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EL DESTINO DE LAS PAREJAS

AVATARES Y METAMORFOSIS DE LA PASIÓN

Philippe Caillé

RESUMEN

Este artículo plantea la cuestión de qué mecanismo dinámico mantiene unidas


a las parejas a pesar de la desilusión y los conflictos que éstas experimentan
en el transcurso de sus vidas. Se trata de un mecanismo relacionado con la
pasión, que es un suceso especial en la vida de las parejas, un factor
energético indiscutible no sólo en esta forma concreta de organización, sino en
la organización de otros sistemas humanos. Sin embargo, la pasión y el amor
han sido con frecuencia desdeñados en numerosas teorías de la psique
humana, probablemente porque el mundo de los sentimientos no es un
territorio al que sea fácil acceder. Las experiencias emocionales de las
personas, y más en concreto el amor o la pasión, son elementos de primer
orden a la hora de entender tanto la duración como la pervivencia de esa
estructura que llamamos "pareja".

THE DESTINY OF COUPLES - VICISSITUDES AND METAMORPHOSIS OF


PASSION

This article considers the nature of the dynamic mechanism which keeps
couples together despite the disillusionment and conflict they experience during
the course of their lives together. The mechanism is related to passion, a
special event in the lives of couples which is unquestionably an energising
force, not only in this specific kind of organisation but also in the organisation of
other human systems. However, numerous theories of the human psyche have
often looked upon passion and love with disdain, probably because the world of
emotions is a difficult one to enter. People's emotional experiences, particularly
love and passion, are nevertheless of prime importance when it comes to
understanding the lifetime and survival of this structure which we call "the
couple".

«We are such stuff as dreams are made on» Shakespeare, The Tempest

Quisiera hablarles hoy de un aspecto del fenómeno llamado pareja que me ha


intrigado desde hace tiempo. Se trata en cierto modo del aspecto energético de
dicho fenómeno. Si tenemos en cuenta que la pareja, y ahora más que nunca
en esta cultura que es la nuestra, es una construcción autónoma, una invención
original de los dos componentes, ¿de dónde proviene la fuerza de convicción,
la evidencia de identidad que le permite continuar a pesar de los conflictos y las
desilusiones inherentes sin duda a toda relación con ánimo de durar?

La vía más fácil para intentar eludir el problema me parece que es introducir el
factor energético de la pareja en la sexualidad. Es innegable que desempeña
un papel en la pareja. Sin embargo, la sexualidad, al menos en el ámbito del
mundo occidental, puede encontrar con facilidad un chivo expiatorio en
relaciones que no son de pareja, relaciones que quieren precisamente estar

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El destino de las parejas: avatares y metamorfosis de la pasión. Philippe Caillé
Redes 10, pp. 9 – 18. Diciembre, 2002

basadas sólo en una satisfacción sexual recíproca y rechazan el proyecto de


crear una pareja responsable. De modo que parece totalmente artificioso
considerar la sexualidad por sí misma como el factor dinámico suficiente para
explicar la permanencia en el tiempo del fenómeno del que estamos hablando.
Más bien me parece que la sexualidad es en la pareja un factor importante en
la medida en que precisamente no se considera suficiente, pero adquiere valor
al fundamentar, confirmar, hacer más convincente otra categoría de
experiencias.

Experiencias que se mueven en un plano más psicológico que físico, más


afectivo que instintivo: el de las emociones. La energía que mantiene a la
pareja tendría entonces su origen en el aumento de identidad, en el refuerzo
del yo que su propia invención aportaría a sus inventores, sus creadores.

En cierto modo me vuelvo más fuerte, me siento más real, porque una
dimensión cognitiva abundante ha venido a añadirse a las dimensiones
cognitivas que poseía anteriormente. Una sexualidad feliz hará entonces más
evidente, más eficaz esta nueva dimensión. No puede ponerse en su lugar. Su
ausencia no puede suprimirla.

El común de los mortales, al igual que los novelistas, poetas y autores de


canciones famosas, considera que el origen de este aumento de identidad, que
hace que los implicados crean en la existencia de la pareja en diferentes
acepciones, es el amor, la pasión, el encantamiento. Palabras que parecen
indispensables en el lenguaje, ya que evocan un fenómeno de enorme
importancia, tanto por su frecuencia - ¿quién no ha apostado alguna vez por
una pareja? – como por su importancia - ¿cuántos acontecimientos desde los
más felices a los más penosos son consecuencia directa de una experiencia de
este tipo? Estos términos tan habituales en el lenguaje común, sólo aparecen
excepcionalmente, o se emplean con una reserva condescendiente, en el
lenguaje de los interventores sociales, con independencia de su categoría.

Si este aspecto de aumento de identidad tiene una posición central en la


autenticidad de la pareja, si representa la energía que permite seguir y
sobrevivir a una pareja, ¿por qué condenar en nuestro lenguaje de
interventores los términos que lo representan? ¿Por qué excluirlos de nuestros
textos, tan precisos en otros aspectos de la pareja como la elección
inconsciente del otro, la comunicación, el ciclo de vida, el contrato?

Tal vez tenga que ver con la idea heredada de que el «sentimiento no es
razón», tan opuesta, sin embargo, a la experiencia diaria que nos demuestra
que precisamente el sentimiento nos hace actuar y que sólo más tarde
encontramos una explicación razonable a lo que hemos hecho.

Trataremos pues en este artículo de comprender, por una parte, que el amor, la
pasión son factores energéticos indiscutibles en la continuidad de los sistemas
humanos y, en especial, en la de la pareja, por su efecto en la representación
que nos hacemos del mundo y, por otra, por qué es difícil situar estos términos
en nuestras teorías.

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Ver el mundo es en gran medida un acto afectivo

Me da la impresión de que el universo de los sentimientos sigue siendo en gran


medida un territorio desdeñado por las teorías de la psique humana. Sin
embargo, entre la base instintiva de la vida psíquica, estudiada bajo su aspecto
de pulsiones primarias y los fenómenos de socialización, que se reflejan en
procesos de control externos o internos, existe todo un abanico de fenómenos
de los que todos tenemos una experiencia concreta, pero de los que se habla
poco en medios especializados tanto sean psicoanalíticos, sistémicos o de
otras tendencias.

No obstante, se trata de fenómenos extremadamente importantes, poseedores


de una energía considerable, que desempeñan un papel determinante en las
realizaciones que pueden llevarse a cabo a lo largo de una vida.

Sorprendentemente algunos neurofisiólogos muestran en su terreno más


audacia y valor que nosotros mismos. Me refiero en particular a los trabajos del
neurólogo estadounidense Antonio Damasio, cuyo reciente libro El error de
Descartes– la emoción, la razón y el cerebro humano ha cosechado un éxito
muy merecido. Basándose en casos clínicos y en resultados de
experimentaciones muestra en él que la cognición, lejos de ser un proceso
esencialmente racional, está fuertemente condicionado por procesos afectivos.
Nuestras experiencias emocionales más impactantes dejan una huella en
forma de engramas en zonas especializadas del cerebro, engramas que
influirán después de forma decisiva en las percepciones que tengamos de los
hechos.

Un sentido importante está relacionado con esas emociones que nos han
marcado. A su vez esas emociones dan sentido a nuestra vida, nos convencen
de que vale la pena vivirla o todo lo contrario. Lo interesante es que a partir de
una experiencia emocional que en su origen podía parecer accidental, pueden
brotar interpretaciones que, por su naturaleza e intensidad, resulten
completamente determinantes en la orientación de nuestro destino. Esas
interpretaciones pueden ser la defensa de una tradición familiar, la realización
de un ideal político, la orientación hacia una experiencia espiritual.

Este enriquecimiento de significado en el individuo se traduce principalmente, o


al menos por lo general, en una inversión en otro ser humano, lo que
comúnmente se denomina amor. La interpretación conjunta que se da a la
relación crea una armonía que, a su vez, da sentido a la vida de los dos
individuos. Para dotar de una dimensión transcultural a esta afirmación le
mencionaré que el carácter chino que significa «armonía» está formado por el
símbolo clave «ser humano» asociado a la cifra «dos».

Cualquiera es libre de pensar que parece muy superficial o muy extraño por mi
parte afirmar que la energía que soporta la relación de pareja es el amor, u otro
término probablemente más adecuado para subrayar su aspecto energético, la
pasión. La definición de la palabra pasión dada por el diccionario, «estado
afectivo e intelectual lo bastante fuerte como para dominar el pensamiento, por

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la intensidad de sus efectos o la permanencia de su acción» me parece,


además, que enlaza con mi propuesta.

En mi opinión, se debe atribuir al amor o a la pasión una dimensión cognitiva


fuerte. Es decir, que esta atribución de significado a una relación privilegiada la
excluye del paisaje circundante, le da una claridad especial, ilumina el más
mínimo de sus detalles. Hay una relación esencial entre la inversión pasional,
dependiendo de que sea en la pareja, en uno mismo, en la familia o en ciertas
relaciones, y la representación del mundo que organizará nuestras acciones y
dictará nuestras prioridades.

Además la necesidad de una coherencia en nuestras percepciones conlleva la


exigencia de un ajuste entre esas diferentes representaciones con carga
emotiva importante y una relación lógica entre ellas. Por ejemplo, una
representación del yo debilitada pondrá en peligro la posibilidad de poder
seguir representándose la pareja. Una extensión de la representación de pareja
puede implicar una revisión de la representación familiar. En pocas palabras,
normalmente en el ser humano existe un equilibrio entre las pasiones. Para
ampliar este aspecto importante de la cognición puede dirigirse a mi artículo
sobre las situaciones bloqueadas en el divorcio, donde profundizo en ese punto
con la ayuda de la metáfora especial de «la cebolla de la cognición» (Caillé,
1996).

Cognición y pasión

Gregory Bateson, desde las primeras páginas de su obra maestra, La Nature et


la Pensée, insiste mucho en lo que considera un postulado fundamental. Una
«narración» constituye siempre la base del tipo de relación que calificamos
como pertinente. Dice: «Podría considerar que A es conveniente para un B
cualquiera, si A y B son ambos parte o componentes de la misma «narración»»
(Bateson, 1979).

En otras palabras, según él sólo podemos pensar en forma de narración donde,


al margen de la percepción directa natural, intervienen inmediatamente en la
construcción de lo percibido las estimaciones de contexto y pertinencia. Como
Shakespeare pone en boca de Prospero en La tempestad, «Estamos hechos
de la misma materia de los sueños», es decir, que aquello que creemos ser no
puede ser otra cosa que una narración que nos hemos visto obligados a
inventar.

Bateson añade, y esto es fundamental, que esa narración, por relativa que sea,
nos parece tan evidente que se convierte en algo imperceptible a nuestra
atención. Generalmente sólo descubrimos su existencia por el malestar que
producen las fisuras o fracturas que pueden producirse en el seno de ese
molde transparente.

Creo que aquí se localiza el vínculo esencial entre cognición y pasión, puesto
que es evidente que con esas narraciones, esas historias, la pasión entra de
lleno en la percepción. Un sueño puede ser una experiencia gratificante o
terrorífica. La narración de una relación no puede evitar introducir de forma

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implícita simpatía o rechazo, importancia o indiferencia, compasión o


agresividad. Una infinita paleta de componentes afectivos interviene así en la
trama de la narración, componentes afectivos que, por supuesto, pueden
transformarse radicalmente durante su desarrollo.

Si este razonamiento le parece acertado, será esencial delimitar el papel de la


pasión en toda narración, puesto que una narración sólo nos implica por la
inversión afectiva que significa. ¿De qué serviría contar una narración si no
fuera porque nos parece importante creer en ella y hacerla creíble?

Ahora bien, como ya señalaba Bateson, este apego afectivo a la narración


puede ser difícil de descubrir, porque, para el narrador, esa narración no es ni
más ni menos que la realidad. En los primeros contactos con una pareja, sólo
se aprecia la fisura o fractura del molde estructural de la relación por el dolor
que provoca. Los detalles de la narración que son la nota característica de esa
pareja, los que estimulan la pasión que permite continuar a la pareja, no
pueden ser enunciados, porque su evidencia los hace inapreciables para
ambos. Será competencia del terapeuta revelar, mediante técnicas dirigidas a
la atención consciente de la pareja, la originalidad de la relación y la naturaleza
de la pasión que desencadena.

La pasión en la pareja

La pasión en la pareja es, en mi opinión, una pasión singular dentro del marco
general de eso que podríamos denominar las diferentes pasiones de
pertenencia (Neuburger, 1988). Es diferente de la pasión del yo, de la pasión
familiar, de la pasión nacional o racial que están enraizadas en un sustrato
biológico inevitable.

La narración del yo debe tenerse en cuenta en la construcción pasional que se


vaya a hacer, independientemente de que se sea hombre o mujer, pequeño o
grande, joven o anciano. La narración pasional de la familia debe incluir no sólo
lo que ha pasado en generaciones precedentes, las leyendas y secretos que
existen en la línea familiar, sino también la composición real del grupo familiar,
su estatus social, la composición de los hermanos. También es evidente que la
historia de un estadounidense tendrá un matiz especial según sea
afroamericano, hispano, o protestante blanco. Salvo que sea psicótico, existen
datos básicos a partir de los cuales las narraciones deben construirse.

Además, la mayoría de esas narraciones son necesarias para poder vivir una
vida normal. Si se quiere comprender el mundo y desarrollarse en él, no se
puede escapar a la necesidad de tener que contarse, de tener que hablar sobre
su familia, su medio, su nación, su raza. Bateson habría dicho probablemente
que esas narraciones son necesarias para convertirse en «conveniente» en el
mundo.

La pasión en la pareja es diferente en la medida en que huye de los dos


imperativos comunes a las pasiones de identidad.

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Su narración no está sometida a imperativos biológicos. La pareja puede estar


constituida por personas de sexo diferente o del mismo sexo, de un medio
social idéntico o distinto, de la misma o distinta edad, pertenecientes a la
misma raza o a razas diferentes. La libertad de elección de los protagonistas
es, en principio, infinita.

Además, por deseable que nos pueda parecer vivir en pareja, se puede hacer
sin una narración de pareja. Y eso no conllevará una inadaptación cognitiva o
de ser alguien extraño en el mundo como lo haría la ausencia de una narración
del yo o de la familia.

La libertad creativa que preside la redacción de la narración de pareja, su falta


de anclaje en datos biológicos fundamentales hacen aún más difícil delimitar
las características de esta fuente de energía, de esta burbuja transparente que
las parejas aportan y de la que sólo pueden apreciar los defectos y fisuras. La
evolución de la pareja pasa, sin embargo, por esa narración cargada de pasión
que he denominado definitivamente «el absoluto relacional de pareja», o
simplemente «absoluto de pareja», ya que esta narración especial representa a
la vez la razón y los límites de la relación. Sin ella la pareja simplemente no
tiene razón de ser (Caillé, 1983, 1985, 1991).

A modo de inciso, el término de absoluto de pareja me parece preferible a los


de «modelo fundador», «tercero incluido», o «más uno» de pareja que he
utilizado también. Aunque sean útiles, el primero refleja poco el aspecto
afectivo y energético del fenómeno, los dos siguientes son más bien técnicas
que hacen implícitamente referencia a una gestión terapéutica.

En la misma línea que el absoluto de pareja, se podría incluir «el programa


oficial y el mapa de la pareja» que tanto gustaba a Mony Elkaïm (1985) y «lo
íntimo de la pareja» utilizado por Robert Neuburger (1997), términos que me
parecen designar, al menos en parte, este aspecto esencial, pero misterioso de
la relación de pareja.

El descubrimiento de un absoluto de pareja es por lo general una tarea difícil,


ya que a menudo es complicado identificarlo al comienzo de los contactos,
oculto como se halla tras las quejas y las acusaciones recíprocas. Se añade
también a esta dificultad un motivo más sutil que intentaré aclarar con la ayuda
de un elemento importante de la mitología hinduista, el culto a Visnú.

Visnú es junto con Brahma y Siva uno de los tres grandes dioses de la trilogía
divina, la Trimurti. Brahma es el creador, Siva el destructor y Visnú el protector.

Visnú asegura la conservación del universo. Cumple con su misión mediante


manifestaciones en la tierra bajo formas diferentes llamadas los «avatares» de
Visnú, encarnaciones del dios que intentan, cada una a su manera, mostrar a
los humanos nuevos caminos para consolidar su desarrollo. Así que no se
puede describir a Visnú en su forma original, que es un misterio -y ahora
espero que se vea la analogía con el absoluto de pareja-, sino solamente bajo
el aspecto que asumen sus avatares. Sin embargo, es posible encontrar

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El destino de las parejas: avatares y metamorfosis de la pasión. Philippe Caillé
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elementos esenciales para el estudio de cada avatar, fundamentos de poder y


de energía del dios.

Del mismo modo, en el trabajo con parejas sería engañoso y, digámoslo,


bastante ridículo buscar representaciones de la pasión pura, separada de toda
contingencia, pero parece legítimo buscar la forma en que esta pasión se
presenta en la pareja, sea cual sea el carácter simpático o temible del avatar
bajo el que aparece. En cualquier caso, esta manifestación de la energía
pasional justifica las peripecias múltiples de la vida de pareja y legitima, de
forma original, su constitución.

Si ambas partes pierden interés por su historia de pareja, si ya no ocupa un


lugar en su experiencia del mundo, si esta energía ya no se presenta bajo
forma de un avatar cualquiera, tanto se trate de odio como de cualquier forma
de apego, el fenómeno pareja habrá desaparecido tan misteriosamente como
apareció y sólo quedará darlo por perdido.

Las metamorfosis de la pasión

Me parece inteligente mantener como principio que, desde el punto de vista del
terapeuta de pareja, si una pareja viene a la consulta existe en ella, a priori y
hasta que se pruebe lo contrario, un resto de la pasión constitutiva de la
relación bajo la forma de un avatar por descubrir.

Si existe, lo que se trata es de liberar esta energía creadora para descubrir las
vías que la pareja es capaz de explorar. Si ya no existe, también es importante
que la pareja se dé cuenta para no desperdiciar energía intentando reanimar un
cadáver.

Esta energía vendrá a menudo revelada rápidamente por el interés demostrado


por la pareja en utilizar las técnicas que se les propongan, para sacar a la luz
las características del modelo invisible que determina el carácter único de su
relación. Allí se encuentra la energía que la ha creado. Es el origen de los
avatares que permiten que perdure bajo formas a veces extrañas.

Puede tratarse, por ejemplo, de su compromiso en la ejecución del «protocolo


invariable de terapia de pareja» que, en su primera fase, explora el absoluto de
pareja en su dimensión sincrónica colocando en paralelo las «esculturas
fenomenológicas y míticas de la relación», es decir, los comportamientos
dentro de la relación y las creencias que la dominan (Caillé, 1995). Podrá
igualmente tratarse del interés dedicado al aspecto diacrónico de la propia
relación, a través de la ejecución de un juego de la oca sistémico que desvele
los sucesos más importantes de la historia de la relación y el significado que
cada integrante de la pareja atribuye a cada uno de ellos (Caillé & Rey, 1998).

Sea cual sea la técnica empleada para explorar el modelo específico de gran
componente cognitivo y emocional de la relación, la participación activa e
interesada de ambas partes en este trabajo determinará la presencia activa de
un avatar de la pasión y animará tanto al terapeuta como a la pareja a

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recuperar la energía que le devolverá la posibilidad de encontrar nuevos


desarrollos a una narración actualmente interrumpida.

Una vez revelado el avatar, se podrá explorar con la pareja las metamorfosis
que puede experimentar. Mi experiencia de terapeuta de pareja me ha
enseñado que los conflictos de pareja más vehementes, por temibles que
pudieran parecer a primera vista, están lejos de ser los más difíciles de tratar.
La pasión de pareja se halla presente con la forma de un avatar muy vital. Por
el contrario, a menudo problemas menores, en apariencia sin gravedad,
pueden enredarnos en meandros relacionales difíciles de solucionar como
terapeuta, ya que el compromiso pasional es débil en la pareja y aspira a
caminar con muletas.

Si el avatar de la pasión se ha hundido en la nada, será importante para la


pareja, que de hecho ya no lo es, reconocerlo con una ceremonia de duelo y
saber separarse. O, por qué no, establecer una vida en común dentro de un
simple contrato, de una asociación razonable, de un equitativo quid pro quo.
Era suficiente cuando la pareja sólo era un subsistema de la gran familia, pero
¿es posible hoy cuando la pareja cumple en nuestra cultura con una función de
identidad tan importante?

Para concluir

En la actualidad me parece difícil realizar la lectura sistémica de una relación


de pareja sin incluir en ella el estudio de la pasión bajo los rasgos de un avatar
especial y sin explorar con la pareja las metamorfosis que puede experimentar
el avatar.

Me parece además más coherente desde un punto de vista constructivista dar


la oportunidad así a la pareja de ser «terapeutas de sí mismos», de adquirir
confianza con la función autopoyética de la relación de pareja, antes que
intentar corregir los errores de funcionamiento que sólo son en realidad modos
adecuados de interacción de pareja en su configuración actual.

La pareja – ese estado en que dos seres humanos se aceptan el uno al otro y
recorren juntos un proyecto de vida común – es sin duda muy deseable, puesto
que pone punto final al estado de soledad. El amor, es decir la aceptación
recíproca del valor del otro como tan o más importante que el propio valor, es el
fundamento lógico de ese estado. Esta actitud ideal sólo existe, sin embargo,
de forma episódica y parcial en la relación de pareja, porque choca pronto con
la realidad de lo cotidiano y la satisfacción de las ambiciones personales. La
narración que se creó sigue siendo, sin embargo, la razón de ser de la pareja y
alberga la energía que les proporciona la esperanza de durar y evolucionar.

Así pues se trata de encontrar el avatar que el dios Visnú ha asumido y luego
devolver a la pareja la esperanza de una evolución y la energía para realizarla.

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