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EL CORDERO DE DIOS.

Jn. 1:29-42.

INTRODUCCIÓN.

Vivimos inmersos en una cultura llamada de "crisis". El hombre ha decidido


salvarse a sí mismo convirtiéndose en el redentor de su propia vida e incluso
se presta a solucionarsela al prójimo. El ser humano ha buscado en la
introspección, en la psicología y en la metafísica, el supuesto equilibrio que le
liberará de la culpa y le hará sentirse bien consigo mismo. Sin embargo, todos
estos intentos no son más que dedos que no tapan el sol de la realidad
espiritual de la persona. El contínuo fracaso en la búsqueda de uno mismo, de
la paz interior y de la autosatisfacción, son claros motivos que nos llevan a
pensar en la incapacidad que tiene el hombre de ofrecer esperanza. La
inseguridad, la desorientación y la duda siguen asaltando cual ladrones las
tapias de nuestras necesidades espirituales.
Sin embargo, los hombres y mujeres de hoy día creen sentirse en el buen
camino creando estereotipos que sean el trampolín que les conduzca a la tan
ansiada tranquilidad. Uno de ellos es el que ha sido llamado " héroe rojo".
Éste, es la persona adulta, racional, sin apenas ilusiones que lucha por un
mundo justo y humano, aunque sabiendo que con certeza se dirige a la nada.
El ser humanitario cree encontrar la felicidad en hacer felices a los demás, no
importa cómo, para así, por fín, encontrar la redención que calme la voz de su
conciencia y apacigüe la culpa de sus fracasos y errores.
Pablo utiliza este comportamiento tan característico del hombre moderno
para decirnos: " Si solamente para esta vida esperamos en Cristo, somos los
más dignos de lástima de todos los hombres." (1 Co. 15:19). El "héroe rojo" de
buenas intenciones está vacío. Y nosotros lo estaríamos también si
pensaramos que a través de nuestra filantropía y buenas obras pudiesemos
ser redimidos y rescatados de nuestros pecados culposos. Seríamos las
personas más estúpidas del mundo, dignas de conmiseración y lástima, si
buscásemos esos caminos que no llevan a ningún sitio. En el hombre sólo hay
pensamiento de mortalidad, en Cristo de vida abundante y eterna: " Así como
en Adán todos mueren, también en Cristo todos serán vivificados." (1 Co.
15:22). Del hombre nunca tendremos perdón y esperanza, de Jesucristo
obtenemos la redención definitiva, así como la esperanza más viva y fiel que
podramos nunca hallar.

Juan el Bautista lo supo en cuanto puso sus ojos en Él. No sólo veía a su
pariente, o a un discípulo más que se acercaba a él para ser bautizado. Su
mirada llena de gozo, por saber que el tiempo de la venida del Reino de Dios
había llegado por fin, se tradujo en palabras que aún hoy conmueven nuestro
ser. A su alrededor, la multitud de los que se arrepentían y eran bautizados,
pudieron escuchar cómo las profecías se hacían carne ante sus propios ojos
sorprendidos. El grito de labios de Juan surgió mezclado con júbilo y
reverencia: "¡ Este es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo!".
¿Quién es este hombre que se acerca a Juan? ¿Porqué lo describió como un
Cordero? ¿Qué quería decir con quitar el pecado del mundo?

A. EL CORDERO DE DIOS (AGNUS DEI).

Juan no desvariaba, ni se equivocó al llamar a Jesús Cordero de Dios. Si


hubieramos nacido en aquellos tiempos, y hubieramos formado parte del
pueblo judío, sabríamos a que se estaba refieriendo Juan. El cordero formaba
parte de la vida hebrea. Era el animal preferido a la hora de ofrecer sacrificios
y holocaustos a Dios por el perdón de los pecados. Era el símbolo de la
sumisión humilde y del servicio mudo. Su lana vestía a la familia y su carne
sustentaba la dieta básica del judío promedio. Es un animal tan dócil y manso
que puede ser guiado sin dificultad.
Para los judíos, la figura del Cordero de Dios, era el sinónimo de cordero
pascual. En la fiesta de la Pascua, que celebraba la liberación del pueblo
hebreo de la esclavitud egipcia, se sacrificaba un cordero sin mancha ni tara
física para ser comido por cada familia. Su sangre se utilizó para marcar las
jambas y los dinteles de las puertas de las casas, con el fin de no recibir el
castigo divino de parte del ángel exterminador de los primogénitos. Desde
aquel día de salvación y libertad de los israelitas, se celebra anualmente este
recordatorio de la providencia divina sobre Su pueblo escogido.
Por tanto, cuando Juan exclamó que Jesús era el Cordero de Dios, estaba
diciendo que no sólamente era el Mesías, el Cristo, sino el que se entregaría
como sacrificio propiciatorio por toda la humanidad sin excepciones. Isaías
profetizando sobre el Siervo Sufriente, nos dice: " Ciertamente llevó él
nuestras enfermedades y sufrió nuestros dolores, ¡pero nosotros le tuvimos
por azotado, como herido y afligido por Dios! Más él fue herido por nuestras
rebeliones, molido por nuestros pecados. Por darnos la paz, cayó sobre él el
castigo, y por sus llagas fuimos nosotros curados. Todos nos descarriamos
como ovejas, cada cual se apartó por su camino; mas Jehová cargó en él el
pecado de todos nosotros. Angustiado él, y afligido, no abrió su boca; como un
cordero fue llevado al matadero; como una oveja delante de sus
trasquiladores, enmudeció, no abrió su boca." (Is. 53:4-7). ¿No es esta
profecía formidable el cumplimiento de la misión de Cristo al venir al mundo?
¿No describía Isaías con todo lujo de detalles cómo se iba a desarrollar la
pasión de Cristo?

1. UN CORDERO HUMILDE Y SUMISO.

Jesús demostró en numerosas ocasiones su predisposición al servicio y a la


humildad. A sus discípulos dió cumplido ejemplo del significado de estas
palabras: "El Hijo del hombre, no vino para ser servido, sino para servir y
para dar su vida en rescate por todos." (Mt. 20:28; Mr. 10: 45) y "¿ Quién es
mayor, el que se sienta a la mesa o el que sirve? ¿No es el que se sienta a la
mesa? Pero yo estoy entre vosotros como el que sirve." (Lc. 22:27), en medio
de discusiones acaloradas sobre qué lugares de autoridad y poder merecían
cada uno de sus discípulos. Jesús no se conformó con enseñar acerca de la
humildad, sino que predicó también con el ejemplo: " Si yo, el Señor y
Maestro, he lavado vuestros pies, vosotros debéis lavaros los pies los unos a
los otros, porque ejemplo os he dado para que, como yo os he hecho, vosotros
también hagáis." (Jn. 13:14,15).

2. UN CORDERO QUE NO SE RESISTIÓ A SU MUERTE.

La identificación de Jesús con un cordero tuvo su clímax a la hora de ser


apresado, juzgado y llevado al lugar de su ejecución. Ninguna represalia,
reproche o defensa salió de su boca. Incluso en los momentos más terribles en
el Getsemaní, apuró la copa amarga de la voluntad de Su Padre: " Padre, si
quieres, pasa de mí esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya." (Lc.
22:42). Ante su arresto, traición y tortura, no abrió su boca y no juzgó a sus
ofensores. En respuesta a la ira de los sacerdotes y de la soldadesca, Él
simplemente pronunció palabras de perdón: "Perdónalos, Padre, porque no
saben lo que hacen." (Lc. 23:34). El que no pecó, decidió cumplir la voluntad
de Su Padre celestial y cargó sobre sí el pecado de los que en ese mismo
momento lo zaherían con piedras e insultos.

3. UN CORDERO PASCUAL.

El objetivo del cordero pascual era ser sacrificado, derramando su sangre


inocente y sin tacha para perdón de los pecados. Jesús no ocultó a sus
discípulos que ese era también su destino: " Sabéis que dentro de dos días se
celebra la Pascua, y el Hijo del hombre será entregado para ser crucificado."
(Mt. 26: 2). Pablo también une a Cristo con la Pascua: " Porque nuestra
Pascua, que es Cristo, ya fue sacrificada por nosotros." (1 Co. 5:7). La sangre
que debía ser derramada en expiación por los pecados del mundo fue
necesaria. El plan de salvación, previsto desde antes de la creación del
hombre y la mujer , requería del sacrificio cruento y vicario de Jesucristo.
Pedro nos explica que no había otra manera de hacerse: " Ya sabéis que
fuisteis rescatados de vuestra vana manera de vivir no con cosas corruptibles,
como oro o plata, sino con la sangre preciosa de Cristo, como de un cordero
sin mancha y sin contaminación. Él estaba destinado desde antes de la
fundación del mundo, pero ha sido manifestado en los últimos tiempos por
amor de vosotros." (1 P. 1:18-20). La sangre de Cristo purifica nuestras vidas:
" Por su propia sangre, entró una vez para siempre en el Lugar Santísimo,
habiendo obtenido eterna redención... ¿Cuánto más la sangre de Cristo, el
cual mediante el Espíritu eterno se ofreció a sí mismo sin mancha a Dios,
limpiará vuestras conciencias de obras muertas para que sirváis al Dios vivo?"
(Heb. 9:12,14).
B. QUE QUITA EL PECADO.

¿Qué quiere decir Juan el Bautista con "quitar el pecado"? Redimir significa
literalmente " liberar, rescatar algo o a alguien a cambio del pago de un
precio". La Pascua celebraba la liberación del pueblo de Israel de la esclavitud
de Egipto. En cierto modo, cuando decimos que Jesucristo es nuestra Pascua
implica que hemos sido liberados de la esclavitud del pecado. Y esto tiene dos
consecuencias: la destrucción del pecado y la reconciliación con Dios.

1. LA INICIATIVA DIVINA.

Este perdón es otorgado de parte de Dios. Nadie más tiene esta


prerrogativa. Él en Su infinita misericordia divina actuó en consecuencia al
plasmar el plan de salvación del ser humano. Él es el único capaz de ello,
puesto que es justicia y amor absolutos y perfectos. En justicia, nosotros
tendríamos que cumplir la condena por causa de nuestras rebeliones y
desvíos: "La paga del pecado es la muerte" (Ro. 6:23). En amor perfecto, Dios
envió a Su precioso Hijo para ser el pago en favor de nuestra salvación y esto
de manera gratuita: "El regalo que Dios nos da es vida eterna a través de
Jesucristo Señor Nuestro." (Ro. 6:23). Todo procede de Él, y sólo de Él, por
cuanto no hay criatura capaz de redimir el castigo de toda la humanidad.

2. LA DECISIÓN LIBRE DE DIOS.

Nadie obligó a Dios para ejercer misericordia y gracia sobre nosotros.


Nuestras miserias y pecados ante Dios son abominables ante Él, que es un
Dios santo y celoso. Nada sacará de beneficio en salvarnos de nuestras
concupiscencias. En absoluto podría sacar algo bueno del hombre. Pero Dios
voluntariamente, y ante la perspectiva de nuestra miseria, se apiada con amor
inefable por Sus criaturas corrompidas y llenas de podredumbre. Dios se goza
en salvarnos porque así Él declara Su poder y gloria a todas las naciones. Se
alegra en la conversión y el arrepentimiento de Su creación. Y lo hace sin ser
coaccionado, sin que ninguna fuerza lo impulse a hacerlo. Dios es soberano y
en consecuencia actúa soberanamente como el Hacedor Supremo.

3. LA ÚNICA SALVACIÓN POSIBLE.

El hombre en su gran inconsciencia e ignorancia, ha tratado de encontrar


soluciones alternativas a ser salvos por la fe en Cristo. Ha intentado encontrar
caminos propios que lo acerquen a un sentido para sus vidas. Pero todos ellos
llevan irremediablemente al abismo de los imposibles. Desde luego, el camino
de la legalidad y la autojustificación aparece en muchos de esos ingénuos
senderos. Ser buenos, cumplir las normas, hacer obras de filantropía no son
más que intentos humanos de acallar el grito desgarrador de un alma
hambrienta de amor y perdón. Sistemas filosóficos, ideologías y religiones no
hacen más que enturbiar nuestra vista. El camino que conduce al perdón y la
misericordia están ante nuestros ojos, pero nosotros continuamos
invariablemente en nuestra ceguera y en enceguecer a los demás. "Yo soy el
Camino, la Verdad y la Vida" (Jn. 14:6), fueron las lapidarias palabras del
Cordero de Dios que pueden señalarnos cuál ha de ser nuestra decisión. Sólo
hay una salvación, gratuita y cercana, y un sólo Salvador, lleno de verdad y
vida abundante para todo el que cree en Él y en el que lo envió.

C. DEL MUNDO.

Esta redención alcanza a todos los hombres de todas las edades, de todas las
razas y culturas, de ambos sexos. Esta sangre preciosa del Cordero de Dios
cubre multitud de pecados y a la totalidad de la humanidad. Es poderosa y
capaz en su derramamiento para restablecer nuestra relación con Dios. La
muerte del Cordero de Dios justifica a todo aquel que acepta ser lavado por
esta sangre pura e inocente. El ofrecimiento es hecho a todo ser humano,
aunque el hombre en su indiferencia, la ignore. Es real, única y suficiente. La
distancia entre Dios y tú desaparece cuando entregas de corazón tu fe y te
comprometes a aceptar de Cristo, su muerte y resurrección. Pablo declara que
este amor de Dios debe provocar una respuesta firme: " El amor de Cristo nos
constriñe, pensando esto: que si uno murió por todos, luego todos murieron;
y él por todos murió, para que los que viven ya no vivan para sí, sino para
aquel que murió y resucitó por ellos." (2 Co. 5:14,15). Dios nos ofreció la
mejor y única solución a nuestra vida vacía y sin propósito ni esperanza.

CONCLUSIÓN.

El que ha conocido y gustado la redención de Cristo sabe con certeza algo que
le distingue de este mundo repleto de "héroes rojos": " Al volverse cristiano,
uno se convierte en una persona totalmente diferente. Deja de ser el de antes.
¡Surge una nueva vida!" (2 Co. 5:17). " Con Cristo estoy juntamente
crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la
carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios el cual me amó y se entregó a sí mismo
por mí." (Gál. 2:20).
Cuando Juan el Bautista proclamó la llegada del Cordero de Dios para quitar
el pecado del mundo, dos de sus discípulos tomaron la decisión de seguir a
Jesús. Habían encontrado lo que sus corazones necesitaban y esperaban: al
Mesías, a su Redentor. Su gozo al hallar al Salvador del mundo no se quedó
egoístamente dentro de sus almas, sino que lo hicieron saber a otros para
poder participar de el ofrecimiento definitivo para salvación del mundo.

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