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COSMOGONÍA Y TEOGONÍA EN EL MUNDO CLÁSICO.

1. El Caos y sus descendientes.

Los orígenes y genealogía de los dioses están narrados en la Teogonía


de Hesíodo. De su relato, que tiene algunos paralelos en mitos acadio-
babilonios y orientales en general, y de los relatos mitográficos posteriores
resulta como hilo conductor de la mitología teogónica el llamado mito de la
sucesión, que empezando en el Caos y en sucesivos extractos tan
cosmogónicos, continúa con los tres ocupantes que se suceden en el trono de
los dioses: Urano, Crono (Saturno), que lo destrona, y Zeus (Júpiter), que
destrona también a su padre.

Para Hesíodo lo primero fue el Caos, pero, ni lo describe, ni dice qué


fue. Nota: Por su etimología debió concebirlo como un vacío, abertura o
abismo. Ovidio al comienzo de sus Metamorfosis indica que era un confuso
montón de gérmenes o elementos informes e indeterminados. Tampoco dicen
claramente Hesíodo ni Ovidio si el Caos era o no un dios, aunque por el
contexto general parece ser que así lo consideraba.

La descendencia del Caos son el Érebo (las tinieblas infernales) y la


Noche, los cuales engendraron al Éter y al Día, divinidades poco
personalizadas. Más tarde, la Noche por sí sola engendra, en primer lugar, a
una serie de abstracciones conceptuales de escasa actuación mítica (entre las
que se destacan: Tánato, Hipno, etc.) y, sobre todo, a las Hespérides, a las
Moiras (asimiladas a las Parcas latinas), a Némesis y a Eris (la Discordia).

2. La Tierra y sus descendientes.

En cuanto a Gea (la Tierra), ésta es lo que sigue al Caos, sin precisar si
procede de él o de qué manera surge. También surgen de él el Tártaro y el
Amor (Ἔρος, que no hay que confundir con Ἔρως, el hijo de Afrodita). Gea es
la Tierra, concebida como elemento primordial del que surgieron las razas
divinas. El papel que desempeña en la Teogonía hesiódica es grande, pero
nulo en los poemas homéricos.

Sin intervención de ningún elemento masculino Gea engendró a Urano


(el Cielo), que la recubre, a las Montañas y al Ponto, personificación masculina
del elemento marino. Después del nacimiento de Urano y Ponto se unió a ellos;
por eso, sus hijos no fueron ya simples potencias elementales, sino dioses
propiamente dichos.

De Urano tuvo dieciocho hijos: los seis Titanes (Océano, Ceo, Crío,
Hiperión, Jápeto y Crono), las seis Titánides (Tea, Rea, Temis, Mnemosine,
Febe y Tetis), los tres Cíclopes (Brontes, Estéropes y Arges) y los tres
Hecatónquiros (Coto, Briareo y Giges).

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Urano, erigido soberano del Universo, temía que alguno de los hijos que
Gea le daba usurpara su trono y, para evitarlo, les encerraba nada más nacer
en el seno de la madre. Por dolor de sus entrañas hinchadas y la furia
provocada por el trato deparado a los frutos de su vientre Gea tramó una
sublevación para la que solicitó la ayuda de sus hijos. Sólo Crono, el menor de
los Titanes, escuchó su llamada: con una hoz recibida de su madre esperó la
visita de Urano a Gea y a su llegada le segó los genitales; arrojados al mar y
mecidos por las olas produjeron una inmensa espuma blanca de la que nació
Afrodita.

La sangre de la herida cayó en Tierra fecundándola y dio lugar a los Gigantes,


a las ninfas melias (ninfas de los fresnos) y a las Erinias (Furias). Conseguido
su propósito, Crono destronó a Urano y liberó del seno de Gea a sus
hermanos, quienes lo reconocieron como soberano. Se casó éste con su
hermana Rea, de la que tuvo seis hijos, a los que devoraba nada más nacer
para evitar, como antes temiera su padre que alguno le destronara.

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Pero Rea, al dar a luz al último de sus hijos, Zeus, entregó a Crono una piedra
envuelta en pañales después de haber dejado al niño oculto en la isla de Creta,
donde fue criado por unas ninfas con la leche de la cabra Amaltea, con cuya
piel se confeccionó la égida o escudo. Ya adulto, Zeus obligó a su padre a
vomitar a sus hermanos y entabló contra él una guerra, en la que participaron
los dioses. Componían el bando de Zeus sus hermanos, los Hecatonquiros, los
Cíclopes y la oceánide Estigia, extensa laguna subterránea que recibiría por su
ayuda el privilegio de recibir el juramento sagrado de los dioses (su
incumplimiento suponía la privación de los poderes divinos y un profundo
sueño durante un larguísimo período). Los Titanes y parte de sus hijos
formaban el bando de Crono. La lucha (titanomaquia) se resolvió a favor de
Zeus.

Los vencidos fueron desterrados: Crono tuvo que marchar a Italia y los demás
quedaron encadenados en el Tártaro. Los vencedores pasaron a ocupar el
Olimpo y los más importantes recibieron la denominación conjunta de dioses
olímpicos, subordinados a Zeus.

Gea, indignada por la suerte de los Titanes, instó a los Gigantes, según
Ovidio seres colosales con mil manos y serpientes por piernas, para que
vengaran la afrenta. A los dioses les habían vaticinado que no vencerían si un
mortal no peleaba a su lado; Heracles los ayudó. Todos los dioses lucharon
valientemente (gigantomaquia) y mataron a muchos Gigantes. Zeus fulminó a
los restantes y Heracles remató con sus flechas a los moribundos.

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Después de la derrota de los Gigantes Gea no se dio por vencida y uniéndose
a Tártaro engendró a un hijo terrible, Tifón, que sobrepasaba las montañas y
con sus manos extendidas alcanzaba el occidente y el oriente, además
arrojaba fuego por la boca. Asustados, los dioses huyeron del Olimpo y se
metamorfosearon en diferentes animales. Zeus se enfrentó a él con una hoz y
le disparó sus rayos, pero Tifón lo inmovilizó, le cortó los tendones de las
manos y los pies, y lo encerró en una cueva. Hermes y Pan lo liberaron y le
pusieron de nuevo los tendones. Zeus recobró su fuerza y son sus rayos
persiguió a Tifón hasta que logró vencerlo.

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ANTROPOGONÍA EN EL MUNDO CLÁSICO
Desde el punto de vista de la mitología griega el hombre procede de la unión
sexual de dioses y diosas, cuyos descendientes irían poco a poco degenerando hasta
llegar a convertirse en mortales. Con todo, se ha intentado explicar el origen de la
humanidad de otros modos, y así aparecen en la tradición mítica múltiples formas de
creación (como la de los mirmidones, habitantes de Egina, a partir de hormigas, al
pedírselo Eaco a su padre Zeus ante la despoblación de la isla), e incluso una leyenda
tardía nos presenta a Prometeo modelando al hombre(s) con arcilla y a Atenea
infundiéndole el espíritu de la vida. No obstante, el hecho cierto es que, en coincidencia
con la mitología de otros pueblos, la explicación más racional nos la ofrece el mito de
las edades.

Al principio, durante el reinado de Crono, los dioses crearon una raza de


hombres de oro, y dioses y hombres convivían felices en la tierra, que producía
espontáneamente el alimento para los humanos. Estos hombres no envejecían y la
muerte era similar a un sueño. Al desaparecer la raza de oro sin explicarse la causa en
los textos, sus componentes se convirtieron en espíritus benévolos y protectores de la
humanidad superviviente. Establecido Zeus en su trono, los dioses instauraron una raza
de hombres de plata (que habría sido creada por Prometeo) compuesta por seres de
espíritu infantil que peleaban continuamente, por lo que los dioses los abandonaron
marchando al cielo, aunque la Justicia tan sólo se alejó y ocultó en los montes. Los
hombres de plata, ignorantes, no querían dar culto a los inmortales y Zeus los
exterminó, pasando a ser los muertos bienaventurados que aún gozan de cierta
consideración. Zeus formó después a los hombres de bronce, frenéticos y salvajes
guerreros que se extinguieron víctimas de sus enfrentamientos, yendo sus almas a
poblar en el anonimato el reino de Hades. También se dice que Zeus castigó a estos
hombres de bronce con el diluvio pero dejó que se salvaran únicamente Deucalión (hijo
de Prometeo) y Pirra (hija de Epimeteo y Pandora). Por consejo de Prometeo
construyeron un arca en la que estuvieron nueve días y nueve noches y cuando finalizó
el diluvio y las aguas empezaron a bajar, el arca quedó varada en el monte Parnaso. Al
salir y ver desierto el mundo pidieron, bien a Zeus, bien a Temis la repoblación de la
tierra. Se les ordenó que con la cabeza cubierta arrojaran tras de sí los huesos de su
madre. Tras su desconcierto inicial, dedujeron que con su madre se refería a la Tierra y
los huesos debían ser las piedras. Así lo hicieron y de las que arrojaba Deucalión nacían
hombres y de las de Pirra, mujeres. Según Hesíodo antes de esta nueva edad creó Zeus
una generación de semidioses justos y valientes (edad de los
héroes) que, tras morir en grandes empresas, pasaron a las
Islas de los Afortunados donde habitan felices. La raza de
hierro es la actual, condenada al trabajo para conseguir el
sustento y sometida a luchas fratricidas; en esta ocasión,
incluso la Justicia emigró de la tierra y fue catasterizada en la
constelación llamada Virgo. Esta raza está destinada a
extinguirse por su propia injusticia, no sin antes vivir entre
penalidades y efímeros gozos. Mezclado con el mito de las
edades, cuyo significado de degeneración moral es evidente,
surge la actuación de Prometeo y la creación de la primera
mujer en la edad de plata. En efecto, tras la marcha de los
dioses al cielo Prometeo convence a los hombres para que

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repartan los restos del buey que van a inmolar a Zeus en dos porciones, poniendo en una
los huesos rodeados de la mejor grasa y en otra la carne cubierta con las tripas del
animal; hecho esto, se lo ofreció a Zeus, que eligió la poción de los huesos. Irritado, el
rey de los dioses les privó del fuego, pero Prometeo lo recuperó para los hombres
robándolo.

Entonces, Zeus condenó a Prometeo encadenándolo en el Cáucaso, donde cada


día un áquila o un buitre le devoraba el hígado, que se regeneraba cada noche;

y castigó a los hombres con la creación de Pandora, que, fabricada por Hefesto
con barro y equipada con todos los dones por los dioses, fue entregada a Epimeteo
provista de una jarra de la que, destapada por la imprudente mujer, saldrían todos los
males y se diseminarían entre la humanidad

La sugerente historia de Prometeo, símbolo de la


libertad y la rebeldía, ha inspirado, entre otros muchos, a
Calderón (La estatua de Prometeo, 1669, con semejanzas
entre Prometeo y Cristo), Goethe (Prometeo y Pandora,
ambos inconclusos), Byron (1816), Mary Shelley
(Frankenstein o el moderno Prometeo), P. B. Shelley
(Prometeo liberado, 1820), Camus (Prometeo en los
infiernos, 1942), Gide (Prométhée mal enchaîné, el águila
es la conciencia moral del hombre) y D'Ors (Nou
Prometeu encadenat, con alusiones autobiográficas -su
huida de Barcelona y posterior persecución-). En música
Las criaturas de Prometeo (1801) de Beethoven,
Prometeo (1900) de Gabriel Fauré, la ópera Prometeo
(1968) de Orff, y se puede citar la "composición" de
Antonio Canales.

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