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JACQUES LACAN

Lacan nació en Francia en 1901 y murió en 1984. Fue uno de los principales
responsables de la difusión del psicoanálisis en Francia. Sus ideas influyeron en un gran
número de analistas y en otras disciplinas como la literatura y la filosofía. Para entender
su obra es importante señalar que Lacan, como la mayoría de los escritores franceses,
utilizó la retórica en su lenguaje; además escribió combinando la filosofía, el
psicoanálisis, la lingüística y la antropología. Este tipo de lenguaje crea dificultad para
la comprensión de cualquier persona que no haya estudiado filosofía u otra disciplina
humanística. Coincido con el lingüista, historiador y filósofo Tzvetan Todorov 1 cuando
afirma que la claridad en la expresión es una cuestión de ética, de respeto hacia aquel a
quien nos dirigimos: “es el modo en que lo coloco en el mismo plano que yo, que le
permito responder y por lo tanto convertirse en sujeto de la palabra con el mismo
derecho que yo”2.
Bleichmar, N. y Leiberman, C. (1989, p.163) explican que Lacan retoma a Freud
y redefine los conceptos psicoanalíticos desde la perspectiva del estructuralismo, la
lingüística de Saussure, la antropología de Lévi-Strauss y la dialéctica de Hegel (del
deseo y la mirada), crea muchas otras categorías y es por ello un autor totalmente
original.
De esta mezcla de perspectivas se desprenden algunos postulados básicos en su
obra, tal como la idea de que el inconsciente está estructurado como lenguaje, la función
de la palabra en psicoanálisis, la aparición del imaginario narcisista entre paciente y
analista, los tres registros –imaginario, real y simbólico-; las ideas sobre el deseo, el otro
(a) como espejo, el gran Otro y el analista transformado por la transferencia en Sujeto
Supuesto Saber. Con la introducción de estas ideas nuevas es lógico que cambie
1
A propósito, en su libro titulado Deberes y delicias, Todorov hace un comentario sobre su experiencia
al tener un contacto personal con Lacan. Dice:

Lacan no era un tímido sino más bien un manipulador y un seductor. Leía asiduamente a Freud y me
apasionaba por los problemas de lenguaje. Pero el estilo de Lacan alambicado y pretencioso, me producía
risa; sus admiradores me hacían recordar a los miembros de una secta, absolutamente devotos de su gurú.
Lacan buscaba golpear y seducir, no convencer con argumentos racionales, aspiraba a alienar la voluntad
de sus auditrios, no a hacerlos más libres. Esa era en todo caso mi impresión, lo que explica por que no me
atraía.
Mi único encuentro con Lacan se desarrolló de esta manera: después de presentarme me llenó de
elogios. A juzgar por lo que decía no tenía más sueño en la vida que encontrarse conmigo. “Usted se
merece formar parte de mi circulo”, me dijo “usted no es uno de esos adoradores que van a mi seminario y
que no entienden nada de lo que digo”. Venga a mi casa a las 19 y hablaremos. Impulsado por la curiosidad
y realmente envanecido, toqué su puerta a la hora convenida. Era otra persona: me trató con desdén, como
si no comprendiera por que me había atrevido ir a molestarlo. Era toda una estrategia: seducir, después
rechazar, para provocar dependencia, Me fui y nunca más lo vi en privado (p. 62-63).
2
Tzvetan Todorov, Deberes y delicias, p. 62.
también la metapsicología y la clínica, además del significado de algunos términos
como castración, fantasma (ilusión, imaginario) y deseo.
Para comprender las ideas de Lacan sobre la cura y el final del análisis es
necesario abordar algunos de los postulados mencionados anteriormente.

El deseo
Una de las ideas más interesantes que puede ayudar a esta comprensión es la
explicación sobre el deseo. Lacan sigue a Freud en su definición sobre el deseo como
la búsqueda de satisfacción de la pulsión a través de la reinvestidura del objeto primario.
Esto es, el bebé necesita comer, aparece en la realidad el pecho que lo satisface y se fija
en su memoria un objeto que integra el real con el que antes él no buscaba, el
satisfactor, la madre que responde con gestos y palabras que dan a la necesidad obtenida
un goce que transforma la necesidad en deseo. Cuando el niño vuelve a experimentar
hambre se reactiva en su mente esa representación del objeto. Se produce la satisfacción
alucinatoria de deseo. Así, el deseo no puede ser satisfecho en la realidad, sino sólo en
forma alucinada, a diferencia de la pulsión que sí puede encontrar su satisfacción. Lacan
amplía esta idea de Freud y señala que el deseo, así concebido, presupone la presencia
de otro. En un principio, las manifestaciones de tensión producidas por la necesidad no
tienen para el niño valor comunicativo. Es el otro quien las considera signos y por lo
tanto, demandas. Es el otro el que introduce al bebé en este referente simbólico, proceso
a través del cual se transforma en el Otro, ocupando un lugar privilegiado. El niño
desea, pero siempre en una demanda dirigida al Otro, demanda de ser el único objeto de
deseo del Otro y como consecuencia, el sujeto queda alienado en un discurso que
procede del exterior.
El deseo del ser humano se desliza incesantemente de un objeto a otro, al cual
llama objeto A (causa del deseo), siguiendo el camino que le marca la organización del
lenguaje. Piensa que los actos fallidos, lapsus, sueños y síntomas, las formaciones del
inconsciente surgen en los desplazamientos metafóricos (al sustituir un significante por
otro, sobre la base de una similitud se crea un sentido, por ejemplo: frío por soledad) y
metonímicos (cuando se desplaza un significante por otro, por ejemplo: frío por hielo).
Así,
de la identificación narcisista surge el deseo de ser el deseo del otro (el semejante) y ocupar el
lugar del objeto del deseo. Deseamos ser reconocidos. Pero este mismo semejante nos introduce,
al expresar en palabras nuestro deseo, en un universo significante que exige nuestra
subordinación a las leyes del lenguaje (el gran Otro). Como resultado de ello nuestro deseo no
podrá ser nombrado jamás y circulará metonímicamente, de uno a otro significante. La estructura
me obliga a seguir deseando3

Si yo anhelo obtener un título de licenciatura, luego una especialidad, después un


posgrado y luego otro grado y otro, mi deseo de desear es inagotable; el deseo se
encuentra oculto en la metonimia de los significantes licenciatura, especialidad y
posgrado.

La dirección de la cura
En su libro de 1966, Escritos I, Lacan aborda el tema de la dirección de la cura,
objetivo final de cualquier tratamiento, y examina las reacciones que tiene la persona
del analista sobre el análisis. Aunque no hay duda de que el psicoanalista es quien dirige
la cura, dice Lacan, el primer precepto que se le impone es que él no debe dirigir al
paciente. La dirección de la cura es algo totalmente distinto. Ésta consiste,
primeramente, en hacer que el sujeto siga la regla analítica de la asociación libre, lo cual
demuestra que el problema de la dirección se manifiesta como algo que no se puede
formular sobre una línea de comunicación unívoca, es decir, con una sola perspectiva.
Piensa que en el inicio del psicoanálisis se planteó el problema de una dirección,
es decir, de una intervención activa del analista en la conducción de la cura. Esto dio
lugar a planteamientos opuestos. En ocasiones se dice que el analista, en su afán de no
intervenir en la “realidad”, no se hace verdaderamente cargo de su paciente, pero
también que tiene demasiado poder sobre él. Si nos remitimos a Freud vemos como
expone muy tempranamente su anhelo de no dirigir al paciente, lo que le hace renunciar
por ejemplo, al método de la sugestión. Pero al mismo tiempo no se priva de enunciar
reglas y de solicitar al paciente que se ajuste a ellas cuando estima que son necesarias
para la cura. En la actualidad, todos los analistas están de acuerdo con el concepto de la
abstinencia: el analista no deberá hablar de sí mismo, ni asumirá un rol crítico o de
curiosidad, sino que permitirá que el paciente hable libremente de lo que pasa por su
mente.
Al igual que Freud, Lacan considera que sólo las primeras entrevistas permiten
deslindar el síntoma como tal. Éste sólo va a presentarse con claridad cuando el sujeto
lo tome verdaderamente en cuenta al dirigirlo al analista. Lacan insistió sobre estas
cuestiones que conciernen al inicio de la cura. Sin embargo, da más importancia todavía

3
Bleichmar y Leiberman, El psicoanálisis después de Freud, p. 188.
al problema de su terminación, que condiciona también la manera en que el analista la
dirige4.
Lacan hace la analogía entre la empresa y el análisis para hablar sobre la
relación entre el analista y el paciente:
Si el análisis es como una empresa en donde hay fondos comunes depositados, en ella el paciente
no es ni el único con problemas, ni el único que debe pagar toda la cuota. El analista también
debe pagar, tanto con palabras –y como consecuencia del análisis, con interpretación-, como con
su persona, ya que la presta como soporte a los fenómenos singulares que el análisis ha
descubierto en la transferencia. Pagar con lo que hay de esencial en su juicio más íntimo, para
mezclarse en una acción que va al corazón del ser5.

El papel del analista


A este respecto, Lacan cuestiona el papel del analista en la situación analítica, piensa
que los analistas están menos seguros de su acción en tanto que están más interesados
en su ser, que el analista no debe guiarse por sus sentimientos, ya que, de ser así, el
analista pierde su posición para dirigir la cura. En este sentido, no cabe duda de que,
aunque tengamos principios básicos universalmente aceptados como el de la asociación
libre, el análisis de la transferencia y la neutralidad del analista, que sirven para
encaminar la tarea del analista y hacerla más eficaz, su aplicación en la clínica depende
de la salud mental del analista, de su capacidad, de su integridad y de su análisis
personal. Como analistas, dice Lacan, interpretamos lo que se nos presenta en acciones
o en palabras, decidimos solos, articulamos a nuestro capricho, el analista es libre de la
elección de sus intervenciones, somos el único amo en nuestro barco después de Dios y
por supuesto, estamos lejos de poder medir todo el efecto de nuestras palabras. Por eso,
el analista haría mejor en ubicarse en su falta en ser.
Debemos ser muy cuidadosos de no modificar la técnica y de evitar errores, ya
que un analista sin un buen entrenamiento puede no estar conciente de sus emociones y
pasarlas al paciente. Al estudiar las reacciones del analista, Lacan no está de acuerdo
con algunas de las expresiones usadas para referirse a ellas, como la de la
contratransferencia, porque piensa que contribuyen a enmascarar lo inadecuado del
concepto de transferencia, con el que tampoco está de acuerdo en la definición que
normalmente tenemos de este concepto. En cambio, para otras escuelas, como la
inglesa, la transferencia y la contratransferencia son herramientas indispensables para el
éxito en el desarrollo del proceso psicoanalítico.

4
Roland Chemama, Diccionario de Psicoanálisis, p. 119.
5
Jacques Lacan, Escritos I, p. 216.
Para Lacan, algo de Dios persiste en el discurso del analista, del mismo modo
que en la ciencia, a partir de la función del sujeto supuesto saber (S.S.S.), porque es
muy difícil defenderse de la ilusión de que el saber inventado por el significante no
existe desde siempre. El significante puede existir independiente de un sujeto que se
exprese por su intermedio, aunque nos sentimos llevados a pensar que estaba ahí desde
siempre y entonces lo proyectamos en un sujeto supuesto saber.

La transferencia
Sin embargo, en cuanto al manejo de la transferencia, la libertad del analista se
encuentra por el contrario enajenada en la transferencia por el desdoblamiento que sufre
ahí su persona, y ahí es donde hay que buscar el secreto del análisis. Lacan critica la
idea de que el psicoanálisis debe ser estudiado como una situación entre dos, ya que
piensa que es una reducción emocional que sirve para domesticar al Yo llamado débil,
por medio del Yo del analista que gustosamente se considera como de fuerza para
cumplir ese proyecto, porque es fuerte. Todo analista experimenta siempre la
transferencia en el asombro del efecto menos esperado de una relación entre dos que
fuese como las otras. Tiene que vérselas ahí ante un fenómeno del que no es
responsable (la neurosis de transferencia), por eso la insistencia que puso Freud en
subrayar su espontaneidad en el paciente. Lo que es seguro es que los sentimientos del
analista sólo tienen un lugar posible en el análisis y si no se da cuenta de ello, el análisis
prosigue sin que se sepa quién lo conduce (Lacan, Escritos I, p. 220).
En su trabajo de 1951 sobre la transferencia, Lacan considera que si el analista
interpreta adecuadamente y mantiene el proceso analítico dentro de contrastes
dialécticos adecuados, no sólo el análisis se estanca, sino que la transferencia no se
instala; la transferencia del paciente es la respuesta a un prejuicio del analista.
En el epílogo del caso Dora, Freud define la transferencia como el obstáculo
contra el que se estrelló el análisis. Lacan piensa que el proceso se detiene en el
momento en que Freud no contesta con una inversión dialéctica. En su libro sobre Los
fundamentos de la técnica analítica, Etchegoyen (p. 140) describe claramente este
proceso en el caso Dora descrito por Freud. Al principio, Dora expone su verdad al
creer que todo lo que le sucede procede de la realidad externa y no de ella. Entonces
Freud invita a Dora a pensar en su participación en los hechos que describe sobre su
padre. Se desarrolla la verdad ante la primera inversión dialéctica. Frente a esto, Dora
admite su complicidad con los amantes, la segunda formulación de la verdad. Freud
responde con la segunda inversión, interpreta que los celos de Dora no están dirigidos
hacia su padre por su relación con la Sra. K., sino de la relación de ésta con su propio
esposo. Esto conduce a Dora a una tercera formulación de la verdad, la atracción de
Dora por la Sra. K. que debería haber provocado en Freud una tercera inversión
dialéctica: su elección de objeto homosexual y el misterio de su propia feminidad
corporal, que tal vez habría llevado a un cuarto desarrollo –el recuerdo infantil de Dora-
mostrando su identificación imaginaria con el hermano en la que ha quedado atrapada.
Entonces se podría haber descubierto la identificación de Dora con Freud y el Sr. K.,
motivo de su agresividad, y se hubiera evitado la interrupción del tratamiento.
La teoría imaginaria de la transferencia, desarrollada en 1951, es conceptuada
como un proceso diádico, especular y narcisista en el que falta el tercero, el Otro que
remite al código y distribuye los papeles de la madre y el niño imponiendo la Ley del
Padre. Si el analista no se coloca como el tercero que tiene que operar el corte
(castración), ingresa a un campo imaginario en donde reverbera indefinidamente en la
situación tú-yo. Esto es lo que le pasa a Freud con Dora: identificado con el Sr. K.,
Freud quiere ser querido por Dora en lugar de señalar su vínculo homosexual con la Sra.
K.
Muchos años después, en 1964, Lacan propone la teoría simbólica de la
transferencia, según la cual, el discurso analítico es una estructura que queda definida al
comenzar la relación, cuando el analista introduce la regla fundamental. Desde ese
momento el analista ocupa un lugar determinado en la estructura recién formada, y es el
lugar S.S.S. El analista no deberá permitirle al paciente que lo coloque en ese lugar,
porque intenta con ello establecer una relación imaginaria y narcisista; debe denunciarlo
como un supuesto del paciente para alcanzar el nivel simbólico. De esta forma, como
todos sabemos, la función del analista es quedar finalmente excluido de la vida y la
mente del analizado.

Los tres registros


Lacan supone que en el origen mismo del deseo humano se encuentra la estructura de
tres registros: el de lo imaginario, el simbólico y lo real. Estas tres categorías fueron
objeto de un seminario de Lacan en 1974 - 75. El imaginario sólo se puede pensar en su
relación con lo real y lo simbólico. Debe entenderse a partir de la imagen que tiene el
niño cuando la mamá lo mira y reconoce su imagen ante el espejo, anticipando
imaginariamente la imagen total de su cuerpo; cree que está integrado, pero no es la
imagen real de sí mismo, sino el registro de la impostura, de la identificación. Es el
registro del yo con todo lo que éste implica de desconocimiento, de alienación, de amor,
y de agresividad en la relación dual. Al nombrarlo la madre le da un lugar a partir del
cual el mundo podrá organizarse, en donde lo imaginario puede incluir lo real y, al
mismo tiempo, formarlo. Lo simbólico se entiende a partir de esta nominación del niño.
En el registro de lo simbólico, se da un corte entre la madre y el niño, se refiere al
ingreso a la etapa edípica, mediante la aceptación de la castración, de la demora y de la
función paterna, la representación simbólica del padre que le evita al niño quedar a
merced del deseo de la madre. Estos dos registros son instrumentos de trabajo
indispensables para que el analista tome posición en la dirección de la cura, mientras
que lo real debe registrarse en el orden de lo imposible.
Lo real es lo que la intervención de lo simbólico expulsa de la realidad para un
sujeto, la aparición del objeto sin velos imaginarios. Es lo imposible lo que no puede ser
totalmente simbolizado a través de la palabra o la escritura, “el objeto de angustia por
excelencia”, que puede ser apaciguado por lo simbólico. Según Lacan “lo que no ha
venido a la luz de lo simbólico aparece en lo real” [PÁGINA?], por ejemplo en la
alucinación o en el delirio, como en el caso de Schreber, que recibe mensajes de Dios,
lo cual da cuenta, en lo real, de la falta de la forclusión (la alienación del sujeto
auténtico a otro sujeto) de esta función paterna. Lo real no puede ser encontrado por el
sujeto, escapa a la captación del sujeto; éste sería el trabajo del analista. Mediante la
escritura, Lacan, intenta dibujar lo real, privilegio de la clínica, utilizando el nudo
borromeo de las matemáticas dibujado por redondeles anudados conjuntamente,
describe el círculo de lo imaginario, de lo real y de lo simbólico. Al darle un marco
simbólico a la percepción de la realidad, el sujeto rechaza fuera de ese campo algo real
que a partir de ahí instala y que permanece siempre presente6.

La técnica de la escansión
Lacan cambió varios de los criterios básicos de Freud. Uno de esos cambios en la
técnica fue la interrupción de la sesión, más que la interpretación, para sacar al paciente
de las fascinaciones especulares cuando se impone el imaginario y queda obstaculizado
el acceso a la verdad. Cree que un corte adecuado logrará un efecto simbólico e
instaurará al Otro. Lleva al paciente de la palabra vacía (lo imaginario) a la palabra
plena (la verdadera historia). El acto puntúa, produce una salida del imaginario.
6
Roland Chemama, Diccionario de Psicoanálisis, p. 582.
El trabajo del analista
Lacan critica severamente a los psicoanalistas norteamericanos por la idea de del yo
autónomo, de las partes sin conflicto y de la adaptabilidad como objetivo terapéutico, al
estilo de la vida americana. Dice que estos psicoanalistas miden sus acciones en el
paciente sobre el principio autoritario de los educadores de siempre. Se suponen
organizados de las funciones más dispersas para prestar su apoyo al sentimiento de
inactividad del sujeto. Además, se le considera como autónomo por el hecho de que se
supone que está al abrigo de los conflictos de la persona.
Como vimos anteriormente, si el analista da la interpretación, va a ser recibida
como proveniente de la persona que la transferencia supone que es. La moral del
análisis no lo contradice, a condición de que se interprete ese efecto, a falta de lo cual el
análisis se quedaría en una sugestión grosera. (Al analista se le coloca en el imaginario,
por eso no debe corresponder al paciente, sino interpretarlo.) Es como proveniente del
Otro de la transferencia, como la palabra del analista será escuchada aún. Es, pues,
gracias a lo que el sujeto atribuye de ser al analista, como es posible que una
interpretación regrese al lugar desde donde puede tener alcance sobre la distribución de
las respuestas. Todo lo que tiene que responder es que es un hombre. Es del ser de lo
que se trata y del cómo. Por eso prefiere atenerse a su Yo y a la realidad sobre la cual
sabe un poquito. Se recurre a las inteligencias que hay que tener en el lugar,
denominado para esta ocasión la parte sana de su yo, la que piensa como nosotros.
Volver a tratar la transferencia como una forma particular de resistencia. ¿Quién es el
analista? ¿El que interpreta aprovechando la transferencia? ¿El que la analiza como
resistencia? ¿O el que impone su idea de la realidad? ¿Quién habla? Simplemente yo,
dice Lacan. Hasta aquí la transferencia queda ubicada en lo imaginario, donde el
analista y el paciente se reconocen uno en el otro y quedan prisioneros de su fascinación
narcisística. Desde su perspectiva, el proceso analítico sólo se logra en el momento en
que el analista transforma esa relación dual en simbólica, para lo cual es necesario que
rompa la relación diádica y ocupe un tercer lugar. El lugar del código, el lugar del gran
Otro.
Según él, hay que abandonar el orden de lo imaginario, que es el orden de las
relaciones duales y narcisísticas, para elaborar un tipo de pensamiento conceptual o
abstracto, simbólico. Ese pensamiento es lo que permite el acceso al orden de lo real.
Jaques-Alain Millar piensa que las ideas de Lacan son parecidas a las de Klein en
relación a la posición depresiva y de la pérdida de objeto, por que la posición del
analista consiste en desaparecer, en no permitir que la situación imaginaria domine el
cuadro: el psicoanalista debe estar siempre en el lugar del gran Otro7.
Entonces queda claro que es inevitable que el analista quede incluido en la
relación dual del estadio del espejo. Sin embargo, es otra cosa muy distinta que ocupe el
tercer lugar que exige el orden de lo simbólico.

¿Cuál es el lugar de la interpretación?


Lacan piensa que la interpretación ha ocupado un mínimo lugar en la práctica
psicoanalítica. No hay autor que trate de dar una interpretación sin hacer uso de otras
intervenciones verbales, explicaciones, gratificaciones, respuestas de la demanda.
Incluso una expresión articulada para empujar al sujeto a tomar una visión (insight)
sobre una de sus conductas, y especialmente en su significación de resistencia, puede
recibir un nombre completamente diferente, confrontación, por ejemplo, aun cuando
fuese la del sujeto con su propio decir, sin merecer el de interpretación, por sólo ser un
esclarecedor. Parece que se trata de forzar la teoría a fin de encontrar en ella la metáfora
que le permita expresar lo que la interpretación aporta de resolución en una ambigüedad
intencional, de cierre de un carácter incompleto que sin embargo sólo se realiza a
posteriori.
Ningún índice basta en efecto para mostrar dónde actúa la interpretación, si
no se admite radicalmente un concepto de la función del significante, que capte
dónde el sujeto se subordina a él hasta el punto de ser sobornado por él.
La interpretación, para descifrar la diacronía de las repeticiones inconscientes,
debe introducir en la sincronía de los significantes que ahí se componen algo que
bruscamente haga posible su traducción –lo que permite la función del Otro en la
ocultación del código, ya que es a propósito de él como aparece su elemento faltante.
Lacan le da mucha importancia al significante (lo simbólico) en la localización de la
verdad.
Para introducir al analizante al lenguaje del inconsciente, el analista debe hacer
valer el carácter polisémico (quiere decir que una misma palabra tiene varios sentidos
diferentes) de lo que se dice en la cura y, especialmente, de las palabras maestras (las
que implican el concepto de significante) que orientaron la historia del paciente, esto es
lo que Lacan llamó el enigma. El analista presta atención a la cadena de significantes
7
Horacio Etchegoyen, Los fundamentos de la técnica p p. 151.
que puede recortarse, en el inconsciente, de una manera totalmente distinta. La
interpretación debe hacer valer, o al menos dejar abiertos, los efectos de sentido del
significante. Esto lo logra principalmente siendo enigma. El sentido de la interpretación
queda abierto al cuestionamiento del analizante, no se clausura en el establecimiento de
una imagen de sí definitiva y alienante. La interpretación no hace otra cosa que
introducir al sujeto a significaciones nuevas8.
Para dar un ejemplo del trabajo clínico me refiero al tratamiento de un paciente
atendido por el Dr. Jaime Suárez. El Dr. Suárez me comentó que llegó al análisis
quejándose de que es muy celoso con sus parejas. Casualmente encuentra chicas que le
son infieles y hasta las ha visto en relación con otro. Cuando sale de viaje suele decirle a
un amigo que le encarga a su novia y, en una ocasión, la novia acaba como pareja del
amigo. De pronto en una sesión dice que le “calienta” ver a su novia en pareja con otro.
La intervención del analista es sólo acentuar la aparición del fantasma al repetir
“calienta” para intentar que el analizando se de cuenta de que aquello de lo que él se
queja es lo que él mismo provoca: él promueve que las novias estén con otro porque
eso es sumamente excitante para él. Aunque esto sea lo que el analista ve, no es lo que
interpreta; simplemente acentúa la palabra que da pie a la entrada del fantasma; se hace
un corte en el discurso del paciente. Así, se cuestionan las certezas que hasta ese
momento trae el paciente.
Lacan cree que el analista debe reconocer los efectos del significante en el
advenimiento del significado, única vía para concebir que, inscribiéndose en ella, la
interpretación puede producir algo nuevo.
Lacan vuelve a centrar al psicoanálisis en el campo del lenguaje, ya que piensa
que el inconciente tiene la estructura radical del lenguaje. Al traducir el juego del niño
del carrete, en Fort! Da! (lo que aparece y desaparece), el alemán hablado por el adulto,
Freud pone la semilla para dar lugar a un orden simbólico que preexiste al sujeto infantil
y según el cual le va a ser preciso estructurarse. No hay otra resistencia al análisis que la
del analista mismo.
Lo grave es que hay analistas que toman al revés la secuencia de los efectos
analíticos, como si la interpretación fuera la apertura de una relación más amplia donde
por fin nos comprendemos. Desde esa perspectiva, la interpretación se convierte en una
exigencia de la debilidad a la cual tenemos que venir en ayuda, así como la transferencia

8
Chemama, Diccionario de Psicoanálisis, p. 361.
en la seguridad del analista, y la relación con lo real, en el terreno donde se decide el
combate.
Freud, en el “Hombre de las Ratas”, empieza por introducir al paciente a una
primera ubicación de su posición en lo real, aunque ello hubiese de arrastrar una
precipitación, una sistematización de los síntomas. Otro ejemplo es cuando obliga a
Dora a comprobar que ese gran desorden del mundo de su padre, cuyos prejuicios son el
objeto de su reclamación, ella misma ha hecho más que participar en él, que se había
convertido en su engranaje y que no hubiera podido proseguir sin su complacencia, su
posición del “alma bella” en cuanto a la realidad a la que acusa. Según Lacan, con la
ayuda desinteresada, la vocación de curar, “el alma bella” y la llamada “ley del
corazón” se mantienen las imagos narcisistas. No se trata de adaptarla a ella, sino de
mostrarle que está demasiado bien adaptada, puesto que concurre a su fabricación. Es
entonces cuando el analista cuestiona una certeza del paciente. Freud reconoció que ése
era el principio de su poder, ese poder no le daba la salida del problema sino a
condición de no utilizarlo, pues era entonces cuando tomaba todo su desarrollo de
transferencia. A partir de ese momento ya no está en su proximidad a quien se dirige, y
ésta es la razón de que le niegue la entrevista cara a cara.
La cura debe ser ordenada, según un proceso que va de la rectificación de las
relaciones del sujeto con lo real, hasta el desarrollo de la transferencia, y luego a la
interpretación.
Lacan critica a los psicólogos del Yo por cambiar la perspectiva de Freud y
analizar las defensas antes que las pulsiones. Cree que esto es erróneo por el sólo hecho
de que supone que defensa y pulsión son concéntricas y están, por decirlo así,
moldeadas la una sobre la otra. Borrar el deseo del mapa cuando ya está encubierto en el
paisaje del paciente no es la mejor continuación de la lección de Freud.

El papel de la transferencia
Lacan hace referencia al trabajo de Daniel Lagache, quien plantea la alternativa
de la naturaleza de la transferencia entre necesidad de repetición o repetición de la
necesidad. En el segundo periodo del análisis la relación con el analista y su frustración
sostiene la escansión: la frustración, agresión y regresión, en la que se inscribirían los
efectos más fecundos del análisis.
Lacan critica tres de los enfoques que hasta ese momento habían hablado de la
transferencia y de cómo abordarla. Primero toma las teorías genéticas que tienden a
fundamentar los fenómenos analíticos en los momentos del desarrollo interesados en
ellos y alimentados por la observación directa del niño, con una técnica particular, la
que dirige el procedimiento hacia el análisis de las defensas. Las relaciones del
desarrollo con las estructuras, manifiestamente más complejas, que Freud introduce en
la psicología, motivaron la necesidad de tratar de insertar en las etapas observables del
desarrollo sensorio-motor y de las capacidades progresivas de un comportamiento
inteligente esos mecanismos que se suponía se desprendían de su progreso.
El otro enfoque que Lacan revisa es el de las teorías de las relaciones de objeto.
Parte de Abraham, piensa que este autor es parcial porque trata de medir el grado de
curabilidad del sujeto por su capacidad de amar. Es especialmente por esta carencia
donde fracasaría el tratamiento de la psicosis. La transferencia calificada de sexual está
en el principio del amor objetal. La capacidad de transferencia mide el acceso a lo real.
A la inversa de los presupuestos de los genetistas, esta perspectiva le da más énfasis a lo
instintual, y, “toma sus imágenes de la maduración de un objeto inefable, el objeto con
una O mayúscula que gobierna la fase de la objetalidad. Esta teoría opone el carácter
pregenital al carácter genital, atribuyendo al carácter pregenital los rasgos acumulados
del realismo proyectivo, de la restricción de las necesidades por la defensa y del
aislamiento protector en cuanto a los efectos de destrucción que lo connotan”.( Escritos
I, p.238) Llama “novela rosa”9 al hecho de pretender un paso de lo pregenital a lo
genital, donde las pulsiones no toman ya ese carácter de necesidad de posesión
incoercible, ilimitada, incondicional y que supone un aspecto destructivo. Ahora son
verdaderamente tiernas, amantes, desinteresadas y son capaces de comprensión, de
adaptación al otro. La estructura íntima de esas relaciones muestra que la participación
del objeto en su propio placer para sí es indispensable para la felicidad del sujeto.
El tercer error al que hace alusión es la noción de introyección intersubjetiva por
instalarse en una relación dual. Analiza el concepto de introyección en Ferenczi,
identificación con el Superyó del analista en Strachey y trance narcisista terminal en
Balint. Piensa que ellos le dan importancia a la fantasía de devoración fálica a expensas
de la imagen del analista. “Ilustran la función privilegiada del significante falo en el
modo de la presencia del sujeto en el deseo. Además, desconocen la naturaleza de la
incorporación simbólica, excluyendo que se consume cualquier cosa real en el análisis y
no toman en cuenta que todo lo que se produce no puede ser otra cosa que imaginario,
con lo cual no queda sino la distancia para ordenar esta relación imaginaria entre los
9
Jacques Lacan, Escritos I, p. 237.
objetos. Hacer esta distancia engendra, dice Lacan, contradicciones insuperables. No es
la distinción del objeto, sino más bien su intimidad demasiado grande para el sujeto la
que parecería, según Ferenczi, caracterizar al sujeto. La técnica del acercamiento, la
reducción de esa distancia a cero en lo real, es una paradoja teórica. Se toma de lo real
el desarrollo de la situación analítica.” (Escritos I, p. 239)

Para Lacan la única tarea que se le debe pedir al paciente es la de asociar


libremente. El analista debe respetar la asociación y no imponer nada que no tenga que
ver con el reconocimiento del inconsciente a través del lenguaje. Por ejemplo, si una
persona trae una vestimenta muy llamativa el analista tendrá que estar muy atento a
cualquier significado simbólico que dé lugar a interpretarlo, pero mientras eso no
suceda, el analista debe quedarse callado porque probablemente es algo que no tenga
ningún significado inconsciente para el analizando.
Más que ser el analizando el que tiene resistencias, es el analista el que produce
la resistencia en el proceso de aparición del inconsciente cuando se coloca en el lugar de
objeto a (causa del deseo) y no rompe con el imaginario.
Al principio del proceso, el analizando despliega todos sus síntomas; después,
empieza a hablar de sus fantasías, para llegar hacia, ya avanzado el análisis, el fantasma.
El fantasma es la comprensión espontánea de un conflicto; aparece de manera
momentánea y es el surgimiento del inconsciente a través de la palabra. Se relaciona
con la imago o representación fragmentada de sí mismo; cree que estas imágenes
fantasmáticas son originarias y forman parte de lo heredado en el ser humano. Por eso,
cuando se cuestiona la imago omnipotente, poderosa con la que el paciente se ha
identificado en el estadio del espejo, puede sentirlo como agresivo. Pero si el
cuestionamiento resulta posible, es porque en alguna parte de su mente, el paciente
percibe la posibilidad de ser fragmentado, criticado o desintegrado. El final de la cura
tiene que ver con la llegada que hace el propio analizando a este fantasma, el último
nudo en la cadena de significantes, el más oculto. Con Lacan no se cree en la palabra
‘progreso’ sino en el atravesamiento del fantasma como un viaje o una travesía, no
como el paso de un lugar a otro. Lacan no está de acuerdo con una clínica del síntoma10.
El análisis no es moralizante ni educativo. Lacan no cree que la terminación sea
la identificación con el yo fuerte del analista, sino que el analista se tiene que colocar en

10
Vid. Millar, Dos dimensiones clínicas: síntomas y fantasma.
el objeto A. El analista debe pasar de la relación del imaginario a la de la
simbolización, donde se presenta ante el analizando como el gran otro “O”.
El Dr. Modesto Garrido, con muchos años de experiencia, opina que es muy
bajo el porcentaje de pacientes que logran terminar un análisis. En su experiencia
personal quizá un 10% de pacientes que inician, completan el tratamiento.
Lacan no estaba preocupado por terminar un proceso terapéutico con sus
pacientes. Con este enfoque, el analista no trata de retener a sus pacientes cuando éstos
deciden irse. Sólo en caso de que el paciente esté en una situación de riesgo, el analista
podría intentar que el analizando tome conciencia de esta situación. Sin embargo,
opinan que es el paciente el que debe tomar esta decisión.

Caso clínico
Se trata de un paciente joven que estuvo durante ocho años en análisis. La demanda que
llevó al inicio de su análisis fue su preocupación por saber cómo se inscribía él en su
mundo familiar. Fue el primogénito de una familia de cinco hermanos. El padre sólo se
aparecía de vez en cuando en la casa para dejar embarazada a la madre, quien tuvo que
fungir como padre y madre a la vez. Él no sabía por qué el padre iba y venía, y su
actitud entonces era muy crítica hacia él: decía que el padre sólo le daba dinero a la
mamá. La intervención del analista podría confrontarlo al preguntar: ¿Crees que tu
padre sólo le daba eso a tu mamá?
La imagen que creó de su padre fue la de un hombre muy importante, de buena
posición laboral, social y económica. Después de un tiempo de análisis, reconoció que
esa imagen es totalmente falsa. Aunque de alguna manera, el hecho de ver así al padre
lo sostenía; entonces pudo aceptar que es mentira lo que había dicho. La madre sabía
que era la segunda mujer de este hombre.
Él guardaba una pluma que le regaló el padre; siempre la traía consigo, pero un
tiempo la había olvidado. En un asalto estando con su novia, le robaron la pluma y
aunque él se resistió a entregarla, se dio cuenta, durante el análisis, que aunque no
tuviera la pluma, había algo de la transmisión del padre que no le robaron. Esta novia se
convirtió en una pareja estable y decidieron tener un hijo, aunque después de varios
intentos, se dieron cuenta que ella era infértil.
En este caso, el analista es el que sostiene la imagen del gran otro, “O”, es un
imaginario en la mente del paciente. El fin de este análisis lo visualizó el analista un año
y medio antes de terminar, aunque no le dijo nada al paciente. El paciente había
decidido ser psicoanalista. En una ocasión, estaba escribiendo en su escritorio y tuvo la
sensación de que estaba siendo observado desde atrás de la ventana que daba a su
estudio. Cuando narró la experiencia en el consultorio, recordó al “nahual”,
representante del espíritu animal en una de las culturas precolombinas; es otro yo que
observa desde dentro. Para el analista, quedó claro que no se trataba de una situación
delirante, sino de una situación de comprensión de sí mismo.
En ese momento del análisis, el paciente contó que sabía de varias personas
cercanas a él que habían ido a consultar a una bruja, y que él lo había considerado
también. El analista le preguntó que, de estar enfrente de ella, qué le preguntaría.
Después de pensar, él le contestó que le gustaría saber sobre la imposibilidad de su
mujer de tener hijos, sobre el cáncer de una amiga conocida también por el analista y
sobre el SIDA de otro amigo. Ante esta respuesta, el analista pensó que estos temas
conllevaban dos ideas: la de nacimiento y muerte, principios y finales. Al hacerle la
observación de que no había preguntado nada sobre él, dijo: “no hay nada que quiera
saber de mí”. En cambio, le dice al analista: “Me gustaría que me digas todo lo que
sabes de mí”. El analista pregunta: ¿Qué crees que sé de ti? Y el paciente responde:
“Nada, tú no sabes nada de mí”. En ese momento, el analista se desmorona como el
Sujeto Supuesto Saber.
El sujeto es un sujeto en duelo, está por perder ese objeto imaginario. En la idea
de ir a ver a la bruja, se nota la necesidad de ir a buscar a otro objeto porque el deseo se
va desplazando de objeto a objeto. El analista no se puede cristalizar como el gran Otro;
tiene que caer de ese lugar.
El analista interviene sin traer en mente la referencia teórica, sino buscando
referentes en el discurso del paciente; no desconoce que hay momentos en los que es
necesario hacerlo. Pero nunca a la manera en que Klein le interpreta a Richard su juego,
porque es una manera de imponerle una idea que no surge del niño, sino que se
construye en la mente del analista.
Podemos suponer que el paciente se ha curado porque se han producido
enigmas, no respuestas. Se trata de que el paciente recuerde, repita y elabore (Freud,
“Recuerdo, repetición y elaboración”). En ocasiones, se debe usar la técnica de la
escansión para que el paciente se vaya pensando y el trabajo de elaboración se haga
afuera del consultorio. En una ocasión, Lacan tenía un paciente que vivía en Alsacia, un
lugar al sur de París, y tenía que hacer dos horas de viaje al consultorio. Después de un
tiempo, le reclamó a Lacan que estaba invirtiendo mucho tiempo para tener sólo 10
minutos de sesión, a lo que Lacan le respondió que no estaba contando el tiempo en el
que, en el trayecto de llegada, pensaba todo lo que iba a decir y en el de regreso, todo lo
que le dejó el análisis, con lo cual tenía en realidad cuatro horas de análisis.
Por ejemplo, una paciente con rasgos obsesivos se la pasó durante mucho tiempo
narrando lo cotidiano con tanto detalle, que producía una sensación de aburrimiento en
el analista. En una ocasión, relató un sueño en donde iba a la universidad en coche,
pasaba ahí todo el día y cuando salía, buscaba el coche pero no lo encontraba. Entonces
aparecía su hermana y decía: “yo sé dónde está tu coche, pero te robaron la luz”; la
paciente preguntaba varias veces “¿me robaron la luz?”. El analista que, hasta entonces,
se encontraba un tanto desesperado por el discurso de esta paciente, decide intervenir y
dice: “¿Se trata de una historia de aborto?” Aquí, el analista se ha colocado en el lugar
que Lacan llama del Sujeto Supuesto Saber, como un oráculo, se coloca más allá del
discurso del paciente. A veces esto es necesario, ya que a partir de esta intervención, la
paciente ya no relata sus detalles de la vida cotidiana, sino las cosas que no entiende de
ella misma. Debemos encontrar un significante, es decir, palabras que se repiten muchas
veces en el discurso, como en el caso del sueño “me robaron la luz”, que da lugar a
pensar en alumbramiento o nacimiento en la mente del analista.
Para Lacan el analista debe estar atento a la negación, esto es, al “no”, “nunca”,
“jamás”. Y tener aun mucho más cuidado con las dobles negaciones. Aunque el
paciente conteste con un “no” a la interpretación, no se interpreta como defensa o
resistencia. Se interpreta desde la transferencia.
Para Lacan, un análisis no se puede dar por terminado si no se ha producido
nada en el orden del horror y aunque pudieron haber existido momentos terapéuticos, no
se puede decir que el análisis ha llegado al fin. Con esto se refiere a ese momento de
confrontación con algo de mí que no es aprehensible. El analista es el sujeto del
enunciado que debe dudar de lo que digo. Es el momento en que aparece la pulsión sin
el objeto, el momento en que te permite leerte [PERMITE AL ANALISTA LEERSE A
SÍ MISMO?], como el paciente que dice que siente los ojos del “nahual” que lo miran.
El paciente debe aceptar la fantasía de que el otro está castrado, aunque sea el otro y no
uno mismo, como cuando el paciente le dice a su analista: “tú no sabes nada”.
En última instancia, según Lacan, debemos llevar al paciente al orden de lo
simbólico, superar su alienación, resolver el Edipo, restaurar la palabra plena. Permitir
su transformación de sujeto alienado a sujeto de su historia.

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