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Mi idea en esta charla es que tratemos de prestar un poco de atención no tanto a la teoría

de qué es un pecado, sino a cómo esta realidad está metida en nosotros. Tratar de tomarnos este
tema en serio. No porque tenga la última palabra el pecado, de hecho si así fuera, no habría
pecados, sino porque el no tomarlo con seriedad nos trae grandes males a nosotros, a nuestra
época, a nuestro mundo.

Secularismo
Juan Pablo II nos alertó mucho con respecto a lo que él consideraba el mal más grave de
nuestra época, y al que la Iglesia tiene el compromiso de afrontar: el secularismo. ¿Qué es esto?
Es olvidar la trascendencia, el más allá, la vida eterna. Es poner entre ( ) el destino eterno del
hombre, y aferrarse sólo a las cosas terrenas, como si fuesen la única realidad y la única vida. El
hablar sobre la vida eterna, el cielo y el infierno y todas esas cosas pasa a ser un tema de las
catequesis de niños, pero no algo que se vive con centralidad ni la razón de nuestra esperanza.
El problema es que, si yo pierdo de vista la vida eterna, también se esfuma la verdad de
esta vida, porque esta vida en la tierra cobra sentido en función de la vida eterna, y sólo en
función de la vida eterna.
En este clima secularista, el deseo natural de “vivir para siempre” se deforma y se vuelve
“deseo de vivir bien”, de vivir placenteramente, es decir hedonismo. Lo que me da placer, confort,
comodidad, lindas sensaciones, es bueno, y estamos dispuestos a pagar muy caro por estas
porque nos parecen importantísimas, más importantes, por supuesto, que el seguir a Cristo, el
amar a Dios por sobre todas las cosas, el tener como meta real de nuestra vida es ser santas.

El pecado del siglo: perder el sentido de pecado


El Papa Pablo VI dijo hace un tiempo que el pecado de nuestro siglo es el haber perdido el
sentido de pecado. El que ya ni siquiera nos damos cuenta del mal que hacemos, pero no por una
inocente ignorancia de no saber que tal cosa está mal, sino porque ya nos deja de importar la
meta de hacer el bien. “Quién me va a decir a mí que esto está bien o mal.” “Es mi vida, y nadie
me puede decir cómo la tengo que vivir.” Esta forma de soberbia es lo que más nos aleja de
nuestro Señor, de nuestro verdadero y único Bien. Muchos piensan que el pecado es lo que más
nos aleja de Dios, y no es así. Jesús es el 1˙ en decir que vino para los pecadores. El infierno no es
para el que hace muchos pecados, sino para el que no quiere aceptar el perdón de Dios por esos
pecados. Lo que más nos aleja de Él, es el no arrepentirnos de ellos, por eso es tan terrible la
soberbia, es querer arreglárnosla solos, sin Dios.

Así como el bien es difusivo, se contagia, el mal también. Cuando entramos en el círculo
vicioso del pecado, nos pasa que justamente se nos hace vicio. No es que le mentí una vez a
mamá; le miento mil veces. No es que coimié una vez; coimeo casi cada vez que puedo. No es que
un día critiqué, me la paso criticando, y me es una costumbre tan arraigada que ya no me doy
cuenta de lo malo que es. ¡Cuántas veces persistimos en el pecado, o no afrontamos las
consecuencias de nuestro pecado o de nuestro vicio, y lo tapamos con más pecados y mentiras,
todo antes de reconocer lo mal que hicimos, dar la cara ante mí misma, ante Dios, y ante quien
haya ofendido. Esto es perder el sentido del pecado. Por ahí nuestra falta es que nos sentimos tan
lejos de Dios, que pensamos que ya no se puede volver a Él. Pero siempre se puede volver. No hay
pecado que Dios no perdone. Capaz que el Dios en el que creemos es un Dios débil, y por eso lo
confiamos en Él del todo. Capaz tenemos que purificar la imagen que tenemos de Dios…

Si yo me mandé un flor de moco, pero tengo la humildad de reconocerlo y de hacerme


responsable por él, entonces bienvenido ese “moco”, como dice San Agustín, feliz culpa que nos
mereció tal redentor. Cuando el hijo pródigo vuelve arrepentido a la casa de su padre, éste hace
una fiesta porque ha recuperado a su hijo. Dios hace una fiesta cuando uno de nosotros vuelve a
su Casa.
Jesús mismo es muy claro cuando nos dice “Yo no he venido a llamar a los justos, sino a los
pecadores” (Mc 2, 17). Todos necestiamos de su perdón, de su amor misericordioso. El que no
tenga pecados, que tire la primera piedra.

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Y para que Cristo pueda erradicar el pecado de nuestra alma, de nuestra vida, arrancarlo
de raíz, debemos tener la humildad y la valentía de reconocer esos pecados que hacemos, como
lo hace David (Sal 50):
“Misericordia, Dios mío, por tu bondad,
por tu inmensa compasión borra mi culpa;
lava del todo mi delito,
limpia mi pecado.”

Porque no nos engañemos: no es más valiente el que se anima a copiarse, que el que se
anima a no copiarse; no es más valiente el que se anima a criticar, sino el que se anima a que lo
tomen por tonto por hablar bien de los otros y no prejuzgar; no es más valiente el que se anima a
la lujuria (que es el desorden en los placeres sexuales) como si fuese un desafío o algo que “hay
que hacer porque si no sos una naba”, sino el que se anima a vivir la castidad. Valiente en serio es
el que se juega por Cristo en su vida concreta.

En muchos ámbitos hoy en día el tema “pecado” es un tema tabú. No se habla en la


predicación religiosa, se toma como algo del pasado retrógrado y ya superado. La psicología y
sociología (no todas las corrientes, pero sí muchas muy difundidas) intentan desvirtuarlo y hacen
de él una ilusión, un complejo, un sentimiento de culpa sin fundamento real. Muchos creen que el
pecado es parte del mal que debe existir sí o sí en el mundo, que es inevitable, que está más allá
de nosotros, y por eso no es, en el fondo, nuestra culpa. Ojo con esto: el pecado sí es inevitable, y
sí es nuestra culpa. Estas doctrinas deforman la verdad: reducen los conceptos de bien y mal a
pura estadística, entonces algo considerado malo en otra época, si se vuelve normal, deja de
considerarse malo, porque el hombre se cree que él es quien decide qué es bueno y malo como
mejor le parezca a cada momento. Por ejemplo: si hoy hay muchas mujeres que se acuestan con
mujeres, y varones que se acuestan con varones, o que se operan porque quieren ser mujeres,
allá ellos, que hagan lo que quieran total es su vida privada. Esto sale del secularismo, y es una
moral relativista, o una concepción relativista de la moral. Y esto sería lógico, si nosotros no
tuviésemos ninguna medida previamente dada y no inventada por nosotros, sino que surge de lo
más íntimo de la bondad de la creación. Pero esto no es así: nosotros sí tenemos una medida, un
orden natural que surge de lo + profundo de la bondad de la creación.

Muchos hombres de hoy queremos conocer este orden natural, porque vemos e él un
peligro para nuestra libertad. ¡¡¡¡No nos equivoquemos!!!! Los mandamientos y toda norma moral,
más o menos general, no limitan nuestra libertad, al contrario, son condición de una verdadera
libertad. Imagínense ir en auto a Bariloche pero sin mapa, sin señales en la ruta, ni carteles, ni la
raya marcada en la ruta, sin camino hecho, sin brújula. Tan estúpido como esto es querer vivir
nuestra vida sin aceptar los límites inherentes a ella que nos ayudar a vivir bien, y a llegar a
nuestro destino.

El contenido más profundo del pecado es que queremos negar que somos creaturas, que
somos creados por Dios, porque queremos aceptar ni la medida ni los límites inherentes a ello.
Queremos llegar a ser Dios, y ahí nos pervertimos. El pecado es esencialmente renunciar a la
verdad y sus consecuencias, considerar la dependencia del Amor, o sea de Dios, como una
esclavitud, y así lo que se consigue no es verdadera libertad, sino apariencia de libertad. Un
chiquito a quien sus padres ni le ponen ni un límite, ¿le hacen bien? No, lo hacen un malcriado
egocéntrico incapaz de vivir en sociedad y de amar desinteresadamente a los otros. Todos
necesitamos límites para crecer en libertad y realmente desarrollarnos como personas. Negar esos
límites, que en el fondo es negar que dependemos de Dios, es el mayor daño que nos podemos
hacer. Dice nuestro Papa: el hombre que niega los límites entre el bien y el mal, los límites
inherentes a la creación – los mandamientos – VIVE EN LA MENTIRA Y EN LA IRREALIDAD. SU VIDA ES UNA APARIENCIA.
¡Cuánto tenemos de esto! Al creer que somos + libres por hacer lo que se nos canta, en realidad
nos esclavizamos.

Nuestro Papa nos dice una verdad muy poco popular pero muy cierta: el tema del pecado
es un tema reprimido, pero de todas formas es un tema que está y que sigue siendo verdad. La
culpa que se reprime – como todo lo que se reprime – surge por otro lado, por ejemplo por medio
de la violencia. (Él habla de “enfermar de verdad reprimida”.) Lo que hay que hacer con la culpa
es ACEPTARLA y ANIQUILARLA. Esto es lo que sucede en el sacramento de la Reconciliación o

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Confesión: yo pequé. Es una realidad. Y me doy cuenta de mi falta, y me duele, y me arrepiento.
Me voy a confesar, y en el confesionario le digo al sacerdote mi pecado. Todo esto es la parte de
aceptar la culpa. Y en este sacramento, el gran tesoro que a veces desaprovechamos tanto, es
que Cristo, por medio del sacerdote, nos perdona. ¿Qué significa esto? No que nuestro pecado sea
insignificante y por eso se nos perdona, sino que Dios aniquila nuestro pecado. Eso es perdonar.
Para Él, a partir de ese momento de la absolución, nuestro pecado NO EXISTE MÁS, SE ESFUMÓ DE
LA TIERRA.
¡Cuántas veces nos pasa que Dios nos perdona pero somos nosotros los que no nos
perdonamos! Quizá porque en fondo no creemos que Dios es realmente capaz de perdonar y
hacer desaparecer nuestra falta. Esto es la otra cara de la soberbia: pensar que mis pecados
tienen más fuerza que la misericordia de Dios…Quizás porque en el fondo, aunque no negamos
que Dios exista, quizás hasta vamos a Misa siempre y nos creemos muy “cristianas”, pero en la
vida concreta que llevamos, vivimos como si Dios no existiera. Esto es nuestro secularismo.

El tema del pecado es, por un lado, un tema reprimido, como dijimos, pero a veces es un
tema al que se le da demasiada importancia, más de la que debiera. Es el caso de los que siempre
están preocupados por “¿es pecado tal cosa, o tal otra?” Lo que más les quita el sueño es si es
pecado lo que están haciendo, lo que están por hacer, o lo que hicieron, como si eso fuese lo más
importante de la vida moral. ¿Es pecado tranzar con un pibe que no es ni novio, es pecado
acostarme con mi novio, o con el novio de otra? ¡si yo lo quiero! ¿qué, acaso es pecado querer? En
seguida queremos justificar lo que vamos a hacer, pero en ningún momento nos preguntamos ¿es
bueno esto? ¿es bueno ser casto? ¿es bueno que mi sexualidad refleje la real relación que yo
tengo con el otro? es decir que si doy un beso no es pura calentura sino que significa te quiero de
verdad, o si me entrego por completo en lo sexual, también me entrego por completo en toda mi
realidad: no sólo mi cuerpo, sino también mi alma, mis proyectos, mi futuro, mi vida entera, y para
siempre, no mientras nos queramos. El otro lado de la moneda del no ver el pecado, es ver sólo el
pecado, como si esto fuese lo más importante en nuestra vida moral.

1 pecado no es algo malo que hacemos, sino lo que le falta a un acto que yo hago para que
sea bueno, para que sea perfecto. Es un agujero.

acto q’ hice, incompleto PECADO

ACTO BUENO, PERFECTO

El pecado es una realidad en nuestras vidas, pero lo más importante de nuestra vida moral
es el bien que hagamos, o mejor dicho, el bien que Dios haga en nosotros con nosotros, no los
pecados que sumemos a nuestro haber. El pecado es abuso de nuestra libertad: no nos pasemos
mirando este abuso o mal uso como si esa fuera la realidad misma y tuviera la última palabra.
Veamos que más importante es el bien, y que más importante que tener claro el abuso de la
libertad, es clave tener más claro por dónde pasa el buen uso de esa libertad, el uso recto,
ordenado.

En los 2 casos: reprimir el pecado o hacer de él lo más importante, estamos pisoteando la


verdad. Nuestra salvación está al dejar de reprimir y de pisotear la verdad. Y esto requiere de
mucha humildad, esta virtud tan central, que nos ubica bien frente a Dios y frente a nuestra
realidad, y nos permite mirarnos con sinceridad, sin mentirnos, por de pronto, a nosotros mismos,
y al mismo tiempo sin desesperar al ver la miseria que tenemos dentro nuestro.

No se trata en absoluto de amargarnos la vida con mandamientos y prohibiciones; sino más


bien, de que nos conduzcamos a la verdad. Esa humildad nos permite reconocer nuestros
pecados, y reconocer que más allá de ellos está el amor de Dios que es capaz de hacer de
nosotros grandes santos. Porque es así. El plan de Dios para nosotros es que seamos felices, que
seamos santos. Todos nosotros. Dios nos creó para ser “santos e irreprochables en su Nombre por
el amor”.

Está bueno tener presente el relato de la creación (Gn 2). Dios nos crea en un jardín, en un
paraíso: un lugar en el que el hombre era amigo de Dios. Un lugar que cobijaba y alimentaba al

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hombre, que no era para él una amenaza y peligro, sino un hogar.

Y en este hogar que es el mundo, Dios nos da un mandato: cultivar y poblar la tierra.
“Mandato” significa orden, obligación, pero también significa “poder”: es algo bueno que se
entrega al otro. Que le implica una responsabilidad, pero al mismo tiempo implica que yo confío
en él, por eso le doy ese poder o ese mandato. Dios nos da a nosotros el mandato de poblar y
cultivar la tierra, sabiendo que no es nuestra, sino de Él, pero él nos deja a nosotros como
encargados, con ese poder, con esa responsabilidad. El pecado es decir: yo no quiero ser
encargado, quiero ser dueño. Nosotros sólo somos administradores de la creación y de nuestra
propia vida, pero no dueños. Cuando me creo dueño, ahí estoy desubicado.
Creo que el hecho de que seamos “dueños” de muchas cosas materiales, por ejemplo, nos
dificulta el poder ubicarnos como administradores, y no dueños. No es que sea imposible, pero es
más difícil. Por algo Jesús nos dice “Es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja, que
que un rico entre en el Reino de los Cielos.” Tenemos que despojarnos de nuestras riquezas para
entrar en su Reino. Si vivo atada a lo que tengo, me quedo atascada en la puerta de la ciudad.

En ese paraíso en el que Dios nos crea había muchos árboles, entre ellos: el ÁRBOL DE LA VIDA.
Al hombre le estaba permitido comer de este árbol. Había otro árbol, el del conocimiento del bien
y del mal, cuyo fruto estaba prohibido al hombre por mandato de Dios. ¿Qué significa esto? Que es
Dios, y no nosotros, el que pone las reglas de juego en nuestra vida moral porque Él es nuestro
creador. Él define, al crearnos, que es bueno respetar a los padres, amar la verdad, amar la vida,
respetar la propiedad ajena y la mujer o el marido del otro. Los mandamientos, esa ley moral que
Dios graba en el corazón de todo ser humano, no son un invento nuestro, ni de la Iglesia, ni de
Constantino, sino que son parte del “manual de instrucciones del hombre”, y los derechos de
autor son de Dios, porque él es al Artista de la creación, el Autor.
Imaginemos que yo tengo una computadora pero está medio sucia, entonces decido
lavarla, y la meto en un balde con agua y la cepillo bien.¿qué pasa? No anda, la rompí, porque no
respeté la forma correcta de tratarla y cuidarla. También hay una forma correcta de tratarnos a
nosotros mismos, de cuidarnos. Y hay una forma correcta de tratar a Dios, y a las personas.
¿Cómo sé cuál es esa forma? Tenemos el Evangelio, toda la Biblia, los sacramentos, las
enseñanzas de la Iglesia, la ley moral natural. A través de nuestra conciencia, Dios nos habla y nos
va ayudando a discernir.
El tema es que muchas veces nos preocupamos por saber 10000 cosas, pero no por
conocer nuestra naturaleza, qué cosas nos hacen realmente bien, qué cosas no nos hacen nada
bien, ni por descubrir la voluntad de Dios; lo rezamos en el Padre Nuestro, hágase tu voluntad en
la tierra como en el cielo, pero después ¿buscamos su voluntad? ¿dejamos que se haga?

Esa soberbia que tenemos de no reconocer a Dios como nuestro Señor y Creador es la que
nos puede hacer decir: quién es Dios – quién es la Iglesia – para decirme lo que puedo o no puedo
hacer con mi vida moral. Justamente es Dios el único que nos puede decir qué es bueno para
nosotros, y depende de nosotros el ir descubriendo eso y encarnarlo. Para eso está la Iglesia, para
ayudarnos a descubrir lo que Dios nos dice, y para ayudarnos a llevarlo a la práctica.

La serpiente
Volviendo al Génesis…la serpiente, que es el Diablo, ¿cómo actúa? No le dice a Eva que
coma del fruto porque total Dios no existe. Le dice: ese dios no tiene nada que darte, es un dios
lejano. No mantengas la alianza con él, que es un largo camino que te impone muchas
limitaciones. Seguí la corriente de la vida, viví el momento. La serpiente da información
aparentemente llena de sentido, pero que en realidad contiene una deformación de la verdad.
Quiere que el hombre sospeche de Dios, de la Iglesia, de la oración, de la gracia, de los
mandamientos. ¿Vas a hacer caso a lo que la Iglesia te dice y te vas a perder toda la diversión?
Pero no seas tonto! No seas ingenuo! No te va a pasar nada! ¿Tenés miedo de ir al infierno? Pero
si el infierno no existe!!! ¿alguna vez alguien te mostró con pruebas fehacientes que existe el
infierno? Si Dios es bueno, ¿cómo va a existir el infierno? ¿Vas a creer que la hostia es realmente
Cristo? por favor, te lo acepto para los chiquitos en Catequesis, pero ya estamos grandes,
madurá…

Este es el trabajo del Diablo. No hay mayor victoria para él que nosotros creamos que el
Diablo no existe, que el infierno no existe, y que las consecuencias de mis actos en la tierra no

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tienen una consecuencia en la eternidad. Es el secularismo: no hay ni cielo ni infierno, ni vida
eterna ni muerte eterna. Hay este mundo. Es la misma mentalidad que dice ¿qué sentido tiene ser
monja de clausura, encerrada todo el día rezando, pero no haciendo nada por ayudar al agente,
darles de comer, etc? ¿Qué sentido tienen los mártires, cómo Dios va a querer que mueran por
Él?, lo que son en realidad es fanáticos religiosos y cobardes que no enfrentan la vida.

Claro, lo que para es que sólo nos parecen reales y valiosas las cosas de este mundo
porque en el fondo no creemos en la Vida Eterna. El secularismo no arraiga en los ateos, sino en
los cristianos que tienen muerta su fe. El secularismo nos llega cuando a los sacramentos los
vaciamos de su eficacia, a los signos sagrados los vaciamos de su sentido, a las oraciones
recitadas las vaciamos de la oración, a nuestra fe la vaciamos de la caridad, del amor.

La propuesta de la serpiente, que es la tentación implícita en TODO pecado, es que no


aceptemos los límites de nuestra propia existencia, que no consideremos los límites entre el bien y
el mal y pensemos que esto se define por CONSENSO. La propuesta del Diablo es que pensemos que
lo que marca el límite de nuestras acciones es lo que podemos hacer. Si puedo copiarme sin que
me cachen, ¿por qué no lo voy a hacer? Si puedo tranzarme a este pibe – por no decir otra cosa -
¿por qué no lo voy a hacer? Si puedo hacerme mil cirugías para estar divina, ¿por qué no lo voy a
hacer, si tengo la plata o me lo cubre la obra social? ¿Qué tiene de malo? Típica pregunta que
hacemos pero sin una intención verdadera de conocer si es bueno o no es bueno para nosotros lo
que se nos canta la gana hacer. ¿es algo que Dios quiere?

Nosotros, en TODO LO QUE HACEMOS, NOS HACEMOS A NOSOTROS MISMOS. La moral no


es un aspecto de nuestra vida aparte de todos los otros, sino que tiñe toda nuestra vida
consciente, sin excepción.

ARTE. ¿Cómo se juzga una obra de arte? Por lo artístico, pero nadie le puede decir que está
bien o mal lo que hizo, sino simplemente si es buen arte o no, y aún esto es totalmente subjetivo.
Pensamiento equivocado. Por suerte cada tanto viene un Ferrari con obras que directamente se
ríen y burlan lo sagrado del cristianismo, y algunos se preguntan, ¿está bien hacer en arte
cualquier cosa?

LA TÉCNICA: en la Edad Moderna parece que no se discute que se puede hacer todo lo que
la técnica nos permita; y este es el progreso del hombre, el progreso científico y técnico. No hay
límites morales a la técnica porque son ámbitos distintos. Por suerte mucha gente se empezó a
preguntar ¿está bien hacer la bomba atómica sólo porque es un progreso científico? ¿está bien
escuchar las conversaciones de las personas dondequiera que estén, sólo porque busco
seguridad? ¿está bien experimentar con embriones, o congelarlos porque quiero tener un hijo?
¿está bien la manipulación genética porque quiero vivir 100 años y ser una diosa sin arrugas ni
celulitis? ¿Dónde está el límite entre lo que se puede hacer porque es posible, y lo que es bueno
hacer?

En nuestra vida cotidiana probablemente haya muchos ámbitos en los que consideramos
que la ética no entra. OJO, si es actividad humana, la ética entra, porque en cada cosa que
hacemos, nos hacemos a nosotros mismos, vamos definiendo quién somos, cómo somos. La vida
moral, y por lo tanto la posibilidad de obrar bien y de pecar, está en todas nuestras actividades.
En algunas es muy fácil ver la línea de lo que está bien o mal, pero en otras no es para nada fácil,
y debemos hacer un esfuerzo mayor y pedirle con fe al Señor que nos vaya iluminando el camino,
que nos ayude a discernir y a seguirlo. Porque si el pecado pasa desapercibido, soy yo la que
pierdo, no Dios, ni la Iglesia.

Siempre que actuamos consciente y libremente, o sea usando nuestras capacidades


propiamente humanas, la inteligencia consciente y la libertad o voluntad libre, estamos en el
ámbito de la vida moral, donde hay bien y mal moral, donde nuestras acciones son moralmente
buenas o malas. Un pecado no es elegir algo malo, sino elegir mal, elegir desordenadamente, pero
libre y conscientemente.

Y peor todavía que dejar a la ética fuera de la vida, es dejar a Dios fuera de la ética. Típico
del secularismo es pensar que en nuestra vida moral el que no entra es Dios. Mi moral es lo que
yo considero que está bien. ¿Qué tiene que ver Dios con lo que yo hago o dejo de hacer con mi

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novio, con mi marido, o con este pibe que hoy me pintó? ¿qué tiene que ver Dios con lo que yo
hago con mi cuerpo, con mi tiempo libre, o con mi plata?

Justamente Dios tiene todo que ver con todo lo que tenga que ver con nosotros, con
nuestra vida, con nuestra forma de vivirla, porque él es nuestro Dios. Y nuestra fe católica no se
reduce a una moral, a un sistema de valores, es una comunión con Dios y con su misterio, y
es meternos en ese misterio.

El pecado original
¿Qué significa, bien interpretado, el “pecado original”? ¿Por qué, si el pecado es algo
personal, los hombres nacemos con un pecado arrastrado, que hizo alguien hace millones de
años?
Porque no hay ningún hombre encerrado en sí mismo. Nadie puede vivir por sí y para sí
mismo.
Fuimos hechos por el Amor desbordante y generoso de Dios, y ser plenamente hombre
significa estar en la relación de amor, se consciente de a quiénes les debo la vida, valorarlo,
agradecerlo, y por otro lado concebir mi vida como un darme a los demás, ahí uno está siendo
verdaderamente uno mismo. Cuando no reconozco o no valoro mis orígenes o a los que me
sostienen, o cuando vivo para mí, buscando lo que me conviene, lo que me interesa, ahí vivo en la
mentira, no crezco como persona, aunque para los ojos del mundo sea súper exitosa y logre todo
lo que propongo. Esta actitud es esa soberbia de la que hablábamos que está en el fondo – más o
menos cerca de la superficie – de todos nuestros pecados. Por eso la humildad es el primer
antídoto para reconocer esta falta de realidad, que es falta de amor a Dios, siempre, y a nuestros
padres, hermanos, y todas las personas que están cerca de mí.

Si la Creación nos pone en relación con Dios, con otra gente, y con nosotros mismos por la
vida interior, pecado es romper esas relaciones, trastornarlas. Querer ponerme en el lugar de Dios.
Pecar siempre afecta a los otros.
Por eso el pecado original nos afecta a todos: junto con el ser hombre, nos toca estar
afectados por el pecado.
Pero algo que muchos olvidamos es que antes del pecado, está el hombre tal como sale de
las manos de Dios: inteligente y libre, capaz de amar a Dios y amar ordenadamente a toda la
creación, sin romper esas relaciones de amor.. No nos olvidemos de que, por debajo de toda la
miseria de nuestro pecado, está nuestra esencia, nuestra naturaleza, que Dios creó y que es
buena, y que porque Dios es Amor y Dios es Grande, él puede hacer de mí un santa. No porque yo
sea divina o porque yo me lo proponga, sino porque Dios es grande, él puede hacer maravillas en
mí, como dice la Virgen. Por eso el pecado no tiene ni puede tener la última palabra en nuestra
vida. Lo que Dios pone, esa esencia en nosotros y el fin para el que nos crea, eso es más
importante.

¿Cómo es la economía de salvación?


Dios nos crea. Nosotros pecamos. Es como si cayéramos en un pozo del que solos no
podemos salir. Nuestras fuerzas naturales no alcanzan. Necesitamos de la gracia. Dios envía pues
a su Hijo, se hace hombre, asume nuestra naturaleza, asume nuestros pecados, muere en la cruz,
y resucita, dándonos la vida eterna, la fuente eterna de gracia – de la que Cachi nos hablará en un
rato.

Yo no me puedo redimir a mí mismo, porque no me creé a mí mismo. Dios es quien me


crea y me sostiene a cada instante, por eso es Él y sólo Él el que puede redimirme, y me redime
por su infinito amor que no conoce el rencor.

Para poder ser redimida por Cristo, tengo que renunciar a querer bastarme por mí mismo.
“Sólo el amor de Dios puede limpiar el amor humano perturbado y reconstruir” las relaciones que
el pecado rompió.

6
“Jesucristo rehace el camino de Adán al revés.” (p.99)
Adán era un hombre, y quiso ser como Dios.
Jesús es Dios. Él, que sí se basta a sí mismo por ser Dios, no se encierra en su autonomía,
en la ilimitación de su poder y de su querer, al contrario, se somete por completo, se hace siervo.
En vez de ponerse en el camino del poder, se pone en el camino del amor, y por eso puede
meterse hasta en la mentira de Adán, ir hasta la muerte y darnos así la vida.

La cruz es el lugar de su obediencia, y este es nuestro verdadero ÁRBOL DE LA VIDA, ya no


es el del Génesis.

Cristo en la cruz, lo que hizo justamente es hacerse pecado, cargar sobre sí la cruz que
tenía el peso de todos los pecados de los hombres de toda la historia humana, desde el pecado
original, hasta el fin del mundo. No fueron los látigos, ni los clavos, ni la lanza ni las espinas, ni
siquiera el abandono de los suyos, ni la injusta condena lo que más hizo sufrir a Jesús en la cruz,
sino nuestros pecados. Pero literalmente, no es una forma de decir.

Adán y Eva antes del pecado podían comer del árbol de la vida. Nosotros ahora podemos
comer y beber del Nuevo árbol de la vida, de la cruz de Cristo.

¿Dónde? En la Eucaristía, que es la presencia de la cruz, es el árbol permanente de la vida


que está siempre en medio de nosotros. “Recibirla, comer del árbol de la vida, significa recibir al
Señor crucificado, esto es, aceptar su forma de vida, su obediencia, su Sí, la medida de nuestro
ser creatura. Significa recibir el amor de Dios, que es nuestra verdad; aceptar aquella dependencia
de Dios (…)”

Pidámosle al Señor que nos dé la humildad de reconocer nuestros pecados y la gracia del
arrepentimiento y de su perdón.

Oración: Alma de Cristo, santifícame….

BIBLIOGRAFÍA
✔ Joseph Ratzinger, En el principio creó Dios, Consecuencias de la fe en la Creación, Valencia,
Edicep, 2001
✔ Horacio Bojorge, Mujer, ¿por qué lloras?, Gozo y tristezas del creyente en la civilización de la
acedia., Buenos Aires, Lumen, 1999

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