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Tito Lucrecio Caro poeta y filósofo romano que vivió en primera mitad del Siglo I a.C., del
que sólo se puede decir con seguridad que nació en la década de los 90 y murió entre el
55 y el 50 a.C. debido a la gran cantidad de fechas en las que es posible encajar su vida.
El testimonio más completo con el que se cuenta, es la breve noticia posiblemente tomada
del “De viris illustribus” de Suetonio, que Jerónimo intercaló en la Crónica de Eusebio, “Al
año 94 (otros manuscritos dicen 93) nace el poeta Tito Lucrecio, que después trastornado
por un filtro amoroso, tras haber compuesto durante las pausas de su locura algunos libros
que luego corrigió Cicerón, se suicidó en el año 44 de su edad”. Muchos estudiosos
concuerdan que el comentario que hace Cicerón sobre Lucrecio, en su carta a Quinto, su
hermano, en febrero de 54 es posterior a la muerte del poeta «La poesía de Lucrecio es así,
como tú dices, con muchos destellos de ingenio, y también sin embargo de mucho arte»
(Qfr II 9,3).
No se puede asegurar que nació en Roma, pero es indudable que Lucrecio vivió allí pues su
obra demuestra un conocimiento acabado de la ciudad, de las costumbres y de los
espectáculos, habiendo asistido a las carreras de caballo (II, 263-265), al teatro (II, 416-
17), había sido testigo de las revistas militares en el campo de Marte (II, 40-46, 323-
332), conoce las reuniones, las comitivas, los banquetes (IV, 784) y de los ricos que se
dirigen a sus casas de campo a fin de quitarse el aburrimiento y hastío de la vida (III, 1060-
1067).
Tuvo una estrecha relación con el aristócrata Memmio, a quien le dedica su obra “De rerum
natura” y de acuerdo a Jerónimo, mantuvo también trato con Cicerón. Por esta razón la
crítica en general ha sostenido que Lucrecio era un romano, perteneciente a la aristócrata
gens Lucretia. Se movía por tanto en los mismos círculos políticos y literarios de Catulo. Su
tercer nombre, Caro, era propio de las clases bajas, pero Lucrecio tenía una extensa cultura,
que no era fácil de adquirir para las clases desfavorecidas.
“De Rerum Natura” es uno de los poemas didácticos más valorados de la tradición latina y
su misión específica es instruir. En algo más de 7400 hexámetros, distribuidos en seis
libros, acaso la mayor obra de la poesía de Roma, en el que se divulga la filosofía y la física
atomista de Epicuro y de Demócrito. La obra recoge en gran medida la doctrina materialista
de Epicuro, según la cual el mundo está constituido por átomos, elementos indivisibles que,
por ser extremadamente tenues, escapan a nuestros sentidos y cuyo número es infinito. El
hombre es mortal, y su felicidad depende de aceptar este hecho y perder el miedo a los
dioses. Aunque el estoicismo tuvo mayor repercusión en Roma que el epicureísmo, sus
contemporáneos conocían bien su obra, que fue rescatada posteriormente durante el
periodo del Renacimiento.
Sobre “De Rerum Natura” de Lucrecio
Es sabido que Lucrecio basó su obra en la filosofía de Epicuro y fue su propósito exponer las
doctrinas físicas de su maestro. Así el título del poema “De rerum Natura” no es sino la
traducción del griego “περὶ φύσεος” (perì phýseos), que es el título de la obra que Epicuro
había compuesto. De manera que el término “Natura” debemos entenderlo como “physis”
«modo de ser», «formación», «nacimiento», «proceso», «desarrollo»; esto es, como la fuerza o
ley que gobierna el origen y desarrollo de los procesos físicos que dan lugar al nacimiento,
evolución y muerte de los seres y cosas. De hecho los latinos traducen este término griego
con la palabra natura, que proviene de natus; “lo que ha nacido o ha sido engendrado”,
participio de nascor: nacer, germinar. Así pues, la idea de vida y de nacimiento de las cosas
relaciona nuestros dos términos modernos, física y naturaleza.
Los seis libros de los que está compuesto esta obra están repartidos en grupos de a dos:
A) Los átomos
Libro I: Los átomos y el vacío
Libro II: Las propiedades de los átomos y sus combinaciones
B) El Alma
Libro III: El alma es mortal
Libro IV: pensamiento y sensación
C) El mundo
Libro V: El mundo es mortal
Libro VI: Fenómenos terrestres y celestes
Primer Bloque: Los libros I y II tratan de la naturaleza de los átomos y sus propiedades, de
las leyes de la caída y de los choques entre los átomos que producen la energía. Cabe
también resaltar que el poema comienza con una invocación a Venus, diosa de la vida
creativa, siendo un canto al poder fecundo de la naturaleza que propaga y conserva la vida
en el mundo y cuyo culto debía servir de asunto al poema. Del mismo modo se le solicita que
conceda inspiración al poeta y paz a Roma.
Segundo Bloque: Los dos libros centrales se ocupan de la naturaleza humana y sus
componentes: el alma y el cuerpo. Explica su teoría de la "fisiología sensorial", diciendo que
los átomos hieren los sentimientos produciendo sensaciones, y por tanto, de la misma
manera que se puede combatir y superar el miedo a la muerte, también se puede combatir y
superar el delirio amoroso, denunciado como el destructor del estado ideal epicúreo, esto
es, la tranquilidad del espíritu.
Tercer Bloque: En los dos libros finales expone sus ideas sobre la totalidad del universo:
tras un discurso de elogio a Epicuro, pasa revista a los fenómenos naturales y culturales. Así
trata sobre cosmología, meteorología, vegetales, animales, etc. para finalmente volver sobre
el hombre y la historia de la cultura humana. Concluye con un relato sobre la peste y la plaga
en Atenas (429 a.C.).
Cabe destacar que el plan de la obra no parece seguir sólo consideraciones de orden físico
o de la naturaleza de las cosas, sino también los dos grandes temores que el epicureísmo se
propuso combatir: el temor de los dioses y el miedo a la muerte. Así en los libros I y II se
considera el miedo a la divinidad y busca demostrar todo mediante los átomos y el vacío, sin
recurrir al principio divino. En los libros III y IV lucha contra el miedo a la muerte y en los
cantos V y VI, vuelve a combatir del temor de los dioses.
Técnica y estilo del “De rerum Natura”
Epicuro negó que el sabio pudiese escribir poesía y fue contrario a ella. De esta manera sus
fieles discípulos no la ejercieron, siendo Lucrecio una excepción a la regla. Más aún fue el
único que se atrevió a poner la doctrina epicúrea en versos, e intenta justificar su poesía en
los versos I, 921-950 donde señala ser inspirado por las musas “donde ellas no hayan
ceñido antes las sienes de nadie; porque enseño sobre grandes cosas y me esfuerzo por
liberar al espíritu de los apretados nudos de las supersticiones…” y “…sobre asunto
oscuro compongo tan brillantes versos rociándolo todo con el encanto de las musas…” La
poesía es para Lucrecio luz y encanto de las Musas, llegando a ser un instrumento apropiado
para mostrar con claridad la doctrina Epicúrea.
Destacan sus poemas por la asombrosa riqueza y vitalidad de sus imágenes, extendiendo sus
ideas más allá de los temas poéticos tradicionales, esto es, del arte y la artesanía, sino
también de la guerra, la política, el derecho y el ceremonial público. Además trata sobre el
sol, las tinieblas, el mar, etcétera, donde la fuerza de la sugestión visual es más fuerte en él
que en otros muchos poetas latinos.
En los proemios, a excepción del libro IV, exalta a Venus como personificación de las fuerzas
creadoras de la naturaleza, a la ciencia como fuerza de todo bien, a su propio genio que
mediante la poesía revela la oscuridad en los que se encontraba el saber y además elogia a
su maestro Epicuro, como padre, maestro y benefactor de la humanidad. Los epílogos con
los que cierran los libros, suelen ser pasajes extensos y de notable poesía, con los que
habla acerca del temor de la muerte y las penas infernales, de las enfermedades y la peste,
de las locuras de las pasiones amorosas y de la infelicidad que subsiste a pesar de las
riquezas y el progreso.
En cuanto a la métrica, se puede señalar que aunque cada poeta tiene sus características
peculiares, el hexámetro de Lucrecio se encuentra a medio camino entre los sencillos versos
de Ennio y el pulido hexámetro virgiliano. Lucrecio prefiere conseguir los efectos
perseguidos mediante la aliteración y la asonancia mejor que con el ritmo cuantitativo del
hexámetro. Con el predominio de espondeos en determinados versos intenta expresar
reposo y o lentitud de movimiento. Se encuentran en el poema algunos pasajes en los que el
ritmo espondaico de algún verso contrasta con el rápido movimiento dactílico de otro (Libro
I, versos 1002-1005):
est igitur natura loci spatiumque profundi,
quod neque clara suo percurrere fulmina cursu
perpetuo possint aevi labentia tractu
nec prorsum facere ut restet minus ire meando;
Lucrecio tiene dos estilos interconectados, el estilo libre del poeta, donde se eleva por
encima del argumento y escribe poesía pura, y otro en el que se encuentra más cercano a la
prosa, donde el poeta argumenta y se trata temas más bien filosóficos. El propio Lucrecio
nos dice que intenta rociarlo todo con el encanto de las musas, I, 933-944 “después
porque sobre asunto oscuro compongo tan brillantes versos, rociándolo todo con el
encanto de las musas”.
Sobre los dioses y el ateísmo de Lucrecio
Lucrecio al igual que Epicuro no negó la existencia de los dioses, pero mantuvo con fuerza
que como "seres felices e imperecederos" podían no tener nada que ver con los asuntos
humanos, aunque gozaran contemplando la vida de los buenos mortales. La verdadera religión
descansa en una contemplación similar por parte de los humanos de las vidas ideales de los
dioses elevados e invisibles.
En su opinión, es la ciencia y no los dioses, quien debe liberar al hombre de sus angustias y
supersticiones. Siguiendo, pues, la doctrina de Epicuro que se basaba en el atomismo
materialista de Leucipo y Demócrito (siglo V a.C.), explica la naturaleza de las cosas
prescindiendo por completo de la mediación divina.
Para Lucrecio, el que supere la religión se convierte en el fundador de otra religión: la razón.
El temor a la intervención divina en este mundo y al castigo tras la muerte es totalmente
infundado, pues el mundo y todo lo que hay en él (el alma y el cuerpo, naturalmente) es
material y está regido por las leyes mecánicas de la naturaleza. El poema de Lucrecio no es
un simple ataque a la religión popular, por más que ésta supusiese la manipulación de las
clases altas sobre el pueblo y el miedo a la condena eterna o a la superstición, sino que su
objetivo es mucho más amplio e importante: ataca toda una forma de ver el mundo en
términos teológicos de explicar.
La consecuencia que sigue al primer principio es que «nada vuelve a la nada». En Lucrecio, el
nacimiento, el crecimiento y la muerte están íntimamente relacionados por los distintos tipos
de átomos: el nacimiento no significa que algo salga de la nada sino que un átomo de una
cierta especie empieza a agregarse con otros del mismo tipo para ser una determinada cosa
y su crecimiento es la “absorción” de materia mientras que la muerte es la disgregación.
Lucrecio no puede concebir que las cosas sean creadas de la nada sencillamente porque no
hay nadie que pueda dirigir este surgir de la nada, por lo cual, es necesario que los átomos
se configuren según la ley de nacimiento-crecimiento-muerte ya explicada.
Aunque Epicuro no admite una providencia directora, y menos aún dioses que de continuo se
estén ocupando de lo que los seres humanos hacen, no es, sin embargo, ateo. Los dioses
en el epicurismo gozan en mansión de la perfecta tranquilidad a que el sistema filosófico
aspira. Son como la representación ideal de la suma quietud. Las cosas de este mundo en
nada les afectan, y en ningún caso se ocupan de ellas. Aceptada esta explicación de la
divinidad, natural era que el epicúreo Lucrecio clamara contra los dioses del paganismo, cuya
intervención en los actos humanos, hasta en los más insignificantes, era continua; y sobre
todo contra las supersticiones que tanto amargaban la vida en la sociedad pagana.
Cabe contextualizar el “ateísmo pagano” de Lucrecio, que luchará más contra la religión
organizada de la aristocracia que contra las supersticiones populares:
«Un temor me acomete aquí: no vayas a creer que te inicias en los principios de una ciencia
impía y que entras por un camino sacrílego. Al contrario, las más de las veces es ella, la
religión, que ha engendrado crímenes e impiedades. Así en Aúlide, los caudillos elegidos de
los dánaos, flor de los héroes, torpemente mancillaron con la sangre de Ifianasa el altar de la
Virgen de las Encrucijadas (...) a fin de asegurar a la flota una partida feliz y propicia (exitus
ut classi felix fautusque daretur). ¡A tantos crímenes pudo inducir la religión»! I, 80-101.
En este texto Lucrecio apunta a los jefes supremos de los Dánaos, la crítica no va dirigida
contra la multitud ignorante sino contra el acto oficial de Estado mediante el cual se intenta
asegurar el éxito de un fin político. Es evidente, que la nobleza (en términos generales)
consideraría exageradas las críticas o hasta cómico el énfasis del poeta, pero esa misma
nobleza no dudaba en utilizar los mismos miedos o terrores para conseguir cualquier efecto
teatral sobre las masas siempre impresionables. Y esos errores, utilizados por la religión, no
son inconscientes, sino que se difundieron como el método más eficaz para abatir todo
posible espíritu de libertad.
Lucrecio intenta contraponer una verdadera filosofía que explique racionalmente la naturaleza
del alma, el irracional miedo a la muerte y la naturaleza de los dioses: un nuevo culto, una
nueva piedad que consista en la contemplación serena de todo lo existente:
«No consiste la piedad en dejarse ver a cada instante, velada la cabeza, vuelto
hacia una piedra, ni en acercarse a todos los altares, ni en tenderse postrado -por el suelo
y extender las palmas hacia los santuarios divinos (...) sino más bien en ser capaz de mirarlo
todo con mente serena». V, 1195-1204.
Páginas Internet.
• http://www.biografiasyvidas.com/biografia/l/Lucrecio.htm
• http://es.wikipedia.org/wiki/Lucrecio
• http://www.thelatinlibrary.com/lucretius/lucretius1.shtml
• http://www.thelatinlibrary.com/lucretius