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18/05/2011 11:49 a.m.

La Muerte: Remedio para la Carnalidad

En mi vecindario hay una muchacha que representa todo lo que yo deseo


sensualmente, o sea, en mi carnalidad. Es una joven alta, de facetas femeninas
curvilíneas, robustas y firmes. No tan sólo su cuerpo, su cabello largo, y su rostro
hermoso.
Siempre, cuando la veía por la calle, o viajando en el ómnibus, no podía resistir admirar
su belleza, y cruzar el límite de satisfacer mis deseos lascivos (no estoy hablando de
fantasías sexuales, sino tan sólo el deseo de la carne).

Hoy, volviendo de la tienda, mientras iba caminando, me detuve para escribir unas
frases que Dios me dio para escribir en mi libreta. Cuando terminé de escribir, me di
cuenta que la chica estaba justo en frente, al otro lado de la calle, y que la había visto, aun
antes de empezar a escribir. Ella me miraba, pero lo que me llamó la atención es que yo
no la miré como la solía mirar antes, sino que la miré como cualquier otra muchacha, ni
siquiera me percaté de quién era.
Es como si mis ojos lascivos estaban tapados, cegados por ese momento, mientras
escribía inspirado por Dios. Mi gozo estaba puesto en las cosas de Dios, y mi atención no
tenía lugar ni espacio para mirar a esta muchacha con ojos lascivos.
En ese momento me se reveló a mi corazón una gran verdad:

La carne, la inclinación al pecado de la lascivia, no puede ni debe ser resistido por


nuestras fuerzas, nuestra disciplina o esfuerzo humano. Sino que NUESTRO CORAZÓN
es la que debe cambiar. De nada sirve pedirle a Dios fuerzas para resistir u oponerme a
las tentaciones de mi carne, sino más bien debo pedirle que me dé un corazón que lo
busque a él con un fervor que supere mi pasión por la lascivia. Debo MORIR yo, para
que VIVA él. No sólo eso, debo RECONOCER que estoy muerto, y que Cristo vive en mí.
Porque él murió en la cruz, todos nosotros morimos juntamente con él, y él cargó con
mis pecados en la cruz del calvario.

“¿Qué, pues, diremos? ¿Perseveraremos en el pecado para que la gracia


abunde?
En ninguna manera. Porque los que hemos muerto al pecado, ¿cómo viviremos
aún en él?
¿O no sabéis que todos los que hemos sido bautizados en Cristo Jesús, hemos
sido bautizados en su muerte?
Porque somos sepultados juntamente con él para muerte por el bautismo, a fin
de que como Cristo resucitó de los muertos por la gloria del Padre, así
también nosotros andemos en vida nueva.
Porque si fuimos plantados juntamente con él en la semejanza de su muerte, así
también lo seremos en la de su resurrección;
sabiendo esto, que nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con él,
para que el cuerpo del pecado sea destruido, a fin de que no sirvamos más
al pecado.
Porque el que ha muerto, ha sido justificado del pecado.
Y si morimos con Cristo, creemos que también viviremos con él;
sabiendo que Cristo, habiendo resucitado de los muertos, ya no muere; la
muerte no se enseñorea más de él.
Porque en cuanto murió, al pecado murió una vez por todas; mas en cuanto
vive, para Dios vive.
Así también vosotros consideraos muertos al pecado, pero vivos para
Dios en Cristo Jesús, Señor nuestro.
No reine, pues, el pecado en vuestro cuerpo mortal, de modo que lo obedezcáis
en sus concupiscencias;
ni tampoco presentéis vuestros miembros al pecado como instrumentos de
iniquidad, sino presentaos vosotros mismos a Dios como vivos de entre los
muertos, y vuestros miembros a Dios como instrumentos de justicia.
Porque el pecado no se enseñoreará de vosotros; pues no estáis bajo la ley, sino
bajo la gracia.”
-Rom. 6:1-14

¿Se entiende el mensaje?


Quiere decir que somos hipócritas y falsos si tan sólo reconocemos que nuestras pasiones
son pecaminosas y nada más. No basta con eso, debemos reconocer, admitir y confesar
que es TODO NUESTRO CORAZÓN la que debe cambiar, no tan sólo nuestros hábitos
inmorales. No somos NADA delante de Dios, somos POLVO, y nada más. Somos
PECADORES por esencia, y siempre seremos inferiores a la Santidad del Altísimo. Pero
si reconocemos esto con un corazón humillado delante de Él, es ÉL, no nosotros, quién se
vestirá de nuestro cuerpo mortal, es ÉL quién tomará forma de nuestro cuerpo, es ÉL
quién manifestará el poder de su resurrección en nuestro cuerpo mortal.
¡Es necesario que muera yo, para que VIVA ÉL!

“a fin de conocerle, y el poder de su resurrección, y la participación de sus


padecimientos, llegando a ser semejante a él en su muerte”
-Fil. 3:10

“Haced morir, pues, lo terrenal en vosotros: fornicación, impureza,


pasiones desordenadas, malos deseos y avaricia, que es idolatría;”
-Col. 3:5

“llevando en el cuerpo siempre por todas partes la muerte de Jesús, para que
también la vida de Jesús se manifieste en nuestros cuerpos.”
-2Co. 4:10

“Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en
mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual
me amó y se entregó a sí mismo por mí.”
-Gál. 2:20

Esto es lo que significa que nuestra carne debe morir (notemos que la Palabra habla de
“morir”, no evitar, disciplinarse, esforzarse, concentrarse, darse una ducha de agua fría,
etc.), para que el espíritu pueda ser vivificado. No hay otro remedio para nuestras
pasiones, no es en nuestras fuerzas o disciplinas, por más santas o espirituales que sean,
la que nos libra del poder de la carne y el pecado, ¡es Su Espíritu, y nada más que Su
Santo Espíritu!

“Entonces respondió y me habló diciendo: Esta es palabra de Jehová a


Zorobabel, que dice: No con ejército, ni con fuerza, sino con mi Espíritu,
ha dicho Jehová de los ejércitos.”
-Zac. 4:6

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