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Miq. 6:1-8.
INTRODUCCIÓN.
Tal vez ya sepas que es lo que Dios quiere de tí, o tal vez lo crees pero no
estás seguro de conocer exactamente los propósitos de Dios para tu vida. Si
tuvieramos que enumerar lo que le agrada a Dios, seguramente acertaríamos
en muchas cosas, pero también erraríamos en otras. Miqueas se hace esta
clase de preguntas a sí mismo y también a Dios. Él era un hombre sencillo,
proviniente de las capas más humildes de Israel. Y obedece en la llamada de
Dios a ser profeta en medio de la rebeldía de sus conciudadanos. Estos, creían
que con cumplir con los ritos y ceremonias, con ofrecer sacrificios y tener
apariencia de piedad era suficiente para contentar a Dios.
Estas conductas antiguas no son tan diferentes a las que hoy practicamos. El
culto que en teoría debe ser una celebración al encontrarnos con Dios en
adoración, se convierte en un mero trámite por el que debemos pasar. La
preparación en nuestros hogares antes de nuestra asistencia al servicio
religioso no tiene lugar, todo son prisas y tardanzas. La alabanza se
transforma en un sonido monocorde y no existe gozo en las voces. El mensaje
o enseñanza es un mal trago que tomar entre bostezos y miradas al reloj. Las
ofrendas son una carga más que un privilegio y las oraciones escasean en
medio de un silencio carente de reverencia y de mudos asentimientos. Y qué
decir de nuestro tiempo tras el culto: muchos escurren el bulto, no sea que el
templo se venga abajo y quedemos sepultados. Las charlas entre hermanos no
versan ya de asuntos espirituales, sino del tiempo, el trabajo o falta de él y de
lo mal o ben que nos va en la vida.
Este es el retrato del Israel en los tiempos de Miqueas. "Demos o hagamos
algo para que Dios se contente", "Una hora a la semana es suficiente para
Dios, el resto del tiempo es asunto mío", "Dios no necesita nada de mí, Él es
Todopoderoso y tiene de todo", son expresiones que si bien no decimos
verbalmente, si que son el reflejo voluntario de nuestra vida espiritual.
Caeríamos en un grave error al creer en un Dios tonto, que se conforma con
las sobras de nuestras vidas y que estorba más que ayuda. Por cierto que es lo
que a menudo tu vida y la mía quieren dar a entender. Y cuando las cosas no
salen como nos gustan, acudimos a Dios a reprocharle por Su falta de
provisión y cuidado.
Es por ello, que Dios entabla un pleito contra Su pueblo escogido. Su
querella es escuchada por el Universo. La exposición del caso es conocida por
toda la Creación: "Escuchen, montañas, la querella del SEÑOR;
presten atención, firmes cimientos de la tierra; el SEÑOR entra en
juicio contra su pueblo, entabla un pleito contra Israel" (v.2). El
Señor no quiere enfrentarse contra Su especial tesoro, pero cuando la
indiferencia y la tibieza rebosan la copa de la paciencia de Dios, no le queda
más remedio que acusar a Sus santos. Y en el día de hoy, Dios mismo te acusa,
hermano y hermana, de tu negligencia y falta de respeto para con Él.
Él, que ha hecho maravillas en medio de Su pueblo, que nos ha librado del
mal en innumerables ocasiones, que nos ha provisto abundantemente de todo
lo que necesitamos, se dirige con voz de trueno a nosotros: "«Pueblo mío,
¿qué te he hecho? ¡Dime en qué te he ofendido! " (v. 3). ¿Alguna de
Sus promesas no fue cumplida? ¿Su cuidado faltó en algún momento de tu
vida? ¿Buscó tu mal y te maltrató? ¿En qué nos ha ofendido Dios, hermanos?
¿Por qué continuamos desafiando cada día al Señor como si fuese nuestro
más grande enemigo?
Te salvó de la esclavitud del pecado, te guió con Su santa Palabra y combatió
por tí en infinidad de luchas. "Yo fui quien te sacó de Egipto, quien te
libró de esa tierra de esclavitud. Yo envié a Moisés, Aarón y
Miriam, para que te dirigieran. Recuerda, pueblo mío, lo que
tramaba Balac, rey de Moab, y lo que le respondió Balán hijo de
Beor. Recuerda tu paso desde Sitín hasta Guilgal, y reconoce las
hazañas redentoras del SEÑOR.»(v. 4,5). ¡Cuanta misericordia!
¡Cuanta protección! ¡Cuanto amor! Pero olvidamos pronto Sus beneficios. Un
paso fuera del templo y toda la Palabra de Dios se disuelve en medio de
nuestras preocupaciones y quehaceres. ¡Qué olvido tan trágico! ¡Un amor tan
grande dejado de lado por los deseos mundanos y carnales!
Miqueas tras escuchar los juicios de Dios, no encuentra justificación a sus
actos. No podemos más que enmudecer y reconocer la razón del argumento
divino. No nos queda más que preguntarnos como él hizo: "¿Cómo podré
acercarme al SEÑOR y postrarme ante el Dios Altísimo? ¿Podré
presentarme con holocaustos o con becerros de un año? ¿Se
complacerá el SEÑOR con miles de carneros, o con diez mil
arroyos de aceite? ¿Ofreceré a mi primogénito por mi delito, al
fruto de mis entrañas por mi pecado? " (vv. 6,7)."Pero vayan y
aprendan lo que significa: “Lo que pido de ustedes es misericordia
y no sacrificios.”[a] Porque no he venido a llamar a justos sino a
pecadores." (Mt. 9:13). ¿Podrán nuestras obras ser suficientes para
reconciliarnos con Dios? ¿Aceptará Dios las ofrendas vacías e insignificantes
que yo le doy? ¿Qué es lo que Dios espera de mí?." ¡Ya se te ha declarado
lo que es bueno! Ya se te ha dicho lo que de ti espera el SEÑOR:" (v.
8).
A. PRACTICAR LA JUSTICIA.
B. AMAR LA MISERICORDIA.
CONCLUSIÓN.