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LA ADOLESCENCIA Y LA DROGADICCIÓN EN LOS ESCENARIOS


DEL DESENCANTO

Por; Alfredo Juan Manuel Carballeda

Trabajador Social
Diplomado Superior en Ciencias Sociales (FLACSO)
Magister en Servicio Social
Dr. en Servicio Social
Profesor Universitario Universidad Nacional de La Plata.
Universidad de Buenos Aires (Argentina)

alfredocarballeda@ciudad.com.ar

Resumen:

La drogadicción se presenta en este contexto en un escenario donde pujan las


restricciones a la ciudadanía y los derechos subjetivos. La pérdida de espacios de
socialización que sufrió nuestro país en los últimos treinta años, muestran
dificultades de diversa índole que van desde la fragmentación de la vida cotidiana
hasta la complejidad para acceder a formas constructivas de la pertenencia y la
identidad. La drogadicción, en tanto padecimiento, se convierte en una expresión
del desencanto frente a un mundo fragmentado y sin sentido. Estas cuestiones son
observables desde diferentes aspectos que van desde el sentido del cuerpo, donde
se inscribe una nueva forma de la biopolítica, hasta la aparición de problemáticas
sociales complejas que integran desde el sufrimiento las parcelaciones
institucionales que dejó como huella la crisis de los últimos años. Se es
adolescente en una sociedad que puja por ser adolescente, especialmente en el
mundo de los adultos. El discurso predominante referido a las drogas reafirma su
“capacidad destructiva” aumentándose la carga simbólica y tal vez transformándola
en algo deseable en escenografías y guiones de la vida cotidiana donde todo
parece fluir sin sentido. Desde esa potencialidad de destrucción se analiza el
fenómeno de la drogadicción desde determinismos centrados en las viejas
metáforas médico -biológicas de la relación causa efecto.
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1- El escenario de la drogadicción

El escenario es la sociedad. Una sociedad atravesada por


relaciones violentas, fundada en la intimidación, en un contrato
elaborado por quienes ganaron las batallas que llevaron a la gran
contienda fundacional. Una sociedad atravesada por relaciones de
fuerza, que muchas veces se develan a partir de las metáforas bélicas
que utiliza para nombrar problemas y acciones sobre ellos.
La violencia de la desigualdad, el desempleo y la todavía vigencia
del Mercado <tal vez en retroceso> como Leviatán, en tanto monstruo
necesario para mantener el orden de la restricción de los derechos de
quienes, en diferentes grados precarizan su relación con el. La entrega
de la soberanía individual al mercado, exponerse a leyes que este
genera y declama justas por un propio discurso de legitimidad, fue
planteado como resolución única de la conflictividad. El mercado
disciplina, se entromete en la vida cotidiana, otorga un <<sentido>> a
las relaciones sociales que, desde lo efímero, generan solo una mayor
necesidad de saciar vacíos, dando momentáneamente una sensación de
identidad, de pertenencia, que se hace “real” cuando la adquisición de
un objeto de consumo es posible. Contenciones efímeras al fin que, para
saciar el vacío que producen requieren de nuevas adquisiciones.
Así, el sujeto es solo individuo precario, temporal; donde se
obtura su posibilidad de ser en su relación con otros.
Una sociedad, donde la recuperación del pasado desde lo trágico,
pero también desde lo beneficioso está volviendo lentamente, tal vez,
comenzando a construir nuevas formas de la verdad, por fuera de los
discursos únicos.
Una sociedad donde el porvenir sigue transitando una ruta
opacada por la incertidumbre y la falta de convicciones que permitan
pensar en proyectos de futuro en forma colectiva.
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También existen caminos donde en forma individual y


excepcional y tal vez aleatoriamente tomaron vías que permiten
construcciones desde lo precario hasta lo mas concreto.
El escenario de la drogadicción en tanto sociedad, da cuenta de
fragmentaciones recientes, y también de una puja heroica para resolver
las rupturas, en la búsqueda constante de una totalidad perdida luego
de años de disoluciones que remiten a las pujas de la fundación de
nuestra sociedad.
En definitiva fragmentaciones manchadas de sangre y silencio
que van desde el terrorismo de estado hasta los desaparecidos sociales.
Una sociedad donde la precariedad, la falta de certidumbre con
respecto al futuro y las diferentes fragmentaciones construyen
padecimientos que son poco visibles y aún no han sido clasificados en
los manuales que intentan dar cuenta de las características
enciclopédicas del dolor.
Una sociedad donde los lazos sociales deteriorados generan la
angustia expresada en <<ese>> dolor que como un fantasma se
transforma en inexplicable e irreconocible tanto para unos como otros.
El dolor de la identidad construida en forma frágil, inestable, fugaz. El
padecimiento, de la falta de espacios de socialización y de construcción
de sentidos que conecten al sujeto con el todo. Constituyen la puesta en
escena en un teatro donde los guiones cambian en forma abrupta y
dejan a muchos de los actores sin palabras, sin voz.
Un escenario donde los derechos subjetivos se imponen desde lo
mediático, pero el ejercicio de éstos, su acceso, se restringe desde las
“capacidades” que otorga el dinero. El desencanto de la “jaula de
hierro”, profetizada por Max Weber, tal vez cumplida en parte, pareciera
que anula las posibilidades de reconstrucción, reparación, o
recuperación de ese lazo social perdido.
El mundo de los derechos subjetivos que se enfrenta a las
restricciones de los derechos sociales, cuando su pérdida inicia un
camino inexorable hacia la restricción de los derechos civiles.
En estos contextos aún así, la identidad se continúa construyendo
desde probablemente uniones desconocidas, aún no vistas, que se
presentan como terreno a develar; que conectan a cada uno de los
integrantes de esta sociedad con una cultura de la resistencia y la
integración.
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La drogadicción puede ser una forma de expresión del


desencanto en ese contexto , escenario. De un malestar que aleja,
separa al sujeto de los otros de su cultura, de los elementos
constitutivos de la identidad.

2- La adolescencia

Una sociedad adolescente donde una “etapa” de la vida se


transforma en valor en si mismo, como un objeto de consumo para ser
adquirido por adultos que lo logran gracias a su inserción en el mercado.
Se es adolescente a costa de ropas informales; de marcas, de cuerpos
trabajados en gimnasios, de cirugías, de actitudes <<transgresoras>>,
de dietas. Mientras que los jóvenes <adolescentes> poseen cada ves
más restricciones en su circulación; inserción e inscripción social.
Una sociedad donde los ancianos no son tenidos en cuenta por
su sabiduría experiencia o conocimiento, sino por lograr permanecer
como jóvenes de cuerpo y espíritu.
Se vive en una paradoja de una sociedad de adultos disfrazados
de jóvenes que ocultan a éstos o los exhiben a su lado como trofeos
que irradian lo que no se tiene.
La sociedad se convierte en adolescente, una especie de estilo de
vida que exalta la adolescencia, la juventud, mientras estas, se ven
encerradas en los circuitos de consumo, para pertenecer, hace falta
obtener productos “simbólicos” que día a día se desactualizan. La
necesidad de acceder a consumos emblemáticos, es una forma frágil y
economicista de construir lazo social, solidaridad y pertenencia. Esta
sensación de puro presente, da cuenta de la necesidad de resolver todo
en lo inmediato, en un contexto de precariedad y exclusión social. Las
ciudadanías de los jóvenes, se transforman en recortadas, flexibles
inestables y efímeras. De este modo, se naturaliza la exclusión social, se
crean nuevas formas de estigmatización y ser joven en la sociedad
adolescente, puede ser peligroso. Tanto desde lo cotidiano, como en
relación al consumo de drogas sus efectos y sospechas. “Cuidar a los
jóvenes de las drogas”; surge muchas veces como discurso de adultos
que exacerba su carga simbólica De este modo las hacen mas
atrayentes, necesarias, transformando a la sustancia <<droga>> en un
objeto de dominación, no por el efecto de ésta sino por las relaciones
sociales y explicaciones socioculturales que genera la hipocresía de una
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sociedad que impone una gestión de los riesgos y de una supuesta


peligrosidad depositada en una franja de edades o características
sociales.
Las drogas, de este modo, se transforman en nuevos elementos
de control y disciplinamiento, tanto desde el discurso que las construye
como importantes, como desde el discurso del cuidado y el tratamiento.
Se refuerza de esta manera, la estigmatización naturalizándola,
generando nuevas formas de la fragmentación.
Se considera a los consumidores como jóvenes, con potencial
adictivo y delincuencial habitando un espacio de “guerra natural”, sin
reglas y sin ley que solo se resuelve con un sistema hobbesiano de
tratamiento, donde la entrega de la soberanía es clave fundamental,
actuando como extorsión para quienes reconocen su problema y desean
ingresar a un sistema de tratamiento.
Así la asociación drogas – juventud, es presentada, muchas
veces, desde un fatalismo donde la única resolución es el control de
determinadas poblaciones con una serie de características enumeradas
por expertos y manuales internacionales.
Las drogas se siguen pensando desde el discurso médico, como si
fueran bacterias o virus que ingresan a la sociedad y generan adictos
por mero contacto o contagio. La drogadicción aún se presenta
explicada desde relaciones causales, unívocas, determinadas desde
donde se construye un fatalismo que impide la acción o resalta la
inviabilidad de determinadas poblaciones. Se sigue pensando que hay
adictos porque hay drogas, mientras se vive en una sociedad donde
todo consumo es exaltado para llenar las mismas ausencias que el
mercado produce.
Contradictoriamente, esta sociedad que se define como
adolescente, forma parte de un país y un continente donde la exclusión
social se orienta hacia los jóvenes, donde las cárceles bajan año tras
año el promedio de edad. La sociedad adolescente, demanda cada vez
mayores sistemas de control hacia éstos, ratificándose el discurso que
marca una idea de joven deteriorado, sin horizontes. Tal vez sean los
jóvenes los que estén construyendo con la precariedad de las
herramientas que les proporcionaron, un mundo donde el pasado y el
presente se integran en los escenarios de la incertidumbre.

3- La drogadicción
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La drogadicción en tanto padecimiento, se transforma de alguna


manera en una expresión del desencanto, en una civilización que desde
los inicios de la modernidad comenzó lentamente a apropiarse del
planeta, transformado lo diferente en homogéneo o en desigualdades
sociales.
Es, desde esta perspectiva construida como problema social a
partir de una necesidad de etiquetas y diagnósticos. Desde la ética
protestante comienzan a demonizarse las sustancias, para luego
construir diablos en quienes las usan o dependen de ellas. Así cada
época construyó diferentes tipologías de drogadictos, desviados,
viciosos, anormales, desde rasgos físicos, atribuciones e identidades
supuestas.
Como complejo sociocultural, la drogadicción muestra el sistema
de trasgresiones que dialoga con esta época.
Así, desde una perspectiva histórica, las drogas serán más o
menos importantes de acuerdo a las características de ese sistema y del
complejo tutelar para abordar el problema.
La reafirmación de la “capacidad destructiva” de la sustancia, se
centra en el temor a las poblaciones que podrían estar usándola. La
drogadicción, en tanto construcción social, logra poner en marcha un
deseo, transformado en mito, que se vuelve insaciable, que todo lo
malgasta, construyendo un mundo donde la satisfacción nunca es
definitiva. Condensándola, llevando la metáfora a lo real, el mundo que
occidente construyó alrededor del consumo y los objetos. En definitiva,
hoy, objetos, productos que se hacen necesarios para sobrellevar mejor
un presente cargado de perplejidad.
El goce, el placer, el encanto de los objetos está, tal vez, en que
detienen momentáneamente la sensación del sufrimiento, colmando un
vacío que se hace más profundo en la medida en que se llena.
A su vez, la drogadicción, se complementa con la “necesidad” de
la trasgresión, la trasgresión es en definitiva funcional a una sociedad
que necesita permanentemente ratificar el lugar de lo “sano” y de lo
“enfermo”. Así como en la era Victoriana, la prostitución era una
trasgresión “necesaria” debido a la represión sexual de los cuerpos y el
deseo. La drogadicción actúa como excusa para imponer coerciones,
siendo la coerción la negación misma de la subjetividad y la imposición
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de otra, preconstruida, artificial “necesaria” a los diferentes órdenes


vigentes en la historia.
La drogadicción como problema social se inscribe en los cuerpos,
se muestra a través de marcas que muestran diferentes itinerarios y
procedencias, cuerpos de la pobreza, de la estética cuidada, cuerpos del
encierro, cuerpos que muestran trayectorias, cuerpos donde el
padecimiento subjetivo se hace objetivo a través de cortes y señales.
Por otra parte, el abordaje del tema muchas veces se sigue
pensando desde las relaciones causales, a partir de prácticas discursivas
que lo preceden y que se remontan a viejos postulados positivistas
enraizados en las ciencias naturales, ratificando determinismos,
haciendo que el tratamiento se transforme en un sin sentido.
Coincidiendo que la noción de problema social surge con los saberes de
la normalización.

4- La Intervención

Pensar la drogadicción desde los derechos sociales y civiles, tal


vez sea una vía de entrada para discutir la relación entre este tema y la
autonomía perdida a partir de la merma, de los derechos sociales.
Desnaturalizando de este modo, las lógicas de la desigualdad. En este
aspecto la drogadicción dialoga en forma intensa con la intervención,
con el sentido de ésta desde numerosas formas de interpelación. Así la
intervención requiere de un diálogo con la ética, desde una perspectiva
de <<deliberación>>, en tanto reflexión, revisando los argumentos que
la justifican y que la sostienen. La reflexión, en tanto deliberación hace
responsable a la intervención y ratifica o no su propia autonomía. Una
reflexión ética implica la revisión de los marcos conceptuales, los
esquemas de justificación, la mirada a la influencia de las
representaciones sociales, los mandatos, las creencias, las
construcciones simbólicas de ésta.
En definitiva, los interrogantes convergen en dilucidar, ¿Cuál es
el sentido de la intervención en este tema?; ¿cómo hacer que esta se
integre a un contexto de crisis e incertidumbre?; ¿cómo lograr
intervenciones que se orienten estratégicamente a recuperar lo propio?,
la cultura, la identidad, la soberanía <en tanto autonomía> de ese otro.
Tal vez una posibilidad de respuesta sea la mirada hacia nuestra propia
historia, en términos de generar otras preguntas relacionadas con lo que
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nuestra sociedad perdió en las últimas décadas, reflexionando acerca de


las capacidades y habilidades perdidas por las desigualdades sociales, el
hambre, la injusticia. ¿Cuánto de todo esto se está en condiciones de
ser recuperado? Y, básicamente como pensar intervenciones que
estratégicamente se orienten a una perspectiva de futuro dentro de un
proyecto colectivo.

Bibliografía

Heler, Mario. Ciencia Incierta. Editorial Biblos . Buenos Aires. 2004

Sissa, Julia. El Placer y el Mal. Editorial Manantial. Buenos Aires 1999.

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