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Facultad de Comunicaciones

Taller de Técnicas de Expresión Escrita (CO13)


Ciclo 2011-1
Semana 6

La generación temerosa1
Por Guilermo Arriaga

Era una tarde de julio de hace unos años. Había llevado por primera vez a mis hijos a Londres. Al
llegar nos encontramos con manifestaciones de júbilo y excitación: Londres acababa de ganar el
derecho a ser anfitriona de los Juegos Olímpicos del 2012. En Trafalgar Square ondeaban banderas
británicas, el Union Jack. Sonaban bocinas de autos en señal de alegría.

A nosotros nos gusta hospedarnos en el Russell Hotel, en la Russell Square. Nos gusta por su ubicación
y por ser un hotel con historia, ahí festejó George Best el campeonato ganado con el Manchester. Es un
hotel silencioso y discreto.

Al día siguiente en la mañana me despertaron toquidos insistentes en la puerta. Era temprano y


veníamos cansados del viaje transoceánico. Mi mujer alzó la cabeza y me dijo: “Esto no es posible. No
pueden estar despertándonos”. Pensamos que era la persona del aseo. Le pedimos que regresara al rato.
Los toquidos continuaron.

Molesto, me levanté a abrir la puerta para toparme con dos policías. “Tienen que dejar la habitación en
este momento”, ordenaron. Confundido y medio dormido les pregunté qué pasaba. “Ha habido un
ataque terrorista con bombas en las cercanías del hotel. Tienen que desalojar ya”. Ni siquiera nos
permitieron cambiarnos de ropa y nos obligaron a salir en pijama. Les advertí que mis hijos estaban en
otra habitación. Me hicieron ir por ellos.

Nos llevaron a un salón de fiestas. Ahí estábamos todos los huéspedes, todos en pijama o bata, con
pantuflas. El hotel hizo su mejor esfuerzo por atendernos. Y cada media hora se preocuparon por
informarnos qué había sucedido. Los datos enchinaban la piel: ataques con bombas en estaciones del
metro, a autobuses, docenas de muertos.

Estuvimos metidos largas horas en ese salón de fiestas hasta que, como familia, tomamos una decisión:
habíamos venido a Londres a pasear y no a estar encerrados. Avisamos a un policía que nos
disponíamos a ir a nuestras habitaciones, cambiarnos de ropa y salir a la calle. Nos advirtió que no solo
era peligroso, sino que nos arriesgábamos a ser arrestados. Preferimos salir. No podíamos dejar que el
miedo nos paralizara.

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Este artículo le pertenece al escritor y guionista mexicano Guillermo Arriaga. El texto tiene 1207
palabras (incluido el título), muchas más de las que se deberán usar en la tarea, pero brinda una
idea clara del objetivo de la tarea.
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Lo primero que vimos al salir fueron los restos del autobús atacado, cubiertos por grandes lonas que
obstaculizaban las miradas morbosas. El Trafalgar Square del día anterior lucía completamente distinto.
El lugar lleno de vida y festejos por los Juegos Olímpicos estaba ahora desierto, con todos los
comercios cerrados. Como se había cancelado el transporte público, los londinenses deambulaban por
la ciudad sin saber qué hacer. Silenciosos, recorrían sus calles, atónitos por lo sucedido.

Tres días después la famosa fortaleza de espíritu inglesa renació y la ciudad empezó a recobrar su vida.
Una ciudad herida, pero muy viva aún. Sin embargo, algo más profundo que el impacto de ese día hirió
a mis hijos: el sentido de que viven en un mundo peligroso.

El siglo XXI ha nacido bajo la cultura del miedo. La tan celebrada aldea global se ha convertido en un
caldo de violencia, desacuerdos, muerte. Mis hijos han contemplado un tipo de horror que mi
generación no vio. Ya no solo es el terror de la guerra abierta, sino esas guerras secretas que erosionan
los tejidos sociales desde dentro.

La generación de mis hijos, nacidos en los años noventa, enfrenta un mundo donde el miedo ha tomado
posesión de la psique colectiva. La violencia urbana en América Latina y otras regiones del Tercer
Mundo ha llegado a extremos absurdos. Niños y adolescentes son secuestrados y asesinados incluso
después de que el rescate ha sido pagado. (Un amigo de mi hijo sufrió esa terrible suerte).

Niños contratados como sicarios, guerrilleros, traficantes menores, asaltantes, secuestradores. Una
distribución del ingreso cada vez más injusta y cada vez más desproporcionada. Miseria rampante. Una
generación entera ve la violencia como única manera de salir de su condición de pobreza. O peor aun,
como manera de darle sentido a su vida. La violencia genera miedo, el miedo causa represión, y la
represión solo genera más miedo y más violencia.

En los países del Primer Mundo los miedos se traducen en otras vertientes. Miedo a perder la casa que
fue comprada recientemente. Miedo a quedarse sin empleo. Miedo a que la cultura propia sea destruida
por la cultura de los inmigrantes. Miedo al “otro” que llega de fuera, al que invade, al que corrompe, al
que quita los empleos, al que es “diferente”. Miedo a las instituciones más sólidas del pasado: la ley, la
banca, las corporaciones, las bolsas de valores. Miedo a perder el patrimonio.

La salud también ha creado una forma de paranoia. El sida ha cambiado el modo en que la gente se
relaciona una con otra, creando una generación aterrada por un virus invisible. He visto a jóvenes
practicarse exámenes del sida una y otra vez. La cultura del miedo llevada al amor y al sexo. El único
remanso para un individuo presa de la angustia y del miedo convertido en posible cementerio.

El brote del virus de la influenza AH1N1 habla también de lo profundamente que está incrustada la
cultura del miedo. Los mexicanos fuimos denostados y rechazados en varios países. Bastaba decir “soy
mexicano” al llegar a otro país para ser llevado a cuartos aislados en hospitales o ser puesto en
cuarentena. Hubo en Internet quien propuso se bombardeara México para acabar con la infección y el
peligro, y quien lo escribió lo hizo desde un país latinoamericano, un país supuestamente fraternal. Es
el terror del “otro”, ahora como transmisor de enfermedades mortales y enviado al ostracismo por el
mundo.

El narcotráfico ha impuesto otro miedo. Quien no cumpla con sus designios es condenado a sufrir su
furia. Han creado estados paralelos que retan a los Estados establecidos. Poseen sus ejércitos propios,

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sus leyes propias, incluso su propio código de justicia. Los países del Primer Mundo han sido capaces
hasta ahora de mantener la atroz violencia de las guerras del narcotráfico en los países que producen o
trasladan la droga. No tarda en llegar, con toda su fuerza de maremoto, a los países que la consumen.

¿Cómo pasar por alto el miedo al terrorismo? Las filas interminables en las terminales aeroportuarias;
la suspicacia de los “otros”; el espionaje; la intimidad vulnerada en aras de proteger a los países del
terrorismo; las vejaciones. El terrorismo vivido a la inversa, la condena a pueblos enteros que han
tenido la mala fortuna de engendrar terroristas, razas despreciadas, culturas odiadas.

Y hay más. Miedo a un planeta enloquecido por obra de los seres humanos. Miedo al calentamiento
global, a las extendidas temporadas de huracanes, a perder países isleños enteros que pronto yacerán
bajo el manto de los océanos.

Lo más terrible de la cultura del miedo es que genera la política del odio. La suspicacia como norma, la
condena estereotipada de quien es diferente a mí, la desesperanza. La terrible sentencia proclamada por
Sigmund Freud en “Civilization and its Discontents” (“El malestar en la cultura”), que la civilización
humana no tiene otro camino que destruirse a sí misma, es aplicable nuevamente. Es ahora necesario,
imperativo regresar al sentido profundo de lo que significan cultura y vida social. Debemos detenernos
y desarticular esos miedos. Uno por uno. Debemos perder el miedo al miedo.

[ARRIAGA, Guillermo (2010) La generación temerosa, p. A4. En: Diario El Comercio, 15 de agosto]

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