencia, e incluirle en la aplicación de un programa
de preparación psicológica para una determinada situación. Se trata de ayudar al niño o
adolescente a adquirir y desarrollar estrategias de afrontamiento eficaz ante las situaciones a
las que deba someterse.
§ Por ejemplo, la preparación para situaciones concretas como la hospitalización en sí
misma (que puede incluir una fase previa a la admisión) o los procedimientos médicos
especialmente amenazantes (una operación, punción lumbar,...). Lo importante de esta
posibilidad no está tanto en la existencia de factores estresantes que pueden producir
efectos adversos en los pacientes pediátricos, sino en la ayuda que reciban para
enfrentarse satisfactoriamente a las situaciones amenazantes que ocurren a lo largo de la
experiencia de hospitalización. Se intenta que sus reacciones ante estas situaciones le
generen sentimientos de autoeficacia y competencia.

Tanto los aspectos perjudiciales como los beneficiosos de la experiencia no tienen un límite
muy definido en la realidad, es decir, pueden aparecer conjuntamente en la experiencia o
inclinarse la balanza hacia la conversión de la experiencia en beneficiosa o perjudicial. Esto
puede depender de diversas variables: la edad del niño y sus características evolutivas, el
tipo de familia, la naturaleza y grado de la enfermedad, la incapacidad o limitaciones de la
enfermedad, así como los recursos materiales y personales disponibles para favorecer las
condiciones que permitan realizar programas de preparación psicológica para diversas
La hospitalización infantil: el niño hospitalizado © Juan Ramón Alegre Villarroya, 2005 hospit-infan 34 de 37

situaciones. Es decir, se trata de ayudar a los niños a convertir la amenazante experiencia de


hospitalización en una experiencia de la que, a pesar de todo, obtengan beneficios.
En todo caso, el logro del establecimiento de unas condiciones médicas, psicosociales y
educativas pertinentes al paciente infantil, así como un entorno físico adecuado donde el
niño hospitalizado se sienta confiado y seguro, sin duda contribuirá, en gran parte, a
estimular su disposición favorable hacia la participación y colaboración en programas de
preparación psicológica para diversos acontecimientos que tengan lugar en la
hospitalización infantil.

5. Necesidad de elaboración de programas de preparación para la


experiencia de hospitalización infantil
Los niños deben ser ayudados a enfrentarse a las experiencias amenazantes de la vida,
como separación y divorcio de sus padres, muerte de un ser querido, ingreso por primera vez
en una escuela infantil,...
Al considerar que la hospitalización se encuentra entre estas experiencias, surge no sólo la
conveniencia, sino también la necesidad de elaborar programas para tener una cierta
seguridad de que los niños y adolescentes viven de forma satisfactoria, dentro de lo posible,
esta experiencia.
Hay una variedad de circunstancias por las que el niño o adolescente debe ser ingresado en
un centro hospitalario: admisiones repentinas por algún proceso agudo (apendicitis,
accidentes, meningitis,...), planificadas (hernia, amigdalitis, estrabismo,…), o recurrentes
(hemofilia, leucemia, trastornos renales,…), que requieren distintas preparaciones.
Se ha encontrado que los niños utilizan, de forma espontánea, conductas de afrontamiento
ante situaciones amenazantes como la hospitalización, aunque su uso es poco frecuente o
utilizan formas de enfrentarse que no son las más adecuadas para ayudarles a afrontar
eficazmente los sucesos a los que están expuestos. Por eso, es necesario prepararles para
que consoliden, adquieran, desarrollen y generalicen estrategias de afrontamiento.
Al considerar la preparación psicológica como necesidad par a convertir la amenazante
experiencia de hospitalización en beneficiosa, se han señalado cuatro maneras de asumirla
(Peterson y Mori, 1988):
§ La constatación de que algunos de los factores que provocan ansiedad siguen estando
presentes en la experiencia de la hospitalización. Es el caso de un entorno extraño, un
equipo médico desconocido y amenazante, procedimientos dolorosos y ausencia de
control sobre los acontecimientos.
§ Una variedad de desórdenes conductuales debidos a la hospitalización continúa siendo
referida en estudios que han explorado psicológicamente a niños no preparados para la
hospitalización.
§ La necesidad de preparación puede deducirse de los descubrimientos en otras
investigaciones y teorías. La gente encuentra que la información aumenta el sentí do de
control cognitivo sobre los acontecimientos y, quizá, también disminuya su estrés. Esto es
verdad en los adultos, y aunque es especulativo en pacientes infantiles, es congruente
con datos de otras áreas.
§ Por último, el mejor modo de demostrar la continua necesidad de preparación de los
niños para la hospitalización sería revisar los trabajos realizados sobre la utilidad de los
programas de intervención y proporcionar una demostración empírica de los beneficios.

Como indican Méndez, Maciá y Olivares (1992), los programas de preparación para la
hospitalización infantil basados en procedimientos tradicionales de informar y visitar
previamente el hospital, tienen indudables beneficios, pero resulta difícil valorarlos debido a
que se suelen aplicar en combinación con otras técnicas, a veces insuficientemente
clarificadas y precisadas. Pero hay programas de preparación para determinados
La hospitalización infantil: el niño hospitalizado © Juan Ramón Alegre Villarroya, 2005 hospit-infan 35 de 37

acontecimientos que utilizan técnicas definidas de forma precisa que reflejan resultados
beneficiosos para el niño hospitalizado y sus padres. Por eso surge la necesidad de
continuar elaborando programas adecuados a las múltiples y diferentes situaciones que
cada niño debe afrontar (inyecciones, cateterización cardíaca, retirada de moldes,
procedimientos en la sala de urgencias, unidades de cuidados intensivos, inducción a la
anestesia, intervenciones quirúrgicas, punción lumbar, aspiración de la médula ósea,
tratamientos renales,...).

Algunos resultados de trabajos sobre la preparación para la hospitalización n i fantil que


justifican la elaboración e implantación de programas para esta experiencia son:
§ Un resultado que aparece en las diversas conclusiones de los diferentes trabajos es que
cualquier tipo de preparación, al favorecer la comunicación con los niños hospitalizados
y sus padres, es mejor que la práctica estándar del hospital.
§ La preparación psicológica es un derecho del niño además de que se ha reflejado su
utilidad en la disminución de la ansiedad y en el favorecimiento de su adaptación a la
experiencia de hospitalización.
§ Se señala la necesidad de adoptar una perspectiva evolutiva en la psicología de la
salud infantil y el estudio de la enfermedad crónica pediátrica. Algunos trabajos indican
diferencias de los niños según la edad, pero la mayoría de las investigaciones abarcan
un amplio tramo de edades sin estar adaptados los diferentes modos de preparación a
las diferencias cronológicas. En este sentido, diversos autores defienden la necesidad de
desarrollar procedimientos de intervención adecuados a diferentes edades.
§ En los años 1970, la mayoría de los trabajos sobre la preparación psicológica del niño
para la experiencia hospitalaria se ocupaban, principalmente, de los efectos de un
vídeo de modelado. Posteriormente, se produjo una profusión de trabajos que utilizaban
otros procedimientos y técnicas que también manifiestan su efectividad en la
preparación para el impacto de diversas experiencias hospitalarias.
§ Actualmente, la preocupación sobre la preparación psicológica pasa del interés sobre
las razones por las que se ha de preparar al niño para la hospitalización a considerar el
modo más óptimo de prepararle para esa experiencia: este objetivo pretende una
adecuada combinación de diversas técnicas.

Como señalan los expertos, aún nos encontramos en las primeras etapas del desarrollo de
la aplicación de intervenciones psicológicas a los problemas derivados, directa o in-
directamente, de procedimientos diagnósticos o terapéuticos, pero cada vez se realizan
más trabajos que reflejan efectos beneficiosos de la utilización de técnicas para favorecer la
adquisición de habilidades de afrontamiento tanto en el niño hospitalizado como en sus
familiares.

Algunas características que proporcionan una visión general sobre las técnicas de
intervención en la preparación de pacientes pediátricos:
§ Hay unanimidad sobre el hecho de que las técnicas de intervención psicológica
disminuyen la ansiedad y ayudan a afrontar los efectos derivados de la experiencia de
enfermedad y hospitalización. Cada técnica resulta eficaz utilizada por separado aunque
ninguna parece destacar sobre las demás. Distintos autores sugieren que la agrupación
de diversas técnicas, denominada «paquete de tratamiento», proporciona mayor
eficacia que la aplicación de una técnica aislada. Un trabajo pionero en la aplicación de
técnicas combinadas se debe a Peterson y Shigetomi (1981), que encuentran que la
aplicación conjunta de técnicas de afrontamiento, como relajación, imágenes de
distracción y autoinstrucciones, además de un v ideo de modelado, parece la forma más
eficaz en la preparación de niños hospitalizados y sus padres. Posteriormente se ha
utilizado la aplicación de grupos de técnicas, sobre todo para ayudar a disminuir el estrés
producido por ciertos tratamientos a los que deben ser sometidos los niños que padecen
La hospitalización infantil: el niño hospitalizado © Juan Ramón Alegre Villarroya, 2005 hospit-infan 36 de 37

algún tipo de cáncer, entre los que se incluyen procedimientos como aspiraciones de la
médula ósea y punciones lumbares. Algunas de las técnicas que componen los
programas de preparación para estos sucesos consisten en un video de modelado, ejer-
cicios de respiración, reforzamiento positivo, imágenes de distracción y emotivas y ensayo
conductual. Los resultados reflejan la eficacia de estas técnicas en la manifestación de
respuestas adecuadas del niño ante la situación, como disminución de conductas
estresantes, puntuaciones más bajas al dolor y el pulso,...
§ Se muestra también la eficacia del uso de la combinación de técnicas de afrontamiento
en programas de preparación para los padres. Diversos autores encuentran que los
padres que participan en un programa de inmunización al estrés que incluye un v ideo de
modelado y educativo, entrenamiento en autodeclaraciones y relajación, muestran
menos ansiedad y realizan mayor número de autodeclaraciones positivas que los padres
que participan en un programa centrado sólo en los hijos.
§ Los expertos indican que los programas de técnicas combinadas se han utilizado con
éxito en el tratamiento de niños quemados, dolor crónico abdominal, diabetes, dolor
recurrente asociado con artritis reumatoide juvenil en combinación con tratamientos
farmacológicos,...
En definitiva, se puede decir que parece útil la combinación de técnicas de intervención
aunque aún se necesita investigación, sobre todo, en cuanto a la creación de diseños de
combinaciones adecuadas a las demandas de una determinada situación.

§ La aplicación y efectividad de las técnicas de intervención psicológica depende de


diferencias individuales como el estilo de afrontamiento y el nivel cognitivo, y de
demandas específicas del desarrollo infantil. Se estima que el niño hospitalizado
raramente hace referencias sobre sí mismo, por lo que es conveniente intervenir sobre las
conductas de otras personas, como los padres, para que actúen sobre las conductas de
sus hijos.
§ La habilidad del niño para diferenciar y recordar cadenas complejas de conductas
necesarias, y la tendencia a distorsionar la información está muy influida por el desarrollo
de sus capacidades cognitivas y difiere según las edades. El grado en el que el niño
consiga estas habilidades influye en la eficacia de las técnicas. Se considera que las
técnicas de reforzamiento y modelado parecen eficaces desde niños muy pequeños. El
entrenamiento en declaraciones puede ser útil en niños menores de seis años si son
concretas y se relacionan con tareas específicas, mientras que son más eficaces en niños
de nueve y diez años los que incluyen diversas secuencias. Las técnicas de imágenes y el
entrenamiento en relajación se pueden aplicar en niños escolares, e incluso preescolares,
mientras que la solución de problemas y la modificación de expectativas y creencias, son
más eficaces en pacientes de trece a catorce años, ya que requieren una gran
complejidad cognitiva.
§ También se deben tener en cuenta los patrones típicos de respuesta de un individuo ante
una situación estresante, en relación con el tipo de intervención. En este sentido, los niños
que perciben el control personal a nivel interno consideran que pueden influir en las
recompensas que reciben y solicitan información al enfrentarse a una situación estresante,
mientras que los niños que perciben el control personal a nivel externo tienden a bloquear
la información y estar desinformados. En el primer caso, las técnicas más adecuadas son
las que proporcionan información, mientras que en el segundo son las técnicas de
imágenes como la distracción o la presentación de información no amenazante.

A pesar de los resultados reflejados por distintos trabajos sobre los efectos beneficiosos de la
aplicación de técnicas de intervención psicológica en el niño hospitalizado, parece que la
mayoría de los hospitales ponen poco interés en incluir estos procedimientos en sus prácticas
habituales, estableciéndose, de este modo, una débil relación entre los resultados de los
trabajos de investigación y la implantación práctica. Ante esta constatación, se sugiere que
La hospitalización infantil: el niño hospitalizado © Juan Ramón Alegre Villarroya, 2005 hospit-infan 37 de 37

en la valoración de la utilidad de dichos resultados para la práctica clínica, se de be tener en


cuenta la interrelación de diversos aspectos:
§ La relación coste-efectividad, de modo que se produzca una proporción favorable entre
el coste y el beneficio (económico, esfuerzo personal,…), de la implantación de un
determinado programa de técnicas.
§ La necesidad de investigación comparativa, no sólo se trata de constatar que cualquier
tipo de preparación es mejor que ninguna, sino que se deben seleccionar las técnicas
más adecuadas para la prevención de un determinado suceso.
§ La selección del procedimiento más adecuado se debe hacer en función de objetivos
específicos que se desean prevenir, de modo que el éxito del procedimiento se evalúe en
relación con su impacto en los objetivos seleccionados. La formulación de objetivos debe
tener en cuenta lo que es adecuado para el niño o adolescente en relación con su
contexto familiar, escolar y de iguales.

§ Aún se necesitan estudios sobre aspectos conceptuales y metodológicos de las diferentes


técnicas de intervención psicológica utilizadas con niños hospitalizados que relacionen la
efectividad y el menor coste económico. Entre los temas que los expertos creen que
necesitan investigación, se encuentran la generalización y mantenimiento de los efectos
de la intervención, la aplicación a nuevas poblaciones como admisiones de urgencias,
unidad de cuidados intensivos, diferentes procedimientos quirúrgicos, distintas historias
personales, retraso mental, dificultades del aprendizaje o trastornos emocionales.
§ También, son necesarias investigaciones sobre la técnica de hipnosis y la técnica del
juego.
§ Se necesitan diseños de técnicas de preparación para niños pequeños que aún no han
adquirido el lenguaje o grupos desaventajados socialmente.
§ Y se deben elaborar intervenciones específicas para afrontar efectos de la enfermedad y
su tratamiento como desfiguramiento, pérdida de pelo,...

En definitiva, debido a las diferentes situaciones que pueden suceder en el contexto


hospitalario y que, indudablemente, afectan de alguna manera al paciente infantil, se hace
necesaria la elaboración o implantación de programas específicos de preparación.

En último caso, como indica Fernández-Ballesteros (1992), la valoración que se puede hacer
sobre un programa (y, en nuestro caso, sobre la preparación para la hospitalización infantil),
una vez que ha sido aplicado, depende de estos tres juicios valorativos:
§ Efectividad: la medida en la cual una intervención ha alcanzado los objetivos propuestos.
§ Eficacia: la medida en la que un programa ha producido unos determinados efectos o
resultados.
§ Eficiencia: la relación entre los beneficios obtenidos y los costos del programa.

En España se están realizando programas sistemáticos de preparación psicológica para


afrontar experiencias hospitalarias. Aunque diversos hospitales realizan alguna forma de
preparación de sus pacientes, es deseable que se difunda la implantación de programas de
preparación psicológica que ayuden a afrontar eficazmente tanto al paciente como a su
familia la amenazante experiencia de la hospitalización infantil. Como postula Plank (1962),
se debe salvar al niño del sistema. Para ello, los hospitales han de orientarse a las
necesidades psicosociales, de aprendizaje, lúdicas y educativas de los pacientes infantiles
hospitalizados, a lo que contribuirá la elaboración y aplicación de programas de pre-
paración psicológica específicos para las diversas situaciones a las que está expuesto el
paciente infantil en la experiencia de hospitalización. Resultaría beneficiosa la atención
individualizada y la implantación de la preparación como un proceso continuo que
abarque el antes, el durante y el después de la experiencia de hospitalización.

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